Buch lesen: «Cambio sin ruptura»

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© Ernesto Ottone / Ignacio Walker

Con Rocío Montes

Cambio sin ruptura. Una conversación sobre el reformismo

Registro de Propiedad Intelectual Nº 2021-A-10404

ISBN edición impresa: 978-956-17-0972-0

ISBN edición digital: 978-956-17-0979-9

Derechos Reservados

Ediciones Universitarias de Valparaíso

Pontificia Universidad Católica de Valparaíso

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Coordinadora área diseño: Alejandra Salinas C.

Diseño: Mauricio Guerra P.

Corrección de pruebas: Pablo Jara V.

HECHO EN CHILE

ÍNDICE

Introducción LEJOS DE LAS LÁMPARAS SOBRECALENTADAS

Capítulo I LOS DEMÓCRATAS NO PODEMOS PROMETER EL PARAÍSO

Capítulo II TENEMOS QUE ESTAR MUY AGRADECIDOS DE MARX

Capítulo III AMÉRICA LATINA, EL GATO QUE LADRA

Capítulo IV UP: LA DEMOCRACIA NO TIENE QUIEN LE ESCRIBA

Capítulo V QUIEBRES Y REENCUENTROS: RACCONTO DE UNA TRAGEDIA

Capítulo VI LA PACIENCIA ESTRATÉGICA

Introducción

Lejos de las lámparas sobrecalentadas

Es invierno de 2021. En medio del tren de acontecimientos que van cambiando el rumbo de la política chilena, Ernesto Ottone e Ignacio Walker me invitaron a conversar y, básicamente, a ejercer mi oficio: hacer preguntas, primero para entender y, de paso, para intentar que otros comprendan puntos de vista que no necesariamente se comparten. Nos reunimos vía Zoom, en medio de la incombustible pandemia, a dialogar durante seis distendidas sesiones, interrumpidas por timbres, cortes de señales de Internet y la llegada de maestros, en una informalidad graciosa dado los personajes que tenía al otro lado de la pantalla, siempre compuestos para el gran público. Charlamos desafiando al tiempo, como si los sucesos políticos en Chile no se precipitaran a una velocidad deslumbrante sobre los ciudadanos, en medio de meses cruciales que definirán el futuro del país para las próximas décadas. Con una Convención Constitucional en marcha, con un tren imparable de elecciones –incluida la presidencial–, con la Araucanía en llamas, con el Gobierno en la línea básica de flotación, con un Congreso atomizado y sin dirección, con los chilenos descubriendo la inflación y con el mundo de la ex Concertación –el conglomerado al que pertenecieron los protagonistas de este libro– bastante venido a menos en el país, siendo generosa.

Paramos para revisar la historia –para preguntar desde lejos, en mi caso–, y para reflexionar sobre los elementos que podrían explicar el momento del pensamiento reformador y los evidentes problemas por los que atraviesa tanto la tradición socialdemócrata como la socialcristiana. Este texto que tienen los lectores en sus manos tiene, sin duda, aspectos académicos, porque mis interlocutores son intelectuales y formadores universitarios: en la conversación aparecen libros, autores y citas que ninguna persona que intente comprender el complejo mundo de hoy debería pasar por alto. Pero, sobre todo, se trata de una conversación de dos hombres que desde diferentes frentes han sido testigos y protagonistas de los últimos 50 años de la historia de Chile, con sus dolores, aciertos y derrotas. Estas páginas, por cierto, tienen la racionalidad política, pero –vaya sorpresa he tenido–, espacios emotivos que dejan al descubierto las heridas que este Chile parece no curar ni siquiera con el paso de las décadas.

