Buch lesen: «Flechado Por Mi Pícara Navideña»
Flechado por mi pícara navideña
Índice
Agradecimientos
Prólogo
1. CAPÍTULO UNO
2. CAPÍTULO DOS
3. CAPÍTULO TRES
4. CAPÍTULO CUATRO
5. CAPÍTULO CINCO
6. CAPÍTULO SEIS
7. CAPÍTULO SIETE
8. CAPÍTULO OCHO
Epílogo
SOBRE LA AUTORA
TAMBIÉN DE DAWN BROWER
EXTRACTO: Todas las damas aman a Coventry
Prólogo
CAPÍTULO UNO
EXTRACTO: Eternamente mi duque
Prólogo
CAPÍTULO UNO
Esta es una obra de ficción. Los nombres, personajes, lugares e incidentes son producto de la imaginación de la autora o se utilizan de manera ficticia y no deben interpretarse como reales. Cualquier parecido con locales, organizaciones o personas reales, vivas o muertas, es una mera coincidencia.
Flechado por mi pícara navideña. Copyright © 2020 Dawn Brower
Arte de portada de Victoria Miller
Todos los derechos reservados. Ninguna parte de este libro puede ser utilizada o reproducida electrónicamente o en forma impresa sin permiso escrito, excepto en el caso de breves citas incorporadas en reseñas.
Para todos los que piden un deseo de amor, y especialmente, para aquellos que desean compartir las fiestas navideñas con alguien especial. Espero que esta historia le brinde calidez a tu corazón.
Agradecimientos
Aquí es donde agradezco enormemente a mi editora y artista de portada, Victoria Miller. Ella me ayuda más de lo que puedo decir. Aprecio todo lo que hace y que me empuja a ser mejor... a hacerlo mejor. Gracias mil veces.
También a Elizabeth Evans. Gracias por estar siempre ahí para mí y ser mi amiga. Significas mucho para mí. Darte las gracias no es suficiente, pero es todo lo que tengo, así que gracias amiga mía, por ser tú.
Prólogo
Diciembre de 1865
Lady Adeline Carwyn miraba por la ventana de la biblioteca de la Abadía de Whitewood. La nieve caía del cielo en forma de grandes y esponjosos copos y aterrizaba en el suelo formando blandos montones. El cielo nocturno estaba lleno de relámpagos, por eso las estrellas y los cegadores copos de nieve lucían igual. Aun así miraba fijamente, esperando que una estrella fugaz apareciese.
Porque... necesitaba una.
Estaba cansada de no ser amada. De acuerdo, eso fue una ligera exageración. Su familia la adoraba. Sus padres eran lo mejor que una chica podía tener, y sus abuelos eran muy cariñosos con ella. Su hermano menor, aunque era un latoso, también la quería. Pero eso no era lo mismo que sentirse enamorada. Ella tenía veintiún años, y aún no había sentido nada parecido al amor romántico por un hombre. Adeline quería lo que sus padres, el Duque y la Duquesa de Whitewood, tenían. Tal vez eso era demasiado pedir.
"¿Qué hay de interesante afuera?", preguntó su hermano menor, Jamie. Se llamaba así por su abuelo, James Kendall, el Duque de Weston. Era ocho años menor que ella, y por lo que ella entendió, una completa sorpresa para sus padres. Pensaron que no tendrían más hijos.
"Nada", respondió ella a la ligera. Tenía trece años, y era muy curioso como cualquier niño. "Parece que la tormenta durará un buen rato. Espero que eso no impida que nos visiten en Navidad". Iban a celebrar una fiesta en la casa que duraría hasta el año nuevo. Dos semanas con familiares y amigos que no habían visto en mucho tiempo. Estaba deseando ver a su prima menor, Francesca Kendall. Jamie estaría contento de ver a sus otros primos, Spencer Kendall y Oliver Rossington. Ambos eran más jóvenes que Adeline, pero mayores que James, y como su hermano pequeño, eran los herederos del título de sus padres. Francesca era tres años más joven que Adeline.
"Seguro que no", dijo suavemente. "Mamá prometió que nos divertiríamos mucho con todos, e incluso me dijo que yo podría asistir al baile de Navidad".
