Buch lesen: «Mexicano de corazón»

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FRANCISCO UGARTE CORCUERA

MEXICANO DE CORAZÓN

San Josemaría en México, 1970

EDICIONES RIALP

MADRID

© 2021 by FRANCISCO UGARTE CORCUERA

© 2021 by EDICIONES RIALP, S. A.

Manuel Uribe 13-15, 28033 Madrid

(www.rialp.com)

Realización ePub: produccioneditorial.com

ISBN (versión impresa): 978-84-321-5363-1

ISBN (versión digital): 978-84-321-5364-8

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Imagen de cubierta: Javier Echevarría, san Josemaría Escrivá, el beato Álvaro del Portillo y Pedro Casciaro durante una tertulia familiar en Jaltepec (México).

ÍNDICE

PORTADA

PORTADA INTERIOR

CRÉDITOS

PRÓLOGO

PRESENTACIÓN

1. ANTECEDENTES Y PREPARATIVOS DEL VIAJE A MÉXICO

DOS ANUNCIOS Y UN VIAJE EXPLORATORIO

UN DESEO QUE NO PUDO SER

EL PELUQUERO DE PERICOS

UN RECADO PARA EL PADRE

«Me voy para México»

PREPARATIVOS Y PREVISIONES

UNA MANCHA EN LA PARED

EL JUGO DE NARANJA

RETRASO DEL VUELO

2. EL 15 DE MAYO DE 1970

«HE VENIDO A VER A LA VIRGEN DE GUADALUPE»

LLEGADA A CASA Y VISITA DEL MÉDICO

SU PRIMERA MISA EN AMÉRICA

UN NOTARIO DE CULIACÁN

PRIMERA TERTULIA CON LAS MUJERES

EL SUEÑO DE VISITAR GUATEMALA

ALMA CONTEMPLATIVA Y CARIÑOSA

3. EL PRIMER DÍA DE LA NOVENA A LA VIRGEN DE GUADALUPE

LA INVITACIÓN DE UN CARDENAL

EL CONDUCTOR DEL SEGUNDO COCHE

A LOS PIES DE LA VIRGEN

LA TRIBUNA

«HE VENIDO A APRENDER»

4. DEL SEGUNDO AL QUINTO DÍA DE LA NOVENA

SEGUNDO DÍA, 17 DE MAYO: LA PRIMERA TERTULIA

TERCER DÍA, 18 DE MAYO: LOS QUE SE QUIEREN

CUARTO DÍA, 19 DE MAYO: EN SILENCIO

QUINTO DÍA, 20 DE MAYO: COMO UN NIÑO ANTE SU MADRE

UN MOSAICO EN TORRECIUDAD

5. DEL SEXTO AL NOVENO DÍA DE LA NOVENA

SEXTO DÍA, 21 DE MAYO: «YA ME HA OÍDO»

SÉPTIMO DÍA, 22 DE MAYO: ALEGRÍA AGRADECIDA

OCTAVO DÍA, 23 DE MAYO: «TE QUIERO, TE AMO»

NOVENO DÍA, 24 DE MAYO: UN ROSARIO POR LA PAZ DEL MUNDO

POR MÉXICO

6. DETALLES DE CARIÑO

UN AMOR UNIVERSAL Y A LA VEZ INDIVIDUAL

REGALOS Y DEDICATORIAS

CON LOS MÉDICOS QUE LO ATENDIERON

CARIÑO ALEGRE

AMOR DE PADRE

LAS BARBAS

DELICADEZAS CON LAS PERSONAS

RECUERDOS GRABADOS PARA SIEMPRE

7. CARIÑO DE FAMILIA

LAS DECIDIDAS SEÑORAS DE MONTERREY

CON LOS AGREGADOS

CON LAS NUMERARIAS AUXILIARES

LOS QUE VINIERON DE OTROS PAÍSES

LAS QUE VINIERON DE OTROS PAÍSES

CON LAS FAMILIAS

CON LA FAMILIA SALAS

CON LA FAMILIA PALOMAR

CON LA FAMILIA UGARTE

CON LA MAMÁ DE JUANITA Y VICTORIA GAONA

VISITA A LA MAMÁ DE ALBERTO PACHECO

CON LOS NOVIOS

8. EL IPADE Y LA UNIVERSIDAD PANAMERICANA

UNA IDEA QUE CAUTIVÓ

NACE EL IPADE

UNA UNIVERSIDAD «PANAMERICANA»

