Buch lesen: «Una introducción a la crítica textual del Nuevo Testamento»
Una introducción a la crítica textual del Nuevo Testamento© Ernst Walder Gassman© 2017 Ernst Walder GassmanPrimera edición digital: julio 2020ISBN N° 978-612-4252-49-5Categoría: Referencia - Estudios del NTPrimera edición impresa: noviembre 2017ISBN N° 978-612-4252-21-1 |
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Contenido
Portada
Portada interior
Créditos
Introducción
1. Aspectos en cuanto al material y a las copias en la antigüedad
El material sobre el cual se escribía
La forma de los libros en la antigüedad
Utensilios para escribir
Las letras
El texto
Los palimpsestos
Aspectos varios de los manuscritos
Finalidad de los datos contextuales
2. Aspectos del trabajo de copiar textos en la antigüedad
Las abreviaciones
Los copistas
Desafíos a la hora de copiar
3. La difusión de los autógrafos
4. La situación en Europa Occidental en el siglo XV / XVI y los cambios subsiguientes
La situación en cuanto a la Biblia
La situación en cuanto a la iglesia y la sociedad
Los cambios que marcan el final de la Edad Media
Resumen
5. Los primeros textos griegos del Nuevo Testamento
6. Desde Erasmo hasta el Textus Receptus
7. Del Textus Receptus hasta Griesbach
8. La destitución del Textus Receptus y la crítica textual moderna
9. La evaluación de los diferentes manuscritos encontrados hasta hoy
La difusión de las copias
Criterios para evaluar los manuscritos
10. Los diferentes manuscritos que tenemos en la actualidad
Panorama general
Manuscritos griegos
Traducciones antiguas
Los padres de la iglesia
Leccionarios
11. El aparato crítico
La estructura del aparato crítico de GNT
Observaciones adicionales
12. Uso práctico del aparato crítico
13. Resumen final
Introducción
Se denomina crítica textual del Nuevo Testamento (NT) al trabajo de comparación de los distintos manuscritos con textos del NT que fueron encontrados a lo largo de los últimos siglos. No se trata de una crítica del texto en el sentido de emitir una opinión sobre si es verídico o no su contenido, sino de ver qué manuscritos contienen cierta palabra, versículo o pasaje y cuáles no.
Es importante abordar el tema de la crítica textual porque hoy en día aparecen versiones del NT que, por ejemplo, omiten versos que de costumbre solían ser parte del texto, como es el caso de la Nueva Versión Internacional (NVI), que omite Hch 8.37. En otras ocasiones, se incluye un verso o un pasaje y se comenta en una nota de pie de página que ese texto no se encuentra en los manuscritos más antiguos. Por ejemplo, el caso de 1Jn 5.7 en Reina Valera 1995 (RV95). Estos hechos pueden hacer que el lector acostumbrado a una determinada versión dude de la autenticidad del texto y, por ende, de la veracidad de la “Palabra de Dios”.
También es importante este tema porque en realidad no se ha encontrado ningún autógrafo (texto original escrito por el autor), pues todos los manuscritos son copias; algunas de mucha antigüedad, pero la mayoría de siglos tardíos de la Edad Media. Las copias existentes varían entre sí y no son idénticas.
Al emprender la crítica textual nos enfocamos, en primer lugar, en el origen y la historia de la transmisión del texto del NT. En segundo lugar, evaluamos el aparato crítico,[1] ya que éste solamente es el resultado del proceso de crítica textual y es una herramienta para tener más claridad en cuanto a esta pregunta: ¿Cuál habrá sido el texto original (autógrafo), el que escribió el autor de la carta o del evangelio? Para emprender la crítica textual se parte del texto escrito y existente en los diferentes manuscritos del NT, pero no se entra al debate sobre el proceso anterior a la redacción del primer texto, del autógrafo. No se consideran ni el proceso oral ni el de posibles o probables textos sueltos y previos a la versión del autógrafo.
