La cosecha

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LA COSECHA

Teología hispana contemporánea en Estados Unidos (1972-2019)

© Eduardo C. Fernández

Ediciones Universidad Alberto Hurtado

Alameda 1869 · Santiago de Chile

mgarciam@uahurtado.cl · 56-228897726

www.uahurtado.cl

Primera edición junio de 2020

ISBN libro impreso: 978-956-357-245-2

ISBN libro digital: 978-956-357-246-9

Este es el vigésimo segundo tomo de la colección Teología de los tiempos

Este texto fue sometido al sistema de referato ciego externo

Diagramación digital: ebooks Patagonia

www.ebookspatagonia.com info@ebookspatagonia.com

Colección Teología de los tiempos

Coordinador Colección Teología de los tiempos: Carlos Schickendantz

Dirección editorial: Alejandra Stevenson Valdés

Editora ejecutiva: Beatriz García-Huidobro

Diseño interior y portada: Alejandra Norambuena

Imagen de portada: Mural de Diego Rivera de 1931, “Caña de azúcar”.


Con las debidas licencias. Todos los derechos reservados. Bajo las sanciones establecidas en las leyes, queda rigurosamente prohibida, sin autorización escrita de los titulares del copyright, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, así como la distribución de ejemplares mediante alquiler o préstamos públicos.


A mi querida familia,

con todo cariño

y agradecimiento.

CONTENIDO

Prólogo (2019), por Justo L. González

Prólogo (2000), por Ada María Isasi-Díaz

Prefacio (2000)

Prefacio a la versión en castellano (2008) por Eduardo C. Fernández, S.J.

Introducción

CAPÍTULO I Los hispanos en la cultura y en la Iglesia de Estados Unidos

CAPÍTULO II La historia de la teología hispana: 1972-1998

CAPÍTULO III La aparición de la teología contextual en la Iglesia

CAPÍTULO IV La teología hispana de Estados Unidos como teología contextual

CAPÍTULO V Rumbo al futuro

Epílogo

Bibliografía

Prólogo

(2019)

Mucho agradezco el honor que me hace el doctor Eduardo C. Fernández al invitarme a escribir el prólogo a esta nueva edición de su importante libro La cosecha. Por primera vez supe del trabajo del doctor Fernández en la década de los noventa, cuando me escribió desde Roma hablándome de la tesis sobre la que trabajaba para su doctorado en la Pontificia Universidad Gregoriana. El tema de aquella tesis era, precisamente, los orígenes de la Teología latina o hispana en el contexto norteamericano. Algún tiempo después me regocijé al ver publicado en forma de libro el resultado de las investigaciones del padre Fernández, bajo el título de La Cosecha: Harvesting Contemporary United States Hispanic Theology (1972-1998). Cuando, en el proceso de preparar ese libro para su publicación, se me pidió un breve comentario acerca del mismo, dije entre otras cosas que “La cosecha provee también abundante semilla para el futuro”.

La presente reedición de La cosecha es notable por el Epílogo que la acompaña, cuyo propósito es, fundamentalmente, poner al día lo que se decía en la versión original del libro mismo. Aquella versión terminaba con lo que se había hecho hacia fines del siglo pasado, en 1998. Pasadas ahora más de dos décadas, es importante tener en cuenta la nueva cosecha que va surgiendo de aquella cosecha anterior que —como toda buena cosecha— pronto vino a ser también semilla para nuevas cosechas.

