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Las guerras de Yugoslavia (1991-2015)
Eladi Romero García
LAS GUERRAS DE YUGOSLAVIA (1991-2015)
UNA VISIÓN ACTUAL
Esta obra ha recibido una ayuda a la edición del Ministerio de Cultura y Deporte
Primera edición: septiembre de 2021
© Eladi Romero García
© de esta edición: Laertes S.L. de ediciones, 2021
www.laertes.es
ISBN: 978-84-18292-49-1
Fotocomposición, mapas y cubierta: JSM
Fotografía de la cubierta: autor desconocido
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Prólogo
En la noche del 1 de marzo de 1991, un grupo de paramilitares serbios pertrechados con armas de la reserva territorial se apoderó de Pakrac, una pequeña localidad de la república de Croacia con poco más de 8.000 habitantes. Ocuparon la estación de Policía y capturaron a los 16 agentes allí destacados. Al día siguiente, unos 200 policías de elite croatas, apoyados por vehículos blindados, recuperaron la población, capturando a 180 rebeldes, incluidos 32 policías serbios, y provocando la huida de los paramilitares hacia los bosques vecinos. Una operación que solo provocó tres heridos leves entre los agentes croatas, pero que fue magnificada por la prensa de ambos bandos. Además, la intervención del ejército federal yugoslavo a favor de los rebeldes serbios, tanto antes como después de este incidente, mostraría bien a las claras cómo iba a desarrollarse el inminente conflicto bélico.
Los sucesos de Pakrac, de los que ahora se cumplen 30 años, son considerados los primeros incidentes bélicos de las denominadas guerras yugoslavas, una serie de conflictos que durante la última década del siglo xx tiñeron de sangre aquella región. Los peores acaecidos en Europa tras la Segunda Guerra Mundial. Como consecuencia, surgieron seis nuevos Estados (siete, si contamos Kosovo) que en la actualidad, incluida la propia Serbia, solo quieren olvidar que algún día estuvieron unidos formando aquello que se llamó Yugoslavia.
La mayoría de estos Estados viven hoy día una cierta estabilidad (si dejamos de lado la pandemia del coronavirus), e incluso algunos forman parte de la Unión Europea. Otros, en cambio, no han logrado superar los problemas derivados de aquellos conflictos. Como es el caso de Bosnia y Herzegovina. Aquí, la existencia de una Republika Srpska (República Serbia) integrada en la unión, pero dominada por políticos nacionalistas serbios que no olvidan su intención de unirse a la madre patria serbia, provoca numerosos problemas a la hora de cohesionar el Estado. Y no digamos Kosovo, un pseudoestado ni siquiera integrante de la ONU al no haber sido reconocido por diversos países, incluida España (aunque en mayo de 2020, el gobierno de Pedro Sánchez dio a entender que podría cambiar de postura, siempre y cuando Kosovo llegara a algún tipo de acuerdo con Serbia).
Y llegados a 2020, la pandemia del coronavirus ha provocado la relegación de muchos de los problemas políticos de estos países. Entre las muchas consecuencias de la enfermedad podemos mencionar la muerte del criminal de guerra Momčilo Krajišnik, colega político de Radovan Karadžić, el principal dirigente serbobosnio, un personaje del que hablaremos a menudo en este libro. Krajišnik, que había sido sentenciado a 27 años de prisión por el Tribunal Penal Internacional para la ex-Yugoslavia de La Haya, se encontraba en libertad condicional en Banja Luka (la capital oficiosa de la Republika Srpska) cuando se contagió del virus, falleciendo el 15 de septiembre de 2020.
Aunque en menor medida que en España, lógicamente, las seis repúblicas exyugoslavas han sufrido también los efectos de la pandemia. En Kosovo, por ejemplo, la gestión de la epidemia llevaría incluso a la caída del gobierno de Albin Kurti, destituido en una moción de censura aprobada en su Parlamento el 25 de marzo de 2020. En Macedonia del Norte, las elecciones legislativas fijadas para el 12 de abril tuvieron que ser aplazadas hasta el 15 de julio. Resultará interesante saber cómo se vivirá en estos países el 30 aniversario de sus guerras.