"¿En serio?", dijo mientras levantaba una ceja. "¿Toda la noche?”.
"No", dijo y suspiró. "Sólo puedo quedarme hasta que el árbol esté decorado y antes de que finalice el primer baile".
Normalmente decoraban el árbol en familia, pero este año su madre, Elizabeth, había decidido romper con la tradición. Iban a tener un día de creación de decoraciones para el árbol, y luego la noche del baile, todos pondrían sus creaciones en él antes de que las festividades comenzaran de verdad. "Eso suena más a lo que mamá estaría de acuerdo".
Él frunció la nariz. "No me interesa asistir al baile de todos modos. Eso es algo que les gusta a las chicas".
"Oh", dijo ella. "No sé. Puede que cuando crezcas pienses diferente. A algunos caballeros les gusta mucho bailar". Y algunos lo evitaban por completo...
"Yo no", contestó tercamente. "Nunca me gustará".
Adeline se inclinó y le despeinó el pelo con las manos. Ambos tenían los mismos mechones rubios dorados y ojos azules como sus padres. Jamie empezaba a parecerse mucho a una versión más joven de su padre, y Adeline se parecía más a su madre. Al verlos nadie dudaría acerca de quiénes eran sus padres. "Te creo". A su padre tampoco le gustaba mucho bailar. Sólo cedía cuando su madre lo deseaba. El duque haría cualquier cosa por su duquesa. El amor que ambos se profesaban era evidente y eso hacía que Adeline sintiera envidia. Miró por la ventana, pero ninguna estrella se atrevió a cruzar el cielo. Tal vez debería pedir un deseo de todos modos. Quizás se haría realidad.
"Diviértete mirando por la ventana", dijo Jamie. "Voy a hacer algo productivo".
"¿Cómo qué?", preguntó ella con curiosidad.
"Estoy tallando algunos trozos de madera para crear regalos. Tengo que terminar el caballo que estoy haciendo para el abuelo." Esa era una maravillosa idea. Adeline deseaba tener una habilidad similar para poder regalar cosas creativas. Jamie era muy talentoso y tenía habilidades especiales. Era bueno con las manos y obtenía impresiones de los objetos después de que la gente los tocaba. Adeline, desafortunadamente, en su estimación era una empática. Sentía demasiado y a veces cuando estaba cerca de algunas personas sus emociones se convertían en las suyas. Eso dificultaba la socialización, y también el enamoramiento. Y por ello desconfiaba de sus propios sentimientos.
"No puedo esperar a verlos", dijo ella sonriendo afablemente. "Ve a terminar tus regalos. Voy a quedarme aquí un rato más".
"Te los mostraré cuando termine", prometió el jovencito, y luego salió de la habitación.
Adeline se volvió hacia la ventana. El clima había mejorado un poco. El cielo era más visible, y las estrellas parecían titilar para ella. Dio un suspiro. ¿Qué significaba eso? Decidió no hacerse más preguntas. No había razón para seguir esperando una estrella fugaz. Era una expectativa imposible, y no necesariamente su deseo se haría realidad.
En lugar de esperar lo imposible, cerró los ojos y pidió su deseo. Ella quería amor, aunque sólo fuera por una noche, eso le bastaría.
No era mucho pedir, rezaba para que no lo fuera. Un hombre guapo que la quisiera ella y no al título y la fortuna de su padre. Alguien que la besara hasta dejarla sin aliento, y que la acariciara como si fuera irresistible, y que le dijera dulces palabras hasta que su corazón latiera con fuerza. Un instante de amor y toda una vida de recuerdos. Sería suficiente. Dios, como la esperaba...
Adeline abrió los ojos y miró al cielo. Nada había cambiado afuera, y no se sentía diferente por dentro. Tal vez su deseo no había sido escuchado, pero tal vez sí. Los invitados comenzarían a llegar mañana, y quizás, entre ellos llegaría alguien que pudiera amarla.
Y tal vez, su amor sería real, y no solo el deseo desesperado y fantasioso de una dama.
CAPÍTULO UNO
Dos días después...
