Buch lesen: «Introducción a la teoría de la argumentación»
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Primera edición electrónica en español, 2018
Coodinadores
Fernando Miguel Leal Carretero, Carlos Fernando Ramírez González y Víctor Manuel Favila Vega
Textos
© Michael Alan Gilbert, Juan Carlos Pereda Failache, Timothy J. van Gelder, Paul Monk, Claudia María Álvarez Ortiz y Fernando Miguel Leal Carretero
Traducción
© Fernando Leal Carretero, Federico Marulanda Rey y Natalia Luna Luna
Coordinación de producción
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Cuidado editorial
Juan Felipe Cobián
Diagramación y diseño
Pablo Ontiveros
D.R. © 2018, Universidad de Guadalajara
Editorial Universitaria
José Bonifacio Andrada 2679
Colonia Lomas de Guevara
44657 Guadalajara, Jalisco
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01 800 UDG LIBRO
ISBN 978 607 547 306 2
Noviembre de 2018
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Índice
Prefacio
PARTE I Panorama Histórico
1 Breve historia de la teoría de la argumentación
PARTE II Dos propuestas teóricas
Nota preliminar
2 La argumentación en cuanto práctica
3 ¿Qué es un argumento emocional?, o ¿por qué los teóricos de la argumentación disputan con sus parejas?
4 Argumentación multimodal
PARTE III La técnica de mapeo de argumentos
Nota preliminar
5 Enseñar a pensar críticamente. Algunas lecciones de la ciencia cognitiva
6 Cómo aumentar nuestra comprensión de los argumentos complejos
7 ¿El estudio de la Filosofía mejora las habilidades de pensamiento crítico?
Prefacio
Hay muchas razones para estar insatisfechos y aun por momentos desesperados con respecto a las habilidades para leer y escribir que presentan los de por sí pocos mexicanos que acceden a la educación media superior y superior, por no decir los poquísimos que se gradúan e incluso emprenden estudios de posgrado. Con mucha frecuencia escuchamos los lamentos acerca de la falta de comprensión de textos leídos, así como de los errores de ortografía, puntuación y en general redacción de los textos escritos por ellos. Con todo, una de las fallas más profundas y de mayores consecuencias, pero a la vez de las menos claramente percibidas
y conceptualizadas, es la de la capacidad de razonar y argumentar.
Suele distinguirse entre tres grandes tipos de texto: narrativos, descriptivos y argumentativos. Aunque la distinción es gruesa, es una buena distinción. Partiendo de ella, habría que decir que es sin duda importante que los jóvenes estén en posición de comprender y construir textos narrativos y descriptivos; pero lo que con frecuencia olvidamos es que desde el punto de vista de una educación académica seria los textos narrativos y descriptivos son instrumentos necesarios, pero no suficientes, para las argumentaciones. No basta que nuestros jóvenes cuenten historias y describan situaciones; tales narraciones y descripciones son en parte el material para hacer argumentaciones, y en parte requieren de argumentación para construirse bien. Cuando decimos que una narrativa tiene “agujeros” o que una descripción es caótica, lo que queremos decir es que les subyace una argumentación defectuosa.
Argumentar es la operación mental y comunicativa que más se necesita en todas las ocupaciones y profesiones. Lo que queremos de nuestros médicos, abogados, ingenieros, historiadores, matemáticos, economistas, filósofos, arquitectos, psicólogos, administradores, etcétera, es que razonen, que piensen por sí mismos, que piensen productivamente, es decir que, no importa cuál sea el problema que se presente y que les toque resolver, estén en posición de plantear premisas y a partir de ellas sacar conclusiones de acuerdo con reglas sólidas y robustas que excluyan en la medida posible falsedades, fraudes y falacias. Queremos que argumenten, que argumenten mucho y bien. Queremos también que entiendan las argumentaciones que se les presenten, y sepan distinguir cuándo son válidas y cuándo no.
La argumentación, el razonamiento, el pensamiento productivo son el corazón de la actividad de cualquier profesionista. Sin embargo, basta plantear la pregunta de si ocupa en nuestros programas y currícula el lugar que le corresponde para responderla y responderla negativamente. El sistema educativo construido penosamente en la cultura occidental por Carlomagno sobre la base de la tradición grecolatina preveía la enseñanza sistemática de la gramática, la lógica y la retórica como la base de la educación.
