Reflexiones para una epistemología del saber pedagógico

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Reflexiones para una epistemología del saber pedagógico
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ISSN: 2382-3720

ISBN 978-958-5400-57-3

Primera edición: Bogotá D. C., agosto de 2016

© Derechos reservados, Universidad de La Salle

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Queda prohibida la reproducción total o parcial de este libro por cualquier procedimiento, conforme a lo dispuesto por la ley.

Contenido

Georges Canguilhem: entre una historia de las ciencias y el problema filosófico de la verdad y la vida

Cruz Elena Espinal Pérez

La formación como tarea institucional. La universidad en diálogo con sus tradiciones y generaciones

Hermano Fabio Humberto Coronado Padilla, Fsc.

Aproximación al concepto de desarrollo y educación desde los enunciados de los Planes Nacionales de Desarrollo: periodo 1998-2014

Adriana Patricia López Velásquez

De la sumisión del discurso en la universidad a sus posibilidades: una mirada desde la pedagogía

Beatriz H. Amador Lesmes

Desafíos a la formación profesional en ciencias sociales desde las problemáticas sociales coyunturales

Claudia Patricia Roa Mendoza

El bilingüismo en el contexto colombiano

Javier Alexis Junca Vargas

La coherencia entre el discurso y la práctica pedagógica: ¿cómo se está construyendo el saber pedagógico?

Mónica Castañeda-Torres

Contra la enseñanza

Frank Leonardo Ramos Baquero

Georges Canguilhem: entre una historia de las ciencias y el problema filosófico de la verdad y la vida

Cruz Elena Espinal Pérez*

Introducción

Este artículo presenta una corta reflexión sobre la obra de Georges Canguilhem (1904-1995), filósofo y médico francés, en relación con sus concepciones acerca del conocimiento y la filosofía de las ciencias, así como el vínculo entre la filosofía, la verdad y la vida.

La vida: la experiencia y la ciencia

En el escrito de Foucault titulado La vida: la experiencia y la ciencia (2007), el autor reconoce la importancia histórica del trabajo de historia de las ciencias de Georges Canguilhem. Desde esta perspectiva, los efectos de la investigación de Canguilhem fueron evidentes en los debates de marxistas en Francia, en la sociología de Bourdieu, Castel y Passeron, en el psicoanálisis lacaniano y en sus alumnos relacionados con el movimiento de 1968. La otra línea fue más teórica y alejada de problemas políticos, no obstante, sus representantes tomaron partido durante las guerras de las primeras décadas del siglo XX, especialmente en las de Indochina y Argelia, y en los sesenta desempeñaron una función importante en la crisis del saber y, por consiguiente, de la universidad. El Mayo del 68 francés constituye en la máxima expresión de la crítica al estatus académico y científico, a la forma autoritaria del saber y la enseñanza, así como a la racionalidad económica del capitalismo, con el modelo de vida consumista que se había extendido en Europa.

En este sentido, para Foucault (2007), Canguilhem hace parte de una línea divisoria que evidencia diversas posiciones respecto al conocimiento y la filosofía.

Se trata de una línea que separa una filosofía de la experiencia, el sentido y el sujeto, de una filosofía del saber, la racionalidad y el concepto. Por un lado, una filiación que es la de Sartre y Merleau-Ponty; por el otro, la de Cavaillès, Bachelard, Koyré y Canguilhem. (p. 42)

Para Foucault (2007), la pregunta por el estatus del saber está profundamente ligada al presente, esta le otorga un realce filosófico a la historia de la ciencia. En el siglo XVIII, primero Mendelssohn y luego Kant, buscaron responder ¿qué es la Ilustración? —Was is Aufklärung?—, por primera vez se interrogó sobre la naturaleza del pensamiento racional, su historia y actualidad. La Ilustración fue el momento en el que la filosofía pudo verse como la configuración de un periodo en el que esta surgía —coherente, sistemática y reflexiva— y la época se mostraba en sus rasgos esenciales como la emergencia de su esencia. Surgieron dos visiones, la filosofía como elemento revelador de significados de una época o, al contrario, como la permanencia de una ley general que se fija según la época.