Devon Hayes, el conde de Winchester, miró por la ventanilla del carruaje y suspiró. No podía creer que su mejor amigo, Zachariah Barton, el marqués de Merrifield le había convencido de que asistir a este baile de Navidad era una buena idea. Odiaba este tipo de fiestas, y la Navidad nunca había sido su estación favorita del año. La única vez que disfrutó de las fiestas fue cuando tuvo la suerte de pasarlas con la familia de Zachariah cuando aún asistían a Eton.
"Prometo que no será tan malo", dijo Merrifield por centésima vez en las últimas horas. "Intenta al menos fingir que estás dispuesto a divertirte. Seguramente allí habrá gente que conozcas".
Devon se volvió hacia él y levantó una ceja. "¿Quiénes crees tú que asistirán?".
"Goodland y Lindsey seguro", respondió Merrifield. "Tal vez Hampstead. Nunca se decide hasta el último segundo, pero su hermana debe asistir y necesitará un chaperón. Estoy dispuesto a apostar que su madre le hará asistir".
Jonah Adams, el Vizconde de Goodland; Matthew Grant, el Duque de Lindsey; y Daniel Andrews, el Conde de Hampstead eran sus amigos íntimos, pero eso no significaba que Devon estuviera ni remotamente emocionado de asistir a esta tonta fiesta de quince días. De solo imaginarlo se le revolvía el estómago. "Me estás diciendo lo que crees que quiero oír”, dijo Devon mirando a su amigo. "Ninguno de ellos va a asistir, ¿verdad?".
"Puede que sí", insistió Merrifield.
Lo más probable es que los otros tres amigos irían a sus casas para pasar las fiestas junto a sus familias. Todavía tenían padres que los adoraban después de todo. Sólo Devon y Merrifield eran huérfanos. Merrifield al menos aún tenía a su madre, pero la evitaba a toda costa. Su amigo no toleraba las gélidas miradas que la vieja dama le lanzaba.
Devon había estado solo desde que tenía cinco años. Fue criado por su institutriz y luego fue enviado a la escuela cuando llegó a la mayoría de edad. Después de eso, los abogados, tutores y sirvientes fueron sus únicos compañeros. Mientras la madre de Merrifield lo trataba con frialdad, Devon ni siquiera tenía nadie que lo desaprobara. Su vida era vacía, exceptuando a sus amistades, y le gustaba que fuese así. No deseaba ampliar su círculo social ni buscar una esposa. A las mujeres solo las quería en un lugar en su vida: en su cama para que lo complacieran, y no necesitaba encadenarse a una durante el resto de su vida para obtener eso.
"Eso es lo que yo pensaba", dijo Devon mientras se pasaba una mano por su cabello castaño oscuro. "Me mentiste".
"No lo hice", dijo Merrifield en un tono ligeramente ofendido porque Devon lo había llamado mentiroso "Puede que sí vengan, es la verdad. Me dijeron que vendrían más tarde, después de sus celebraciones familiares".
"Así que", empezó Devon. "Ellos estarían un día o dos mientras que nosotros estaremos atrapados aquí catorce días. Eso no es un acuerdo equitativo" .Si no le agradara Merrifield, Devon podría considerar el asesinato... o una mutilación al menos. De cualquier manera, haría pagar a su amigo por la tortura a la cual estaría sometido.
"Sigo pensando que te comportas como un niño mimado", le dijo Merrifield, con frustración. "Tuve que hacerlo. ¿Realmente me habrías dejado sufrir solo?".
Devon suspiró. Otra vez. Puede que siguiera repitiendo esa molesta charla varias veces durante los próximos días. Merrifield tenía razón. No habría dejado que asistiera a esta fiesta solo. Su amigo aún no tenía el control de su dinero. No lo haría hasta que alcanzara la mayoría de edad en tres años más, o cuando se casara. El hombre a cargo de los fondos de Merrifield lo obligaba asistir a las fiestas. Merrifield tenía que aparecer dos veces al año para que el Duque de Whitewood pudiera charlar con él y asegurarse de que no había hecho ninguna estupidez, entonces aprobaba su asignación para el siguiente trimestre, y Merrifield odiaba profundamente esto.
