Buch lesen: «Los números de la felicidad en dos Perúes»

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© Enrique Vásquez H., Franklin Ibáñez B., Pedro Mateu B. y Javier Zúñiga A.

De esta edición:

© Universidad del Pacífico

Jr. Gral. Luis Sánchez Cerro 2141

Lima 15072, Perú

Los números de la felicidad en dos Perúes

Enrique Vásquez H., Franklin Ibáñez B., Pedro Mateu B. y Javier Zúñiga A.

Asistente de investigación: María Alejandra Vera Reyna.

1.ª edición: enero de 2021

Diseño de carátula: Ícono Comunicadores

ISBN ebook: 978-9972-57-459-7

Hecho el Depósito Legal en la Biblioteca Nacional del Perú: 2021-01094

Disponible en fondoeditorial.up.edu.pe


BUP

Vásquez, Enrique

Los números de la felicidad en dos Perúes / Enrique Vásquez H., Franklin Ibáñez B., Pedro Mateu B. y Javier Zúñiga A. -- 1a edición. -- Lima: Universidad del Pacífico, 2021.

278 p.

1. Pobreza -- Perú

2. Pobreza multidimensional -- Perú

3. Índice de pobreza -- Perú

4. Felicidad -- Aspectos sociales -- Perú

5. Felicidad -- Aspectos económicos -- Perú

6. Bienestar social -- Perú

I. Ibáñez, Franklin

II. Mateu, Pedro

III. Zúñiga, Javier

IV. Universidad del Pacífico (Lima)

339.46 (SCDD)


La Universidad del Pacífico no se solidariza necesariamente con el contenido de los trabajos que publica. Prohibida la reproducción total o parcial de este texto por cualquier medio sin permiso de la Universidad del Pacífico.

Derechos reservados conforme a Ley.

Introducción

Durante décadas, las medidas de ingresos nacionales como el PIB y el PIB per cápita, o los agregados macroeconómicos, han sido utilizadas con el propósito de medir el éxito de un país (Yew-Kwang, 2008). Sin embargo, existe un creciente consenso sobre que estas medidas pueden resultar insuficientes para reflejar el desarrollo o bienestar de las personas y sociedades. Es por ello que se ha venido desarrollando otros indicadores para analizar y medir el bienestar de la población. Al respecto, se pueden mencionar el Índice de Necesidades Básicas Insatisfechas (NBI), la línea de pobreza, los índices de déficit de ingesta calórica y también indicadores más amplios en el sentido de que incorporan varias dimensiones humanas. Entre estos últimos, que reflejan y sintetizan más de una dimensión, pueden destacarse el Índice de Desarrollo Humano (IDH) del PNUD, el Índice de Pobreza Multidimensional (Alkire & Foster, 2011), el Índice de Felicidad (Helliwell, Layard, & Sachs, 2012), entre otros. Este último refiere a un término cercano a las expectativas y sentido común de las personas reales: ¿cómo se ha llegado a la felicidad?1

Cada vez que se pregunta sobre el bienestar de una población, la respuesta que usualmente se obtiene es una cifra macroeconómica como el PIB, medida indicativa del éxito de un país (Kapoor & Debroy, 2019). Por ejemplo, el PIB per cápita peruano ha alcanzado US$ 6.947 al año 2018, un 2,025% más que el año previo y con perspectivas de continuo crecimiento (Banco Mundial, 2019). Por otro lado, en una década, el país ha logrado pasar de una tasa de pobreza del 42,4% a una del 20,5%, es decir, la pobreza monetaria se ha reducido a la mitad (INEI, 2019a). ¿Cómo se traducen estas cifras en términos de verdadero bienestar? ¿El incremento del PIB per cápita realmente mejora la calidad de vida de las personas?

El crecimiento económico solo genera desarrollo si impacta directamente en el bienestar de los ciudadanos (PNUD, 2017) sin excepción y en igualdad de oportunidades (Vásquez, 2020b). A pesar de sus buenas cifras, el Perú sigue careciendo de elementos cruciales para un verdadero desarrollo sostenible. Tal y como lo plantean los Objetivos de Desarrollo Sostenible, es necesario erradicar el hambre, brindar salud y educación de calidad para todos, perseguir la igualdad de género y exigir a nuestros gobernantes transparencia y honestidad en sus gestiones (ONU, 2015). Observemos un contraste. Los habitantes de regiones como Pasco reciben salarios mensuales de aproximadamente S/ 1.055,7, cifra muy por encima de la línea de pobreza2. Sin embargo, dicha población presenta grandes carencias en servicios básicos como acceso a un sistema de agua y desagüe, así como falta de oportunidades educativas y atención médica (INEI, 2017e, 2018c). El desarrollo minero de la región ha contribuido con grandes cantidades de dinero, pero también ha propiciado el desarrollo de enfermedades crónicas entre los pobladores (Palacios, 2017). Dada la evidencia, ¿podemos realmente afirmar que el ingreso es la mejor forma de medir y promover el bienestar de una población? La respuesta es no.

