Buch lesen: «Teatro a tres»
ÍNDICE
PORTADA
PORTADA INTERIOR
INTRODUCCIÓN
ALGO PERSONAL (Enrique J. Garcés de los Fayos)
EFECTO DOMINÓ (Pedro Jara Vera)
NO QUIERO LA NOCHE (Francisco J. Ortín Montero)
CRÉDITOS
AUTORES
INTRODUCCIÓN
Algunos filósofos afirman que crear alarga la vida. Pintar, tocar un instrumento musical, esculpir, escribir… incluso caminar, cambia los tiempos en los que se desarrolla la propia existencia.
El teatro tiene una fuerza especial. Como texto literario o como espectáculo, transmite al lector o espectador los sentimientos a través de, entre otros aspectos, el impacto de los diálogos.
Teatro a tres nace de la ilusión de tres psicólogos que aman la escritura en sus diferentes posibilidades. Pero no sería exacto ceñir esta introducción solo a esa pasión. Es una creación que nace desde la amistad. Desde la confianza y el deseo de emprender un proyecto que nos lleva a la satisfacción mucho antes de ver la luz.
No ha sido un camino fácil. Las diferencias para llegar hasta aquí marcan si cabe de manera más bonita el objetivo conseguido.
El lector tiene ante sí tres obras semibreves, con profundo sentido psicológico. Tres creaciones con estilos, ritmos, uso de la palabra y planteamientos diferentes, pero un nexo común: las emociones profundas y los extremos del ser humano. Situaciones en las que la vida pone a prueba a las personas, y en las que nos volvemos impredecibles, o tal vez no tanto. Sí. Nadie está a salvo del comportamiento extremo. Que el lector no se lleve a engaño.
Un psicólogo incapaz de medir el límite de lo profesional y lo personal, para volcar una dramática pasión que atrapa en su lectura. Una historia de liberación y superación de traumas extremos, a través de un lenguaje psicológico. Una persona atrapada en su mente y otra entre rejas, donde su pena será siempre emocional. Tres historias que esperamos hagan viajar al lector por los escenarios imaginados, y por la profundidad de cada una de las creaciones.
Teatro a tres. Tres enamorados de la creación literaria en todas sus posibles expresiones. Tres profesionales de la psicología. Tres profesores de Universidad. Tres amigos. Tres.
Los autores
Enrique J. Garcés de Los Fayos Ruiz
ACTO I
Escena I
La habitación está iluminada por el sol que entra por la ven tana. Es viernes por la tarde. Aún la primavera no llena de claridad el espacio, pero sí lo suficiente para poder observar a los hombres sentados frente a frente, separados por una mesa de madera. David es psicólogo y atiende a Javier, que acude por primera vez a su consulta. Es el esposo de una antigua cliente.
David: Debo reconocer que me sorprendió cuando me solicitó una cita para hablar de su mujer (duda un instante). Perdón, su exmujer.
Javier: Ya, supongo que no debe ser nada habitual.
David: (Adoptando una postura rígida, quizás acorde con el momento profesional) En cualquier caso, tengo que dejarle claro que no tengo inconveniente en escucharle, si bien comprenderá que me debo al secreto profesional de mi trabajo, y que no podré decirle nada referente a lo tratado en las sesiones llevadas a término con Sofía.
Javier: Por supuesto. Entiendo la obligación y responsabilidad que usted tiene en su trabajo. De lo contrario el psicólogo ofrecería poca ética a sus pacientes (sonríe levemente).
David: Cliente.
Javier: ¿Cómo?
David: Que es más correcto llamarles clientes. No pacientes.
Javier: ¡Ah! Comprendo.
David: Pero, efectivamente tiene razón, la relación confidencial que se establece es así.
Javier: Y además le agradezco mucho que haya podido encontrar un hueco en su agenda. Ya ha pasado mucho y es momento de cerrar viejas heridas (hace una pausa para reestructurar sus ideas y continúa). ¿Sabe?... el hecho de que usted le ayudara a afrontar nuestra separación me supuso un gran malestar. Aunque después entendí que ella necesitaba su ayuda y su trabajo consistía precisamente en hacerle ver el beneficio de tomar una decisión así.
