Buch lesen: «El ecosistema del silencio fértil»
el ecosistema
del
silencio fértil
viaje desde la palabrería
hacia tu interioridad fecunda
Meana, Eduardo Alberto
Ecosistema del silencio fértil : viaje desde la palabrería hacia tu interioridad fecunda / Eduardo Alberto Meana. - 1a ed volumen combinado. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires: Guadalupe, 2020.
Libro digital, Book “app” for Android - (Sagradamente humano ; 1)
Archivo Digital: descarga
ISBN 978-950-500-789-9
1. Espiritualidad Cristiana. I. Título.
CDD 248.4
Fecha de catalogación: 30/04/2020
Colección Sagradamente Humano
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Editorial Guadalupe
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Impreso en la Argentina
Editorial Guadalupe, 2020
el ecosistema
del
silencio fértil
viaje desde la palabrería
hacia tu interioridad fecunda
Eduardo MEana LAporte
INDICE
Invitación a este viaje
El silencio, un don a recuperar, lejos de los extremos que desfiguran la palabra: la hostilidad callada, el miedo mudo, y la palabrería devaluada
volver al Humus
El ecosistema del silencio: hábitat vital para creer, ser quien soy, y ser fecundo
la intimidad es el lugar que busca el corazón
Un ecosistema de silencio es un mundo de escuchadores
hacia el claro de tu bosque
El silencio es el lugar del tiempo
de relatos vacíos
El ‘youtilitario’ está enamorado de su propia acción y su propio discurso y no soporta el silencio discipular
mar
El Silencio florece en austeridad y resiste al consumismo y la ostentación
la belleza es anterior a tu memoria
El silencio abre a la belleza y el lenguaje de la belleza reconduce al silencio existencial
si me ves en silencio
Silencio y creatividad como caminos de identidad
perder para ganar
En el silencio experimentamos los ‘no-sé’ acerca de uno mismo
existencial, espiritual, liberador
El silencio existencial no es de los satisfechos, sino que es propio de quienes peregrinan
semilla final: el secreto de la fecundidad: Sabiduría 18, 14s
anexo
introducción
Invitación a este viaje
Saber estar en silencio es llegar a pertenecerse más. Es hacerse más consciente y más crítico de todo, más dueño de las palabras, más capaz de resistencia ante la palabrería vacía y vaciante, y ante el silencio usado como arma: el silencio hiriente y ninguneador.
Hacerse más uno mismo. Por eso tiene que ver con la identidad.
El silencio así es fecundo: pues recuperando mi sustancia de mismidad, sustanciándose mi ‘yo-soy’ ya no desde fuera sino desde ‘la tierra existencial que soy y habito’, puedo, por fin, establecer un vínculo dialogal y nutriente con el tú, con el otro; un vínculo que no sea dependiente o posesivo, sino atento y receptivo.
El silencio receptivo, contemplativo, dialogal, se vuelve ecosistema: un hábitat cotidiano de equilibrio sustentable de la identidad, el amor y la creatividad.
Este libro tiene su ‘hermano mellizo’ llamado “Te amaré en Silencio” - tu Intimidad como Contemplativo de Dios y Receptivos del hermano”. Son parecidos, comparten ADN, se complementan; aunque cada uno tiene su núcleo propio.
En éste, se acentúa la consideración del silencio como ecosistema y lugar de identidad personal, si bien siempre aparece su cualidad de ‘lugar del escucha del Tú divino y el tú humano’. En el otro librito, se profundiza esa cualidad dialógica que el silencio nutre y permite, y la reflexión sobre el Ecosistema que sostiene esta vincularidad, queda mencionada, pero sin ser desarrollada.
En ambos, entre capítulo y capítulo hallarás intercaladas, como poesía que nos dé otra perspectiva y otra respiración, algunas letras de canciones que fui componiendo -casi todas, últimamente.
Escribo como quien recorre un paisaje: el sagrado lago del alma humana, rodeado de montes, bosques, vibrando con nuestra época…, pero memorando tantas huellas y avizorando perspectivas.
