Buch lesen: «Un Helado Para Henry»
Emanuele Cerquiglini
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ÃNDICE
IMAGEN DEL LIBRO
TRADUCCIÃN
INFORMACIÃN Y GRACIAS
CITAS
PERSONAJES
DEDICATORIA
PRÃLOGO
CAPÃTULO 1
âCAPÃTULO 2
âCAPÃTULO 3
âCAPÃTULO 4
âCAPÃTULO 5
âCAPÃTULO 6
CAPÃTULO 7
âCAPÃTULO 8
âCAPÃTULO 9
âCAPÃTULO 10
âCAPÃTULO 11
CAPÃTULO 12
CAPÃTULO 13
CAPÃTULO 14
âCAPÃTULO 15
âCAPÃTULO 16
âCAPÃTULO 17
âCAPÃTULO 18
âCAPÃTULO 19
âCAPÃTULO 20
âCAPÃTULO 21
âCAPÃTULO 22
âCAPÃTULO 23
âCAPÃTULO 24
âCAPÃTULO 25
âCAPÃTULO 26
âCAPÃTULO 27
âCAPÃTULO 28
âCAPÃTULO 29
CAPÃTULO 30
âCAPÃTULO 31
âCAPÃTULO 32
âCAPÃTULO 33
âCAPÃTULO 34
âCAPÃTULO 35
âCAPÃTULO 36
âCAPÃTULO 37
âCAPÃTULO 38
âCAPÃTULO 39
âCAPÃTULO 40
âCAPÃTULO 41
CAPÃTULO 42
CAPÃTULO 43
âCAPÃTULO 44
âCAPÃTULO 45
âCAPÃTULO 46
âCAPÃTULO 47
âCAPÃTULO 48
âCAPÃTULO 49
CAPÃTULO 50
âCAPÃTULO 51
âCAPÃTULO 52
âEPÃLOGO
âNOTA DEL AUTOR
EL AUTOR
IMAGEN DEL LIBRO
fotos de Veronica Louro
TRADUCCIÃN
EMANUELE CERQUIGLINI
"UN GELATO PER HENRY"
Finalista del concurso âil mio esordio 2015â
UN HELADO PARA HENRY
8 MILLONES DE NIÃOS DESAPARECEN CADA AÃO. HENRY ES UNO DE ELLOS.
Traducción: Sofia Cid Lamas
INFORMACIÃN Y GRACIAS
Emanuele Cerquiglini
Un helado para Henry
copyright © 2015 Emanuele Cerquiglini
Esta es una obra de fantasÃa. Los nombres, personajes, lugares y eventos son fruto de la imaginación del autor o usados para la ficción. Cualquier semejanza con hechos, lugares o personas es pura coincidencia.
Agradecimientos a Roberta Graziosi y a Sarah Verdini por haber ayudado al autor a corregir el primer borrador de la novela, por su apoyo y por su paciencia.
Agradecimientos a Luigi, Alexandra y Andrea, viejos amigos que esperan que siempre se saque algo bueno.
Agradecimientos a Livia Risi por haber proporcionado al autor las caracterÃsticas de uno de los vestidos de su colección: el âpizzo jersey BuyByâ, elegido por el autor para vestir a Bárbara Harrison en un capÃtulo de la novela. http://www.liviarisi.com/#!about/cjg9
Durante las búsquedas en la red para hacer frente al tema de la Segunda Enmienda y de la cultura de las armas de fuego en los Estados Unidos, el autor se ha inspirado en un artÃculo de Matti Ferraresi, titulado âU.S. Army tutti al poligonoâ y publicado en la web de Panorama el 12 de febrero de 2013 http://www.panorama.it/news/esteri/stati-uniti-armi-poligono/ imaginando las consecuencias de la visita de un periodista italiano en la New Jersey Firearms Academy.
