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MEMORIA, VERDAD Y JUSTICIA

Poner el cuerpo

Guadalupe Basualdo, Federico Ghelfi, Juan Cruz Goñi, Sol Hourcade, Florencia Mogni, Anabella Schoenle

Al declararse el aislamiento social, preventivo y obligatorio (ASPO), veinte juicios orales por delitos de lesa humanidad estaban en curso en todo el país. La puesta en suspenso de muchos aspectos de la vida, que atravesó al mundo, también los alcanzó.

Cuando el aislamiento se prolongó, el movimiento de víctimas, querellantes, organismos de derechos humanos y la Procuraduría de Crímenes contra la Humanidad (PCCH) nos reunimos para dar respuesta a la compleja pregunta de cómo asegurarles continuidad a los juicios para evitar que la pandemia se convirtiera en un obstáculo más entre los tantos que han impedido el avance de la justicia. Luego de esa discusión colectiva, concluimos que estos juicios debían retomarse y así lo solicitamos ante diversas instancias. Preocupades por la forma en que el aislamiento podría condicionar los juicios y, en particular, por las consecuencias que podría tener sobre la subjetividad de las víctimas, propusimos que se diseñara un protocolo específico de atención y acompañamiento.[1] También solicitamos que las audiencias fueran realmente públicas y se garantizara su difusión. Los debates orales se reanudaron de manera gradual en varios puntos del país con modalidades diversas para evitar contagios.

En este contexto, quisimos acercarnos a estos procesos desde la perspectiva de quienes les ponen el cuerpo. Por eso, para mantener una conversación sobre su experiencia, invitamos a tres personas víctimas del terrorismo de Estado que prestaron declaración testimonial en distintos debates orales y públicos en el contexto de la pandemia. Las convocamos porque su reflexividad y trayectorias militantes nos interpelaron.

María Julia Coria es hija de María Ester Donza y Roberto Julio Coria, militantes montoneros. El 19 de febrero de 1977, sus padres fueron secuestrades en Rafael Calzada, provincia de Buenos Aires, y llevades a “El Vesubio”. Julia tenía pocos meses y fue privada de crecer junto a elles. Declaró por primera vez en julio de este año, en “Vesubio III”, el tercer juicio por los crímenes cometidos en el centro clandestino de detención que funcionó entre 1976 y 1978 en Camino de Cintura y Autopista Riccheri, provincia de Buenos Aires. En ese centro operaron militares y penitenciarios y por allí pasaron más de cuatrocientas víctimas. En los juicios anteriores se condenó a once responsables; en el actual son juzgados ocho.

Orlando “Nano” Balbo, docente y educador popular, fue detenido ilegalmente el 24 de marzo de 1976, llevado a la delegación de la Policía Federal Argentina en Neuquén, lugar donde fue torturado, y luego fue puesto a disposición del Poder Ejecutivo Nacional. En 1978, logró exiliarse en Italia. El obispo Jaime de Nevares y Noemí Labrune lo acompañaron a declarar ante diferentes instancias. Su caso fue juzgado en los juicios por los delitos cometidos en el centro clandestino “La Escuelita”. Durante la pandemia, declaró por videoconferencia desde su casa en Neuquén como testigo de contexto en el juicio por los crímenes de la Triple A (Alianza Anticomunista Argentina) en el ámbito de la Universidad Nacional del Sur. En ese juicio se analizan las responsabilidades de cuatro imputados integrantes de ese grupo de tareas paraestatal, en crímenes de lesa humanidad cometidos en 1974 y 1975 en Bahía Blanca, provincia de Buenos Aires.

Raquel Robles Pasatir es hija de Flora Celia Pasatir y Gastón Robles, quienes fueron secuestrades el 5 de abril de 1976 en su casa, durante un gran operativo militar. Ella y une de sus hermanes, Mariano, que entonces tenían 5 y 3 años, estaban presentes y nunca volvieron a verles. Según supieron varios años después por testimonios, Flora estaba embarazada. Raquel declaró en julio en la megacausa de Campo de Mayo, donde se juzga a veintidós responsables por centenares de casos de secuestros, torturas, homicidios y apropiación de niñes, cometidos en centros de detención que funcionaron en esa guarnición del ejército en la provincia de Buenos Aires entre 1976 y 1978 (El Campito, el Hospital Militar, la Cárcel de los Encausados y Las Casitas).

