Homo bellicus

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FERNANDO CALVO GONZÁLEZ-REGUERAL

(Madrid, 1971) es un profundo conocedor de la historia militar y se ha especializado en diversos aspectos de la guerra civil española. Entre sus libros destacan Atlas de batallas de la guerra civil española (dos ediciones), La Guerra Civil en la Ciudad Universitaria (cuatro ediciones); «Lincolns». Voluntarios norteamericanos en la guerra civil española (2010); Los últimos días de la República (2015); Guerra civil española. Los libros que nos la contaron (2017) o La Legión. 100 años, 100 imágenes (2020). En 2019 dirigió la «Biblioteca de la Guerra Civil contada por sus protagonistas» con motivo del ochenta aniversario de su finalización. Es colaborador de varias publicaciones periódicas –Revista de Historia Militar, Ilustración de Madrid, ARES–, ponente habitual en los Cursos de Verano de El Escorial y asesor histórico para producciones audiovisuales tanto de ficción como de no-ficción.

La violencia está en la naturaleza; la guerra en la historia. Ya que la primera no se puede extirpar, convendría dejar a la segunda en el pasado y buscar formas de cooperación que garanticen un mañana mejor.

Entre la peligrosa exaltación de glorias pasajeras o la ingenuidad de un pacifismo que los hechos se empeñan en desmentir, la historia militar, más que la de cualquier otra actividad humana, debe ser conocida para evitar cometer los errores del pasado. ¿Por qué Homo sapiens se transformó muy pronto en Homo bellicus? ¿Qué relaciones guarda el fenómeno de la guerra con el desarrollo político, económico, social, religioso y hasta cultural de las civilizaciones? ¿Es una actividad innata o podemos pensar en la utopía de erradicarla para siempre y dejarla como una reliquia en los libros de historia?

Homo bellicus. Una historia de la humanidad a través de la guerra rastrea el fenómeno bélico desde sus remotos orígenes hasta la actualidad buscando deducir lecciones que hagan inteligible la guerra, pero sobre todo buscando comprenderla, quizá la única forma de evitar nuevos conflictos en el futuro.

El autor incluye más de cuarenta mapas, croquis y cuadros originales e imprescindibles para la comprensión de guerras y batallas, «ese apasionado drama».

HOMO BELLICUS

Fernando Calvo

González-Regueral

HOMO BELLICUS

Una historia de la humanidad a través de la guerra


Homo bellicus

Una historia de la humanidad

a través de la guerra

© 2021, Fernando Calvo González-Regueral

© 2021, Arzalia Ediciones, S.L.

Calle Zurbano, 85, 3º-1. 28003 Madrid

Diseño de cubierta, interior y maquetación: Luis Brea

Diseño y realización de los mapas: Ricardo Sánchez

ISBN: 978-84-17241-94-0

Depósito Legal: M-9138-2021

Producción del ePub: booqlab

Todos los derechos reservados. Esta publicación no puede ser reproducida, ni en todo ni en parte, ni registrada en o transmitida por un sistema de recuperación de información en ninguna forma ni por ningún medio, sea mecánico, fotomecánico, electrónico, magnético, electroóptico, por fotocopia, o cualquier otro, sin el permiso por escrito de la editorial.

www.arzalia.com

Índice

Índice de mapas

Un océano de historia

I. PIEDRA Y METAL

1. En el origen fue la piedra

2. Lanzas y flechas, carros y caballos

3. Ciudadanos y soldados

4. SPQR: el Senado, el pueblo y las legiones de Roma

5. Guerreros, monjes y campesinos

6. Una reconquista para una nación

II. SAL Y AZUFRE

7. Una nación para un imperio

8. Treinta Años

9. Un sol para Francia y una patata para Prusia

10. Sucesión e Independencia

11. Bonaparte

12. Napoleón

13. El toque Nelson

III. CARBÓN Y PETRÓLEO

14. Secesión

15. Semillas de rencor

16. Frutos del odio

17. Hércules ha muerto

18. La trinchera infinita

19. El ocaso de los imperios

20. Cómo no hacer la paz

21. A garrotazos

22. El fénix vuelve a volar

23. El fénix vuelve a caer

24. Un inmenso océano y una pequeña bomba

IV. URANIO Y BITS

25. Una guerra llamada fría

26. Las guerras después de la guerra

27. Nuevo milenio, viejas guerras

Epílogo. ¿Linaje de paz o de guerra?

