Buch lesen: «La última Hija de la Luna», Seite 7

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El pequeño caminó hacia ellos, arrojó uno de los bultos sobre los pies de su hermano y siguió con su marcha, ignorándolos.

—No, hermano. ¡No! –gritó Neyhtena sujetándolo del brazo–. No me dejes sola, por favor… no me dejes sola –repitió impotente. Él intentó tocar su rostro, pero ella le apartó violentamente la mano–. No… no me toques, no quiero que me calmes, quiero que te quedes aquí y ahora conmigo. –Wayhkkan la miró con ternura, luego señaló el horizonte, tomó su mano derecha, le tocó el pulgar y la señaló a ella, le tomó el dedo índice y se señaló a él mismo… el primero y el segundo, los otros dedos quedaron levantados–. ¿Quieres ir por los tres? –preguntó ella, él asintió–. No puedo sentir a Chayhton y eso me asusta. Tengo miedo, tengo miedo…

—Ney, déjalo ir, yo los voy a traer –interrumpió Lonkkah–, no sé de qué otra cosa están hablando, pero voy a volver con Chay. –Aunque sí creía saber de lo que estaban hablando, no podía comprender aquella obstinación–. Vamos a traer a Chay de regreso, es más que una promesa, lo sé… lo sé… Vamos a volver porque nos vas a proteger, ¿no verdad? –El silencio de la niña lo inquietó.

—Sí, ella los va a proteger desde aquí… y yo también, aunque nadie me lo pida. –Yllawie abrazó al pequeño y le dio un beso en cada mejilla, él sonrió y luego tomó su mano para entrelazarla con la de Lonkkah. Los jóvenes terrinos sonrieron cómplices y confiados.

—Voy a regresar, Lawy, voy a regresar con ellos, no quiero dejarlas solas –dijo él, pero ella frenó sus palabras con un beso corto y tímido en sus labios, no quería escuchar más, solo ansiaba que el tiempo pasara de prisa, deseaba verlo partir cuanto antes para verlo regresar por siempre–. ¿Qué crees que haces? Eso es apenas un triste intento, ahora vienes aquí…

Lonkkah levantó los delgados brazos de Yllawie y se los colocó cruzados en su nuca, luego le recogió los cabellos con una mano y con la otra la tomó por la cintura… y así, se adueñó de esos labios en un instante de eternidad…

—Imagino que has puesto provisiones. –Asumió la respuesta Neyhtena mientras simulaba revisar el improvisado bolso de su hermano, Wayhkkan levantó sus ojos en señal de obviedad–. Flaco también debe comer y no te olvides del agua. –La niña estaba agotando todos los temas de “conversación” con su hermano. Él se tocó la cabeza, miró hacia arriba, hacia los costados y simuló quitarse de la cara un mechón de cabello–. Sí, ya sé, ya era tiempo de que él dejara de fingir que la miraba cada vez que la miraba y que ella dejara de fingir que no se daba cuenta que lo amaba… Chayhton se lo está perdiendo. –Wayhkkan se dejó caer boca arriba sobre los pastos con sus brazos y piernas abiertas y arrojó una flecha de aire… en dirección a Lonkkah–. Chayhton no va a matar a Lonkkah, a lo sumo le lanzará rocas de fuego sobre la cabeza… «¡Chayhton!» suspiró la niña.

—Conserven la ballesta a mano, duerman en la misma habitación junto a pa-Xunnel hasta que lleguen los demás, el bebedero del corral está limpio y va a durar hasta que regresen, al atardecer no olviden…

—Vamos a estar bien, Lonkkah, sabemos manejar las tareas –lo tranquilizó la niña.

—Todos sabemos adonde fue Chayhton, lo vamos a traer antes de que pa-Xunnel se recupere –expresó Lonkkah con seguridad.

—No se preocupen por nosotras… ustedes, buenos para nada, regresen aquí… pronto –rogó Yllawie–. Vayan ya, vayan y tráiganme de regreso a Chay.