La gramática era concebida como el arte de leer y escribir correctamente y con conocimiento de causa sobre las estructuras del lenguaje; la lógica era concebida como el arte de utilizar la lectura y la escritura para comprender y construir argumentos válidos así como reconocer, evitar y rechazar los argumentos inválidos; la retórica era concebida como el arte de utilizar gramática y lógica a fin de construir argumentaciones y unirlas a narrativas y descripciones de manera de convencer y persuadir a otros. Eran las tres concebidas como una jerarquía progresiva que tenía que ser aprendida a lo largo de muchos años con innumerables ejercicios, dedicación y disciplina. Al igual que hoy, eran pocos los que accedían a este largo aprendizaje y aun menos los que lo terminaban con éxito. Hoy día siguen siendo pocos los que entran y menos los que terminan; la diferencia estriba en que es posible pasar por las aulas y graduarse sin tener ningún dominio serio de esas artes.
La retórica desapareció de nuestros programas de estudio hace mucho tiempo; la extinción de la gramática es de cuño más reciente, pero ya se notan los estragos que ha producido; en cuanto a la lógica, su lugar en la educación media superior —de suyo monopolizado muchas veces por el aprendizaje mecánico de símbolos y fórmulas sin atención al análisis de argumentos reales— ya ha sido puesto en la mira por nuestros burócratas de la educación, empeñados a lo que parece en destruir también este último bastión de cordura y racionalidad. Tal pareciera que nos hemos propuesto acabar con las bases mismas del sistema educativo sin el cual los enormes logros culturales de Occidente son inimaginables. Somos como los herederos de una inmensa fortuna que hemos dilapidado completamente, sin saber muy bien cómo ocurrió el desastre.
El cuerpo académico “Retórica, lógica y teoría de la argumentación” fue creado en la Universidad de Guadalajara hace poco más de un año con el propósito firme de contribuir a cambiar este deplorable estado de cosas. Nuestro compromiso es organizar eventos, realizar investigaciones y promover publicaciones en torno a las diversas áreas de estudio anunciadas en su título. Este libro representa nuestro primer esfuerzo. Bajo el nombre ‘teoría de la argumentación’ (argumentation theory) se unen una gran variedad de disciplinas —de la filosofía al derecho, de la lógica a las comunicaciones, de la retórica a la inteligencia artificial, de la lingüística a la ciencia política— con el propósito de comprender cómo argumentamos los seres humanos, cómo están estructurados los textos argumentales que construimos, cómo podemos mejorar nuestras prácticas argumentativas. Es un campo prácticamente desconocido en nuestro medio, y la idea de este libro es informar a docentes, investigadores y estudiantes de educación media superior y superior sobre su existencia y variedad.
Algunos capítulos son versiones en español de textos publicados en inglés. El capítulo 1, “Breve historia de la teoría de la argumentación” es una traducción realizada por Fernando Leal Carretero del primer capítulo del libro de Michael Gilbert Coalescent argumentation (Mahwah, Nueva Jersey, Lawrence Erlbaum, 1997, pp. 3-27). Dicho capítulo lleva el título “La historia reciente de la teoría de la argumentación” y va acompañado en el libro mencionado por una nota que reza: “Aunque este capítulo puede ser de interés para todos los lectores, su intención es prestar asistencia a quienes no tienen una familiaridad completa con la teoría de la argumentación contemporánea.”
El capítulo 3 “¿Qué es un argumento emocional?, o ¿por qué los teóricos de la argumentación disputan con sus parejas?” fue publicado originalmente como “Emotional Argumentation, or, Why Do Argumentation Theorists Argue with their Mates?” en F. H. van Eemeren, R. Grootendorst, J. A. Blair y C. A. Willard (coords.), Analysis and Evaluation: Proceedings of the Third ISSA Conference on Argumentation, vol. II, Ámsterdam: Sic Sat, 1995. Su traducción fue realizada por Federico Marulanda y Natalia Luna.