En la conversación, fuimos de atrás hacia adelante. De general a particular, hasta llegar al Chile de hoy y de mañana. En el capítulo I, partimos hablando de la actual crisis de la democracia en un mundo globalizado. Luego, en el II, revisamos el devenir de las dos grandes familias que nos convocan –la socialdemocracia y la democracia cristiana– en el último siglo. En el capítulo III hablamos de América Latina, de la influencia de hitos clave como la Revolución Cubana, y aterrizamos en Chile. Revisamos los encuentros y enfrentamientos entre la izquierda y la democracia cristiana hasta la elección de 1970. El capítulo IV es el clímax de este texto: el Gobierno de la Unidad Popular y el quiebre democrático de septiembre de 1973, donde Ottone y Walker hacen sentidas reflexiones personales y políticas (el primero era un alto dirigente de las Juventudes Comunistas, un partido al que luego renuncia, mientras Walker era un secundario que pronto entraría –ya como abogado– a trabajar contra las violaciones de los derechos humanos de la dictadura desde la Vicaría de la Solidaridad). En el capítulo V, hablamos de la lucha contra la dictadura, del reencuentro entre estos dos mundos, de los 20 años de gobiernos de la Concertación, con sus éxitos y derrotas. En el último capítulo, el VI, dialogamos sobre el escenario chileno actual y las perspectivas futuras del espacio reformador, a juicio de ambos.

Me tomo una pequeña licencia, porque Ottone y Walker me han pedido que me las tome, que no tenga problemas en reírme: ninguno de los dos representa actualmente el mundo que está de moda en Chile. Lo que configuraron alguna vez parece en extinción en estas tierras, aunque lo que ellos plantean está plenamente vigente en otras latitudes, porque la política funciona así: por ciclos. A ninguno de los dos se lo he dicho, pero es precisamente el valor que le doy a esta conversación y a este texto: cuando “la actualidad se había convertido en una galería de espejos repleta de lámparas sobrecalentadas que ya no iluminaban y alrededor de las cuales revoloteaban unos enjambres de mosquitos cada vez más estúpidos, moralizantes, publicitarios y nerviosos” –como escribe Philippe Lançon en El colgajo–, el tiempo, la pausa, la reflexión y los espacios no iluminados de la política me parecen significativamente más interesantes y reveladores que la vorágine cotidiana (y muchas veces frívola) que vemos hoy en Chile y en tantas partes.

Espero que disfruten tanto este texto como disfruté yo al hacer las preguntas y escuchar, que siempre viene bien para comprender mejor.

Rocío Montes

Octubre de 2021

Capítulo I

LOS DEMÓCRATAS NO PODEMOS PROMETER EL PARAÍSO

¿Está la democracia en crisis?

Ernesto. La democracia está en crisis a nivel mundial. Para explicar el contexto, deberíamos comenzar con la visión de que el siglo XX fue un siglo guerrero, modernizador y también corto, porque hubo cambios muy fundamentales que se concentraron en torno a los años ochenta. El principal, a mi juicio, es el proceso de globalización que marca el paso de la era industrial a la era de la información o, como también se le llama, la era del conocimiento. Es un cambio profundo, epocal, porque no solo genera una transformación económica o una nueva forma de funcionamiento de la sociedad, sino que una contracción del tiempo y el espacio que no tiene antecedentes en la historia de la humanidad. Se produce un acortamiento del espacio por la nueva plataforma comunicacional que achica el mundo. Las cosas se perciben en tiempo real y la información comienza a transmitirse en directo. También suceden cambios muy fuertes en el tiempo. Es decir, antes tenían que pasar generaciones para que las personas cambiaran su forma de ejercer un oficio, sus necesidades educacionales o su estructura familiar. En la era de la información, una misma persona va a tener que adecuarse durante su vida a cambios enormes, desde la misma desaparición de algunos oficios. La relación social y la forma en cómo vive la sociedad cambia enormemente y esto representa un estrés enorme para la sociedad.

¿Cuál es la diferencia entre la globalización, que describes, con otros procesos que ha vivido la humanidad, como la mundialización y la internacionalización?

Ernesto. Esos procesos vienen desde mucho antes. A diferencia de la mundialización y la internacionalización, la globalización implica una contracción de otra dimensión del tiempo y el espacio. Es un proceso histórico y cultural que genera una sociedad en red, con un funcionamiento que cambia la forma en que los hombres y mujeres viven. Es decir, la globalización transforma la práctica social de los seres humanos y, de paso, todos los mecanismos de integración social. Manuel Castells ha explicado de manera rigurosa este fenómeno.

¿Y cuáles son estos mecanismos de integración social que cambian?