De pronto, la cuestión del ‘presente’ se vuelve una interrogación de la cual la filosofía no puede separarse: ¿en qué medida este ‘presente’ depende de un proceso histórico general y en qué medida la filosofía es el punto en que la historia misma debe descifrarse a partir de sus condiciones? (Foucault, 2007, 44)

Entonces, la historia se convirtió en uno de los problemas más importantes de la filosofía. La cuestión de la Aufklärung tuvo destinos diferentes. En Alemania tomó la forma de una reflexión histórica y política sobre la sociedad, en particular, trabajó la experiencia religiosa en su relación con la economía y el Estado (de los poshegelianos a la Escuela de Frankfurt, y Luckács, Feuerbach, Marx, Nietzsche y Weber). En Francia, fue la historia de la ciencia la que centró la cuestión filosófica de la Ilustración, Saint-Simon y el positivismo de Comte retomaron la cuestión de la Aufklärung en el nivel de la historia de la sociedad a través de debates sobre el cientificismo y las discusiones sobre la ciencia medieval, hasta la difusión de la fenomenología con Husserl. La historia de la ciencia se ocupó de cuestiones filosóficas, obras como las de Koyré, Bacherlard, Cavaillès o Canguilhem ubicaron la cuestión de la Aufklärung como esencial para la filosofía contemporánea. Igualmente, en Alemania la misma cuestión se presentó diferente en estilo, prácticas y campos, con la Escuela de Frankfurt.

La Ilustración, como centro de preocupaciones contemporáneas, se debe a procesos que marcaron la segunda mitad del siglo XX: 1. La relevancia de la racionalidad científica y técnica en el desarrollo de las fuerzas productivas y en las decisiones políticas; 2. La historia de una “revolución” alimentada por un racionalismo desde finales del siglo XVIII, y cuyo fracaso derivó en efectos despóticos; 3. La pregunta en Occidente y a Occidente por los derechos de su racionalidad para reclamar validez universal. En el siglo XX la Aufklärung retornó para Occidente como una manera de tomar conciencia de sus posibilidades y libertades, pero también como interrogación sobre sus límites y los poderes usados: la razón como despotismo y como iluminismo.

Ahora bien, la forma en que Canguilhem se planteó la historia de la ciencia y de la medicina sigue ocupando en Francia un lugar importante en los debates. Por mucho tiempo la historia de la ciencia no solo se ocupó de las disciplinas con un alto grado de formalización y reconocimiento en la jerarquía positivista de la ciencia, también esquivó la relación con la filosofía. Y, para Foucault (2007), Canguilhem abordó precisamente esta cuestión

hizo descender la historia de las ciencias desde la altura (matemática, astronomía, mecánica galileana, física de Newton, teoría de la relatividad) hasta regiones donde el conocimiento es mucho menos deductivo, regiones que han estado ligadas por mucho más tiempo al prestigio de la imaginación y que plantean una serie de cuestiones extrañas a los hábitos filosóficos. (p. 47)

Según Foucault (2007), Canguilhem reformuló la disciplina a partir de ciertos problemas fundamentales, mencionados a continuación.

1. Retomó el tema de la discontinuidad, elaborado por Koyré y Bachelard, no como postulado o principio, sino como “práctica” o procedimiento de la historia de las ciencias. Esta historia no es la de la verdad, tampoco la de las ideas ni de las condiciones en que surgen, la especificidad consiste en ser

la historia de los ‘discursos de verdad’, es decir, de discursos que se rectifican, se corrigen, y que ejercen sobre sí mismos todo un trabajo de elaboración orientado por la tarea de ‘decir la verdad’. […] El error no queda eliminado por medio de la fuerza silenciosa de una verdad que progresivamente va emergiendo de las sombras, sino por medio de la formación de un nuevo modo de ‘decir la verdad’. (Foucault, 2007, p. 49)

Lo que está en juego es la discontinuidad que históricamente indica remodelamientos, revisiones, alteraciones, nuevos fundamentos, cambios de escala y objetos.