El capítulo 4, “Argumentación multimodal”, fue publicado originalmente como artículo bajo el título “Multimodal argumentation” en la revista Philosophy of the Social Sciences 24 (2), junio 1994, pp. 159-177. La traducción fue hecha por Fernando Leal Carretero. Se omitió el abstract que precede al artículo original.
El capítulo 5, “Enseñar a pensar críticamente. Algunas lecciones de la ciencia cognitiva”, fue publicado originalmente como “Teaching critical thinking: some lessons from cognitive science” en College Teaching, vol. 53, núm. 1, pp. 41-46. La traducción es de Fernando Leal Carretero.
Una versión preliminar del texto del capítulo 6, “Cómo aumentar nuestra comprensión de los argumentos complejos”, fue presentado el 24 de mayo de 2004 por Paul Monk como conferencia plenaria en el Congreso Fenner 2004 sobre el Medio Ambiente de la Academia Australiana de la Ciencia, celebrado en Canberra. El texto fue traducido por Fernando Leal Carretero sobre una versión actualizada por los autores en septiembre de 2009, la cual está en la página http://austhinkconsulting.com/resourcen.
Los capítulos 2 y 7 fueron escritos especialmente para este volumen.
Para terminar quisiéramos insistir en que este libro es sólo un primer esfuerzo. Queda muchísimo por hacer. Nosotros al menos estamos comprometidos a continuar con la labor que inicia aquí. Pero un libro no es nada sin quienes lo usan. Ojalá que este producto primerizo resulte útil a todos aquellos estudiantes y docentes que están conscientes de que algo anda mal y ya han comenzado a comprender en dónde está el problema. Sin querer restarle importancia a la preocupación tantas veces expresada por las dificultades de ortografía y redacción, el problema de fondo es otro. Que nuestros estudiantes lean tan mal en voz alta es triste, pero el asunto de fondo es distinto. Que no comprendan lo que leen es un diagnóstico que se aproxima más al problema, pero no lo atrapa todavía con precisión. El quid de la cuestión, estamos convencidos, reside en el desconocimiento y la falta de cultivo del arte de argumentar.
Los coordinadores
1 Breve historia de la teoría de la argumentación
Michael A. Gilbert
Traducción de Fernando Leal Carretero
La filosofía ha estado íntimamente conectada con la argumentación (argument) desde su inicio en la antigüedad.1 El filósofo después de todo rara vez recurre a las herramientas y experimentos que se usan en las ciencias físicas y sociales. El filósofo no suele defender una particular teoría o un particular enfoque filosófico mediante investigación empírica, y la referencia al mundo “real” se restringe en la mayoría de los casos a experimentos mentales (Gedankenexperimente). Más bien, los filósofos utilizan la argumentación para determinar si una posición tiene fallas y debilidades, y esperamos que quien pierda una discusión filosófica abandonará su posición o –acaso más realistamente– se retirará del campo de batalla para efectuar reparaciones. Tal vez el hecho de que la filosofía se apoye en la argumentación ha resultado en que los filósofos hayan tenido siempre un respeto enorme por su importancia, así como un sentido fuerte de responsabilidad por su estudio, tanto formal como informal, y por su propagación pedagógica.
