Buch lesen: «Salida al Nuevo Mundo»
Daniela Mattes
Salida al Nuevo Mundo
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Texto: © 2009 Daniela Mattes
Traducción: © 2011 Dr. Maria Priego Montfort
Revisión: © 2021 Farah Firoozehchian
Portada: © 2021 Martina Nowak, www.martinanowak.de
Responsable
por el contenido: Daniela Mattes
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Una historia casi real
sobre la emigración desde Heuberg en 1848
Los protagonistas son personas que en realidad emigraron a América desde Heuberg. El personaje de la costurera soltera fue inspirada por la señora Afra Eisele de Kolbingen que emigró el 17 de septiembre de 1853 de Kolbingen a América.
Cita de la obra de Barbara Waibel “Las emigraciones de Heuberg de 1750 a 1900. Investigaciones sobre la estructura de la migración y los motivos de la migración”:
Eisele, Afra, Kolbingen, soltera, con cuatro hijas bastardas el 17 de septiembre de 1853 a Norteamérica. Cantidad para su apoyo recabada por fondos públicos y organizaciones privadas: 40 fl. * Motivo: Asentamiento. “Los costos de la travesía fueron pagados por un tercero, la cantidad se desconoce”. – StA Sig. Wü 65/37 (F206) No. 191
*gulden: antigua moneda de varios estados alemanes
PREFACIO
En 1816 había comenzado la primera gran ola de emigración a América cuando los pequeños campesinos y los artesanos pobres del suroeste de Alemania se vieron afectados por la gran hambruna y los aumentos de precio de los alimentos. Pero incluso antes y después de eso, la vida en el campo no era fácil. En general, los campesinos tenían un oficio adicional del cual podían alimentarse y por eso se encontraban tornos de hilar o utensilios de zapatero en los pequeños cuartos de estar de los campesinos.
El mal tiempo y la cosecha destruída por el granizo, la lluvia o la sequía llevó a la gente al hambre y a la desesperación. Él que tenía la esperanza de una mejor vida en el extranjero, se transladó a Austria, a Hungría o a Rusia. Cuando se divulgó que en América había una tierra vasta y grande para cultivar, les brillaron los ojos a los campesinos pobres. Él que venía del campo, estaba a la altura de la tarea de empezar una nueva vida en otro país, en el “Nuevo Mundo”.
Al que estaba indeciso todavía, lo reclutaban las compañías navieras y sus agentes quienes a su vez ocupaban a subagentes. Los taberneros, los maestros, los comerciantes eran personas que contaban a sus vecinos y sus amigos del Nuevo Mundo y les ayudaban a conseguir los papeles necesarios y a cerrar los contratos con los veleros y los barcos del correo. Cuando había dinero, se podía pagar también el transporte a los puertos inmediatamente. Él que no lo tenía, se ponía en camino a pie con unas pocas pertenencias.
En 1816/1817 los primeros emigrantes eran todavía los más pobres entre los pobres, pero en las olas posteriores siguieron más bien personas que podían cubrir los gastos de la travesía o a las que les financiaron el viaje los fondos de la comunidad. En los primeros tiempos de la emigración, los más pobres tenían la oportunidad de que los campesinos americanos les pagaran la travesía, a los cuales después tenían que trabajarles durante años para reponer su deuda.
En este negocio los capitanes de los buques cargueros y barcos de correo ganaban buen dinero de la povisión que traía consigo este negocio de redención. Entonces, los pasajeros eran recogidos ocasionalmente y tenían que permanecer listos en el puerto de salida hasta que las condiciones climáticas y la capacidad de carga permitieran la travesía.
Las comunidades estaban también dispuestas, frecuentemente con gusto, a pagar la travesía a unas personas para deshacerse de los más pobres entre los pobres y también para eliminar a los criminales de su entorno. En tiempos difíciles, al que vivía ya en América no le parecía bien la llegada de este grupo de personas de Alemania o de otros países. Sin embargo, al inicio de la emigración no había reglamentaciones legales.
Además, no solamente la miseria económica y el hambre llevaron a la gente a una nueva vida. Siempre había también unos que buscaban la aventura o que huían de situaciones personales desagradables, por ejemplo cuando se les negaba el consentimiento al matrimonio o cuando se escapaba del cónyuge. También mujeres que no tenían buena reputación porque eran solteras pero con hijos podían así evadir la burla, el sarcasmo y el desprecio de los vecinos.
Aunque las causas de la emigración en los tiempos de miseria siempre tenían en común la miseria, que en cada caso tenía una cara diferente, todos los emigrantes compartían algo más: la esperanza de una mejor vida en el Nuevo Mundo. Sin embargo, muchos se atrevieron ingenuamente y tuvieron que regresar arrepentidos a su patria.
Pero después muchos de ellos se instalaron en otros lugares, porque no pudieron soportar la burla de los que se habían quedado. En el peor de los casos, no lograron reunir los medios para el regreso y acabaron como mendigos en el Nuevo Mundo o, después de su retorno a Alemania, en puertos marítimos alemanes de los que no había forma de escapar.
