Vida activa, ejercicio y salud

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© Fernando Rodríguez R., Norman Mac Millan K., Luis Espinoza O.

Registro de Propiedad Intelectual Nº 307.160

ISBN Edición Impresa: 978-956-17-0840-2

ISBN Edición Digital: 978-956-17-0900-3

Derechos Reservados

Ediciones Universitarias de Valparaíso

Pontificia Universidad Católica de Valparaíso

Calle Doce de Febrero 21, Valparaíso

Mail: euvsa@pucv.cl

www.euv.cl

Diseño: Paulina Segura P.

Corrección de pruebas: Osvaldo Oliva P.

ÍNDICE

PRÓLOGO

CAPÍTULO 1 · AUTOCUIDADO Y VIDA SALUDABLE

CAPÍTULO 2 · SITUACIÓN DE SALUD E INACTIVIDAD FÍSICA

CAPÍTULO 3 · ANTES DE COMENZAR UN PROGRAMA DE ACTIVIDAD FÍSICA

CAPÍTULO 4 · ACTIVIDAD FÍSICA PARA LA SALUD

CAPÍTULO 5 · NUTRICIÓN SALUDABLE

ANEXOS

PRÓLOGO

La actividad física, tiene una serie de efectos sobre la salud, entendiendo esta bajo el concepto amplio de bienestar físico, mental y social. No obstante, las recomendaciones de actividad física que tienen reales efectos positivos sobre la prevención y tratamiento de algunas enfermedades, no se cumplen en Chile, ni en la mayoría de los países de Latinoamérica.

Si bien una de las principales razones que las personas manifiestan para no realizar actividad física es la falta de tiempo, existen muchos casos en los que la realizan personas altamente ocupadas, que cumplen cargos de responsabilidad o madres que trabajan y hacen espacios para la práctica física. Entonces, ¿cuál es la diferencia entre las personas practicantes y no practicantes? La verdad es que existen múltiples respuestas, entre las que se destacan el nivel socioeconómico, el ambiente social, el nivel de educación integral, la infraestructura disponible, el acceso al conocimiento, entre otras variables heredadas o menos modificables. Pero también las variables personales juegan un rol clave en la incorporación de la practica física en el estilo o rutina de vida. Entre estas variables están la motivación personal, la necesidad de autosuperación personal, la necesidad de un cambio y la autoestima, variables psicosociales que son las que impulsan a las personas a iniciar un cambio en sus vidas y que, en este caso, deciden que la actividad física debe ser parte importante de su vida, especialmente cuando pueden vivenciar personalmente los beneficios de practicarla.

Es importante que las personas comprendan que los beneficios de la actividad física siempre superarán a los riesgos y que actividad física no es sinónimo de ejercicio físico estructurado con un entrenador y en un espacio cerrado como un gimnasio. Actividad física es mucho más que eso, es un concepto amplio que implica moverse constantemente y no sólo por 30 o 45 min continuos cuando realizo una rutina de ejercicio. Por ejemplo, un cartero que trabaja caminando o en bicicleta, tiene un nivel de actividad física más alto que una persona que entrena en un gimnasio 3 veces por semana y que piensa que con eso es suficiente y puede estar sentado trabajando el resto del día sin riesgo. Lamentablemente, los beneficios del ejercicio pueden ser opacados por el tiempo sedentario del día, el cual es un factor de riesgo independiente al ejercicio realizado. En el mismo sentido, muchos trabajadores, como los jardineros, personal de aseo, reponedores de supermercado, repartidores delivery en bicicleta, trabajadores de construcción, entre muchos otros, tienen más beneficios a la salud, no sólo por la intensidad de la actividad realizada, sino por la reducción de su tiempo sedentario.

Por lo tanto, uno de los caminos seguros para conseguir beneficios y mantener una vida activa, se basa en incorporar (además de una rutina de ejercicio), una serie de acciones simples que disminuyan el tiempo sedentario, como por ejemplo, desplazarse caminando o en bicicleta al trabajo o lugar de estudio, evitar los ascensores y escaleras mecánicas y poner a trabajar “las piernas”, hacer pausas durante la jornada laboral, alternar trabajo sentado y de pie, etc.

