Instrucciones para armar museos de ciencias

Text
0
Kritiken
Leseprobe
Als gelesen kennzeichnen
Wie Sie das Buch nach dem Kauf lesen
Schriftart:Kleiner AaGrößer Aa




Instrucciones para armar museos de ciencias

se terminó de editar en noviembre en las oficinas de la Editorial Universidad de Guadalajara, José Bonifacio Andrada 2679, Lomas de Guevara, 44657. Guadalajara, Jalisco

Índice

Presentación

Juan Nepote y Claudia Aguirre

Una revisión a mi Manifiesto para la (R)Evolución de las Exposiciones

Kathleen McLean

Historias de mis mejores fracasos museográficos

Jorge Wagensberg

“Preferiría no hacerlo”: tres pasos para introducirse a la frágil fertilidad de lo desconocido

Matteo Merzagora

El museo (im)posible

Luisa Massarani y Jessica Norberto Rocha

Ciencia para cambiar el mundo

Guadalupe Díaz Costanzo

Carta a Claudia sobre el acceso de todos a los museos

Höelle Corvest

Deja que tu programa público evolucione

Lucas Keijning

Museitis, crónica de una enfermedad incurable

Claudia Aguirre

Instrucciones para diseñar un museo de historia natural… pero diferente

Eduardo Santana Castellón, Gabriela Vaca Medina,

Juan Nepote, Víctor G. Quintanilla, Socorro Vargas,

Néstor Gabriel Platero Fernández y Silvia Singer

¿Qué has aprendido en tu trayectoria?

Martha Cambre

Notas a la deriva por los museos de ciencias

Constanza Pedersoli

Construyendo un futuro compartido: el Museo del Mañana en Río de Janeiro

Mariana Reyes

¡Aquí no se viene a leer!

Juan Nepote

Autores

Presentación

Juan Nepote y Claudia Aguirre

Para construir este libro invitamos a una serie de colegas que han tenido la fortuna de hacer un museo de ciencias. Ustedes quizá no lo sepan, pero los trabajadores de los museos son las personas más entusiastas, generosas y comprometidas, pero también las que se desencantan con mayor frecuencia. Así que los invitamos a desahogarse en este libro, para que nos contaran si recuerdan algunas decisiones que ahora tomarían de una manera distinta al diseñar una exposición o todo un museo, aquellas que hicieron que el día de la inauguración hayan querido desaparecer… o que les provocaron una satisfacción tan grande que aún sonríen. ¿Qué han aprendido en su trayectoria como diseñador o curador de exposiciones? ¿Para qué sirve una exposición interactiva? ¿De verdad son necesarios todos esos mediadores? ¿Para qué escribir cédulas “si nadie lee”?

Hemos querido hacer un homenaje cariñoso a un gran maestro para todos los que trabajamos en museos de ciencias durante las últimas tres décadas: Jorge Wagensberg. Sus ideas y sus dudas están muy vivas entre nosotros, quienes descubrimos el auténtico gozo intelectual escuchándolo con los oídos y los ojos. Entusiasta y generoso, cuando armamos el primero de los libros que inauguró esta colección, Instrucciones para contagiar la ciencia, con la complicidad de Diego Golombek, él aceptó entregarnos un texto: “Historias de mis mejores fracasos museográficos”, que apareció en aquel libro en 2016; pero Jorge murió unos meses después. Por eso ahora quisimos materializar su voz entre nosotros, incluyendo su texto en este libro. Estamos seguros de que ningún lector lo lamentará. También trajimos al presente otro texto elaborado en una primera versión para ese libro, y que hoy cobra aún más vigencia: “Museitis, crónica de una enfermedad incurable”.

