El cerebro adicto

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El cerebro adicto
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Fernando Bergel

EL CEREBRO

ADICTO

LA ADICCIÓN COMO CAMINO


Bergel, Fernando

El cerebro adicto : la adicción como camino / Fernando Bergel. - 1a ed . - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Vértice de Ideas, 2020.

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: descarga

ISBN 978-987-47314-4-9

1. Adicciones. 2. Prevención de Adicciones. 3. Tratamiento Holístico. I. Título.

CDD 613.8

Diseño de interior y de cubierta: Julio Parissi

©2020, Fernando Bergel

Derechos de la edición en castellano

reservados para todo el mundo:

©2020, Ediciones Deldragón

edicionesdeldragon@gmail.com

www.deldragonediciones.com.ar

ISBN 978-987-47314-3-2

ISBN 978-987-47314-4-9 [e-book]

Queda hecho el depósito que prevé la ley 11.723

Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de la cubierta, puede ser reproducida, almacenada o trasmitida en manera alguna ni por ningún medio, ya sea eléctrico, químico, mecánico, óptico, de grabación o de fotocopia, sin permiso previo del editor.

Índice

1  Agradecimientos

2  Prólogo

3  Introducción

4  Ensayo filosófico sobre una sociedad adicta

5 Parte I. El cerebro adictoCapítulo 1 / La enfermedad de la adicciónEl camino hacia la adicciónCapítulo 2 / El cerebro adicto. ¿Qué es la adicción?Neurociencia y adicciónAdicciones tóxicas y no tóxicasEl impacto del estrés en el cerebro adictoOrígenes y causas del cerebro adictoLos neurotransmisoresUn código en la enfermedad de la adicciónCapítulo 3 / Un código en la enfermedad de la adicciónEl pensamiento webLas dos emociones básicas de la enfermedad de la adicciónMiedo: al ambiente emocionalResentimiento: recodificación constanteLas emociones naturalesMiedo y amorCapítulo 4 / Las drogas. Los efectos de las drogas en el cuerpoEstimulantesCocaínaÉxtasisAlucinógenos o drogas psicodélicasLSDHongosDepresoresMarihuanaHeroína / MorfinaLa historia de las drogasSituación geopolítica de las drogasCapítulo 4.1 / AlcoholismoEfectos nocivos del alcoholCapítulo 5 / Trastornos de alimentaciónLa sangre: ácido – alcalinoCerebro e intestinoEfectos nocivos de los alimentos manipuladosCapítulo 6 / La adicción a la tecnologíaLa mutación neurolingüística y neurocognitivaEfectos nocivos de la adicción a la tecnologíaCapítulo 7 / Ludopatía: adicción al juegoCapítulo 8 / La adicción al sexo y a las personasCapítulo 9 / Los campos morfogenéticosLa epigenéticaLa influencia del medio ambienteLa influencia de la masa crítica

6 Parte II. La adicción como caminoCapítulo 10 / La adicción como caminoCapítulo 11 / La humanidad y la adicciónCapítulo 12 / El metahombreCapítulo 13 / La recuperaciónTocar fondoPaso 1: La desintoxicaciónPaso 2: El cambioEl método AttunementCapítulo 14 /Las creenciasLos pensamientos-formaLos pensamientos-nube y los pensamientos-semillaLas imágenes como el principio de todoEl lóbulo frontalCapítulo 15 / El lente de la conscienciaLa consciencia no se manchaLa incorruptibilidad de la conscienciaPara formar parte del nuevo paradigmaCapítulo 16 / Las cuatro categorías de la higiene del gozoLa sangreEl hábitatLas relacionesLa menteLa mecánica y el patrón de cambioEl movimiento sostenido y continuoCapítulo 17 / No sigas lo que sientesLa técnicaCapítulo 18 / El corte del circuito del amor en las generaciones anterioresLo transgeneracionalLas constelaciones familiaresEl modelo transgeneracionalLos ocho postulados de BowenTriángulosLa diferenciación de autonomíaSistema emocional de la familia nuclearEl proceso de proyección familiarProceso de transmisión multigeneracionalCorte emocionalPosición entre hermanosProceso emocional en la sociedad

7  Bibliografía y fuentes

Agradecimientos

Quiero agradecer al equipo de Doce Casas, compuesto principalmente por Laura Méndez y Eugenia Cabrera, y también a María Vidal, quien digitalizó el borrador original. A mis padres y a mis hijos, a quienes les queda como legado el contenido de esta obra. Al equipo editorial integrado por Diego Mileo, Julio Parissi y Rodolfo González Arzac. También a mis pacientes y familiares que me dieron la materia prima para la investigación durante veinticinco años. Al movimiento de Recuperación de la Adicciones Doce Casas que, como dice el eslogan, «fundando vidas», donde se resuelve para tantos seres humanos el flagelo de la enfermedad de la adicción, llevándolos desde el barro a la flor en un proceso de transformación y remisión de la enfermedad, proporcionando esperanza a cientos de personas y dando testimonio de que sí se puede sanar.