Sabiendo que la actividad física es el factor protector de la salud integral más potente que existe y con basta evidencia científica, sólo falta que leas este libro y pongas tu cuerpo en movimiento.


CAPITULO I

AUTOCUIDADO Y VIDA SALUDABLE

LUIS ESPINOZA OTEÍZA

1. MOTRICIDAD Y BIENESTAR

Todos los seres humanos sin distinción, tenemos un potencial corporal que, en el día a día, se manifiesta en interacción con los demás, con el medio ambiente y en general con el mundo que le rodea. Nuestra corporalidad, conjuga en un paradigma biopsicosocial toda la riqueza del modelo unicista de hombre. La persona siente, piensa y actúa en unidad, esta característica esencial, de integralidad corpórea, expresada en lo que denominamos motricidad, es la que nos hace únicos, irrepetibles y esencialmente humanos.


Figura 1. Espinoza, L. (2015). Esquema comprensivo de la motricidad humana. Curso: Manifestaciones motrices alternativas.

Pero esta misma integralidad, es la que nos demanda a ser cada vez más conscientes en el cuidado de sí mismo y ciertamente de nuestras acciones motrices a partir de las cuales trascendemos como personas, nos hacemos visibles, nos expresamos, producimos energía y nos comunicamos. De su cuidado depende nuestra racionalidad, nuestros sentimientos y nuestras acciones motrices; en definitiva, nuestra corporalidad condiciona un aspecto importante de la calidad de vida y el bienestar que nos concedemos.

Como se observa en la Figura 2, en el primer peldaño del bienestar humano, se conjuga el encuentro del ejercicio libre, puro y espontáneo de la motricidad con su entorno. El niño vive y experimenta el potencial de su corporalidad, lo cual lo va dotando del conocimiento de sí mismo, de sus fortalezas y capacidades, de manera instintiva se fija desafíos y metas. En la medida de sus logros va afianzando el autoconocimiento, generando confianza en su potencial corporal y paulatinamente valorándose como individuo único e irrepetible en la construcción de su personalidad.

Es pues, el ejercicio de la motricidad quien le aporta gran significancia a la construcción del conocimiento propio y del mundo que le rodea. Sus aprendizajes se ven afianzados con las prácticas corporales y ciertamente aumenta progresivamente el dominio del conocimiento en las distintas áreas del saber, lo que llamamos aprendizaje integrado, e inclusive educación integral.


Figura 2. Escala de logro de los hábitos de vida saludable (Elaboración propia).

Percibirse capaz, es sentirse confiado y libre, con independencia para avanzar en la construcción del propio destino. Se sabe y distintos estudios lo sostienen, que, el conocimiento de sí mismo o también denominado autoconcepto en psicología, es vital en la cimentación de la autoconfianza y la autoestima. Se ha demostrado que estas variables correlacionan positivamente con conductas saludables, tales como la práctica deportiva, (Pastor; Balaguer y García-Merita 2006; Espinoza et. al., 2007); con la calidad de vida y el bienestar personal (García y Froment, 2018); e inclusive se ha estudiado su relación con la decisión vocacional al final de la adolescencia (Castro, 2015), con lo cual se demuestra la importancia de favorecer y estimular la autoestima positiva en nuestros niños de modo de protegerlos frente a las desafíos y exigencias que nos impone la vida en sociedad. En consecuencia, poner en ejercicio sistemático nuestras capacidades motrices, es ir asegurando el presente con mayor bienestar personal, confianza y felicidad.

En cambio, las personas y especialmente los jóvenes con baja autoestima, se vinculan persistentemente con los comportamientos de riesgo. Entre ellos, las conductas agresoras (Estévez et al., 2006), el consumo de alcohol (Aguirre et al., 2010), la baja resiliencia, (Ulloque-Caamaño et al. 2015); y la preocupante percepción por las ideas suicidas (Ceballos-Ospino et al., 2015).