Ahora está a punto de cumplirse el medio siglo de la fecha que el doctor Fernández tomó como punto de partida para su trabajo. Pronto, en el año 2023, nos abocaremos al cuarto de siglo desde la fecha que Fernández tomó como punto terminal. Esto le da un carácter particular al libro que ahora se publica y al epílogo que incluye. Varios de los teólogos y teólogas a quienes Fernández incluía en aquel primer volumen ya han pasado a morar con el Señor. Nuestro amigo común Virgilio Elizondo, que bien podría llamarse el padre de la teología hispana o latina en los Estados Unidos, se cuenta entre ellos. También han partido Orlando Costas y Ada María Isasi-Díaz, quien escribió el prólogo del libro mismo. Los demás estamos ya jubilados, o al menos hemos pasado bastante de la fecha normal de jubilación. Ha surgido toda una nueva generación, y en cierta medida el valor de aquella primera generación a que se refería Fernández en su libro tiene que medirse ahora, no tanto por lo que hizo, sino más bien sobre la base de la nueva cosecha que va floreciendo.

La diferencia entre aquella antigua cosecha y la presente se ve inmediatamente al leer el libro inicial y compararlo con el epílogo que ahora se le añade. Aquel libro inicial estaba construido generalmente en torno a figuras que Fernández consideraba eran dignas de mención. Dos de ellas

—Elizondo y quien esto escribe— tenían cada uno una sección dedicada a sus labores. A esto se añadía exactamente una docena de otros teólogos y teólogas, católicos y protestantes. De entre todos estos, ocho se empleaban al final para desarrollar una tipología de modelos de contextualización en la teología latina en los Estados Unidos. En contraste con esto, el epílogo, escrito también por el doctor Fernández para poner al día lo que había dicho en el libro anterior, no se construye en torno a personajes centrales. Naturalmente,

se incluye primero una actualización de las condiciones sociales, económicas y generacionales de la población latina en los Estados Unidos. Pero el epílogo, a diferencia del libro original, no gira en torno a la teología o el pensamiento de algunos teólogos y teólogas, sino más bien en torno a la nueva realidad que va surgiendo. Esta nueva realidad se caracteriza por una amplia comunidad de personas de origen e identidad latinas dedicadas a las labores teológicas. Hoy no se puede hablar ya de la teología latina en los Estados Unidos bajo el acápite de unos pocos personajes que pudieran considerarse centrales. En su lugar hay un amplio número de personas que hacen contribuciones, no ya tanto como en las generaciones anteriores, tratando de los temas más amplios de la teología, sino profundizando en cuestiones específicas, algunas de ellas en un contexto de urgencia. Entre quienes Fernández menciona en su epílogo hay quienes se han dedicado específicamente a los temas referentes a la inmigración y sus dimensiones éticas; hay quienes se preocupan principalmente por las nuevas generaciones latinas, así como quienes se preocupan por los inmigrantes más recientes y las injusticias que contra ellos se cometen; hay quienes se interesan más bien en la estética y la relación entre las artes y la fe; hay quienes se han destacado por sus estudios sobre cristología o pneumatología; en fin, hay toda una comunidad que en conjunto busca relacionar su fe y su práctica con la vida concreta y cotidiana del pueblo latino. Naturalmente, todo esto tiene sus raíces allá en aquella generación a la que Fernández llamó “la cosecha”. Pero es en realidad una nueva cosecha. Y esa nueva cosecha nos produce enorme satisfacción a quienes pertenecemos a generaciones anteriores.

Dicho todo eso, me atrevo a terminar a la vez con una palabra de encomio y otra de crítica. Los motivos de encomio resultan obvios y no hay que repetirlos: Fernández nos ha dado un instrumento y un resumen de enorme utilidad. La crítica es sencillamente que me hubiera gustado que se incluyera también a Fernández mismo entre los teólogos que se estudian y discuten. Tristemente, puesto que el libro ha sido escrito por él, Fernández no se refiere a sus propias contribuciones. Esperemos que alguno de sus lectores emprenda la tarea de llenar ese vacío. En el entretanto, no me queda sino felicitar a Fernández por su excelente trabajo y darle gracias por su larga y sincera amistad.