Ernesto. Cambia fuertemente la educación. La estructura de la educación de la sociedad industrial pasa a requerir una suerte de educación permanente. Cambia la estructura del trabajo, de la ocupación. Cambia la estructura de la familia. Cambia la forma de vida territorial. Cambia el rol del Estado-nación. Cambian las formas de consumo. El conocimiento adquiere una centralidad total. Cambia incluso la criminalidad: la criminalidad se globaliza, adquiere un carácter distinto a las criminalidades nacionales o locales. En fin, aparecen temas con mucha fuerza, como la relación de género, como la relación del ser humano con la naturaleza. Todo cambia, incluso cuando nos sorprende la pandemia de covid-19: la globalización de la enfermedad es muy rápida y la solución también es una solución global, no una solución nacional.

¿En qué medida la globalización afecta a la política?

Ernesto. Naturalmente afecta a la política. Desde fines del siglo XX cambia toda la estructura del mundo al que estábamos acostumbrados: el de la posguerra estructurado a través de la Guerra Fría, que suponía dos grandes superpotencias con sistemas sociales y económicos distintos. Estados Unidos, por un lado, y la Unión Soviética, por el otro. Eso desaparece sin que nadie haya imaginado que iba a desaparecer con esa rapidez. Y se produce un cambio muy fuerte en las relaciones políticas internacionales. De ahí surge el pensamiento pesimista de Samuel Huntington: lo que viene ahora es el conflicto entre las culturas y civilizaciones. Y Francis Fukuyama, demasiado optimista, recuerda de una manera algo rápida la visión hegeliana y de Alexandre Kojeve del fin de la historia o el fin de los conflictos de la historia. Hay un cambio enorme que cambia toda la estructura geopolítica y afecta fuertemente a los países democráticos.

Pero, ¿se expande o no la democracia?

Ernesto. Efectivamente, se expande la democracia. En 1970 había 70 países democráticos y en el 2010 pasan a ser 110. La expansión es muy fuerte en América Latina, donde en los años setenta una gran cantidad de países vivían bajo dictadura, como Chile. Pero, aunque a fines del siglo XX esa democracia se expande, muy pronto enfrenta problemas que se desarrollan en el mundo global tanto en la economía como en lo social y cultural, tensionándose. Las comunicaciones, que anteriormente eran una parte de la política, se transforman ahora en el campo de la política. Es decir, las comunicaciones pasan a ser el ámbito en el cual se genera la política. Por lo tanto, las instituciones tradicionales de la democracia –que se empiezan a crear a fines del siglo XVIII, que atraviesan de manera censitaria y recortada el siglo XIX y que se transforman en una democracia de masas en el siglo XX– comienzan a devaluarse con este tipo de nueva sociedad. Me refiero a los partidos políticos, los parlamentos, el comportamiento volátil del electorado, la crisis de representatividad. Antes, la democracia estaba formada en base a categorías, sectores sociales, grupos con un pensamiento ideológico que muchas veces se transmitían de generación en generación. Pero esta representatividad se difumina y se forma una sociedad mucho más singularizada e individualizada. Por lo tanto, las categorías sociales pierden fuerza.

Y en muchos países, ya en el siglo XXI, este escenario que describes termina en un malestar…

Ernesto. Todas las bases del mayor éxito de la democracia –los 30 años gloriosos después de la Segunda Guerra Mundial, de enorme desarrollo en Estados Unidos y Europa Occidental–, comienzan a ser afectadas por las nuevas formas de funcionamiento desregulado de la economía y problemas que se van agrandando y que producen un cierto malestar e incomodidad, particularmente en los sectores medios que comienzan a perder su identidad. La sociedad industrial deja de ser central, se produce una globalización de la economía, se produce una gran concentración de la riqueza. Como consecuencia de ello, las clases medias comienzan a perder su fuerza y centralidad en la democracia. Nos damos cuenta de que la gente no solo es demócrata porque cree en sus valores de libertad e igualdad, sino que también por sus resultados de prosperidad extendida. Si ello falla, los valores tambalean. Los humanos son menos espirituales de lo que nos gusta creer.

