¿Está en Netflix?

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Psicosis (1960): Marion Crane es una joven secretaria que, tras cometer el robo de una importante suma de dinero en su empresa huye de la ciudad refugiándose en un pequeño y apartado motel de carretera regenteado por el tímido Norman Bates (que vive en la casa de al lado con su madre). Llega el histórico momento de la ducha, ella muere, pero en la silueta se ve que es una mujer, pensamos que es la madre de Norman, pero no, porque la madre de Norman está muerta y el asesino es el mismo joven travestido.

El planeta de los simios (1968): aquí hay un spoiler incluso en la contratapa que traía el DVD. George Taylor es un astronauta que forma parte de la tripulación de una nave espacial que se estrella en un planeta desconocido en el que, al parecer, no hay vida inteligente. Prontamente, se dará cuenta de que está gobernado por una raza de simios muy desarrollados mentalmente que esclavizan a seres humanos. Cuando su líder, el doctor Zaius, descubre horrorizado que Taylor posee el don de la palabra, decide que hay que eliminarlo. Efectivamente, el planeta de los simios no es otro que la tierra.

El ciudadano Kane: un importante magnate estadounidense, Charles Foster Kane, es dueño de una importante cadena de periódicos, una red de emisoras, y de una inimaginable colección de obras de arte, pero muere en Xanadú, un castillo de su propiedad. La palabra que pronuncia en la última expiración es “Rosebud”, cuyo significado es un enigma y comienza a despertar una enorme curiosidad en la prensa y la población. Así, un grupo de periodistas comienza una investigación para esclarecer el misterio. Después de muchos recorridos, “Rosebud” resulta ser el nombre del trineo de Charles Foster Kane.

Titanic (1997): Jack (Leo DiCaprio) es un artista que gana (en una partida de cartas) un pasaje para viajar en el Titanic, el transatlántico más grande del mundo. A bordo conoce a Rose (Kate Winslet), una joven burguesa venida a menos que va a contraer matrimonio por conveniencia.

Jack y Rose se enamoran, trabas, celos, encuentros en camarotes, ya saben, “soy el rey del mundo” en la popa y etcéteras de amor. Viene el iceberg, se hunde el coloso y Kate Winslet no le deja un lugarcito en la puerta al bueno de Leo DiCaprio, por lo que el galán termina en el fondo del mar gélido. “I love you, Rose”. Demás está decir que el fotograma final es otro ícono cinematográfico que circula por todos lados.

El sexto sentido (1999): la obra maestra de Night Shyamalan tiene uno de los puntos de giros más conocidos de la historia del cine. Luego de sufrir el brutal ataque de un paciente, el psicólogo infantil Malcolm Crowe vive obsesionado por el doloroso recuerdo y la culpa de no haber podido ayudarlo. Cuando conoce a Cole Sear, un niño de ocho años que necesita tratamiento y vive aterrorizado, el doctor siente una nueva oportunidad para poder redimirse y asistirlo psicológicamente. Sin embargo, el doctor Crowe no está preparado para conocer el terrible secreto del don sobrenatural del niño: ve gente muerta. Luego de pensar y pensar se da cuenta de que él también es un espíritu. Entonces, descubrimos que en realidad Bruce Willis sí muere luego de la primera escena, solo que hay una elipsis donde creemos que sobrevivió al ataque del paciente (que de paso les comento que era el actor Donnie Wahlberg, uno de los New Kids on the Block).

Bien, después de tantos spoilers espero que hayan podido desensibilizar los ojos y les sugiero que, si no miraron algunas de estas maravillosas películas, lo hagan igual porque las van a disfrutar mucho.

También, tengan al corriente que la mente humana es una máquina de predicciones, lo que significa que en realidad sí registra la mayoría de las “sorpresas” o “destripes”, pero las traduce como un fallo cognitivo (es decir, las pasa a un segundo plano de forma inconsciente). Siguiendo con el ejemplo de El sexto sentido, Malcolm Crowe está muerto y lo sabemos desde cuando el niño dice “I see death people”. Pero hacemos nuestra propia elipsis mental para no autospoilearnos, de tal manera que nuestra primera reacción es siempre: “¡qué genial!, ¡nunca lo vi venir!”, pero en el fondo nuestro cerebro omitió hábilmente todos los datos. Por este motivo, nos sentimos avergonzados si nuestra credulidad se ve afectada por la antelación. Como dice el genialísimo Mark Twain: “Es más fácil engañar a la gente que convencerlos de que han sido engañados”, y en este arte del engaño, el cine es el mentiroso perfecto.

