La visión teológica de Óscar Romero

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La visión teológica de Óscar Romero
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Edgardo Colón-Emeric

La visión teológica de Óscar Romero

Colón Emeric, Edgardo Antonio

La visión teológica de Óscar Romero : liberación y transfiguración de los pobres / Edgardo Antonio Colón Emeric.

- 1a ed . - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Guadalupe, 2020.

Libro digital, Book "app" for Android

Archivo Digital: descarga y online

Traducción de: Pablo Rubén Andiñach.

ISBN 978-950-500-803-2

1. Espiritualidad Cristiana. I. Andiñach, Pablo Rubén, trad. II. Título.

CDD 241.6

Diseño de tapa: Patricia Leguizamón

Desarrollo digital: Patricia Peralta

Traducción: Pablo Andiñach.

Ilustración de tapa: Eduardo Colon Emeric

Editorial Guadalupe

Mansilla 3865

(1425) Ciudad Autónoma de Buenos Aires

www.editorialguadalupe.com.ar ventas@editorialguadalupe.com.ar

Facultad de Teología de la Universidad Católica Argentina

Concordia 4422

(1419) Ciudad Autónoma de Buenos Aires

www.uca.edu.ar/facultad-de-teologia Queda hecho el depósito que establece la Ley 11.723

Óscar Romero’s Theological Vision by Edgardo A. Colón-Emeric. Copyright © 2018 Edgardo A. Colón-Emeric.

Spanish language translation rights licensed from the English-language publisher, University of Notre Dame Press, by arrangement with Indiana University Press.

All rights reserved.

Impreso en Argentina–Printed in Argentina

Queda prohibida, salvo excepción prevista en la ley, cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública y transformación de esta obra sin contar con la autorización de los titulares de propiedad intelectual. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual.


A Cathleen, Lito y Benben.

Y a mis hermanas y hermanos de América Central.

Cristo vive. De verdad vive.

Abreviaturas

Diario: Óscar Romero, Mons. Óscar A. Romero: Su diario (San Salvador: Imprenta Criterio, 2000).

Evangelii Nuntiandi: Papa Paulo VI, Evangelii Nuntiandi, 8 de diciembre de 1975, http://w2.vatican.va/content/paul-vi/en/apost_exhortations/documents/hf_p-vi_exh_19751208_evangelii-nuntiandi.html.

Gaudium et Spes: Concilio Vaticano II, Gaudium et Spes, 7 de diciembre de 1965. www.vatican.va/archive/hist_councils/ii_vatican_council/documents/vat-ii_const_19651207_gaudium-et-spes_en.html.

Homilías: Óscar Romero, Homilías: Monseñor Óscar A. Romero, ed. Miguel Cavada Diez, 6 vols. (San Salvador: UCA Editores, 2005–9). También en audio y transcriptas en http://www.romerotrust.org.uk/homilies-and-writings/homilies.

Lumen Gentium: Papa Paulo VI, Lumen Gentium, 21 de noviembre de 1964, www.vatican.va/archive/hist_councils/ii_vatican_council/documents/vat-ii_const_19641121_lumen-gentium_en.html.

Medellín: Conferencia II, Medellín, en Las Cinco Conferencias Generales del Episcopado Latinoamericano, ed. Consejo Episcopal Latinoamericano (Bogotá: Ediciones Paulinas, 2014).

Populorum Progressio: Papa Paulo VI, Populorum Progressio: Encíclica sobre el desarrollo de los pueblos, 26 de marzo de 1967, http://w2.vatican.va/content/paul-vi/en/encyclicals/documents/hf_p-vi_enc_26031967_populorum.html.

Puebla: Conferencia III, Puebla, in Las Cinco Conferencias Generales del Episcopado Latinoamericano, ed. Consejo Episcopal Latinoamericano (Bogotá: Ediciones Paulinas, 2014).

Sacrosanctum Concilium: Concilio Vaticano II, Sacrosanctum Concilium, 4 de diciembre de 1963, www.vatican.va/archive/hist_councils/ii_vatican_council/documents/vat-ii_const_19631204_sacrosanctum-concilium_en.html.

ST: Tomás de Aquino, The Summa Theologica of St. Thomas Aquinas, trans. Fathers of the English Dominican Province (Allen, TX: Christian Classics, 1948). También Suma de Teología (Madrid, España: Biblioteca de Autores Cristianos, 1988).