Conoces de cerca, Ernesto, el fenómeno de los chalecos amarillos…

Ernesto. El conjunto de los chalecos amarillos, no hablo de una parte, sino de la totalidad de los chalecos amarillos, pertenece al 25% más rico de los seres humanos. Sin embargo, ellos se ven a sí mismos como abusados, explotados, malheureux y necesitaban protestar contra una sociedad que les provocaba un tremendo malestar. El cambio en las percepciones de la realidad de la cual estoy hablando tiene una magnitud enorme. Se ha producido una transformación que Stefano Rodotà, un gran politólogo italiano, llama la doxocracia.

¿Qué es la doxocracia?

Ernesto. La democracia de la opinión pública. Los espacios de la democracia tradicional se acortan. Antes, la ciudadanía elegía, esperaba un tiempo y, durante ese tiempo, un Gobierno realizaba un programa que luego era medido en una elección posterior. Podía renovarse o cambiarse. Sin embargo, ahora hay una especie de democracia permanente. Esto está muy ligado a la masificación de Internet, donde ya no existe un emisor y un receptor, sino que el emisor es receptor a la vez y viceversa. Se produce así una ampliación muy grande del discurso público. Ante esta ampliación, en un principio, todos dijimos: “¡Viva! ¡Vamos a tener una sociedad más democrática!”. Pero resulta que esa ampliación también tiene problemas, como dice Jacques Julliard: Internet es una maravilla en términos de la comunicación, pero a la vez una cloaca.

¿Una cloaca?

Ernesto. Porque Internet no solamente produce un diálogo universal, sino de tribus que se comunican entre ellas y donde el debate democrático decae. Entonces, puede producirse un mundo menos pluralista, menos dialogante, donde sólo se escucha a los que piensan como uno. Ese mundo tan complejo, con elementos positivos y con elementos también preocupantes y negativos, es el mundo donde se desarrolla el debate democrático hoy en día.

¿Qué otros aspectos contempla la globalización, Ignacio?

Ignacio. La globalización solemos entenderla en términos de la economía, de la expansión de los mercados, del libre comercio. Más allá de estos aspectos, sin embargo, hay ciertos rasgos que son inherentes a la globalización que no podemos perder de vista. Uno de ellos es el de los derechos humanos contenidos en la Declaración Universal de 1948. El nuevo estatuto de los derechos humanos, según aparecen y se desarrollan desde la Segunda Guerra, perfora la idea predominante de la soberanía absoluta que había estado en boga desde el siglo XVII con Thomas Hobbes, con el desarrollo del Estado-nación. No hay soberanía absoluta. La soberanía reconoce como límite el respeto por los derechos humanos. No se pueden violar los derechos humanos apelando al principio de no intervención. Eso marca una nueva conciencia universal, el avance en torno a los derechos humanos. Es un aspecto central de la globalización.

Y aparecen nuevas agendas…

Ignacio. Surge una nueva agenda de los derechos humanos que comprende los temas de género, de pueblos originarios, de medio ambiente y respeto por la naturaleza. Un segundo aspecto inherente a la globalización, por supuesto, es la democracia, que es el régimen político de la libertad, cuyo fundamento ético es el respeto por los derechos humanos. En nuestros días, la democracia está amenazada por esta oleada nacionalista populista de derechas o de izquierdas que se extiende en distintas partes del mundo. Ahora bien, como nos enseñan Steven Levitsky y Daniel Ziblatt en su libro Cómo mueren las democracias, las democracias ya no mueren por un golpe de Estado, por ejemplo, como solía ser en América Latina, sino que terminan de desmoronarse por un proceso de erosión interna. Es lo que estamos viviendo, agravado por el uso y abuso de las nuevas tecnologías de Internet, las redes sociales en general y esta comunicación instantánea que hace todo más frágil, más precario, y a los gobiernos más vulnerables y más ingobernables. Esa forma directa, que se expresa en no más de 280 caracteres o en un click, puede llegar a erosionar las bases de la democracia representativa y deliberativa que está dada por la intermediación política que representan los partidos, los parlamentos y las instituciones en general.

¿Pero es la globalización la que ha puesto en jaque la democracia?