Finalmente, ahora que sabemos un poco más sobre cómo funciona esta novela de los spoilers que tanta efervescencia ha creado, la idea de este capítulo no es plantear un conflicto sobre si spoilear está bien o mal y que ustedes se peleen con su vecino, amigo o pareja. Sino que nos relajemos como espectadores y pongamos más el foco en la experiencia audiovisual general y no solamente en los datos claves de la historia; además, el valor cultural de una película o serie va más allá de sorprenderse con la trama. Después de todo, tengan presente que espectador no se nace, se hace, y por suerte es una especie de deconstrucción constante, donde lo principal es salir del piloto automático ocular. De igual modo, no se hagan los chistosos y traten de NO spoilear a su prójimo porque ya saben: hay tabla.

¿Está en Netflix? Hegemonías y diversidades streaming.

“Lo que llamas amor

fue inventado por tipos como yo

para vender medias”.

Don Draper, Mad Men

Si hay algo que las plataformas streaming han sabido capitalizar en la era digital fue el tiempo de ocio de gran parte de la población. Solamente el tanque Netflix carga con la bicoca de 170 millones de suscriptores a nivel mundial (y para cuando ustedes lean esto seguramente haya aumentado la cifra). Esto quiere decir que una sola plataforma concentra muchas miradas y que esas miradas se relacionan con un contenido determinado casi de manera exclusiva. Luego debatiremos si el contenido es o no heterogéneo, qué concentra y de qué forma.

Lógicamente, que el pasar el tiempo libre frente una pantalla no es algo nuevo. Desde la aparición de la televisión hasta hoy, lo que antes era prender la tele para ver un programa o una novela, ahora se traduce a poner un capítulo de nuestra serie del momento desde la plataforma. Y si bien antes íbamos más al cine y salíamos de la cueva, el grueso de la dinámica que implica prender un dispositivo como forma de entretención no cambió, es decir, seguimos mirando pantallas.

De igual manera, y sin lugar a duda, algo que sí varió es cómo nos estamos relacionando con el contenido audiovisual, qué elegimos ver, cuándo y cuánto. La irrupción del contenido online las veinticuatro horas los sietes días de la semana hizo que nuestra dinámica como espectadores fuera cambiando a la par de este nuevo formato y sus posibilidades. La nueva realidad nos puso una prueba difícil como espectadores: tenemos todo a nuestra disposición todo el tiempo.

La demanda del contenido online hizo que el mercado sea más grande y desigual. Los nombres como Netflix, HBO, FOX, Qubit, Cablevisión Flow, MUBI o Amazon Prime ya son moneda corriente y su aparición cambió la forma de pensar y el hábito de los consumidores. Mientras hace unos años la piratería era una forma común de acceder a contenidos como series y películas, hoy los espectadores están dispuestos a suscribirse y pagar una cuota mensual para mirar su serie favorita. Así, el imperio se volvió enorme y expansivo. Contando únicamente a las plataformas streaming que hay en Iberoamérica, suman más de ciento noventa, más las trescientas señales que emiten contenido online. Además, sus catálogos disponibles son monumentales y cuentan con aproximadamente 234.000 películas y 49.000 series.

Tanto las plataformas pagas como las gratuitas ponen a nuestra disposición un sinfín de producciones audiovisuales de acceso inmediato. No obstante, el tema central sigue rondando en ¿cómo nos estamos relacionando con tener este “todo”?

Una vez hablando con una persona sobre películas me dijo algo que cambió mis elecciones cinéfilas definitivamente: “La cantidad de filmes que uno puede ver en la vida es limitado, no podemos ver todo”, tampoco leer todo (aplica a los libros también). A partir de allí hice algunos cálculos, por ejemplo, si elegimos mirar una serie de 4 temporadas (que es lo mínimo a esta altura de la industria), esto promedia un total de cincuenta horas frente a la pantalla. Traducido en películas: son veinte filmes que puedo ver en el mismo tiempo (equivalentes a la filmografía entera de Tarantino o Wertmüller y gran parte de la de Kurosawa, Mizoguchi, Fellini, Hitchcock, etc.), podemos continuar y elaborar una lista interminable sobre lo que podemos ver en cincuenta horas. En suma, la cuestión es que vemos mucho, aunque nuestra percepción se sienta alterada por cómo están dispuestos o fraccionados los contenidos.