EN EL IPADE, CONSAGRACIÓN DEL ALTAR

UNA TERTULIA INOLVIDABLE CON LOS EMPRESARIOS

9. MONTEFALCO, 3 A 6 DE JUNIO

AMPLIA LABOR DE FORMACIÓN

CON LOS HOMBRES DEL CAMPO: «¡TODOS SOMOS IGUALES!»

CON LAS MUJERES, HABLANDO EN «MEXICANO»

EUCARISTÍA: «¡NO ME LO DEJÉIS SOLO!»

CUIDADO DE LAS COSAS PEQUEÑAS

HABLAR BIEN DE LOS DEMÁS

VINIERON DE GUATEMALA Y VENEZUELA

BROMAS A DON PEDRO

UNA TERTULIA IMPREVISTA

SINCERIDAD Y FIDELIDAD

EL «ASALTO» DE LOS COLOMBIANOS

UN DETALLE CON DON ÁLVARO

10. JALTEPEC, 9 A 17 DE JUNIO

ANTE LA LAGUNA DE CHAPALA

LAS PREVISIONES DE DON PEDRO

LA LLEGADA, EL DÍA 9

MUCHAS TERTULIAS, MUCHA GENTE Y UNA AUTÉNTICA CATEQUESIS

CON LAS MÁS JÓVENES

LOS DETALLES DEL PADRE

CUMPLEAÑOS DE DON JAVIER

UN POETA Y UN REVOLUCIONARIO

VISITA DE PERSONALIDADES ECLESIÁSTICAS

TERTULIA Y CONFIDENCIA CON SACERDOTES

«ASÍ QUISIERA MORIR…»

DÍAS MUY FELICES

11. LAS CANCIONES

«CHAPALA»

«GRACIAS»

«TENGO EL CORAZÓN CONTENTO»

«CUANDO QUIERE UN MEXICANO»

«AMAR CON EL ALMA ENCENDIDA»

«LA VIDA SIGUE IGUAL»

«MONTEFALCO»

«EL PASTOR»

«MARÍA ELENA»

«MORENITA MÍA»

12. LA DESPEDIDA: 22 Y 23 DE JUNIO

EL LUNES 22, UN DÍA ESPECIALMENTE INTENSO

SU TESTAMENTO A LOS ESTADOUNIDENSES

A LA VILLA A CANTARLE A LA VIRGEN

«MÉXICO ES MUCHO MÉXICO»

UN RECUERDO GRABADO EN UNA BANDEJA

EL PAÑUELO CON LÁGRIMAS

MARTES 23 DE JUNIO, ÚLTIMO DÍA

ADIÓS CON EL CORAZÓN

«LO HABÉIS HECHO MUY BIEN»

ARCHIVO FOTOGRÁFICO

AUTOR

PRÓLOGO

SE CUMPLEN AHORA CINCUENTA AÑOS de la novena que hizo san Josemaría en la Villa de Guadalupe. En más de una ocasión, repitió que decidió ir a México porque se había sentido llamado por la Santísima Virgen para rezar allí por el mundo, por la Iglesia y por el Opus Dei. Cuando le preguntaban por el motivo de su viaje, comentaba: «He venido a ver a la Virgen y, de paso, a tantas almas encantadoras como las vuestras. Ahora estoy aprendiendo a quererla más, porque no he venido a México a enseñar nada: he venido a mejorar en las virtudes, y he aprendido a amar más a la Virgen».