David: ¿Aunque esa decisión no fuera favorable para usted?
Javier: ¡Hombre! Hubiese preferido que se quedara a mi lado, que no hubiese hecho falta separarnos.
David: Lo sé, pero debe comprender que ella estaba en un momento en el que necesitaba tomar una decisión, volver a controlar su vida. Ver qué deseaba hacer…
Javier: Su deseo (le interrumpe). Lo comprendí, aunque me llevó un tiempo. Supe que ella ya había dado el paso definitivo, que su deseo había empezado a canalizarlo en otra dirección.
David: Ciertamente usted me parece una persona muy razonable (le sonríe). Y además inteligente. Sin duda, su esposa necesitaba dejar salir la presión que su relación le estaba generando, y yo solo le ayudé a expulsar esos demonios.
Javier: Sí, fue así. Consiguió liberarse, aunque quizás, para mi gusto, lo solucionó demasiado pronto. ¿Sabe que al poco de iniciar la terapia con usted, se estaba acostando con alguien?
David: Bueno, sí… (Intenta acomodarse en su silla mientras organiza en su mente qué decir). Algo me comentó, en el contexto de la terapia, como no podía ser de otra manera. Entendí que formaba parte del proceso que estaba gestionando y por ello tampoco quise incidir demasiado, ya que quizás no era el momento de complicar más la intervención.
Javier: Lo sé. El trabajo de ustedes, los psicólogos, debe ser muy complejo. Entender a su cliente, ser paciente con lo que manifiestan, aun considerando que sus actos no sean los más racionales, incluso pudiendo valorarse de reprobables, y estar siempre ahí, apoyando hasta el final…
David: Lo lamento. Supongo que le habrá supuesto un fuerte trauma todo lo acontecido (hace una leve pausa). ¿Cómo lo supo?
Javier: Bueno, ya sabe usted cómo son estas cosas. Alguien te llama por teléfono, te cuenta cosas y, finalmente, atas algunos cabos.
David: En cualquier caso, si me permite un consejo, no se haga más daño con este suceso. Seguro que fue consecuencia de un momento en el que Sofía necesitaba reestructurar sus ideas, su vida… y sucedió. Estoy convencido que no fue nada personal.
Javier: Gracias por su consejo. De hecho, incluso, le entiendo perfectamente. Es más, creo que esa persona fue muy considerada con ella. No solo se la tiraba, sino que además le asesoraba sobre cómo elegir la mejor estrategia de separación, y cómo obtener los máximos beneficios de la ruptura.
David: ¡Vaya! Hay personas que en determinadas situaciones muestran la peor versión de sí mismos.
Javier: Eso es, justo lo que yo pensé (sonríe). Me alegra que coincidamos. Para mí, esa persona es un ser despreciable al que le deseo lo peor.
David: Por supuesto, empatizo con usted, me pongo en su lugar, y comprendo su frustración. De hecho, si en otro momento cree necesitar ayuda psicológica, me tiene a su disposición. Puede llamar a mi secretaria y le encontrará hueco inmediatamente.
Javier: Muchas gracias, sabía que venir a hablar con usted abriría, aún más, mi mente.
David: Estas situaciones son lamentables, la mayoría de ocasiones los procesos de divorcio suelen dejar daños colaterales imprevisibles, e inevitables casi siempre.
Javier: Tiene toda la razón (queda un momento en silencio mirando al suelo).
David: ¿En qué, concretamente?
Javier: (Hace una pausa). Que esta situación es lamentable (sin levantar la mirada).
David: Sí, pero observo que usted es un hombre fuerte, emocionalmente hablando, y tiene la capacidad suficiente para hacerle frente.
Javier: (Lo mira serio) Sí, bueno, he pasado lo mío. He perdido a mi mujer, la casa, mi vida…
David: Por favor no se torture.