De esta forma, el tiempo que estamos frente a la pantalla es cada vez mayor, pero dirigido a una sola propuesta. Como vimos en el capítulo anterior, si vemos cuatro horas de una serie por día es lógico que nos interese más el qué, y nuestro foco esté puesto en qué pasó con el protagonista, qué nuevo problema aparece, qué se resuelve en la trama, qué no, etcétera; y para saberlo necesitamos estar con los ojos pegados a la plataforma en piloto automático.

Tiempo atrás corríamos con ciertas ventajas, si veíamos por televisión novelas o series teníamos que ver un capítulo por semana o por día, ya que no había otra opción más que esperar. Eso indefectiblemente estimulaba otro tipo de procesamiento. Las pausas servían para comentar con el vecino sobre cómo marchaba el amor prohibido del culebrón, uno se iba a dormir pensando en lo que había visto; también, los días posteriores al visionado podíamos comentar el avance de la trama con amigos o compañeros del trabajo. Podríamos decir que se construía un tiempo más amable con otros detenimientos y dinámicas.

 

Por el contrario, en este momento de ansiedad ocular y con las plataformas gestionando casi todo el contenido, la espera parece cosa del pasado. Algo que fue tan común y habitual como “aguardar” hoy parece impensado o hasta incluso una pesadilla.

Sin embargo, la industria que todo lo sabe ya está anoticiada de nuestra “ansiedad ocular” y como habrán notado ahora algunas series suben un capítulo por semana o tan solo algunos pocos.

Indudablemente Netflix (que no es ningún sonso) está probando en introducir cambios temporales en la emisión del contenido, como ya lo hacen HBO, FOX y tantos más. El propósito de esto no es justamente que ustedes puedan descansar los ojos y no emprendan esos maratones bestiales hasta las cinco de la mañana, sino probar de qué manera pueden retener a los usuarios por más tiempo en sus moradas digitales. Qué esperaban: ¡Time is money, baby!

Como deducirán el comportamiento de las plataformas es fundamentalmente comercial. Las empresas hacen cálculos todo el tiempo y especulan, por ejemplo: que nueve capítulos de Black Mirror repartidos semanalmente garantizan como mínimo dos o tres meses de suscripción por cada usuario, o como el caso de Netflix, que comenzó a notar que muchos de sus usuarios se “salteaban” capítulos con tal de ver el final lo antes posible, dato que le hizo pensar en otras tácticas de emisión. Quien corroboró este hecho de ansiedad ocular fue el sistema de audiencia Nielsen (de Estados Unidos), que registró en Stranger Things 3 que un millón de personas no vieron el penúltimo episodio de dicha temporada para ir directamente al final. ¡Ay, si serán ansiosos!

Este pequeño “problemita” pasó con un montón de series, entonces, las plataformas comenzaron a evaluar y cuestionarse la dosificación de su contenido implementando estrategias como las que señalamos, para evitar que los espectadores glotones cometieran ilícitos en el tiempo ficcional de la trama (que serían penados por la misma ley de los spoileros, bueno, no, basta de exageraciones).

En definitiva, como lo mencionamos, los cambios en la dinámica de interacción de los usuarios son evaluados constantemente con el objetivo de que ustedes vean sin parar hasta proponerle casamiento a su plataforma, tal como lo hace Joaquin Phoenix con el sistema operativo de su celular en Her. Así, los propósitos comerciales son deliberados y tendientes a aumentar el número de reproducciones.

La intención de que profundicemos el vínculo amoroso con la pantalla llegó a estratos muy serios, tanto que también se metieron con nuestro descanso. El 17 de abril de 2017 Netflix tuiteaba inocentemente: “Sleep is my greatest enemy” (dormir es mi mayor enemigo). Esto, lejos de ser una simple frase marketinera, nos estaba avisando que iban a meterse en nuestras camas y más precisamente con las horas de sueño.