En este trabajo, al texto tal como fue escrito por su autor originalmente, se lo llamará “autógrafo”, y “copias” a las reproducciones de este texto original, pero reconociendo que cada copia era un original también hasta la invención de la imprenta, porque antes cada una tenía que hacerse a mano, por lo que no había dos copias idénticas.
Cabe mencionar que algunos de los códices mencionados en este libro se encuentran digitalizados y disponibles en los siguientes enlaces:
• Códice Vaticano:
https://digi.vatlib.it/view/MSS_Vat.gr.1209
• Códice Alejandrino (Biblioteca Británica):
http://www.bl.uk/manuscripts/Viewer.aspx?ref=royal_ms_1_d_viii_f001v
• Códice Sinaítico:
http://www.codex-sinaiticus.net/en/manuscript.aspx
• Códice Efrén (Biblioteca Nacional de Francia):
http://gallica.bnf.fr/ark:/12148/btv1b8470433r/f1.item.zoom
[1] El “aparato crítico” es la información que aparece en la parte inferior de las páginas del Nuevo Testamento griego. Ella evalúa el valor de los manuscritos para la lectura de las diferentes variantes.
Aspectos en cuanto al material y a las copias en la antigüedad
El material sobre el cual se escribía
Se puede escribir sobre cualquier superficie estable, como tablillas de arcilla (del tipo de las que se encontró en Ebla o Amarna), paredes (como las de las tumbas de los faraones egipcios), piedras, huesos, metales, vajilla, piel (tatuaje), papel, etc.
Todos estos materiales pueden ser interesantes, pero para el estudio de los manuscritos del NT, los dos tipos de materiales más relevantes son el papiro y el pergamino. Un determinado material puede darnos algunas indicaciones sobre la edad del manuscrito, ya que no siempre y no en todos los lugares del mundo se usó el mismo material.
El papiro
Papiro (Cyperus papyrus) es el nombre de una planta acuática que crecía muy bien en el suelo poco profundo a lo largo del río Nilo y en algunos otros lugares alrededor del mar Mediterráneo (Siria, Noreste de África). Es de fácil cultivo y crece tanto en pleno sol como en la penumbra. Es capaz de crecer entre 2 a 5 metros de altura, y el tallo cilíndrico puede alcanzar un grosor de 8 centímetros. Se utilizaba para fabricar sandalias, cuerdas, ropas interiores, esteras y, sobre todo, papiro, que era el material sobre el que se escribía. La raíz también se podía usar para preparar medicinas y perfumes.
Los egipcios fueron los únicos que comercializaron el papiro como material de escritura. Para la fabricación de esta base sobre la cual escribir, se cortaba el tallo en pedazos de aproximadamente 30 centímetros de largo, y de estos pedazos se sacaban tiras finas, de 8 × 30 centímetros. Se las tomaba y se las colocaba horizontalmente una al lado de otra, teniendo en cuenta que todos los nervios de las tiras iban en la misma dirección. Sobre esta primera capa se ponía otra capa con las tiras en forma vertical. Luego se prensaban las dos capas. La sabia de las tiras actuaba como pegamento. La resistencia de estas láminas dobles era muy parecida a la del papel. Al final se frotaba el papiro suavemente y quedaba listo para ser usado.
Se escribía mayormente sobre el lado de las fibras horizontales, que es el anverso, porque servían como líneas de guía y, además, no presentaban irregularidades. Muy pocas veces se usaba también el reverso, el lado del papiro donde las fibras corrían en dirección vertical, pues al escribir horizontalmente se producían muchas irregularidades. Según la calidad, se diferenciaba entre diferentes categorías de papiro.
Hasta aproximadamente el año 100 a. C., cuando empezó a aparecer el pergamino, se usaba exclusivamente el papiro como material de base para la escritura, y se pueden encontrar manuscritos escritos sobre papiro que datan de hasta el siglo VII d. C.