2. La historia del discurso de la verdad implica un método recurrente, es decir, las continuas transformaciones de este discurso producen repetidamente modificaciones en su propia historia, de ahí la historia de las discontinuidades. Según Foucault (2007), Canguilhem no filtra el pasado con teorías válidas actualmente, al contrario, como epistemólogo hace aparecer “una evolución ordenada latente” de episodios de conocimientos científicos, es decir,

 

que en cada momento están funcionando procesos de eliminación y selección de enunciados, teorías y objetos en función de cierta norma que no puede identificarse con una estructura teórica o con un paradigma actual, porque la verdad científica de hoy solo es un episodio, a lo sumo provisorio. (Foucault, 2007, p. 51)

Tampoco se apoya en una “ciencia normal”, más bien reconoce el proceso “normalizado” del cual el momento actual es solo un momento que no deja ver el futuro. Es una búsqueda de normatividad interna de la manera en que se constituyen históricamente las actividades científicas y no la simple reproducción de los esquemas internos de una ciencia en un determinado momento. Por esto, en Canguilhem, la relación intrínseca entre el análisis “discontinuo” y la explicación de las relaciones entre ciencia y epistemología.

3. Canguilhem, a partir de la perspectiva histórico-epistemológica, describe los rasgos esenciales de las ciencias de la vida y evidencia problemas para los historiadores. A finales del siglo XVIII, se concibió un elemento común entre una fisiología que estudia fenómenos de la vida y una patología que analiza enfermedades. De Bichat a Claude Bernard, del estudio de la fiebre a la patología de la locura, se comprendieron los fenómenos mórbidos a partir de procesos normales: una patología sobre un fondo de normalidad —el organismo sano—. Luego el conocimiento de la vida se alejó del dominio físico-químico y se desarrolló interrogando fenómenos patológicos, a pesar de que esta había constituido su objeto por el conocimiento de los mecanismos físico-químicos de la enfermedad, la muerte, la monstruosidad, la anomalía y el error. Por una parte, la paradoja de las ciencias de la vida, su proceso de constitución emergió del conocimiento de procesos físico-químicos (química celular y molecular), pero, por otra parte, su desarrollo se relacionó en el problema de la especificidad de la enfermedad y el lugar entre los seres naturales. En la historia de la biología, el problema de la enfermedad es un indicador de dos tipos: como indicador teórico de problemas a resolver y como indicador crítico de reducciones que es necesario evitar, en términos de Foucault (2007), un imperativo más que un método, una moral más que una teoría.

4. Las ciencias de la vida exigen un modo particular de hacer historia, lo que en Canguilhem se plantea como la cuestión filosófica del conocimiento, pues “quiere descubrir lo que, de ese conocimiento, corresponde al concepto en la vida. Es decir, el concepto como uno de los modos por medio del cual un ser vivo extrae información de su medio e, inversamente, lo estructura” (Foucault, 2007, p. 55). El hombre vive en un mundo conceptualmente construido, de ahí que para Canguilhem formar conceptos no significa desviarse de la vida o inmovilizarla, sino vivir de una manera determinada. Se trata de una forma de manifestar un tipo muy particular de información, igual que sucede con otros seres vivos que informan sobre su medio y se informan a partir de este. Según Foucault (2007), esta es la razón del interés de Canguilhem —Lo normal y lo patológico (fechas de publicación 1943, 1963-1966)— por las relaciones entre: las ciencias de la vida, la cuestión de lo normal y lo patológico, y las recientes nociones de la biología tomadas de la teoría de la información: códigos, mensajes, etc.; en suma, por el problema de la especificidad de la vida que incluye problemas que parecían específicos de las formas más desarrolladas de la evolución.