De acuerdo con esto, el análisis del bienestar no puede limitarse a mirar el ingreso monetario. Es más, bienestar es un concepto que abarca atributos psicológicos, afectivos, sociales y de satisfacción vital de cada uno de nosotros (Dodge et al., 2012). Por ello, más allá de la larga historia de los indicadores económicos como señales de bienestar en la población, cada vez son más quienes se suman al vehículo de la búsqueda de nuevos índices de este tan ansiado bienestar (Kapoor & Debroy, 2019; Ng, 2008).

Los autores decidimos fijarnos en un anhelo hondo e histórico de la humanidad: la felicidad. Entonces, ¿cómo mejorar la vida de las personas de manera efectiva si no es por medio del aumento en el ingreso? Países como Bután o los Emiratos Árabes Unidos han posicionado a la felicidad no solo como objetivo de Estado sino también como razón de intervenciones gubernamentales (United Arab Emirates, 2019; Ura et al., 2012). Sin embargo, el Perú aún se mantiene ajeno a esta nueva visión de bienestar y es, de acuerdo con el último Informe mundial de la felicidad, el segundo país más infeliz de Sudamérica (Helliwell, Layard, & Sachs, 2019).

Pese a que, según todas las cifras oficiales, el país ha crecido económicamente y se ha reducido la pobreza, la ubicación en el ranking de felicidad parece desalentadora. ¿No será que hay algo propio que está sucediendo en el mundo de los más pobres y que los instrumentos oficiales no están captando? Dado que el crecimiento económico ha sido desigual, podría intuirse que este no redunde en un aumento de felicidad, o que, incluso, en el peor de los casos, la reduzca para el extremo pobre del país, el cual terminará sintiéndose más distante y relegado respecto del sector privilegiado.

Esta situación presentó un problema para el equipo de investigadores y coautores del presente libro. Decidimos investigar cómo se vive la felicidad en los extremos sociales del Perú y qué variables la afectan. Este objetivo académico podría a la larga convocar un debate con diferentes sectores de la población e incluso informar políticas públicas. Por ello, a partir de los trabajos de Hills y Argyle (2002), desarrollamos una versión ad hoc (Mateu, Vásquez, Zúñiga, & Ibáñez, 2020a) de su índice de felicidad para aproximarnos a dos estratos muy particulares del Perú: los muy pobres y los muy ricos. Es así que el objeto de estudio de este libro se reduce a dos grupos muy delimitados de peruanos: los habitantes de los cinco distritos más pobres y de los cinco distritos más ricos, según una escala de pobreza monetaria del INEI (2015b). Entre estos dos Perúes existen no solo distancias monetarias sino también geográficas, culturales, entre muchas otras más. Por ejemplo, los pobres corresponden al Perú rural y alejado, mientras que los ricos habitan guetos dentro de ciudades fundamentalmente costeras de usanza occidental3. El trabajo de campo, encuestas y entrevistas, se realizó entre agosto de 2017 y marzo de 2018. Se abarcó poco más de 500 hogares pobres y poco más de 400 hogares ricos4.

Para estudiar la felicidad en dos grupos tan heterogéneos como el Perú pobre y el Perú rico, no era pertinente comprender la pobreza solo a nivel monetario. Existe más en la pobreza que el solo hecho de estar por debajo de una «línea» que clasifica a las personas en «pobres» y «no pobres» (Hagenaars & Van Praag, 1985). ¿Tener un ingreso personal disponible de más de S/ 344 (INEI, 2019a) mensuales incrementa realmente el bienestar de los ciudadanos? La respuesta a esta pregunta también es un contundente no. Debido a esto, la comunidad internacional ha tomado la iniciativa de cuestionar la dimensión monetaria y se ha embarcado en la tarea de desarrollar nuevos métodos para determinar quién es y quién no es pobre. Ejemplos de lo anterior son el Índice de Necesidades Básicas Insatisfechas (Cepal, 2001), el Índice de Desarrollo Humano (PNUD, 2016) o el Índice de Pobreza Multidimensional propuesto por Alkire y Foster (2011). Las diferencias entre metodologías recaen en los aspectos que se consideran relevantes para la medición del bienestar (MEF, 2006). Entre estos nuevos indicadores de pobreza, la investigación desarrollada en este libro recurre a una versión ad hoc del trabajo de Alkire y Foster (2011) por su practicidad.

