Viajeros de luz

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2. Los niños y la Luz.

Una mamá de luz.

A la mañana siguiente, antes siquiera de abrir los ojos, mi mente ya estaba analizando todo lo ocurrido la noche anterior. Pensé en las formas de energía femeninas que venían a recoger a los seres recién nacidos, por llamarlo de alguna manera, y me acordé de un caso que me ocurrió cuando estaba trabajando en terapia con una muchacha.

Esta mujer canaliza muy bien y trabaja muy rápida pues su mente no bloquea lo que ve. La realidad es que todos vemos más allá de nuestros ojos humanos, absolutamente todos. Sin embargo, me he encontrado con quienes piensan que es un “don” el ver, pero no lo es. Es solo una capacidad que todos tenemos por el mero hecho de existir y que, con la práctica, se hace más accesible.

Una vez oí decir a alguien, que él solo conocía a tres médium verdaderas. La realidad va mucho más allá de eso, pues todos somos capaces de ver. Es solo que nuestra mente racional nos impide que lo hagamos y siempre le buscamos excusas a lo que percibimos. Aunque no es menos cierto que, esa parte de nuestro cerebro que bloquea la visión, también hace su trabajo. El error está en darle más credibilidad a lo racional que a lo sensitivo, o viceversa, ya que todo debe estar en equilibrio.

Pero sigo, que me voy por los cerros de Úbeda.

Como decía, esta muchacha me contaba que sentía que había alguien con ella (en su campo vibratorio) y que a pesar de haber ido a muchas sanadoras, seguía sintiendo presencias a su alrededor.

Justo acababa de decirle que mirara a su alrededor, cuando la vi hacer un gesto de huida, como si alguien la hubiera asustado.

—Eso es, dime ¿Qué estás viendo? —le pregunté

—Veo un hombre a mi izquierda que está enfadado, una mujer a mi derecha, un adolescente que no deja de moverse y un niñito frente a mí, no llega a los dos años.

Trabajamos con todos y cada uno de ellos. Les escuchamos, les contestamos, hice los trabajos terapéuticos oportunos con ellos y marcharon a la luz. Sí, trabajé terapéuticamente con ellos, pues este trabajo es por y para el alma, tenga o no tenga cuerpo en ese momento.

Cuando llegó el momento de hablar con el niñito les expliqué a ambos que, a pesar de que pensemos que no pueden comunicarse porque él es muy pequeñito, sí lo pueden hacer, con su pensamiento.

—Está llorando —me decía la muchacha.

—Fíjate si me está escuchando a mí —le dije.

—Sí, te mira cuando hablas.

Yo sé que me escuchan. Aún a pesar de todo siempre lo pregunto, para que tanto la persona que está en el colchón como el alma que necesita hablar, sean conscientes de ello. Esa simple pregunta me facilita la tarea. De esta forma, yo hablo directamente al alma que se ha perdido en este plano y ella me contesta a través del paciente. Al tratarse de un niño, hay que hablarle aún con mucha más dulzura.

—Hola cariño, bienvenido a mi casa. Mi nombre es Fina. ¿Cómo te llamas?

—Dice que se llama Rubén y no deja de llorar.

—Dime, qué te pasó que estás con esta mujer. Cuéntame qué ocurrió.

—Me fui de la mano y me pisó una moto en la carretera grande —aquí ya hablaba el niño por boca de ella.

—¿Y eso cuándo pasó?

—Hace tres años.

—Fíjate, y ¿cómo es que estás aquí ahora?

—Nadie me hacía caso, entonces pasó esta mamá y me fui con ella, pero no me habla —se refería a mi paciente, que también es madre.

—Bueno, ahora ella te escucha y estás hablando conmigo. Ya no estás solito. ¿Qué te parece si llamamos a una mamá de luz para que venga a recogerte y te lleve a un lugar muy bonito, donde hay otros niños y ya nunca vas a estar solo?

—Sí. Quiero ir allí.

—Entonces fíjate bien. Quiero que mires a tu alrededor y me digas si hay alguna lucecita.