Bibliografía comentada

Agradecimientos

Índice de mapas

ATENAS RENACE EN LA MAR

Salamina, 480 a. C.

LA GLORIA PASAJERA

Expedición a Asia de Alejandro Magno, 334 a 323 a. C.

EN LA MORADA DEL CAMELLO

Batalla de Gaugamela, 1 de octubre de 331 a. C.

EL VALOR MATEMÁTICO

Estructura de la falange. Según Asclepiodoto

ROMA VS. CARTAGO

Segunda Guerra Púnica

LA BATALLA PERFECTA

Batalla de Cannas, 2 de agosto de 216 a. C.

LA VENGANZA DE ESCIPIÓN

Batalla de Zama, 19 de octubre de 202 a. C.

ROMA NOSTRA

Imperio romano. En su máxima expansión, hacia el 200 d. C.

EJÉRCITO CIUDADANO

Legión romana de manípulos

ENTRE MAHOMA Y CARLOMAGNO

Imperio carolingio. Máxima extensión (hacia 814, año de la muerte de Carlomagno)

 

LA FORJA DE UNA RIVALIDAD

Guerra de los Cien Años

VICTORIA EN EL DÍA DE SAN CRISPÍN

Batalla de Azincourt, 25 de octubre de 1415

LA FRAGUA DE UNA NACIÓN

La Reconquista de la Península Ibérica, 711-1492

LA TIERRA LLORADA

Guerra de Granada, 1482-1492

LA FORTALEZA DE LA DEFENSA

Partes del castillo

PLUS ULTRA

Un imperio ibérico. Monarquías hispana y portuguesa en sus máximas extensiones y áreas de influencia. (Ambas unidas entre 1580 y 1640)

LAS LUMINARIAS DE LA VICTORIA

Batalla de Ceriñola, 28 de abril de 1503

LA MÁS ALTA OCASIÓN

Batalla de Lepanto, 7 de octubre de 1571

FLANDES MI SEPULTURA

Flandes. Bajo el mando del Duque de Alba

LA DISCIPLINA ES EL VALOR

Esquema del tercio y el tercio en formación de combate.

Campañas del Duque de Alba, 1567-1573

RAYO ARDIENTE DEL MAR HELADO

Campaña de Gustavo Adolfo, 1630-1632

LA FORTALEZA DE LA GEOMETRÍA

Fortaleza Vauban. Esquema básico

LA AUDACIA DE FEDERICO

Batalla de Leuthen, 5 de diciembre de 1757

NAPOLEÓN EMULA A ANÍBAL

Campaña de Marengo. De mayo a junio de 1800

LA NACIÓN EN ARMAS

División francesa. Esquema básico según Carnot, hacia 1800

UNA CAMPAÑA MODÉLICA

Campaña de Austerlitz, 24 de septiembre a 2 de diciembre de 1805

LA ÚLCERA ESPAÑOLA

Guerra de la Independencia española. Fase final, 1812-1813

TUMBA DE IMPERIOS

La invasión napoleónica de Rusia, 1812-1813

EL TOQUE NELSON

Batalla de Trafalgar, 21 de octubre de 1805

AZULES CONTRA GRISES

Guerra de Secesión, 1861-1865

EL NACIMIENTO DE UNA POTENCIA

Unificación alemana

EL TRIDENTE IMPERIAL

Imperio británico. Finales del siglo XIX, principios del siglo XX

UN PLAN IMPERFECTO

El plan Schlieffen

DERROTAS PARALELAS

Jutlandia. El encuentro entre los cruceros de batalla, 31 de mayo de 1916

UN PLAN PERFECTO

Primavera Panzer. Campaña de Francia, 1940

EL IMPERIO CONTRAATACA

La Batalla de Inglaterra, 1940

EL HOMBRE QUE PUDO TRIUNFAR

Plan Marcks. Operación Barbarroja, 22 de junio de 1941

RESPLANDOR FUGAZ

Imperio del Sol Naciente. Teatro de operaciones del Pacífico, 1941-1945

CINCO MINUTOS PARA LA HISTORIA

Los cinco minutos de Midway, 4 de junio de 1942

EL MUNDO BIPOLAR

La Guerra Fría. La potencia naval bloquea a la continental, 1949-1989

Para Miguel Artola, maestro de historia.