Voz: Óscar Romero, La voz de los sin voz: La palabra viva de Monseñor Romero, ed. Rodolfo Cardenal, Ignacio Martín-Baro, y Jon Sobrino (San Salvador: UCA Editores, 1980).

Agradecimientos

Durante los últimos años Óscar Romero ha sido para mí una compañía constante. He tenido su imagen a la vista mientras leía las Escrituras y oraba. Los archivos de audio de sus homilías han estado en mis oídos en muchos momentos. El altar en el que fue asesinado ha sido, una y otra vez, el lugar donde renové mi compromiso de vida con Jesús. Y, sin embargo, un pastor Metodista puertorriqueño como yo, que escribe un libro sobre un obispo Católico salvadoreño martirizado, no es una combinación obvia. Reconocer la rareza de esta conjunción es ya un testimonio de fe y un motivo de gratitud.

Escuché hablar por primera vez de Romero durante mis estudios secundarios en una escuela jesuita en Puerto Rico. Los sacerdotes que enseñaban allí conocían muy bien la situación de Centroamérica y compartían con nosotros las noticias sobre lo que estaba sucediendo a fines de los años 70 y principios de los 80. Cuando la película Romero apareció en las pantallas en 1989 no demoré en ir verla. El actor Raúl Juliá, quien interpreta el papel de Romero, era graduado de mi escuela. El estreno de esa película fue seguido por la trágica noticia del asesinato de los sacerdotes jesuitas en la Universidad Centroamericana. Es así que la convergencia de estos eventos me impactó y contribuyeron a que dejara mis estudios de ingeniería para dedicarme a estudiar teología.

Cuando en 2007 ingresé como docente a la Facultad de Teología de Duke Divinity School decidí organizar un grupo de lectura en castellano. No estaba seguro de qué leeríamos hasta que me encontré con uno de los posibles miembros de ese grupo en la biblioteca. Mientras conversábamos en medio de las pilas de libros mis ojos se posaron en una colección de las homilías de Romero. La idea derivó en la formación de un grupo de lectura de Romero. Nos reuníamos todos los miércoles para leer y debatir en castellano (y en spanglish) la homilía de Romero para el leccionario de la semana. Las horas que pasamos con esas homilías nos impactaron mucho. Mis estudiantes y yo quedamos impresionados por las paradojas de la enseñanza y el modo de vida de este prelado: un profeta patriótico, un amante de los pobres y de los papas, un sacerdote sencillo y un poderoso predicador.

Cuanto más leíamos, más nos maravillábamos y nos sentíamos inspirados por la transparencia del testimonio que Romero nos brindaba de Cristo. Pero como es habitual en todo Seminario, los estudiantes vienen y van, y el Grupo de Lectura de Romero desapareció luego de algunos años. Sin embargo, sus palabras encontraron terreno fértil en muchos de nosotros. En algunos de mis alumnos, esas semillas brotaron en ensayos, conferencias e incluso tesis sobre Romero. En mi caso, esas semillas eventualmente se convirtieron en este libro; pero para que eso sucediera fue necesario buscar raíces en el suelo salvadoreño.

Viajé a El Salvador en el invierno de 2007 para sentar las bases de futuras peregrinaciones de estudiantes del Seminario a América Central. Fue entonces cuando visité el Hospitalito donde Romero vivió como arzobispo y murió como mártir. En ese momento, no me imaginé que este sitio de peregrinación se convertiría en una parte tan central de mi peregrinación profesional y espiritual. A través de una peculiar cadena de eventos, en 2010 me convertí en el director de un programa de formación de pastores y pastoras para las Iglesias Metodistas de América Central. Desde entonces la teología de Romero y los sitios de peregrinación asociados con su historia (el Hospitalito, la UCA, la catedral y El Paisnal, por nombrar algunos) se han sumado al plan de estudios del programa, a la formación espiritual de los maestros y estudiantes, y a mis intereses de investigación. El lema episcopal de Romero, “sentir con la iglesia”, se convirtió en el lema de los graduados de nuestro programa centroamericano y uno de los pilares de mi visión para la educación teológica. Más que eso, el testimonio de la Iglesia Metodista en América Central me convenció de que el legado de Romero es tan rico que excede a la Iglesia Católica.