—Sí, allí hay una.

—Muy bien. Mira la luz y podrás ver como de allí sale esa mamá de luz que viene a recogerte.

—Ya la veo. Se acerca y me toma en sus brazos –decía Rubén.

—Eso es. ¿Cómo es esa mamá?

—Lleva un vestido blanco y tiene alas muy grandes, y las orejas de pico y los ojos azules.

—¿Y tú qué sientes?

—Estoy contento. Me siento muy bien. Quiero irme con ella. Estoy feliz.

—Pues adelante Rubén. Vete con ella. Y fíjate, ¿hay alguien en la Luz esperándote?

—Siiiii, es mi abuelito José.

Justo antes de entrar definitivamente en la Luz, se vuelve y nos dice

—Dile a mi mamá que no llore, que yo ya estoy bien. Que estoy muy bien.

Y marchó a la Luz, a nuestro verdadero hogar. Daos cuenta de que siempre hay quien viene a recogernos para que no nos perdamos. En este caso vino una mamá de luz con orejas de pico y alas muy grandes, según nos contaba Rubén, pues eso era lo que él necesitaba ver. La realidad es que todo es energía, y puede tomar la forma que desee para tranquilizar al alma que va a acompañar. Cierto, una energía no medible con nuestras máquinas actuales en la Tierra, pero energía al fin y al cabo.

Yo veo formas redondeadas de mujer cuando vienen a recoger a las almas que recién acaban de tomar conciencia de su existencia, a los recién nacidos energéticos. ¿Es lo que necesitan ver esas almas, o es lo que yo necesito ver? Rubén veía una mamá con alas y orejas de pico. Pero, ¿es importante esa diferencia? Realmente no.

Lo único importante es lo que nosotros necesitamos ver, para poder seguir nuestro camino y darnos cuenta de que nunca, nunca estamos solos. Ni siquiera aquellas almas que en un momento de su existencia se hayan perdido puntualmente. Ni siquiera aquellas a las que llaman almas adversas. Ni siquiera aquellas a las que llaman almas oscuras. Pues todos somos iguales, sea lo que sea que estemos viviendo en esos momentos.

Mi experiencia me ha demostrado que, si algún alma se queda atrapada en un plano de existencia denso es porque aún tiene que seguir aprendiendo ahí. Solo cuando esté preparada marchará al hogar. No podemos obligar a nadie a ir a la Luz si no está preparado. Les podemos ayudar a ver la Luz, les podemos mostrar el camino, pero nunca obligarles. Entendamos esto y todo será más sencillo, para nosotros y para ellos.

Rubén veía la luz, siempre había estado ahí, pero no marchó hasta que estuvo preparado. Yo misma, en otra vida me quedé como alma perdida pegada a mi hermana gemela de entonces. Hasta que ambas nos dimos el permiso para separarnos. Quizás la mamá de Rubén ya estaba preparada para dejar marchar a su hijito y por eso él pudo marchar al fin. No lo sé y no indagué mucho en ello, pues me pareció que ya era hora de dejarle descansar.

Pero, la pregunta del millón ¿a qué se debe que una familia deba de pasar por una experiencia tan traumática? No solo la madre, sino toda la familia, el niñito y el conductor de la moto que le atropelló y toda su familia a la vez.

Para entenderlo habría que buscar en sus pasados, en otras vidas o en esta misma. También en sus futuros, sujetos todos ellos a su propia programación de vida, pero viviendo el presente con la conciencia de que todo está ahí por algo.

Recuerdo una vez que una amiga revivió una vida pasada en que era un niño de entre siete u ocho años, que moría de inanición, tristeza y soledad en una cueva. El niñito no se dio cuenta de que había dejado su cuerpo, hasta que una persona de blanco vino a recogerle.

Sin embargo, ella tuvo que trabajar el trauma para sanarlo y recuperar aquel cachito de su energía, llevándolo a la Luz.