CITAS
â Cuando un hombre con una 45 se enfrenta a otro con rifle, el hombre de la 45... es hombre muerto [ â¦]â
Ramón Rojo (Gian Maria Volonté)
POR UN PUÃADO DE DÃLARES (1964)
Dirigida por Sergio Leone
PERSONAJES
PERSONAJES PRESENTES EN LA HISTORIA
NI Ã OS
Henry Lewis (casi once años)
Joanna Longowa (casi once años)
Nicolas (casi once años)
JÃ VENES
Zibi Longowa (hermano de Joanna)
Shelley Logan (amiga de Jim)
FUERZAS DEL ORDEN
Barbara Harrison (teniente FBI)
Gordon Murphy (sheriff de Toms River)
Gonzalez (agente, distrito de Medford)
Clive Thompson (servicio secreto)
Iron (perro policÃa)
ADULTOS
Jim Lewis (mecánico - padre de Henry)
Ted Burton (Comandante del Cuerpo de marines jubilado)
Winnipeg Moore, alias Winnie (heladero)
Jasmine Lewis (hermana de Jim)
Robert Brown (la pareja de Barbara Harrison)
La profesora Anderson (profesora de matemáticas)
El maestro Johnson (profesor de historia)
Leland Wright (jefe de la Firearms)
Dalton Clark (enfermero jubilado)
Samantha Monroe (mujer de Dalton)
Delisay, alias Delizia (la segunda mujer de Ted)
Ronald Howard (millonario)
El entrenador Kyrle (profesor de educación fÃsica)
George y Paul (hijos de Samantha)
PERSONAJES DEL PASADO
Emily Butler (seis años)
Allison Parker (madre de Emily)
Luke Butler (padre de Emily)
Ryan Green (segundo marido de Allison)
Richard Harrison (doce años, hermano de Bárbara)
Donald Coleman (amigo del padre de Bárbara)
DEDICATORIA
A mi madre y a mi padre, que han protegido mi infancia, que siempre me han apoyado de adulto y que siempre me han permitido tener libre acceso al mundo de la fantas à a. Esta siempre ha sido mi gran suerte. Hemos tenido momentos de luz y tambi é n hemos conocido las sombras tra à das por las nubes, pero hoy, como ayer, los afrontaremos sin miedo. El Sol siempre est á esperá ndonos cuando sale â¦
Gracias mam á y gracias pap á. Emanuele.
PRÃLOGO
No siempre las apariencias engañan y no es verdad que los monstruos no existan. Los niños deberÃan saberlo y no se les puede negar el mundo tal y como es con la noble intención de protegerles. SerÃa una excusa y un aplazamiento peligroso para el conocimiento de la realidad. En el mundo hay dualidad: comprender el bien sin conocer el mal serÃa como negar la existencia del libre albedrÃo. A los niños se les debe explicar que, aunque todos los seres humanos son iguales, existe una infinidad de diferencias que hacen que cada persona sea un individuo único e irrepetible. Diferencias impuestas por diversas influencias: aquellas dentro de la familia, en el ambiente escolar y las impuestas por la sociedad y el entorno. Todas ellas determinan el desarrollo cognitivo, fÃsico y espiritual del individuo. A través de estas influencias, el individuo se forma y en la edad adulta elige cómo actuar. Distinguir el bien del mal y elegir actuar bien, aceptando la existencia del mal y rechazarlo, es un acto que demuestra la comprensión de la dualidad y la posibilidad de moverse con mayor seguridad y conocimiento en el viaje de una existencia eterna. Los seres humanos siempre han hablado del mal, abordando el tema desde diferentes premisas. PodrÃamos decir que cada época tiene su mal, que debe ser abordado y nunca ignorado como si no existiese. ¿Pero el mal es en realidad una alternativa al bien? ¿Es verdaderamente una elección? Existe la posibilidad de que se determine por una serie de dificultades, ya sea al (con)ceder a algo que apoye cualquier carencia del ser humano, pero para abordar este tema se necesitarÃa explorar otras respuestas relacionadas con este asunto, optando por un camino sensato. El ser humano en su totalidad y sobre todo en su dimensión espiritual es el único que puede distinguir el bien del mal. Cuando no se alcanza esta plenitud, discernir resulta difÃcil, a veces imposible.