Declarar en pandemia

La pandemia nos enfrentó a uno de los factores más importantes que condicionan el proceso de justicia: el paso del tiempo. ¿Cuánto había que esperar para reanudar los juicios? ¿Cómo y cuándo? ¿Qué piensan las víctimas? ¿Cómo preservar los efectos simbólicos, reparatorios, políticos de los juicios?

La incertidumbre que impuso el coronavirus intensificó el sentido de urgencia ya presente entre las víctimas. El paso del tiempo apremia. “Al no haber vida, queda un proceso inconcluso”, señala Orlando al recordar que muches testigues importantes del último juicio en el que declaró fallecieron. La etapa de instrucción de la causa que investiga la desaparición de los padres de Raquel duró quince años. Su hermana Ana, también testiga, falleció en 2017. Dos días antes de declarar, durante la pandemia, Raquel exigió en sus redes: “Mi hermana Ana no llegó a este juicio. Se murió antes. ¿Será justicia un juicio en el que ella no va a estar para hablar de mi mamá? 44 años después no es justicia. 44 años después es impunidad. #DóndeEstánFloraYGastón”.

¿Qué hubiera pasado si los juicios en curso se detenían por completo hasta que los indescifrables “tiempos del covid” dictaran lo contrario? “Nosotros tenemos mucha urgencia. Más tiempo es más chance de que no ocurra el juicio… Y pasó demasiado tiempo”, evalúa Julia sobre el camino que condujo a reanudar las audiencias del juicio “Vesubio III” mediante plataformas de videollamadas. No poder testimoniar “en vivo” y no poder ver a los imputados “de frente” fueron algunos de los factores que se convirtieron en puntos de impotencia en la experiencia de Julia cuando aceptó declarar desde su casa. Era la primera vez que iba a declarar en la justicia, se había preparado muchísimo, tenía grandes expectativas y tanto para decir. “La declaración iba a ser mi intervención en el escenario de la construcción de memoria y eventualmente de justicia y quería hacerlo bien”, recuerda ahora.

En los primeros días de septiembre Orlando declaró como testigo de contexto, desde su casa en Neuquén, en un juicio que tiene lugar en Bahía Blanca. La experiencia fue muy distinta a la de sus testimonios anteriores, que dio tanto ante tribunales militares como ante tribunales civiles. El fiscal de la causa se trasladó hasta su departamento, que declaró como “territorio judicial”, y Orlando dio su testimonio frente a una computadora. “Al hacerlo desde mi casa, con un fiscal que me hacía de oreja y escribía en una computadora, que tenía que estar a dos metros por protocolo por el virus, con letras grandes… en definitiva una muy buena predisposición del fiscal”. En ocasiones pasadas, el sistema y los jueces habían desconocido que Orlando perdió la audición como consecuencia de la tortura y no tomaron medidas para garantizar una mejor comunicación. Nos contó lo que pasó cuando declaró en una sala de audiencias: “Como sordo, busco al que habla porque es instintivo buscar de dónde proviene el sonido. Cada vez que lo hacía el presidente del Tribunal me llamaba al orden; yo no podía mirar sino a él. Cuando le decía que era un tic, instintivo, ‘bueno, trate de controlarlo’. No lo podía controlar. Con el julepe que tenía de estar declarando ahí. Y encima en esas circunstancias… bueno, me comí unos cuantos retos”.