Fijaos bien. Fue el hecho de que un sobrinito suyo estaba enfermo en el presente, lo que le provocó el malestar físico. Ese malestar la llevó a revivir aquella vida pasada en que ella era un niño y moría. Al trabajarlo en terapia, hizo posible la sanación y recuperación de esa parte de su energía atrapada en el trauma.

Aprovechando que estaba presente su guía (ese ser vestido de blanco que recogió al niñito cuando dejó su cuerpo), ella le preguntó,

—Deseo saber ¿cómo gestionar mis emociones cuando les ocurre algo a mis seres queridos, sin entrar en pánico?

A lo que el guía le contestó,

—Respira. En esos momentos respira. Entiende que nada de lo que ocurre es para hacerte sufrir. Son cosas para aprender tú. Aprender a aceptar los momentos de tristeza aquí. Pues al desencarnar, no tienen importancia. Cuando te encuentres así, piensa en mí, pues siempre estoy contigo.

Yo te animo a que busques tus respuestas dentro de ti, con o sin ayuda. Y para ello el primer paso es aprender a respirar. Así que siéntate, cierra los ojos y…

Respira

Cada vez que pregunto a alguien si respira, me contesta invariablemente lo mismo.

—Claro que sí ¿Cómo podría vivir sin respirar?

A lo que yo le contesto

—Pues malamente, supongo —y sonrío

En nuestra sociedad no es fácil vivir relajado. Esto nos lleva de forma habitual a no respirar sino a hiperventilar, con los consiguientes problemas que eso trae consigo.

Por otro lado, nuestra mente es incapaz de mantenerse callada ni un solo segundo, ni aun estando dormidos. Con, y me repito, los consiguientes problemas que eso nos genera. Nuestra mente es un gran ordenador que trabaja día y noche, las 24 horas del día, los 365 días al año, año tras año. Si mantuviéramos un ordenador encendido a ese ritmo, llegaría un momento en que se recalentaría de tal forma que se quemaría, o como mínimo dejaría de funcionar correctamente. Por lo que hay que reiniciarlo.

Sí, ya sé que hay ordenadores súper maravillosos que pueden hacerlo, pero no nuestra mente. Hazme caso, lo sé. Para sobrevivir como humano el requisito indispensable es tener la mente que tenemos, pero aprendiendo a controlarla y no dejándonos avasallar por ella.

 

Con la respiración, y la concentración de nuestra mente en esa respiración, conseguimos dos resultados: Primero, respirar profundamente. Con lo que oxigenamos todas las células de nuestro cuerpo que, como consecuencia de esa hiperventilación que llamamos respiración, han estado sobreviviendo como pueden. Y, Segundo, al concentrar nuestra mente en la respiración, aunque solo sea unos segundos, estamos reiniciando ese “ordenador” que tenemos en la cabeza. Durante ese tiempo, no hemos pensado en nada, ni en los niños, ni en el jefe, ni en la hipoteca, ni en la comida, ni en lo que me han dicho que me ofendió…, absolutamente en nada, y os aseguro que es un gustazo.

Si mantenemos la dinámica de respirar profundamente varias veces al día, o como mínimo, dos veces al levantarnos y dos veces al acostarnos, nuestra vida mejorará notablemente.

Pero, ¿Cómo tengo que hacerlo?

Siéntate. Cierra los ojos y centra tu mente en el aire que entra y sale. Mientras, cuenta mentalmente… uno, dos, tres, cuatro… al tomar aire… y otra vez… uno, dos, tres, cuatro... al soltar el aire... Ahora haz la prueba. Cierra tus ojos, y con el libro en tus manos, pruébalo. Inspira, cuenta,… suelta, cuenta…

Desde estas líneas quiero agradecer la gran tarea que realizan los profesores de yoga, meditación, mindfulness y tantas otras disciplinas. Estas prácticas nos ayudan a acallar nuestra mente y nos enseñan a escuchar a nuestro cuerpo, y éste es el primer paso para escuchar a nuestra alma. Gracias.

Lao Tse decía: “Un viaje de 10.000 leguas empieza por el primer paso”. Yo os animo a darlo. Pues, aunque a veces parece que siempre estamos dando ese primer paso, la realidad es que avanzamos, seamos conscientes de ello o no.