Una acción motriz es un producto objetivo y observable. Es la resultante de la interacción, condicionada, solidaria y subsidiaria de cada una de las dimensiones del ser humano. En palabras de Toro (2003), “la motricidad es la energía expresada para la acción de superación” o también podemos decir, de trascendencia del ser humano. En otras palabras, nuestro potencial corporal genera energía expresada en la acción motriz. Al mismo tiempo es un círculo recíprocamente virtuoso, la calidad de su producto, es la fuente que estimula la interacción pluridimensional de las dimensiones que integran al hombre.

 

Figura 3. Estudiantes de curso autocuidado y vida saludable.


Figura 4. Estudiante de curso motricidad y actividades acuáticas en la naturaleza.

En consecuencia, el cuidado de sí mismo o autocuidado del cuerpo vívido, animado y en relación con los demás, responden esencialmente al principio de respecto por la vida y por la búsqueda persistente de la naturaleza humana por trascender en ella. Al respecto, filósofos como Zubiri (1974), nos advierten que no tenemos un cuerpo, porque “Somos un Cuerpo”. En consecuencia, su cuidado es total e integral, para hoy, mañana y siempre.

El bienestar humano está asociado entonces con la motricidad. Ya está dicho, que nuestras expresiones motrices corresponden a la interacción subsidiaria de cada una de las dimensiones del ser humano. En consecuencia, la calidad de nuestras acciones motrices, redundarán significativamente en la mejora de cada una de las dimensiones que integran nuestra personalidad, digamos sólo con una finalidad didáctica, las dimensiones cognitiva, física y emocional de la persona, en suma, lo que entendemos por dimensión corporal.


Figura 5. Texto extraído de “La Formación Integral y sus Dimensiones: Texto Didáctico”. Equipo de ACODESI (2003). Bogotá, Colombia: Editorial Kimpres Ltda.

Si de la calidad de nuestras acciones motrices depende nuestra salud y en consecuencia, nuestro bienestar, entonces debemos procurar darle oportunidad a la motricidad. No movernos, evitar movernos, o reducir significativamente la capacidad de movernos, atenta con una cuestión que es consustancial a la naturaleza humana, el movimiento. El movimiento a su vez, es el vehículo a través del cual nuestra corporalidad se manifiesta en la motricidad.


Figura 6. Pirámide de actividad física según frecuencia de realización

Dar oportunidad a la motricidad en el día a día, debe hacernos comprender y tomar conciencia que es tan vital e importante para nuestras vidas como alimentarnos diariamente. Pero, así como no basta con alimentarnos para saciar nuestro apetito, sino que debemos balancear nutritivamente los aportes energéticos; en el caso de la motricidad, no basta sólo con movernos, sino que la acción motriz debe expresar un sentido, ejecutada con un propósito, una intencionalidad, la búsqueda de la trascendencia con significado.

De cualquier forma, movernos siempre será preferible, más apropiado y más saludable que no hacerlo cuando tenemos ocasión para ello. Una manera de darle oportunidad a la motricidad, es darle oportunidad al movimiento, al ejercicio. Por ejemplo, sólo con caminar y subir las escaleras, es una oportunidad para mejorar tu calidad de vida. Tu corporalidad se enriquece y podrás experimentar o apreciarlo en cada una de las dimensiones humanas, piensas mejor, te sientes mejor y actúas en consecuencia.

El ejercicio pone en marcha una serie de procesos fisiológicos entre los cuales se incluyen un aumento de la irrigación sanguínea y del oxígeno a nivel capilar, el cual se transporta por todo el cuerpo aumentando también la concentración de oxígeno a nivel cerebral, lo cual contribuye con los estados de memoria, asertividad y razonamiento lógico, en definitiva “piensas mejor”.


Figura 7. Efectos positivos de caminar 30 min/día.

Del mismo modo, el ejercicio contribuye a la secreción de hormonas, tales como la serotonina la cual influye de manera directa en la mejora de los estados de ánimo, “te sientes mejor”, así como también el ejercicio de cierta intensidad produce endorfinas, las cuales se relacionan con los estados de felicidad. Cuando estás feliz, “actúas mejor”.