Luna Magnética

Horas atrás y desobedeciendo la última orden de Lonkkah, los triniños habían partido tras él atemorizados también por los angustiantes alaridos de Yllawie; después de avanzar cuesta arriba y antes de comenzar a descender hacia el arroyo divisor de las colinas, desde aquella cima, habían logrado divisar a Lonkkah y a la que parecía ser Yllawie del otro lado del torrente, pero sin que sus hermanos pudieran advertirlo, Chayhton ya había detenido su carrera paralizado por una inusitada energía que acababa de ingresar por sus pies apoderándose de cada una de las pulsaciones de su cuerpo, a partir de ese momento, toda su atención habría de enfocarse en los perros que corrían en dirección opuesta a sus hermanos, hacia otras cumbres y así fue que, casi por instinto, se dejó llevar por esa extraña fuerza magnética que conducía sus pasos por los senderos donde la tierra latía diferente… sin advertirlo, esos mismos pasos estaban alejándolo de sus hermanos. Un, cada vez más intenso, arrebato sin freno lo trasladaba enceguecido río arriba hasta que pudo reconocer lo inevitable: se encontraba solo y, por primera vez, desconectado de sus ellos. Ya no podía ver ni escuchar a los perros; desorientado, cruzó hacia la otra orilla para ascender por alguna de las laderas, jamás había explorado ese terreno, su noción del tiempo había sucumbido y la distancia recorrida era confusa, aunque nunca había perdido de vista al torrente, el arroyo ya no le resultaba familiar, era más empedrado, angosto y profundo, sus orillas se mostraban áridas y secas, el monte de arbustos espinosos despistaba aún más su sentido de orientación.

Los inquietantes gemidos de un animal moribundo atrajeron su atención, encontró huellas de sangre que lo llevaron hasta el cuerpo agonizante de Gallo, uno de sus perros, tenía una profunda herida en su cuello y otras laceraciones en el pecho; el niño puso sus manos en las lesiones «si Kkan estuviera aquí, él sabría qué hacer… yo sabría qué hacer con él a mi lado», se lamentó en silencio. Se sentó a su lado e, impotente, atinó a rascar entre sus orejas, el animal dejaba de respirar al ritmo de las caricias… Dos sombras invadieron su tristeza, le bastó ver los pies de sus acechadores para saber que se trataba de sanguinarios, antes de cualquier reacción, uno de ellos ya lo había tomado de sus cabellos forzándolo a levantar su rostro, la intensa luz del sol invadió sus retinas obligándolo a arrugar sus párpados.

—¡Abre! –gritó su atacante–. ¡Abr…!

Un inesperado zumbido interrumpió aquellas palabras, Chayhton podía sentir cómo el sanguinario cedía sus fuerzas y, de pronto, se encontró en el suelo áspero desde donde pudo observar el desencajado rostro de su captor que, de rodillas ante él, sujetaba con sus manos la punta de flecha que descollaba de su pecho, su espeluznante piel blanca contrastaba con el fuego ámbar de sus ojos.

—¡Corre! –Escuchó a sus espaldas–. ¡Corre, niño! Hacia aquí…

Alguien gritaba, pero no podía ver a nadie, enormes rocas encubrían a sus oportunos defensores. Chayhton, todavía aturdido, percibió el zumbido de otra flecha cruzando por su izquierda, el envolvente caos no impidió que pudiera correr hacia las enormes piedras, pero un estruendo en la cabeza oscureció todo su panorama y, por un instante, sintió la inmensa fragilidad de su cuerpo… antes de caer a tierra, pudo distinguir al segundo de sus agresores perderse entre los arbustos.

Cansado y abatido, cerró sus ojos, a pesar de toda la confusión, nunca había dejado de sentir aquel extraño magnetismo que mantuvo sosegado su espíritu.