Publicado en viajerosdeluz. blogspot.com.es

13 de Abril de 2013

Quizás no podamos evitar que nos sucedan cosas buenas, malas o regulares.

Quizás podamos o no, sanar lo que sucede a nuestro cuerpo, nuestra mente o nuestra alma, en esta vida, pero…

Lo que sí podemos hacer es sacarle todo el partido que podamos a nuestro crecimiento interior.

Así que, ahora que ya sabes respirar…

Relaja

Seguro que alguna vez te han dicho eso de: “ lo que tienes que hacer es relajarte”, y seguro que tú también se lo has aconsejado a alguien, pero... ¿cómo hacerlo?

Si has logrado aprender a respirar, la relajación viene tan solo dando un pasito más. Mira qué fácil.

Busca un lugar tranquilo y una posición cómoda, pero si no puedes, no importa. Yo he llevado a personas a cierto nivel de relajación en cualquier sitio, desde un bar hasta un banco en plena calle.

En primer lugar, independientemente del lugar donde estés y siempre que tu trabajo lo permita, cierra los ojos y centra tu atención en la respiración, tranquila, suave, abdominal y por la nariz... todo de seguido. Toma aire lentamente y lo expulsas muy despacito. Ya lo acabas de practicar, ¿verdad?

¡Ah! Que no. Pues retrocede unas líneas y respira. No me “hagas novillos”, que al final me entero.

Eso es… Muy bien. Así me gusta.

Sígueme.

Ahora, suelta la mandíbula y nota como se relajan los músculos de tu cara... Disfruta de esa sensación.

Da otro pasito más y suelta los músculos del cuello, que a su vez relajarán tus hombros y... disfruta de la sensación.

Si tienes tiempo y estás en un lugar tranquilo ve relajando todas las zonas de tu cuerpo poco a poco, hasta llegar a los pies. Si andas escaso de tiempo o el lugar no es del todo el apropiado, limítate a soltar los músculos de la mandíbula, abdomen y glúteos.

El proceso lleva solo unos minutos y te aporta una mejora sistemática de tu calidad de vida. Lo puedes hacer en el trabajo, en el aseo, en un banco de la calle, en el cine, en una terraza al aire libre... y si es en la playa o en la montaña, ni te cuento las sensaciones que puedes llegar a sentir.

De esta forma cuando alguien te diga… “relájate”, ya sabrás como hacerlo. Y si alguna vez se lo dices a alguien, ya sabrás indicarle cómo lo tiene que hacer.

Te animo a que lo practiques cada día. Te llevará unos minutos nada más. Verás como tu vida cambiará a mejor. Y si lo combinas con un masaje Reiki, ya de ahí al paraíso.

Publicado en viajerosdeluz.blogspot.com.es

01/04/2013 Fina Navarro

De hecho, yo lo practico diariamente, tanto la respiración como la relajación, pues hay días en los que convivir con mi necesidad de entender se vuelve terriblemente incómoda. Me provoca dolor de cabeza y no dejo de darle vueltas al asunto que trato de discernir, como un perro que ha hecho presa en un hueso.

Aprendizajes. Cada uno el suyo.

Aquel era uno de esos días. Quizás porque no dejaba de darle vueltas a lo aprendido la noche anterior: “Bolitas de luz”. No dejaba de pensar. Tan sencillo como eso. ¿Quién lo hubiera dicho? Pero entonces, ¿a qué complicar tanto nuestra existencia? ¿Qué papel juega el sufrimiento en todo esto?

En mi necesidad de entender el sufrimiento y muerte de los niños, mi mente se escapó a una terapia que había hecho unos meses atrás a una amiga.

Hacía casi cuarenta años había perdido a su sobrina Nerine y nunca se había permitido sacar todo el dolor que aquello le provocó.

Ellas estaban muy unidas. Mi amiga era entonces una preadolescente y su sobrina una niñita de apenas dos años. Vivian en la misma casa. Compartían juegos. Muchas noches la dormía en sus brazos. Hasta que un día Nerine enfermó y murió, y el trauma que dejó atrás puso a toda la familia en jaque.