Javier: Tiene razón, dejemos ese tema. Quiero agradecerle sinceramente su gran ayuda. Logró que su objetivo se alcanzara de la mejor forma posible, y hoy he venido a decirle algo.
David: (Sonríe sereno) No merezco ese agradecimiento, de verdad, pero usted dirá.
Javier: El asunto es el siguiente, desde que pasara todo lo de mi mujer comencé a tener clara esta situación. Cada mañana me levanto con el único objetivo de venganza. Tengo claro que ella era una zorra, y la mayor culpable, pero el cabrón que se la follaba… Bueno, el caso es que he venido a informarle que hoy es su último día de vida.
David: ¡Cómo! (Exclama absolutamente sorprendido).
(Todo ocurre con la rapidez propia de la excitación y la rabia que se siente en el ambiente. Javier ha sacado de su chaqueta un cuchillo, y lo ha introducido completamente en el cuello de David. Este ya no puede levantarse de su silla. Es incapaz de comprender qué ha sucedido y lo que queda es la imagen de su rostro contraído intentando comprender que esa pajarita que adorna su cuello supone el fin de su vida).
Javier: (Dirigiéndose a la puerta) Era tan sencillo como eso. Simplemente matarle. Situar cada pieza en su sitio, para que la cordura volviera a su lugar, aunque solo fuera durante breves instantes (se detiene antes de salir de su despacho y observa su cuerpo inerte). Sí, los instantes precisos para terminar de hacer lo que debía. Y encima, el muy cabrón me ofrece terapia. Quizás la necesite, pero será después, cuando todo siga el proceso previsto y nada quede sin cerrar. “Daños colaterales” decía el hijo de puta. A ver cómo encajas este daño colateral que acabo de producirte.
Escena II
Tres meses antes. Es viernes. Ya ha anochecido y, en la consulta, David se encuentra de pie abrochándose la camisa. Sofía, su cliente, recostada en el diván, solo lleva una camiseta y sus bragas. Aún se respira el aroma propio de una sesión intensa de sexo, reflejada también en los rostros de ambos.
Sofía: (Acariciándose sugerentemente en la entrepierna) Lo haces muy bien, David. Cada vez me dejas más satisfecha.
David: (Terminando de arreglarse) Me alegro, tú también me gustas mucho.
Sofía: (Lo observa desde el diván) ¿Sabes lo que más me gusta a mí?
David: ¿Hacerte sentir más segura?
Sofía: (Lo mira confundida) No. Cuando me agarras fuerte el culo y me atraes hacia tu pelvis. A partir de ahí ya me tienes absolutamente entregada.
David: No había pensado en algo tan prosaico (sonríe con ironía).
Sofía: ¿Quieres que te diga algo más prosaico? ¿Algo verdaderamente vulgar, David?
David: No sé si atreverme a oírlo.
Sofía: También me encanta cuando te pierdo de vista entre mis piernas y noto que tu lengua me habla con profundidad, sin articular ninguna palabra, diciéndome tantas cosas que termino corriéndome como nunca… (Lo mira con deseo).
David: ¡Eres espectacular! (Se acerca y la besa levemente en los labios). Nunca pude imaginar que aquella mujer perdida, sin un rumbo claro, terminara por ser alguien tan segura. Una mujer tan activa en el sexo.
Sofía: Eso forma parte de los prejuicios sociales que tenemos que sufrir las mujeres siempre. ¿Qué ocurre, que no es lógico que una mujer le diga a un hombre cómo le guste que la folle, que le haga sentir como perra en celo?
David: ¡Qué bruta eres!
Sofía: ¡Bruta!, vale, la próxima vez no te contaré que cuando me corro contigo me paso varios días tocándome para prolongar lo que me has hecho sentir. Aunque debo decirte que no lo hago tan bien como cuando tus dedos me hacen volar.