Antecedentes históricos
Algunas generalidades
Yugoslavia, en el idioma antiguamente conocido como serbocroata, significa «Eslavia del Sur», es decir, país de los eslavos del sur. Una palabra acuñada oficialmente en 1929. Como Estado existió en Europa desde el 1 de diciembre de 1918 hasta el 4 de febrero de 2003, aunque durante ese tiempo adoptó diversos nombres y se extendió por territorios que no siempre fueron los mismos, aunque siempre dentro del ámbito balcánico. Además, entre 1941 y 1945 desapareció temporalmente como entidad estatal unida y soberana, al ser fraccionado y en parte repartido entre el III Reich alemán y sus aliados (Italia, Bulgaria y Hungría).
Sin embargo, en la mente de muchos lo que más se recuerda de Yugoslavia fueron precisamente las guerras que desintegraron dicho Estado, desarrolladas entre 1991 y 1999, y de las que en el presente se conmemora el treinta aniversario de su inicio. En cambio, cuando el 1 de diciembre de 2018 se cumplió el centenario de la fundación del país, nadie se acordó de él, ni siquiera en las repúblicas herederas, más centradas en sus propios proyectos de afirmación nacional. Solo el Museo de Yugoslavia ubicado en Belgrado dedicó una exposición evocativa, preparada a lo largo de tres años. Buena culpa de este olvido la tuvo ya el régimen comunista de Tito surgido en el país tras la Segunda Guerra Mundial, más interesado en exaltar la república socialista que la anterior monarquía yugoslava. Y llegados a 2018, el discurso dominante en Serbia era que entrar en aquel reino les costó, junto a la pérdida de un tercio de su población durante la Primera Guerra Mundial, la disolución de su Estado independiente en un entramado mucho más extenso y políticamente más complicado, donde eslovenos y croatas no entraron de buena fe, sino porque necesitaban a los serbios para escapar de las garras de Italia, Austria o Hungría. Y, sobre todo, los serbios de 2018 odian a Tito, hijo de croata y eslovena, por poner coto a la hegemonía serbia de la primera Yugoslavia con su Estado federal y por conceder la autonomía a sus regiones de Vojvodina y Kosovo. Croatas y eslovenos acusan a Serbia de engañarlos, porque su plan era dominarlos antes que mantener una relación de iguales. Más lamentos: los eslovenos pagaban demasiado, los montenegrinos perdieron su independencia, los albaneses quedaron separados de Albania... En definitiva, en 2018 nadie parecía deberle nada ni a la Yugoslavia monárquica ni a la socialista, consideradas errores históricos, mazmorras de una serie de naciones que posteriormente buscaron liberarse a toda costa. Por lo tanto, lo que en ese año imperó en las naciones herederas fue una política oficial antiyugoslavista y anticomunista, poco proclive a conmemoraciones que encima cuestan dinero.
Sin embargo, los analistas sí detectaron por esas fechas centenarias cierta yugonostalgia entre la gente común, sobre todo en lo referente a la Yugoslavia socialista. Una nostalgia que, más que un anhelo por volver a unirse, se traducía en cierto desencanto por la pérdida de calidad de vida y de estabilidad política. Porque la Yugoslavia de Tito fue líder del movimiento de países No Alineados, y además era respetada en todos los foros internacionales, mientras que sus repúblicas herederas no son más que Estados bastante irrelevantes dentro de la política global. Con motivo del centenario, la televisión bosnia fue la única que emitió un reportaje conmemorativo, y lo hizo evocando precisamente la Yugoslavia de Tito, el dirigente que concedió a la región el estatus de república y reconoció la nacionalidad bosnia. Todo un símbolo.
A pesar de todo, la más destacada ficción de la televisión serbia fue una producción de 30 capítulos previstos, de los que se llevan ya emitidos 20, titulada Sombras sobre los Balcanes (Senke nad Balkanom), que en España ha podido verse subtitulada y que se desarrolla, precisamente..., en la Yugoslavia de finales de los años 20 y década de los 30. Un gran fresco histórico en el que aparecen policías serbios investigando una serie de crímenes, terroristas macedonios, comunistas, rusos blancos, agentes nazis y soviéticos y hasta el mismísimo dirigente fascista croata Ante Pavelić.