Un tercer eje del proyecto, además de la felicidad y la pobreza, lo constituyeron los valores. ¿Cuál es la relación entre felicidad, pobreza y valores?5 Dicha pregunta ha rebasado las posibilidades de respuesta del presente volumen. Por tanto, el libro que el lector tiene en sus manos debe considerarse como una primera entrega. Queda pendiente un segundo volumen donde retomaremos el eje faltante de los valores.

Más allá de las discusiones metodológicas, las páginas de esta primera entrega no pretenden ofrecer o centrarse en un procedimiento técnico para el cálculo de la felicidad o algo semejante. Esperamos, ojalá se haya logrado, ofrecer un libro que pueda resultar asequible y de interés para personas no especializadas en el tema. No por ello hemos sacrificado calidad o rigor académico. Es solo que la meta no es únicamente académica sino también vivencial. Queremos compartir lo que el equipo observó en los cinco distritos más pobres y más ricos del Perú. Intentamos ingresar al mundo interior de casi 1.000 jefes de hogar que viven en dos Perúes. Descubrimos si cada uno de ellos es feliz o no, y que en ello intervienen diferentes factores. Al comparar la felicidad de los dos Perúes, son los ricos quienes, efectivamente, son más felices. No obstante, el género, la edad, la educación, la familia, los amigos, el trabajo, la Iglesia, entre otros, son solo algunos de los elementos que no solo resultan relevantes como diferenciadores en la felicidad entre adinerados y no privilegiados, sino que también marcan distancias entre los individuos ubicados en el interior de cada uno de estos estratos.

El plan del libro, el itinerario de un viaje por el árbol de la felicidad, es el siguiente. El capítulo primero presenta el marco teórico; vale decir, los dos conceptos clave del libro: felicidad y pobreza. Allí se sintetiza la discusión de los grandes autores, a fin de exponer sobre la reaparición de la felicidad en el debate actual. Inmediatamente después, en el capítulo segundo, se invita al lector a conocer el gran territorio de análisis: el Perú en sus diversas caras. Son posibles muchas clasificaciones o divisiones para estudiar al Perú. Solo damos cuenta de algunas urgentes y necesarias. Para los fines del estudio, la clasificación económica cobra vital importancia. Por ello, en el capítulo tercero, nos centramos en el estudio del Perú de los pobres y de los ricos, y en particular tipificamos a los dos estratos extremos que alimentaron la investigación de nuestro trabajo de campo. En el cuarto capítulo, se presentan los hallazgos que permiten caracterizar a las personas felices a partir de rasgos identitarios personales como la edad, el sexo, el nivel de estudios, entre otros. Luego, en los capítulos quinto y sexto, se exponen hallazgos más bien en relación con aspectos sociales. El quinto analiza la conexión entre felicidad y redes de apoyo como la familia, los amigos y los vecinos. Por último, el capítulo sexto aborda la felicidad en relación con los grupos o espacios de pertenencia: el trabajo, la organización social de base, la Iglesia y los partidos políticos y Gobiernos.

