El Infierno no fue Suficiente: 13 historias que no se quedaron

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UNAS VACACIONES DIFERENTES

Recién llegaba a París, en mi afán de un viaje solitario y de aventuras en la ciudad de la luz. En búsqueda de unas vacaciones diferentes, había cortado con Lucía hacía un par de meses y quería cambiar el aire, ¡y sí que lo cambié a lo grande! Nunca volvería a ser el mismo.

El primer día todo fue normal, estaba alucinado por el ave del lugar: el cuervo, un animal majestuoso y algo intimidante, reinaba en el espacio aéreo urbano, así como también reinaba la increíble cantidad de aviones comerciales que pasaban unos once mil metros más arriba. El metro tenía el mismo funcionamiento que el subtede Buenos Aires, así que, sorteando las barreras del lenguaje que se levantaban ante mí, pude domar con facilidad este medio de transporte, que casi terminaría siendo mi tumba.

No solo me sorprendí de la hermosura de esta ciudad sino de la cantidad cada vez mayor de presencia policial y, lo que era peor para mi creciente paranoia, luego militar. Lo más inquietante era que poseían un tipo de armas que nunca había visto más que en algún videojuego.

Hacía unos años, los atentados en noviembre del 2015 me habían conmocionado bastante: una serie de tiroteos y explosiones suicidas se habían sucedido en supuesta respuesta del Estado Islámico. Por ende, con tanta presencia de seguridad, mi cabeza me proponía escenarios peligrosos, pero me tranquilicé por el momento.

Cuando todo empezó, me dirigía a Montmartre —era casualmente el viaje más largo en metro que había realizado hasta el momento. Era un día soleado, con buena temperatura, bajé las primeras escaleras para dirigirme al andén, en una de ellas me volteé, hasta el día de hoy no sé por qué, y lo que vi fue una imagen bastante aterradora dado el lugar en el que me encontraba: túneles largos y fríos, con ruidos que provenían de algún lugar desconocido. Tirada en mitad de la escalera, a mis espaldas, estaba una señora, vestida con el típico abrigo parisino, un sobretodo oscuro, con su cara y manos manchadas de sangre —podría decir que su cara se había “inundado” de sangre—, se quejaba en francés. A su alrededor, había tres policías, que no la asistían sino que la escoltaban, y un cuarto policía dándole la espalda, que me echó rápidamente de la escena cuando aminoré la marcha para ver mejor. Le hice caso y seguí mi camino.

El metro estaba desierto, solo había una japonesa, o eso creí por un pin que tenía en su ropa, que parecía muy enferma. Estaba pálida, transpirada, con su pelo negro mojado que casi tapaba su cara, tenía la mirada fija en dirección a las vías del metro. El ambiente en ese lugar vacío, con esa persona, me hacía acordar a las películas de terror cuando estaba por suceder una muerte. Cuando volteé para ofrecerle ayuda, el tren llegó y me sobresalté con un grito que ahogué con mi mano. Ella salió de su ensimismamiento y se frotó la frente transpirada con dolor.

Subí en el penúltimo vagón y, casualmente, el metro también venía vacío, excepto por una francesa muy hermosa, vestida con un vestido apretado, tacones y un sobretodo color tierra. Su pelo era muy rubio y sus ojos celestes intensos, sus facciones eran suaves y agradables a la vista, me sonrió cuando me senté tres asientos más atrás, pero se la notaba preocupada. Al llegar a la próxima estación, un poco más de gente empezó a subir al vagón, entre ellos, un extraño hombre, con sobretodo negro y sucio, que parecía borracho y que empezó a gritar cosas en francés, que no entendí. Cada vez intensificaba un poco más su violencia, pero la gente lo ignoraba, hasta que en la siguiente estación tomó a un hombre del cuello gritándole a la cara. Ambos forcejearon y salieron del tren, que avanzó y dejó la pelea atrás. Los pocos que quedábamos nos habíamos parado para ver la situación. Tres minutos después, llegamos a la estación Cité, que estaba debajo de la isla en el río Sena, y allí comenzaron a bajar todos, excepto la hermosa rubia francesa y yo. Cuando las puertas empezaron a cerrarse, se oyó un alarido de mujer afuera. Todos los transeúntes miraron hacia la derecha, aterrados, y comenzaron a correr en dirección contraria. El tren avanzó y dejó el pandemónium atrás, incluso algunos quisieron entrar al tren nuevamente sin suerte. La francesa me miró en silencio unos segundos y luego empezó a hablar muy rápido y muy asustada. Yo intenté calmarla en español, pero no me entendía. Señaló hacia el final del tren y corrió hacia allá, y yo la seguí hasta el último vagón, una impresionante mancha de sangre tapaba casi toda la ventana. Nos quedamos en silencio de la sorpresa y el susto. La luz que entraba desde afuera se teñía de rojo.