Estamos convencidos de que vale la pena reunir nuestras anécdotas, fracasos estrepitosos y éxitos insuperables, y que todos podemos aprender de ello, desde nuestros abuelitos (vivos), cónyuges, amigos, novios u otros familiares, que nunca han entendido a qué nos dedicamos profesionalmente, hasta el extenso público de la divulgación de las ciencias que —aunque a veces ni nosotros mismos lo creamos— es realmente grande, y está ávido de conocer más experiencias, historias de vida, prácticas individuales y colectivas, consejos para principiantes y chismes para expertos… y que en gran parte de los casos coincide con alguno de los otros lectores esperados.


Una revisión a mi Manifiesto para la (R)Evolución de las Exposiciones

Kathleen McLean

Julio de 2020

Todavía en la oscuridad de la pandemia mundial de covid-19, los museos de todo el mundo están comenzando a imaginar qué significa para ellos la reapertura. Desde sus salas y home offices, muchos expertos en museos visualizan un futuro “transitando a lo digital”, donde hasta el 50% de las actividades y exhibiciones se ofrecería en línea en vez de en el museo. También predicen que, debido al “distanciamiento físico”, disminuiría drásticamente el número de visitantes que podría cruzar sus puertas y que la mayoría de las exposiciones donde los objetos pueden manipularse permanecerían cerradas.

Si bien ahora mismo estas predicciones se ven inevitables, parecen muy cortoplacistas y, en mi opinión, encajan perfectamente dentro del patrón de pensamiento de la “vieja normalidad”. Sabemos que las cosas van a ser muy diferentes en nuestras sociedades, en tanto enfrentamos una pandemia prolongada, desigualdad racial, reveses económicos y los efectos cada vez más palpables del caos climático. Claramente estamos en un punto de inflexión. Aun cuando todavía no tenemos idea de cómo van a evolucionar todos estos cambios con el tiempo, sabemos que la “nueva normalidad” traerá consigo vivir con el cambio continuo y las disrupciones.

De modo que, en vez de predecir, recuerdo. Recuerdo las cualidades humanísticas, las misiones democráticas y los valores de justicia social que impulsan las exposiciones innovadoras que han marcado la vida de las personas. Estoy reflexionando en las experiencias poderosas y transformadoras de los museos comunitarios y las exposiciones codiseñadas con el público. Y estoy revisando mi Manifiesto para la (R)Evolución de las Exposiciones, que escribí en 2008. Me da gusto que la mayoría de las acciones de esa versión todavía son relevantes y constituyen el núcleo de este manifiesto 2020. Sin embargo, cambié algunas de las expresiones que estaban de moda entonces y ya no significan nada (como “crea wikiexposiciones”), aclaré varias ideas vagas (como “diseña exposiciones como si fueran actividades”) y añadí algunas acciones que responden directamente a los temas urgentes de hoy.

Manifiesto para la (R)Evolución de las Exposiciones 2020

Si las exposiciones de museos van a sobrevivir a los cambios irreversibles más importantes que están modelando nuestro mundo, necesitamos evolucionar radicalmente nuestras prácticas. Como profesionales de museos, vamos a:

1. Recordar que los museos y exposiciones son lugares de exhibición, no sólo espacios.

Como lugares, tienen coordinadas latitudinales y longitudinales específicas en el mapa de la Tierra. Han sido construidos desde un carácter y adn únicos del lugar en el que residen y los representan. Y las personas viven la experiencia de “estar en el lugar” con todo su cuerpo, no sólo en sus mentes.

2. Reconocer que los museos son los guardianes de evidencia.

No sólo de objetos reales, obras de arte, plantas, animales, fenómenos, sino también evidencia de nuestra lucha como especie para entendernos a nosotros mismos y a los otros, de las capacidades y resiliencia humanas, de nuestra capacidad de imaginación y de nuestra relación indisoluble con este planeta.

3. Desarrollar exposiciones entendiéndolas como recursos comunitarios.

Los museos son parte de comunidades más amplias. Deja que las necesidades de tu comunidad motiven los temas de la exposición y definan su alcance. Pregunta: “¿Cómo podemos ayudar?”.