En diciembre de 2015 los estudiantes del Curso de Estudios Metodistas en América Central visitaron la ciudad de Juayúa en El Salvador. La plaza central había sido el sitio de una matanza de personas de ascendencia indígena en 1932. La iglesia está ubicada en el lado oeste de la plaza y se la conoce como la Iglesia del Cristo Negro debido a la enorme figura de un Cristo crucificado de piel oscura que se exhibe por detrás y por encima del altar. Los lugareños dicen que la estatua fue tallada en madera oscura por los misioneros franciscanos en el siglo XVI en su esfuerzo por descolonizar el Evangelio y hacer que Cristo se parezca más a las personas que vivían en la región.

 

Sin embargo, estudios más recientes han aportado nuevos datos a su historia. La madera del Jesús era en un principio de una tonalidad clara. Siglos de interacción química entre la madera y el humo de las velas han oscurecido el color del Jesús crucificado. En la iglesia los estudiantes centroamericanos se involucraron en un ejercicio de lectio divina. Al pie del Cristo Negro, leyeron la historia de la transfiguración varias veces y reflexionaron sobre preguntas como: ¿Es bueno para nosotros estar aquí? ¿Qué ves cuando miras a este Cristo transfigurado en negro? ¿Crees que el Padre está complacido en esta representación de su hijo? ¿Qué sientes? ¿Temor? ¿Confusión? ¿Cómo te pide Jesús que respondas? ¿Ves la gloria de Cristo en este rostro? ¿Encuentras la liberación en esta imagen? Se nos dice que el semblante de Jesús cambió mientras él oraba (Lucas 9:29), ¿Cómo ha cambiado la apariencia del rostro de Jesús en respuesta a tus oraciones? ¿Qué le dirías a la gente sobre lo que has visto en este lugar? Más tarde tuvimos un tiempo para reflexionar sobre lo que habíamos sentido. Algunos de mis alumnos interpretaron esta representación como errónea. Jesús no era negro. ¿Y por qué lo buscamos en la cruz? Él no está muerto; él ha resucitado. Otros lo interpretaron como una buena noticia. Jesús se viste de piel oscura porque las personas de piel oscura han sufrido durante siglos en esta parte del mundo. En efecto, la piedad de la gente descolonizó a Jesús. Cuanto más oraban, más se oscurecía su piel. Ese encuentro en Juayúa despertó mi interés sobre el tema de este libro. Ya sea negro oscuro o blanco resplandeciente, la transfiguración de Cristo altera nuestras expectativas con respecto a la identidad del Hijo de Dios. Esta es la razón por la que la visión teológica de Óscar Romero no pudo evitar ser un escándalo para algunos, aun cuando fue una buena noticia para muchos.

Después de Juayúa desarrollé aún más el tema de la transfiguración durante varias presentaciones en los EEUU; en el Encuentro sobre Homilética llevado a cabo en Atlanta, en la primavera de 2016; en la Conferencia sobre la Gloria de Dios en la Universidad de Durham en el verano de 2016; y en la Conferencia dedicada a Romero en la Universidad de Notre Dame, en el año 2017. Mientras trabajaba en estos documentos y presentaciones, comencé a comprender el modo en que el estudio de este sacerdote católico centroamericano confirmó la vocación de un teólogo metodista puertorriqueño. Todo es recibido según la condición del receptor, dice Tomás de Aquino. De manera que cuanto más clara se hacía mi visión de Romero, más evidentes eran los paralelos con John Wesley, el fundador del movimiento Metodista.

Ambos son ejemplos de lo que en los círculos académicos metodistas se denomina, en palabras de Wesley, practical divinity, y que hoy llamamos teología práctica. Ambos están interesados en una visión teológica que sea popular, pastoral y profética. Y cuanto más entendía la visión teológica de Romero y procuraba vivir de acuerdo con ella, más auténticamente metodista se hacía mi testimonio de Cristo.

La historia de cómo llegó a ser este libro muestra que no es solo fruto de mi trabajo. El camino desde ver una película sobre Romero a escribir un libro sobre él ha sido largo, pero ha sido bueno porque he disfrutado de buenas compañías en el trayecto. Deseo agradecer al equipo editorial de la University of Notre Dame Press por su especial atención y apoyo desde la propuesta inicial en el otoño de 2016 hasta la edición, el formato y la impresión en 2018 de este libro.