Por eso, voy y vengo: si has caminado lugares hermosos, sabes que no se trata de un único trayecto lineal. Sabes que, al subir una altura, cambia tu paisaje, mejora tu perspectiva. Y que, si caminas rodeando el lago, el agua es la misma…, pero ahora puedes ver otro bosque escondido en su lado opuesto, quizás de otras especies. Además, cada hora del día despierta nuevas tonalidades en las rocas: y así descubres su composición y hasta su relieve.
Te invito, entonces, a leer despacio. A parar en cada párrafo, sin que sientas que eso es un problema. Es como detenerte a mirar un árbol hermoso. Quién te dijo que un libro debe ser una prueba de velocidad. ¿No serán los mismos que te tratan de vender un tour de muchas ciudades en pocas jornadas, quizás…? ¿O que nos aseguran que para mantener muchos “amigos” basta verles algunas fotos y leer algunas frases que deciden editar?
Reaccionemos.
Andemos juntos por el corazón que se extravió en la palabrería, se reconoce capaz de más sentido y solidez, y busca paz. El camino del silencio es el camino hacia ti mismo. Me conmueve percibir la búsqueda de tantas y tantos: una búsqueda de plenitud, de sentido, que no se mide por lo material, ni en vacaciones soñadas, ni por logros, ni excesos, ni escapes.
Viajemos juntos sin apuro. Quienes nos hemos alejado de nuestra alma paso a paso, necesitamos volver paso a paso. Dale tiempo a este libro. Fue escrito -como su libro hermano- con tiempo, amor, y memoria de muchos que charlaron conmigo sus pesares y búsquedas.
En el centro de ti mismo, te espera un premio; es una gracia de paz, pero no se te dará sin intentar paso a paso, párrafo a párrafo, comprender, acallar y dejar atrás, desandándolos, a tus ruidosos, engañosos laberintos.
Diez vectores a los que apunta este librito, junto con su ‘libro hermano’: “Si el Silencio te fecunda, el Encuentro te renace” …, para que se transformen en…
…diez caminos interiores, diez propósitos espirituales, diez semillas a sembrarnos:
Recuperar el silencio hoy para recuperar mismidad, libertad, humanidad e identidad.
Cultivar el silencio como un ecosistema que cuida la vida, la renueva y la fecunda.
Retirarse, crítica y creativamente de la palabrería vaciante, manipuladora y utilitarista.
Regenerar el silencio receptivo, que abre al tú de Dios y de los otros.
Enraizar desde un silencio de intimidad los encuentros humanizadores y la comunión.
Existir desde el silencio personal como cuna de una palabra significativa y dialogal.
Elegir la fertilidad de la escucha, que sólo el ecosistema del silencio sabe nutrir.
Resignificar el silencio de Dios, misterio ante nuestra fe asombrada, discipular, silenciosa.
Hacer del silencio receptivo la clave de la contemplación de Dios en el actuar cotidiano.
Reencontrar la fuente silenciosa de la propia identidad única, donándose desde el Tú divino.
El silencio, un don a recuperar, lejos de los extremos que desfiguran la palabra: la hostilidad callada, el miedo mudo, y la palabrería devaluada
Comenzar este viaje implica ajustar nuestros mapas. Y casi siempre, eso incluye distinguir localidades de nombres parecidos. A veces hay lugares con el mismo nombre en comarcas muy, muy lejanas.
Así sucede con el Silencio.
Hay un Silencio en la Comarca de la Vida; y es el Ecosistema más humano, el que necesitamos para ser receptivos, dialogales, contemplativos y fecundos.
Pero hay estaciones de silencios en algunas comarcas de muerte. Necesitamos descartar de entrada estos silencios que matan. Nuestro viaje también es aprender a evitar estos destinos.
En primer lugar, no hablo por supuesto aquí del silencio impuesto a los otros por intimidación, tortura del tipo que sea, chantaje; pues ese no es un silencio elegido sino una censura sufrida: y es siempre señal de una opresión intolerable.
Partimos del silencio como opción… ¿Opción humanizadora, de vida? Eso buscamos. Pero…
Pero aún debemos distinguir, como en todo lo humano, la posibilidad de pervertir esta opción, y hacer del silencio elegido un instrumento deshumanizador.