Justo L. González

Decatur, GA

Estados Unidos, julio de 2019

 

Prólogo

(2000)

Al comienzo del siglo XXI podemos echar una mirada sobre la abundante cosecha de luchas sembradas a lo largo del tiempo por cristianas y cristianos de la base, cuyas creencias religiosas sostienen sus afanes cotidianos por sobrevivir y por lograr que florezca la justicia. Estas personas son admirablemente capaces de explicar sus propias creencias y prácticas religiosas, y nosotros, teólogas y teólogos académicos comprometidos, hemos encontrado en sus explicaciones una fuente muy rica para nuestro trabajo teológico y una bendición para nuestras vidas. Los teólogos y las teólogas, al igual que la teología hispana/latina, damos fe de la validez de este proceso.

Al empezar este siglo también puede escucharse el clamor de los grupos marginados y oprimidos que afirman con insistencia: “Esta vez, no nos borrarán de la historia”. Los movimientos populares de la década de 1960 hicieron visible la violencia y la opresión ejercida tanto por los gobiernos como por las estructuras económicas y las organizaciones e instituciones sociales. Los latinos y las latinas, todos marginados social y políticamente, y la mayoría también oprimidos económicamente, hemos heredado este legado de lucha; y nuestro grito, cuando insistimos en la validez y el valor de cómo vemos la realidad, es un eco del de nuestros antepasados. La teología hispana/latina expresa claramente nuestra relación con lo divino, a la vez que insiste en nuestra manera particular de hacer teología.

Nuestro quehacer teológico se ha comprometido con dar voz al entendimiento y a las prácticas religiosas de nuestro pueblo, prácticas que están al servicio de las luchas de liberación.

Los(as) teólogos(as) hispanos/latinos continuamos insistiendo en que durante las últimas dos décadas hemos logrado establecer en forma indisputable nuestro quehacer teológico, un logro que Eduardo Fernández examina magistralmente en este libro. Sin embargo, los llamados “teólogos establecidos” y los que gobiernan las Iglesias parecen no prestarnos la debida atención. A menudo sentimos que nuestro esfuerzo cae en el vacío, y no es hasta que vemos la importancia de nuestro trabajo para nuestro propio pueblo que nos regocijamos en su valor. Podría pensarse que los logros de la teología hispana/latina en el mundo académico y en el eclesial son limitados; sin embargo, estamos convencidos de que nuestro quehacer teológico ha contribuido a la creación de un eje de resistencia y solidaridad, a la construcción de una visión liberadora.

Fernández deja claro que el quehacer teológico hispano/latino no es monolítico, sino que es un trabajo enriquecido con diferentes perspectivas, todas ellas enraizadas en las luchas de nuestro pueblo. Señala, además, aunque socave su propio trabajo en este libro, que los teólogos y teólogas hispanos/latinos nos resistimos a todo intento de clasificar nuestro quehacer teológico siguiendo los lineamientos de cualquier tipología reconocida. Al dialogar con el autor acerca de sus planteamientos, hemos insistido en que la hibridez de nuestros trabajos no permite que se les ciña a modelos teológicos establecidos, y le agradecemos profundamente que haya respetado cómo entendemos y proyectamos nuestra teología. La teología hispana/latina es tan mestiza/mulata, tan híbrida, como nuestra cultura, como nuestro idioma, como nuestra cotidianidad.

La cosecha de Eduardo Fernández es valiosísima precisamente por poner de manifiesto los muchos hilos teológicos que las(os) teólogas(os) hispanas/latinas hemos heredado y usamos en nuestro trabajo. Su cuidadoso análisis destaca cómo la teología hispana/latina está firmemente atrincherada en nuestra cultura mestiza/mulata, la cual nos enseña a no insistir en que somos totalmente distintos (“¡únicos!”), sino a insistir en todo momento en nuestra propia especificidad. ¡Pero esta especificidad es también característica de todas las demás teologías: las tradicionales, las contemporáneas, las oficiales y las teologías de la liberación! Este estudio también es valioso por el enfoque comparativo que nos ofrece a los(as) teólogos(as) hispanos/latinos respecto a la aportación de cada cual y que sin duda debemos tomar en consideración.