La explicación de este tuit es hegemónica, como no hay otro servicio de streaming que pueda hacerles competencia efectiva, para el CEO de Netflix Reed Hastings, el verdadero enemigo de la empresa es el sueño. Y no lo dijo en broma, exactamente declaró: “Si lo piensas bien, cuando ves Netflix y te enganchas con una serie, te quedas despierto hasta tarde viendo capítulos. De verdad, nuestro verdadero competidor para que la gente siga viéndonos es el sueño”. Bueno, Reed, no te preocupes que nosotros lo estamos manejamos re bien y jamás trasnochamos por ver un capítulo más. No obstante, y por las dudas, hicimos las siguientes investigaciones para saber si estamos yendo en pantuflas a trabajar.

Para comprender mejor este fenómeno y lograr cuantificar y cualificar las consecuencias del “tener todo ya”, realizamos varias preguntas en las redes sociales. En ellas, más de mil personas respondieron una serie de interrogantes destinados a averiguar cuál es el impacto de las plataformas en sus vidas y descanso.

La primera pregunta que efectuamos (tal vez la más significativa) fue si quitaron horas de sueño nocturno por terminar de ver un capítulo o temporada de una serie. El noventa y tres por ciento contestó afirmativamente. Es decir que la mayoría de las personas sacaron horas de sueño reparador, bajando el promedio de horas necesarias para llevar una vida saludable, solo para terminar de ver un capítulo más. El chupete posmoderno funcionaría así: cada vez que apretamos play en una temporada de alguna serie, comienza un efecto dominó imparable imposible de calcular, la hipnosis puede durar desde horas hasta madrugadas enteras, uno pierde la noción del tiempo y la opción de convertirse en vampiro se encuentra cada vez más cerca.

Continuando con la encuesta, también preguntamos el promedio de capítulos que ven por día. La mayoría dijo que miraba más de tres, esto convertido a horas (dependiendo de la serie) son dos y media aproximadamente. No obstante, hubo un treinta por ciento de espectadores que aumentó la cifra a cinco capítulos por día. Los números cambian el fin de semana, el ritmo se amplifica y los maratones oculares se agrandan conforme al tiempo libre.

El mecanismo que tienen las series en relación con el tiempo total que uno mira pantallas es engañoso. A veces, cuando llegamos a casa después de un día largo, abrimos las plataformas y no elegimos ver películas simplemente porque creemos que duran bastante tiempo y queremos ver algo que nos distienda en menos minutos. Entonces, optamos por mirar una serie con la ilusión de que un solo capítulo (que dura entre cuarenta y cincuenta minutos) nos relaje del trajinar del día. Paso siguiente, luego de la farsa “un capítulo más y basta”, estamos mirando la misma cantidad de horas equivalente al tiempo promedio que dura un filme o incluso más. Podría decirse que, si hacemos un paralelismo, vemos los ciento ochenta minutos que dura Danza con lobos (1996) todos los días. Para los que no la vieron, les puedo asegurar que es bastante larga, Kevin Costner se esmeró mucho.

En su favor, tanto las series como las novelas y unitarios tienen un estar más fluido frente a la pantalla. Varias causas explican el cambio de paradigma: son más espontáneas, tienen estructuras que garantizan el éxito, sus narrativas permiten introducir otras historias, poseen personajes que se desarrollan durante toda la trama, coexisten mecanismos de identificación con el espectador, y un sinfín de etcéteras que hace que pegarse a ellas sea inevitable. Asimismo, el magnetismo que adquieren va más allá del procesamiento individual y son el leitmotiv de muchas conversaciones sociales. Pocos son los que se quieren quedar fuera de este pasatiempo visual que provoca un efecto en masa. Cuántas veces nos pasó de estar en una reunión y que alguien pregunté: ¿qué serie están viendo?, para que se dispare un sinnúmero de conversaciones, recomendaciones e intercambios. Sin duda, el compartir la mirada sigue siendo significativo y una razón para socializar.

Otras de las cuestiones que sondeamos (juntamente con la gestión del tiempo) es cómo y de qué manera realizamos la búsqueda del contenido audiovisual. Este es un tema central en el quehacer de los espectadores posmodernos, como ya advertimos, tenemos una gran pista en el recurrente ¿está en Netflix?