Prólogo

A través del tiempo, observé que uno de los eslabones que faltaba en los pacientes y familiares de adictos era la información. Por esa razón, decidí hacer este libro que condensa lecturas, tanto en las áreas de la sociología como en la de la antropología, ya que la humanidad atraviesa desafíos desde el principio de los tiempos, pasando por la Edad Media, la Edad Moderna hasta la Posmodernidad, lo cual coloca al ser humano y a un cerebro adicto como resultante de un proceso social, una situación que en el siglo XXI está llegando a niveles de pandemia muy por encima de la pandemia del coronavirus, ya que las muertes por adicción al alcohol, a las drogas a través de disfunciones orgánicas, suicidios, accidentes, femicidios y demás provienen del abuso de sustancias y, en ese sentido, los gobiernos no toman ningún recaudo y la financiación para detenerlas es mínima. La alarma de la población frente a esto es nula, comiéndose generaciones enteras y, aunque el final no sea la muerte inminente, se transforma en millones de personas con el cerebro deteriorado. Las adicciones también suceden a través de las pantallas de los juegos electrónicos. En los niños se expande más que una pandemia ya que el 100 % de la población entre 3 y 20 años se expone frente a pantallas cuatro horas al día promedio. Por lo tanto, podemos afirmar que la pandemia del 2020 del COVID 19 está estadísticamente muy por debajo del promedio de la pandemia silenciosa de la enfermedad de la adicción.

El abordaje neurológico y psicológico, tanto del problema como de la solución, le da al texto un carácter alentador, ya que la solución es posible cuando la enfermedad es reconocida. Esto se puede concretar tanto desde la mirada de los programas de doce pasos, pasando por las terapéuticas utilizadas por las psicologías más dinámicas, como desde la diferenciación entre lo genético y lo epigenético, que tiene en cuenta las influencias del medio ambiente, tales como el grupo familiar, donde se da, como parte de la solución, la mirada de la biodecodificación, y de las constelaciones familiares de Bert Hellinger, entre otras.

Tomamos en cuenta —también como parte de la información vital y desde la investigación más rigurosa— el daño que produce cada una de las sustancias en el caso de la drogadicción y el alcoholismo, sin dejar afuera a las adicciones no tóxicas que destruyen el núcleo del individuo y que son tan devastadoras como las tóxicas. Esta mirada nos enseña que las sustancias no son las que causan adicción, sino que hay un cerebro adicto que utiliza las múltiples circunstancias para autodestruirse. De este modo, brindamos una información, no con la finalidad de hacer un tratado científico, sino para llevarle al lector —es decir, a las personas sin formación académica— una mirada completa de esta problemática en la que estamos todos incluidos.

Fernando Bergel

Introducción

Esta obra, en términos generales, puede interpretarse como un ensayo filosófico o ser leída para obtener contenidos de soportes técnicos sobre la adicción como enfermedad, centrándose en un cerebro adicto y en una sociedad construida por estos cerebros adictos.

Tomaremos en cuenta la diversidad de grupos de recuperación en todo el mundo —desde alcohólicos anónimos, narcóticos anónimos, jugadores anónimos y overeaters anónimos hasta fumadores y demás—. Por ejemplo, solo en los Estados Unidos aproximadamente 23 millones personas se hallan en recuperación con programas de doce pasos, mientras otros tantos miles se tratan dentro de diferentes marcos terapéuticos en los cuales se dan grandes procesos de transformación a nivel personal, algunos muy exitosos y otros no tanto.

 

Por este motivo, en esta obra sentí la necesidad de explicar que la adicción no está relacionada con los tóxicos, porque el alcohol no produce alcoholismo, las drogas no producen adicción y las tortas no producen trastornos de alimentación, sino que es el propio individuo, por una serie de factores, quien termina en respuestas emocionales que concluyen con la autodestrucción, utilizando las drogas, el alcohol, la comida o el juego como los medios para ese aniquilamiento.