4. Pensar en los visitantes como socios.

Admite que los profesionales de los museos no podemos solos. Necesitamos confiar en nuestras comunidades e incluirlas en nuestros procesos. Brinda a las personas las herramientas para que creen sus propias exhibiciones en tus lugares.

5. Dejar espacio a la imaginación.

No llenes todos los espacios con contenido. No trates de responder todas las preguntas. Deja algunos espacios en blanco, tanto física como mentalmente. Acoge lo incompleto.

6. Poner más atención a las ideas.

Los museos son lugares para tener experiencias significativas. Alimenta la creatividad. Pasa más tiempo desarrollando ideas relevantes y menos enfocado en objetos o construyendo mobiliario y edificios lujosos. Busca buenas ideas que vengan de todas partes y de todos.

7. Ofrecer más servicios.

Incorpora una cafetería o una antesala en la próxima exposición. Pon música, flores. Siempre incluye muchos asientos cómodos.

8. Defender los valores democráticos.

Trabaja al servicio de la justicia social y el bien común. La “neutralidad” no es una opción. Deja claras tus posiciones desde el inicio. El cambio climático es real: habla de él. La desigualdad racial es real: haz algo.

9. Experimentar.

Pon a prueba tus supuestos sobre “mejores prácticas” en los museos y los roles profesionales. Evita frases como “aquí no hacemos eso” o “ya no podemos hacer eso”.

10. Trabajar en pequeño.

Recuerda, lo pequeño puede ser realmente bello.

11. Hacer las cosas más rápido y más barato.

 

No inviertas tanto tiempo y dinero que acabes perdiendo el sentido de la aventura.

12. Colaborar con otros.

No importa qué tan difícil sea.

13. Mezclar cosas.

La experiencia viva no está delimitada por disciplinas. Cruza fronteras, crea nuevas yuxtaposiciones y suelta.

14. Aprovechar el camino andado por otros colegas.

Averigua qué han hecho otros y aprende de su trabajo. Lee sus escritos. Conoce las innovaciones pasadas. Invita a la crítica. No temas mostrar tus fracasos.

15. Diseñar exposiciones como si fueran aplicaciones, no productos.

Deja que la respuesta de la audiencia influya en tus conceptos y diseños. Usa una diversidad de técnicas, desde observar, conversar y extraer patrones hasta métodos de evaluación más formales. Comprende que la retroalimentación inmediata del usuario va a mejorar tu trabajo.

16. Reconocer el mundo real que nos rodea.

Los museos no existen en un vacío. Incorpora sucesos del mundo, temas políticos y sociales, y tecnologías actuales a tus galerías y exposiciones.

17. Luchar por la sostenibilidad.

No sólo en términos de los materiales que usas o la huella de carbono que dejas. Piensa sosteniblemente en la energía emocional y creativa de tu equipo de trabajo actual y retén el conocimiento y las innovaciones del equipo anterior. No inventes otra vez la rueda.

18. Crear mutaciones.

Las mutaciones generan variaciones en el acervo genético. Las mutaciones menos favorables tienden a desaparecer a través de la selección natural, mientras que las más favorables tienden a acumularse: esto se llama evolución.

19. Diseñar para la flexibilidad y el cambio.

Asegúrate de que puedes adaptarte a circunstancias nuevas, impredecibles y profundamente transformadoras. Promueve activamente el cambio en tu museo y en tus exposiciones: esto se llama revolución.

20. Agrega el tuyo.


Imagen 1. Manifiesto para la (R)Evolución de las Exposiciones 2020.


Imagen 2. Principio uno.


Imagen 3. Principio dos.


Imagen 4. Principio tres.


Imagen 5. Principio cuatro.


Imagen 6. Principio cinco.


Imagen 7. Principio seis.


Imagen 8. Principio siete.


Imagen 9. Principio ocho.


Imagen 10. Principio nueve.


Imagen 11. Principio diez.


Imagen 12. Principio once.


Imagen 13. Principio doce.


Imagen 14. Principio trece.


Imagen 15. Principio catorce.


Imagen 16. Principio quince.