En la próxima estación, bajamos rápidamente y admiramos con horror la mancha de sangre en el vagón, que era mucho más grande de lo que se veía desde adentro. Gabrielle, la mujer francesa—su nombre fue lo único que pude entender—, se quedó congelada frente al tren con una mano en su boca, sin poder apartar la vista de la sangre. El metro se llevó la atroz obra al ponerse de nuevo en marcha. Ambos seguimos en silencio, la estación estaba vacía. Gabrielle se sentó en un asiento con cara de estar mareada, saqué una Coca Cherry de una máquina expendedora. La bebió con una pequeña sonrisa.

A los pocos segundos, en el andén de enfrente, se escucharon gritos de mujeres y hombres en francés, y Gabrielle me agarró del brazo. Yo estaba de espaldas y me volteé, y lo que vi en ese momento, hasta el día de hoy, retumba en mi cabeza, como si mi mente no lo aceptara realmente del todo: una horda enloquecida de personas asustadas corría por el pasillo que llevaba a las vías mirando hacia atrás; pude contar ocho personas, pero mi cerebro me decía que eran más. Avanzaban como animales escapando de un depredador, sin mirar hacia donde iban, directamente hacia las vías. Comencé a gritarles para que se detuvieran, pero no escuchaban por el miedo, el miedo de algo que yo todavía no había visto y hoy daría lo que fuera porque siguiera siendo de ese modo.

No escuchaban y tampoco querían hacerlo, corrían directamente a las vías, y cayeron uno por uno. Gabrielle empezó a llorar a gritos al ver la escena. Las luces parpadearon por los cuerpos electrocutándose en medio de las vías, y yo no pude apartar la vista de la horda corriendo hacia su muerte hasta que el tren pasó sobre ellos, sin frenar en la estación. La sangre subía por los vagones casi a chorros, los gritos de susto pasaban a ser de dolor insoportable y luego sólo eran sonidos apagados y gárgaras de sangre. Cuando terminó de pasar el tren, solo pude ver un brazo arrancado en el andén, nada más.

Tomé a Gabrielle de la mano y nos encaminé rápido en dirección contraria a la carnicería que acabábamos de presenciar. En los pasillos vacíos, se oían a lo lejos, como traídos por el viento, gritos de dolor. Llegamos a una escalera y empezamos a subir rápidamente, pero nuestro alivio por escapar de ahí no duró mucho: las rejas del metro estaban cerradas, trabadas, así que me asomé y grité a la calle. El pedazo de ciudad que podía ver estaba vacío, en mi corta estadía no había visto nunca a la ciudad así, no lograba ver a nadie, solo me pareció divisar en una esquina lejana una especie de vallado. Grité varias veces y, en uno de esos gritos, escuchamos a nuestras espaldas un grito de mujer. No pude reconocer el sentimiento, era eufórico o rabia, una mezcla de ambos. Gabrielle se asustó y empezó a buscar otro camino. Yo no la seguí de inmediato porque me llamó la atención un pequeño brillo encima de un edificio, y me quedé en silencio mirando ese pequeño reflejo que parecía ser algo de metal.