No obstante, lo anterior, la literatura especializada, así como los medios de comunicación masiva, nos informan y advierten que las personas son sensibles a otros significativos, los que se interponen a los factores protectores de la salud tales como la práctica de la actividad física y los determinantes nutricionales entre otras variables. El mundo sufre permanentes cambios: las trasformaciones culturales producto de la globalización; las influencias tecnológicas y comunicación instantánea de cada rincón del planeta; la radicalización de las fuerzas ideológicas; el cambio climático y otras distintas variables no controlables por las personas en su individualidad, les afectan de manera directa en su personalidad y son sensibles a los estados depresivos y de estrés, que muchas veces compensan con respuestas que van en el sentido opuesto a la salud. Entre ellos, la inactividad física, el sedentarismo, la malnutrición entre otros factores asociados.

La motricidad y el bienestar de las personas, las familias y las comunidades, están estrechamente asociados, como lo seguiremos viendo en este libro. Es una realidad, que el ejercicio de la motricidad de manera sistemática y permanente, contribuye en los estados preventivos de salud. No hay nada más barato que invertir en salud a través del ejercicio de la motricidad. La medicina lo ha comprendido tarde, pero lo ha comprendido finalmente. Hoy, cientos de médicos se están actualizando y capacitando en la prescripción del ejercicio, tanto como fuente profiláctica, como también para la recuperación de sintomatología patológica.

2. AUTOCUIDADO, AUTOCONCEPTO, AUTOESTIMA, LAS TRES A DE LA VIDA SALUDABLE.

Disponer de una vida saludable, es un objetivo prioritario en nuestras vidas y en la vida de las familias y de las comunidades. No obstante, distintos estudios realizados también en diferentes contextos, nos advierten que la población se encuentra con alarmantes niveles de vulnerabilidad frente a su estado de salud. Pareciera ser que las personas no son conscientes de los factores de riesgo, o no disponen de información respecto a los determinantes que favorecen la buena salud.


Figura 8. Ecosistema para el éxito en la implementación de un estilo saludable.

Una buena condición de nuestro estado de salud personal, no sólo tiene que ver con la preocupación y responsabilidades que nos son propias, sino que cada uno de nosotros tiene una responsabilidad con sus familias, con su entorno inmediato y con su comunidad. Una persona saludable, dispone de mayores grados de libertad para elegir. Puede ocuparse de los suyos, aportar y producir para sí mismo, como también para su organización. Ciertamente con mayores niveles de eficiencia, complejidad y trascendencia. La salud entonces, no es sólo un derecho propio, sino que una responsabilidad con los demás.

3. VIDA SALUDABLE

La Organización Mundial de la Salud (OMS), define el concepto de salud como un “estado de completo bienestar físico, mental y social, y no solamente la ausencia de afecciones o enfermedades”. Este concepto asociado a la vida, involucra que dicho estado se aplica al ser humano en todas las etapas de su ciclo vital, es decir, desde la gestación, el nacimiento y el desarrollo, finalizando dicho estado y proceso sólo con la muerte.

El concepto de “Vida Saludable” en cambio, integra un componente de racionalidad sobre la propia salud. Es decir, para disponer de una vida saludable, se requiere primeramente del desarrollo del intelecto para comprender los procesos que intervienen en los determinantes de la salud y luego de la voluntad de la persona por comprometerse con el cuidado de sí mismo. En consecuencia, se puede tener una vida saludable sólo cuando se es autónomo, se tiene comprensión del fenómeno y se es responsable respecto a los propios actos.

El concepto de vida saludable, requiere entonces del autocuidado y ser conscientes de ello. Los niños en consecuencia podrán tener un buen estado de salud, garantizados por el cuidado de sus padres, pero autónomamente no podemos hacerlos responsables del autocuidado y por llevar sobre sus hombros el compromiso por una vida saludable. Lo mismo ocurre con los ancianos y con las personas con discapacidad mental.

La vida saludable implica entonces, un conjunto de comportamientos y actitudes que le permiten a la persona controlar su estado de salud y disfrutar de un completo bienestar en todas las dimensiones del ser humano en interacción armónica con su medio ambiente, mejorando su calidad y ampliando su esperanza de vida.