Pero ¿por qué? La eterna pregunta que nos martiriza. Quizás estas líneas nos puedan aclarar algo.

Hace muy poco, mi amiga me dijo,

—Ojalá yo te hubiera tenido cerca cuando murió mi sobrina.

Aunque, en los momentos de dolor extremo, ni siquiera yo digo nada. A veces, porque no puedo siquiera hablar por mi propia emoción, otras porque no debo hacerlo. Solo estoy ahí, y ya está, como todos.

Sin embargo, más adelante cuando el tiempo va dejando tregua al corazón herido, y solo si me preguntan, entonces les hablo. Pero sobre todo, es la toma de conciencia al revivir de nuevo el trauma, lo que va aclarando esos “por qués”.

En el transcurso de la terapia fueron muchos los porqués y, poco a poco, surgieron algunas respuestas.

En su dolor, mi amiga preguntaba.

—¿Por qué se ha tenido que ir? No lo entiendo. (Un “¿por qué?”).

Para ella, la necesidad de entender el por qué se había ido Nerine era tan grande que, con el transcurrir de los años, esa necesidad de entendimiento la llevó a encontrar el camino del trabajo con el alma. Que para ella fue uno de los mejores descubrimientos en esta vida. (Una respuesta).

—¿Por qué tenía que irse tan pronto? (Otro “por qué”).

Esa pregunta fue clave para que se diera cuenta de que, realmente, no toda la energía de su sobrina había marchado a la Luz. Sino que se había fragmentado y se había quedado con muchos de sus familiares, además de con mi amiga. (Una terapia como consecuencia).

Eso me dio pie a trabajar con ella la recuperación de muchos cachitos de su propia alma, que reintegró. Así como con algunos fragmentos de la de su sobrina, que marcharon a la Luz. Acordaos que cuando un alma se segrega, cada una de sus partes actúa como un todo.

Además, aprovechando el momento, mi amiga ayudó a que otros de sus familiares pudieran recuperar parte de su energía perdida en ese trauma. Fijaos qué trabajazo hizo. A veces, el trauma es tan grande que se necesitan varias terapias para terminar de sanar una misma experiencia.

Algún tiempo después, pude hablar con el alma de Nerine. No con la niña de dos años, sino con una parte de su alma que contaba con el conocimiento derivado de esta experiencia. Le pregunté el motivo de querer vivir esta experiencia tan traumática y su respuesta me adoctrinó también a mí.

—Sigo aprendiendo de esa experiencia —me dijo—. Al quedar atrapada una parte tan importante de mí junto a mis familiares, he seguido asimilando como si tuviera cuerpo. He aprendido con todos y cada uno de ellos. Ahora sé que hay que expresar el dolor, que no hay que ser egoístas, que hay que estar unidos ante las dificultades, que no pasa nada por llorar. Y tenía que hacerlo así, pues era más fácil para mí. Ellos se llevaron la peor parte. Pero su conocimiento también ha sido muy grande y, si se lo permitieran, sería aún mayor. Quizás pronto termine de ir a la Luz. Aunque será cuando me haya cultivado un poquito más aquí. (Otra respuesta y un gran aprendizaje).

Con cada trabajo de sanación que haga su familia, se habrá dado otro paso más en su aprendizaje y todos podrán descansar.

La realidad, cuando hay un trauma importante en el proceso de morir, es que la mayor parte de las veces no nos vamos de golpe a la Luz. Sino que lo hacemos poco a poco, cachito a cachito de nuestra energía. Cada una de esas partes, aportará un conocimiento extra a la totalidad que somos, allá en la Luz.

Tened en cuenta que somos una gran burbuja de energía, con la capacidad de segregarse, tanto para encarnar como para desencarnar.

Hubo un momento en la terapia, en que mi amiga me expresó su sentimiento de culpabilidad porque una parte de Nerine se quedara con ella. (Otro efecto del trauma).