Para Canguilhem, el núcleo de estos problemas —sobre la especificidad de la vida— es el “error” en la base de la vida

los juegos de codificación y descodificación le dejan lugar al azar que, antes que ser enfermedad, déficit o monstruosidad, es una perturbación en el sistema informativo, una ‘omisión’. En última instancia, la vida es aquello que es capaz de error, de allí su carácter radical. (Foucault, 2007, p. 55)

Es decir, la anomalía atraviesa la biología dando cuenta de mutaciones y procesos evolutivos que induce. Por esta razón el hombre es un ser vivo que no halla su lugar, está condenado a “errar” y a “equivocarse”, “Y si se admite que el concepto es la respuesta que la vida le da al azar, debemos convenir que el error es la raíz del pensamiento humano y de su historia” (Foucault, 2007, p. 56). La historia de la ciencia es discontinua porque el error es una dimensión propia de la vida de los hombres, el azar permanentemente se despliega en la historia de la vida y el devenir de los hombres. El error es una noción que le permite a Canguilhem elaborar la historia de la biología, y marcar la relación entre la vida y el conocimiento de la vida, siguiendo la presencia del valor y de la norma (Le Blanc, 2004).

Foucault se refiere a Canguilhem como un filósofo del error, a través de esta noción se plantean problemas filosóficos como la verdad y la vida, y se constituye uno de los acontecimientos fundamentales en la historia de la filosofía moderna. Foucault reconoce que la obra de Canguilhem, en Francia, fue decisiva para repensar la cuestión del sujeto. Mientras la fenomenología —Merleau Ponty— introdujo el análisis del cuerpo, la sexualidad, la muerte, el mundo percibido; en síntesis, una filosofía del sentido, el sujeto y lo vivido en la que el cogito siguió siendo central, Canguilhem “opuso una filosofía del error, el concepto y lo vivo, como otro modo de aproximarse a la noción de la vida” (Foucault, 2007, p. 57).

El problema filosófico de la verdad y la vida

Canguilhem insiste en que se ha inspirado en Gaston Bachelard para realizar el enlace entre la epistemología y la historiografía científica. En Ideología y racionalidad en las ciencias de la vida, siguiendo a Bachelard, Canguilhem (2005) plantea

La veridicidad o el decir-lo-verdadero de la ciencia no consiste en la reproducción fiel de alguna verdad inscripta desde siempre en las cosas o en el intelecto. Lo verdadero es lo dicho del decir científico. ¿En qué reconocerlo? En que jamás es dicho, primeramente. Una ciencia es un discurso gobernado por su rectificación crítica. Si este discurso tiene una historia cuyo curso el historiador debe reconstruir, es porque tal discurso es una historia cuyo sentido el epistemólogo debe reactivar. (p. 28)

Gaston Bachelard fue el primero en reconocer la importancia de la historicidad en la filosofía de las ciencias, dilucidó que el sistema articulado de las prácticas científicas y la producción de conceptos corresponde a un conjunto de relaciones históricamente determinadas. Si toda ciencia según el momento histórico produce sus propias normas de verdad implica invalidar la categoría absoluta de verdad. De esta manera, Bachelard realiza una ruptura importante: haciendo evidente la historicidad del objeto epistemológico impone una nueva concepción de las ciencias. Como afirma Dominique Lecourt (1970) “la epistemología de Gastón Bacherlard era histórica; la historia de las ciencias de Georges Canguilhem es epistemológica. Dos maneras de enunciar la unidad revolucionaria que ambos instituyen entre epistemología e Historia de las ciencias” (p. XI). En La connaissance de la vie, Canguilhem trabajó sobre el problema epistemológico de la experimentación en biología, lo que subyace a este proceder es el aspecto polémico de la historia de esa ciencia. De ahí que el objeto de una historia de las ciencias es la historicidad de un proyecto de saber, de la normatividad que funciona en su génesis y de los juicios de valor que involucra. Dicha historia se articula con la epistemología, en cuanto hace referencia a un discurso normativo y crítico que moviliza referencia a la verdad de conocimiento.