Imagen 17. Principio dieciséis.


Imagen 18. Principio diecisiete.


Imagen 19. Principio dieciocho.


Imagen 20. Principio diecinueve.


Imagen 21. Principio veinte.

Historias de mis mejores fracasos museográficos

Jorge Wagensberg

El éxito es un concepto positivo para la autoestima, pero no se aprende mucho de él. Con el error, en cambio, ocurre lo contrario: la autoestima se tambalea pero se aprende. El error es la herramienta fundamental del conocimiento racional, el conocimiento obtenido a golpe de método científico. Y lo mismo ocurre con lo que bien podríamos llamar el conocimiento natural, esto es, aquel que se acumula regulado por la selección natural. En la materia viva, los errores se acumulan a lo largo de la cuneta de la evolución. El error es un ingrediente central de la investigación científica. Cualquier ciudadano profesionalmente dedicado a la investigación científica sabe que la norma es equivocarse durante todo el día y, cuando deja de hacerlo, entonces publica un artículo o se hace digno del Premio Nobel. Mi vida científica ha tenido tres vertientes: la investigación y docencia universitaria dedicada a la física de sistemas complejos, la escritura de ensayos en libros, diarios y revistas, y los museos. Los errores no son precisamente un honor, pero tampoco son algo que deba avergonzarnos. En cuarenta años de actividad científica he acumulado una buena colección de sabrosos errores, una selección de los cuales me dispongo a confesar aquí.

La gran tentación de reescribir la historia

No sólo se equivocan las personas. También hay errores masivos o, si se quiere, grandes malentendidos que se instalan en la ciudadanía y que luego persisten por pura inercia o por pura tradición. La primera vez que visité el celebrado Air Space Musem de Whashington me llevé la impresión de que los grandes pioneros de la aviación tenían unos precursores indiscutibles, los hermanos Orville y Wilbur Wright. En este magnífico museo existe una réplica que persiste en el imaginario colectivo como el primer ingenio más pesado que logró remontar el vuelo y sostenerlo durante cierto tiempo. En los años 90 del pasado siglo usé esta información para una gran exposición sobre la historia del vuelo. Pues bien, hoy sé que el dato es falso y que yo contribuí a divulgarlo. La visita a aquel museo había grabado la historia a sangre y fuego en mi memoria y las enciclopedias de la época lo confirmaban sin asomo de duda. Los hermanos Wright fueron unos admirables reparadores de bicicletas que habían pasado a la historia por un logro legendario que la humanidad había soñado desde siempre mientras envidiaba a los pájaros. Pero su hazaña de volar con su artefacto, fechado el 17 de diciembre de 1903, no tuvo testigos, no fue consumada despegando realmente del suelo sino lanzándose cuesta a bajo por una ladera y, sobre todo, sólo fue reivindicado después de que el 12 de noviembre de 1906 el pionero francobrasileño Alberto Santos Dumont en París, en el campo de Bagatelle, y ante una multitud de testigos, despegara del suelo sin ningún tipo de ayuda externa. ¿Cómo reparar este monumental error? Los hermanos Wright fueron grandes pioneros y la historia de sus esfuerzos técnicos dignos de ser contados, pero deshacer el desaguisado para rescatar la verdadera historia de Santos Dumont tiene muchas facetas: histórica, técnica, humana, social, económica, política, cultural… Los museos tienen una gran tendencia a cantar la gloria del colectivo humano que ha construido, diseñado y concebido un museo. La moraleja es obvia, un buen museólogo no debe ceder ni un gramo de su método científico cuando concibe un museo. Un museo está dedicado a la creatividad humana, no tanto al gusto de los patrocinadores de un museo. Por delante de todo deben estar la objetividad, la inteligibilidad y la dialéctica con la evidencia experimental. Atención pues con los museos de arqueología o de historia. Que la gloria nacional no les nuble la vista.