Los espectadores nos fuimos adaptando gradualmente a lo que sucede en el entorno digital, que con sus términos y condiciones transformó radicalmente nuestras rutinas. La verdad es que todavía nos estamos adecuando a este nuevo escenario, por eso a la hora de elegir qué vamos a ver nos remitimos a la primera plataforma con la que tuvimos contacto (ya sabemos cuál: la vedette que titula este libro). Algunos tienen establecida esta acción de modo inconsciente, algo así como otrora era prender el televisor y poner el mismo canal. Bien sabe el mercado que quien da el puntapié inicial se queda con la legitimación de su nombre.

Por ende, preguntamos en redes sociales si utilizaban una sola plataforma, o más de una; y si buscaban a partir de lo que querían ver o de lo que se les proponía. Es decir: iniciamos la búsqueda según lo que pretendemos mirar sin importar dónde esté o solo vemos lo que nos sugiere la plataforma a la que estamos suscriptos. Aquí el público estuvo bastante dividido, la mayoría de las personas lo primero que hace es abrir su plataforma de cabecera y buscar lo que le sugiere el predictivo o continuar con su serie del momento. Obviamente, existe un grupo de espectadores más eclécticos (que ronda el cuarenta por ciento de la investigación), que busca por donde le pica el ojo y curiosean otros sitios, apuntando a la diversidad de propuestas y contenidos. Al parecer es posible construir un nuevo ejercicio como público y esto se está transformando en una opción favorable.

Sin embargo, ¿en qué medida somos libres de hacer nuestras elecciones?, ¿cómo nos estamos organizando?, ¿por qué concentramos las búsquedas en un solo lugar? O, mejor dicho, ¿una sola plataforma es necesaria?

Por empezar, si decidimos explorar una sola plataforma, lo que debemos conocer es que cada una de ellas cuenta con algoritmos personalizados que cambian cada veinticuatro horas, para asegurarse que los usuarios reciban exactamente lo que quieren ver, ni una cosa más. O sea que la mirada va a estar condicionada hacia un mismo contenido o temática, porque no hay demasiada diversidad en eso que va a sugerirnos.

Los algoritmos informáticos son una secuencia de instrucciones que representan un modelo de solución para un determinado tipo de problema. En este caso, ayudan a las plataformas a saber qué película o serie funciona mejor según el perfil del usuario que está mirando. Además, les aportan datos acerca de cómo es su forma de consumo y preferencias. Los algoritmos son útiles para filtrar el contenido audiovisual que nos interesa, porque entre tantas películas y series en los catálogos, la pérdida de interés o las búsquedas fallidas están a la orden del día. De esta manera, por medio de una serie de códigos de programación, consiguen “toparnos” con lo que nos gusta repetida y redundantemente.

La dinámica está tan bien estudiada que cada plataforma sabe que tiene solamente noventa segundos para convencer a los usuarios de que se calcen las pantuflas, antes de que abandonen el servicio y pasen a otra cosa. Entonces, están al corriente de que la personalización es clave para conseguir que se acomoden plácidamente en los sillones a la espera de la próxima serie y la hipnosis les funciona a la perfección a través de este mecanismo que tiene nombre de Transformers: algoritmos.

Sin embargo, habrán notado que cada tanto aparece como sugerencia algo que nada tiene que ver con nuestras elecciones habituales. Supongamos que venimos viendo todos los capítulos de Walter White sintetizando y comercializando metanfetaminas en su laboratorio y, de repente, aparece la recomendación de Maggie Smith tomando el té de las cinco de la tarde en Downton Abbey. No se preocupen, el algoritmo de su plataforma lo sabe, pero de vez en cuando les pondrá en su camino un contenido nuevo para medir su grado interés. Simplemente porque quiere que ustedes sigan mirando e intenta ampliar sus gustos.