El pergamino
El pergamino es un material de base para escribir hecho a partir de pieles de animales, como terneros, cabras, ovejas o antílopes. Dado que la piel originalmente tenía pelo, debía ser procesada para eliminarlo. Cuanto más joven era el animal, tanto más fino resultaba el pergamino. Algunos eruditos especifican que al pergamino más fino se lo llamaba “vellum”, aunque esto es un asunto debatible. La piel era sometida a un proceso de limpieza, tanto químico (baño de cal) como físico (raspado con cuchillo y frotado con el polvo de una piedra que servía para suavizar y alisar la superficie).
El nombre de este material proviene de la ciudad de Pérgamo, en la costa del mar Egeo (hoy Turquía). Aunque se sabe que ya se escribía sobre pieles mucho antes del siglo II a. C., existe una leyenda, contada por Plinio el Mayor (Historia Natural, xiii.21s), referida al invento del pergamino en el siglo II a. C. Según esta historia, el rey Eumenes se propuso construir en su ciudad una biblioteca que pudiera competir con la famosa biblioteca de Alejandría en Egipto. Esta idea no le gustó al rey egipcio de aquel entonces (probablemente Ptolomeo), quien, a su vez, dispuso un embargo de papiro, para que Eumenes no pudiera mandar a hacer copias de los libros para su biblioteca. Así que, ante la falta de material para su gran plan, Eumenes buscó una solución y descubrió que se podía crear uno hecho a base de pieles de animales: el pergamino. Es posible que Pérgamo se haya hecho famoso por un pergamino de alta calidad, pues fue un centro de producción de este material.
Se producían libros muy lujosos de pergamino, teñidos en púrpura, en los cuales se escribía con tinta mezclada con oro o plata.
Desde el siglo I a. C., hasta el VII d. C., se escribía sobre papiro y pergamino, de acuerdo con las posibilidades económicas, las circunstancias y el propósito del producto. La mayor desventaja del pergamino era el costo, puesto que su producción era mucho más complicada y, por lo tanto, de mayor costo. Pero las ventajas a largo plazo superaban las desventajas, porque, en términos generales, era mucho más duradero, a pesar de que se rompía fácilmente en las esquinas. Además, se podía compensar el costo del material con el hecho de que se podía escribir en ambos lados. Como consecuencia, a partir del siglo VII hasta la Edad Media tardía se usaba exclusivamente el pergamino, que luego fue reemplazado por el papel, introducido en Europa por comerciantes árabes que lo traían desde China.
La forma de los libros en la antigüedad
En el mundo grecorromano las obras literarias normalmente se publicaban en rollos, los cuales podían ser de papiro o pergamino. Se unía el borde de una hoja con el de otra hasta llegar a tener un rollo que medía aproximadamente 30 centímetros de ancho y varios metros de largo. Al final de la última hoja se pegaba una varilla y alrededor de ésta se enrollaban todas las hojas, formando un rollo que también se llamaba “volumen” (del término en latín que designaba a “algo enrollado”). El largo de un rollo dependía del peso porque, a partir de cierto gramaje, su manejo se volvía demasiado difícil y ya no se lo podía sostener en las manos. Se unían aproximadamente veinte hojas de modo que el largo total normalmente no superaba los diez metros, aunque era preferible uno de cinco a seis. Es posible, por ejemplo, que Lucas haya decidido escribir dos tomos separados (el Evangelio y Hechos) en vez de uno solo, porque el texto de los dos no encajaba en un solo rollo. Por lo tanto, dividió su obra en dos partes y utilizó un rollo para cada una. Se escribía en columnas de izquierda a derecha, para que de esta manera se pudiera enrollar y desenrollar el rollo poco a poco mientras se leía el texto. Cada columna tenía un ancho aproximado de diez centímetros, pero podía variar. A veces se escribía también en líneas horizontales y se leía de arriba hacia abajo, agarrando con una mano la parte superior del rollo y con la otra la parte inferior.