Realizar este estudio hubiera sido imposible sin el apoyo financiero obtenido del I Concurso de Proyectos de Investigación del Vicerrectorado de Investigación de la Universidad del Pacífico. El financiamiento nos permitió contar con el denodado trabajo de Yupaq SAC y el compromiso de su director, Lorenzo Oimas, para la aplicación de las casi 1.000 encuestas. Debemos reconocer, además, el apoyo de asistentes de investigación en diversas etapas del proyecto: María José Quiñones, Augusto Baca, Sergio Salazar, Mario Lituma, Dana Walzer, Elmo Calatayud, Joaquín Armas y Claudia Arredondo. Destacamos en particular la labor de María Alejandra Vera Reyna, quien puso alma, corazón y vida para hacer realidad este texto. Otros colegas de la Universidad del Pacífico también brindaron consejo y asesoría. Externamente, recibimos apoyo y orientaciones. Por un lado, se agradece a las autoridades locales y dirigentes comunales de Curgos, Huaso, Condormarca, José Sabogal, Chetilla, Wánchaq y Pacocha, quienes nos abrieron sus puertas para poder aplicar los cuestionarios sin complicaciones. Por otro lado, recibimos valiosas orientaciones de la subjefa del Instituto Nacional de Estadística e Informática, Nancy Hidalgo, y de su equipo técnico, a quienes también agradecemos. Si bien este libro hubiera sido imposible sin el apoyo y consejo de muchas personas, y tantas otras que no hemos podido mencionar siquiera, ciertamente, los autores somos los únicos responsables de los aciertos y errores finales. A todos, gracias.

Enrique Vásquez H., Franklin Ibáñez B., Pedro Mateu B. y Javier Zúñiga A.

1 A lo largo del libro, entenderemos bienestar y felicidad como sinónimos a menos que se especifique alguna concepción particular distinta. La palabra clásica griega eudaimonia se ha traducido históricamente con ambos términos. Más contemporáneamente, Amartya Sen reconoce que son dos términos bastante intercambiables para las corrientes dominantes de la economía del bienestar (2009).

2 De acuerdo con el INEI (2019a), la línea de pobreza para el Perú se ubica en S/ 344 al año 2018.

3 El trabajo de campo que alimenta la investigación que se desarrolla en el presente libro corresponde a los jefes de hogar de los cinco distritos más pobres y de los cinco distritos más ricos del país. Sin embargo, por cuestiones de economía y elegancia del lenguaje, utilizaremos con frecuencia construcciones equivalentes. Así, por ejemplo, las «personas» del estudio son siempre «jefes de hogar». De manera semejante, ya que se encuentran en los distritos más pobres y en los más ricos, a veces solo se mencionará a los «pudientes» y «privilegiados» o a los «carentes» y «desposeídos», entre otras posibilidades. Por último, ya que son dos muestras estadísticas muy distantes entre sí en una escala de ingreso monetario, constituyen dos fragmentos del Perú. Por ello, nos referiremos a «dos Perúes»; no porque afirmemos que el Perú se divida en dos partes sino porque hemos elegido dos muestras extremas y opuestas entre sí.

4 Si bien la duración del trabajo de campo fue de ocho meses, el análisis realizado a lo largo de todo el libro es de corte transversal, lo que implica que cada hallazgo es un sustento estadístico para relaciones no causales.

5 El proyecto original más amplio, y del cual este libro es uno de sus productos, se titula «Felicidad, pobreza y valores en dos Perúes».

Capítulo 1. Marco teórico y metodología

Este primer capítulo corresponde al marco teórico de la investigación. La felicidad y la pobreza son palabras polisémicas, ricas y variadas en sus acepciones. Existen múltiples formas de entenderlas según tiempos y lugares. Conviene comenzar esta aventura, entonces, fijando, a manera de raíces del árbol, algunas ideas fundamentales sobre ambos términos. Asimismo, resulta imprescindible determinar, con la precisión del caso, la manera en que entenderemos «felicidad» y «pobreza» en la presente investigación.

La felicidad (re)aparece

¿Qué es lo que realmente importa? ¿Qué es lo que las personas más buscan o desean? ¿Qué es aquello que los Estados deben asegurar y promover para el conjunto de la sociedad? Durante mucho tiempo, la respuesta a la última pregunta se ha concentrado en indicadores económicos como el producto interno bruto o el producto nacional bruto (Lepenies, 2016). La visión de los dirigentes políticos se ha centrado en elevar el PIB, el PNB u otros semejantes, como sus variaciones per cápita. Un límite concreto de estos índices o indicadores es que de algún modo comprenden al ser humano ante todo como un agente económico que consume, que gasta, que produce. Por lo tanto, los gobernantes podrían entender a sus poblaciones como a clientes: personas que necesitan dinero y bienes como primera prioridad para satisfacer sus necesidades y lograr un determinado estilo de vida. ¿Tiene que ser así? En esta discusión, como se verá, reaparece la cuestión de la felicidad en las últimas décadas.