Hijas y hermanas huérfanas

Neyhtena e Yllawie habían permanecido de pie observando a sus muchachos que acababan de partir para traer de regreso a Chayhton; Lonkkah había girado un par de veces, la segunda vez, levantado en alto el rosado lienzo deshilachado, gesto que Yllawie devolvió tocando la piedra que colgaba de su cuello, ellas continuaron viéndolos hasta que solo fueron difusas siluetas en el paisaje. Las ovejas pastaban livianas de su pelaje, no necesitaban disputarse con las pocas cabras, esa generosa sombra que se esparcía sobre uno de los brazos del arroyo. Lonkkah y Wayhkkan tuvieron la intención de arriar el ganado hacia el corral para ahorrarles una de las tantas tareas, pero ellas se lo habían impedido, recién comenzaba el pasteo y, aunque eran muchas las responsabilidades, ambas insistieron en que podían hacerse cargo de todo cuanto se debía hacer por lo que restaba de la jornada, aun así, los quehaceres era la menor de sus preocupaciones, solo ansiaban ver regresar a tres, por ese mismo horizonte por el que habían visto partir a dos…

—La cicatriz… es dos veces “tu cicatriz”, no ha querido contarte –dijo Neyhtena levantando sus hombros.

—Ahora –suspiró Yllawie–, no hay manera de que no me lo cuentes.

—Si recuerdas bien, cuando ya no te permitieron dormir con Tonia y Femy, fue la época que la Escolta del Mar vino a reclutar en nuestra región, sus padres y los nuestros debían preparar sus pertenencias para el traslado… Todos estaban tristes y con los ánimos vencidos.

—¡Es imposible que lo recuerdes…! Tenías… cuántos, ¿tres ciclos solares?

—Así es, y vos estabas un tus once, como yo ahora… ¿Por qué lo sé? Esas vivencias nos las contamos para no olvidar nuestra historia, ellos escriben… nosotros nos las narramos… –dijo la niña con serenidad–. En vos está lo mejor de ambos linajes, narrar, escribir y… hasta podrías dibujar para contar lo que llevas dentro. –Neyhtena le sonrió–. Cuando estés lista y dejes de añorar sus vidas, vas a comenzar a construir la tuya… vas a descubrir tu pertenencia.

—¿Puedes regresar a la cicatriz…? –exclamó Yllawie, uno de sus comentarios había hecho tambalear su semblante–. O solo quieres hablar de lo equivocada que he estado, yo…

—¡Vos! –dijo la niña elevando el tono para interrumpirla–. Vos, cuando decidieron que debías abandonar esa habitación, en el fondo sabías que ya no pertenecías ahí. Habías vivido con ellos durante tus primeros ocho ciclos y un día te pierdes, ¿y ellos qué hicieron al respecto? Nada, simplemente… te dejaron ir.

—Bueno, si lo detallas así… no lo sé… es que cuando regresé, Tonia, Rufanio, Femy… hicimos un pacto, yo sentí que… yo sentí que había regresado a sus vidas… de verdad que lo sentí, hermaney, pero cuando La Escolta vino por nuestros padres y por los de ellos, todo cambió.

—Con respecto a la habitación, Tonia se sintió aliviada porque siempre te ha visto como la niña que se robó a su madre; Femy aún no comprendía bien las cosas; a Regildo, despreocupado como es, toda la situación le resultó banal y sin importancia; sin embargo, Rufanio… él es diferente, para él, eras de su propiedad, nunca te sintió como una hermana o una prima.

—Es que ellos han crecido bajo el rigor de Serjancio que jamás ha aceptado La Conciliación, sus inflexibles mandatos siempre han infundido temor… también en mí –reflexionó Yllawie al tiempo que intentaba justificar la mayoría de los actos de los niños con quienes había crecido–. No quiero hablar de él, me dolió mucho todo lo que pasó aquella vez, hermaney, y luego sentirme expulsada de mi habitación, mi cama, mi lugar… como si todo hubiera sido mi culpa.

—Lo sé –confesó Neyhtena y tocó el delicado rostro de su hermana–, sé que nunca has hablado con nadie de todo aquello…

—No… es que… es todo muy confuso.

—No lo es, de todas maneras, nos tienes a nosotros que te amamos desde el primer día que te conocimos, el día que Lonkkah te encontró... aunque a veces creo que en realidad se encontraron –reflexionó distraída–. Ahora formas parte de nuestras vidas y eso es lo que nos importa, mamá y papá te recogieron como suya mucho antes de que te desalojaran de esa habitación, Saty encontró una hermana de su edad, Chattel… ya sabes, es el bueno y cariñoso Chattel que solo sabía que tenía una hermana más a quien amar… Nuestros abuelos siempre miraron más allá de los hechos y sabían que, tarde o temprano, ibas a integrar nuestra familia…

—¿Y Lonkkah, evitas describirlo?