Ignacio. Los derechos humanos y la democracia son un aspecto de la globalización. Ahora bien, tal vez el punto de partida de la situación actual sea un cierto exitismo que se vivió en los años noventa en torno al triunfo de la democracia liberal y la expansión de los mercados, tras la caída del Muro de Berlín y el desplome del comunismo y los socialismos reales. Es lo que Samuel Huntington llamó la tercera ola de democratización, que parte a mediados de los años setenta, en Europa meridional, y a fines de esa década en América Latina. Después se extiende al Sudeste Asiático, a Sudáfrica. Es el tiempo de las transformaciones de China desde las reformas de Deng Xiaoping del año 78 y, de ahí en adelante, con esta apuesta por la apertura externa, un crecimiento alto y sostenido, y la centralidad de los mercados. Es la época del Consenso de Washington, que aparece justamente en los años noventa. Entonces, en todo este ambiente se percibe un cierto triunfalismo en relación a la democracia y los mercados, lo que lleva a Fukuyama a plantear su tesis del fin de la historia. El fin de la historia en un sentido hegeliano, de los grandes paradigmas, en este caso de la democracia liberal y de las economías de mercado.

¿Qué es lo que siguió?

Ignacio. Todo esto se hizo cuesta arriba en los años y décadas siguientes. El primer revés fue el brutal ataque a las Torres Gemelas, en Nueva York, el 11 de septiembre del 2001 y la emergencia del fundamentalismo islámico, que plantea un serio cuestionamiento a los paradigmas liberales, democráticos, y seculares. El mismo Huntington habla ahora del choque de civilizaciones. Luego se produce la gran crisis económica y financiera del 2007-2008, que es la más grande crisis de la economía internacional desde los años treinta. Vienen las movilizaciones del año 2011 en distintos países del mundo, en España, en Chile, y en muchos países. Para qué decir la promesa, que devino en frustración, de la Primavera Árabe. Ahí están las protestas universitarias y de los sectores medios en Chile el mismo 2011. Finalmente, y de manera muy importante, esta oleada nacionalista populista, de derechas y de izquierdas de los últimos años, que nos colocaron de nuevo con los pies sobre la tierra bajo la constatación de que la globalización no sólo tiene un lado luminoso, el vaso medio lleno, sino que tiene un lado oscuro, el vaso medio vacío: la globalización ha dejado ganadores y perdedores. La globalización deja al descubierto un gran vacío, tal como lo advirtió Robert Gilpin en los años noventa: la falta de instituciones, de reglas del juego, que la hagan gobernable.

Si en los noventa el título lo daba Fukuyama con “el fin de la historia”, ¿cómo se titularían los años que vinieron?

Ignacio. El título de los años 2000 es La política en tiempos de indignados, el título del libro del filósofo político vasco, Daniel Innerarity, en que se hace cargo de este lado oscuro de la luna. Y es que la globalización tiene esta dinámica entre ganadores y perdedores que genera una gran tensión en relación a la doble promesa de la democracia y del bienestar proveniente de la dinámica de los mercados. El pecado del neoliberalismo es que no se hace cargo de los perdedores; el pecado del neopopulismo es creer que hay atajos en el camino al desarrollo. Todos estos fenómenos ponen a la democracia a la defensiva. Está el caso de la Primavera Árabe, por ejemplo, del año 2011, que creó tantas expectativas porque rompía con la sociología política y la politología que dice que los países árabes son estructural y culturalmente contrarios y refractarios a la posibilidad de la democracia. Pero la Primavera Árabe se vino abajo. Incluso Túnez, que era el único sobreviviente democrático, acaba de ceder a la tentación autoritaria. Viene la deriva personalista y autoritaria de Xi Jinping en China, que rompe el liderazgo colectivo de sus antecesores. Vuelve a reponer el culto a la personalidad y nos recuerda la hegemonía y el aparente atractivo de un régimen de partido único. Y observamos la oleada nacionalista populista, muy simbolizada en Donald Trump, que llega al poder en 2017 en Estados Unidos. Representó un serio retroceso de la democracia liberal en ese país. Y así en un par de decenas de países.

Y entre los grandes, la India.