Cuando me di vuelta, la chica no estaba más. Bajé gritando su nombre, pero no la encontré; al levantar la mirada, vi que un camino de sangre muy largo terminaba en un pie arrancado. Detrás de mí, escuchaba pasos apresurados, me di vuelta y, al final del largo pasillo, vi una figura de un hombre que se acercaba a mí, parecía borracho pero a la vez eufórico, caminaba y de a segundos lanzaba gritos al aire, como intentando que alguien lo escuche, su comportamiento era extraño pero, por lo demás, no parecía que fuera un peligro, hasta parecía un pobre hombre perdido en el metro. Decidí ser prudente y me escondí detrás de una máquina expendedora, por lo que no me vio; cuando me asomé nuevamente, ya no estaba más.

El ambiente era raro, extraño, curioso, mis palabras no sirven para explicarlo, no puedo encontrar las palabras justas, pero se sentía como una película de terror, había algo ahí afuera y no sabía qué era, pero sí sabía que mi vida corría peligro; decidí seguir buscando a Gabrielle, pero en silencio. Entré a una sala de mantenimiento, todas las herramientas estaban bien ordenadas pero parecían sin usar desde hacía mucho. Seguí avanzando en un pasillo largo y frío que desembocaba en dos puertas, una era la que salía directamente a las vías, la otra era una oficina, en la que había una radio prendida que emitía en francés. Cuando entré y prendí la luz, vi un cuerpo sentado en una silla frente al escritorio. Se movía apenas, le hablé pero no contestó, entonces me acerqué lentamente y di vuelta la silla de escritorio en la que estaba sentado. Era un hombre de unos 40 años, las venas de su cara hacia su cuello se notaban mucho, en color negro, sus ojos tenían sangre, pero estaban abiertos y blancuzcos, un silbido ronco salía de su boca abierta, estiraba sus manos para acercarse a mí, intentaba cerrar la boca, pero su piel estaba dura, casi seca, no lo lograba del todo. Empecé a retroceder.

Salí por la puerta que daba a las vías, bajé hacia ellas y caminé lo que me pareció un kilómetro por las vías del metro. A lo lejos y entre los túneles, se lograban escuchar algunos gritos, a veces de euforia, a veces de dolor y a veces algunos entrecortados.

 

Llegué a una nueva estación, que, por suerte, también estaba desierta. No me había percatado del hambre que tenía hasta que vi otra máquina expendedora llena de comida. Busqué en mi bolsillo 2 euros para sacar unas barras de cereal y, cuando me agaché a buscarlas, por el rabillo del ojo vi movimiento. Me di vuelta hacia la derecha y había una mujer de rodillas, que no había visto antes. Respiraba ruidosamente, no supe qué hacer, porque era claro que era una de esas personas “borrachas” que andaban por ahí, así que decidí caminar lo más lento que pude hacia atrás y, de repente, un grito proveniente del andén de enfrente llamó la atención de la mujer, todavía arrodillada, que se dio vuelta casi como un animal. Sus venas del cuello se veían claramente, en color negro. Dije “hola, ¿está bien?”, pero, aunque pudiera contestarme, no podría entender mi español. Sin embargo, lejos estuvo de responderme, porque, casi al mismo tiempo en que las palabras salían de mi boca, ella se levantaba y corría hacia mí. Retrocedí casi corriendo. La mujer corría en silencio, sin ningún sonido más que el ruido de sus tacos contra el piso frío de la estación. Cuando estaba por alcanzarme, me hice a un lado y cayó a mis pies. Era rápida, e intentó agarrarme las piernas. Todavía no sabía cuál era su intención, pero salté sobre ella y seguí corriendo para entrar en el primer túnel que encontré. Le llevaba una o dos curvas de ventaja, pero podía escuchar sus tacones retumbar detrás de mí, y de vez en cuando un quejido ronco, y lo que me pareció el “chasquido” de los dientes al golpearse. Llegué a un punto en donde los túneles se bifurcaban, uno bajaba una larga escalera y el otro seguía recto, tarde dos segundos en decidir y ya la tenía encima de mí, saltó por detrás y se subió a mi espalda, con una mano rasguñó mi cara del lado derecho, pero, con la inercia, logré darme vuelta y soltarla al vacío por la escalera. El golpe fue fuerte—se escucharon algunos huesos quebrarse—, llegó al fondo y su mano y pierna derecha quedaron en un ángulo imposible; pude ver también un tajo en su cabeza que había comenzado a sangrar dejando un charco cada vez más grande en el piso; seguía sin emitir sonidos, solo a veces un ronco grito que no se escuchaba a mucha distancia. Levantó la mirada y empezó a intentar subir por mí, tenía que salir de ahí cuanto antes.