—Lonkkah detestaba el hecho de que cada noche regresaras a dormir con ellas. Lawy, iluminas su razón de ser. –Neyhtena miró a su hermana–. Él te incorporó a nuestras vidas muy a pesar tuyo.

—A pesar de mí –reflexionó Yllawie– lo sé, lo recuerdo, solo me interesaba aprender las actividades que Abusilia les enseñaba a sus nietos, escribir… leer… estudiar su historia de los mares –confesó cabizbaja.

—Lawy, eso fue maravilloso, no te lamentes –sentenció la niña–, todo lo que te ha pasado ha sido bueno y debes encontrar la manera de tomar lo mejor… En cuanto a Lonkkah –dijo retomando la historia–, es cierto, el día que te encontró, él regresó con una herida, pero esa no fue grave, la piedra –suspiró antes de señalar el colgante–, esa piedra es como tenerte cerca de su corazón, aquél suceso apenas le provocó un ligero corte, para nada grave.

—¿Y entonces?

—Una mañana cualquiera, estabas con tus abejas y… me duele traer estos recuerdos, pero ambas sabemos lo que pasó con Rufanio, ¿no verdad? –Neyhtena miró de reojo a su hermana–. Intentó envolverte con palabras y gestos, no se lo permitiste y él quiso violentar tus sentimientos y… tu cuerpo.

—Ney, no quiero hablar porque no hay nada para contar, no pasó nada, salí corriendo y… no pasó nada.

—Sí pasó algo, te arrojó por los collados cuando vio venir a Lonkkah.

—De qué hablas… sí, no sé cómo es que lo sabes, luché con todas mis fuerzas, yo lo derribé un par de veces y de pronto, él se frenó y… es cierto, me arrojó al vacío.

—De alguna manera Lonkkah lo supo, supo que algo malo sucedía, lo sintió en ese momento, ni antes ni después. Él lo encontró ahí, te vio y quiso descender por el barranco, Rufanio no se atrevió a enfrentarlo, no hasta que lo vio retirarse, lo golpeó a traición sorprendiéndolo por la espalda, con saña, le incrustó un puñal debajo de las costillas, y una vez en el suelo, no dejó de apalearlo hasta que, gracias a vos...

—¿A mí?

—Las abejas “te escucharon”.

—Ney… –Yllawie palideció, un relámpago había atravesado sus ojos hasta nublar su razón, tragó saliva–. ¿Las abejas? –murmuró.

—Lawy, de alguna manera tu corazón sintió el dolor de Lonkkah y antes de eso él, ya había sentido el tuyo. Aunque lo intento, no puedo explicarlo. Nadie pensó en eso, todos se concentraron en la pelea, las abejas, la habitación…

—¿Có… cómo puedes saberlo? ¿Qué intentas decirme?

—¿No lo entiendes, Lawy? Esta familia de conciliación casi se fragmenta por aquella pelea, Serjancio te expulsó de la habitación de sus nietas para evitar otros daños y porque ma-Kanki y Abusilia así lo quisieron; Misadora, mamá, todos comprendieron que era una solución acertada.

—Ney, me asustan tus palabras, ni siquiera yo conservo esos recuerdos.

—Por eso es tu cicatriz… fue cuando lo suturaron –suspiró refregándose las manos como si pudiera sentir su dolor en ese momento–, cuando te dijo que volvería a tener su cicatriz no lo dijo por las piedras del camino. –Neyhtena la miró para ver si ella comprendía lo que intentaba decirle.

—Lo de las abejas, recuerdo que habían atacado a Rufanio, pero no lo entiendo, no entiendo tus palabras… –murmuró Yllawie.