Luego, tenemos al cerebro como el organizador de factores —que también estudiaremos con una mirada sencilla para poder comprender la complejidad de su funcionamiento—, ya que la neuroplasticidad y los factores epigenéticos, sus equilibrios y desequilibrios dinámicos, sus receptores nerviosos y sus funciones endócrinas, van a ser elementos clave a la hora de determinar la enfermedad de la adicción y, por ese motivo, tienen un rol preponderante, tanto en el cerebro adicto como en el cerebro en recuperación.

Todo esto ha generado un contexto de desarrollo en la historia de la humanidad que se remonta desde los imperios y las tiranías hasta la Edad Media y la Inquisición, pasando por la Modernidad, que comienza en el siglo V con la caída de Constantinopla y llega al tercer cuarto del siglo XX, donde se inicia la Posmodernidad que desata una serie de factores sociológicos y, por qué no, antropológicos, dándole al ser humano un carácter de individuo, lo que deviene en un contrato masivo con los tóxicos.

Esta última generación —es decir, nosotros, los contemporáneos— debe ver que el desafío madurativo, para evolucionar como especie y no extinguirnos, consiste en romper el contrato con los tóxicos. El libro echa una mirada a todo este modo humano que existe en forma de sombra, ya que, en palabras de Jung, «todo lo que se niega en el inconsciente se transforma en una situación en el destino». Y todo destino es el desafío evolutivo a resolver para completarnos como personas, como grupo o como especie.

Luego de más de veinte años de trabajo con adictos en todos los niveles, puedo afirmar que la adicción es una enfermedad de pérdida y que está relacionada con la imposibilidad de contener vida o progreso o responsabilidades o familias. Es como si la adicción fuera un colapso de onda en la consciencia humana que, desde el punto de vista transgeneracional, manifiesta un final del largo camino del desamor de la historia de la humanidad, donde el carácter adicto a la sociedad actual implica un acabose en las formas del desamor. En el fondo, esta conducta autodestructiva nos está diciendo que sin amor no hay más especie y, por lo tanto, si no resolvemos los carriles del amor —y los carriles de respuesta a esta expresión autodestructiva—, no hay sanación.

Este libro explica:

1 La enfermedad de la adicción.

2 El camino hacia la adicción (que es el proceso de una persona hacia la autodestrucción y el proceso mismo de la autodestrucción).

3 La adicción como camino (toda enfermedad es un factor que utiliza el universo para sanarnos).

4 Todos los síntomas que van desde el alcoholismo, la drogadicción, la ludopatía, los trastornos de la alimentación y la adicción a la tecnología como mecanismo autodestructivo, dándole más luz a tanta cantidad de personas en recuperación, a las que podemos llamar una nación en recuperación. En esto incluimos a familiares de adictos y a adictos que no han dado su primer paso en algún tratamiento para resolver el problema.

Estas páginas nos van a aclarar un factor de nuestra época que está metido en las entrañas de la vida cotidiana de una manera silenciosa y, a veces, imperceptible. Vamos a ponerle palabras y conceptos a los temas que van desde el uso de la televisión y los teléfonos celulares hasta los vínculos, como son las relaciones humanas institucionales, y las instituciones —grandes formadores de la opinión— que son, sin duda, la mano que dirige a una sociedad administrada por los tóxicos.

El objetivo es hacer consciente lo inconsciente, ponerle luz a lo que tenemos en sombra como sociedad, es decir, a aquello que responde a patrones autodestructivos adictos, de manera de poder cambiar nuestro destino y llegar a evolucionar como raza humana.

Ensayo filosófico sobre una sociedad adicta

El reemplazo de la razón por el deseo se produjo en el tercer cuarto del siglo XX. Luego de la salida del Modernismo, cuyo centro filosófico tenía como concepto al hombre, a la razón, a la palabra y a la política en un estado de innovación permanente basado en la construcción de un futuro mejor, llegó el Posmodernismo, que reemplaza al hombre por la persona, dándole un carácter diferente debido a que, en apariencia, el hombre y la persona son lo mismo. Sin embargo, adelantamos que no lo son.