En el momento en que comenzaron los conflictos secesionistas, Yugoslavia, entonces denominada oficialmente República Federativa Popular de Yugoslavia (en serbocroata Socijalistička Federativna Republika Jugoslavija), constituía un amasijo de pueblos entre los que se distinguían al menos seis grupos nacionales (serbios, croatas, eslovenos, macedonios, montenegrinos y bosniacos musulmanes), más otros grupos étnicos menores como los albaneses (mayoritarios en la provincia serbia de Kosovo), húngaros, italianos, búlgaros, rumanos, eslovacos, checos, ucranianos, gitanos o turcos. Se hablaban tres lenguas principales (la serbocroata, considerada oficial, más el albanés, en la provincia serbia de Kosovo, y el húngaro, en la provincia serbia de Vojvodina), se practicaban tres religiones mayoritarias (la cristiana ortodoxa, la católica y la musulmana) y se utilizaban dos alfabetos (el cirílico y el latino). Políticamente era un Estado federal dividido en seis repúblicas (Serbia, Croacia, Bosnia y Herzegovina, Eslovenia, Macedonia y Montenegro), en una de las cuales, Serbia, dos de sus provincias (Vojvodina y Kosovo) habían sido autónomas entre 1974 y 1990. Su sistema económico era el socialista, cuyo modelo se diferenciaba en algunos aspectos del que funcionaba en las repúblicas populares de la Europa oriental. En definitiva, un Estado atípico de dudosa identidad.
Su superficie rondaba los 255.804 km², es decir, la mitad de la de España, y sus habitantes estimados según el censo de 1991 eran 23.229.846. Su distribución era la siguiente:
Rango | República o provincia | Población | % | Densidad |
1 | Serbia (total de la república) | 9,506,174 | 40.9% | 114.0 |
__ | Serbia (sin Vojvodina ni Kosovo) | 5,582,611 | 24.0% | 99.4 |
2 | Croacia | 4,784,265 | 20.6% | 84.6 |
3 | Bosnia y Herzegovina | 4,377,053 | 18.8% | 85.6 |
4 | Macedonia | 2,033,964 | 8.8% | 79.1 |
__ | Vojvodina | 1,996,367 | 8.6% | 92.8 |
__ | Kosovo | 1,956,196 | 8.4% | 183.1 |
5 | Eslovenia | 1,913,355 | 8.2% | 94.5 |
6 | Montenegro | 615,035 | 2.6% | 44.5 |
Total Yugoslavia | 23,229,846 | 100% | 92.6 |
Tiempos medievales
Las causas de tanta diversidad en un espacio geográfico relativamente pequeño hay que buscarlas en los antecedentes históricos, sobre todo a partir de los siglos vi y vii d.C., cuando se produjeron en la región las invasiones de las distintas tribus eslavas. Antes, ese espacio perteneció a las tribus ilirias y posteriormente se romanizó. Los eslavos, en continua lucha con el Imperio bizantino, acabaron cristianizándose y se organizaron en diversas entidades políticas, conservando sus idiomas propios. La primera fractura surgida entre esos pueblos diversos tuvo como principal causa la religión, pues mientras los antepasados de eslovenos y croatas se adscribieron a la Iglesia católica de Roma, los abuelos de serbios, montenegrinos y macedonios gravitaron en torno a la Iglesia bizantina, precursora de la actualmente denominada Iglesia ortodoxa.
Durante la Edad Media, los distintos pueblos yugoslavos vivieron una evolución bien distinta. Sus tres ramas principales (eslovenos, croatas y serbios) lograron crear entidades feudales independientes, aunque los eslovenos, organizados en torno al ducado de Carantania, pronto cayeron en manos del Sacro Imperio Romano Germánico. En cambio, croatas y serbios formaron reinos que proyectaron una memoria histórica todavía destacable en cada una de dichas naciones. El reino croata cayó a principios del siglo xii en manos de un soberano magiar, con excepción de los territorios costeros de Istria y Dalmacia, controlados por la república de Venecia, y de la ciudad dálmata de Dubrovnik (Ragusa, en latino), un centro comercial autónomo que logró sortear mediante el pago de tributos la dominación primero de venecianos y posteriormente de turcos. En cambio, el reino-imperio-despotado (los tres nombres fueron empleados) serbio, que llegó a dominar partes de Bosnia y Macedonia (región disputada primero con bizantinos y posteriormente con los búlgaros), se mantuvo hasta 1459, aunque en sus últimos setenta años de existencia cada vez más acosado por los otomanos. De hecho, la batalla de Kosovo, en la que perdió la vida su rey Lazar en 1389, constituye un hito identitario de los serbios. En Bosnia también surgió un breve reino en el siglo xiv, efímero e inestable, a caballo entre serbios y húngaros, que también sucumbió ante los turcos en 1463. Curiosamente, la región de Montenegro, en la época medieval conocida como Zeta, que perteneció al reino serbio, logró conservar una amplia autonomía durante toda la dominación turca gracias a su abrupto relieve y al pago de tributos. Sus príncipes-obispos mantuvieron la identidad serbia y la religión ortodoxa, desarrollando incluso un agudo sentimiento antimusulmán que les llevó a combatir a menudo y muy sañudamente contra los otomanos. Uno de sus príncipes, Petar II Petrović-Njegoš (1813-1851), obispo y poeta, dejó constancia de este odio hacia los enemigos islámicos en un poema titulado La guirnalda de las montañas (Gorski Vijenac, en su idioma original), cuya primera edición apareció en Viena en 1847.
