Confesiones de Dorish Dam

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Confesiones de Dorish Dam
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CONFESIONES DE DORISH DAM

Gafas Moradas

Delia Colmenares

CONFESIONES DE DORISH DAM

Prólogo de Claudia Salazar Jiménez


Confesiones de Dorish Dam

© Herederos de Delia Colmenares, 2021

De esta edición: © Editorial Gafas Moradas EIRL, 2021

Calle Navarra 277-301, Pueblo Libre

lizbeth@editorialgafasmoradas.com

www.editorialgafasmoradas.com

Primera edición: julio de 2021

Prohibida la reproducción de este libro por cualquier medio, total

o parcialmente, sin permiso expreso de la editorial.

ISBN (eBook): 978-612-48579-7-3

Índice

Prólogo de Claudia Salazar Jiménez «Sentí por ella un algo raro que me atraía»

Confesiones de Dorish Dam

PARÉNTESIS

PREFACIO

LIMA, FECHA, SIGLO XX

CONFESIONES DE DORISH DAM

EL PALACIO DE LA BARONESA DE SOLIMÁN

CANSANCIO

LA ESCULTURA

LAS CARRERAS

MÁSCARAS

UNA VISITA INESPERADA

OPIO

LA FIESTA DE CARIDAD

EL RECITAL

EN EL CIRCO

UN DIA TRISTE

LA NOTICIA

ELSA MARIN

UN BAILE EN EL PALACIO DE TORRE TAGLE

LA FIESTA DEL SEÑOR DE LOS MILAGROS

UNA CORRIDA DE TOROS

ANCÓN

EL YATE LOHENGRIN

DESESPERACIÓN

PEREGRINANDO

NUEVA YORK

PARÍS

LONDRES

BERLÍN

SAN PETERSBURGO

ROMA

MADRID

ORIENTE

EN EL MAR PACÍFICO

EPÍLOGO

POST DORISH DAM

Sobre Delia Colmenares Herrera

«Sentí por ella un algo raro que me atraía»

Prólogo a Confesiones de Dorish Dam

A la memoria de la profesora

Esther Castañeda Vielakamen

A fines de los años noventa, en su curso de Literatura peruana escrita por mujeres, la profesora sanmarquina Esther Castañeda nos presentó la que se considera la primera novela lésbica del Perú: Confesiones de Dorish Dam. Recuerdo el impacto que nos causó su lectura, especialmente por esas imágenes que representan el deseo lésbico de un modo inédito en la literatura peruana del siglo XX: «Y el deseo lujurioso de la Baronesa se revelaba en la mirada ávida por ver y palpar nuevamente mis senos que saqué a su vista para convencerme de lo que iba a hacer. Enseguida sus manos los cogieron y los acariciaron. Y luego los besó».

La leímos, como buena parte de nuestros libros universitarios, en fotocopias que circulaban anilladas. No fuimos muy conscientes de que en realidad los originales de la novela eran prácticamente inubicables. Desde su publicación, en el año 1929, no volvió a ser editada y había caído prácticamente en el olvido. De no ser por ese rescate en el curso de la profesora Castañeda, el acceso a esta novela hubiera sido bastante difícil. Poco se ha hablado de ella en la tradición de la literatura peruana y poco también se ha hablado (o se conoce) de su autora Delia Colmenares. Ambos silencios, sin embargo y tristemente, no son sorpresivos. Corresponden a lo que ha sido una constante práctica de la crítica tradicional en el Perú, al menos hasta inicios del presente siglo: relegar a un segundo plano la escritura de autoras mujeres. Y si a esto le agregamos que su temática se refiere a la pasión lésbica y a las sexualidades fluidas, es un doble motivo para su exclusión del canon literario.