San Josemaría nunca tuvo reparo en emprender las aventuras que el Señor le fue pidiendo; desde muy joven, deseó dedicarse por entero a seguir la voluntad de Dios. Su viaje a México fue una manifestación más de su prontitud para responder al querer divino.

Este libro narra con detalle esa aventura mexicana. El autor ha recogido recuerdos que marcaron ese tiempo junto al fundador del Opus Dei. Como afirma en la Presentación, ha querido destacar especialmente los sucesos de la vida ordinaria, el aspecto humano de la personalidad de san Josemaría. En efecto, era admirable como tenía los pies en la tierra y la cabeza en el cielo: muy sobrenatural y muy humano, en unidad de vida. Los innumerables detalles que se cuentan en este libro son una buena muestra.

Al mismo tiempo, estas páginas reflejan también el amor filial de san Josemaría a Santa María. Se recogen algunos de los momentos de su oración delante de la Guadalupana, que ponen de relieve la confianza y el cariño con que acudía a la Virgen. Su modo de rezar era sencillo, sin ostentación, lleno de espontaneidad. A Ella se dirigía con el corazón encendido, pidiéndole que le hiciera ver qué más podía hacer para agradarla, para ser mejor hijo. «Yo no sé qué más puedo hacer —decía—. Si puedo algo más, ¡dilo, dilo!, y lo cumpliré con tu ayuda. Si un hijo pequeño le pidiera esto a su madre, es seguro que no habría madre que no se conmoviera». Este modo de hablar con la Virgen, con la sencillez e insistencia propia de los niños, era también objeto de sus enseñanzas a lo largo de su vida y, concretamente, en su estancia en tierras mexicanas. «Si tienes deseos de ser grande, hazte pequeño —había escrito en el Prólogo a Santo Rosario—. Ser pequeño exige creer como creen los niños, amar como aman los niños, abandonarse como se abandonan los niños..., rezar como rezan los niños».

Durante los casi cuarenta días que estuvo en México, san Josemaría se reunió con más de veinte mil personas: estudiantes, gente del campo, empresarios, familias… Los que estuvieron presentes recuerdan que sus palabras invitaban a amar apasionadamente al Señor. Insistía en que los defectos o las debilidades no son obstáculo para ese amor, si nos llevan a acudir con confianza a Jesús y a su Madre.

Este viaje a México dejó una profunda huella en el alma de san Josemaría. Y aunque no volvería a pisar esa tierra, procuraba ir y volver con la imaginación. «Muchas veces —afirmó— me escapo con el deseo a la Villa de Guadalupe, me pongo delante de aquella Virgen morena, a decirle que la quiero tanto, tanto como sus mexicanos. Yo fui a México a aprender y me enseñasteis a amar más a Jesús en la Sagrada Eucaristía, a la Virgen, y hasta a hacer la caridad». Precisamente, Mons. Francisco Ugarte, con este libro, nos lleva a peregrinar con el deseo ante la Guadalupana y a revivir esos días junto al fundador del Opus Dei.

San Josemaría tuvo la seguridad de que sus oraciones delante de la Virgen de Guadalupe habían sido acogidas. Él mismo repetiría años después que «no fue una novena estéril. La oración es siempre fecunda, pero el Señor desea que amemos mucho a su Madre y que tengamos un poquito de paciencia. Las dos cosas las va logrando hasta ahora, porque Él nos da los medios: su gracia, su luz, su fortaleza». Esta seguridad, de que nuestra Madre siempre nos escucha, nos ayuda hoy a recordar el poder de su intercesión. Compartamos con María y con Jesús las cosas que ocupan nuestro corazón, esos deseos grandes a los que queremos aspirar. Si nos acercamos al Señor y a su Madre con fe y confianza, podemos estar persuadidos de que esta oración ya estará dando fruto.