El caso del pez grande que engulle un pez pequeño

En una ocasión cayó en mis manos un curiosísimo fósil en el que aparecía un pez que tenía otro a medio tragar. Inmediatamente me vino a la mente una máxima que siempre he aplicado en museología: si me emociono yo, hay una gran probabilidad de que se emocione también el visitante al museo. ¿No es impresionante que una escena de más de cien millones de años haya quedado atrapada para la posteridad? ¿Qué ocurrió unos segundos antes de que empezara el proceso de fosilización? ¿No es extraño que un episodio que dura tan poco tiempo haya quedado “fotografiado” para siempre”? Adquirí la pieza ilusionado, preparé una vitrina especial y me aposté con más ilusión aún, si cabe, para espiar la sorpresa y admiración de los visitantes. El resultado de aquella experiencia la guardo hoy en la memoria como mi más grande fracaso museográfico. En las dos horas que permanecí al acecho no se detuvo ni un solo ciudadano más allá de los diez segundos. ¿Qué había fallado? Detuve a un adolescente para averiguarlo. “¿De verdad no te interesa la pieza de esta vitrina?”, mi interlocutor le echó una mirada al pez, se encogió de hombros y soltó: “Pues no mucho la verdad, es un pez grande comiéndose a un pez chico y todo el mundo sabe que los peces grandes se comen a los peces pequeños”. Fue una gran lección, sí señor. La museografía no ayudaba en nada a apreciar el grado de verosimilitud de la escena que ofrecía el museo para su contemplación. El error me enseñó a no dejar nunca de lado el método científico, incluso cuando la actividad que tenemos entre manos no sea precisamente una investigación científica de vanguardia. Me di cuenta que no podía exigir comprensión del visitante si sólo le mostraba un caso. Comprender es la mínima expresión de lo máximo compartido. Por lo tanto, lo mínimo que se necesita para empezar es disponer de más de un caso. Con esta idea que procede directamente de la esencia del método científico di el paso siguiente: en la vitrina se podían ver ahora no uno sino hasta ocho ejemplos de peces grandes intentando devorar otros tantos peces pequeños. Segundo intento y segundo fracaso. Nadie se detenía emocionado delante de los restos de aquel antiquísimo asesinato múltiple. Entonces se me ocurrió añadir una pregunta a la escena a modo de recordatorio del método científico: ¿Crees que hay algo en común entre los ocho casos que puedes observar aquí? Un niño de nueve años levantó la mano como movida por un resorte: “¡Yo, yo lo sé! Los peces grandes son demasiado pequeños”. Todos los labios se entreabrieron, todas las miradas se pusieron a brillar de gozo intelectual y un murmullo recorrió la audiencia como una deflagración. Ahora se entendía toda la historia. Unos cuantos peces habían quedado confinados en un pequeño espacio, quizá una charca después de una tormenta. Al principio los más grandes se comen a los más pequeños, así que poco a poco los tamaños se van igualando hasta que se alcanza un límite en el que un pez grande demasiado pequeño intenta tragarse un pez pequeño que es demasiado grande. Consecuencia: el pequeño se atasca dentro del cuerpo del grande sin que éste consiga tragarlo, de modo que el depredador se atraganta y la presa se ahoga. Luego los dos mueren, se van al fondo y se inicia el proceso de fosilización. La museografía, por fin, funciona.

 

¿Y esto qué es?