Para Pedro Calvo, soldado de infantería.

Y desde el profeta hasta el sacerdote todos son engañadores, diciendo: «¡Paz, paz!», y no hay paz.

JEREMÍAS, 6.13-14

Un océano de historia

La violencia está en la naturaleza; la guerra, en la historia. La tierra, cuna y sepultura, fértil o inclemente, generosa y avara al mismo tiempo, proporciona los recursos precisos para que el ser humano satisfaga sus necesidades, unos recursos caracterizados por ser limitados pero susceptibles de usos alternativos. Si su escasez es fuente de discordias, la posibilidad de aplicarlos a una multitud de fines otorga al hombre un poder colectivo expresado en forma de reto: la capacidad de elección. Aunque en el pasado todo está escrito, nada lo está en el futuro, por lo que siempre nos competerá en el presente a cada generación tratar de desmentir a los engañadores denunciados en las palabras de Jeremías y buscar la paz. Ningún estudio sobre las conflagraciones tendrá sentido sin este noble propósito en mente.

La historia es océano que nunca se detiene. Sus aguas están conformadas por unas profundidades de naturaleza económica, por la superficie ideológica que marca el nivel de los tiempos y por las mareas cíclicas de los conflictos, siempre removedores. Se lucha por el control de las materias primas y por los mejores territorios o las rutas más ventajosas; se lucha, también, por las riquezas, por la fe, por el poder y la gloria, por acumulación de rencor, miedo u odio. La voluntad de supervivencia o dominio de las colectividades viene revestida de altos ideales: religión, libertad, civilización, justicia, democracia, todo tipo de banderas que eleven y justifiquen el azote destructivo de las batallas. Y las sociedades entregan a los ejércitos el monopolio de la violencia organizada que supone toda guerra, ese fenómeno que hasta la fecha se ha mostrado constante y recurrente en el devenir humano.

El hecho bélico es complejo en sus causas y su desarrollo, en sus consecuencias y efectos encadenados, mas radicalmente simple en su resultado final, lo que siempre le ha conferido un poder decisivo: vencer o ser vencido, ultima ratio regis. La tentación de obtener mediante el estallido de las hostilidades lo que no se ha conseguido por otros medios —políticos, financieros, diplomáticos— es siniestramente poderosa, hasta el punto de hacer olvidar a los pueblos la ingente cantidad de sacrificios, muerte y devastación que necesariamente conlleva. Pero cualquier fuerza armada medianamente estructurada, concebida para acumular poder demoledor, ha sido paradójicamente también motor de progreso y con su más destacada virtud, la disciplina, un elemento vertebrador en la construcción de naciones e imperios, correa de transmisión de las diferentes formas socioculturales que nos definen como especie.

La presente historia no es un mero catálogo de campañas militares ni un compendio de armamento; no es, ni siquiera, una sucesión de fechas clave o de grandes héroes, tampoco un repaso a la evolución de conceptos como estrategia, táctica o logística. Aunque en efecto todo ello recorrerá necesariamente como hilo conductor sus páginas, el principal propósito de esta obra es comprender la guerra para aspirar a la paz como bien supremo y tratar de entender por qué Homo sapiens, espiritual, infatigable buscador de utopías, sublime por momentos, capaz de compasión, ha optado con mucha más frecuencia de lo que hubiera sido deseable por esconderse tras una máscara terrorífica, aquella que lo convierte en Homo bellicus.


1
En el origen fue la piedra

Es en la invisible frontera del territorio donde nace el instinto de agresión y la necesidad de defensa…

Entendiendo por agresión el impulso que lleva al hombre a combatir contra los miembros de su misma especie.