David: Sabes que me gusta hacerte sentir así, pero no debes olvidar que también estoy aquí para hacer frente a tus tormentas…
Sofía: Está muy bien que mi psicólogo aplaque mis tormentas físicas y psíquicas (ríe). Con mi marido esas tormentas aumentan y tú las suavizas (lo mira excitada). Sin embargo, me sabe a poco que me folles solo una vez a la semana. Deberías decirle a tu secretaria que amplíe mi número de citas. No sé, podrías argumentar que he empeorado, que necesito más sesiones, que tengo más necesidades (hace una pausa), eso, muchas más necesidades.
David: (La observa serio) Sabes que hasta que no concluyas tu divorcio con Javier, necesitamos llevar cuidado.
(Sofía se levanta airada y comienza a vestirse. En breve pasará el tiempo asignado a su sesión, y aunque no lo dice no quiere sentirse como una más que acepta ser poseída por su psicólogo el rato que le puede dedicar en su agenda).
Sofía: Lo sé, no quiero que te agobies (se aproxima a él y le besa en los labios). Conoces mi vida y desde que iniciamos esta relación me siento llena… de ti. Sin embargo, cada día que pasa se me hace más complicado lograr esa plenitud, y creo que es porque necesito más terapia de ésta, que solo tú sabes hacer tan bien. Mientras, seguiré masturbándome, claro.
David: Estoy seguro que el tratamiento está yendo bien (procurando cambiar el curso de la conversación). Tú, has sido capaz de tomar la decisión que buscabas, sin saberlo, y ahora estás dejando fluir aquello que estaba secuestrado en ti. Lo que tu marido ha recluido durante tantos años, para evitar que la verdadera So fía saliera a la vida como estás haciendo ahora. Esa pasión…
Sofía: (Ya arreglada) ¡Mi marido un secuestrador de mi personalidad! Me gusta esa idea (sonríe). Y tú mi liberador, parece una novela romántica, aunque cuando nos metemos en faena es más bien pornográfica, jajaja.
David: (Acompañándola a la puerta) No seas irónica. Estás quitando toda la suciedad que había en tu vida y ahora resplandeces. Eso es lo que sientes.
Sofía: (Se vuelve justo en el instante antes de salir, lo abraza y le susurra al oído) Lo que sí percibo cada vez con más intensidad, es el polvo que me quitas de encima (sonríe y lo mira seductoramente). Cada vez que me posees dejas mucho más limpio mi cuerpo, mi vida (lo mira fijamente). No dejes de follarme como has hecho hoy, y por favor, dile a tu secretaria que me dé cita cuanto antes.
(David la detiene agarrándola del brazo, la atrae hacia él y la besa. Ella lo abraza y se entrega sabiendo que lo ha excitado y que las barreras han caído, dejando la posibilidad de un nuevo encuentro, rápido quizás, pero necesario para ambos).
David: Podrías llegar a volverme loco. Me gustas demasiado.
Sofía: Ya va siendo la hora, David. La sesión está a punto de acabar.
David: Ya, lo sé.
Sofía: Entonces deberías dejar que me fuera (sonríe).
David: ¡Cómo puedo desearte tanto!
Sofía: Yo, desde que vine a tu consulta enloquecí. No me has curado, me has hecho enfermar, pero te aseguro que merece la pena sufrir este trastorno y no salir de él jamás, mientras tú seas quien lo gestione (le sonríe seductoramente).
David: (Sin dejar de tenerla entre sus brazos, muy cerca de su cara) Podría volver a hacerlo de nuevo. Vuelvo a estar muy excitado.
Sofía: Lo noto entre mis piernas.
(David la besa con mucha más pasión, empieza a acariciarla, a intentar abarcar su cuerpo. Sofía le deja hacer, ella también siente la misma excitación y quiere llevarlo a la situación de no retorno, para volver a hacer el amor con él).
Sofía: Pídemelo (le susurra separándose ligeramente de él, para que pueda contemplar como el deseo gobierna por completo la situación).
David: No me hagas esto.
Sofía: Dime que quieres volver a follarme.
David: ¡Sofía!