Mientras preparaba la profunda reforma del Museo de la Ciencia de Barcelona, lo que a partir de 2004 se llamaría CosmoCaixa, organicé una expedición al Sahara marroquí. La intención era inspirarse para una gran exposición sobre el desierto en el museo. Durante una de las caminatas tropecé con lo que parecía una piedra. Pero era una pieza muy rara, rara estructura, rara forma, raro color… Lo más curioso de este avistamiento es que no era único, pero sí muy concentrado en el espacio. El área repleta de aquellas extrañas formas no superaba los cien metros cuadrados y los límites de este territorio eran nítidos. Las misteriosas formas desaparecían de repente en una frontera imaginaria. ¿Y esto qué era? Ni siquiera los geólogos del equipo tenían la menor idea. Se parecían a esas formaciones conocidas como “rosas del desierto”, pero estaba claro que tenían poco que ver. Me llevé unas muestras para hacerlas analizar. Quizá podrían incluirse algún día en alguna exposición. Dicho y hecho. Reuní toda la información y todas las opiniones disponibles, y con ellas compuse un texto para acompañar la bellísima y enigmática pieza. El texto intentaba no contradecir ninguno de los informes parciales, pero quizá justamente por ello resultaba vacío, banal, romo, poco estimulante. De todos modos decidí presentarlo a la audiencia, confiando sobre todo en la rareza y belleza de la pieza. La hipótesis de trabajo descansaba en la idea que la fuerza visual de la pieza bastaría para arrastrar al visitante hasta la lectura del texto, aunque éste no tuviera demasiado conocimiento que añadir. Ahora bien, tenía, como tienen la mayoría de los museógrafos y divulgadores científicos en general, la tendencia a destilar la mayor seguridad y brillantez posible. Es algo que siempre había pensado de una manera más o menos tácita: si en general un científico siempre está lleno de dudas, ¿cómo es posible que cuando divulga todo sean seguridades? En aquella ocasión, y arrastrado por esta inercia, no fui una excepción y reclamé del visitante admiración y sorpresa por un denominador común vacío e insulso de todo lo que había conseguido. El paso siguiente, como siempre, es esconderse para observar las consecuencias. Resultado: un nuevo fracaso. La museografía no conseguía capturar ni retener la atención y el interés del visitante. Tardé cierto tiempo en ponerme en la piel del visitante, en comprender y aún más en aplicar lo aprendido en el museo. Quizá sea el problema más extendido de los museos en general; dar la impresión de que todo lo que se ofrece al visitante es una verdad poco menos que indiscutible, no contar para nada con la mente del visitante, ni con su opinión, ni con su posible crítica. No hay espacio para que el visitante pueda decir: “sí, pero…”, quizá el menudillo lingüístico más frecuente durante una investigación científica. De repente caí en la cuenta que la actitud del museo comunicaba el siguiente mensaje: “gracias por venir, puedes pasar y disfrutar la ciencia, pero que conste que la ciencia ya está hecha, acabada, llegas un poco tarde para participar, lo siento pero no contamos contigo para nada, el discurso sólo tiene un sentido posible, el que parte del museo y se dirige hacia ti, asimila lo que puedas”… ¿Cómo se puede lanzar este castrante mensaje a un adolescente ilusionado por la ciencia? Entonces me acordé que ya me había enfrentado antes con esta cuestión y durante un tiempo busqué una pieza para que la ciencia confesara con ella su ignorancia e invitara al visitante a participar. En aquella ocasión no encontré nada que valiera la pena, pero ahora lo tenía delante. Era la gran ocasión. Mientras mi amiga Lynn Margulis se llevaba un pedazo de aquel material y se la ofrecía a uno de sus doctorandos para su estudio, el museo puso otro pedazo en exposición con el llamativo y provocativo rótulo:

¿Y ESTO QUÉ ES? ¡NO TENEMOS NI LA MENOR IDEA!

El resultado fue inmediato y espectacular. Los adolescentes frenaban en seco, ponían ojos como platos y empezaban a conversar entre sí. Ya están dentro, la ciencia cuenta con ellos. Hoy, después de una década de investigaciones y de dos expediciones al lugar del desierto donde se hizo el descubrimiento, ya sabemos lo que es y por qué es tan raro y singular en el espacio y en el tiempo. Ya está publicado y se le puede dedicar toda una exposición sólo a este tema. Última enseñanza: la mejor museografía procede directamente de la investigación científica y las mejores emociones para los visitantes son las mismas que mueven a los científicos a hacer ciencia. Pero eso ya es otra cuestión.


Sie haben die kostenlose Leseprobe beendet. Möchten Sie mehr lesen?