Desde los tiempos de Aristóteles ha habido dos modos básicos de estudiar la argumentación dentro de la filosofía. El primero es formal y utiliza los modelos de la lógica deductiva. El segundo, que como el primero se remonta a Aristóteles (e incluso antes), es práctico y se lo ha venido a llamar ‘lógica informal’ (informal logic) o ‘pensamiento crítico’ (critical thinking) o de alguna manera similar. En tiempos recientes, sin embargo, cambios dramáticos han tenido lugar en el tipo de trabajo que se hace en argumentación, de tal modo que ahora podemos decir que un campo virtualmente nuevo ha sido creado sobre los viejos fundamentos. Bajo el nombre de ‘teoría de la argumentación’ (argumentation theory), esta nueva arena de indagación académica hunde sus raíces en la década de los cincuenta del siglo xx, pero es hasta años recientes que ha asumido una forma que es lo suficientemente definible como para que se le considere una subárea (relativamente) independiente. Además de la lógica deductiva formal y del pensamiento crítico, la teoría de la argumentación se vale de la teoría formal del diálogo, la filosofía del lenguaje (especialmente en forma de la teoría de los actos de habla [speech act theory]), la teoría de la comunicación, el análisis del discurso y varias áreas de la psicología. Las notas que distinguen a la teoría de la argumentación como algo distinto de sus predecesoras son dos. La primera nota distintiva es un énfasis fuerte en la argumentación dialógica, es decir en dos personas que argumentan en conversación o discusión, antes que la tradicional persona sola que se enfrenta con un trozo de texto. La segunda nota distintiva es que los teóricos de la argumentación ven crecientemente las argumentaciones como situadas o como ocurriendo en un contexto localizable, el cual puede de suyo tener un impacto tanto en las argumentaciones como en los argumentadores.
Mi propósito aquí es describir la historia reciente del campo y exponer los varios y distintos enfoques dentro de la filosofía y otras disciplinas que tienden crecientemente a entremezclarse y a evolucionar lentamente hacia un enfoque más unificado. Estos enfoques involucran, entre otras cosas, y en una medida poco usual hasta ahora, la utilización de varias ramas de las ciencias sociales así como de trabajos procedentes de círculos filosóficos europeos. Por ello enfatizaré aquí propuestas de académicos que serán menos familiares al lector. Espero demostrar la renovada vitalidad de la teoría de la argumentación y estimular a otros investigadores a hacerse cargo de las conexiones que su propio trabajo pudiera tener con esta área.
Si bien todas las raíces de la lógica formal e informal se remontan virtualmente a Aristóteles, no vamos a revisarlas aquí. Hay, sin embargo, una distinción introducida por él que es crucial: la distinción entre dialéctica y retórica. La dialéctica busca la verdad mediante la lógica y el razonamiento mientras que la retórica usa la persuasión y la emoción para influir sobre la mente de un auditorio. Aristóteles quizá no vio las diferencias entre dialéctica y retórica como tajantes, pero separó las dos áreas y creó un campo de estudio para cada una. Comoquiera que ello sea, la distinción ha tenido un impacto profundo sobre la historia de la lógica y la argumentación, y ha sido el fundamento para lo que a veces se llama la ‘dicotomía convencer/persuadir’. De acuerdo con esta distinción, convencer es usar la razón, la dialéctica y la lógica, mientras que persuadir es apoyarse en la emoción, el prejuicio y el lenguaje.
De la mano con esa distinción va la separación de la retórica por Aristóteles en tres áreas distintas: logos, ethos y pathos. El resultado de esta división de la retórica ha sido suponer que se trata de tres campos distintos, cada uno de los cuales se refiere a la argumentación de una manera muy diferente y no relacionada con los otros dos. Así fue que se desarrollaron tres áreas distintas virtualmente independientes entre sí. La lógica formal (logos) se enfocaba sobre los aspectos estructurales de los argumentos y en particular sobre la articulación y amplificación para algunos dolorosamente exacta del concepto de validez formal. El ethos, hasta donde se le concedió atención por parte de los filósofos, se convirtió en una parte de la lógica informal manifestada en nociones como los argumentos ad hominem, ad misericordiam y ad verecundiam. En cuanto al pathos o la emocionalidad, que Aristóteles veía como central, se le dio aun menos atención. Ciertamente se habla de algunas falacias que, como las recién citadas del ethos, pueden verse como conectadas de alguna forma con el pathos, pero la distancia es aun mayor (véanse Walton 1992, 1994, para discusiones de este tema).