Agradezco a los miembros del Grupo de Lectura de Romero, en particular a Ismael Ruiz-Millán, quien vive y lidera el Grupo en el espíritu de Romero; a Mathew Whelan, cuya valiente tesis sobre Romero y la reforma agraria me convenció de la importancia y viabilidad de una monografía centrada en la enseñanza de Romero. También agradezco a los asistentes de investigación que han apoyado mi trabajo durante este proyecto: Justin Ashworth, Katie Benjamin, Mandy Rodgers-Gates y Alberto La Rosa por su ayuda para reunir materiales, discutir argumentos y leer borradores.

Estoy especialmente agradecido a mi esposa Cathleen y a mis hijos Nate y Ben. Han debido soportar los muchos días y noches que pasé fuera de casa en Centroamérica y mis largas charlas sobre Romero. Sin su paciencia, su amor y su sentido del humor, este libro no hubiera sido posible. Más que eso, siempre me ayudan a recalibrar mis prioridades y a redescubrir la alegría y el valor de mi vocación como esposo y padre.

Por sobre todo agradezco a Dios. La Escrituras dice que “… todo don perfecto desciende de lo alto, del Padre de las luces” (Santiago 1, 17). Romero fue un regalo, un ejemplo de lo que John Wesley llamó la perfección cristiana: el amor perfecto a Dios y al prójimo. Para cuando se publique este libro Óscar Romero ya habrá sido canonizado. El beato Óscar Romero será san Óscar. El hecho de que un santo haya crecido en la tierra de El Salvador muestra la mentira de quienes piensan que lo único que este país ofrece al mundo son las pandillas y su violencia.

Lamentablemente, la elevación del arzobispo a los altares se lleva a cabo en un contexto tan polarizado, injusto y violento como siempre lo ha sido. Sin embargo, aunque la canonización no traerá paz, su declaración como santo es una afirmación de fe: Dios aún no ha terminado su misión a través de Romero. El don de Monseñor Romero sigue entregándose. Para aquellos que están dispuestos a recibir este regalo, descubren que todavía tiene poder para hablar y actuar. Mi esperanza es que seamos más lo movilizados a trabajar por una paz profética y una reconciliación liberadora en nuestra tierra y en todo el mundo. Si Dios lo quiere. Primero Dios.

24 de marzo de 2018,

Fiesta de Óscar Romero.

Agradecimientos para la edición castellana

Dice el salmista dirigiéndose a Dios: “Coronas el año con tus bondades, y tus recorridos fluyen abundancia” (Sal 65, 11). En el tiempo desde que la edición en inglés de este texto fue publicada, Dios me ha coronado con sus bondades y mis agradecimientos abundan. He recibido muchas expresiones de aprecio por este libro, tanto del mundo académico como de tantas otras personas. De hecho, para mi gran sorpresa, este libro fue premiado por la Asociación de Editoriales Católicas de los Estados Unidos. Me siento aún más agradecido por los mensajes alentadores que he recibido de personas comprometidas con la misión en el ámbito católico y de personas que trabajaron junto a Romero. Gracias a la publicación de este libro, he tenido la dicha de conocer a Guillermo Cuéllar. Ya estaba en deuda con él por su música la cual juega un papel importante en el argumento de este libro. Ahora estoy bendecido por su amistad y agradecido por su nueva aportación a con un prefacio.

Deseo agradecer a las editoriales que han facilitado la publicación de este libro. Doy gracias al equipo de la University of Notre Dame Press por permitir la traducción al español y a Pedro Pitura de la Editorial Guadalupe, de Argentina, por reconocer el potencial de divulgar este trabajo en el mundo hispanoparlante.

Estoy especialmente agradecido con Pablo Andiñach. Sin su amistad este libro permanecería en inglés. Él fue el primero en exhortarme a publicarlo en español y en ofrecerse como traductor principal. Estoy también agradecido con su hija Rosaura quien lo apoyó con la traducción. También tengo que dar gracias a mi hijo Benjamín quien me ayudó con las referencias bibliográficas.

Finalmente, doy gracias por el reconocimiento que Romero ha recibido al ser canonizado en Roma. Solo Dios puede santificar a un ser humano, pero el tardío reconocimiento del regalo de Dios que es Romero corrige el agravio de las décadas de olvido y distorsión de su persona y obra. Claro, por años el pueblo lo llamaba san Romero. La canonización expresa el sentir de la iglesia como pueblo e institución y certifica no solamente las virtudes heroicas y los milagros de san Óscar, sino también su misión y enseñanzas. En fin, al declararlo santo, se canoniza la certeza de su visión teológica.

Fiesta del día de Todos los Santos, 2019.