Ignacio. Con Narendra Modi en la India, más que un nacionalismo populista es un nacionalismo religioso que entra en tensión con la separación de poderes, la autonomía del Poder Judicial, la libertad de expresión, con aspectos básicos de la Constitución de 1947. Recordemos que la India es la democracia más grande del mundo, una democracia parlamentaria. La India había cuestionado, en los últimos 70 años, toda esa literatura en las ciencias sociales que ponía el acento en las condiciones, requisitos o pre requisitos económicos, sociales, políticos o culturales para la democracia y el desarrollo. La India es una democracia representativa en una de las sociedades más desiguales del mundo. Este hecho tira por la borda toda una literatura sobre la materia. Nadie está estructuralmente condenado al subdesarrollo y al autoritarismo, pero los retrocesos son evidentes en los últimos años.

Ernesto. Muchas veces aumentamos el número de demócratas por la inmensidad de la población de la India. A quienes hacemos este debate desde el punto de vista de las bondades de la democracia, nos alegra. Pero cuidado, porque es una democracia que tiene muchos elementos particulares. Después de la independencia de la India, el partido del Congreso hizo un esfuerzo laico muy importante. Logró una cierta convivencia democrática dentro de una situación socioeconómica muy pobre y desigual, pero bajo el mandato de Modi hoy día han salido a la luz y se han agudizado conflictos religiosos, de casta, y formas de violencia que tienen un largo pasado y que pueden degradar a la democracia. En la India tenemos una democracia que todavía tiene toda la estructura democrática y sus instituciones, pero que vive una tensión interna tremendamente fuerte. Es una gran llamada de atención para no quedarnos con imágenes fijadas en el tiempo.

Y en Latinoamérica tenemos a Jair Bolsonaro, que ha personificado, según sus críticos, el retroceso democrático en la región.

Ignacio. Bolsonaro en Brasil, pero también Viktor Orbán en Hungría, Recep Tayyip Erdoğan en Turquía, Rodrigo Duterte en Filipinas. El reciente informe de V-Dem Institute, un esfuerzo interdisciplinario de muchos países para tratar de medir el estado de la democracia en el mundo, se titula La autocratización se torna viral. Ya no es sólo la tercera ola de democratización, sino que ya se empieza a hablar de la tercera ola de autocratización. El concepto representa un gran retroceso, la erosión de la democracia en el mundo en los últimos años. De acuerdo a este estudio, las democracias liberales pasan de 41 a 32 países, con una gran víctima: la libertad de expresión que, con el pretexto de la pandemia, muchos países han restringido. El informe indica que el 68% de la población mundial vive bajo un régimen autoritario, ya sea de una autocracia cerrada tradicional o una autocracia electoral, como la India, Brasil, Turquía... A pesar de todo, sin embargo, el informe dice que hay más democracia hoy día que en los años setenta y ochenta del siglo pasado. Es decir, seguimos en esta tensión entre tercera ola de democratización y tercera ola de autocratización.

El reciente Índice de la Democracia de The Economist dice que el 70٪ de los 167 países medidos bajan de categoría y solo el 8٪ de la población mundial está bajo una democracia completa…

Ignacio. Y cuidado que, junto con Uruguay y Costa Rica, Chile sube de categoría: de democracia incompleta a democracia completa, especialmente por el aumento en los niveles de participación. Pero, efectivamente, un tercio de los países del mundo está hoy en día bajo un Gobierno autoritario. Entonces, parece indudable que la autocratización se empieza a tornar viral. Backsliding y setback son los términos más utilizados en los últimos años para referirse al retroceso de la democracia en el mundo.

¿Qué paradojas encierra el proceso de globalización, Ernesto?

Ernesto. Como señaló Ignacio, hay cosas positivas y hay cosas inquietantes en el proceso actual de globalización. Lo que tenemos hoy es un aumento de la desigualdad social al interior de los países y en prácticamente todos los países. Curiosamente, América Latina del 2003 al 2013 había tenido un descenso de la desigualdad que no deja de ser importante, medido por el indicador Gini. Pero me temo que desde el 2013 a esta parte y sobre todo tras la pandemia, nos encontraremos con sorpresas negativas en la región. En los otros países este aumento es muy grande. En Estados Unidos, por ejemplo, el 10% más rico de la población se queda con el 54% del ingreso total.