Ya sea como silencio hostil, como arma, como signo quizás de una herida que busca vengarse hiriendo más, éste es un silencio hecho ninguneo. Es un ignorar deliberado, una manera de quitarle al otro la palabra pues se le quita al otro su calidad de interlocutor, y se lo reduce a un ‘nadie’, ‘para mí tú no existes’.
O también, se pervierte al silencio elegido viviendo sólo en combativos silencios tácticos, que buscan solamente neutralizar las palabras que están por venir: silencios como radar, que no acogen sino detectan, detectan en función de un contraataque, receptan para agredir.
Todo lo anterior genera su fruto, de su misma especie: esos tipos de silencios mortíferos que parten en realidad de un ‘no escuchar’, llevan al otro a que se calle, lo llevan a su propio silencio de muerte, a la solitariedad, al aislamiento…, así son las discusiones, y los vínculos, cuando uno hace silencio sólo para destruir las palabras del otro y rebajar el ser del otro a la irrelevancia.
Y tantas veces, esta experiencia de coerción, moral, emocional, abusiva, colectivista, física, social, en que una persona es obligada a callarse, genera el silencio del miedo.
En todos estos sentidos, el silencio no se trata de ningún ecosistema.
Y ya no es una ‘nodriza de la palabra’ sino un ‘asesino de la palabra’. Y no es silencio un lugar de identidad personal sino de confusión, desidentificación, desvalimiento. Y no un manantial nutricio de la mejor expresividad, sino el desamor ejercido o sufrido donde está vulnerada la comunión.
Es que los humanos podemos hacer de cualquier dimensión humana, según con qué intención la vivimos, un lugar de vida o un lugar de muerte.
Y aquí estamos queriendo aproximarnos al tesoro del Silencio como dimensión vivificante. Pero no podemos hacerlo, si no reflexionamos acerca de sus formas deformadas, y del trabajo que implica pasar de la palabrería a la interioridad fértil.
La ternura, por ejemplo, también nos muestra esta doble posibilidad: está llamada a ser un lugar de vida; pero los humanos podemos contaminar la ternura hasta deformarla, pudrirla, y hacerla, ya deformada, un lugar ambiguo de posesividad y dependencia; y así devenir en cadenas de muerte.
También ocurre esta posibilidad con el silencio; en un extremo tiene estas dimensiones mortíferas. Es el silencio de los enemigos, el silencio desolador de la hostilidad.
Y también es mortal el silencio del no atreverse a decir las cosas que son. El elegir un silencio de miedo personal que nos aísle en el propio dolor. De esa dimensión me ocupo de alguna manera cuando, a lo largo de todo el libro “Santa Resiliencia”, pondero el valor de la palabra, y hablo de la necesidad de poner palabras, nombrar, alumbrar la verdad existencial.
Pues una de las claves del proceso de fortalecimiento y re-identificación existencial de la resiliencia, para quien transita desde adversidades, es la palabra: la palabra del diálogo en comunión de ayuda, la palabra con sentido que llamamos ‘logos’, portador de nueva vida y luz y belleza, la palabra asumida como trabajoso camino de verdad personal que desvela el ser, la palabra que desenreda la atadura mortífera, la palabra que intuye un ‘para qué de tanto dolor’ hacia una luz de esperanza.
Por eso, doy por seguro, amigo mío, amiga mía, que sabes y puedes cotejar en ese librito mi total afirmación sobre la convicción de expresarnos desde lo profundo de cada uno de nosotros; y por eso, estar seguro de que en estas páginas que lees no buscamos ‘que la gente se quede callada cuando debe hablar’; no buscamos un silencio de miedo, timidez, complicidad criminal, falso recato, ocultamiento de lo difícil u oscuro, de ninguna manera.
Pero… ambas cosas, palabra humana y silencio humano, van juntas: la palabra significativa nace del humus fértil de un silencio personal introspectivo, que sufre, medita, escucha, y así se hace capaz de su más propia palabra, dicha en su cantar, gritar y dialogar.
Por eso, en el caminar de estas páginas, buscamos recuperar el lugar maravillosamente fecundo de tu silencio. Que es tu saber estar contigo mismo, con los demás y con Dios, desde la fuente silenciosa de tu libertad e identidad.
Fuente silenciosa, lugar íntimo, a recuperar… en medio de tantas, tantas palabras que te vocean sus productos, que te dicen sus opiniones, que quieren formatearte desde afuera.