Al evaluar la experiencia de declarar desde su casa, Julia revisa la bronca inicial por no poder estar en la sala de audiencias: “Me sentí como si fuera en mi ley. En mi cama, en el punto de la casa donde hay internet. Arriba, mis hijos con mi marido, y yo sabía que si mandaba un mensaje, me ayudaban con un vaso de agua. También tenía acá mis fotos, mi cuaderno”. Cuenta que declaró rodeada de su liturgia, con sus rituales y “con mi familia del otro lado de la puerta”. También recuerda que sus “amigas de estas causas” que viven en Holanda “estaban en el Zoom conmigo”. Concluye que, de una forma u otra, la sala de audiencia del tribunal se convirtió en territorio personal.

Habitar el espacio testimonial

Mis amigas ponen el cuerpo. Yo pongo el cuerpo. Porque a ellxs les sacaron el cuerpo. Y es lo único que tenemos para decir lo que queremos, lo que ellxs no pueden decir.[2]

Raquel Robles Pasatir

El espacio de la declaración no está libre de conflictos: los testimonios estuvieron condicionados, en mayor o menor medida, por la interacción con el tribunal y las partes y por sus expectativas sobre cómo debe comportarse el “testigo ideal”. Sin embargo, elles habitaron el espacio testimonial dándole su impronta.

“Yo trataba de recordar todo lo que había visto porque algún día a alguien se lo tenía que contar. Y ese alguien tenía que ser una institución jerarquizada del Estado. Esa institución era la justicia”. En la mirada de Orlando Balbo, el testimonio es un legado, que coloca al testigo en el rol de “hacedor” de la memoria. “Para mí, la memoria es el pasado que viene a interpelar el presente para construir futuro. Si ese mecanismo no se da, no hay memoria. Entonces, nosotros traemos el pasado para interpelar el presente”, agregó.

Raquel Robles Pasatir utilizó el espacio testimonial para interpelar al sistema de administración de justicia. Crítica con la actitud de los jueces que, en su opinión, esperan muestras de gratitud de parte de les testigues, Raquel relata que su testimonio tuvo dos partes. En la primera, “respondí a todas las preguntas, repasé mi vida y mi infancia”. También cuestionó la demora de la justicia: “Esto me llena de rabia infinita porque ha pasado mucho tiempo, cuarenta y cuatro años de los hechos y treinta y siete de democracia. Todo lo que hagamos a partir de ahora es a personas que ya vivieron su vida completa”. En la segunda, luego de las constantes interrupciones del presidente del tribunal, Raquel se quitó la ropa y exhibió en su cuerpo los nombres escritos de les quinientes desaparecides de Campo de Mayo. Interpeló al tribunal: “¿Por qué sigo preguntando lo mismo después de todos estos años? ¿Dónde está mi mamá? ¿Dónde está mi papá? Estoy en pelotas frente a la justicia”.

 

Para María Julia Coria, el testimonio se inscribe en el marco más general de las estrategias de construcción de sentido frente al “universo del silencio” fundado por los represores: “Para mí, dar mi palabra es lo que yo sé hacer. Es como si hubiera que dibujarlo y yo fuera pintora. ¿Entendés? Entonces, para mí fue muy reparador”. En su relato aparece otra dimensión del testimonio en tanto acto de reparación y de reconstrucción de identidad. Su modo de habitarlo le permite anudar su historia personal a la de su madre y su padre desaparecides y nos muestra la singularidad de la ausencia que vive la generación de les hijes.

Tanto Julia como Orlando coincidieron en que el trabajo de les testigues demanda una preparación en la que la relación de la o el testimoniante con la palabra juega un rol clave. Julia: “Bueno, me levanté todas las noches los días previos y escribí, escribí, escribí una especie de alegato, o lo que sea, en el cual no me imaginé que nadie me iba a preguntar nada, como de hecho ocurrió, no me pregunté qué le interesaba al juzgado de mí, qué esperaba que dijera, qué era necesario que yo aportara, sino que armé lo que para mí era importante decir en esa instancia, con toda la lógica y la racionalidad de la que fui capaz y con toda la… no sé cómo decirlo… Hubo un intento en mí de hacer que ese testimonio fuera movilizante”. Orlando: “Posiblemente mi situación de docente me ayudó a esto de poder transmitir mi testimonio, aquello de que yo había sido testigo pero cambiando algunas estrategias, dependiendo del interlocutor al cual declaraba… Siento que, sin cambiar lo sustantivo del testimonio, se cambiaba la manera de contar”. Raquel subvirtió lo que se esperaba de ella como testiga: puso su cuerpo frente a la cámara como forma de protesta y, con los quinientos nombres en su piel, lo declaró territorio de memoria.