Introducción
La canción latinoamericana y la teología de la transfiguración Guillermo Cuéllar-Barandiarán

Conocí al arzobispo Romero a mediados de la década ’70, cuando me planté ante su presencia, Era yo un imberbe estudiante de filosofía que se encaminaba hacia una casta profesión, aparte de relucir en el mundillo religioso en virtud de mi destreza musical. Todavía no sé qué de este parco currículo le habrá inducido a convidarme al ruedo de sus colaboradores establecidos.

Con el tiempo, el prelado se vio inquirido a causa de alguna de mis interjecciones cantadas, ya que éstas se difundían a través de la emisora católica y, gracias a ello, se introducían alborozadamente en las celebraciones y el accionar de las regiones diocesanas que bullían –unas más otras menos– con el empuje del Medellín1 postconciliar.

En ese preciso instante, Romero advirtió que a su lado campeaba, no sólo un portavoz de la pastoral juvenil, si no, sobre todo, un decidido trovador cuya creatividad se nutría de la “canción protesta” (o “canción latinoamericana”2 como prefiero apodarla).

Sin pensárselo mucho pues, el arzobispo resolvió estar a la escucha de las novedades de tan inopinado arte. Sobrevinieron así algunas conversaciones ásperas. Monseñor nunca tuvo empacho alguno en enrostrarme, con particular franqueza, ciertos pasajes que yo entonaba frente a multitudes cada vez más entusiastas y numerosas. No obstante, he de reconocer que, en estos careos, él nunca se salió de un marco decoroso. Pero lo más relevante en esta trama seguramente será que… ¡Nunca me mandó a callar!

Claramente no puedo precisar las cavilaciones que habrán pasado por la mente del jerarca metropolitano. Lo cierto es que, en medio de sus reservas, algo hizo que le hallara sentido a mi azaroso oficio melodioso. Probablemente haya sido –pienso ahora– la feroz persecución dictatorial que iba diezmando vertiginosamente a la institución eclesiástica en la tolvanera sociopolítica nacional. Eso fue, quizá, lo que propició momentos deslumbrantes en los que el alto vocero en su púlpito se dejó llevar por el soplo de alguna de mis odas creadas para honrar a los cientos de líderes de base, catequistas, misioneras, monjas, clérigos, que iban cayendo, casi a diario, en aquel período de verdadera tribulación:

«Uno de nuestros compositores populares,3 cantando a la muerte del padre Rafael Palacios, dice esta preciosa frase: «Dios no está en el templo, sino en la comunidad», Homilía del 2 de septiembre de 1979. Óscar Romero: Homilías. Tomo V. San Salvador: UCA Editores, 2008, p. 266.

Romero admitió, aun con reparos, el rol de la faena trovadora en sus dominios, donde recrudecía la represión. Los “Mártires de El Despertar”, por ejemplo, tuvieron su canción. Obsérvese la perífrasis del predicador que alude a las armas gubernativas que masacraron a los 4 jóvenes y al sacerdote en la madrugada del sábado 20 de enero del año 1979:

«… esta comunidad… vive en un mundo donde el pecado está entronizado. Y es la lucha del Reino de Dios una lucha para la que no se necesitan tanquetas ni metralletas… La lucha se bate con guitarras y canciones de Iglesia, se siembra en el corazón y se reforma un mundo…», Homilía del 21 de enero de 1979. Óscar Romero: Homilías. Tomo IV. San Salvador: UCA Editores, 2007, p. 193.

La música –mi música– fue, por consiguiente, el punto de conexión con monseñor Romero.4 Ése fue el “gancho” que tuve con él; un “gancho al hígado”, a decir verdad, que en ocasiones logró desnivelarme. Pero como pude me sostuve mientras creía a pie juntillas que yo estaba en lo correcto, y que era él quien se desubicaba a veces.

 

Un buen día, sin qué ni para qué, el arzobispo me mandó a componerle un himno al “Divino Salvador del Mundo”, patrono espiritual de nuestra nación. ¡Fue un sablazo! Ahora me doy cuenta de que, con la tal petición, me estaba lanzando un puntiagudo desafío para ponerme a prueba. ¡Claro! ¿Cómo iba a confiarme tan relevante pieza sacra si venía impugnando los versos más expresivos que acoplaba en mis canciones?