Roma, 23 de junio de 2020

MONS. FERNANDO OCÁRIZ

Prelado del Opus Dei

PRESENTACIÓN

JOSEMARÍA ESCRIVÁ DE BALAGUER, a quien me referiré ordinariamente como el fundador del Opus Dei, el Padre —ya que así solíamos llamarlo— o san Josemaría, visitó México en 1970, del 15 de mayo al 23 de junio, acompañado de don Álvaro del Portillo[1] y don Javier Echevarría[2]. Fueron 40 intensos días que no se repetirían, porque fue la primera y única vez que estuvo en nuestro país. Se cumplen ahora 50 años de aquel suceso y parece oportuno recordarlo mediante estas líneas. Personalmente siento un deber de gratitud al transmitir lo que viví durante aquellas jornadas: tuve la fortuna de residir en la misma casa que él y puedo afirmar, con plena certeza, que aquel ha sido el acontecimiento que más ha marcado mi vida. Nunca antes había visto al Padre en persona ni tampoco lo volví a ver después. Pero estoy convencido de que, cuando se convive de cerca con un santo, bastan unos cuantos días para que la propia existencia quede transformada.

Casi siempre cuando se habla o se escribe sobre alguien que ha alcanzado la santidad, la descripción se centra en la parte espiritual o sobrenatural de su vida. En este caso, en cambio, me interesa destacar sobre todo —mediante anécdotas y sucesos de la vida ordinaria ocurridos durante su estancia en estas tierras— el aspecto humano de su personalidad. Como es lógico, lo espiritual aparecerá habitualmente, porque una de las características que el fundador encarnó fue la unidad de vida, según la cual lo humano y lo sobrenatural se funden armónicamente. Pero no quiero adelantar ahora ninguna descripción de su personalidad, sino dejar que el lector vaya descubriéndola mediante las narraciones que referiré y así saque sus propias conclusiones.

Aparte de los recuerdos personales, la principal fuente en la que me apoyo es una amplia relación de Pedro Casciaro —escrita a finales de 1978 y principios de 1979—, sobre la estancia del Padre en México. En 1970, don Pedro, como lo llamábamos, era el consiliario o vicario del Opus Dei para México, es decir, quien hacía cabeza en el país. Pero además, fue un testigo especialmente cualificado por la cercanía que tuvo con san Josemaría: él fue una de las primeras vocaciones de la Obra (como suele llamarse también al Opus Dei), allá por los años 30; convivió estrechamente con el fundador en momentos cruciales, como la guerra civil española; tenía una especial conexión con el Padre, caracterizada por una gran confianza, salpicada de sentido del humor por ambas partes; y conoció profundamente a san Josemaría por su natural capacidad de penetración psicológica. No deberá extrañar, por tanto, que don Pedro sea mencionado frecuentemente en estas páginas.

He contado también con el diario que José Inés Peiro, testigo presencial, escribió durante aquellos días y que recoge con gran acierto los sucesos de la vida diaria. Dos revistas especialmente dirigidas a personas del Opus Dei, hombres y mujeres, que relatan recuerdos familiares, como la estancia de san Josemaría entre nosotros, también me han aportado algunos detalles valiosos. Igualmente han sido abundantes los testimonios, orales y escritos, de quienes coincidieron con él en los diversos momentos de su paso por México, y que aparecerán a lo largo del libro. Mención especial merece la aportación de don Javier Echevarría —segundo sucesor de san Josemaría al frente del Opus Dei—, quien tuvo la precaución de tomar notas a mano de la oración del Padre en la Basílica de Guadalupe, durante la novena que realizó a partir del segundo día de su llegada, y que fue el suceso central de su viaje, como se explicará en su momento. Después de cada visita a la Virgen, don Javier —ordinariamente por la noche— pasaba en limpio aquellas anotaciones, cuyo texto completo no ha sido aún publicado, pero del que aparecerán aquí algunas partes significativas.