Sí: esa palabra inflacionada es la expresión devenida en palabrería. Es el falso compartir de lo trivial, un excesivo y abrumador compartir de voces, corrompido en palabrerío.
Si el silencio hostil o el silencio del miedo están en un extremo del ecosistema humano del encuentro con sentido, la palabrería ocupa el otro extremo. Y en realidad, da su tono al entorno habitual de la mayoría de la gente y las culturas. Ese palabrerío banaliza las cosas con su trivialidad, su vacío de sustancia, su superficialidad. Manipula al otro porque no lo deja al otro ser otro -ni siquiera a Dios lo deja ser Dios.
Porque discursear en exceso sobre el otro es presumir abarcarlo, es un acto de permanente invasión. El palabrerío mantiene en un lugar funcional la vida: hablo desde opiniones en boga que funcionan como automatismos no discutidos, hablo desde lo prejuzgado y preconcebido que diré siempre en tales y cuales situaciones y ante tal tipo de personas; es la respuesta que ya tengo, la frase que ya sirve, que cae bien o graciosa o utilitaria o que ya funcionó… No me vuelvo a hacer cargo de un emitir palabra más personal y reflexiva, sino que la palabra está en función de un mecanismo inercial, el soltar palabras parece que funciona solo.
A veces, así se dicen oraciones hasta de la Misa. Y se repiten consejos a los hijos, como formando parte de una inercia ciega que ha tomado posesión de su libertad, el lenguaje despliega su tejido, sus formas… y las personas deben entrar en su lógica, en su cosmovisión. Lenguajes que se meten en vidas ajenas, o que exhiben en demasía lo íntimo, o lenguajes obscenos, o de horizonte sólo materialista, o que dan por sentado que en el mundo “el hombre es lobo para el hombre” y todo se trata de competir y vencerse y supervivir el más despiadado; o lenguajes románticos que se generalizan como único modo de expresar sentimientos… así, subiéndose a formas de hablar que otros diseñan y exportan en sus productos culturales -canciones, series, reality shows, modas de celebridades, ideas de ideólogos, etc.- es posible transcurrir repitiendo palabras ajenas, vivir entretejido en un idioma que no nace de la propia identidad y del propio corazón sapiencial, sino que es parte de una superestructura cultural, comercial, ideológica.
Y así, se puede vivir como formando parte -siempre conectados, siempre con auriculares, casi como sonámbulos, o pendientes de la televisión y sus figuras y sus chismes- de una matrix.
Otras veces, este palabrerío superabundante y que acomete a toda hora desde diversos frentes, genera la sensación de pérdida de valor la palabra; esa desvalorización que acompaña a toda devaluación de algo sobre-expandido: pues tanto se multiplica el palabreo, tanto se abusa de declaraciones, frasecitas, opiniones, “posteos”, etc., y es tal el chismorreo y el barullo, que de a poco cada palabra, cada expresarse pierde su valor, como moneda sobre emitida.
Así lo vemos por ejemplo en la sobreexposición y el sobre habitar en las redes sociales: hay quien gasta su tiempo en comentar cada foto, en escribir acerca de cada nimiedad del acontecer y comentarlo, derramándose en un expresarse acerca de las opiniones… de sí mismo -un opinar que es reactivo ante lo de los demás. Aconteceres nimios y opiniones que, al día o mes siguiente, ya fueron superados por la marea del día a día: fragmentos de intervenciones que se pierden al instante, devorados en redes que enredan, una calidad perdida a cambio de cantidad, pues a veces la búsqueda es la demagógica: la de cantidad de aprobaciones logradas.
A veces, parece que este tipo de personas está sintiéndose casi en la obligación de comentar cada suceso, como un nuevo tipo humano de comentador universal, que opina sobre todo, aprueba o condena todo como juez universal instantáneo, frente a frases o fotos, generando además la ola absorbente de una dinámica imparable, abrumadora: la de tener que atender esta catarata de espacios, la de vivir desde el personaje que postea, o desde el personaje de las imágenes, o desde esos avatares que ‘somos’; identidades digitales actuando y haciendo y pretendiendo más y diverso de lo que teologalmente somos ante Dios.