La historia es larga, y trae cola; por eso la abrevio puntualizando que, después de rumiarlo durante todo un año, logré, por fin, componerle al buen pastor el cántico que él quería. Recuerdo haber dejado a un lado lo escamado que me sentía, aunque no pude borrar de mi cabeza que el último verso del bregado himno me traería problemas.

Por eso, hasta el sol de hoy, siguen conmoviéndome dos hechos: primero, mi instintiva decisión de ir a entregarle la letra apenas dos días antes de que nos lo arrebataran de modo criminal; y luego, su insólita aprobación que le condujo a presentarla, de modo oficial y sin decir “agua va”, en la que llegaría a ser su última homilía pública:

«Una nota simpática también de nuestra vida diocesana: Que un compositor y poeta nos ha hecho un bonito himno para nuestro «Divino Salvador». Próximamente, lo iremos dando a conocer», Homilía del 23 de marzo de 1980. Óscar Romero. Homilías: Tomo VI. San Salvador: UCA Editores, 2009, p. 445.

He retrotraído esta vivencia5, no por una monomanía de restituir mi sensitiva alma artística, sino porque la bienaventurada peripecia llegó a convertirse –décadas más tarde– en una chispa que encendió destellos reflexivos que iluminaron un objeto de estudio no apreciado durante largo tiempo.6

El magnicidio de Óscar Romero ha espoleado la producción de una abundantísima bibliografía que trata, de modos diversos, en tantas lenguas, perspectivas y géneros, la vida y el legado del arzobispo mártir salvadoreño, recién canonizado por decreto romano.

Divisando esta feraz cosecha –más que variopinta, a menudo, repetitiva7– se podría convenir, por moderación, poner en cuarentena cualquier texto que venga a recargar este maremágnum editorial.

Sin embargo, para no caer en intransigencia, bueno será anteponer un prerrequisito: Toda vez que entregue un conceptuoso planteamiento cuya versada argumentación devele una perspectiva inédita –o no examinada aún en profundidad– en ese caso, dígase amén al radiante ejemplar que venga … ¡y a leer se ha dicho!

Allanado el impasse, me dedico entonces a tratar de justipreciar el contenido que alberga el título de reciente cuño: The Theological Vision of Oscar Romero. Liberation and The Transfiguration of the Poor, el cual tenemos entre manos ya traducido.

La Visión Teológica de Óscar Romero: Liberación y La Transfiguración del Pobre constituye un trabajo del teólogo metodista, Edgardo Colón-Emeric, del cual puedo afirmar, anticipadamente, que salda con creces la condición antedicha.

Baste decir que el libro de Colón-Emeric constituye el segundo tratado8 ¡en cuatro décadas! que se consagra de lleno, de modo sistemático y exhaustivo, al inerme objeto de estudio que antes se dejó insinuado: El develamiento de una teología de genuina factura romeriana. “Esto no es comida de hocicones”, como reza el dicho. Y lo que se expone a continuación ofrece el contexto adecuado, para que pueda vislumbrarse el mérito que entraña la investigación consumada por el teólogo metodista.

Hace un par de años se celebró, en la región natal de Óscar Romero, un simposio, a propósito del primer centenario de su natalicio (1917-2017).9 El cónclave se propuso estudiar y discutir a fondo, por primera vez, una etapa sistemáticamente desatendida en la mayoría de los recuentos relativos a la vida del ahora santo salvadoreño.10

Entre las materias que el cónclave puso en relieve y profundizó, hay una en especial que interesa acá. Es aquella que deja ver que, ya desde su arranque como cura en la diócesis de San Miguel (1942-1967), el padre Romero adelantó reflexiones específicas, en recurrentes ocasiones y por diferentes medios, en torno al tenor nacional y al significado teologal que albergaría la festividad de «La Transfiguración». Vale la pena que echemos un vistazo a aquella temprana visión del párroco recién tornado de Roma, la que quedó al descubierto en las ponencias que se inscribieron en las Actas del Simposio que se llevó a cabo en la diócesis de San Miguel entre el 27 y 28 de julio del 2017.11

«El hombre debe amar a su patria. Y cuando el bien de ella lo exige, debe el patriota sacrificarle hasta la vida… Sin arrancar ese amor a la patria –y más bien robusteciéndolo– el católico debe amar hasta el delirio, hasta el sacrificio, a su Iglesia.… Porque el salvadoreño que sabe doblar su rodilla ante el Divino Salvador, el día 6 de agosto, sabe rendir un sincero tributo de patriotismo a El Salvador en lo más íntimo del corazón de la Patria», Óscar Romero (10 de febrero de 1945). Chaparrastique No 1557, tomo I, p. 39; (10 de agosto de 1946). Chaparrastique, No 1632, tomo I, p. 71.