No todas las disciplinas ignoraron las categorías no formales del ethos y el pathos. La retórica clásica y moderna guardó interés por el ethos y su impacto en la confección de discursos. El pathos, por su parte, fue adoptado por la psicología y más adelante por la teoría de la comunicación. Para los filósofos, sin embargo, estos dos aspectos de la obra de Aristóteles no fueron relevantes en la construcción de argumentos buenos, válidos, convincentes. No que los filósofos creyeran que ethos y pathos carecían de impacto sobre la aceptación o rechazo de los argumentos, sino que más bien parecían creer que esos factores no deberían tener tal impacto. Con otras palabras, uno debería aceptar y rechazar argumentos sobre la base del logos solo. Es importante notar el supuesto implícito que el logos puede existir solo independientemente del ethos y el pathos. Este axioma, que en lo esencial nadie ha defendido, es central al enfoque filosófico tradicional de la lógica informal, y ha permanecido más o menos incólume hasta la época relativamente reciente a la que nos abocamos a continuación.2
La nueva retórica de Perelman
Hay dos estudiosos generalmente considerados los fundadores de la teoría de la argumentación contemporánea, especialmente como se la entiende en Estados Unidos y Canadá. El primero es el jurista y teórico de la argumentación Chaïm Perelman, y el segundo el filósofo británico Stephen Toulmin. En un caso sorprendente de sincronicidad estos dos autores publicaron sus trabajos seminales casi simultáneamente. Perelman publicó en francés La nouvelle rhétorique (NR) con Lucie Olbrechts-Tyteca en 1958, mientras que la obra clásica The uses of argument (UA) salió el mismo año por Cambridge University Press. Como no fue sino hasta 1969 que la University of Notre Dame Press sacó la traducción de NR por John Wilkinson y Purcell Weaver bajo el título A new treatise of argumentation, la obra de Toulmin tuvo un impacto inmediato mucho más grande en la comunidad filosófica de habla inglesa. Otro progenitor de la teoría de la argumentación quien tuvo una marcada influencia en Europa, pero sólo recientemente en Estados Unidos y Canadá, es Arne Naess. Su obra se escribió en inglés en 1953 (Interpretation and preciseness) y es una contribución importante, pero poco atendida. En lo que sigue nos ocuparemos de estas tres obras poniendo el énfasis en sus contribuciones específicas a la naturaleza de la teoría de la argumentación, antes que en sus visiones filosóficas completas.
El enfoque de Perelman sobre la argumentación descansa sobre varios supuestos clave. El primero es que separar los argumentos en diferentes categorías como lógicos, dialécticos o retóricos no tiene razón de ser. Sencillamente no hay manera, fuera de las matemáticas y la lógica formal, de usar premisas evidentes de suyo junto con razonamiento lógicamente garantizado para llegar a conclusiones seguras. Esto se sigue de que NR niega la existencia de los puntos de partida evidentes de suyo que se requerirían: “No creemos en revelaciones definitivas, inalterables, cualquiera que sea su naturaleza u origen. Y excluimos de nuestro arsenal filosófico todos los datos inmediatos, absolutos, llámeselos sensaciones, evidencia racional o intuición mística” (Perelman 1969, 510). De manera que, en primer lugar, todo punto de partida en un argumento puede ser cuestionado y por ello el insumo evidente de suyo que requeriría la máquina generadora de verdad lógica no puede echarse a andar. En segundo lugar, los argumentos basados en modelos puramente formales de la argumentación, es decir la lógica formal, son, en el mejor de los casos, intentos de reducir y traducir lenguaje real, inherentemente ambiguo, a términos formales. Tales argumentos se llaman “cuasilógicos” para oponerlos a los lógicos propiamente dichos, dado que siempre se podrá debatir cuál es en realidad su forma.
El rasgo suelto más importante del programa de NR es la idea de que la verdad no es manifiesta. Es decir, no hay manera que podamos, en el curso de una argumentación, apuntar simplemente a la verdad: no hay “luz natural” que emitan las proposiciones verdaderas y de la que las falsas carezcan. La argumentación es por tanto la primera y única manera que tenemos de alcanzar verdad no formal, de manera que tampoco podemos apelar a la verdad misma como criterio que determine cuáles argumentos son mejores. La posición contraria, la “teoría de la luz natural”, mantiene que cuando dos posiciones se enfrentan, la que es verdadera, en virtud de su verdad resulta vencedora. Perelman y Olbrechts-Tyteca rechazan explícitamente esa posición, y no creen que convencer o persuadir a un auditorio en el curso de una argumentación significa que la posición adoptada debe ser la verdadera. El título mismo de la obra de Perelman y Olbrechts-Tyteca exige una reinterpretación de la relación entre verdad y retórica, es decir argumentación. El tipo de retórica que se discute es “nuevo”: no enfatiza los miles de maneras en que un discurso puede hacerse florido, sino que se enfoca más bien en las maneras en que la adhesión de un auditorio particular puede aumentar mediante la razón y la argumentación.