Las últimas páginas del libro, en las que Fernández mira hacia el futuro, tienen gran importancia. La lista de lo que debe hacer la teología hispana/latina en un futuro inmediato es significativa. Considero que Eduardo Fernández y otros teólogos(as) hispanos/latinos “más jóvenes” que los teólogos(as) examinados en este libro, deben de tomar la iniciativa en estas tareas. Es igualmente urgente escuchar la llamada que hace Fernández de la necesidad que hay de incluir a la juventud y sus culturas en nuestro quehacer teológico.

Dos áreas más de la “lista de deseos” que presenta Fernández me parecen relevantes. Una de ellas tiene que ver con la crítica que hace de que la teología hispana/latina carece de profundidad teórica. Mi perspectiva acerca de este tema es diferente. Creo que la teología hispana/latina ha estado a la vanguardia del trabajo que se ha venido haciendo para reformular en qué consiste lo teórico en la teología. Hemos insistido en que el trabajo teórico no es una prerrogativa exclusiva de los académicos y que las personas de la base también desarrollan una labor intelectual. Hemos insistido, por otra parte, en lo necesario que es usar “lo cotidiano” y “la experiencia” como lentes hermenéuticos para poder analizar diferentes aspectos de la vida de nuestro pueblo. Creemos que estas categorías —cotidianidad y experiencia de vida— son herramientas de tanto o más valor que el conocimiento especulativo, para lograr el propósito de la labor teórica. La insistencia de la teología hispana/latina en la importancia de la cotidianidad y la experiencia de vida de nuestras comunidades, no es indicio de una falta de base teórica profunda, por el contrario, es una contribución al replanteamiento del significado de lo teórico. Esta insistencia es elemento central de una epistemología responsable: conocemos la realidad si nos responsabilizamos de ella, y si luchamos por crear sociedades de las que nadie sea excluido.

Por último, Fernández señala la necesidad de prestar atención a las mujeres hispanas. Algunas de nosotras siempre hemos hecho teología desde la perspectiva de las latinas. Sin embargo, solo unos cuantos de nuestros colegas hombres han tomado nuestro trabajo en serio. Pocos entienden que ellos hacen su trabajo desde una perspectiva masculina; y al no prestarle atención a las hispanas, cuando hablan de los hispanos/latinos, en realidad tienen como punto de referencia solo a los hombres hispanos/latinos. Las latinas somos más del 50 % de la población hispana de Estados Unidos de América, y con frecuencia formamos más del 75 % de las personas que asisten a las iglesias. Las hispanas, por ser quienes transmitimos y mantenemos las creencias y prácticas religiosas en nuestras comunidades, jugamos un papel clave en lo central de la religión en nuestra cultura. La teología mujerista, y otros trabajos teológicos realizados por latinas, no son un trabajo secundario sino una parte intrínseca de la teología hispana/latina. Estamos de acuerdo con Eduardo Fernández en que el machismo en la cultura hispana/latina debe ser confrontado directamente en nuestro trabajo teológico, y creemos que hasta que nuestros colegas varones no lo hagan, no podrán entender la importancia del trabajo teológico realizado desde la perspectiva de la mujer hispana.

Agradezco a Eduardo Fernández su trabajo. Le agradezco que haya dialogado con las autoras y los autores cuyo pensamiento analiza en su libro. También le doy las gracias por señalar las áreas en las que nuestro trabajo es deficiente y aquellas que requieren atención en el futuro. Creo que teólogos y teólogas, al igual que los estudiantes y creyentes cristianos en general, se beneficiarán grandemente al leer este libro si aprenden de Fernández que la crítica, cuando es constructiva, no destruye, sino que enriquece.