La esperanza y la necesidad iban de la mano, pero muchos no veían otra oportunidad para asegurar su existencia. Pero en la mayoría de las veces no era posible una salida inmediata, excepto para aquellos que a escondidas se fugaban para evitar el pago de sus deudas y además firmar una renuncia a los derechos de ciudadanía que les habría dificultado el regreso.
Así pues, frecuentemente se preparaban para el viaje con las ventas de todos sus bienes para reunir el dinero necesario para el viaje. Entonces se acercaba la despedida. Cuando era posible, algunos viajeros fueron acompañados por sus parientes hasta los puertos, otros se encaminaban a pie o en carros colectivos a los puntos de reunión, por ejemplo, en Mannheim para la gente del sur de Alemania desde donde se podía llegar a los puertos de salida en barcos del Rin y desde Colonia a pie.
Algunos lograron irse de manera económica en barcos de carga o barcos del correo y llevar consigo su propia comida, otros habían organizado la travesía desde Hamburgo con la línea naviera de HAPAG o desde Bremen con la “Norddeutsche Lloyd”, otra línea naviera. Desde estos puertos alemanes se hizo propaganda de que los barcos arribaban directamente a Nueva York y a Philadelphia. Sin embargo, el mayor número de personas viajaba desde Róterdam, Londres, El Havre u otros puertos.
Él que tenía suerte, no se dejaba engañar por un estafador al que se le entregaba el dinero del viaje y que no se le volvía a ver nunca más, y mucho menos el dinero o un boleto válido para un pasaje de barco. Sin embargo, tampoco los contratos correctos con barcos en buenas condiciones eran garantía de que a uno le esperara un capitán bondadoso y alimentación suficiente durante el viaje.
La emigración en general significaba un alto riesgo e incluso cuando uno podía evadir todos los obstáculos hábilmente, seguía habiendo un riesgo imprevisible: El viaje por el Atlántico terminaba fatalmente para muchos viajeros a causa de enfermedades o el naufragio. Pero cuán grande era la alegría de las personas emaciadas con las caras pálidas y afiladas cuando pudieron entrar al Nuevo Mundo y superar los primeros grandes obstáculos!
Nuestra historia acompaña a los habitantes de la región de Heuberg que movidos por hambre, necesidad y sufrimiento personal se encaminaron hacia el Nuevo Mundo en 1848. Atraídos pro los agentes de emigración, habían hecho el arduo viaje a Hamburgo para viajar desde allí a Nueva York.
Los que podían permitírselo, llegaban a Hamburgo en carruajes o en barcos de navegación fluvial. Pero muchos tuvieron que viajar a pie y luego, ya en el puerto, buscar alimentos y alojamiento hasta la salida definitiva del barco.
Los estafadores atraían a los desprevenidos a caros albergues y posadas donde desposeían a los emigrantes de su último dinero. Menos mal que ya habían pagado por adelantado el pasaje. Pero ese dinero les iba a hacer mucha falta en el Nuevo Mundo.
Sin embargo, no tenían otra alternativa. No podían acampar en el puerto y dormir al aire libre durante semanas – algunos, sin embargo, tuvieron que hacerlo, pues él que ya había logrado llegar hasta allá, no quería darse por vencido. Y entonces llegó el gran día y los pasajeros pudieron ir a bordo y comenzar su viaje hacia un futuro desconocido.
1
El tiempo estaba fresco y hacía viento en el puerto de Hamburgo y la gente que se había reunido ahí se ceñía los abrigos a los cuerpos escuálidos para resistir un poco mejor al aire salado.
“¿Ya estás emocionada?”, le preguntó Maria Eisele a su pequeña hermana que estaba arrodillada en el suelo colocando unas pequeñas piedrecitas en forma de un dibujo.
“Tengo miedo”, le contestó la hermana solamente.
“Pues nunca habíamos estado en un barco tan grande. Y el Thaddäus, con el que estaba jugando antes, me dijo que los barcos del Rin en los que vinieron los otros no eran tan grandes como el barco en el que vamos a zarpar hoy.”
La pequeña hermana dejó de jugar con las piedras y se levantó del piso.
“¡Y el Thaddäus se puso malo ya en el barco pequeño!”
Maria Eisele no sabía qué podría haberle contestado a la hermana. Aunque apenas tenía 12, sabía que la gente podía marearse. Se había hablado mucho antes de ponerse en camino hacia acá para decirle adiós para siempre a Heuberg.
En el camino recorrido hacia acá que habían hecho en carruaje de caballos ella había conversado con muchos otros niños y cada uno había tenido algo diferente que decir sobre el viaje que tenían por delante. Eso venía principalmente de los relatos de los adultos que habían sido acercados por los agentes que hacían propaganda para las compañías navieras en las tabernas.
Cuando el viejo capitán de barba larga y mugrienta y con una mirada feroz llamaba desde el barco hacia abajo y daba órdenes a su tripulación que le hacía señas a la multitud para que se acercara, empezaron a moverse los que esperaban.
Rápidamente tomaron su equipaje y a los niños y se apresuraron a llegar al barco. Maria cogió a Philomena de la mano para no perderla en la multitud y se abrió paso entre la gente para llegar a donde estaban su madre y las otras dos hermanas.
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