Sofía: Pídeme que me desnude y que me eche en el diván.
David: ¡Dios!
Sofía: Dime que quieres volver a follarme, David.
(Los dos se dejan caer en el diván, abrazados, besándose con toda la pasión posible… La escena se oscurece y, al volver a iluminarse, David está sentado en su sillón, tras la mesa. Enfrente está sentada Alicia, su secretaria. Sofía se marchó unos minutos antes).
David: (Manteniendo la compostura a pesar de sentirse aún excitado por lo recientemente vivido) Alicia, necesito buscar nuevos huecos semanales en la agenda para encajar nuevas citas que no tenía previstas y no sé cómo organizarlas.
Alicia: (Abriendo la agenda encima de la mesa). Perfecto. Dime.
David: Me gustaría que buscaras un día a la semana para agregar una sesión más a Sofía, dejando entre ambas, tres o cuatro días de intervalo.
Alicia: (Lo mira seria) ¿Para Sofía, la cliente que se ha marchado hace unos instantes, ¿ha habido un retroceso en la terapia?
David: No. ¿Por qué preguntas eso?
Alicia: Bueno, creía que lo normal sería disminuir las sesiones conforme avanzaba la terapia, porque el cliente va respondiendo bien a la intervención, y no al contrario, necesitando aumentar las mismas. He pensado que lo mismo estaba empeorando.
David: No sabía que, además de tus habilidades como secretaria, también tenías conocimientos profesionales al respecto (hace una pausa, transmitiendo mucha ira en su expresión).
Dime tú cómo debo proceder entonces, y si consideras pertinente que yo, como psicólogo, decida cuándo debo dar una cita más o menos, y sobre todo que me des tu opinión al respecto.
Alicia: Perdón, no pretendía molestarte (esquiva la mirada, sonrojada).
David: (Ahora sí, iracundo) ¡Joder, pues haz tu trabajo y no te metas donde no te corresponde! (Hace una pausa).
No sé, a veces creo que cruzas con demasiada frivolidad al terreno personal, cuando deberías situarte en tu papel de secretaria y no complicar las cosas como haces. ¿Tienes algo más que decir acerca de mi cliente?
Alicia: (Muy inquieta) No, te pido perdón de nuevo (emite un ligero suspiro, intentando no llorar). Creo que puedo encajar esa sesión sin problemas.
David: Me alegra que sea así (tranquilizándose). Al menos reserva una segunda sesión durante los próximos tres meses.
Alicia: ¿Los tres próximos meses?
David: ¿Tampoco te va bien mi previsión de trabajo?
Alicia: Disculpa, no es eso. Lo preguntaba porque en dos meses y medio nos metemos en fechas de vacaciones y no sabía si…
David: ¡Todo parece en contra de querer hacer las cosas bien! Vale, pues hazlo hasta que lleguemos a vacaciones. Después ya veré, y te diré cómo proceder con la agenda.
Alicia: Bien, así lo haré. La factura, la sigo enviando a su marido, ¿verdad?
David: No te entiendo. ¿A quién coño se la vas a enviar?
Alicia: (Intenta mantenerse seria, controlando sus emociones de frustración y rabia) En el caso de Sofía se factura mensualmente. Su marido va a encontrar de repente una factura con un pago mayor, y puede sospechar (hace una pausa) que se trata de un error. Quizás…
David: Vale Alicia (la interrumpe). Haz lo que estimes conveniente, cóbrale de otra forma, haz que resulte natural, pero hazlo ya, por favor.
(Alicia sale del despacho. David está aún serio y tenso por la conversación mantenida con su secretaria. Toma su teléfono móvil y marca un número. Sonríe).
- ¿Sofía?
- Ya tienes tu segunda cita… Sí, Alicia te dirá cuándo.
- Mujer, te he reservado una segunda sesión semanal hasta que lleguemos a vacaciones… ¿Cómo que más tiempo?
- Eres terrible. No te preocupes, si lo vemos necesario ampliaremos la terapia (ríe con fuerza).