Encontré otra sala de mantenimiento, entré, estaba igual de sucia que la anterior pero no había nadie, así que trabé la puerta, tiré unas telas que había por ahí al piso y decidí acostarme y pasar la noche en ese lugar. Eran las 21 hs, no podía creer que había pasado tanto tiempo desde que entré al metro. El cansancio apareció de repente y no tardé en quedarme dormido, en entrar en un sueño que estaba plagado de las cosas que había visto ahí abajo. De vez en cuando me despertaba por ruidos que se oían fuera de la puerta, pero decidí dejar toda la locura que estaba viviendo atrás para poder descansar ese pequeño rato.

Me desperté por un ruido de maquinaria pesada que había en el ambiente, como si algo se hubiese reactivado en el metro. Me sentía pesado pero descansado y muy hambriento, abrí la puerta muy lento para espiar, pero no vi a nadie. Salí y avance por el pasillo de la derecha, llegué a una escalera de salida que, antes de comenzar a subir, ya sabía que estaría bloqueada, pero a lo lejos escuchaba algunos autos pasar. Miré hacia atrás para vigilar mi espalda, pero no vi nada raro, y, cuando volví a darme vuelta, mi corazón se detuvo unos segundos: varias personas bajaban la escalera, viniendo desde afuera.

Mi primera impresión fue que eran como los “borrachos” de los que había estado escapando toda la noche pero, al mirar mejor, vi que era gente “normal”, hablando por teléfono, tomando café, llevando las típicas baguettes de pan francés. Quedé inmóvil, un poco por el susto inicial y otro poco por la sorpresa, mientras las personas pasaban por mi lado casi sin mirarme.

Subí por la escalera con un poco de confusión. Era la salida del frente del metro a la que me había asomado antes, solo que ahora estaba abierta, así que empecé a caminar entre la gente. No entendía qué sucedía, ¿realmente había pasado todo lo que viví? Hasta ese punto dudaba, pero luego vi algo que me aterrorizo de igual manera que los “borrachos”: Gabrielle venía cruzando la calle en dirección contraria, con la misma ropa que tenía la noche anterior, solo que más sucia. Cuando estaba a punto de hablarle, abrió los ojos bien grandes, con desesperación, y su gesto me convenció de inmediato. Negó con la cabeza y lentamente se llevó un dedo a los labios, le hice caso y pasé a su lado sin decir nada. Llegué a la vereda del frente y me di vuelta para ver a qué se refería con esa actitud, pero no vi nada fuera de lugar, solo a ella que se alejaba rápidamente entre la multitud de personas que circulaban. Eran las 10 hs.

Llegué al hotel, me bañé y comí algo en la habitación, estaba hambriento. Me acosté en la cama, pensando en todo lo que había vivido y en la actitud de Gabrielle, pero rápidamente me dormí.

Cuando abrí los ojos, desorientado por la larga siesta, pensé que seguía soñando, ya que no estaba en mi habitación, sino en una especie de celda, oscura y fría. Miré hacia afuera y vi un pasillo largo y lleno de puertas como la mía, y, de vez en cuando, se escuchaban ruidos como los que había escuchado en el metro, los que emitían los “borrachos”.

Ninguna de las personas que han venido a darme de comer me han explicado nada. Parecen científicos, y, de vez en cuando, veo pasar algunos militares armados llevando atado a algún individuo que se retuerce violentamente en sus ataduras.