Dalton Clark caminaba durante el alba cogido de la mano de su mujer. Amaba el aire fresco de los lagos en Medford y era feliz llevando una vida de jubilado en aquel lugar.
«Hemos esperado tanto, mi amor, pero finalmente ha llegado el dÃa que tanto esperábamos y será mejor estar preparados. Verás que un poco de movimiento nos vendrá bien, tanto al cuerpo como a la menteâ¦Â» dijo Dalton cuando él y su mujer llegaron a los muelles. Después soltó la mano de la mujer para desatar la canoa de dos plazas de la valla de madera, donde estaba atada con una cuerda y asegurada con un nudo marinero.
Samantha Monroe le miró sin responder. Ella solÃa secundar siempre a aquel hombre, que años antes la habÃa salvado y devuelto la vida. Dalton la habÃa escuchado y comprendido como ningún otro habrÃa sido capaz de hacer, incluso más que sus hijos y su primer marido; por esto ella le era tan devota y se fiaba ciegamente de él. Dalton era un hombre gigantesco, grande y gordo y se movÃa con poca agilidad, pero era fuerte fÃsicamente y duro de carácter; a menudo lo era también con los hijos de Samantha, pero, sin embargo, ella sabÃa que detrás de aquella falta de ánimo, latÃa el corazón de un hombre bueno que sabÃa cómo afrontar las cosas y las situaciones que habrÃan aterrorizado y superado a la mayor parte de las personas.
Dalton colocó mitad de la canoa en el agua. Samantha le pasó el remo y él, jadeando, se metió dentro de la canoa, sentándose en la parte de atrás.
«Sube, mi amor, no tengas miedo, estoy sujetando la canoa.»
Samantha se subió los camales del pantalón de lino hasta la rodilla y subió a la canoa sin ninguna dificultad; sus articulaciones ya no eran los de una jovencita y a menudo sentÃa dolor en la espalda, pero querÃa ardientemente encontrarse en medio del lago junto a su querido Dalton, esperando que en ese profético dÃa todo saliese como habÃan imaginado y preparado desde hace años o mejor, como Dalton habÃa preparado y como ella y sus hijos, seguros, habÃan aceptado.
A lo mejor, aquel dÃa, todos los sufrimientos de su existencia finalmente desaparecerÃan y ella se vengarÃa por todos los años que su familia habÃa sufrido sin poder nunca defenderse.
Dalton estaba seguro de que Samantha no tenÃa nada, sabÃa cosas que otros no podrÃan imaginar y, sobre todo, tenÃa soluciones que, aunque podÃan parecer desconcertantes, eran las únicas posibles, y las pondrÃa en práctica.
- Existen fuerzas que actúan más allá de nuestra comprensión de lo que es bueno o malo, y a estas fuerzas hay que responder de la única manera que entiendenâ¦Tienes que aceptarlo, Samantha, si no, volverán con más fuerza que nunca y terminarán su trabajo, aquello que empezaron hace tiempo contra ti y tu familiaâ¦- Dalton siempre le decÃa esto cuando ella se mostraba tÃmidamente dudosa, pero jamás sin juzgar al hombre por sus teorÃas y convicciones. Dalton ya le habÃa salvado una vez y lo volverÃa a hacer. Samantha era solamente una pobre ignorante y sabÃa que no podÃa comprenderlo todo, pero sabÃa que podÃa fiarse y darle una nueva oportunidad a ella y, sobre todo, a sus hijos.
Cuando Samantha se colocó sentándose firmemente en la parte anterior de la canoa; Dalton tenÃa el remo en equilibrio sobre las piernas, hundió ambos brazos en el fondo fangoso de la orilla y empujó con toda la fuerza que poseÃa hasta meter la canoa en el agua. Después de unos minutos, mientras salÃa el sol y con sus rayos iniciaba a calentar la naturaleza de alrededor, Dalton y Samantha se encontraron flotando en silencio en el centro del lago, escucharon el cantar matutino de los pajarillos ocultos en los árboles mientras los reflejos de la luz del sol bailaban delicadamente sobre las olas que el motor de la canoa habÃa dibujado, rompiendo la monotonÃa de aquel lago todavÃa adormentado.