Existen tres libros que dedican, un capítulo cada uno, a la estancia de san Josemaría en México: Pedro Casciaro, Soñad y os quedaréis cortos (2008); Margarita Murillo Guerrero, Una nueva partitura (2009); y Rafael Fiol Mateos, Pedro Casciaro. Hasta la última gota (2020), todos publicados en Minos (México). Aunque algunos relatos incluidos en esos textos volverán a aparecer en este escrito, por ser especialmente significativos, he procurado reducirlos o ampliarlos según los casos, para evitar repeticiones o enriquecer la narración de los hechos. Agradezco a Rogelio Vega su apoyo para precisar algunos datos aquí referidos, y a Pilar Alvear sus observaciones para afinar la redacción final del escrito.

San Josemaría pasó la mayor parte de los 40 días en la Ciudad de México, viviendo en la sede de la comisión regional (el organismo de gobierno del Opus Dei a nivel nacional), en el barrio de Mixcoac. Solo se ausentó para estar cuatro días en Montefalco (cerca de Cuautla, Morelos) y ocho en Jaltepec (en la ribera de la laguna de Chapala), dos casas destinadas a actividades de formación —como retiros y convivencias—, dirigidas a todo tipo de personas, y en las que se lleva a cabo una amplia labor de ayuda espiritual y humana a la gente de la zona.

La mayoría de las personas que vieron al Padre lo hicieron en las tertulias, que eran reuniones o encuentros informales en que los asistentes le escuchaban, le preguntaban y contaban experiencias personales, siempre en un clima familiar lleno de alegría. Esas tertulias se llevaron a cabo, en primer lugar, en la sede de la comisión, donde además de los residentes, acudían diariamente invitados del país y del extranjero. Fueron también frecuentes las tertulias en las administraciones de los centros del Opus Dei[3], donde residen las mujeres de la Obra que dirigen la gestión doméstica de las casas de la Obra.

Alguna vez, el Padre acudió también a la asesoría regional (el órgano de gobierno para las mujeres, dependiente del vicario) y a otros centros como Yacatia e Ipala, Dickens y Mercaderes. Pero las tertulias para grupos numerosos se llevaron a cabo en lugares con mayor capacidad: además de Montefalco y Jaltepec, la Escuela Superior de Administración de Instituciones (ESDAI), para mujeres, anexa a la Residencia Universitaria Latinoamericana (RUL); el Centro Internacional de Estudios Superiores (CIES o simplemente «centro de estudios»), donde se formaban jóvenes de la Obra, que colindaba con la comisión regional; la Residencia Universitaria Panamericana (RUP), para estudiantes varones; el Instituto Panamericano de Alta Dirección de Empresas (IPADE); y el Centro Escolar Cedros.

Los grupos asistentes a aquellas reuniones solían ser homogéneos para facilitar su mejor desarrollo. Lógicamente, muchas de ellas fueron específicas para las personas de la Obra —numerarios, agregados o supernumerarios, varones y mujeres[4]— y cabe resaltar que las tertulias con las numerarias auxiliares —quienes se ocupan de las administraciones— eran especialmente cálidas y espontáneas, como se verá en su momento. También resulta oportuno destacar la capacidad de san Josemaría para adaptarse a públicos tan variados, como podían ser los empresarios del IPADE o las personas del campo, en Montefalco. Puedo afirmar con toda seguridad que él se encontró feliz y completamente identificado con la gente, al punto de que en un momento dado comentó: «Ya soy mexicano de corazón... ».

Además de agradecer a la Virgen de Guadalupe que haya traído al Padre a México, acudo a su intercesión para que estos recuerdos y testimonios de hace 50 años ayuden a los lectores a encontrarse con Jesucristo, que fue siempre la meta y el deseo de san Josemaría.

EL AUTOR

Ciudad de México, 15 de mayo de 2020

En el 50 aniversario de la llegada

de san Josemaría a la República Mexicana

[1] Álvaro del Portillo nació en Madrid el 11 de marzo de 1914. Solicitó su admisión al Opus Dei en 1935 y desde muy pronto se convirtió en el más estrecho colaborador de san Josemaría. Doctor ingeniero de Caminos y doctor en Filosofía y Derecho Canónico. Fue ordenado sacerdote el 25 de junio de 1944. El el 15 de septiembre de 1975 sucedió a san Josemaría al frente del Opus Dei. El 6 de enero de 1991 recibió la ordenación episcopal de manos de san Juan Pablo II. Falleció el 23 de marzo de 1994 y fue beatificado el 27 de septiembre de 2014.