Ciertamente era una noción clave para el mundo antiguo, pero tampoco se olvidó en el mundo moderno. La escuela utilitarista clásica de Bentham y J. S. Mill sostenía fervientemente que el objetivo del Gobierno debería ser maximizar la felicidad, en tanto que nada es más valioso que esta (Bentham, 2000; Mill, 2014). El utilitarismo «acepta como fundamento de la moral la Utilidad, o el Principio de la mayor Felicidad, mantiene que las acciones son correctas en la medida en que tienden a promover la felicidad, incorrectas en cuanto tienden a producir lo contrario a la felicidad» (Mill, 2014, p. 60). En efecto, entendían la utilidad casi como sinónimo de felicidad –y esta como aumento del placer y disminución del sufrimiento–. Pero, con el tiempo, un equívoco del lenguaje ordinario común o una excesiva preponderancia de lo cuantitativo y material acabaron reduciendo el sentido del término «utilidad» a las ganancias económicas, como se dice con frecuencia en los negocios. No obstante, los utilitaristas clásicos entendían la utilidad como mucho más que dinero. Pese a la posterior importancia y vigencia del utilitarismo como enfoque económico y de gobierno, la presencia de la felicidad en estas discusiones se redujo en cuanto el término utilidad estrechó su significado.

Un hito en el resurgir de la felicidad en el mundo contemporáneo fue, sin duda, la preocupación del Reino de Bután por proveer de esta a su población. Así, en 1972 se dio inicio a un índice denominado felicidad nacional bruta (FNB) o felicidad interna bruta (FIB). El indicador de referencia del Estado de Bután incluye al menos nueve dimensiones que se consideran básicas para la felicidad (Ura et al., 2012). Cuatro décadas después, la Asamblea General de la ONU adoptó la felicidad como un criterio fundamental para guiar las políticas públicas (ONU, 2011) y encargó para el año 2012 la emisión del primer Informe mundial de la felicidad – World Happiness Report (Helliwell et al., 2012). La felicidad vuelve así, progresivamente, al centro de la política. Casos concretos son la creación de un Viceministerio para la Suprema Felicidad Social del Pueblo en Venezuela (2013), la Secretaría del Buen Vivir en Ecuador (2013), y un Ministerio de la Felicidad en los Emiratos Árabes Unidos (2016) y en el estado indio de Madhya Pradesh (2017).

Por otro lado, la felicidad ocupa un lugar importante en la cultura contemporánea. Se la aborda desde diversas profesiones y ramas como la psicología, la economía, la antropología, la neurociencia, incluso desde la administración y la gestión de personas. Hoy existe literatura –alguna profunda, alguna superficial– para ser felices; también, cursos y talleres, música de relajación, libros de autoayuda, e incluso pastillas. Algunos de los autores conocidos de la supuesta ciencia de la felicidad son Tal Ben-Shahar (2007, 2009, 2010, 2012), Sonja Lyubomirsky (2008, 2014), Daniel Gilbert (2017) y Ed Diener y Martin Seligman (2002). No ha faltado quien vea en este anhelo una oportunidad de negocio o incluso de explotación de otras personas (Cabanas & Illouz, 2019). Tampoco ha faltado quien se dedique a desmontar la necesidad y mediocridad de muchos de los supuestos gurús y sus teorías pseudocientíficas. Es conocido el caso de Brown, Sokal y Friedman (2013, 2014), quienes critican ferozmente a algunos portavoces de la psicología positiva. Con todo, y más allá de estos debates, hay algo que está fuera de duda: la felicidad está de moda nuevamente.

Pero ¿de qué se está hablando? ¿Es posible alcanzar la felicidad? Si lo es, sería deseable que el Estado o el sector privado la promuevan; y que cada uno se dedique a ello con ahínco. Pero ¿en verdad es factible? Se debe comenzar por la pregunta central: ¿qué es la felicidad? ¿Un estado de ánimo? ¿Un sentimiento? ¿Un sinónimo de alegría o contento o dicha? ¿Un equilibro químico, electromagnético o neurológico? Hoy existe una abundante discusión teórica y métrica para concebir y medir la felicidad. Estos esfuerzos se resumen en las ideas planteadas por las escuelas eudaimonista y hedonista –de los términos griegos eudaimonia y hedone–, con clara primacía de la primera. Dada la extensión de la materia y la cantidad importante de autores, no es posible reseñar aquí todas las escuelas que han tratado el tema en la historia. Bastará con profundizar en las dos corrientes mencionadas, puesto que aún mantienen gran impacto en la comprensión contemporánea de la felicidad y sus estudios6.