La historia de la ciencia, que propone Canguilhem, comporta una capacidad crítica epistemológica que da cuenta de los fracasos y de los éxitos. Entonces, este tipo de historia no puede ser una “historia-crónica” o una “historia-contingencia” que relata los “azares” y enfatiza en la lógica de lo verdadero y lo falso y niega el paso histórico del no saber al saber; más bien sin importarle el “precursor”, esta rescata la dimensión histórica de ese saber. Lo que implica reconocer que cada ciencia tiene su propio ritmo, procede por reorganizaciones, rupturas y transformaciones inscriptas en un “marco cultural” (conjunto de relaciones y de valores ideológicos). En este sentido, es posible situar en un mismo punto acontecimientos significativos o insignificantes, pues ambos según un desarrollo discursivo están en relaciones de dependencia con comienzos conceptuales homogéneos. Una trama teórica puede generar hilos nuevos, pero también ser sacados de texturas antiguas, como señala Canguilhem, las revoluciones copernicanas y galileanas no se hicieron sin conservación de herencias.

Hacer historia de las ciencias implica ocuparse de su práctica, es decir, de las ideologías científicas, que no deben confundirse con superstición, no se trata de una falsa conciencia ni de una falsa ciencia, para Canguilhem (2005), en una falsa ciencia no hay estado precientífico: no tiene historia. En Ideología y racionalidad en las ciencias de la vida, Canguilhem (2005) afirmó que cada ideología científica “encuentra un fin cuando el lugar que ocupaba en la enciclopedia del saber se ve investido por una disciplina que da pruebas, operativamente, de la validez de sus normas de cientificidad” (p. 50). Tampoco la ideología científica se debe confundir con la ideología de científicos o filosófica, “En el siglo XVIII, los conceptos de Naturaleza y Experiencia son conceptos ideológicos de científicos; en cambio, los de ‘molécula orgánica’ (Buffon) o de ‘escala de los seres’ (Bonnet) son conceptos de ideología científica en historia natural” (Canguilhem, 2005, p. 57). En resumen, las ideologías científicas son sistemas explicativos que preceden a una ciencia en un campo lateral al que esta apunta indirectamente, a manera de ilustración, un ejemplo de ideología médica, para Canguilhem, sería el sistema de John Brown (1735-1788).

Canguilhem, se ocupa de la historia de las teorías, de los conceptos y de los objetos biológicos. En la historia de las teorías rescata el valor de lo precientífico; en la historia de los conceptos valora el papel que desempeña las imágenes y los mitos en la construcción del concepto científico. Se interesa más por el vínculo entre los conceptos que en el enlace de las teorías, por ejemplo, en La formation du concept réflexe aux XVIIeme et XVIIIeme siecles (1955), Canguilhem trabajó en las condiciones de aparición de los conceptos, partiendo del concepto a la teoría. Según Lecourt (1970) “la presencia permanente del concepto, a lo largo de toda la línea diacrónica que constituye la historia, es testimonio de la permanencia de un mismo problema” (p. XVII). Y el concepto está sujeto a mutaciones que indican la continua reformulación del problema en ámbitos teóricos diferentes y por obra de determinaciones ideológicas, a veces contradictorias. De esta manera la historia de los conceptos enfrenta la crónica oficial. En su teoría celular, Canguilhem (1945) procedió valorando mitos, imágenes e intuiciones, de cierto modo reconoció la continuidad histórica del saber teniendo en cuenta las filiaciones y no las rupturas. Restituye la dignidad teórica de lo precientífico, prestando atención a su núcleo positivo y advirtiendo de que dicha construcción pertenece a la formación del saber y ejerce una función de conocimiento. Igualmente, Canguilhem (2005) rastreó la forma en que el concepto regulación se introdujo en la fisiología por vía metafórica, “metáforas inspiradoras de racionalizaciones rigurosas que algún día darían a luz a la cibernética” (p. 104). La historia de la regulación empieza por la historia del “regulador” que “es una historia compuesta de teología, astronomía, tecnología, medicina e incluso de sociología en su nacimiento, donde Newton y Leibniz no están menos implicados que Watt y Lavoisier, Malthus y Auguste Comte” (p. 105).