[2] Javier Echevarría nació en Madrid el 14 de junio de 1932. En 1948 solicitó su admisión al Opus Dei. Trabajó al lado de san Josemaría por más de 20 años. Doctor en Derecho Civil y en Derecho Canónico. Recibió la ordenación sacerdotal el 7 de agosto de 1955. En 1994, al fallecer Álvaro del Portillo, fue nombrado prelado del Opus Dei. El 6 de enero de 1995 fue ordenado obispo por san Juan Pablo II. Falleció el 12 de diciembre de 2016.

[3] Los centros del Opus Dei son sedes donde se organizan los medios de formación y la atención pastoral de los fieles de la Prelatura. Estos centros son de mujeres o de hombres. En cada uno de ellos hay un consejo local, presidido por la directora o el director, con al menos otros dos fieles de la Prelatura.

[4] En el Opus Dei existen modos diversos de vivir la misma vocación cristiana según las circunstancias personales de cada uno: solteros o casados, intelectuales u obreros, laicos o sacerdotes, etc. También son idénticas para hombres y mujeres las tres modalidades en que la vocación es personalizada según la disponibilidad personal (numerarios, agregados y supernumerarios).

1.

ANTECEDENTES Y PREPARATIVOS DEL VIAJE A MÉXICO

DOS ANUNCIOS Y UN VIAJE EXPLORATORIO

En el año de 1944, Pedro Casciaro formaba parte del organismo de gobierno del Opus Dei y era el director de la residencia universitaria la Moncloa, en Madrid. Había obtenido ya el grado de doctor en Ciencias Exactas y, junto con su marcada inclinación hacia la Arquitectura, había desarrollado muchas habilidades para afrontar tareas muy diversas, como las relacionadas con el servicio doméstico. Carmen, la hermana del fundador, ocupada en organizar la comida en el centro de Lagasca, solía acudir a Pedro para que le ayudara en ocasiones especiales. Así ocurrió un día de aquel año, en que el Padre había invitado a almorzar a unos eclesiásticos. El trabajo de aquella mañana fue intenso y Pedro se sintió mal, con dificultades para respirar y fuertes palpitaciones del corazón, que iban en aumento, lo cual le hizo pensar que moriría en aquel trance. Cabe advertir que Pedro era un tanto aprensivo y que, probablemente, aquella situación orgánica estaría aumentada por factores emocionales.

Avisaron a san Josemaría, quien lo conocía mejor que nadie, y después de darle la absolución le advirtió: «No te preocupes, esto no puede ser nada de importancia: tú tienes que ser sacerdote e ir a empezar la labor a un país muy lejano». Era lo último que Pedro esperaba escuchar en aquellos momentos y probablemente debió provocarle tal impresión que su estado cambió radicalmente: la taquicardia desapareció y poco después se encontraba totalmente recuperado. Pedro jamás olvidaría aquel primer anuncio de su futuro destino, que acabaría siendo México.

Dos años después, el 29 de septiembre de 1946, se ordenó sacerdote y recordaba cómo uno de aquellos días, caminando con el Padre,

desde la calle Villanueva hasta la de Diego de León, me dijo abiertamente que «había que brincar el charco» cuanto antes, que después de un tiempo de experiencia sacerdotal en España me mandaría a abrir camino en un país de América.