El uso del rollo era bastante incómodo: por un lado, se tenían que usar ambas manos para sostener el rollo y, por otro, era complicado ubicar una cita específica, salvo una indicación de la columna en que estaba. Además, para cada documento escrito se tenía que guardar un rollo aparte.
Probablemente muy al inicio del siglo II (o quizás ya al final del siglo I) se introdujo el uso de páginas y lo que nosotros conocemos como “libro”.
Los libros de esta edad temprana también se conocen con el nombre de “códices”. La ventaja de estos es obvia: se puede hojear con más facilidad y encontrar cierto párrafo. Por ejemplo, es posible leer con una sola mano, y se puede variar el grosor del libro y el tamaño de las páginas.
Para la iglesia cristiana, la forma de libro tenía una ventaja adicional: se podían juntar y agrupar textos similares, como los cuatro evangelios o varias cartas, en una sola pieza sin importar la cantidad de texto.
Utensilios para escribir
Se escribía con un “cálamo”, una caña hueca, que podía provenir del tallo de una planta (junco) o de la pluma de un ave. Como líquido se usaba tinta. Los escribas eran capaces de producir diferentes colores de tinta. El color más común era el negro, una mezcla de hollín con goma y agua. Para otros colores se añadían diferentes minerales.
Las letras
Las mayúsculas
En la Grecia antigua se usaban dos tipos de mayúsculas: letras ligadas y las unciales. Las ligadas servían para escribir textos del quehacer diario de manera rápida, y por lo tanto no se ponía mucho énfasis en su forma. El término “uncial” deriva del latín y significa ‘la duodécima parte’. Hace entender que se solía escribir doce letras por línea.[2] Las unciales se usaban para textos más importantes, mayormente de literatura, y se dedicaba mucho esfuerzo para hacer el texto lo más bello posible.
Las minúsculas
Parece que a lo largo de los siglos, las unciales se fueron deteriorando y cada vez eran menos legibles, incluso las escritas con cuidado minucioso. Por ello, al principio del siglo IX, tuvo lugar una reforma y se introdujeron letras más pequeñas y cursivas. El término en latín para “bastante pequeño”, es minuscule, y de allí viene la palabra “minúsculas”. No se sabe exactamente quién inició esta reforma, ni dónde.
El uso de minúsculas revolucionó la distribución del texto del NT, pues con éstas se podía escribir más texto en una misma hoja, lo que hizo menos costosa la adquisición de los libros. Además, el copista podía escribir más rápido, y de este modo producir más en el mismo tiempo.
El texto
En la antigüedad no se dejaban espacios entre palabra y palabra y muy pocas veces se empleaban signos de puntuación. Las palabras tampoco llevaban acentos para diferenciarlas. Todo esto nos podría llevar a pensar que era difícil leer y entender el texto, pero si usted hace la prueba en su propio idioma, se dará cuenta de que no es tan difícil, ya que uno conoce las reglas del idioma que domina y el contexto textual.
Sin embargo, a pesar de que por lo general no es tan difícil leer un texto sin espacios ni signos de puntuación, sí hay combinaciones de palabras que se prestan para una ambigüedad; por ejemplo, “οἰδαμεν” - “οἰδα μεν”,[3] pero no son muy frecuentes. Además, se debe tener en mente que muy probablemente en la antigüedad se leía en voz alta, lo cual también ayudaba a diferenciar las palabras individuales.
Los palimpsestos
En ciertas circunstancias —de escasez de material, depresión económica personal o social— se usaba el pergamino por segunda vez. Se disolvían las letras rascando la tinta y se lavaba el pergamino. Después se copiaba en el mismo pergamino el nuevo texto. Un pergamino usado por una segunda vez, se llama “palimpsesto”. No era posible borrar por completo el primer texto. Por consiguiente quedaban rastros de él, que en la actualidad es posible recuperar, aunque con mucho esfuerzo y dedicación. Por ejemplo, uno de los manuscritos más importantes del NT, el Códice Ephraemi, es un palimpsesto.