El hombre en el Modernismo está universalizado, indiferenciado como individuo perteneciente a un grupo étnico, de una especie, sin singularidades propias. En cambio, la persona en el Posmodernismo es alguien totalmente diferenciado, con rostro, con un pensamiento propio y gustos separados del resto, que se diferencia de su grupo étnico y de su época, eligiendo cómo vestir, a qué cultura pertenecer, cómo pensar y hasta elegir cuál es su género, ya que el Posmodernismo transformó al hombre en una persona que incluye la posibilidad de autodefinirse como varón o mujer. Esto produce en la sociedad miles de opiniones diferentes que devienen en la idea de tolerancia. Todos debemos tolerar los pensamientos y las ideas de todos, y aceptar las diferencias. Esta idea, a su vez, linda con «no me importa nada lo que piensa o hace el otro», llevando a la sociedad cada vez más lejos de la empatía y reemplazando a la razón del Modernismo por el deseo, lo cual desemboca en esta sociedad adicta.

La sociedad adicta es un paso posterior a la sociedad Posmoderna, basada en el deseo absoluto de todo y por todo. Ello da lugar a la frase profética de Luca Prodan: 1 «¡No sé lo que quiero, pero lo quiero ya!». Todos se atropellan, tanto en los shoppings como en los medios electrónicos de compras, para adquirir los últimos productos que propone el mercado, sacando a la persona de su rol de persona y poniéndola meramente como consumidor. Somos consumidores, somos usuarios, estamos clasificados, numerados y ubicados en un segmento; estamos categorizados. Ya no pertenecemos a grupos ni a la cultura: pertenecemos a categorías. Somos los pobres, los ricos, los que usan Nike, los que toman cerveza, los veganos, los estéticos, los gays y sus subcategorías, a su vez discriminados entre sí; los neonazis, los que van a la playa en la primera quincena (obviamente, son diferentes de los que van a la playa en la segunda quincena); los que sacan fotos, y sus respectivas subcategorías: los que sacan fotos a los pájaros son muy diferentes de los que sacan fotos a caras o a paisajes o a animales exóticos. Todos estamos diferenciados, todos pertenecemos a tribus categorizadas por gustos que, en su naturaleza más primaria, son deseos. Y estos deseos son los que construyen las nuevas formas culturales.

Acá comienza un debate: ¿el mercado construye productos, estímulos y filosofías para satisfacer la demanda de estos grupos o los consumidores están siendo arrastrados, llevados de una manera que no percibimos, a un estado de deseo, necesidades y, finalmente, al moldeo de personalidades muy específicas basadas en estos deseos y tendencias que no poseía el hombre de la Modernidad ni el de la Posmodernidad? Hay una inteligencia, una ingeniería social que coloca como centro vital el dinero y detrás, todo lo que se adquiere o no se adquiere. Si tenés dinero, «sos» y pertenecés, y si no lo tenés se crea una subcategoría, «los sin dinero», «los sin tierra», «los sin nada», volviendo a categorías que segmentan y clasifican a las personas.

Después tenemos los grandes metarrelatos de esta sociedad adicta, que no hacen más que justificar su proceder e intereses como, por ejemplo, la comisión del Codex Alimentarius, organismo creado en 1961 por la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación, que justifica la famosa revolución verde de los años setenta y reemplaza los alimentos naturales por los transgénicos, los saborizantes y los suplementos químicos hasta el punto de llevar su discurso a argumentos tales como: «Imagínate si la mayonesa tuviera huevo de verdad, ¿cuántas gallinas deberíamos tener para obtener tantos huevos?». El punto es: ¿los hombres de la Tierra necesitan mayonesa? La respuesta es no.

Y en este «no» categórico podemos desmenuzar cada producto, cada tendencia que consume estos productos, que definen personalidades hechas por los productos y grupos subculturales de consumidores. Podemos pensar que la política, que se supone que es el moldeador de la sociedad, ya no la moldea y ha sido reemplazada por instituciones como la OMC, la ONU, la DEA, la CIA, el Banco de Pagos Internacionales, la OMI, etc.

De este modo, el consumidor es el adicto encubierto por una sociedad que propone el consumismo, normalizando la idea de consumo e incluyendo dentro de una categoría a las personas del «no consumo» bajo una palabra que se utiliza en la nueva y denominada sociedad de la inmediatez: «rara». La persona «rara» es aquella que no consume, que no entra en los cánones de la satisfacción del deseo a toda costa.