Después de ese segundo comentario, el fundador pidió a Pedro, en 1948, que emprendiera un largo viaje por varios países americanos —Estados Unidos, Canadá, México, Perú, Chile y Argentina—, con la intención de estudiar en cuál convendría iniciar la labor de la Obra. Estuvo en México del 9 de mayo al 10 de agosto de aquel año: conoció mucha gente, el país le entusiasmó y la Virgen de Guadalupe le produjo un especial impacto, al constatar la enorme devoción que el pueblo le profesaba. A su regreso a España dio cuentas al fundador y no disimuló su especial inclinación por el país que le había atraído especialmente. Y, en efecto, un año después, el 18 de enero de 1949, Pedro llegaría a México para comenzar el trabajo estable del Opus Dei en este país.

Don Pedro tuvo desde el principio una idea central que orientaba toda su actividad: realizar todo como lo había aprendido del fundador o, mejor aún, como el Padre lo hubiera hecho. Y esto explica que, desde su llegada a México, soñara con el día en que san Josemaría viniera a nuestro país y, conforme el tiempo iba transcurriendo, ese deseo cobraba mayor fuerza, también porque quería ver confirmado si el trabajo realizado era lo que él esperaba.

UN DESEO QUE NO PUDO SER

Pedro permaneció en México, como consiliario de la Obra, hasta 1958, año en que se trasladó a Roma. Volvió a nuestro país en 1966, ocupando el mismo cargo, y su deseo de que el Padre viniera a conocer el desarrollo de las labores fue creciendo progresivamente. Hacia 1969, se había desatado una campaña de críticas en la opinión pública contra el Opus Dei, mediante artículos e inserciones pagadas en los principales diarios de la capital y de provincias, que pretendían prevenir al gobierno con la acusación de que la Obra tenía afán de poder temporal e interfería en la política de México.

En aquellas circunstancias, don Pedro hizo un viaje a Alemania y de regreso pasó por Madrid para encontrarse con san Josemaría, quien le dirigió unas palabras significativas sobre su intención de venir a nuestro país:

Álvaro te puede confirmar que habíamos decidido no volver a Roma, sino desde Madrid mismo volar a México; pero ya ves que no es momento oportuno: mi presencia en México ahora os complicaría la labor apostólica; es mejor que ofrezcamos a Dios renunciar al viaje que tanto deseaba y ya verás cómo, pasado un poco de tiempo, me tendréis en México.

EL PELUQUERO DE PERICOS

Un año después, a principios de 1970, José Inés Peiro hizo un viaje a Roma para una estancia breve. En aquella época, el Padre se encontraba muy cansado, tanto por la vida de intensa labor apostólica que había llevado, como por la problemática situación que la Iglesia atravesaba, y que él veía de cerca y le hacía sufrir. Quienes le rodeaban procuraban que descansara, y una de las formas más eficaces para conseguirlo era la convivencia con sus hijos, especialmente cuando le contaban noticias que le alegraban. En su estancia en Roma, José Inés tuvo muchos encuentros de familia con el Padre, en los que le refería, con mucha gracia, aspectos variados de nuestro país, salpicados con anécdotas un tanto originales que lo hacían reír.

Entre aquellas anécdotas, le contó que él procedía de un pueblo pequeño de Sinaloa, llamado Pericos, en el que su padre era como el cacique y donde la gente tenía poca formación cristiana, porque la evangelización había tardado en llegar hasta allá. Después de haber pedido su admisión a la Obra y residiendo ya en Monterrey, fue a visitar a su familia y, aprovechando la estancia, acudió al peluquero del pueblo, su amigo, para que le cortara el pelo. Este le preguntó si estaba enterado del chisme que corría sobre él y, con la intención de tranquilizarlo, añadió que no se preocupara, que él ya había aclarado las cosas. El rumor que circulaba era que se metía de cura, y José Inés asegura que el peluquero le dijo: «¡Gente ignorante! Yo te conozco desde chiquillo, ¿y cómo vas a ser tú, sacerdote, si has pecado tanto?», con lo que había cortado el chisme por lo sano. A san Josemaría le hizo mucha gracia la anécdota y le comentó: «Ese hombre te dijo la verdad, hijo mío, porque tú y yo somos pecadores. Si no fuera por la misericordia de Dios, quién sabe dónde nos encontraríamos en estos momentos».