La niña, que hasta ese momento había eludido casi todas sus preguntas, tocó la frente de Yllawie y cual latigazo, recuerdos dormidos se apoderaron de su quebradiza mente, recuerdos que había decidido olvidar: Rufanio acababa de confesarle su amor y entre aquellas palabras agraciadas y gestos delicados, él intentaba tomar su cuerpo por la fuerza… Un golpe de puño de ella hacia él, enfurecía aún más el semblante de su agresor y luego… una caída al vacío terminó cortando su respiración… y sus recuerdos. Se incorporó sobresaltada como si el mismo vacío la hubiera empujado de la silla, respiró profundo y se dirigió hacia la habitación de su abuelo, tocó aquel dormido rostro para controlar la fiebre y permaneció dubitativa a su lado mientras acariciaba su frente, revisó la herida y acercó agua a sus labios con extrema delicadeza, luego tomó una de las manos de su abuelo y apoyó su frente en ella. «¿Por eso me enseñaste… lo sabías, pa?, ¿por eso me enseñaste a defenderme?». Suspiró largamente, dejó encendida la llama del farol y se retiró en silencio; antes de regresar a la cocina, pasó por las demás habitaciones para asegurarse de cerrar sus puertas, se detuvo en la de Eleutonia y sonrió melancólica. Un delicado empujón por la espalda la sobresaltó, era Neyhtena que la abrazaba por detrás con fuerza enternecedora.

—Te amo, hermawie… no quiero que nos separemos.

—Ney… te amo con toda mi confundida alma. –Yllawie giró para abrazarla de frente y notó que su diminuto cuerpo retemblaba sin control–. ¿Por qué tiemblas? Me asustas… no voy a dejarte.

—No “siento” a mis hermanos… sé que están vivos, pero no los siento. No puedo comunicarme con ellos, todo lo que sabemos y hacemos es porque nos complementamos cuando estamos cerca uno del otro, ahora me siento… “sola”.

—Estás conmigo, Ney.

—Me siento sola… adentro –dijo en un suspiro la niña, Yllawie la abrazó con todas sus fibras. Neyhtena la tomó de las manos y juntas se encaminaron a la cocina, una vez ahí, le confesó–: Y sí… sabía que me escuchabas anoche.

Comenzaron a preparar una ensalada de manzanas, apio y algunas hortalizas, Yllawie inspiró profundo y al fin preguntó aquello que la oprimía por dentro:

—¿Cómo es… cómo es que sabes tanto de tantas cosas? Soy tu hermana mayor, pero me siento distinta cuando estoy con vos, te veo y no puedo ver a una niña.

—No lo sé… las palabras están ahí, en mi cabeza, en mi corazón… vienen de todas partes a mí –respondió pensativa mientras lavaba las zanahorias–, a veces no quiero decir todo cuanto sé. Anoche tenía que hablarte, en ocasiones me siento cansada, ma-Kanki no quiere que llamemos la atención, nos dice que seamos “más niños”, ¡es mucho esfuerzo! Regildo no debió tomar tu mechón de cabello, pero se lo tenía que decir y supongo que eso lo enmudeció, lo sorprendió –hizo silencio–. Ustedes sellaron el pequeño caparazón de las voces, ahí dentro había algo tuyo y Tonia lo rompió deliberadamente para destrozar el vínculo entre ustedes.

—¿Mi cabello, el de la promesa? ¿Qué sabes de eso? –preguntó confundida Yllawie.

—Estábamos en los collados buscando tus flores, lo sentimos, pero las voces me confundieron.

—Antes de… –Yllawie tragó saliva, cada palabra de Neyhtena abría un nuevo pasaje en este laberinto de desconcierto y confusión–. Antes de que me digas algo más, Ney, el vínculo ya estaba roto y… no fue Tonia la que lo dejó caer –murmuró casi de una forma inentendible. «Y tampoco estamos hablando de “ese” caracol» balbuceó para sí misma.