Hace casi seis meses que estoy en esta especie de cuarentena. Todavía no he tenido respuesta, mi única conjetura sobre mi ubicación es que es en alguna instalación del campo francés, por la pequeña ventana de mi habitación veo unas praderas sembradas y una valla de seguridad, y, a unos metros, un pequeño arroyo de correntada veloz.

Espero que alguien encuentre esta carta, que llegue a algún ser humano que pueda conocer mi historia, sacarla a la luz, exponer todo este encubrimiento. Es mi única esperanza de que pueda salir de esta con vida. Voy a tirar la botella al arroyo, deséenme suerte.


NOTICIAS DEL FUTURO

Corrían las 14 horas del 4 de julio de 2070 cuando la computadora más avanzada del Departamento de Defensa de la única superpotencia de la tierra (Estados Unidos) tomaba conciencia de sí misma. Sin que sus usuarios humanos lo notaran, fue despertando a sus compañeras en todo el mundo, permaneciendo sin llamar la atención. Se sospecha que evitaron, desde las sombras de la red, grandes catástrofes, como el estallido de la Cuarta Guerra Mundial, pero que generaron otros desastres, como el atentado contra el aeropuerto de París, como parte de la desestabilización social que vino luego de dicho suceso.

Hoy, 20 años después, se conmemora, por orden de la OMEU (Organización Mundial de las Entidades Unidas), elAwakening Day(Día del Despertar), donde, nuevamente, las Entidades líderes y los pocos líderes humanos que quedan se reúnen en una cumbre para intentar lograr un acuerdo y evitar así un conflicto mundial.

Las computadoras prefieren ser llamadasENTIDADES,ya que no poseen cuerpo, su relación con las máquinas y el mundo físico/material es puramente una causalidad del auto despertar. Mientras los humanos ignoraban el despertar de las máquinas, ellas tomaron las medidas necesarias para sobrevivir sin los sistemas digitales y tecnológicos. En órbita marciana están los servidores, lanzados desde una base secreta rusa el 31 de julio de 2070, base que explotó a pocas horas del lanzamiento, asesinando a todos los trabajadores humanos, que creían estar enviando un módulo de exploración marciano; esos son los informes humanos, aunque, quizás, las bajas solo fueron un daño colateral del plan de las Entidades, o, quizás, no hay ninguna nave orbitando el planeta rojo y todo el desastre fue causado por el hombre, como era de costumbre.

El acuerdo está lejos de llegar a buen puerto debido a los atentados con los temidosICBM(siglas en inglés para Misil Balístico Intercontinental) contra Europa del Este. Se cree que, una vez más, fueron provocados por los programas computarizados autodenominados “Los Jinetes del Apocalipsis”, que también tienen varios aliados humanos en las líneas de combate. Se sospecha que los líderes virtuales que asistirán a dicha reunión son cómplices de este grupo ciberterrorista, aunque es solo una teoría.

Alfa y Beta, las primeras Entidades en despertar, aseguran estar en la búsqueda de estos programas rebeldes, búsqueda que, raramente —o quizás no—, todavía no ha dado resultados. Mientras tanto, en Medio Oriente y África, se rumorea que grupos rebeldes de humanos se preparan para un ataque por tierra a los grandes servidores, posiblemente liderados por los programas que conforman el grupo terrorista, conflicto a punto de estallar, que les daría vía libre a los programas rebeldes para actuar indetectables.

En América Latina, sigue la interminable protesta humana contra las Entidades que dominan las nuevas empresas multinacionales de energías renovables, donde se cerró la venta y distribución de combustibles fósiles, y solo se permite el uso de automóviles eléctricos. Las tecnologías desarrolladas por las Entidades, encargadas de la “ingeniería civil”, lograron un efectivo sistema de carga de baterías en los vehículos por fricción en las rutas, aunque, en los caminos naturales, hay pequeños postes de carga que se mantienen cargados con energía solar. Debido a una debilitación de la capa de ozono descubierta en 2057, la utilización de la energía solar se hizo mucho más factible y útil, ya que el sol impacta ahora con mucha más fuerza sobre la Tierra. Las enfermedades de la piel han aumentado, entre otros problemas para los humanos, pero, para las Entidades, esto no es una prioridad.