Algunos apuntes lingüísticos e históricos

Preguntar a alguien «¿qué es la felicidad?» supone toparse con un amplio abanico de significados y sentidos. Por ello, conviene un breve repaso de los vocablos y la evolución de sus concepciones asociadas. La palabra española «felicidad» tiene su origen en el término latino «felicitas», cuyo campo semántico es amplio. En el mundo romano, podía significar desde alegría y placeres hasta fortuna, buen destino e incluso fecundidad. De hecho, felicitas lleva por raíz felix, cuyo origen está relacionado con la agricultura. Felix significa fecundo, fértil, fructífero; de allí que también haya devenido en próspero, afortunado, favorable. En un sentido general, se puede decir que una persona feliz es aquella afortunada; que posee una buena suerte o destino; que ostenta bienes y riqueza; o simplemente es feliz porque es fecunda o productiva. Todas estas connotaciones mantienen alguna vigencia hasta el día de hoy. Recogiendo estos múltiples sentidos, el Diccionario de la lengua española de la Real Academia Española señala tres significados para la palabra «felicidad»: «Estado de grata satisfacción espiritual y física», «Persona, situación, objeto o conjunto de ellos que contribuyen a hacer feliz. Mi familia es mi felicidad» y «Ausencia de inconvenientes o tropiezos» (Real Academia Española, 2014).

Más atrás en el tiempo, en el mundo griego, los términos más usados para hablar de la felicidad son eudaimonia –como sustantivo– y makários –como adjetivo–. Los griegos fueron los primeros que teorizaron sobre la felicidad. Conviene comenzar por el segundo término. Makários se puede traducir como «feliz», «dichoso» o «bienaventurado». En los textos griegos más antiguos, este adjetivo, o uno semejante, solo se aplicaba a los dioses. Solo ellos están por encima de las preocupaciones y tribulaciones (Lefka, 2006). Por ejemplo, sostenía Jenófanes que solo un dios está por encima de los vaivenes de la vida, siempre idéntico a sí mismo, imperturbable (Kirk, Raven, & Schofield, 1987). Platón pone en labios de Sócrates la siguiente conclusión: «Los males no habitan entre los dioses, pero están necesariamente ligados a la naturaleza mortal y a este mundo aquí. Por esa razón es menester huir de él hacia allá con la mayor celeridad, y la huida consiste en hacerse uno tan semejante a la divinidad como sea posible, semejanza que se alcanza por medio de la inteligencia con la justicia y la piedad» (Platón, 1988). Aristóteles (1985), en el libro X de la Ética nicomaquea, refrenda el mismo pensamiento. La felicidad plena era un privilegio propio de los dioses.

De todos modos, allí podía notarse un modelo o meta que los humanos quisieran también alcanzar. Es así que, posteriormente, comienza a utilizarse el adjetivo para calificar a los muertos, en particular a los héroes, quienes al abandonar el mundo logran estar por encima de los avatares e infortunios (Hesíodo, 1978; Homero, 1993). De manera similar, y con posterioridad, se aplica también a los sabios, quienes conocen la verdad y saben vivir. Aunque la anterior no fuese necesariamente una creencia ampliamente extendida entre la muchedumbre, al menos se encuentra en los pitagóricos, Empédocles y Platón (1986). Por último, Sócrates anuncia que cada uno debe y puede cuidar de sí (Platón, 1981). Por tanto, para Sócrates sí sería posible que las personas comunes accedieran al menos a cierta virtud y, así, a su felicidad.

En este breve repaso histórico, conviene recordar la expresión cristiana de la felicidad, en particular el célebre discurso de Jesús conocido como las bienaventuranzas. En Mateo 5 y Lucas 6, los evangelistas ponen en boca de Jesús la palabra «felicidad» (makárioi, plural) para invitar a las personas a sumarse al proyecto de la construcción de su reino. ¡Felices los pobres! Las bienaventuranzas son felicitaciones por acoger el plan de Dios o ser parte de él. Como señalan Mateo y Lucas, existen muchas razones para ser feliz: luchar por la justicia, trabajar por la paz, practicar la compasión, ser manso de corazón, etcétera. Entonces, en el núcleo de la promesa cristiana, en el mensaje evangélico, ciertamente está también la felicidad. Como apunta Arens (2004), es significativa la cantidad de veces que se utilizan en el Nuevo Testamento términos cercanos a la felicidad: «el regocijo/arse, exulta/ción (agall – 16 veces), la alegría/arse (chara chairo’ χαρά 131 veces), y celebrar con júbilo (euphraino’ 16 veces)» (p. 75).