Retomando lo anterior, el hombre del Modernismo, devenido en persona en el Posmodernismo y llevado al rol del consumidor en el inmediatismo, transforma los valores sociales en valores del consumo, dándole —libre de todo— paso y lugar al consumo de drogas, alcohol, comida chatarra y de todo aquello que en realidad socava al hombre en sus bases fundamentales que definen al ser humano en lo que es, perdiéndose a sí mismo en esta suerte de sociedad de nuevos valores sobre lo tóxico.

Asimismo, es interesante el concepto del Modernismo del hombre prometeico. Este concepto se basa en una idea de sociedad donde todos los objetivos estaban puestos en el futuro, o sea, en mejorar el presente con la idea de un futuro mejor, a saber: renovado, mejorado y optimizado, conceptos fundamentales de la sociedad y la civilización individualizada.

Esta idea fue reemplazada en el Posmodernismo por el concepto del hombre dionisíaco, centrado en el hedonismo de la persona indiferenciada, tanto de su grupo de origen como de sus pares. Ello le dio carácter a la época (el carácter de posmodernidad), cambiando el paradigma del hombre por persona, basado en el deseo y la satisfacción de todo, pasando a un híper consumo y borrando los límites de las sociedades fundadas en la cultura.

En la actualidad, podríamos decir que tenemos al hombre híper dionisíaco, que va más allá del consumismo porque es un individuo, no ya producto de una sociedad, sino que es una entidad producto de un mercado, que deriva en una sociedad iconoclasta donde la imagen y la superficie es un valor. Y este valor establece categorías sociales, porque «pulir» la superficie es muy caro. Teniendo en cuenta que la superficie del hombre es la piel, aquí aparecen las corrientes del lifting, el peeling y el botox, llevando al individuo a sentirse completo y satisfecho si cumple estos objetivos de estar «pulido y brillante».

Es entonces que todo criterio de profundidad inocultable del ser humano, que siempre estuvo dado por la búsqueda de la espiritualidad o —como en los griegos— por la necesidad de filosofar en función de formularse preguntas para encontrar respuestas, fue reemplazado por las drogas que suplantan la necesidad de profundidad y llenan el vacío espiritual con productos bioquímicos.

Aparece en el inmediatismo esta nueva categoría: las drogas, las cuales generaron un impacto en la sociedad que no estaba previsto en la línea evolutiva del ser humano. Se podría comparar el fenómeno de las drogas con una guerra bacteriológica, que destruye de manera gradual a la especie no solo físicamente sino también en todos los valores, condiciones y tendencias de la evolución que llevó a un cerebro reptiliano antiguo y primitivo, luego a un cerebro mamífero en la época del Cromañón y Neandertal y, finalmente, en los últimos 200.000 años, al desarrollo de la neocorteza.

 

La neocorteza —que compartimos con los delfines y las ballenas— tiene en su constitución «arquitectónica» cosas tan maravillosas como el mecanismo del lenguaje y la lectura. Tenemos la posibilidad creativa de construir una civilización, comprender la abstracción del tiempo en el fenómeno perceptual del pasado, presente y futuro, la noción de espacio, las matemáticas y hasta el análisis de un universo multidimensional. Y lo logramos utilizando un porcentaje ínfimo, como es el 0,5 % de su capacidad, teniendo en cuenta que este súper cerebro tiene la posibilidad de procesar 400 millones de bytes y solamente usamos 2.000.

Ahora bien, si esta sociedad está creyendo que las drogas como la cocaína, la marihuana y el alcohol son necesarias para potenciar estos factores, estamos tomando un camino equivocado. En verdad, le estamos sacando potencia y capacidades de uso, porque todo estímulo artificial lleva al cerebro a sus funciones más primarias y regresivas: la neocorteza deja de funcionar, activándose el cerebro reptil y el mamífero con funciones primitivas y básicas como, por ejemplo, el deseo y la satisfacción del deseo, que es el sentido primordial del funcionamiento de estos cerebros, lo cual conduce al hombre a una sociedad neurológicamente primitiva y funcionalmente cibernética. Es decir, somos hombres de las cavernas con internet.