La guirnalda de las montañas, dedicado «a las cenizas del padre de Serbia» (es decir, a Đorđe Petrović, el cabecilla que inició la primera insurrección antiotomana de 1804 en Serbia), es considerado por algunos estudiosos como el primer precedente literario de lo que, durante los años 90 del siglo xx, los serbios denominaron limpieza étnica (traducción de etničko čišćenje) para hablar de su política de eliminación de croatas y musulmanes bosnios. Se trata de un conjunto de escenas campesinas basadas en la poesía oral tradicional, inspiradas en la épica aniquilación, por parte del vladika Danilo (un anterior gobernante montenegrino), de los musulmanes locales durante las Navidades de 1702. Especialmente celebrados fueron los versos dedicados a los que mantuvieron el credo cristiano frente aquellos que se convirtieron al islamismo, merecedores de ser exterminados sin compasión por apoyar que los turcos acabaran con la libertad de los cristianos montenegrinos. Entre otras lindezas, podemos leer: «Incendiaremos las casas turcas/ para que nuestra tierra no acoja/ ninguna traza de infieles servidores del diablo». Más adelante, cuando habla de la matanza de turcos en la comarca costera de Crmnica, afirma que allí no quedó nada de ellos aparte de los cuerpos sin cabeza y de las ruinas. Precisamente en 1990, vísperas de las guerras yugoslavas, se publicó en Belgrado una cuidada edición del citado poema, que era leído a menudo por el líder serbobosnio Radovan Karadžić, uno de los principales responsables de las matanzas llevadas a cabo por los suyos contra los musulmanes bosniacos durante los años 1992-95. Pese a ser obra de un gobernante montenegrino, La guirnalda de las montañas se considera el emblema de la identidad serbia.
La dominación turca
La invasión otomana y su dominio sobre los territorios balcánicos, que duró casi medio milenio, representaron una segunda fractura entre los pueblos de la zona. Los que vivieron la ocupación directa (serbios, macedonios, albaneses, búlgaros, rumanos...) se vieron aislados del desarrollo económico y cultural de Europa, quedando marcados por la lenta agonía del imperio, iniciada a fines del siglo xvii, después de su derrota ante los muros de Viena en 1683. Croatas y eslovenos, dependientes del imperio germánico de los Habsburgo, también sufrieron indirectamente la proximidad de los turcos al ser sus tierras fronterizas con su imperio. Así, durante casi tres siglos padecieron sistemáticamente los ataques, los saqueos y las razias otomanas, y por sus tierras cruzaron y se enfrentaron numerosos ejércitos de ambos bandos. La dominación otomana en Bosnia y en parte de la costa e interior croatas modificó sustancialmente la composición étnica de estas zonas. Muchos croatas emigraron hacia el norte, instalándose incluso en tierras austriacas. A su vez, las autoridades del imperio germánico asentaron a germanos y húngaros, y permitieron a los serbios que huían de los Balcanes quedarse en aquella región. Los Habsburgo, que ya dominaban la ciudad de Rijeka y parte de la península de Istria, crearon en 1578 una Frontera Militar (Vojna Krajina), destinada a defenderse de los otomanos en las actuales Eslavonia y Krajina (noreste y este de Croacia respectivamente). La fortaleza de Karlovac, construida en esta época, constituía uno de los principales puntos estratégicos.
Los territorios serbios quedaron en medio de las dos grandes potencias enemigas de la zona: el imperio de los Habsburgo austriacos y el Imperio otomano, constantemente inmersas en numerosos conflictos. Los serbios, siempre en continua rebeldía, aprovecharon estas guerras para sublevarse contra sus señores turcos. Así, durante la guerra austro-turca de 1593 a 1606, los serbios se rebelaron en el Banato (provincia fronteriza otomana actualmente dividida entre Hungría, Serbia y Rumanía) a partir de 1594, lo que provocó que el sultán Murad III, en venganza, ordenara quemar en Belgrado las reliquias de san Sava (un destacado santo serbio que vivió en el siglo xiii y fue el primer arzobispo de la iglesia ortodoxa local). Los serbios crearon otro centro de resistencia en Herzegovina, aunque cuando turcos y austriacos firmaron la paz, fueron abandonados a la venganza turca. Una secuencia de acontecimientos que se volvió común en los siglos siguientes.