Así como el cristianismo, que ha impregnado la cultura occidental y, en cierto modo, la universal, otras religiones también han aportado a la comprensión de la felicidad. Por citar un solo ejemplo adicional, los reportes mundiales de la felicidad incluyen de manera regular referencias al budismo (Helliwell et al., 2012, 2015, 2016). La comprensión budista de una vida buena contiene al menos tres enseñanzas relevantes para las personas que hoy buscan la felicidad. Primero, supone un gran esfuerzo para la persona, pues implica la práctica de virtudes y la liberación de ciertas ilusiones como el vano placer desenfrenado. Segunda, el sentido de la vida no está en el poseer obsesivamente ni tampoco en el desposeer totalmente, sino que existe un camino medio, un equilibrio. Por tanto, sería posible maximizar el bienestar con un mínimo de consumo (Mutakalin, 2014). Tercera, la compasión, la benevolencia y la empatía con los demás, incluyendo las criaturas no humanas, deben ser cultivadas de manera especial.

Escuela eudaimonista de la felicidad

Volviendo a los griegos, ellos utilizaban la palabra «makários», o «makárioi», para referirse a la persona feliz o los felices. De otro lado, para teorizar sobre la felicidad o conceptualizarla, era más común usar el término «eudaimonía», que se puede traducir como «felicidad», «bienestar», «buen vivir», entre otros. Aunque los pensadores clásicos, e incluso el pueblo amplio, utilizaban el término «eudaimonía», no se ponían de acuerdo sobre su significado. Aristóteles lo constata con una formulación que podría ser muy actual:

¿Cuál es el bien supremo entre todos los que pueden realizarse? Sobre su nombre casi todo el mundo está de acuerdo, pues tanto el vulgo como los cultos dicen que es la felicidad, y piensan que vivir bien y obrar bien es lo mismo que ser feliz [...] Pero sobre lo que es la felicidad discuten y no lo explican del mismo modo el vulgo y los sabios. Pues unos creen que es alguna de las cosas tangibles y manifiestas como el placer, o la riqueza, o los honores [...]. (Aristóteles, 1985, p. 134-135)

Para responder la pregunta existen al menos dos importantes escuelas en la antigüedad clásica: la eudaimonista y la hedonista. El principal autor del primer enfoque, la escuela eudaimonista, es Aristóteles (1985). Su concepción de la felicidad se puede comprender desde dos puntos de vista catalogables como forma y fondo. Desde el punto de vista de la forma, la felicidad se define por sus propiedades, por sus características o por las funciones que cumple, mientras que, desde el punto de vista del contenido o fondo, se examina qué es aquello que procura o logra la felicidad.

En cuanto a la forma, la felicidad se concibe como el fin último, la meta máxima o el propósito final de la vida. Es aquello que da sentido y organiza todas nuestras metas y objetivos intermedios. Uno estudia para graduarse; se gradúa para trabajar; labora para desarrollarse profesionalmente y obtener medios para vivir decentemente, etcétera. A fin de cuentas, todo termina en la palabra felicidad. Quienes departen con amigos, se casan o practican deporte comparten el mismo motivo: ser felices. Tanto las actividades breves o cortas como los grandes proyectos tienen como telón de fondo la felicidad. Entonces, esta es fin en sí mismo: lo único que no se busca con vistas a algo más sino que es la última explicación a los actos y proyectos que una persona realiza. Es el para qué de toda nuestra vida. «¿Y para qué quiero ser feliz?». Pues para nada más, porque la felicidad explica todo. Por otro lado, la felicidad así descrita supone la realización de una vida o de un proyecto vital, es decir, alguien la alcanza progresivamente en la medida en que logra las metas o hitos intermedios que se propuso como parte de su gran proyecto. Esta realización progresiva es eminentemente un asunto personal, es decir, es una actividad que uno mismo realiza. Nadie puede ser feliz si no pone de su parte. La felicidad no se hereda, se logra por uno mismo. En suma, la felicidad es proceso y resultado logrado por el propio sujeto, está en manos de cada uno.

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0+
Umfang:
370 S. 85 Illustrationen
ISBN:
9789972574597
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