Tanto Raquel como Orlando se refirieron a los efectos sobre la subjetividad que produce prestar testimonio. Así, Raquel relató: “Me llena de rabia y dolor… que tengan que ser los ex detenidos y detenidas los que tengan que volver a dar testimonio, como si fuera gratis, como si una se pusiera en automático, como en tercera persona. […] No es gratis. Y no hay psicólogos o psicólogas de la Secretaría de Derechos Humanos que te puedan dar una mano y acompañar tantas veces, una y otra vez. ¿Por qué? ¿Por qué los exdetenidos y los familiares tenemos que sostener las causas de lesa humanidad como si el Estado no tuviera el aparato para investigar?”. Orlando: “Creo que aunque uno se prepare para testimoniar… otra cosa es entrar en este escenario donde la justicia sigue construyendo un clima de menos valía hacia el testigo. Cuando uno está afuera comprende que sin testigos no hay juicios, pero el aparato judicial, en la liturgia que desarrolla, en todo el ritual, lo pone al testigo en una situación de menor valía y no es fácil llevarla adelante”.

Crear sentidos a través de la palabra

Bueno, ¿cómo empiezo?… Me llamo María, por las Marías de mi familia, María Ester mi madre; Julia, como mi padre Roberto Julio por Julio Troxler, su tío. Así arranqué y terminé con un párrafo de una novela que habla sobre la construcción de la verdad.

María Julia Coria

La estrecha relación que les tres tienen con la palabra, ligada a sus trayectorias como docentes y escritores, atravesó toda la conversación. El habla, la escritura, la escucha, les lectores, el silencio se fueron hilando como elementos para pensar aspectos específicos de sus experiencias.

“Mis padres no solo eran el último orejón del tarro en la organización, sino que además nunca nadie los había visto. Entonces, para mí la instancia del juicio era ‘bueno, hay alguien para poner palabras por ellos dos’. También se inició una secuencia en la cual otra gente los nombró. Para mí, siempre se trató de ponerle contenido, a esto hay que ponerle palabra”, dice Julia a modo de reconstrucción del recorrido que la llevó a testimoniar. Esta experiencia pone el foco en la reconstrucción de su historia y el valor reparatorio que tiene al ser expuesta en público ante un tribunal: “El juicio habilita otras cosas y es parte de lo que hizo que fuera tan significativo para mí. Raquel decía que para algunos fue una oportunidad, para mí claramente lo fue. […] Antes que yo, declaró Nelson Flores, que fue quien hace cinco años vino y me dijo ‘Julia, yo presencié el secuestro de tus viejos, fue así’. Y fue raro porque, mientras Nelson declaraba, todos mis amigos, de todos lados, estaban mirándolo y se armó un chat entre ellos, donde yo estaba, y comentaban ‘no se puede creer todos los datos que está dando; la jueza está con la mandíbula en el piso…’, y yo en ese momento dije ‘bueno, a lo mejor todo lo que tengo para decir no tiene ninguna relevancia jurídica’. La verdad, no me lo pregunté, no lo sé, yo quise hacer una reconstrucción que tuviera un valor. Ahora, retrospectivamente, creo que es cuasi exclusivamente simbólico. Pero al que yo también le doy un valor, en el sentido de lo que decía Orlando […] ese valor, aunque sea simbólico, a mí me sirve, por decirlo de algún modo. Le encuentro mucho sentido”.