En estos casos no se trata simplemente de una historia continuista, pues Canguilhem distingue la diferencia entre el plano mitológico y la teoría científica. Más bien satisface una doble exigencia en historia: de continuidad y de discontinuidad, en términos de François Delaporte (2002),

se trataría, en suma, de proceder a dos operaciones aparentemente contradictorias. Primero, describir los enlaces que unen las antiguas representaciones y una teoría científica, pero sin renunciar a evaluar la distancia que separa aquellas de éstas. Luego, establecer los enlaces entre una construcción discursiva y una teoría científica, pero dejar de señalar una ruptura, puesto que la primera, lejos de ocupar una región científica, solamente la bordea. Mostrar, finalmente, que una teoría biológica puede estar, por retrospección, justificada con referencia hacia lo que apunta, aunque se encuentre depreciada en lo que dice (p. 190).

 

En efecto, el método histórico de Canguilhem contiene la descripción del desmoronamiento de una mitología, pero también aclara su fuerza propulsiva: condición de posibilidad y obstáculo.

Ahora bien, la obra de Canguilhem es un análisis histórico y crítico de las relaciones entre lo normal y lo patológico, es una reflexión sobre los progresos contemporáneos de la ciencia biológica y médica. Concibe que la historia de la ciencia debe ser una aventura y no un desarrollo, su análisis se ocupa de la normatividad que funciona en el origen de la ciencia, incluyendo dominios de actividad teórica y práctica. Para Canguilhem (2005), los nuevos conocimientos sobre la estructuración y las funciones de la materia viviente, en los que incide la teoría de la información y la cibernética, proceden de conjunciones coordinadas de resultados de diversas disciplinas biológicas con los de la genética formal: la citología, la microbiología y la bioquímica en primer término. La nueva biología, inimaginable a fines del siglo XIX, se acompaña de una revolución en el objeto y en el enfoque que no hubiera sido posible sin la ayuda del laboratorio y los aportes de los físicos y los químicos, quienes en cierto modo habían desmaterializado la materia.

Desde ahora, no más biología sin maquinaria ni sin calculadoras. El conocimiento de la vida depende en lo sucesivo de los nuevos autómatas. [...] Nunca fue tan evidente cuánto debe trabajar el hombre para volver ajenos a él los objetos ingenuos de sus preguntas vitales, y merecer entonces la ciencia de tales objetos. (Canguilhem, 2005, p. 152)

En conclusión, se puede plantear que la importancia del trabajo de Canguilhem se visualiza en la manera de trabajar la historia de las ciencias. En la historia de los objetos biológicos, el autor reorienta las teorías vitalistas resaltando su actualidad en el enfoque y su inactualidad en el contenido, esta orientación la conduce desde un pensamiento de la vida en relación con el concepto de normalidad. Por otra parte, en contra de una tradición mecanicista y animista, Canguilhem realiza un desafío teórico, afirmando al vitalismo como la única corriente en la biología capaz de ver la originalidad del hecho vital. En su reflexión filosófica sobre los valores, propone el pensamiento humano y su historia enraizada en el error de la vida, si el hombre se equivoca es porque está destinado a errar, aquí lo que se muestra es una modalidad de información que está en la vida y en la necesidad de formación de los conceptos. Contra la posición positivista que sobrevaloriza el saber y cifra el poder de dominación de la medicina, Canguilhem (2005) planteó que toda actividad humana teórica (como la ciencia) o práctica (como la terapéutica) es un desplazamiento de significaciones normativas atadas a la vida. En este sentido, la formación de los conceptos es una modalidad de la información y la función de conocimiento está fundada en el “error”, tanto esta como la enfermedad remiten a la fragilidad de la vida. Canguilhem ancla el conocimiento en la vida, de ahí su filosofía de la acción, en la que la necesidad de conocimiento responde a una necesidad vital de la vida que es “actividad de información” y “actividad normativa”.