Querida amiga, gracias por permitirme relatar estas líneas. Sé que ahora tú ya lo entiendes, pero quizás sirva a otros. Pues nos aclara que, cuando un alma se queda atrapada, también sigue aprendiendo (otra respuesta). No es solo responsabilidad del que siente el dolor de la pérdida, sino también del que decide quedarse, pues lo hace por sus propios motivos.

Ahora bien, todos debemos de tener muy claro que, ese familiar que se ha marchado, nos podrá ayudar más y mejor desde esa otra dimensión de la que venimos. De ahí la importancia de trabajar el duelo. Entender que, dejarles marchar a la Luz, es permitirles volver llenos de energía renovada y a la velocidad de nuestro pensamiento, cada vez que lo necesitemos.

Daos cuenta que nuestro libre albedrío se aplica tanto a nuestra forma encarnada como a la no encarnada y, por supuesto, también a la toma de decisiones antes de venir a vivir la materia, sea ésta la que sea.

Y me podéis rebatir diciendo que Nerine ya no estaba encarnada. Sí, en efecto, pero estaba en el campo vibratorio de personas que sí lo estaban. Y esa, es otra forma de vivir la materia, es otra forma de aprender, de sentir, de crecer y de sanar.

Repasando, todavía en terapia, las enseñanzas de esta experiencia, mi amiga me contó.

—Recuerdo una conversación con mi cuñado en la que me dijo, “tú ya sabes que lo de Nerine me ha ayudado a apreciar la vida. Ahora la veo de otra manera” (Un aprendizaje más).

Habría que trabajar con todos los miembros de una misma familia para entender más en profundidad, por qué un grupo de almas deciden pasar por el trauma de perder a un familiar tan joven. ¿Qué aprendizajes, matices y emociones desean conseguir con algo tan terrible? Las respuestas las tienen todos y cada uno de ellos de forma individual. Desde fuera no podemos saberlo, para entenderlo hay que profundizar. ¿Cómo? En muchos casos la terapia regresiva dirigida por un buen profesional nos ayudará en ello pues no basta solo con revivir el trauma, sino que hay que sanarlo.

Sin embargo, en vista de lo mucho que se aprende con el dolor de la pérdida de alguien tan joven, son muchos los que tienden a creer que esa persona ha venido exclusivamente para enseñar a otros o, a “sacrificarse por otros”. Hay quien dice que son personas venidas para enseñar con su sufrimiento. Pero no. Siento profundamente disentir… bueno, realmente no siento disentir, me agrada hacerlo. De hecho voy a decir, con todos mis respetos,

—¡Disiento! Nadie viene a sacrificarse por nadie, ni siquiera el que muere salvando la vida a otro.

¿Os dais una idea de cuánto dolor se le provoca a una madre o a un padre, cuando se le dice que el sufrimiento de su hijo o hija es porque vino a “sanar” a sus padres? ¿Realmente sabemos qué estamos diciendo? Si yo fuera una persona de hacer aspavientos, me tiraría del pelo cada vez que oigo algo semejante. Ni siquiera Jesucristo vino con ese motivo, por mucho que nos hayan “vendido la moto”.

Esa persona, por pequeñita o grande que sea, ha venido con el objetivo de su propio aprendizaje, de su propia evolución como ser energético que es. Ya que, al evolucionar en conciencia, esa bolita de energía que somos, crece. Y ese es uno de nuestros principales objetivos dentro de la expansión del universo: Crecer.

 

Otra cosa distinta es, que las almas aprovechemos determinadas circunstancias que se dan a nuestro alrededor para avanzar en nuestro propio crecimiento. De hecho, es lo que todos hacemos, consciente o inconscientemente. Pues, en la grandiosidad y sincronicidad del universo, todo casa como las piezas de un gigantesco puzle.

El día que mi amiga hizo su trabajo terapéutico y en su proceso de sentir el duelo, que no pudo expresar cuando era apenas una adolescente, se martirizaba. Diciendo una y otra vez,

—Pobretica, tan solica, mi pequeña ¿Dónde se va a ir?

Para aquellos que sufren ante la misma duda…

Una guardería en el Jardín de la Isla

A lo largo de toda la mañana en mis quehaceres diarios, mi pensamiento volaba una y otra vez a los niños que dejan este plano.

Me había acostado feliz de entender un poquito más y me levanté con el pensamiento de la mamá de luz. Pero mientras intentaba centrarme en mis ejercicios matutinos de meditación y trabajo interior, mi mente me iba recordando todos los casos de niños perdidos que, de una u otra forma, habían venido a mí. Y mi conciencia terrenal sufría por ello. Sin embargo, fue mi alma la que me hizo ver la realidad que hay más allá.

Había una vez una niña de 5 añitos que estaba muy enferma. Deseaba dejar su cuerpo, pero estaba tan preocupada por sus padres que se resistía, aún a pesar de que hacía ya tiempo que había perdido todas sus fuerzas.

Era medio día cuando su alma llegó a mí. Hacía un par de meses que nos conocimos, pues le había estado canalizando energía para que la utilizara como su alma necesitara.

—Estoy cansada y tengo un poquito de miedo – me dijo.

Yo la senté en mi regazo y le pregunté.

—¿A qué le temes?

—Es que no sé dónde me van a llevar.

—¿Quiénes?

—Las personas que me dicen que ya me tengo que ir. Ellos son buenos, pero es que yo no sé…

La abracé, como se abraza en ese estado ampliado de conciencia.

—Si tú quieres, te puedo mostrar el lugar dónde vas a ir cuando dejes tu cuerpo. Es muy bonito. ¿Te apetece?

—Siiiii – me contestó mientras hacía palmas.

—¿Tú ves alguna luz a tu alrededor? —le pregunté.

—Sí.

Me levanté con ella en brazos.

—Mírala. Ya verás cómo cada vez se hace más grande, hasta que podamos entrar por ella.

Puso sus bracitos alrededor de mi cuello y escondió la cara en mi hombro. Pero su curiosidad pudo más y justo cuando llegábamos al Jardín de la Isla (ver Viajeros de Luz. El Camino), se volvió y abrió los ojos. Su carita se transformó en pura alegría.

—¡Oh! ¡Qué bonito! —decía, mientras lo miraba todo con asombro— Ellos me decían que era un lugar precioso, pero yo no lo sabía...

—Mira Abigail, mira cuantos animalitos. Y las flores ¡qué chulas!

—Me gusta mucho –exclamaba, mientras saltaba en mis brazos — ¿Qué es ese lugar tan bonito?

Señalaba a un mini jardín que había a la derecha, rodeado por una valla de madera.

—Eso es la guardería.

—Yo quiero verla, pero no para quedarme. Que yo ya soy mayor y voy al Cole.

—Sí, eres muy mayor, pero esta guardería es especial. Aquí vienen todos los niños de todas las edades. Incluso yo he estado aquí a veces. Este es un lugar mágico donde todos nos recuperamos de nuestro viaje, si así lo necesitamos.

Se bajó de mis brazos y, de la mano, me llevó corriendo a la guardería.

—Ven, vamos, corre… que quiero verla de cerca.

Yo sonreía mientras corría tras ella.

—Andaaa… ¡Qué chula! —exclamó al llegar a la puerta de la cerca— Mira, mira… ahí están los que me vienen a buscar cuando estoy en mi cuerpo. Andaaa… jajaja… estáis aquí también —decía a una pareja que estaba allí, mientras batía palmas.

Realmente la vi tan feliz que cualquier resquicio de dolor terrenal por la pérdida de un niño, desapareció por completo en ese momento. Saludé con la cabeza a las dos personas que se nos acercaban. Vestían con túnicas de un rosa tan pálido que parecía blanco, lo habitual en este lugar.

Abrieron la puerta de la cerca y nos invitaron a entrar. Nada más hacerlo, nuestras sensaciones eran de pura felicidad. Abigail se fue corriendo a verlo todo, mientras hablaba con otros niños que había allí. El suelo era una alfombra de hierba fresca y mullida, sembrada aquí y allá por diminutas flores de todos los colores inimaginables. Bajo un gran árbol, allí al fondo, había pizarras donde los niños podían dibujar, pintar y seguir aprendiendo. A la izquierda había una estantería con cajones de distintas formas, tamaños y colores, donde cada niño podía coger el juguete que deseara solo con meter la mano y pensar en lo que quería. A la derecha estaba la biblioteca donde había todo tipo de cuentos, algunos de ellos interactivos. Los niños y niñas reían mucho con ellos. Había de todas las nacionalidades.

Abigail estaba disfrutando de lo lindo. Sobre todo se sentía bien. Ya no le dolía nada. Estaba radiante pero, de pronto, nos miró muy seria.

—¿Qué ocurre preciosa? —le preguntó la cuidadora.

—Es que mis padres están tristes. Ojalá pudieran ver dónde voy a estar, así se pondrían más contentos, ¿verdad?

—Seguro que sí —le contestó.

La cuidadora me miró y me preguntó,

—¿Podrías ir a buscarlos?

—Por supuesto —le contesté con una sonrisa, pues la idea me había parecido genial—. Ahora mismo.

—Yo me voy contigo —dijo Abigail mientras me tendía la mano—, así no se asustarán cuando te vean.

Sonreí ante el detalle de la niña. Yo trabajo con el alma de las personas y, aunque a veces se puedan confundir porque no me conocen, no suelen asustarse. En ese estado de conciencia ampliada, es fácil la comunicación.

Y así lo hicimos. Volvimos. Abigail llamó al alma de sus padres y les explicó todo. Quién era yo. Que habíamos ido a la guardería del Jardín de la Isla y que quería mostrarles el lugar. Les habló de los cuidadores, que eran muy buenos.

Lo bonito es que yo estuve todo el tiempo en un segundo plano. Fue ella la que se encargó de llevarles de la mano por la puerta de la Luz, que seguía abierta, hasta el Jardín y de allí, a la guardería. Y todo el tiempo les estuvo hablando. Yo respeté su privacidad, manteniéndome un poquito detrás de ellos.

Allí, hablaron con los cuidadores y cuando estuvieron satisfechos, se volvieron. La expresión de sus caras era de una gran alegría y mucho amor. Sus almas, heridas por la pérdida de su hija, estaban empezando a entender. Aún así el trabajo con su parte consciente terrenal tendrían que hacerlo, antes o después, solos o con ayuda. Y de ese tremendo sentir sacarán su propio aprendizaje en esta experiencia de vida.

Nos despedimos de los cuidadores y Abigail se despidió de los otros niños.

—Enseguida vuelvo —les dijo, mientras saludaba con su mano–. Voy a despedirme de mis papás y vuelvo.

Les traje de vuelta. Todos estábamos contentos y muy alegres. Los tres se abrazaban entre sí. Les insté a volver con sus cuerpos y les di las gracias por tan bella experiencia.

Cuando abrí los ojos sentí tanta alegría como pena, al verme de nuevo sofocada por las reacciones de esta materia que vivimos. De esta personalidad que sufre el desapego como si nos arrancaran un cachito de nuestra alma cada vez. Y es que, en realidad, a veces es así.

Solo hasta que nos damos cuenta de que esa persona a la que tanto queremos va a estar de maravilla. Entonces volvemos a sonreír, pues es solo cuestión de tiempo que nos reunamos con ella. Seguiremos echándola en falta, sí. Seguiremos aprendiendo de ello, también. Pero con la conciencia de que, todo esto va mucho más allá de la experiencia de vida que estamos experimentando en estos momentos.

Al día siguiente, Abigail cumplió la promesa que les había hecho a sus compañeros de guardería y regresó con ellos. Tras despedirse de sus padres. Hasta que ellos, muchos años después, dejaran su propio cuerpo. O… hasta que sean capaces de comunicarse con ella en ese otro plano. En esa otra realidad que convive con nosotros aunque sea invisible a nuestros ojos humanos.

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