En la idea de la putrefacción, la acidificación, lo leudante de nuestros sistemas biológicos a través de los tóxicos, y en este terreno de estados biológicos, de lo irritante y de lo caldeado, nunca encontraremos componentes que faciliten lo creativo y lo evolutivo. Si se quiere lo elegante y lo bello, se requieren los factores opuestos. En efecto, así lo dice el punto de vista neurológico al referirse a la activación de los súper conductores, los súper neurotransmisores que logran una metacognición, conectando y articulando la comprensión del nuevo salto evolutivo para la humanidad. Construir biológicamente un terreno alcalino que, por ejemplo, active los receptores cannabinoides naturales que el cuerpo posee y los neurotransmisores cannabinoides que el cerebro tiene, como las anandamidas, en contrapartida a la propuesta de la oculta sociedad diseñada, aunque esta solo queda oculta a los ojos del hombre común que acepta las propuestas putrefactas y tóxicas en pos de una promesa de desarrollo de sus caracteres creativos, artísticos, ideológicos, filosóficos o técnicos, logrando, por el contrario, una disminución de los potenciales en el individuo.

En nuestra historia tenemos innumerables casos de genios que, por una razón o por otra, han caído en la locura o la autodestrucción, lo cual habla de la disminución de los potenciales. Si a estos mismos genios, el contexto y la propuesta del entorno les hubieran suprimido esas pulsiones autodestructivas, canalizando desde los suministros cualitativamente refinados a estos cerebros, el rendimiento habría estado muy por encima del que dieron. Comparándolo con un deportista de alto rendimiento, si en vez de darle proteína, minerales, oxígeno y descanso le damos cigarrillos, milanesas con papas, cerveza y cocaína, es muy probable que ni siquiera clasifique para una competición. Desde el punto de vista creativo no hay ninguna diferencia entre un maratonista y un pintor, entre un científico y un nadador. Todos debemos optimizar nuestras máquinas biológicas para destrabar las proteínas del ADN que se vuelven articulaciones sofisticadas a la hora de desplegar nuestra excelencia como seres, como individuos creativos, exaltando y mejorando de esta manera a todo el grupo humano.

Así, la propuesta de los tóxicos es un oscurecimiento evolutivo en pos del dominio y del control, como lo describe muy bien Foucault dentro de su obra acerca de «una sociedad disciplinaria», en la que las formas disciplinarias mutaron a las formas de la disciplina del deseo, donde los individuos en esta sociedad actual adquieren el factor disciplinario por voluntad propia, confundiendo el objeto del castigo por placer. Aquí es donde la sociedad Posmoderna se transforma en la sociedad de la Inmediatez, en la cual el individuo asume como parte de su vida el flagelo disciplinario que son las drogas, el alcohol, las pantallas, las redes sociales, la moda y la eliminación del tiempo de espera, dándole la característica de «todo ahora» y «todo ya», porque no pueden estar un segundo sin consumo o sin producir. Estos factores son la característica del siglo XXI y un rumbo al siglo XXII.

Si lo abordamos desde una mirada evolutiva basada en estos lineamientos, debemos decir que toda evolución requiere de tres aspectos fundamentales. En primer lugar, la economía, que lleva al individuo a excluir peso. Por ejemplo, en los animales vertebrados los huesos fueron perdiendo peso y ganado flexibilidad y resistencia como factor económico que la naturaleza impone en su búsqueda de perfección auto-organizada. En nuestra constitución humana, desde Cromañón hasta nuestros días, somos cada vez más livianos y sutiles, dándole al sistema estructural mayor fortaleza y excluyendo la idea de que lo pesado es lo fuerte. Segundo, la aerodinámica. Toda la evolución, en sus trazos geométricos, se define por la aerodinámica, ya que la propuesta del espacio, como factor que interactúa en la evolución, requiere que los cuerpos se formen a través del principio de la aerodinámica. Y el tercer aspecto es un contrato de características interdependientes como, por ejemplo, las plantas que transforman la luz del sol en oxígeno a través de la fotosíntesis. Esa luz entra en nosotros y en los animales, y ese círculo virtuoso de acciones interdependientes construye un ecosistema, donde el equilibrio de lo ácido y lo alcalino mantienen el proceso evolutivo.

Las drogas, como categorías, están destruyendo la corona de la creación que es la neocorteza, llevando al cerebro a un estado retrogradado, es decir, a un nivel reptiloide que solamente tiene la función del deseo y de la satisfacción del deseo, cortando la relación entre las acciones y sus consecuencias, una función que en el ser humano, desde el punto de vista sociológico, fue la que armó estas grandes civilizaciones. Esta función tuvo unos cinco mil años de evolución, dando como resultado a civilizaciones que se convirtieron en súper civilizaciones, transformándonos hoy en meta civilizaciones tecnológicas, donde aparecen las drogas como una categoría moderna y su uso como fenómeno emergente actual que, al parecer, ni la sociología ni la filosofía están tomando en cuenta como un moldeador social.