La palabra de les testimoniantes se resignifica en la escucha. En la experiencia de Orlando este aspecto tiene una relevancia muy específica: “La palabra más importante que hay en todos los juicios, que me reconfortó hasta por el énfasis con el cual se dijo, fue después de toda la liturgia del juramento, y todas esas cosas que preguntan los jueces… te dice ‘Ahora, señor Balbo, lo escuchamos’. Ese ‘lo escuchamos’ fue para mí la palabra más importante que escuché. […] Después, si me retaban o no me retaban importaba poco. Pero en ‘lo escuchamos’ yo sentí que me escuchaban, que no había guardado en mi memoria al cuete tantos hechos dolorosos. Después, qué hicieron con lo que yo dije, con lo que escucharon, es un problema de ellos, pero por lo menos me escucharon”.

Tensionar los límites de la justicia

La mirada de Raquel Robles Pasatir puso en cuestión los alcances del proceso penal frente a la magnitud de los daños que atraviesan las vidas de las víctimas y el conjunto de la sociedad: “Son juicios bastante testimoniales y simbólicos, lo cual no es menor. Es pobre pero no es menor, es decir, tiene un efecto que no tiene ningún otro discurso […] ni sociológico, ni antropológico, ni filosófico, ni literario, ni político-retórico. Frente a lo que se supone que es la justicia es poco, en comparación a lo que se supone que es su cometido: sancionar a los responsables. El cometido de la justicia no parece ser sociológico, o en todo caso lo sería como efecto colateral. El cometido de la justicia debería ser sancionar a los responsables. Eso sucede tan pobremente que me animo a decir que casi no sucede”.

Orlando dialogó con esta lectura de Raquel: “Yo no tenía mucha expectativa en las condenas porque siempre comprendí que la ley es un intento de reglamentar la justicia […] pero que, además, depende de una relación de fuerzas. Y el hecho de haber llevado a cierta gente y haberla sentado en el banquillo de los acusados… creo que eso es lo más importante. Todo el aprendizaje que hizo un sector de la sociedad acerca de lo que había pasado. Ya no era una charla en un bar; ya eran relatos certificados por la justicia que decían que acá había habido un genocidio. Después, con respecto a las condenas… sí, falta mucho por recorrer en lo que tiene que ver con la valoración de los testigos, de la prueba”.

Los límites del proceso de justicia están a la vista cuando analizamos el avance en la investigación de las responsabilidades de civiles: funcionarios públicos, jueces, agentes de inteligencia, empresarios, integrantes de la Iglesia católica. Orlando: “Acá faltó la otra etapa, que era llegar a reconocer [que] hubo participación activa de todos los partidos políticos, con intendentes, gobernadores. Había un grado de complicidad… A los juicios les quedó afuera, por falta de vida, como decíamos, detectar la responsabilidad de tipos que vemos ahora en las listas de servicios y formaban parte del aparato represivo. Nos faltó eso. Creo que en Bahía Blanca ahora se está juzgando a un juez. Uno. Yo cuando fui detenido y torturado… presenté un recurso de hábeas corpus… El recurso nunca llegó a los jueces… Miren cómo funcionaba la justicia. A nadie se le ocurrió que se garantizara ese mecanismo de defensa”.

Raquel volvió sobre esto, con bronca: “El Estado también secuestró a esos niños y niñas en muchos hogares para huérfanos del menor y la familia. Esa información existe, está digitalizada y a nadie le importa. También tenemos los informes de las psicólogas y asistentes sociales que deberían ser llamadas a declarar. No solamente los militares custodiaban niños y niñas; esa gente recibió niños en mitad de la noche. Por ejemplo, niños que fueron secuestrados, cuyos padres fueron secuestrados en San Telmo, a ellos los llevan a una comisaría, luego a un hogar (creo que el de Moreno), y la psicóloga informa que ‘la niña fabula, inventa una ciencia ficción, no puede aceptar que fue abandonada por su mamá y papá’. Los adultos que estaban a cargo de ella… [decían] ‘lo que te pasó no te pasó’, equivalente a cuando sucede un abuso sexual. Imaginemos ese impacto”.