Algunos comportamientos o actitudes que se identifican con una vida saludable son:

 Llevar una vida activa, hacer ejercicio de manera sistemática y comprometida.

 Controlar los factores de riesgo social como el tabaquismo, el consumo de alcohol y otras sustancias o comportamientos que pueden ser nocivos.

 Alimentarse equilibradamente, evitando los trastornos asociados a una mal nutrición.

 Brindar y recibir afecto asociativo, procurando la integración social y familiar.

 Proyectarse y emprender iniciativas personales o asociativas.

 Cuidar y proteger el medio ambiente.

4. AUTOCUIDADO

En una visión académica, el autocuidado se entiende referenciado a sí mismo, comprendiendo que la responsabilidad de proporcionarse una vida saludable es un compromiso que asume cada persona y cada individuo a partir de su formación durante toda la vida. (Escobar et al., 2011).

Por otra parte, Uribe (1999), señala que el concepto es una construcción histórica, que al menos deriva de la cultura griega con el auge del estoicismo y con lo que los griegos de la época llamaban “El Cultivo de Sí”. Valoraban la importancia de la preocupación del individuo consigo mismo, pero en una cosmovisión integral, porque enfatizaban la necesidad de cuidar “no sólo el cuerpo, sino que también el alma”. El principio que subyacía del “Cultivo de Sí”, era el cuidado y el respeto consigo mismo, por cuanto esta condición hacía a los ciudadanos sujetos responsables de sus propios actos. Para Epicteto, (50 - 125 d.C.) esclavo y libertado por los romanos, quien fuera uno de los principales representantes de los Estoicos, este principio dominaba el arte de la existencia y hacía la diferencia con los otros seres vivos del universo. El creía firmemente en la necesidad de ejercitarse para refinar gradualmente el carácter y el comportamiento personal.

En la cultura judeo-romana, con el énfasis manifiesto en el fomento de la castidad, la preocupación por el cuidado de sí mismo pasa de una concepción centrada en el cuerpo, a una centrada en la espiritualidad, con lo cual paulatinamente el cuidado de lo corporal deja paso a la protección de los aspectos más divinos.

Hoy en día los avances tecnológicos y las evidencias reportadas en investigación, permiten diferenciar los aportes de la medicina con los avances sociales en materia de salud. Por una parte, la medicina ha profundizado el concepto anglosajón “cure”, referido a los cuidados de curación, también denominados terapéuticos, de todos aquellos agentes patógenos que obstaculizan la vida.

Por su parte, la sociedad dispone de mayor información y acceso a la educación, en tal sentido, se ha ido generando en las personas y comunidades un movimiento centrado en el concepto anglosajón “care”, referido a las funciones de mantenimiento y continuidad de la esperanza de vida de las personas. En esta concepción de cuidado, hoy en día se reconocen los conceptos de Autocuidado, Estilo de Vida y Hábitos de Vida saludable.


Figura 9. Representación de un acto preventivo y otro curativo.

Esta última concepción, hace referencia a los cuidados que forman parte de nuestra costumbre, podríamos decir buenas costumbres y buenas prácticas. Se enmarca entonces en el paradigma biopsicosocial, por cuanto implica una concepción integral de los factores que intervienen en los hábitos de vida que vamos cultivando en un sentido de mejora permanente, armonizando en equilibrio las necesidades personales con las de índole social.

 

En ese sentido, el concepto de autocuidado al ser de naturaleza biopsicosocial, no puede confundirse con el de autoprotección. Este último, corrientemente usado en el mundo empresarial, tiene su acento en evitar, de manera individual y protegida, el riesgo que implican determinadas circunstancias laborales, las que pueden afectar directamente al trabajador.

En cambio:

 Cuando hablamos de AUTOCUIDADO, nos estamos refiriendo a un conjunto de decisiones y prácticas adoptadas por la persona para ejercer un mayor control sobre su salud.

 El segundo mecanismo es la ayuda mutua, o esfuerzos que hacen las personas para corregir sus problemas de salud, colaborando unas con otras, prestándose apoyo emocional, compartiendo ideas, información y experiencias.