Cabe remarcar que, frente a la situación que implica tener todo a merced de un clic, sumado a este eficaz servicio que nos indica qué ver y cómo (cual all inclusive visual), resulta bastante difícil salirse de la comodidad que proponen las nuevas pantallas. No obstante, debemos tomar conciencia de que dichas dinámicas van restringiendo y diezmando nuestras conductas visuales, y para no caer en la abulia que indefectiblemente causan estos mecanismos estancos, resulta necesario establecer rutinas que nos aporten diversidad. Si lo que pretendemos es profundizar la mirada, cultivarla y experimentar sus potenciales, el desafío estará en estimularla con otros formatos, contenidos e imágenes

Por consiguiente, aparte de la conciencia del tiempo, el segundo propósito como espectadores será entender que si buscamos variedad y no aburrirnos, hay que salir de este “modo avión” impuesto por el mercado y, para ello, con tener una sola plataforma no basta.

Dentro las averiguaciones que estuvimos haciendo, preguntamos al público si estaban conformes con el contenido que les ofrecía su plataforma de cabecera y, oh, sorpresa, el sesenta por ciento contestó negativamente. Debemos asumir que este descontento generalizado no es responsabilidad de las plataformas únicamente, que ya hacen demasiado para que tengamos todo en la punta de los ojos sin movernos del sillón como Homero Simpson. También es necesario “deschipiarnos” como espectadores, comenzar otra clase de búsquedas, tener varias perspectivas, informarnos y abrir nuevos horizontes.

 

Para contribuir con este reseteo, debemos reconocer que dentro de internet existen montones de plataformas gratuitas y pagas, que irrumpieron en el escenario virtual y están dispuestas a compartir su contenido. Por supuesto, hasta ahora ninguna dominó a Netflix, que como ya sabemos tiene como competidor directo a Morfeo, el dios del sueño. No obstante, tenemos a nuestra disposición miles de opciones que pueden brindarnos experiencias visuales mucho más heterogéneas. Como la cantidad de plataformas disponibles es considerable vamos a empezar a desglosar el tema entre gratuitas y pagas. La sugerencia estará en que retengan los nombres a fin de lograr nuevos mapas de búsqueda, y descubrir películas y series que no están en “ya sabemos dónde”. Comenzaremos a navegar por las alternativas y dividiremos las propiedades de cada una según qué ofrecen, variedad en el catálogo, si sus servidores son estables, etc.

Será cuestión de conocer qué hay debajo de la punta de este iceberg que nada tiene que envidiarle al que se llevó puesto el Titanic.

Las gratuitas:

Internet Archive: cuenta con tres millones de videos. Tiene películas, series y contenido de dominio público. Como su nombre lo indica es una especie de gran archivo digital. Además de contenido audiovisual, tiene libros y miles de programas de software. Es una auténtica biblioteca digital para consultar, explorar con tiempo y sin costo.

YouTube: si bien es un sitio web que tiene videos de toda clase (musicales, amateurs, tutoriales, etc.). Cuenta con un apartado bastante extenso de películas de dominio público (las que perdieron el derecho de autor y también otras con parche en el ojo). Es muy completo y está al alcance de todos. Sus servidores son estables y su carga es rápida dependiendo de la calidad del video. También cuenta con una versión paga que se llama YouTube Movies donde se pueden comprar o alquilar películas.

Vimeo: se pueden ver una gran cantidad de cortos y largometrajes, es una plataforma de cine con muchas producciones independientes y comerciales. Asimismo posee una sección on demand (paga) que permite el acceso a una mayor variedad de películas. Su servidor es algo inestable según el día.

Tubi: cuenta con una amplia variedad de películas y series de televisión. Se financia con publicidad como lo hacen muchas plataformas, razón por la cual se emiten comerciales durante los videos que estemos mirando. Esto entorpece la fluidez de las reproducciones.

Zoowoman: es una de las filmotecas online de culto para muchos cinéfilos. Pensada sin fines de lucro, solo con el ánimo de compartir material. Posee un enorme archivo fílmico excelentemente organizado por género o director que buscamos. Sus servidores son estables, además brinda la opción de enlace para poder bajar la película en caso de querer verla de otro modo. No tiene cine comercial y “se limita a hacer accesible cine poco convencional, a reunir obras maestras del cine, a conseguir filmografías de directores tanto conocidos como infravalorados o malditos”. Sin dudas una joyita gratuita.

Open cultura: al igual que Internet Archive es un sitio web donde podemos toparnos con una gran cantidad de películas, libros y audiolibros de forma gratuita y fácil acceso. Tiene un catálogo amplio de películas de diversos géneros y períodos cinematográficos, desde Hitchcock hasta hermanos Lumière.