"Podrías casarte y acabar con Whitewood y sus constantes interrogatorios", le propuso Devon.
"Estás de mal humor, ¿verdad?", dijo Merrifield dándole una patada desde el otro lado del vagón. "¿Qué vas a sugerir a continuación?”, dijo levantando una ceja. "¿Que me case con la hija del duque?".
"¿Está en edad de casarse?" .Puede que luego se arrepintiera de la dirección que estaba tomando la conversación, pero ahora que había empezado no podía parar. "Podría tratarte con más amabilidad si su hija se enamora de ti".
"Ni lo sueñes", dijo Merrifield con disgusto. "Prefiero comer pasteles de barro durante los próximos meses que...", se estremeció. "Cásate con su simple hija".
Devon nunca había visto a la hija del duque. Ni siquiera sabía su nombre, y tampoco quería saberlo. Conocer a cualquier mujer elegible para casarse ni siquiera estaba al final de su lista de actividades, y no pensaba comenzar a hacerlo ahora. "Lo simple no es feo", dijo. Merrifield podría golpearlo en cualquier momento...
"Tampoco es exactamente hermosa", dijo suspirando. "El punto es discutible de cualquier manera. Podría ser la mujer más hermosa del mundo y sin embargo no me casaría con ella. No tienes ni idea de cómo es el duque. Es un pirata mercenario. Le encantaría llevarme al mar y hacerme caminar por la plancha si eso fuera posible".
"Ahora estás exagerando. Nadie haría eso, y un duque no recurriría a la piratería para empezar. No creo que sea tan malo como piensas".
"Está bien, tal vez no sea un pirata de verdad, pero si lo fuera sería de los mejores. Tiene todas las características. No sé cómo mi padre se hizo amigo de él y pensó que sería un buen tutor para mí. Está loco, te lo aseguro".
"Me reservaré mi opinión", dijo Devon. Cuanto más escuchaba sobre este duque que parecía un pirata, más quería conocerlo. No podía creer que fuera tan terrible como lo describía Merrifield.
Adeline estaba usando su vestido más viejo y pidió prestado un delantal a una de las criadas para ponerse a colgar decoraciones en la biblioteca. Era su habitación favorita en la mansión y quería darle algunos toques personales. Se bajó de la escalera después de terminar de colgar ramas de acebo a lo largo de las vigas del techo. Luego se limpió el sudor de su frente y miró fijamente su trabajo. Se veía parejo y hermoso contra la madera oscura. El acebo estaba uniformemente dispuesto. Ahora todo lo que tenía que hacer era colgar el muérdago en el centro de la habitación. Su madre tenía la tonta idea de que necesitaban colgar muérdago en toda la casa. ¿Realmente creía que todos cederían al impulso de besarse por la tradición? Eso sería indecoroso, y Adeline no quería verse envuelta en ningún escándalo. Pero su madre quería que fuese así y Adeline no la decepcionaría.
"Se ve encantador", dijo su madre, Elizabeth, la Duquesa de Whitewood. "Haces verdaderos milagros. Podría hacer que supervises la decoración del salón de baile cuando llegue el momento".
"Si quieres que lo haga, entonces, estaré encantada de ayudar", dijo Adeline sonriendo. "Disfruto siendo creativa".
Su madre se limpió la nariz. "Tienes un poco de polvo en la cara. Deberías terminar aquí y tomar un baño. No me gustaría que parezcas una sirvienta en la cena".
"Un baño estaría bien", admitió. "Tengo unas cuantas cosas más que hacer aquí y luego iré a asearme". Adeline odiaba dejar algo sin terminar. Se volvía loca si algo estaba fuera de lugar o cambiado de sitio. Tenía que arreglarlo todo antes de salir de la habitación.
"Te dejo para que termines. Los invitados están comenzando a llegar y necesito asegurarme de que sean recibidos y conducidos hasta sus habitaciones".