La asamblea y los ponentes del simposio migueleño, en un destello de dos días, arrojaron luz de manera competente sobre pasajes velados, sumamente decisivos, referentes a las varias dimensiones que atañen a la vida y el pensamiento del padre Romero en su primera etapa sacerdotal: su eclesiología, su espiritualidad, su pastoral, su personalidad y su pensamiento.

Leemos y releemos ahora los hallazgos, los avances, las circunspecciones, las conclusiones que surgieron al final del congreso, y nos damos cuenta del “tesoro” que ha sido desenterrado. Llama la atención nada más que, en la programación estudiosa, ninguno de los investigadores de este período inédito pensó en tomar la ruta teológica.

Esta omisión me lleva a pensar que, en efecto, las destrezas teologales del padre Romero se perfeccionarán durante su período arzobispal; cuando apechuga la urgencia de animar a su pueblo, actualizando la palabra sagrada desde su púlpito, en un período sumamente aciago. Ese es el momento en que destella con mayor brillo su filo exegético.

Nunca Romero enfrentó tanto la necesidad de sacar de sí mismo lo mejor de su adiestramiento en las aulas vaticanas, como cuando vivió su periodo de tres años predicando frente a su pueblo que tenía sed de Dios, sed de sentido trascendente, de fortalecimiento en la penuria del cuerpo y del espíritu.

Y si bien es cierto que sus aperos pensadores son notables ya en su época de párroco en San Miguel, Romero no topa con la premura de ir a fondo sobre el misterio salvífico de la Transfiguración de Jesús, sino hasta que se planta desde su púlpito-cátedra como arzobispo de una nación a punto de estallar en una guerra encarnizada.

Este es el momento justamente para hablar de “la emergencia en Romero de una teología de la Transfiguración”.12 Allí se detecta la consistencia de una maestría escatológica que emerge genuinamente del mismo Romero, desde su mente, su memento y su momento.

Alrededor de la figura de monseñor Romero han sido colocados varios rótulos. No son muchos, aunque sí muy explícitos, y aspiran a permanecer en la “larga duración”.13 Uno de esos letreros minimiza el rol de “teólogo” en la trayectoria de Romero. Tal disminución se ampara en el hecho de que muy poco, o nunca, se le vio asociado a menesteres propios del ámbito académico. No obstante, protagonistas religiosos que lo conocieron muy de cerca atestiguan la valía que tuvo para Romero “su paso por la Gregoriana”, habiéndole “marcado para el estudio y los esquemas lógicos”, y propendiéndole a hacerse de una “inmensa y selectiva biblioteca de teología y pastoral”.14

Al respecto, me atengo a mi propio y reposado balance. Es muy improbable que aquel virtuoso seminarista, enviado a estudiar en las doctas cátedras “gregorianas” (1937-1943) para embeber una educación marcadamente teológica15, haya resuelto tirar por la borda esa formación, desatendiendo así, a lo largo de su extenso e intenso servicio sacerdotal y episcopal, el compromiso de erigir su personal pensamiento revestido con apropiadas claves hermenéuticas.

Otro de los tejuelos adheridos a la figura del mártir, lo presenta como no alineado, poco identificado, o renuente, con respecto a la teología de la liberación. Aquí el mismo Romero se encargó de esclarecer el asunto en varias ocasiones.16 Pero lo que aquí realzo es que las franquezas que profirió en su momento no podrían haberse dirigido en su propio perjuicio; es decir, sus declaraciones al respecto no traen como corolario el hecho de que Romero reganara del afán teologal durante su ministerio sacerdotal y episcopal.

Creo que el filtro aplicado a este rol específico en Romero, haciendo hincapié en que “no era un intelectual, no era un teólogo… era sobre todo un pastor”,17 responde más a una urgencia de bajarle el tono a la retórica ultraconservadora que jura y perjura que “Romero fue sobornado por la teología de la liberación”; fue víctima de una “manipulación ideológica del sector marxista” incrustado en la iglesia latinoamericana. Empero también creo que esta persistente relativización del rol teológico en Romero consiguió, simultáneamente, sofrenar cualquier iniciativa que se atreviera a indagar sobre ese aspecto.