Cine.ar: CINE.AR PLAY es la plataforma argentina de video por demanda de contenido audiovisual que depende del INCAA (Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales). Tiene largometrajes, documentales, series y cortometrajes producidos o coproducidos en el territorio nacional. Su acceso es libre y gratuito para toda Latinoamérica. Posee un amplio catálogo de cine nacional tanto clásico como contemporáneo. Además, se pueden ver los estrenos en simultáneo a la par de las salas cinematográficas. La plataforma es dinámica y su servidor mejoró muchísimo. Es el sitio emblema para el cine argentino y tiene una gran cantidad de usuarios, se puede acceder por todos los dispositivos móviles, la TDA (Televisión Digital Argentina) y canales de cable.

Onda media: es una plataforma de contenido por demanda del Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio de Chile. Se pueden ver películas, documentales y cortometrajes chilenos. Su acceso es libre y gratuito para toda Latinoamérica, pero hay contenido que solo puede verse si estás en territorio chileno. Su servidor funciona bien, es estable y fácil de navegar. Además, permite descargar películas de su amplio catálogo audiovisual de cine contemporáneo y clásico.

Puentes de cine: es la plataforma de la Asociación de Directores de Cine (Argentina). Tiene como objetivo fomentar la educación audiovisual en la Argentina, apoyar y mejorar la distribución, difusión y exhibición de películas en salas de cine de nuestro país. A través de sus actividades busca el encuentro de las películas con sus públicos. Su acceso es libre y gratuito, tiene películas liberadas y otras que hay que pagar.

Cuevanas (2/3): ambas son plataformas dedicadas a la distribución de producciones de cine y televisión a través de la web. En 2011 la página fue uno de los veinte sitios web más visitados de la Argentina, con más de medio millón de visitas diarias. Tuvo problemas legales porque es un gran pirata de contenidos audiovisuales, tanto estrenos como series y documentales. La página estuvo dada de baja por mucho tiempo, pero hace unos años atrás volvió al ruedo y sigue siendo la preferida por muchos espectadores. Tiene la opción de elegir entre muchos servidores para seleccionar la película que querés ver.

Retina Latina: es el archivo de cine latinoamericano contemporáneo más importante hasta el momento. Una plataforma digital de difusión, promoción y distribución de cine latinoamericano de acceso público y gratuito. “El proyecto surgió de la iniciativa de seis países (Bolivia, Ecuador, Perú, México, Uruguay y Colombia) para responder a tres problemas: la inexistencia de un mercado regional de cine consolidado, la concentración de obras nacionales exitosas en el mercado local que no se exhiben en países vecinos y la insuficiencia de mecanismos de coordinación regional para la distribución de las películas”.

Filmin latino: es la plataforma digital del Instituto Mexicano de Cinematografía, en colaboración con la Secretaría de Cultura, que tiene disponibles miles de títulos con lo mejor de la cinematografía mexicana e internacional. Surgió en 2015 con el objetivo de ofrecer una manera diferente de disfrutar del séptimo arte en México. Actualmente, se ha posicionado como una de las plataformas OTT (Over The Top, por sus siglas en inglés) mejor aceptadas en el país.

Con suscripción paga

Netflix: es el “rey del mundo” y lo grita en la popa del mercado como Leonardo DiCaprio en Titanic. Tiene aproximadamente 170 millones de suscriptores en todo el mundo, lidera el formato de las series tanto es su producción como reproducción. Su servidor es estable, dinámico y de fácil acceso. Combina muy bien el cine con el entretenimiento en todo su catálogo, donde también podemos encontrar películas clásicas y documentales. Además, tiene contenido para niños sectorizado y clasificado.

Hulu: es un servicio de suscripción de video por demanda de Hulu LLC, Disney-ABC, Fox Entertainment, NBCUniversal y Turner Broadcasting System. Está orientado principalmente a series y programas de entretenimiento como realities, talk shows, pero también incluye películas y documentales. Se hizo conocida cuando la serie The Handmaid’s Tale (basada en el libro El cuento de la criada de Margaret Atwood) saltó a la fama y fue un boom en todo el mundo, arrasando con premios y el visto bueno de la crítica especializada a nivel internacional.

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