Y paradójicamente, esta espesura donde se promulga una superabundancia de fórmulas de vida y de felicidad es crecientemente un ámbito donde abundan cloacas de odios, de ‘odiadores’, de conspiraciones, y de noticias falsas.
Y pienso: Qué distinto es el legado de quien se ahorrase esa fragmentación, de quien se retirase prudentemente de estos espacios contaminados… y escribiese un libro, uno solo, sólido y testimonial, creíble y perdurable, pensado y propio, conteniendo su semilla de aporte de vida y sabiduría para el mundo, o al menos para sus hijos y nietos…
Como decía una vieja canción italiana, traducida a varios idiomas: “Parole, parole, parole…”. Esa canción ironizaba acerca de un presunto amador, que se iba en discursos. Así es la palabrería; pero ¿acaso no es lo que a veces te enmaraña la cotidianidad, amigo que lees? ¿Cuántas veces te reclama una red de palabras, mensajes, avisos, anuncios, que percibes que te sacan de tu eje, te quitan tiempo vital, y te ubican fuera de lo que importa y te concierne de verdad?
¿Quién será capaz de reaccionar?
¿Quién reconocerá la nostalgia de un logos, de una palabra con sentido, y desconectará todo el palabreo y la vocinglería que aturde?
¿Quién reconocerá la Palabra, entre tanta falsificación?
¿Quién buscará y atesorará esa moneda de oro, si la fábrica de palabrerío impunemente genera tanta inflación?
¿Quién podrá creer que es Testigo y Voz, aquel que vive enredado en su discurso y enredando con palabras que no salvan?
Y tú… ¿Te atreves a recuperar-te?
“La vida es un cuento de ruido y de furia, narrado por un protagonista loco”, decía uno de los personajes de Shakespeare.
Sin llegar a eso… ¿cuánto de tu vida es ‘relato’? Sólo el silencio verifica nuestros discursos, slogans, lemas.
Cuando hemos perdido el rumbo del silencio, también perdemos la Palabra. Y la reemplazamos por muchas ‘palabritas’. Y nos alienamos en el discurso, relato que es ruido, furia, locura o puro cuento. O a veces, bellas frases, proyectos, evocación del pasado, uniformidad ‘bajada de arriba’ disfrazada de comunión real.
Alienación, pero convincente, marketineramente disfrazada de comunicación real y necesaria, de socialización, actividad intensa, productiva, comunitaria. Tan, tan lejana de la escucha, del arrepentimiento, del difícil discernimiento que lleva a la conversión; y tan alejada del real encuentro entre personas.
La alienación deforma: Algunos, como patéticos ‘guasones’ contemporáneos, exhibiéndose en fotos autocomplacientes adonde el alma dolorida de la vida no tiene espesor, siempre autosatisfechos, exitosos y sonrientes, aunque se les ve desde lejos el maquillaje de la felicidad sin inviernos exterior e impostada.
Otros como fieras bien trajeadas y formas impecables, pero con garras que asoman bajo sus muñecas y ojos duros que no pueden disimular sus carreras aspiracionales; y la codicia impiadosa o el gusto por el poder les afila el alma reseca.
Están en las antípodas del silencio de sí mismos, en el otro extremo de la galaxia del silencio de Belén, y lloran sus almas. Aturdidos en un mundo que nos puede seducir, los maquillajes y las garras son una forma de alejarnos de nuestro propio silencio de despojos, intemperie, sinceridad responsable ante Dios, humanidad humilde.
La parábola del fariseo y el publicano es buen ejemplo de lo que significa el palabrerío delante de Dios. El fariseo se perdía en su ‘blablablá’ ante Dios, ego-centrado, racionalizando seguro de su posición. El publicano repetía ‘Ten misericordia de mí’, pocas palabras, las esenciales, el corazón en la mano.
Nuestra propuesta es reaccionar frente a eso, que retrata a esta etapa de nuestra sociedad, incomunica a las familias y hace sufrir mucho a las personas. La época de la palabrería en las redes es la época de más gente solitaria, más gente sin pareja estable, más gente enferma de tristeza a solas. La persona palabrera termina sufriendo la trampa de su imposibilidad de llegar a la Palabra Con Sentido, que llamamos ‘Logos’. Y esa Palabra con sentido, sólo nace en el silencio, sólo se alumbra cuando desalojamos de nuestra vida el ruido, lo que nos invade, las músicas de fondo, la atención permanente a lo que los otros nos dictan; esa Palabra que se gesta en nosotros revelándonos quiénes somos y qué haremos, revelándonos cuál es nuestro camino y nuestra fecundidad, nacerá solo en el silencio del corazón.