Durante la guerra entre el Imperio otomano y la Liga Santa creada con el patrocinio del papa Inocencio XI (1683-1690), y que incluía a Austria, Polonia, Rusia y Venecia, los delegados cristianos incitaron a los serbios a rebelarse contra las autoridades turcas, y pronto las sublevaciones y las guerrillas se extendieron por diversas zonas de los Balcanes occidentales, desde Montenegro y la costa dálmata hasta la cuenca del Danubio y la Vieja Serbia (Macedonia, Serbia central, Kosovo y Metohija, nombre este último con el que se conoce el sudoeste de todo Kosovo). Cuando los austriacos abandonaron estas zonas, invitaron al pueblo serbio a seguirles hacia el norte. Teniendo que elegir entre la represalia otomana y vivir en un Estado cristiano, los serbios prefirieron la segunda opción dirigidos por el patriarca Arsenije III Čarnojević. Se calcula que con él cruzaron el Danubio unas 40.000 familias, muchas de ellas procedentes de Kosovo, instaladas ahora en la Vojvodina de los Habsburgo. El nuevo patriarcado ortodoxo se estableció en Sremski Karlovci.
Otro episodio importante en la historia serbia se desarrolló entre 1716 y 1718, cuando los territorios étnicamente eslavos de Dalmacia, Bosnia, Herzegovina, zona de Belgrado y la cuenca del Danubio se convirtieron en campo de batalla de una nueva guerra austro-otomana. Los serbios de nuevo tomaron partido por Austria. Con la firma de un tratado de paz en Požarevac (Passarowitz en alemán) de 1718, los otomanos perdieron sus posesiones en la cuenca del Danubio, además del norte de Serbia y norte de Bosnia, parte de Dalmacia y el Peloponeso. El último conflicto de la Edad Moderna entre austriacos y otomanos fue la guerra de Dubica (1788-91), llamada así por la comarca serbia donde se desarrolló.
Los cuatro siglos de dominio otomano también tuvieron un impacto drástico en la composición de la población de Bosnia, que cambió varias veces como resultado de las conquistas del imperio, las frecuentes guerras con las potencias europeas, las migraciones y las epidemias. Surgió así una comunidad musulmana nativa de habla eslava que, con el tiempo, se convirtió en el grupo etnorreligioso más importante, sobre todo como resultado de un aumento gradual del número de conversiones al islam. También destacó un número significativo de judíos sefardíes, llegados tras su expulsión de España a fines del siglo xv. Las comunidades cristianas bosnias también experimentaron cambios importantes. La población católica bosnia estaba protegida por un decreto imperial oficial, aunque sobre el terreno estas garantías a menudo se ignoraban, dando lugar a la disminución del número de sus integrantes. La comunidad ortodoxa del país, inicialmente confinada en Herzegovina (región del sur de Bosnia) y sudeste de Bosnia, se extendió por toda la región y experimentó una relativa prosperidad hasta el siglo xix.
Kosovo (al sudeste de la vieja Serbia), nombre que en serbio significa Mirlo, y Metohija (al oeste-sudoeste), que en serbio significa Tierra de los monasterios, constituían dos territorios que en la Edad Media habían sido controlados y habitados por los serbios. Dominados totalmente por los otomanos en 1459, muchos de sus antiguos habitantes eslavos emigrarían a lo largo de los siglos de ocupación otomana, mientras que la población no eslava, a la que podemos calificar ya como albanesa (entre la que se encontraban montañeses llegados de la actual Albania reinstalados por los turcos), se islamizó en masa, siendo utilizada en muchos casos por los nuevos señores como fuerza militar. El patriarcado de Peć, única autoridad eclesiástica ortodoxa permitida, sería finalmente abolido en 1766. Sin embargo, también hubo resistencias. De hecho, en 1689, el ejército austriaco, reforzado con serbios y albaneses contrarios a los otomanos, ocuparía brevemente Kosovo. La inmediata recuperación de la provincia por parte de los turcos acentuó la emigración eslava hacia el norte.