KONRAD LORENZ

A principios de 1980, Carl Sagan desarrollaba un intuitivo esquema no exento de polémica titulado «El calendario cósmico» en el que el divulgador científico extrapolaba la duración del universo a la escala de un año como unidad de mesura, siendo el 1.º de enero el Big Bang y los últimos instantes del 31 de diciembre los tiempos contemporáneos. El sistema solar aparecía en el mes de septiembre y tan tarde como finales de noviembre, la chispa de la vida en forma de organismos multicelulares. Allá por Navidad irrumpían los dinosaurios… solo para extinguirse en torno a la festividad de los Santos Inocentes. La medida correspondiente al figurado postrer día se ralentiza: sobre las ocho de la tarde, chimpancés y homínidos emprenden caminos evolutivos separados, alcanzando estos últimos una sólida postura erguida a eso de las nueve y media de la noche. El hombre moderno comparece ocho minutos antes de fin de año, y le bastan seis o siete más para expandirse por toda la tierra. Apenas un minuto antes de sonar las campanadas, en un sprint final, la humanidad desarrollará plenamente todas sus potencialidades creativas… y destructoras. El resto es pura historia. Aceptando esta simplificación, el presente libro trataría, por tanto y como mucho, de sesenta segundos del calendario universal.

Aunque trate con fósiles, lo cierto es que la paleoantropología es una ciencia tan apasionante como dinámica, en continua evolución y cuestionamiento por mor de unos hallazgos cada vez más clarificadores. Lo que parece no admitir duda es que el protagonista de esta (pre)historia —el ser humano— es un mamífero del orden de los primates, de la familia de los homínidos y de la especie Homo sapiens. Entre otras características muestra unas mandíbulas relativamente pequeñas, manos de cinco dedos con pulgares oponibles, bipedestación, un aparato fonador capaz de modular sonidos complejos y el suficiente volumen craneal para albergar su órgano más exigente en consumo calórico pero más rentable: el cerebro.

 

Donde comienzan a discutir los especialistas es en el debate sobre cómo este ser, acaso uno de los más indefensos, ya que no dispone de garras, astas o colmillos y no posee gran velocidad, llegó a convertirse paulatinamente en «amo de la creación». Todos parecen haber descartado, sin embargo, cualquier visión de la evolución en virtud de la cual seamos el producto más refinado de una cadena lineal. Si existió algún árbol no fue desde luego uno del que descendiera un primate hasta llegar irremisiblemente a nosotros, sino el gran tronco de los homininos, un término que se aplica a los humanos actuales y a los demás de un frondoso linaje compuesto por más de una veintena de especies catalogadas, todas ellas extintas salvo la nuestra.

Los más remotos ancestros aparecieron en África hace siete millones de años, si bien la irrupción del género Homo y sus variedades es muy posterior. Homo habilis ya no solo lanza piedras, sino que comienza a tallar cantos para obtener bordes cortantes. Homo erectus mejora las habilidades cooperativas e inicia migraciones complejas. Y Homo sapiens, en torno a trescientos mil años de antigüedad, ha domado el fuego, puebla hasta los más inhóspitos rincones y acumula aprendizaje sin cesar. Puesto que su constitución no era la de un depredador, se vio impelido a prolongar su fuerza mediante herramientas que le permitieran cobrarse presas en movimiento y a distancia. Para lograrlo debió hacerse sumamente diestro en la coordinación de ojo, brazo y manos, afinando su puntería… y su ingenio.

Hacia el año del «gran despegue» —diez mil años de antigüedad— este ser ya solo es seminómada: los clanes de cazadores-recolectores merodean por zonas amplias de territorio pero limitan su radio de acción por varios motivos. El primero de ellos sería eminentemente práctico: al comprender los ritmos de la naturaleza, saben qué zonas son más propicias para obtener alimentos según las diferentes épocas del año. El segundo nos habla de un próximo sedentarismo, pues su refugio natural ya no es solo la cueva, sino asentamientos cercanos a cursos de agua formados por tiendas de campaña o chozas, las primeras portátiles, las segundas elaboradas para volver a ellas de forma estacional. El tercer motivo, muy sugestivo, es propio de su instinto animal: evitar colisiones innecesarias con otros grupos.

Aunque no se puede hablar en sentido estricto de una economía productiva, sí es fácil rastrear comunidades cada vez más desarrolladas caracterizadas por la administración de recursos, un incipiente urbanismo y cierta asignación de roles. Homo sapiens, gregario y territorial, ávido por satisfacer sus necesidades, aprende a ponerse máscaras: esta primera es básica pues lo convierte en Homo economicus. Pero hay más: aquellos humanos se adornan con conchas, crean tótems, fabrican instrumentos musicales, pintan cuevas rupestres en lo que con toda propiedad se puede llamar ya arte y practican enterramientos rituales. Han aprendido a añadir a la funcionalidad de los objetos una impronta de embellecimiento y a su conciencia de la muerte —tan importante en lo que tiene de sentido práctico para la planificación del futuro— una espiritualidad única en el reino animal. El mono desnudo, el homínido fabril, es también un Homo religiosus.