Además, Raquel insistió en interpelar al Poder Judicial por el modo en que realiza las investigaciones. La justicia demora mucho y alcanza a unos pocos responsables. Nos contaba: “En Campo de Mayo se está juzgando a veintidós personas. Y en el caso de mi mamá y papá, a seis. Es irrisorio, para mí es una afrenta. Entonces, lo que yo intenté en mi declaración… (lo hice igual, pero con el obstáculo del presidente del tribunal…), intenté mostrar que hay una tercera forma de llamar a indagatoria, aunque sea testimonial, que es pensar en la estructura del Estado […]. Esto me llena de rabia infinita porque ha pasado mucho tiempo, cuarenta y cuatro años de los hechos y treinta y siete de democracia”.

Raquel propone llamar al Estado a indagatoria. Sostiene que no se ha hecho lo suficiente y que la reconstrucción de la verdad sigue recayendo en les sobrevivientes: “En las pocas audiencias que estuve… siempre vi una sensación de gratitud por la posibilidad de declarar… y de poner a la testiga en el lugar de indagada, lo que para mí representó una violencia enorme. Testigas teniendo que dar cuenta de sus investigaciones, casi disculpándose por no haberlo hecho lo suficientemente bien, por no recordar suficientemente bien nombres de testigos, no de testigos llamados a testimoniar, sino de sus investigaciones, en las que habían recabado otros nombres, otros posibles testimoniantes… Que el Estado, en vez de dar respuestas, pregunte. Y pregunte a las víctimas y sean ellas quienes tienen que saber cosas”.

Julia coincide con Raquel: “Los viejos [los represores] no están aportando nada, todo lo estamos haciendo nosotros. Digo, a los fines de verdad, no de justicia. En todo caso, aportan confusión, o ni siquiera. Pero todo lo que sabemos y reconstruimos es artesanal, trabajoso, cruzado por el azar, que se lleva esfuerzo y horas de energía”.

Pensar el futuro de los juicios

Yo estoy convencido, así como decía Freire, de que los hombres no somos, los hombres estamos siendo, el mundo no es, el mundo está siendo, la justicia no es, la justicia está siendo. Ese es el desafío que tenemos. Esa es la posibilidad de que este mundo pueda llegar a ser otra cosa.

Orlando “ Nano” Balbo

El intercambio de miradas que emerge de la conversación pone de manifiesto que el testimonio, lejos de tener un sentido unívoco, es significado una y otra vez de un modo singular por cada une. A su vez, la forma en que cada víctima habita el espacio testimonial supone una determinada manera tanto de involucrar el cuerpo como de crear, movilizar y disputar sentidos y, muy a menudo, enfrenta a la justicia con aquello que la excede como institución.

Pensar la justicia en presente continuo y en permanente construcción, como propone Orlando, nos ofrece oportunidades únicas para seguir procesando el pasado y obtener más verdad. Una verdad que nos permita resignificar el sufrimiento y reparar a las víctimas y a toda la sociedad, condición indispensable para construir un futuro mejor.

 

Contrariamente al lugar común que asume que el proceso de juzgamiento de delitos de lesa humanidad es un asunto saldado, nuestres entrevistades colocan a los juicios como un territorio en disputa. Sus experiencias destacan el lugar de las víctimas y familiares como sujetos políticos centrales que, mediante distintas estrategias, han construido y sostenido estos procesos. También nos muestran cómo les testigues-víctimas, con sus intervenciones, resignifican y tensionan el escenario judicial corriendo constantemente los límites de lo posible.

[1] Finalmente, el Centro de Asistencia a Víctimas de Violaciones de Derechos Humanos “Dr. Fernando Ulloa” adecuó su actuación de acompañamiento a víctimas en el contexto específico de la pandemia.

[2] Tuit de Raquel Robles Pasatir publicado el día de su declaración testimonial, parte de un hilo de tuits en los que compartió fotos de su cuerpo con los nombres de les desaparecides de Campo de Mayo inscriptos en él y fotos de amigues con la inscripción en sus cuerpos “¿Dónde están Flora y Gastón?”.