Adeline asintió con la cabeza. "Si necesitas ayuda con algo, házmelo saber. Estaré encantada de entretener a algunos de los invitados". Esta era su casa y quería que todos la amaran tanto como ella. Aunque para ser justos, no creía que eso fuera posible. Había tantos recuerdos en la mansión que no se podrían apreciar a menos que se hubieran experimentado. Nadie la amaría tanto como ella, excepto su familia. Algún día pertenecería a Jamie, y si nunca se casaba no sería más que una solterona dependiente de la generosidad de su hermano.
"Estoy segura de que todo saldrá bien", dijo su madre. "Pero si necesito tu ayuda, enviaré a un sirviente a buscarte", dijo dándole un beso en la mejilla. "Sé una buena chica y ve a arreglarte primero". Con esas palabras su madre se dio la vuelta y salió de la habitación.
"Lady Adeline", dijo Sally, una sirvienta. "¿Es así como quieres que se cuelgue?", la joven se volvió hacia Sally y examinó cómo colgaba el acebo a lo largo de la pared. "Sí", dijo, "Pero enderézalo un poco". Está torcido".
La sirvienta siguió sus instrucciones y quedo perfecto. "¿Así?", preguntó.
"Sí", dijo Adeline. "Así".
"¿Estás segura?", preguntó un hombre. Su tono era rico y cálido, como la miel caliente y el whisky.
Adeline se dio la vuelta y se quedó maravillada. Ante ella estaba el hombre más guapo que había visto en su vida. Su cabello era de un rico marrón bruñido que parecía besado por el sol incluso en pleno invierno, y sus ojos tenían el color del oro, tan impresionantes que la hipnotizaban. "Mis disculpas", comenzó. Su voz se quebró un poco al hablar. "¿No crees que se ve bien?".
"Oh", dijo él con una gran sonrisa. "Se ve bien. No sabría decir si está mal o no. Sólo te pregunté si estabas segura de que así es como lo quieres. Te mordisqueabas el labio inferior como si quisieras arreglarlo tú misma. Fue realmente adorable".
Por lo general los caballeros no hablaban con ella y la ignoraban, por ello Adeline no supo cómo reaccionar ante esto. Aunque para ser justos ella raramente asistía a los bailes o socializaba. Tuvo una temporada terrible y se había rendido. Socializar no era para ella, siempre todo le salía mal. "Estoy segura de que luce como yo quería". De alguna manera se las arregló para evitar que su voz se quebrara mientras hablaba. Eso en sí mismo era un verdadero milagro. "¿Estás perdido?”, dijo ella pensando que su pregunta era estúpida... "Quiero decir, ¿ya te han mostrado tu dormitorio?".
"¿Se ofrece a acompañarme hasta allí?", dijo él levantando una ceja en forma sugestiva. "Podría fingir que estoy perdido si quieres acompañarme".
Adeline abrió la boca y la cerró varias veces. ¿Acababa de proponerle matrimonio? Sus mejillas se calentaron y seguramente estaba tan roja como las cintas que decoraban las ramas de acebo. "Umm...", no pudo encontrar palabras. Su cerebro se había quedado completamente en blanco. "Señor...".
"Devon", dijo. "Por favor, llámame Devon. Creo que seremos demasiado íntimos para las formalidades".
Era un pícaro... Ella apostaría toda su herencia por eso. Se aprovecharía de ella y la usaría de la peor manera si ella lo permitiera. ¿Era terrible que la tentara? "Soy Addie", dijo. "Y estoy de acuerdo en usar tu nombre de pila, pero eso será lo más íntimo que tendremos".
"Ya veremos", dijo él le guiñándole un ojo. "Bonita Addie, mi dulzura, ya veremos". Luego se dio la vuelta y salió de la biblioteca. Ella parpadeó varias veces pensando que debía haber imaginado todo el encuentro. Devon era malvado, y demasiado guapo para su propio bien, y ella tenía la sensación de que él tenía razón. Él podría robar su corazón y romperlo; sin embargo, esto no la asustaba. A ella le gustaría vivir la experiencia, aunque fuera por un instante, y nada más. Sólo por una vez le gustaría sentirse amada, y podría ser que el deseo que había pedido un par de noches atrás, estuviese a punto de cumplirse. No iba a desperdiciarlo...
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