Volviendo a los paleoantropólogos, suelen prestar estos poca atención al origen del fenómeno bélico en el proceso evolutivo. Esta actitud puede deberse a una carencia de vestigios, mas también a una falta de interés, quizá, sobre el desarrollo posterior de la especialidad que hemos dado en denominar historia militar. La recíproca es igualmente válida: los especialistas de esta materia evitan en sus tratados adentrarse en las fases anteriores a la aparición de los primeros ejércitos de la Antigüedad. Ambas posturas son razonables pues rastrear en las luchas territoriales que practican todos los animales comportamientos parecidos a la guerra sería, sin duda, harto aventurado dada la complejidad que esta exige para su ejecución. La conjetura basada en el conocimiento posterior de los grandes hitos de la humanidad —privilegio que otorga la perspectiva histórica— es sin embargo tentadora.

En primer lugar: ¿por qué o para qué se lucha? La violencia no está en la naturaleza, sencillamente es intrínseca a ella. Darwin empleaba con asiduidad terminología bélica para explicar la competencia como motor de la evolución: batalla, supervivencia o resistencia, incluso expresiones tan gráficas como guerra de la Naturaleza o combate por la vida, aparecen en sus textos clásicos. En un planeta de recursos finitos, la pugna por el dominio de estos parece lógica; por otro lado, en el reino animal, donde la fuerza es un grado, los enfrentamientos por la jerarquía aparecen como necesarios mecanismos de regulación. En el conflicto fronterizo por el control de los más benignos parajes durante el Paleolítico los clanes de los homínidos debieron entrar en colisión.

Si la motivación parece evidente, la facultad que fueron desarrollando los diferentes homininos para fabricar instrumentos que potenciaran su fuerza se nos muestra como una realidad arqueológica. De los meros cantos rodados empleados para ser lanzados contra sus rivales, aumentando así la siempre peligrosa distancia del «cuerpo a cuerpo», han ido apareciendo en los yacimientos útiles francamente agresivos: el bifaz multiuso, puntas de flecha, hachas, propulsores de venablos para aprovechar el principio de palanca, etc. El palo, la lanza y la piedra serían así protoarmas de alcance corto, medio y largo respectivamente, y hay investigadores que aventuran que el humano que va a dar el salto hacia la historia ya dispone de maza y dagas rudimentarias, jabalinas, bumerán, hondas e incluso arcos simples. Si Homo habilis fue algo así como un «simio armado», Homo sapiens estaba pertrechado antes del nacimiento de las primeras civilizaciones de un arsenal que lo asemejaba claramente al ser bélico que será en el futuro.

A la necesidad motivadora unimos ahora, por tanto, una panoplia de armamento que sorprende por su mortífera variedad. Atacar a un mamut o un bisonte, ambos temibles en solitario, qué decir en manada, no solo exige una acción coordinada sino además una minuciosa preparación, un plan: oteo del terreno para su aprovechamiento, seguimiento de la presa, conocimiento de los medios propios, ante todo sentido de la oportunidad, cuándo presentar «batalla» para obtener la máxima ganancia al menor coste posible. Pero ¿no se ha caracterizado siempre la guerra por estudiar el entorno y al adversario? ¿No ha respondido toda conflagración al empleo de una técnica al servicio de una táctica? Planificar, emboscar y atacar están en la esencia del fenómeno guerrero. Es fácil imaginar que este acervo pudo ser utilizado no solo contra bestias, sino también contra los semejantes. Quizá se hiciera de la forma económica usual en la naturaleza, mostrando la fuerza sin recurrir a ella más que en caso necesario, ya que, lograda la sumisión, el derroche de energía es perjudicial para todos, vencedores y vencidos. Sabia lección que los descendientes de estos hombres primitivos irían olvidando.