En su esencia, están construyendo las bases de la sociedad del inmediatismo, metiendo al ser humano en un embudo que llamaremos la sociedad zombi. Esta sociedad zombi excluye todo marco filosófico, por no hablar del marco espiritual, moral, ético, político e ideológico, lo que lleva a los marcos sociales a producir y consumir o construir y destruir. Esto da lugar a un mundo robotizado de zombis.

El nuevo hombre-zombi, que prácticamente cumple funciones mecánicas y automáticas en sus horas productivas, queda hipnotizado por las drogas, las pantallas, las series y los viajes turísticos, donde una infinidad de personas van en tránsito de un lugar a otro haciendo «nada». Consumiendo y destruyendo sin ningún contenido en los fines de sus viajes, ya que este turista del inmediatismo va de un aquí a otro aquí sin tener un espacio de tiempo madurativo que incluía, en otras épocas, el viaje del peregrino, en el que cada peregrinación y cada movimiento iba de un aquí a un allá volviendo a su movimiento original con las riquezas de las experiencias vividas en el fuero de su alma, de sus emociones y vivencias, enriqueciendo a su grupo de origen con relatos o cuentos de fogones que coloreaban y llenaban de misterio la búsqueda de la vida a través del peregrino. Hoy en día este turista, viaja y saca fotos de edificios, de jarrones o selfies con fondos vacíos carentes de contenido y sentido.

Dentro de este pensamiento, el espacio de ocio de la filosofía aristotélica queda aniquilado completamente, como también el espacio meditativo oriental del zen y todo lo que remite a una introspección, basados en que son momentos sin producción ni recreación, algo que se percibe como un tiempo negativo, aburrido y descartable. Así, vemos a esta gente en tránsito por el mundo entero con mochilas, valijas y productos adquiridos en otras regiones que solamente cumplen la función de tapar el vacío generado por la sociedad zombi.

Desde otro punto de vista, y haciendo un giro narrativo, debemos incluir la figura del gestor. Este es el gestor invisible, sin rostro e indetectable, que propone las bases de una sociedad zombi. Esta sociedad no es un emergente del hombre, no es un subproducto cultural sino que es, sin lugar a duda, una propuesta administrada que, finalmente, va a quedarse sin adeptos, porque si en un futuro toda la sociedad es zombi, nadie tendrá deseos de producir ni de reproducirse, porque el zombi es un pasatiempista, no construye.

El pasatiempismo, como fenómeno actual que arma las bases fundamentales de la sociedad de la Inmediatez, es influenciado a su vez, en gran medida, por las drogas, ya que ese es uno de los hábitos centrales del pasatiempista, más si son las llamadas drogas blandas, como el alcohol y la marihuana. La eliminación de las drogas duras como la morfina, la heroína y el LSD de los años setenta, y la promoción de las drogas blandas —como decíamos, el alcohol, la marihuana y el éxtasis— son la base de esta nueva sociedad pasatiempista. En Europa se los llaman mileuristas. El mileurista es un ejemplo claro de la sociedad zombi en las sociedades europeas, sin mucho que hacer, cumpliendo trabajos mecánicos, modestos y sin responsabilidades, llevando su tiempo de ocio a fumarse un porro y tomar cerveza o cualquier trago en las calles de Madrid, Londres o París. Actividades que comienzan a las cuatro de la tarde, lavando cerebros casi por completo, sacándole toda visión de futuro y progreso de las entrañas evolutivas del instinto humano, planchando su visión de futuro, relacionándose con otros a través de las vías electrónicas o de las redes sociales, dejando su cuerpo estático en un sillón, en una cama o en un bar. Este ejemplo del joven europeo del siglo XXI es un modelo a seguir en las clases medias occidentales y ahora también orientales. En el mejor de los casos, en la sociedad zombi tenemos jóvenes preparados en alguna actividad técnica que es volcada en funciones mecánicas y robotizadas con el simple objeto de cobrar un pequeño sueldo para poder viajar, comprarse un nuevo dispositivo electrónico o un par de zapatillas Nike. Por esta razón, toda su estructura se sostiene en las generaciones anteriores, que son plataformas sólidas construidas por sus padres con reales bases económicas.