- ¡Qué bruta eres!... ¡Claro que me gusta oírlo!...
- ¿Qué me vas a hacer qué? (vuelve a reír).
- No sé cómo puedes ser tan animal…
- Yo también te tengo muchas ganas… (Cuelga).
Escena III
Mes y medio antes. Sentado en una cafetería Javier recibe a Alicia, la secretaria de David. Hacía unos días que ella lo había telefoneado para facilitarle una información que le podía interesar. Están muy próximos, el espacio es reducido y hablan con un tono bajo, como queriendo evitar que otros puedan oírlos.
Javier: Me sigue pareciendo increíble que venga aquí, me cuente esto y se quede tan tranquila (su expresión es de dolor). ¿Le parece razonable describirme esas circunstancias acerca de Sofía? ¿Es consciente del daño que puede estar haciendo a nuestra relación?
Alicia: No lo sé. Por eso he venido, para comprobar si tenías idea de lo que estaba ocurriendo a tus espaldas. ¿Eres consciente del daño que ellos están haciendo a otras personas?
Javier: No sé cuánta gente va a sufrir a partir de ahora, pero es evidente que su actitud no me parece la más encomiable y, por supuesto…
Alicia: (Elevando ligeramente el tono de su voz) Te aviso de una cosa. No te pienso permitir que me culpes por ser la mensajera de la traición que están llevando a cabo otras personas. Tenlo muy claro. Matar al mensajero es una costumbre ancestral, pero en este caso la recadera también está muy jodida con lo que tu mujer está haciendo con su psicólogo.
Javier: Pues precisamente, sí desapruebo su conducta sin con ello pretender algún tipo de venganza por mi parte. Está usted muy equivocada. Me parece demencial que se permita hacer una acusación tan miserable. ¡Matar al mensajero! (exclama con ironía).
Alicia: Tú haz lo que quieras. Ya te lo he explicado, tu mujer lleva unos meses follándose a David en su despacho. Así de simple.
Javier: ¿Así, sin más?
Alicia: No, sin más no. Pasándolo muy bien.
Javier: ¿Con usted allí, sin ningún cuidado?
Alicia: David es muy inteligente (sonríe con desdén). Su sala de consulta está insonorizada y no se escucha nada (hace una pausa), aunque debes saber que tu mujer grita mucho.
Javier: (Incorporándose hacia adelante) ¿Cómo lo puede saber? Me parece deleznable, y quizás hasta denunciable, lo que está haciendo. Imagino que esto se debe a algo personal que usted está cobrándose, porque no alcanzo a comprender sus motivos.
Alicia: (Sacando de su bolsillo una grabadora) Toma, óyela, y comprobarás el tipo de terapia que está llevando a cabo con ella. He incorporado unos auriculares para que la puedas escuchar tú solo, ya que quizás sería demasiado fuerte para el resto de la gente del local.
(Javier escucha a su esposa gemir y gritar de placer en algunos momentos. Se puede intuir que dichos sonidos son consecuencia de estar manteniendo relaciones sexuales con alguien. Ese alguien es David, al que también oye gemir y hablar con Sofía, dirigiéndose a ella con palabras obscenas y soeces).
Javier: ¡Joder! ¿Por qué lo hiciste? (ya no puede mantener las formas y comienza a tutearla). ¿Qué fue lo que te condujo a querer grabarlos?
Alicia: (Tapándose la cara, en un gesto de frustración) Porque no quiero ser siempre el segundo plato. Ya estoy cansada de organizar las sesiones con sus amantes y esperar a ver cuándo me toca. ¿Te queda suficientemente claro?
Javier: (Susurrando) ¡Despechada!
Alicia: (Lo mira con cierto desprecio) Sí, despechada, y tú un cornudo que, además, le paga el amante a su mujer. (Se levante para marcharse).