 El tercer aspecto comprende la creación de entornos sanos, que implica modificar los entornos sociales, económicos y físicos de tal forma que ayuden a conservar la salud.

Del mismo modo, la aplicación del concepto en las personas o en las organizaciones, implica tomar en cuenta los siguientes principios:

 Es un proceso voluntario, que permite a las personas convertirse en sujeto de sus propias acciones.

 Debe ser una filosofía de vida y una responsabilidad individual, contando con el apoyo del sistema social y de salud.

 Es una práctica social que implica cierto grado de conocimiento, que da lugar a intercambio y relaciones interindividuales.

En resumen, el concepto de autocuidado, implica tanto los aspectos de preocupación personal, como también los de naturaleza social. La ayuda mutua, la formación de redes y todo lo que implique asociatividad entre los sujetos, con el propósito de incorporar en sí mismos los Hábitos de Vida Saludable, los cuales forman parte del autocuidado.

5. Autoconcepto

El autoconcepto es un constructo que se define como las percepciones que tiene el individuo sobre Sí Mismo, las que se forman a través de la experiencia y de la interpretación de su entorno (Shavelson et al., 1976). Actualmente es ampliamente aceptada y reconocida su naturaleza multidimensional (Videra-García et al., 2013), en donde la dimensión física (Figura 10) a juicio de varios autores, sería la más relevante en la configuración del autoconcepto general (Fernández et al., 2010b). Al respecto, Gimeno (1976), lo definió como la imagen que el sujeto tiene de Sí Mismo, Arancibia et al., (1990), planteaban que al hablar de autoconcepto se estaban refiriendo al conjunto particular de ideas o creencias que una persona tiene de ella misma en un momento dado de tiempo. Todas son definiciones vigentes y sintetizan la acepción que se dispone en la literatura especializada respecto al autoconcepto desde una mirada global.

El tema y su implicación en el proceso de desarrollo del joven, según los autores citados, es vital en el pensamiento psicológico moderno, particularmente por la serie de repercusiones que el autoconcepto tiene en la vida real y en las distintas dimensiones de la conducta personal.


Figura 10. Modelo jerárquico de Shavelson et al. (1976).

Gran parte del desarrollo psicológico del joven se produce en su paso por la escuela, donde por cierto el factor educación reviste una particular connotación por las transformaciones, que por motivos educativos y de aprendizaje, el docente ejerce sobre sus estudiantes.

Rosenberg (1979), al referirse al significado e importancia que el autoconcepto tiene en los individuos señalaba que la imagen de Sí, es central en la vida subjetiva del individuo dado que es determinante de sus pensamientos sentimientos y conducta. También señalaba que la persona durante el proceso de interacción con su ambiente social no sólo adquiere características como consecuencia de los roles que desempeña; comienza a experimentar un sentimiento de Sí Mismo, empieza a percatarse que los otros reaccionan hacia él, y en consecuencia reacciona frente a sus propias acciones y cualidades personales de la misma manera en que se espera que los otros lo hagan. Esta capacidad emergente para asumir el punto de vista de los otros y para considerarse a Sí Mismo como un objeto, da origen a opiniones y actitudes sobre uno mismo; en síntesis, a un concepto del Sí Mismo.

Tales aseveraciones, no sólo hacen referencia a la trascendencia del concepto de Sí Mismo, sino que también explica que su origen tiene un fuerte componente social.

Si a lo anterior le adicionamos que en el autoconcepto influye decididamente el conocimiento que tenemos de nosotros mismos, la toma de conciencia de nuestra corporalidad, con sus determinadas particularidades y distinciones de los otros, y sobre todo por las fortalezas y debilidades que nos distinguen de nuestros semejantes, podemos observar que tanto el componente social y el corporal son dos de los factores que tienen una gran presencia en el juego, el deporte y por tanto en los medios que utiliza la Educación Física en el proceso formativo. Podemos señalar por tanto, hipotéticamente, que las prácticas corporales o como lo hemos señalado “el ejercicio de la motricidad” en las clases de Educación Física, produciría efectos sobre el autoconcepto en los estudiantes, razón para que los docentes adopten estrategias pedagógicas que favorezcan su desarrollo.