Bruce M. Metzger señala que en el año 692 d. C., el concilio de Trullo emitió una norma en la que se prohibía la práctica de usar pergaminos con un texto bíblico por segunda vez bajo pena de un año de excomunión.[4] Sin embargo, a pesar de esta prohibición, unos 52 manuscritos del NT con unciales hallados hasta hoy son palimpsestos. Esto quiere decir que se borró el texto del NT y encima de él se escribió otro.
Esto muestra claramente que no se tenía un respeto tan profundo hacia las Sagradas Escrituras como para no usar un pergamino con texto bíblico y luego borrarlo y escribir sobre el mismo pergamino otro texto no bíblico.
Aspectos varios de los manuscritos
Comentarios adicionales alrededor del texto principal
A menudo los copistas comentaban en los márgenes de las hojas acerca de su trabajo. Expresaban que se hallaban contentos porque su labor se había terminado o que les dolía todo el cuerpo y estaban molestos con las circunstancias o maldecían a futuros rateros. También escribían bendiciones y hasta oraciones completas. Algunos monjes incluso usaban el pergamino para comunicarse entre ellos mientras copiaban en silencio. En ciertos casos se menciona el nombre del copista, el lugar y la fecha; información muy valiosa para deducir en qué lugar y año se escribió, qué copista y con qué estilo.
Se pueden encontrar también explicaciones de palabras difíciles. Mayormente se hallan en los márgenes de la hoja, pero en algunos casos también entre las líneas. Igual como ocurre hoy con algunos creyentes, que apuntan información importante para ellos en las hojas de las Biblias de su uso, los lectores de estos textos antiguos incluyeron comentarios privados.
Más complicado se vuelve el asunto cuando no se sabe con certeza si un comentario adicional al texto copiado es un comentario personal o una parte olvidada del texto bíblico que el copista añadió posteriormente. Este tipo de comentarios eran sobre todo difíciles para futuros copistas porque no podían interpretar el hecho y, en consecuencia, no sabían si incluirlos en sus copias o no.
Ayuda para la lectura privada
Originalmente los manuscritos más antiguos tenían como título una indicación muy breve, como ésta, por ejemplo: “Según Mateo” (“KATA MAΘΘAION”). A lo largo del tiempo, estos títulos se hicieron cada vez más largos y específicos. En algunos manuscritos se dividía el texto en partes o capítulos[5]. De esta manera, el Códice Vaticano tiene 170 “capítulos” en el evangelio de Mateo, 62 en Marcos, 152 en Lucas y 50 en Juan. En algunos casos alguien cambiaba el sistema posteriormente o se empezaba la división sin completarla. De todas maneras, es un hecho que la división de los textos no era sistemática, sino que se hacía de manera arbitraria.
En algunos manuscritos antiguos, también se encuentra un tipo de “títulos descriptivos” para cada capítulo. Como hoy, su propósito era dar un resumen sobre el contenido del pasaje.
Además, existía algo como “introducciones” al libro, que contenían información sobre la vida del autor, las circunstancias de la redacción o el contenido del libro mismo. Los signos de puntuación casi no existen en los manuscritos más antiguos. Recién a partir del siglo VI/VII, los copistas empezaron a introducir algunos, pero en forma esporádica y arbitraria. El signo de interrogación incluso se puede hallar recién en el siglo IX.
Ayuda para la lectura pública
Desde antes de la existencia del NT, se solía estructurar el texto que se iba a usar para la lectura pública en voz alta, de tal manera que el lector podía ver de una vez dónde tenía que respirar para poder leer la siguiente parte en una alentada. Por supuesto, la división también tenía que hacer sentido con relación al contenido del texto. Muchas veces estas divisiones resultaban bastante arbitrarias, ya que se tenía que decidir hasta dónde un texto era un solo pensamiento. Con el paso de los siglos, en algunas iglesias se empezó a cantar el texto bíblico. También para esto se encuentran indicaciones incluidas en el texto que deben guiar al cantante.
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