Ada María Isasi-Díaz

1943-2012

Prefacio

(2000)

Como me crié en El Paso (Texas), ciudad situada a pocos minutos de la frontera con México, a temprana edad ya experimentaba una gran diversidad cultural. Entre las muchas bendiciones de esta clase de ambiente está la conciencia de que siempre existe más de una manera de hablar, de pensar y de actuar. Lo que era adecuado dentro de un contexto bien podría ser completamente inaceptable en otro. De mis cuatro abuelos, tres nacieron en México; todos murieron en Estados Unidos. Mis padres crecieron en un mundo profundamente bicultural. Los que ahora formamos parte de la segunda o tercera generación de hispanos en Estados Unidos enfrentamos dos realidades socioeconómicas y dos historias muy diferentes. ¿Cómo reconciliarlas?

Mi familia me enseñó a aceptar ambos aspectos de mi persona. En mi casa se hablaban indiferentemente el español y el inglés. Mi padre tocaba canciones mexicanas en su guitarra y mi madre transmitía la sabiduría popular que había recibido de sus padres, una pareja cuyo amor había superado las barreras internacionales. Mis diez hermanos y hermanas proporcionaban amplias oportunidades para aprender a vivir ¡en comunidad! En la escuela, la presencia de maestras, muchas de ellas religiosas de las Hermanas de la Caridad del Verbo Encarnado, fue para nosotros una bendición. Provenían de México, de Irlanda y de Estados Unidos. Me enseñaron sor Mildred Warminski y sor Josetta Eveler, ambas excelentes maestras. Mi educación secundaria estuvo a cargo de los hermanos de La Salle, destacando el hermano Amedy Long, y sus colaboradores seglares, especialmente Harry Kelleher. Nuestra parroquia estaba a cargo de los jesuitas de la provincia mexicana. Nuestro párroco méxico-americano, el padre Pedro José Martínez, así como la directora mexicana de la escuela parroquial, la hermana Ana Luisa Luna, se esforzaron para fomentar en nosotros el orgullo por nuestra cultura. De hecho, nos aseguraban que haber nacido en medio de esa gran diversidad cultural era una bendición.

Con los años me he convencido de que tenían razón. Estudios y viajes posteriores, sobre todo como miembro de la Compañía de Jesús, han ensanchado inmensamente mis horizontes. En la Universidad de Loyola en Nueva Orleans encontré a profesores, especialmente Joseph H. Fichter, S.J., Clement J. McNaspy, S.J., Jerry y Sally Seaman, Edward Arroyo, S.J. y Lydia Voight, que me estimularon a aceptar con entusiasmo mi herencia y a esforzarme por extender el aprecio por el pluralismo cultural. La gente que he encontrado en Puerto Rico, Perú, México, California y Roma, me ha enseñado mucho sobre cómo la diversidad cultural puede ser una gran bendición y por lo tanto un contexto único para hacer teología.

En los últimos años he tenido la oportunidad de conocer a la mayoría de los teólogos latinos acerca de quienes escribo. En el caso de los que leyeron mi manuscrito antes de su publicación, me alegró constatar que estaban de acuerdo con mi descripción de su trabajo. Agradezco el cuidado con el que leyeron mi borrador y sus repetidos estímulos a que publicara mis conclusiones. Aunque algunos de ellos no estuvieron de acuerdo con mi decisión de usar los modelos de Stephen Bevans para contextualizar su método teológico, todos han sido muy generosos con su apoyo y su ayuda1. Siento que me han invitado a un intercambio que producirá grandes frutos. Si puedo transmitir al lector un sentido de la sustancia y la dirección de esta conversación tan fascinante, mis esfuerzos no habrán sido por nada.