—¿Cómo dices…? –cuestionó Neyhtena, luego miró a su hermana–. Lawy, por favor, ya debes darle fin a los juegos de revancha que crees que te unen a ella, Tonia solo se divierte con vos… se burla. Misadora, ella les ha contado de su tierna rivalidad que conservan desde niñas porque quería darles un juego que las mantuviera unidas, pero Tonia no lo entiende así, siempre te ha celado…

—Todos opinan lo mismo y parece que soy la única que no lo ve, yo siento que existe un lazo poderoso que me une a su familia. –Luego repasó sobre unas palabras que aún retumbaban en su cabeza–: Ney, éramos niñas cuando encontré ese caracol, el de las voces… después llegaron “los días dormidos” de los que no recuerdo nada… aquellas fiebres se adueñaron de mi memoria. Misadora lo escondió, ¿sabías eso? Ella decía que me alteraba y me confundía.

—Ese caparazón te encontró a vos… y no es lo único que ha estado buscándote…

—¿No es lo único que qué? No entiendo lo que dices, Ney, ni una de tus palabras y eso me asusta. –Yllawie quedó mirando hacia la oscuridad de la ventana, en dirección al arroyo y suspiró–: ¡Y no es lo “único” que me asusta! –dijo repitiendo las palabras de la niña–. No sé cómo ni por qué ese pequeño tesoro llegó luego a las manos de Lonkkah –sonrió desconcertada y abatida.

—Su nácar se originó en los océanos y ha viajado a través del mar para encontrarte, está rodeado de piedra que alguna vez fue lava, también ha viajado desde el fuego que descansa en las entrañas de esta tierra para encontrarlo a él.

—Ja, ja, ja, esas palabras sí me gustan, me recuerdan a las de los libros…

—Se han buscado y… se han encontrado –dijo Neyhtena tocando los dedos de su hermana– fueron tus manos las que rescataron ese caparazón y una vez que cumplió su cometido, buscó a Lonkkah. ¿Sabes lo que pienso?

—¡Jamás podría saberlo!

—Que pretenden separarte de Lonkkah porque ustedes dos son poderosos… o lo van a ser. Tonia, sus primos, «Femy» pensó sin decirlo, toda su familia, no sé qué intentan, pero lo que sea, no es nada bueno –insistió Neyhtena.

—¿Nosotros poderosos? –Yllawie lanzó una expresión entre burlesca y desconcertante, luego movió su cabeza para sacudir las palabras que acababa de escuchar–. ¿Cuándo es que has crecido, hermaney…? ¿Alguna vez has sido niña? ¿Cómo sabes estas cosas…? Las palabras vienen a tu cabeza ¿de quién, de dónde?

—Creo que es la luna –susurró la niña y el silencio invadió la cocina. Neyhtena miró de reojo para ver la reacción de su hermana–. Siento renacer en cada luna brillante, ella me dice que estás atada a quienes por mucho tiempo has deseado que sean tus hermanos, no está ahí la respuesta que buscas. Hay algo que no puedo… no puedo… –Meneó su cabeza de un lado a otro–. Pienso que nos ocultan su verdadera cara… sus verdaderas intenciones.

—Si piensas todo eso de ellos, ¿por qué has jugado al caballero con Regildo? Lo del beso en la mano, pensé que te agradaban sus modales… –Yllawie dejó los vasos y la jarra sobre la mesa e imitó los gestos de saludos de navegantes.

—Quería tocarlo para estar segura y por eso se lo pedí, algo va a pasar… cuándo me lo entregó, lo sentí, estaba preparada para recibir extrañas energías hacia tu persona o hacia Lonkkah, pero fue más intenso… y oscuro, desde ese momento, las abejas viven en mi estómago… –expresó Neyhtena angustiada y casi distante.

Aunque se habían esmerado en preparar la cena, ninguna había probado bocado, la charla las mantenía concentradas en las palabras y distraídas de los alimentos.

—¿Qué… qué fue lo que te entregó? –cuestionó confundida Yllawie.

Neyhtena se dirigió hacia el pequeño cajón de la mantelería, extrajo una servilleta y la desenvolvió.

—Te lo acabo de decir, tenía esto en su poder.

—Es mi... es... –Yllawie tocó con incredulidad sus propios cabellos.

—Sí, es el mechón de tu cabello con el que sellaron el pacto de hermandad –dijo Neyhtena fastidiada.

—Es algo insignificante, una absurda promesa –Yllawie tragó saliva–, pero no entiendo, para qué querían mi cabello.