De los pocos datos biográficos que constan sobre Delia Colmenares, sabemos que nació en Piura en 1902 y falleció probablemente en 1968. Sus primeras publicaciones fueron los poemarios Iniciación en 1922 y Meteoros: versos en 1926. Además de Confesiones de Dorish Dam publicó otros libros de narrativa: Con el fusil al hombro. Epistolario del soldado desconocido en 1926 y la colección Cuentos peruanos en 1964. Cabe destacar que en la edición original de las Confesiones no consta el año de publicación, pero ciertas referencias de la novela como la alusión a la Primera Guerra Mundial o la mención al gobierno del presidente Augusto B. Leguía, y también la dedicatoria al historiador Jorge Guillermo Leguía (en el ejemplar que se conserva en la biblioteca de la Universidad de Wisconsin, Madison) permiten ubicar como fecha original de su publicación el año 1929, lo que la hace anterior a Duque la novela de José Diez-Canseco considerada la primera novela peruana de temática gay, publicada recientemente por la Editorial Gafas Moradas.

La novela se presenta como un manuscrito que la bella Dorish Dam entrega a una joven escritora a la que conoció en un barco durante una travesía por el Pacífico de vuelta al Perú. En esos papeles, estructurados a manera de una confesión, la protagonista revela aspectos de la que ella llama su «vida infernal». Este proceso de contar su propia vida articula la novela como un bildungsroman.

A contrapelo de la típica educación recibida por las jóvenes limeñas, la educación de Dorish es bastante laxa, en parte por su origen extranjero y en parte por su clase social. Sus padres, unos aristócratas ingleses fascinados con los viajes, dejan su cuidado en manos de una tía. Luego de este abandono, al alcanzar la mayoría de edad, la Baronesa de Solimán aparece en la vida de Dorish como una especie de maestra en la vida del hedonismo y el pacer erótico. La Baronesa convierte a Dorish en el centro de sus fiestas con intelectuales y artistas: «En una noche del mes de julio, la Baronesa daba en su palacio un banquete a la usanza romana, remontándose a la lejana época neroniana. En aquel banquete hubo derroche de los siete pecados capitales. Los convidados no pasaban de cien. No había uno solo que no fuera artista. Había poetas, pintores, músicos, bailarinas, dramaturgos, novelistas, etc.».

La sexualidad ocupa un lugar primordial en estas Confesiones y su figuración recala en expresiones artísticas como la danza y la escultura. Confesiones de Dorish Dam es un hito en la representación literaria de las subjetividades lésbicas en el Perú. La representación de esta sexualidad participa de los imaginarios literarios de la época: una de las dos asume el rol pasivo y la otra el rol activo. Por otro lado, la protagonista también declara una visión fluida del deseo: «Que se amen como mejor les parezca. La forma es lo de menos»; y también siente que «todos se enamoran de mí, hasta las mujeres». Visibilizar este deseo del modo explícito en que lo hace, coloca a esta novela en una situación bastante transgresora para la época en el Perú y con muy escasos pares en América Latina.

Dorish Dam, la protagonista, es una mujer aristocrática que transgrede diversas convenciones a las que estaban sometidas las mujeres peruanas a inicios del siglo XX: es una mujer independiente, que vive su sexualidad de la manera en que lo desea, de manera desbordada y decadente. Sin embargo, si bien el impulso del deseo parece acercar a la protagonista a una libertad irrestricta, tal posibilidad se ve constreñida en ciertos momentos por el discurso de la culpa religiosa del catolicismo. Esa constante tensión entre la libertad y el moralismo ponen en evidencia la complejidad de la situación de las mujeres y su experiencia de la sexualidad. Por otro lado, la libertad de la que disfruta depende en gran medida de su posición aristocrática. La voz narrativa es consciente tanto de aquella tensión, así como de esta posición privilegiada y presenta una serie de crónicas costumbristas de la vida limeña donde la clase alta será el objeto principal de su mirada crítica. La propia Dorish Dam declara en el epilogo de su manuscrito: «Seguramente habrá gente de la sociedad “dorada” que traten mis confesiones de perversas porque alcé el velo para mostrar la llaga y quité el guante blanco para enseñar la mano sucia. La verdad desnuda es chocante, no se soporta, pero lo perverso está en el hecho y no en lo que se dice. […] que yo anduve en el mundo de la gente “dorada” y desgraciadamente me contaminé de la podredumbre que tenía».