El abandono de tesis identificablemente verídicas como la meta de la argumentación explica por qué la noción de adhesión es tan central a la obra de Perelman. Dice él en su (muy accesible) libro El reino de la retórica que el propósito de la argumentación es “obtener o aumentar la adhesión de los miembros de un auditorio a tesis que se le presentan para que las acepte” (1982, p. 9). Después de todo, si no hay verdades evidentes de suyo podemos solamente creer una proposición en un cierto grado (mayor o menor) y, cuando argumentamos, el fin del argumentador será aumentar la adhesión del auditorio a la particular proposición o posición de que se trate. La adhesión debe ser suficientemente grande para soportar la acción tanto como la simple creencia. Más aún, los conceptos de “adhesión” y “auditorio” van de la mano. No argumentamos aisladamente. Los argumentos son sobre cosas reales que se les presentan a personas reales. “Para que la argumentación exista debe ocurrir una efectiva comunidad de mentes en un momento dado” (1969, p. 15). Esta comunidad es construida por el hablante, y es la adhesión de ese auditorio lo que el hablante busca. Cada auditorio tiene sus creencias aceptadas y se ceñirá a ciertos modos de prueba y argumentación. “En efecto, dado que la argumentación tiene por fin asegurar la adhesión de aquellos a quienes se dirige, es completamente relativa al auditorio que se trata de influenciar” (1969, p. 19). De esa manera, un argumento persuasivo dirigido a dos auditorios separados respecto de las mismas tesis podrá ser construido y presentado en formas completamente diferentes. Es el auditorio el que nos da los supuestos iniciales acordados que se requieren para empezar a argumentar, y el que proporciona el marco para el contenido y estilo de la argumentación.
No todos los auditorios son iguales: unos son de élite y otros son comunes. Por encima de todos está el auditorio universal, un constructo que representa el auditorio más amplio y juicioso al que puede uno dirigir un argumento. La filosofía, la ciencia y los “mejores” argumentos generalmente tienen al auditorio universal como su auditorio construido: “Cada persona constituye al auditorio universal a partir de lo que sabe de sus congéneres y buscando transcender las pocas oposiciones de las que es consciente. Cada individuo, cada cultura, tiene así su propia concepción del auditorio universal” (1969, p. 33). Sin embargo, el concepto sigue manteniendo su fuerza como resultado de la manera en que se construyó. El argumentador individual debe construir sus argumentos como aceptables para el grupo más amplio posible. Eso significa que (si dejamos de lado el autoengaño flagrante) la necesidad psicológica de admitir objeciones de varios miembros del auditorio, reales o hipotéticos, actuará como control sobre la naturaleza de la argumentación siempre y cuando el argumentador la dirija hacia el auditorio universal.
Perelman y Olbrechts-Tyteca proporcionan una extensa y útil taxonomía de los argumentos como se usan en el discurso práctico. Enfatizan especialmente discursos dirigidos a un auditorio y no –como lo hacen trabajos más recientes– el argumento dialógico. Es sorprendente que a pesar de la importancia del auditorio para Perelman le ponga relativamente poca atención a la argumentación dialógica. Se hace mención a ella, pero no está en el núcleo del libro excepto como ejemplo de un tipo de auditorio. En efecto, la argumentación dialógica resulta ser un ensayo de argumentación ante un auditorio más grande: “El significado filosófico de la adhesión del interlocutor en el diálogo es que el interlocutor es considerado como encarnación del auditorio universal” (1969, p. 37). Perelman y Olbrechts-Tyteca reconocen que la ‘discusión’ pura que es heurística, como opuesta al ‘debate’ que es erístico, son polos extremos de un continuo. La mayoría de los diálogos caen entre los dos extremos e involucran aspectos de ambos. Pero al final la argumentación dialógica es secundaria y derivativa del discurso ante un auditorio más grande.