—Las palabras vienen a mí, pero me cuesta razonar –dijo la niña, un sentimiento de culpa invadió su temblorosa voz.

—¡Una niña, hermaney, apenas sos una niña! –gritó Yllawie antes de abrazar su hermana con ternura–. No es tu tarea entender o razonar las palabras de la luna.

El silencio regresó para envolverlas con su helada capa, podían escuchar el tranquilo y acogedor deambular de los perros. Yllawie sirvió un poco de agua en el vaso de su hermana y luego tomó una vieja servilleta para comenzar a descargar en ella sus habituales juegos nerviosos, la niña aceptó el vaso y apoyó sus manos en aquellos inquietos dedos.

—Ney, Kkan “te dijo…” –resopló inquieta–. Dijo que quiere ir por los tres, Chayhton y otros dos, ¿por qué insisten… por qué cinco…? Pa-Xunnel y Lonkkah, ellos los encontraron y solo eran ustedes tres, recién nacidos. Si yo quisiera creerte… si había más niños, deberían haber estado ahí cerca… no sé, yo… –titubeó un instante al observar a Neyhtena que parecía no escuchar, había quedado en silencio mirando por la discreta ventanilla hacia la huerta, en dirección al corral, aunque los perros deambulaban serenos, algo parecía inquietarla. Yllawie apoyó su mano sobre el hombro de su hermana y miró en la misma dirección intentando descubrir lo que la tenía preocupada–. ¿Ocurre algo?

—Tampoco la encontraron a ella, a mi madre. Siempre pienso en nuestra madre… siento su dolor, está viva… lo sé.

—Te entiendo, yo no recuerdo a mi madre, ni a mi padre y solo sé que tengo un hermano… de vientre. Dices que sientes que está viva, en cambio yo… no sé qué sentir. Quizá murieron y por eso nunca regresaron por mí, quisiera creer como vos, que aún están vivos…

—Ella no es como yo –dijo la niña acariciando la morena piel de su antebrazo.

—¿Qué…? –preguntó exaltada Yllawie mientras observaba cómo la niña rozaba sus dedos sobre su propia piel–. ¿Qué quieres decir con eso de que tu madre no es como vos?

—A veces no quiero decir todo cuanto sé, ¿prometes no asustarte?

—¿Qué no me asuste? ¡Cada vez que hablas escucho palabras que lastiman mi pecho! –exclamó Yllawie, pero Neyhtena se mantenía serena esperando su respuesta–. Sí, te lo prometo.

—Sin sobresaltos –dijo la niña y los matices cuasi verdosos de sus iris comenzaron a perder su tonalidad–, es nuestro verdadero color –pronunció serena.

En ese instante, sus ojos se tornaron cristales traslúcidos, Yllawie retrocedió dos pasos con una expresión aterradora, sus labios palidecieron y su respiración comenzó a quemar el aire de sus pulmones.

—Lonkkah nos enseñó a transformar nuestro color –continuó la niña–, odiaba la idea que tenía pa-Xunnel de mantenernos ocultos. Lawy, nuestros padres no son terrinos, somos hijos…

Yllawie se levantó frenética, los vasos rodaron del mesón al suelo, por un instante había perdido el sentido de la orientación mientras luchaba contra un enjambre invisible que se había introducido por su nariz y su boca ahogando su respiración… miró enceguecida a su alrededor, sabía que estaban solas y que Xunnel descansaba lejos (e inconsciente) en otra habitación, pero necesitaba asegurarse de que solo ella estaba recogiendo aquella terrible confesión. Dos palabras aún retumbaban en su cabeza “verde-cenizas”, siempre las había escuchado sin haberlas comprendido nunca… hasta ese momento. Las pulsaciones comenzaron a desacelerar mientras su atención se enfocaba en un solitario hilo de agua que se escabullía hacia sus pies.

—¡Qué… de qué hablas! No lo vuelvas a decir –gritó Yllawie–. ¡No quiero escucharte más! Este es nuestro color, ¿qué te pasa? –exclamó intolerante y colocó su brazo a la par del pequeño antebrazo de la niña–. Este color nos hermana –dijo con su garganta colmada de dolor. Miró a su alrededor y sintió que todo por encima de su cuello iba a aplastar su cuerpo, se sentó y apoyó sus codos sobre la mesa para poder sostener su cabeza.