En esta época, se abusa de esta frase: “Fulano rompió el silencio…” Y a continuación, la declaración escandalosa, largamente esperada, de alguien que vivió algo. El chisme por fin se realimenta. El pobre silencio parece un chicle globo, con tiempo limitadísimo de vida, que no pudo aguantar más sin estallar. El morbo por la intimidad indebidamente compartida se realimenta de su estiércol ante infidencias desparramadas por los ventiladores de medios amarillentos y redes. Y la única frase que tienen es esa: “Rompió el silencio”.
Te propongo otra: “Recuperemos el Silencio”.
Y, como en un bosque, como en el jardín original, nos sobrevendrá la sorpresa de la vida limpia y sagrada manándonos.
volver al Humus
“Volver al humus:
Fértiloscuro.
Latenciaoscura.
Latencianoche.
Crecerdenoche.
Abiertanoche.
Cerrarabriendo.
Caernaciendo.
Volver al humus:
Fondonutriente.
Silenciamiento.
Silencioscuro.
Silencioabrigo.
Silenciogesto.
Raízcallada.
Modocallado.
¡Mitierraoscura!
Tierraplacenta.
¡Mitierracuna!
Volver al humus:
Sustanciaespesa.
Sustanciapura.
Raícespuras.
Raízsegura.
Raízinvisible.
Raízsecreta.
Miluzsecreta.
Volver al humus:
Volveracasa.
Volveralalma.
Almadeveras.
Almasemilla.
Cuidasemillas.
Ensemillarme.
Asemillarme.
Volver al humus:
Vidaescondida.
Escondimiento.
Ocultamiento.
Esperaoculta.
Ocultohumilde.
Corajehumilde.
Corajequieto.
Volver al humus:
Mitierrasabia.
Eltiemposabio.
Eltiempolargo.
Eltiempolento.
Allíyoviva.
Allímencuentren.
Asímencuentren”.
El ecosistema del silencio: hábitat vital para creer, ser quien soy, y ser fecundo
Alguien me preguntó: cuando tú hablas de elegir el silencio, ¿te refieres a un modo de orar…? ¿elegir el silencio es elegir una forma de oración?
No sólo me refiero al silencio como ámbito de la oración, porque el silencio es más que eso: el silencio es una dimensión de la existencia. Una dimensión de lo humano, un color de la existencia humana, que necesitamos recuperar. Pero para eso, es importante comprender cómo lo perdemos, por qué lo despreciamos…
Y más aún, cómo necesitamos elegir, decidir, regenerar en nosotros esa dimensión dañada -como una ‘capa de ozono’ protectora que se va adelgazando por efecto de los gases de origen humano que la dañan, y por eso, su pérdida nos vuelve vulnerables a radiaciones mortales… el silencio amenazado y perdido nos hace morir de a poco.
Pero a diferencia de esta comparación, si la capa de ozono está bien alta en la atmósfera, el silencio personal más bien es como una dimensión más profunda, la más honda, la que está en contacto con nuestra intimidad y, por eso, con nuestra identidad y su fuente sagrada. En este caso, entonces, la voluntad de recuperar el vivificante silencio dañado es una voluntad de profundo regreso a la propia esencia.
Pero, ¿no es bien simple recuperar el silencio? ¿No basta con apagar los ruidos? ¿Por qué para ir al silencio hay que hacer todo un esfuerzo, un viaje de retorno, un trayecto sostenido por la voluntad?
Bueno: Es que el viaje de regreso de cualquier extravío es tan largo y complejo como lo fue extraviarse.
Y no será simple, rápido ni fácil, volver a ser receptivo, contemplativo, escuchador, fértil, ese estilo de vida que comenzó a funcionar con un ‘sistema operativo’, programado según la productividad y sus estímulos, los medios, las redes, la identidad que nos viene de afuera y con la que nos vamos midiendo.
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