¿Qué ocurre en Europa?

Ernesto. En Europa existen los mejores mecanismos de morigeración de esta desigualdad, que no vienen de la economía. Si se toman los ingresos nominales o los ingresos básicos que vienen del mercado, observamos que también subió la desigualdad. Gracias a los instrumentos fiscales y de transferencia, sin embargo, en Europa el 10% más rico de la población se queda con el 37% del ingreso total. En China, el 10% de la población tiene el 41% del ingreso total. Y en Rusia, el 10% alcanza el 46% de los ingresos totales y el 1% se queda con el 43%, con una enorme cifra de ricos-ricos. En África, el 10% se queda con el 54% y en Medio Oriente, el 10% obtiene el 61%. En India, el 10% tiene el 55% de los ingresos totales, la misma cifra de América Latina. Este crecimiento de la desigualdad se encuentra en textos de Thomas Piketty, Pierre Rosanvallon, Branko Milanović y en todos los informes mundiales.

Pero ha disminuido la pobreza…

Ernesto. Ha disminuido la pobreza en el mundo, es cierto, pero ha disminuido fundamentalmente en China y en India, donde son millones y millones de personas que salieron a una suerte de capa media, que es un concepto muy relativo. Un capa media chino no vive como un capa media de Francia. Es decir, son niveles de bienestar muy diferentes. Entonces, se da una cierta convergencia en el mundo entre los países ricos que crecen poco y los países que empiezan a crecer fuertemente, como el caso de China, India y otros países asiáticos, cosa que acerca a Europa, Estados Unidos, Oceanía, América del Norte y Asia, sobre todo. América Latina en un momento pareció que iba a caminar hacia esa convergencia, pero ahora creo que está en una situación mucho menos buena que la que había antes. En África todavía no vemos un camino hacia una convergencia muy grande.

Es decir, hay una desigualdad al interior de la sociedad y esa desigualdad tiene un efecto muy fuerte en la democracia…

Ernesto. La desigualdad tiene un efecto muy fuerte en la democracia, porque el sector más rico, que concentra demasiado la riqueza, se separa de un sector medio, que era el eje y centro de esa democracia. Ese sector medio hoy día siente que su peso relativo y su bienestar relativo ha caído. Esto, junto a un surgimiento de un cierto nivel de pobreza, que todavía es bajo, pero que no tiende a disminuir. La gente parece comenzar a pensar: “No vivo mejor con la democracia”. Como si la democracia existiera sólo para que se viva mejor. El filósofo español Fernando Savater tiene una frase muy buena al respecto: “La democracia no es sólo una buena política, sino que es la política”.

Ignacio. Más que de desigualdad, hay que hablar de desigualdades, en plural. Por ejemplo, si uno menciona el estallido social, la política en tiempos de indignados, todo lo que hemos visto desde el 2011 en adelante, ¿qué es lo que hay ahí? Hay una reacción contra los abusos, en plural. Contra los privilegios, en plural. Contra las desigualdades, en plural. No es sólo la desigualdad socioeconómica, sino la desigualdad de género, la desigualdad territorial. Por ahí ronda el tema de la descentralización, del poder local. El asunto es mucho más complejo. Esto requiere de una forma de articulación de las instituciones de la democracia representativa mucho más porosa y flexible, con crecientes niveles de participación ciudadana. El tema de la participación está planteado, de abajo hacia arriba, bottom-up. El tema de los territorios inteligentes, por ejemplo, que es un aspecto medular de la descentralización en la era de Internet. La revolución digital, el tema de la innovación. ¿Cómo estas pesadas instituciones democráticas y las lógicas e inercias estatales y burocráticas abren paso a la innovación, que es el gran tema de la economía del conocimiento y de la sociedad postindustrial, en la era digital? ¿Cómo se abre paso a la innovación? Ahí está el espacio tremendo y el potencial de la sociedad civil. Esto no es una dicotomía entre Estado y mercado. ¿Cuál es el espacio de la sociedad en esta sociedad postindustrial? Eso tiene muchas implicancias respecto de las nuevas formas de representación y participación, o el tema de la gobernabilidad.