Javier: (Roto emocionalmente) Creía que la terapia le ayudaría a conseguir…
Alicia: (Interrumpiéndolo) A pesar de todo, lamento hacerte pasar por esto, aunque creo que era necesario que los dos supiésemos la verdad de lo que sucede en esa consulta.
Javier: ¿Los dos? Creo que es un problema entre mi esposa y yo.
Alicia: A mí también me duele ver a David con otras mujeres (lo mira con los ojos a punto de desbordarse de lágrimas).
Javier: ¿Otras mujeres?
Alicia: Sí, lo que hace con tu mujer también lo hace con otras pacientes por las que se siente atraído.
Javier: ¡Dios, qué sinvergüenza!
Alicia: Bueno, me tengo que marchar, lo siento, de verdad. Te recuerdo que David pasa los viernes por la tarde solo en su despacho, con sus amantes. Tratándose de ti, si le dices que no puedes otro día, es probable que no se niegue a recibirte. Algunos de esos viernes procuro no estar. Digamos que, tanto él como yo, sabemos cuándo es apropiado que me tome la tarde libre.
Javier: Muy bien. (Hace una tensa pausa). No me sale decirte gracias.
Alicia: (Levantándose para irse) Me da igual. Yo considero que he hecho lo que debía. Para mí, era algo personal, sí (se marcha).
Escena IV
Mes y medio antes. El psicólogo está en su despacho con Francisco, un amigo y compañero de profesión. Le habla de la relación tan intensa que mantiene con su paciente. Su amigo, de pie, sirviéndose una copa, no sale de su asombro.
Francisco: (Sirviéndose una copa y sentándose en el diván) ¡Entonces es aquí mismo donde te la estás follando! (ríe).
David: Sí.
Francisco: ¿A todas te las tiras aquí?
David: Sí (hace una pausa), pero con Sofía es diferente…
Francisco: ¿Te has enamorado? (vuelve a reír).
David: No seas tonto. Lo que pasa es que con algunas de las clientes con las que termino teniendo algo se queda en eso, en un lío que dura poco, y a los pocos meses se acaba y ya está, pero con ella algo ha hecho que no sea igual. Los dos hemos desarrollado un deseo que nos supera.
Francisco: ¿Tan buena es?
David: ¿Sabes? Es muy buena, pero sobre todo lo que ha sucedido es que con su marido estaba muy reprimida y conmigo ha visto una forma diferente de afrontar la vida, y ha encontrado en mí a alguien con quien dejar salir todo lo que llevaba dentro durante tanto tiempo.
Francisco: Y el sexo…
David: Sí, claro. Al principio procuré seducirla, como he hecho con muchas otras, pero, de repente, fue ella quien asumió el mando, y ahora, cada vez que quedamos es ella la que dirige el encuentro. Empezó siendo un sexo normal, pero ya es otra cosa.
Francisco: ¿Otra cosa? (se muestra sorprendido).
David: Es un sexo libre, sin trabas, sin complejos, haciendo todo lo que nuestra fantasía es capaz de convertir en deseo. Pero, sobre todo, lo que más me tiene pilla do, es que es ella quien toma la iniciativa y…
Francisco: (Levantándose del diván con un gesto exagerado de los brazos) ¡Es ella la que te está follando a ti, David! Ahora entiendo que estés tan cogido por ella. Parece mentira que con tu historial amoroso hayas caído tan fácil. Eres tú, el David de siempre, ¿verdad? (ríe). ¿El que ha ido dejando corazones rotos constantemente?
David: (También se levanta de su sillón y se dirige a él sonriendo) Tómalo como quieras, pero te aseguro que es espectacular.
Francisco: Ya, si lo entiendo David, sin embargo, no me estás hablando de sexo, me estás hablando de amor o…
David: ¡Que no estoy enamorado, coño!
Francisco: …o empiezas a sentir algo por ella (sonríe, volviéndose hacia el bar, sirviéndose una segunda copa). ¿Quieres una?
David: (Se sienta en el diván y lo observa servirse) Acostumbrado a ser quien tenía el control de la situación con ellas, Sofía está rompiendo en cierta medida mi forma de funcionar, y eso me está llevando a replantearme algunas cosas. En eso sí tienes razón, pero te aseguro, por otra parte, que no tengo deseo alguno de liarme ahora con una mujer, más allá de lo que sea echar un polvo de vez en cuando.
Francisco: ¿Qué coño te vas a plantear? ¡Claro que no debes liarte con una tía y montar una parejita! (se muestra serio, mientras se sienta en la silla que hay junto a la mesa). Nosotros disponemos de las herramientas para manipularlas y…
David: No me gusta esa palabra.
Francisco: David, déjate de hostias, la palabra es manipular. Cuando tú consigues que una tía se ponga a cuatro patas en el diván y esté deseando que te la folles, ¿a qué crees que se debe? Ve en ti a su salvador, la persona clave que puede conducirla a otra vida mejor, y tú, hábilmente, te la tiras mientras le prometes una senda de futuro maravilloso.
David: Ya, sí sé que tienes razón.
Francisco: Vale, y ahora la cuestión es, ¿Qué te pasa con Sofía? ¿Que es la que mejor sexo te ofrece? Si es así, disfrútala todo el tiempo que puedas y después, como con el resto de mujeres, te encargas de explicarle que lo sucedido fue una consecuencia de la labilidad emocional en la que se encontraba, y que por ello debe olvidarte y rehacer su vida con otra persona, que se enamore de ella, que la quiera como corresponde y blablablá. David, como siempre hemos he cho en estos casos.
David: ¡Joder, Francisco!, ya lo sé (su rostro muestra frustración). El manual del perfecto seductor lo conozco, pero sabes ahora no soy capaz de sacar el seductor que llevamos dentro y que tantas veces utilizamos.
No eres capaz de comprender lo que intento decirte, ¿verdad? Por una vez, ¿podrías intentar pensar con la cabeza que tienes encima de los hombros, y no con la otra?
Francisco: No, no te equivoques, estás aplicando el manual del perfecto psicólogo seductor. Tú estás un nivel por encima de cualquiera de los gilipollas que ligan en los bares de noche, de esos que tienen que currarse a la tía hasta que cae, si es que cae. Tú no, tú eres Dios, y ellas quieren a su Dios entre las piernas. Aman a su Dios. ¿En qué momento te has perdido, tío? ¿Necesitas de verdad que te atienda con la otra cabeza, David?
(En ese instante, llama a la puerta Alicia, David la deja entrar. Le muestra unas facturas que debe firmar para poder seguir con sus tareas administrativas. Se marcha inmediatamente).
Francisco: (Sin dejar de mirar un instante a Alicia, hasta que se marcha del despacho, quedando la puerta entornada) Por cierto, tu secretaria está muy buena. Parece mentira que existan tías como ella, y tú estés con las otras tonterías. Sí, está realmente buena.
David: Sí (sonríe pícaramente).
Francisco: ¡No jodas! (se muestra sorprendido). ¿Te la estás tirando también? Ahora vuelves a tranquilizarme.
David: Sí, también me lo hago con ella. De vez en cuando.
Francisco: ¡Joder colega! ¿Viagra, Cialis?
David: ¡Vete a la mierda!
Francisco: En serio, ¿cómo te lo organizas?
David: Los viernes por la tarde lo dejo libre y suele encajarme una o dos visitas.
Francisco: ¡Ah, que encima te las gestiona tu secretaria!
David: Sí, ella es quien maneja la agenda.
Francisco: ¡Te lleva la agenda de las tías que te tiras! Lo tuyo es muy fuerte. ¿Te follas dos tías la misma tarde? ¿Y la secretaria?
David: No, los viernes solo los dedico a mis clientes. Con Alicia lo hemos hecho alguna noche, al terminar el trabajo.
Francisco: ¡Qué cabrón!
David: ¡Lo mismo tú eres un santo!
Francisco: Te aseguro que con esa organización y frecuencia que muestras no te llego ni a la suela de los zapatos.
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