Tiempo después, cuando el Padre vino a México, encargó a José Inés: «La próxima vez que vayas a Pericos, lleva al peluquero de mi parte algo que le pueda gustar —unos chocolates, unos cigarros, lo que te parezca— y dile que le pido que rece por este pecador».

Cuando José Inés regresó de Roma y nos transmitió lo que había vivido en aquellas jornadas junto al Padre, en las que se notaba su interés tan grande por nuestra nación, las costumbres y tradiciones, la manera de ser de los mexicanos y, sobre todo, su cariño a la Virgen de Guadalupe, concluimos que no estaba lejos su venida a nuestro país, lo cual ocurriría apenas unos meses después.

UN RECADO PARA EL PADRE

Posteriormente, durante la Semana Santa, tuvo lugar en Roma el congreso UNIV para estudiantes universitarios de todo el mundo. Era la primera vez que las universitarias de México participaban. Antes de que salieran, según cuenta Chela García Verdeja, don Pedro les dio un recado para el fundador que ellas llevaron con enorme ilusión. El lunes santo pudieron acercarse a él y Cristina González Castaño le dijo: «Padre, somos mexicanas y traemos un recado: usted le dijo a don Pedro que cuando la región de México estuviera madura, iría a México. Y él le manda decir que ya es el momento». Chela añade que san Josemaría no dio una respuesta concreta pero que don Álvaro, al escuchar aquello, sacó de su sotana una pequeña agenda en la que anotó algo, que no supieron qué fue, pero ellas quedaron satisfechas por haber transmitido el recado.

«Me voy para México»

Don Álvaro del Portillo, que sucedió al fundador al frente del Opus Dei en 1975, contaría en 1977 cuál fue el motivo y el día en que san Josemaría decidió planear el viaje a México:

Corrían momentos muy duros, en los que el Santo Padre se lamentaba constantemente de la tormenta que se abatía sobre la Iglesia: ¡tantos descaminos, tantas almas desorientadas, tantas doctrinas perversas! Nuestro Fundador sufría enormemente ante esa desolación (…). Su dolor era tan grande, que muchas veces, sin espectáculo, lloraba. «A cierta edad —comentaba—, las lágrimas de los hombres queman las mejillas». Le sucedía especialmente al celebrar la Santa Misa, o durante la acción de gracias (…).

En esas circunstancias tan graves y dolorosas de la Iglesia, nuestro Padre reaccionó según su norma de conducta habitual: acudiendo a los medios sobrenaturales, ¡rezando y haciendo rezar! Y un buen día, en Roma, nos anunció de repente: «Me voy a México, a rezar a la Virgen de Guadalupe». Era el 1 de mayo de 1970.

Aquel mismo día, primero de mayo, comenzaba en la Residencia Universitaria Panamericana, en México, la VI Convención de residencias de estudiantes. Jorge Castro, que era miembro de la comisión regional y encargado de seguir aquel evento, se encontraba en la RUP cuando entró una llamada de don Álvaro del Portillo desde Roma —había querido hablar con don Pedro pero, por una confusión en los teléfonos, llamó allí— y Jorge se puso al habla. Don Álvaro le pidió que informara al consiliario que el Padre vendría cuanto antes, y que le acompañarían el propio don Álvaro y don Javier Echevarría. Especificó que deberían gestionarse los permisos de entrada al país (los tres contaban con pasaporte español y en aquella época no había relaciones diplomáticas entre México y España). Jorge se presentó inmediatamente con don Pedro, quien se encontraba hablando con una persona. Después escribiría sobre ese momento:

La noticia de la próxima venida del Padre, tan totalmente inesperada, me impresionó profundamente y fue tanta la emoción que no supe reaccionar externamente (...). Como instintiva reacción para reprimir la emoción que estaba penetrando hasta el fondo del alma, quise proseguir la entrevista interrumpida aparentando que nada había ocurrido. Pero desde ese momento nada pude entender de cuanto me refería mi interlocutor.

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