La obra de Perelman izó la bandera de la argumentación como lo que usamos para ubicar la verdad y la agitó ante las huestes de los lógicos formales y los retóricos clásicos. El primer grupo —los lógicos formales— había comenzado a confrontar la verdad de que el argumento formalizado estaba radicalmente divorciado de la argumentación real; y el segundo —los retóricos clásicos— tuvo que comenzar su modernización alejándose del análisis de discursos clásicos y hacia la “nueva” retórica que involucraba persuasión, adhesión y auditorios reales. Al negar la separabilidad de lógica y retórica Perelman forzó a los teóricos de la argumentación a pensar de modos nuevos, integrados.
Un efecto de nr y obras posteriores escritas por Perelman sólo fue enfatizar la aridez e irrelevancia de la lógica deductiva formal para la argumentación. Además, el abandono de la verdad absoluta no matemática (o al menos de nuestra capacidad para reconocerla), la importancia del auditorio real al que uno se dirige, y la noción de aumento de la adhesión como fin de la argumentación contribuyeron juntas a reenfocar los estudios retóricos modernos. El impacto inicial de Perelman, sin embargo, se encontraba más en los estudios de comunicación y retórica que en la filosofía, especialmente en Estados Unidos y Canadá. Mientras que este autor no era desconocido en los círculos filosóficos (véase Natanson y Johnstone, 1965), su obra sólo recientemente ha capturado la atención de muchos estudiosos de la argumentación que vienen de la filosofía.
Toulmin y el modelo DWC
La falta de atención no fue ciertamente el problema con el segundo de los ancestros. El libro de Stephen Toulmin, Los usos de la argumentación (UA) de 1959 ha recibido la atención de filósofos, retóricos y teóricos de la comunicación. El libro comparte muchos prejuicios de NR, el más notable de los cuales es la importancia acordada al auditorio (los “campos” en Toulmin) y la creencia de que la lógica formal es irrelevante al discurso ordinario. De hecho, una gran parte del libro de Toulmin es un ataque directo a la relevancia de la lógica formal a cualquier cosa que no sean las matemáticas. Escribiendo muy en la tradición del “lenguaje ordinario”, Toulmin buscaba desinflar las pretensiones de aquellos que veían a la lógica formal como el árbitro calificado de la corrección argumentativa.3 Esto implicaba aclarar varios conceptos clave.
Una de esas nociones clave introducidas por Toulmin era la idea de un ‘campo’ (field) como una arena de discurso más o menos circunscrita en cuanto al dominio de temas a tratar. La lógica formal, arguyó Toulmin, se veía a sí misma como proporcionando criterios de argumentación válida para todos y cada uno de los campos independientemente del tema. Esto llevó a la conclusión de que solamente la argumentación en las disciplinas formales podría ser correcta toda vez que ellas eran las únicas con suficiente precisión y amplitud en los distintos campos (1958, p. 43). Pero si uno examina la terminología se vuelve claro que buena parte de ella le fue co-optada al lenguaje ordinario por la lógica. Términos como ‘posible’, ‘necesario’ y ‘lógico’ tienen cada uno significados diferentes en áreas distintas. El término ‘lógico’ usado en una argumentación sobre modus ponens requeriría probablemente una interpretación formal, pero la misma palabra usada en una predicción sobre la rotación de lanzadores del equipo Blue Jays de Toronto en 1995 significaría algo substancialmente menos riguroso que “lógicamente necesario”. Toulmin concluyó que aspectos de lo que ocurre en una argumentación podían separarse en aquellos que son ‘campo-dependientes’ y aquellos que son ‘campo-invariantes’. El nuevo lógico, preocupado por las argumentaciones reales, se enfocaría en los aspectos campo-invariantes que se aplican en cualquier discurso (1958, p. 15). Todo argumento, por ejemplo, habría que suponer que tiene una tesis o conclusión que se propone como verdadera, mientras que, por otra parte, los tipos de evidencia4 relevantes en un campo podrían ser irrelevantes en otro.