 

Delia Colmenares era consciente de las reacciones que esta novela podía provocar. De ahí que Confesiones de Dorish Dam se inicia con una página titulada «Paréntesis» en la que figura una cita de Oscar Wilde: «No existen libros morales y libros inmorales. Hay libros bien escritos y libros mal escritos». Esta cita proviene de El retrato de Dorian Gray, texto de Wilde con el que estas Confesiones ejercerá un interesante contrapunto sobre las relaciones entre arte y moralidad. La estrategia de Colmenares al recurrir a la autoridad literaria de Oscar Wilde es explícita: intenta enfocar las lecturas de la novela en una perspectiva estética y tratar así de eximirla de cualquier juicio de valor moral. Sin embargo, la novela fue relegada al olvido de la crítica.

En la segunda década del siglo XX, Lima apenas iniciaba su proceso de modernización, mientras que Confesiones de Dorish Dam está en sintonía con otras escrituras lésbicas de la época. Particularmente, en el año 1928 aparecen diversas novelas como El pozo de la soledad de Radcliff Hall, novela que fue considerada por muchos años como una referencia inevitable de la literatura lésbica; inicialmente fue objeto de cierta controversia por ser considerada inmoral. También destaca El almanaque de las mujeres, donde Djuna Barnes subvierte la historia patriarcal e introduce una manera distinta de pensar las relaciones entre mujeres. Ese mismo año se publica la maravillosa Orlando, novela de la gran escritora inglesa Virginia Woolf, dedicada a su amante Vita Sackville West. En esta novela, Woolf crea un personaje que cambia de sexo durante la historia y discurre sobre cuestiones como la situación de las mujeres, la sexualidad femenina y la creación literaria.

Es poco probable que Delia Colmenares haya leído algunas de estas novelas mientras escribía las Confesiones, pero situarla en este contexto destaca su relevancia para la representación de sexualidades disidentes y pone en evidencia el olvido en que ha caído por tanto tiempo. Olvido del cual es rescatada, por fin, con esta nueva edición. Escuchemos estas Confesiones sobre la complejidad de sentir «por ella un algo raro que me atraía».

Claudia Salazar Jiménez

Nueva York, solsticio de verano 2021

Paréntesis

«No existen libros morales y libros inmorales. Hay libros bien escritos y libros mal escritos. La divergencia de opiniones que suscitan algunas obras de arte indica que estas son nuevas, complejas, vitales».

Oscar Wilde

«Confesiones de Dorish Dam es un libro sincero, triste, lleno de emociones y de ironías. Es un libro humano, demasiado humano, con grandes verdades y, por ello, un libro bello».

Delia Colmenares

Prefacio

Vapor «Orcoma», alta mar, fecha, siglo XX.

El capitán del barco «Orcoma», un inglés sumamente simpático y agradable, con el rostro y las manos tostadas por el sol y la brisa marina, me presentó una mañana, en alta mar, a Dorish Dam. La bella figura de esta mujer me llamó enormemente la atención. Diríase la sublime y diablesca creación de una estampa de Leonardo da Vinci. Había en sus ojos de un azul de horizonte algo extraordinario de vida y misterio.

Elegantemente vestida con un traje de seda gris y una chalina de vivos colores en el cuello, y en su cabeza un flexible sombrero de lana blanca, Dorish Dam lucía morbosamente unos veinticinco años. Ni alta ni baja, delgada, de una palidez deliciosa y el cabello de un oro tenue. El perfil era griego y la boca vívidamente roja y diminuta. Su cuerpo fino y delicado, al caminar, lo inclinaba ligeramente hacia atrás con graciosa actitud y aristocrática elegancia. En sus manos blancas y finas ostentaba dos anillos: en el índice de la derecha tenía una grande esmeralda y en el dedo que se llama del corazón un purísimo diamante que daba multitud de tonos. Al darme la mano, más arriba de su muñeca, pude ver un finísimo brazalete de platino, un hilo de rubíes que parecía un hilo de sangre. Al darme la mano, tuvo una sonrisa de princesa y de cortesana que le dejaba lucir la admirable perlería de su dentadura.

El capitán del barco interrumpió el miraje minucioso que yo hacía de Dorish Dam, y llamó su atención al prestarme su lente de larga vista para que viera una interesante lucha de ballenas y tiburones.

Súbito, Dorish Dam me convida a sentarme en un sofá de mimbre. El capitán inclina la cabeza y se despide de nosotras. Le es urgente ir al puente, porque una imprevista neblina ha cubierto la clara atmósfera.