CAPÃTULO 1
PRIMER DÃA
Era un viernes por la mañana demasiado caluroso para ponerse debajo del mono de mecánico la vieja sudadera de los New Jersey Nets, asà que Jim Lewis sacó del armario una camisa vaquera, no demasiado arrugada, y se la puso encima de la camiseta de tirantes roja, la cual tenÃa dos agujeros en la parte derecha debido a una quemadura de un cigarro fumado torpemente hace, quién sabe, cuántos años antes.
Jim amaba esa camiseta, aunque fuese lisa y el rojo ya no fuese igual de flamante. Llevarla le hacÃa sentir todavÃa joven y le gustaba cómo marcaba las formas de su musculatura tensa que, sobre su fina estructura ósea, resaltaba por las venas que se entreveÃan debajo de la piel y que bajaban desde el cuello hasta ramificarse por los brazos.
La consideraba una armadura, algo inseparable: âJim âtirantes rojos- Lewisâ.
Después de llevarla puesta todo el dÃa, la primera cosa que hacÃa cuando volvÃa a casa era lavarla a mano y tenderla para poder ponérsela, en el peor de los casos, un par de dÃas después.
Una vez abotonada la camisa, Jim se puso el mono de mecánico, se colocó los tirantes y se puso las habituales zapatillas de deporte manchadas de aceite. No eran ni las siete y su hijo Henry dormÃa serenamente en su habitación.
Jim bajó a la cocina y preparó para desayunar una hamburguesa con una fina loncha de queso derretido por encima, pero no antes de abrirse una lata de Red Bull y de encender la televisión para ver las noticias de la mañana.
En la NBC ponÃan imágenes de una manifestación por los derechos de los homosexuales, la cual habÃa terminado con algún percance entre los pacÃficos y coloridos manifestantes y un grupo reducido de homófobos con cabezas rapadas y algún que otro sÃmbolo nazi tatuado.
Uno de los arrestados gritaba algo sobre el peligro del matrimonio entre personas del mismo sexo, comparándolo con un billete de ida para el infierno. Lo decÃa gritando y con los ojos tan encendidos y unas pupilas tan dilatadas que probablemente el infierno al que se referÃa en realidad corrÃa por sus venas en forma de estupefacientes. La policÃa habÃa también arrestado a un puñado de fanáticos neonazis de la familia tradicional, que tenÃan la paranoia de tener que defender la virginidad del culo de los demás.
Jim Lewis no sentÃa ninguna simpatÃa por grupos de extrema derecha, le parecÃan locos estúpidos, pero sentÃa una real aversión a cualquier cosa que no perteneciese a la esfera de los heterosexuales. âEsos maricones y esas lesbianas siempre se la están buscando; es normal que desencadenen la ira de esas cabezas impulsivasâ pensó Jim, completamente incapaz de formular una reflexión lo suficientemente profunda para entender la importancia de una manifestación por los sacrosantos derechos de esas personas; culpables solamente por tener gustos diferentes a los suyos.
Cuando pusieron la previsión meteorológica, Jim ya habÃa devorado su comida. SerÃa un dÃa casi veraniego y eso le ponÃa de buen humor. Se levantó de la mesa y llevó el plato al fregadero. Desde que se quedó viudo, habÃa aprendido que era mejor lavar los platos enseguida para luego no encontrarse con un montón de platos sucios y malolientes.
El reloj de la cocina marcaba las siete y veinte y en unos minutos debÃa despertar a Henry y llevarlo al colegio. De la nevera cogió un cartón de leche y de la despensa los cereales preferidos de su hijo. Preparó la mesa intentando darle ese aspecto agradable que su mujer Bet siempre lograba, cuando todavÃa vivÃa.
Criar a un hijo solo no habÃa sido fácil para Jim, pero después de la muerte de su mujer no habÃa querido tener relaciones serias. HabÃa disfrutado de alguna aventura nocturna con alguna chica durante la larga noche del sábado pasado en el âRoad to Hellâ, donde Jim siempre tenÃa una consumición gratis por haber reparado la vieja â883â del propietario, después de haberse convertido en una lata por un conductor borracho, que para salir del aparcamiento del local la habÃa aplastado contra una pared cuando daba marcha atrás.
Cualquier otro la habrÃa tirado y habrÃa esperado el dinero del seguro para comprarla de nuevo, pero para Steve Collins aquella moto era el único recuerdo que tenÃa de su padre, quien se la regaló cuando Steve no tenÃa todavÃa la edad para conducirla, como incentivo para que se esforzase más en los estudios en la época de la Universidad.
El sábado Jim dejaba a su hijo en casa de Jasmine, su hermana mayor, que, a pesar de sus problemas de salud que la perseguÃan desde hace años, siempre habÃa intentado ser una madre para Henry.
Antes de despertar a su hijo, Jim entró en el baño y se miró en el espejo tocándose la barba, que desde hace un par de dÃas le daba a su tenso rostro un aire más viejo y duro. Se quitó los tirantes del mono, se lo bajó hasta las rodillas y se sentó en el váter. Antes de liberarse, le vino a la mente Shelley, la última chica de unos veinte años que se habÃa llevado a casa cuando volvÃa del âRoad to Hellâ.
Se masturbó rápidamente. Se habÃa convertido en un profesional de la organización para atender todas las tareas domésticas, y si habÃa algo a lo que nunca renunciarÃa era a su paja mañanera.
âShelley, Shelleyâ¦Nos tenemos que ver de nuevo.â Pensó Jim mientras cogÃa un trozo de papel higiénico para limpiarse. «¡Eh chavalÃn, hora de despertarse!» gritó desde abajo Jim mientras volvÃa a la cocina.
«¡El desayuno está preparado y te está esperando!».
El pequeño Henry bajó unos minutos más tarde, con la cara arrugada por el sueño y con su habitual sonrisa.
«¡Vas a coger un resfriado si sigues yendo por casa sin camiseta!». Le regaño Jim mientras mezclaba los cereales con la leche como le gustaba a Henry.
«Hoy hace calor papá, no tengo frÃoâ¦Â»
«SÃ, chavalÃn, la previsión dice que hoy llegaremos a casi veinticinco grados, si sigue asÃ, el próximo domingo nos vamos al lago o a la playa. ¿Qué prefieres?»
«¡Playa!» respondió Henry mientras se metÃa en la boca la primera cucharada de ese potaje de cereales con leche.
«Acuérdate de que tienes que ir a casa de la tÃa Jasmine después del colegio.» Le dijo Jim a Henry con un tono serio.
«SÃ, papá. Ayer por la noche preparé la mochila. He metido todo dentro.»
«Bien. Lo siento por no poder ir a recogerte y que tengas que cargar con esa mochila tan pesada, pero los Howard necesitan su coche a la hora de comer y antes tengo que darle un repaso al jeep de Ted.» Dijo el hombre con la intención de justificarse.
«Ya soy lo bastante mayor para arreglármelas solo» respondió Henry con un tono que dejaba entrever cierto orgullo.
«Si todavÃa no has hecho los exámenes, hijo; ya tendrás tiempo de hacerte mayorâ¦Â»
«Tengo los exámenes dentro de un mes, ¡asà que ya no tienes que considerarme un niño!»
«Entonces hablaremos después de los exámenes; hay tiempo para crecer, Henry. Disfruta de tus diez años porque después todo se complicaâ¦Â» respondió el padre sin esconder ninguna amargura.
«No puede ser más complicado que los deberes de matemáticas que me esperan hoy. Odio a la profesora Anderson y a su cara de truchaâ¦Â» respondió Henry con un tono divertido.
«Las matemáticas nunca han sido mi fuerte, pero te conviene aprenderlas bienâ¦Â¡al menos hasta que no puedas permitirte usar una calculadora! Ahora termina de comer» dijo riendo Jim, antes de volver a ponerse frente a la televisión.