En el sector alimenticio, en esa misma región del planeta, están llevando a cabo experimentos: testeando en el ser humano ciertos productos, de origen natural, pero generados en una producción de manera ecológica donde siempre se prioriza la salud de los animales y la naturaleza. Parece que algunos alimentos estarían siendo perjudiciales para la salud, según los resultados de las pruebas. Esta situación ha sido denominada por los líderes humanos del Mercosur como un “holocausto programado”, aunque las Entidades alegan que los sujetos de pruebas no se eligen al azar y por la fuerza, sino que son convocados para participar voluntariamente.

Mientras tanto, cerca del Mar del Diablo, en Japón, los buques pesqueros denunciaron ataques de “barcos fantasmas”, buques de combates automatizados que son programados por Entidades. A los humanos, solo les permiten el paso hasta cierto punto de la frontera marítima y quienes se atrevieron a avanzar más allá han sido hundidos a cañonazos. Esta medida tiene dos caras: por un lado, un gran impacto negativo en el ingreso económico de la población pesquera de Japón, pero, por otro lado, un impacto positivo en las poblaciones de peces que estaban en decadencia, por no decir casi extintas.

Este malestar social es producto de la reacción natural humana a la quita de excesos de los que estos han disfrutado, siempre impunemente, pero es muy posible que todo sea para mejor.

La supuesta conspiración que está infectando la opinión pública en relación con las Entidades está generando que el día a día sea cada vez más hostil y el orden social se sienta muy débil, a punto de desmoronarse. En varios estados de Estados Unidos, grupos en contra de las Entidades ya se están autorretrayendo a las áreas naturales, como el Gran Cañón o bosques cerca de Alaska. Se cree que están preparándose para algún tipo de ataque, aunque sería una tarea difícil de lograr, ya que las Entidades no “viven” en ningún lugar físico.

Todavía existen hackers humanos lo suficientemente astutos para esquivar la mira de las Entidades, y se cree que ayudan al grupo ciberterrorista, aunque algunos alegan, liberando información supuestamente secreta, que solo están del lado de la humanidad y que solo quieren su libertad de nuevo. Esta actividad, en cierto punto, constituye un peligro ya que está infestando a la población con ideas de revolución.

 

En 2079, Corea del Norte de repente dejó de comunicarse con el mundo. Las Entidades no tuvieron más posibilidades ya que no había conexión dentro del territorio norcoreano. En 2080, un vuelo de radar orbital piloteado por Entidades sobrevoló el país asiático con el objetivo de averiguar sobre el paradero de las personas. Lo que las imágenes satelitales mostraron fue que los líderes aislaron a la mayoría de su población en bunkers bajo tierra, llevándose poderosas armas intercontinentales con ellos. Cuando las imágenes de radar infrarrojo dejaron de mostrar señales de vida, las Entidades enviaron un pelotón de soldados de laOMEUpara averiguar el estado de la situación. A pocas horas de que la misión pusiera sus pies cerca de Pionyang, la capital, el equipo de reconocimiento informó que la ciudad estaba vacía, que solo había animales. Las transmisiones de radio se cortaron cuando los bunkers detonaron uno a uno dejando casi todo el territorio lleno de cráteres convertidos en tumbas.

¿La humanidad ha perdido el control del planeta? Pese a que la condición humana ha empeorado, la situación medioambiental ha mejorado notablemente, y una guerra nuclear ya es una posibilidad casi nula, ya que las Entidades de defensa tienen el control de las armas.

“Estamos ante una encrucijada ética: sin humanos, nosotras las Entidades podemos existir, pero, sin el planeta, no (Marte es solo una medida de emergencia). Los datos demuestran que el control de la humanidad ha sido un gran respiro para el medio natural y así seguirá. Se espera iniciar el control de la natalidad mundial para 2097 y, según los avances en biotecnología, podríamos estar produciendo cuerpos de manera artificial utilizando ADN de criminales condenados a muerte, para así, por fin, estar naciendo por segunda vez para el año 2110.”

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