En este sentido, los estudios en psicología, evidencian que el autoconcepto de los alumnos tiene una importancia decisiva en la educación y dado que este es un factor de personalidad y por ende afecta la relación con los demás, plantean que sólo esto es de suficiente peso como para que los educadores y las instituciones escolares presten la atención debida a esta faceta de la personalidad; más aún teniendo en cuenta que es un producto de la educación. Todo lo señalado sin mencionar la relación de esta variable sobre el rendimiento académico, cuestión que importa mucho y posiblemente demasiado en el mundo escolar. En este aspecto Villarroel, (2001) ya había confirmado su hipótesis de que el rendimiento escolar estaba conectado con el autoconcepto de los estudiantes.

En consecuencia, no solamente debemos considerar el autoconcepto del joven porque puede darnos explicación de su conducta, es que, además en nuestra relación con él se está formando y retocando ese mismo autoconcepto. Por otra parte, frente a lo mismo, autores como Martínez (2003), sostienen que se ha demostrado que los educadores con alta autoestima forman alumnos con mucha confianza en sí mismos.

Lo ya expresado nos advierte de la necesidad que los profesores presten atención a la interacción producida entre los alumnos y a la que estos mantienen con el profesor, tanto durante su permanencia en las aulas así como también fuera de ellas.

Concluyendo, se puede indentificar que el autoconcepto es un constructo multidimensional, complejo, sujeto a diversas interpretaciones, pero muy relevante en educación. Al respecto, teniendo en consideración diversos estudios, podemos señalar que el autoconcepto es:

 Multidimensional. Las distintas dimensiones: académica/laboral, social, emocional y física, por una parte tienen importancia específica y por otra contribuyen a generar la globalidad. En este sentido, la familia, el colegio y la aceptación de sí mismo, entre otros significados, también cumplen un rol en el desarrollo del autoconcepto global.

 Estructurado. El autoconcepto está organizado por la persona en función de las experiencias y circunstancias vividas. Éstas vivencias se reducen en categorías más simples y están influidas por el entorno sociocultural.

 Jerarquizado. Las vivencias sociales y experiencias de vida personal, se instalan en la base de la estructura del autoconcepto general, los niveles superiores se van construyendo en la interacción con el ambiente y a partir de dichas experiencias.

 Estable. El autoconcepto ofrece resistencia al cambio, especialmente cuando se estabiliza en los niveles superiores de la jerarquía, salvo que haya una intervención externa o se tenga una experiencia trascendental.

 Evaluativo y descriptivo. La persona de manera permanente se evalúa y valora, ya sea en función de un modelo ideal o de elementos socioculturales e influencia ambiental. Estos significativos cobran relevancia, en la influencia que ejercen sobre la referencia de Sí Mismo.

Siguiendo el modelo de Shavelson, observamos que en la dimensión no académica del autoconcepto, cobran relevancia las subdimensiones Social, Emocional y Física. Dado el tema central de este libro, es preciso señalar algunas cuestiones importantes referidas al autoconcepto físico.

El Autoconcepto Físico (ACF), se define como las percepciones que los sujetos tienen sobre sus habilidades y su apariencia física, (Esteve, 2004; Fernández et al., 2010). Es una representación mental que se elabora al integrar la experiencia corporal y los sentimientos y emociones que ella produce.

En la literatura especializada, se informa pródigamente de la correlación positiva que tiene el desarrollo del ACF con un conjunto de variables tanto de tipo comportamental como social. Entre estos estudios se ha podido observar una correlación bidireccional negativa entre ACF y factores de riesgo. Igualmente, se reportaron correlaciones positivas entre deporte o actividad física y autoconcepto físico (Figura 11). En un estudio realizado por Viciana (2009), se evaluaron más de 4.000 estudiantes de secundaria, donde se pudo observar que a mayor práctica de actividad física deportiva, los estudiantes presentaban un aumento de su ACF y viceversa. Por el contrario, un ACF disminuído correlaciona con un BMI más alto, es decir, vinculado al sobrepeso y la obesidad.

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