—Lawy, debes calmarte… quiero que me mires… hermawie –suplicó la niña para llamar su atención–, tenemos más cosas en común de lo que te imaginas. –El verde de sus ojos había desaparecido, destellos grises iluminaban su rostro, a veces como el cristal… otras, como las cenizas–. Lawy, ¿estás escuchándome?

—Yo… –Lágrimas de impotencia y de temor se apoderaron de los ojos de aquella joven aturdida–. ¡Sé lo que eso significa! Los libros dicen que…

—Ya lo sé, los terrinos ojos de cristal, son mezclados directos que llevan la maldición en su sangre –suspiró agobiada–, por los oscuros secretos de las arenas que forjan el cristal o por la implacable lava que se funde en las profundidades y forma cristales en las entrañas de la tierra… Ese es nuestro origen, Lawy, las arenas del mar y el rastro de la lava, pero… ¿acaso eso importa?

—Es más que eso, los libros dicen… los libros, nada bueno –balbuceó Yllawie, las ideas rebotaban en su cabeza–. No sé qué decir…

—¡Olvídate de los libros! Soy yo, tu hermaney, es la razón por la que no quiero decir todo cuanto sé, ¿ahora me comprendes?

—¿Ma-Kanki lo sabe, y pa-Xunnel…?

—Claro que lo saben, papá y mamá, Saty, Chattel y Lonkkah…

—¿Es que soy la única que nunca…? –Y enmudeció, el miedo hacía sucumbir su raciocinio–. Serjancio y…

—No, no… ellos no –manifestó Neyhtena, aunque ya no estaba segura de la veracidad de su respuesta.

—¿Cómo lo hacen… cómo es que…?

—Lonkkah y… el caracol… –respondió la niña. Yllawie se desplomó en su silla–. Lawy, ¿crees que eso va a cambiar este lazo irrompible que nos une…? ¿Dejarías de amarme porque no soy descendiente de terrinos?

—Jamás dejaría de amarte, hay tanto que no sé, que desconozco… perdóname, es que soy…

—Sos… ¿sabes lo que sos? Una maravillosa dibujante –exclamó sonriente, pero Yllawie sintió palidecer.

Las supersticiones danzaban como sombras cotidianas entre los navegantes y casi que dirigían sus destinos, muchas de sus decisiones se cimentaban en aquellas nigromancias que habían arribado con ellos desde el mar, en cambio, entre los terrinos, resultaban absurdas e incomprensibles al extremo de considerarlas cábalas divertidas heredadas por transmisión, no las sentían suyas ni comandaban sus destinos, no creían en sus consecuencias pues esta comunidad era libre de creer, de soñar, de vivir… Sin embargo, dibujar rostros les estaba negado, la insoldable creencia de que el alma quedaba atrapada en la roca o en la madera que los contenía, causaba terror y podría desencadenar estragos cuyas secuelas podrían resultar catastróficas. La Conciliación, entre sus tantos mandatos, también exigía tolerancia por sus mutuas creencias, incumplir estos pactos acarreaba su correspondiente castigo.

Yllawie dibujaba rostros casi a la perfección, cualquier roca lisa o un algún tronco descartado y pulido por ella misma, era un llamado a liberar su oculto y magnífico talento… pero siempre les otorgaba un mismo destino, los maderos terminaban consumidos en improvisadas fogatas y las piedras, lavadas en el arroyo.

—Lo sabemos… tus dibujos en las piedras –expresó Neyhtena–, Kkan comenzó a elaborar los terrones de color para vos, él manipula las hierbas y también supo cómo aprovechar la cera de las abejas, Chayhton le enseñó de otros matices que vienen de la tierra… ellos descubrieron cómo hacer tus colores y comenzaron a dejártelos en tu camino. –Yllawie se permitió escuchar en silencio–. Tus dibujos, los rostros en las piedras...

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491 S. 2 Illustrationen
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9789878713694
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