Dorish, cruzando la pierna, me mira simpáticamente y enseguida añade con el educado timbre de una voz grata al oído:

—Usted tal vez se ha dado cuenta de mi enorme simpatía hacia su persona. Desde que la vi por primera vez en el comedor de este barco, no sé qué cierta afinidad me atraía hacia usted. Cuando yo fijé la mirada a su mesa, usted comía con tanto gusto unos melocotones que yo me entusiasmé por ellos. No se sonroje, esos detalles son cosas muy mías, tan mías que nadie podrá arrebatármelas. Yo sé de usted y de las bellas páginas de arte que ha escrito y, por ello, yo la admiro y la quiero. Sé que ha escrito unas páginas estupendas que ha titulado Las princesas malditas. En esas páginas que he leído sin que usted sepa cómo ni cuando están muy bien relievadas las almas diablescas de Cleopatra y Salomé. Yo soy también como ellas: una maldita.

Dorish, advirtiendo en mi rostro un raro azoramiento, afirmó enérgicamente:

—Sí… es cosa que pasa. Estoy enferma de muerte, soy una mujer maldita; tres veces millonaria y de noble familia. Viajo mucho, he recorrido Europa y Oriente. Soy sudamericana y he visitado lo invisitable y he vivido lo invivible... Sí, soy una visionaria infernal. Yo le agradecería, con esta alma extraña y este corazón que no es igual a los demás porque supo sentir demasiado y afrontar de la vida todos los excesos, que me ponga entre las páginas de sus princesas malditas. Yo, alma bohemia, con luz, con locura, con ideas, con embriaguez de deseos de laberintos sensuales; bohemia que también ha subido al cielo para ver de cerca las estrellas y conversar con la luna...

Yo que tengo vida de bulevar, de vino, de rezo, de ensueño, que, riéndome de la humanidad, de la vida, de mí misma, he querido como regenerar a los demás en una carcajada clownesca, mezcla de llanto y de ironía, conjunción de emociones de pecado y de virtud; en una fuerte y larga carcajada decidora. Yo soy de espíritu artista del Barrio Latino de París, al que fui a convidar al poeta y al pintor para ir a la ópera y aplaudir la sinfonía soberbia del cantante al que luego ofrecí la cena en el cabaret. Yo soy la cínica complicada, difícil de analizarme porque tengo variaciones como el mar: unas veces soy sutil, exquisita, dulce, ingenua, Julieta; y otras, terrible pecadora, Thais. Excuse usted, señorita, ante todo, este atropellamiento mío de decir tantas cosas. Compréndame como si fuese un ánfora que por fuera está untada de lodo, que se ha volcado y que de su boca salen raras piedras preciosas y diabólicas. Sobre todo, estoy en vísperas de emprender un largo viaje. Ahora vengo de Oriente, pero este otro viaje que voy a hacer será un viaje vulgar, pero novedoso para mí porque no sé en qué estación he de quedarme: si en el Purgatorio, el Cielo o el Infierno. No se vaya a alterar, señorita literata, que estoy en mis cabales. He de repetir que estas cosas son muy mías, tan mías que nadie podrá arrebatármelas. Usted va a saber de mis terribles cosas, va a enterarse de los lodos en que he estado y va a dolerle la cabeza o, por lo menos, a vacilar ante aquello de: «La vida es sueño y los sueños, sueños son».

Con este viaje que voy a hacer, quiero librarme de la fantasmagoría de cosas que bailan en mi cerebro y llenan de horror mis noches, porque esa fantasmagoría murmura en mis oídos como latigazos sobre carne virgen. Yo he tenido la divina y caprichosa audacia de ir anotando en cuartillas la turbulenta vida mía, anotando los teatros en que he actuado, anotando a las marionetas que han tomado parte en la tragicomedia de la existencia mía. Esas cuartillas las tengo en desorden y siempre van en mi maleta de viaje; esas cuartillas son para mí como perversos cilicios, pero en este largo viaje que voy a emprender quiero legárselas a usted. Permita que se las entregue, me es tan necesario que alguien sepa, me compadezca o goce de mi vida vivida, que si no lo hiciera habría de morirme de rabia. Sufra usted también leyéndome. Usted ha sido destinada a ser mi confidente por mi propia voluntad. Hágame el honor… Venga… al camarote 101.