El hombre no ha dudado nunca en utilizar los medios de destrucción más avanzados que la tecnología de cada momento le proporcionaba: no se retrocede (casi) nunca en el conocimiento adquirido, de forma que todo invento pasa a ser patrimonio común. ¿Cómo no imaginarlo empleando esas herramientas contra rivales asentados en parajes más tentadores? ¿Cómo no concebir, reconociéndonos en ellos, el nacimiento del odio ante el diferente? No son solo las armas ofensivas las que nos llevan a pensar tal, sino su reverso: los elementos defensivos. Si una lanza sirve tanto para cazar como para matar a un congénere, ciertas protecciones únicamente tienen sentido para evitar heridas en un hipotético «combate»: objetos que parecen escudos comparecen de forma inequívoca en las pinturas rupestres. No obstante, habrá que esperar al surgimiento de sociedades más complejas para hablar con propiedad de la aparición de la guerra como fenómeno organizado, fruto exclusivo de la mente humana. Pero todo —objetivos y planes, armamento, guerreros y «líderes»— ya estaba allí. Homo sapiens, ora economicus, ora religiosus, está a punto de ceñirse su máscara más siniestra para transformarse en Homo bellicus.


Los especialistas en Prehistoria, ese 99% de nuestra presencia temporal en el mundo, han descartado la «invención» de la agricultura en una fecha concreta y con una región difusora única en favor de tesis que abogan por una «llegada» paulatina al dominio de las técnicas que conformarían la primera y acaso más decisiva revolución de la humanidad. Es más, dichos expertos prefieren utilizar la expresión revolución del Neolítico como confluencia de tres fenómenos que se necesitaron mutuamente: la agricultura propiamente dicha, el urbanismo y la escritura.

De forma muy esquemática, y al menos para el decisivo territorio de la Media Luna Fértil, una secuencia aproximada de grandes hitos pudo ser esta: un clima más cálido y unas sociedades de cazadores y recolectores francamente desarrolladas favorecieron un aumento de la población, o la presión demográfica como factor determinante que aparecerá de forma recurrente en esta historia. Los primeros irían derivando en pastores, domesticando vacas, cerdos, cabras, etc., junto a un necesario «amigo», el perro (más adelante también el caballo, fundamental para la guerra). Los segundos, por su parte, herederos de un acervo conseguido por observación empírica durante milenios, han aprendido el ciclo de ciertos cultivos y ya no esperarán a que la naturaleza provea, sino que se adelantan a ella.

Los rebaños demandan granjas, abrevaderos y zonas de pasto; el trabajo en el campo, aperos de labranza, sistemas de irrigación y silos de almacenamiento. Las aldeas se convierten entonces en poblados con estructuras especializadas y cimientos de piedra, es decir, estables. Y los poblados crecen luego hasta transformarse en populosas urbes, con templos y edificios destinados a la administración de un concepto radicalmente nuevo, el excedente. Económicamente hablando, el excedente agrícola asienta de forma definitiva al hombre pero también lo empuja a un comercio basado primero en el trueque, pronto en la moneda. Legalmente, aparece la idea de propiedad (pública y privada) y, con ella, la división en clases sociales. Militarmente, Jericó alza las primeras murallas defensivas para salvaguarda de depósitos y personas en torno a 8000 a. C.: los almacenes son tentador botín de guerra, también la mano de obra, con la esclavitud como reverso tenebroso del crecimiento económico. Las reservas de alimentos permiten, por otro lado, aprovisionar ejércitos en campaña proyectados lejos de sus bases.

Los sucesos se aceleran: aparece la metalurgia —cobre, bronce, hierro—, potenciadora del hecho bélico, y comparecen la fabricación textil y la cerámica, aportando esta última un descubrimiento revolucionario. Fue en el torno de los alfareros donde surgió la rueda, cuya funcionalidad se trasladaría a la tracción de vehículos: carretas para las faenas del campo, carromatos para el transporte de mercancías y… carros de batalla. El intercambio de materias primas y productos manufacturados impulsa al hombre a aventurarse por caminos que habrá de desbrozar, también por ríos y mares. Administrar tanto adelanto exige contar, deslindar, establecer derechos y deberes. Nacen la numeración y la escritura: la transmisión de conocimientos dispondrá muy pronto de un soporte físico de almacenamiento, por lo que no nos ha de extrañar que los primeros documentos nos hablen de parcelas y reses; las epopeyas y las sagas, los textos sagrados, vendrán después. Mas hoy, en su conjunto, las tablillas cuneiformes babilónicas y los primeros jeroglíficos egipcios parecen lanzarnos un nítido mensaje: ¡Bienvenidos a la Historia!