La presente obra ha sido, en gran parte, un ejercicio de “teología de conjunto”. Debo mucho a mis mentores jesuitas en California y en Roma, los padres Allan Figueroa Deck y Arij Roest Crollius, los cuales me convencieron de que para hacer buena teología hay que abrirse a las diversas manifestaciones del Espíritu Santo, especialmente las que se experimentan a través del pueblo santo de Dios. Entre muchos otros interlocutores en este diálogo se encuentran también Stephen Bevans, SVD, que me ayudó con gran paciencia a comprender sus modelos, David Hayes-Bautista, cuya habilidad sociológica me resultó un recurso de gran valor, y James Nickoloff, que leyó todo el borrador dos veces y ofreció muchas sugerencias perspicaces. Mis estudiantes y colegas en Berkeley, en el Mexican-American Cultural Center, en la Escuela de Teología de los Oblatos de María Inmaculada y en El Paso realzaron mis ideas más de lo que jamás se podrán imaginar. Virgilio Elizondo me alentó constantemente a que publicara estas páginas, mientras que David Batstone, Timothy Matovina y Roberto Goizueta, Jr. me guiaron por los laberintos de ese proceso. Javier Reyes y Michael Pastizzo, S.J. me ofrecieron generosamente su ayuda literaria y técnica. El Centro Estudiantil Católico de la Universidad de Texas en El Paso, bajo la dirección de la hermana Ann Francis Monedero, O.S.F., me sostuvo espiritualmente a más no poder. Las oraciones y palabras de aliento del pueblo de la Diócesis de El Paso, y especialmente de los feligreses de la parroquia del Sagrado Corazón, siempre estuvieron a mi lado. Sin las oraciones y el apoyo emocional de personas como el párroco, Padre Rafael García, S.J., Mary Trujillo, Bertha Belmontes, Sylvia Sánchez, Arturo Pérez-Rodríguez, Lionel Baeza, Kim Mallet, Rosa Guerrero (cuya danza inspiradora abre el segundo capítulo) y Ponchie Vásquez, O. F. M., nunca hubiera podido terminar este proyecto tan masivo. Mis hermanos de la Compañía de Jesús nunca fallaron tampoco en apoyar mis investigaciones ni en facilitarme los medios. También tengo deudas de agradecimiento con la fundación Pew Charitable Trusts, cuyo sostén financiero de la Iniciativa Teológica Hispana ya está rindiendo frutos copiosos, y a la cual debo la beca posdoctoral que me hizo posible terminar esta obra. Quiero expresar también mi agradecimiento a Justo González y a Daisy Machado, los directores pioneros de esta iniciativa, quienes me enseñaron muchísimo sobre cómo se trabaja para producir un ecumenismo cada vez más rico. También debo gratitud a Ada María Isasi-Díaz, quien escribió el prólogo y quien me honra con su disponibilidad al diálogo; más de una vez me ha obligado a pensar más allá de las fronteras de mis categorías intelectuales. Quiero dar las gracias a Magda García y a Alex Rodríguez, y a Elizabeth Montgomery, quien editó mi escrito original con gran paciencia y cuidado. También agradezco a Anthony Vinciguerra, mi ayudante de investigación, quien meticulosamente elaboró el índice.

 

Y finalmente, mis gracias a Dios, un Dios que siempre me ha sido fiel: por haberme dado un padre cuyo amor ya se extiende más allá de esta vida, un hombre sencillo que me enseñó que “Dios es muy grande”, y por haberme dado una madre cuya paciencia sobrepasa la de Job; este Dios nunca se ha dejado ganar en generosidad. ¡Bendito sea su santo nombre!

Notas:

1 Se expresó el deseo de que se hicieran comparaciones entre los diferentes escritos de los teólogos hispanos estadounidenses, preservando así la autenticidad de sus contribuciones, en vez de categorizarlas forzosamente en modelos desarrollados por una persona no hispana. Mis razones para usar los modelos de Bevans son que él entra en diálogo con muchos teólogos que no pertenecen al ambiente norteamericano, como los latinoamericanos y los asiáticos, y que por su naturaleza, mi trabajo es intercultural. Es decir, que aquí dialogan varias corrientes culturales. Además, no se puede tolerar que un estudio tan importante sobre la teología contextual continúe alejado del discurso teológico más amplio. Por esta razón, he optado por encarar entre sí a estos varios teólogos hispanos y no hispanos.