Y con paso ligero seguí a Dorish hasta donde me llevaba.

—Aquí es, señorita. Entre. Este es el maletín de las cuartillas.

Dorish, terriblemente pálida y perversa, puso las cuartillas en mi pecho e hizo que las abrazara.

—Sí, así, fuertemente, como quien abraza a un hijo que no ha visto en mucho tiempo. Ahora, yo, de rodillas, besando sus manos que han de hojear una y cien veces las cuartillas en que está anotada toda mi vida infernal.

Yo me quedé estática. El barco comenzó a cabecear y todas las cosas que había en el camarote caían al suelo. Aquel estupendo cuadro, mientras viva, estará dentro de mi cerebro y de mi corazón.

Lima, fecha, siglo XX

Desde el abordaje, no he vuelto a ver a Dorish Dam. Sé que se quedó en Lima, mas no me quiso decir dónde se iba a alojar. La busqué en vano por todas partes. No la encontré. A esta mujer la envolvía un solemne misterio…

Tengo en mi poder las páginas que me entregó en el barco y que ella ha titulado Confesiones de Dorish Dam. No sé por qué han temblado mis manos ante el contacto de los papeles que los hay de todos los colores. Seguramente, fue escribiendo al azar, en cualquier sitio, en cualquier momento, cuando su capricho la empujaba a dejar anotado en papel lo que iba viviendo.

Todavía no me he atrevido a leer las Confesiones de Dorish Dam. Es inaudita la pereza a pesar de que Dorish me ha interesado enormemente. ¿Será miedo o desilusión de saber de su vida puesto que ella ha dado a la mía una nota de profunda meditación?

Los muchachos vocean por las calles «El Comercio». Vocean: «El suicidio de una noble dama».

Mi corazón ha dado un brusco vuelco de angustia: me he quedado muda… Los muchachos siguen voceando: «El extraño caso de Dorish Dam».

La boca se me puso amarga y los ojos se me humedecieron y entre mí repetía: ¿Dorish, pero fue cierto lo que me dijiste? «Voy a hacer un largo viaje, pero no sé en qué estación he de quedarme, si en el Purgatorio, el Cielo o el Infierno». Dorish, ¿en qué solemne misterio te envolvió la vida? ¿Eras tan aventurera que quisiste ir a la última aventura de la vida que es la muerte? ¿Quién te inoculó la sangre del pecado? No sé cómo juzgar el último acto de tu vida si de heroico o de cobarde. Yo creo que es mitad heroísmo y mitad cobardía. Sí, heroico, porque te has ido a lo desconocido, penetrando al misterio; y de cobardía, porque has sido débil al no soportar la lucha de la balumba de tentaciones que danzan incesantemente en el mundo terrestre. Pero, con todo, el suicida es un admirable y formidable loco, es un enfermo de sensaciones. Quién sabe qué espíritu malévolo o divino le tira de la mano…

Dorish, ¿tan pronto te cansaste de la jornada de tu vida? ¿Sangraron mucho tus plantas de zigzagueo del camino? ¿Fue tan pesada la cruz que doblegó tus hombros y rendida del peso protestaste de ella? ¿Fue intencional o sin querer penetraste por todas las puertas del pecado? ¿Fue que caíste al abismo descuidadamente o alguien te arrojó a él? Si así fue ¿por qué no te levantaste de la fatal caída y te erguiste como águila o león y devoraste al traidor? ¿O te gustó la caída y te quedaste ahí para que los demás se rieran de ti haciendo de tu persona un cínico instrumento? ¿Acaso te vendaron y te lanzaron al mundo al azar, a la merced de los payasos y los vampiros? Pero ¿y tu alma y tu corazón qué hicieron? ¿Protestaron, consintieron? No lo sé, Dorish. Eras demasiado bella para ser buena y demasiado sensible para ser mala. ¿Había en tu persona una doble naturaleza? Dorish, ¿o fuiste una mártir o una criminal? Lo ignoro aún. Voy a dar lectura a tus confesiones.

 

Principian así: