Sueño En El Pabellón Rojo

Text
0
Kritiken
Leseprobe
Als gelesen kennzeichnen
Wie Sie das Buch nach dem Kauf lesen
Schriftart:Kleiner AaGrößer Aa

Yuhan, perplejo, preguntó:

—¿A qué tesoro te refieres?

—No intentes negarlo. Repite otra vez esa cita.

El actor obedeció.

—¿Acaso no es Xiren un tesoro? —preguntó Xue Pan—. Si no me crees, pregúntale a él.

Y señaló a Baoyu que, incómodo, se incorporó.

—¿Cuántas copas beberás en pago por esto, primo Xue? —preguntó a Xue Pan.

—¡De acuerdo, de acuerdo, lo merezco! —Y llevando la copa a sus labios la despachó de un trago.

Feng Ziying y Jiang Yuhan, que no entendían nada, pidieron explicaciones, y cuando Yuner les dijo quién era Xiren, el actor se incorporó y pidió disculpas.

—No es culpa tuya —le dijeron los demás—. Tú no lo sabías.

Baoyu sintió deseos de orinar y dejó el cuarto, y entonces Yuhan lo siguió para reiterarle sus disculpas en el corredor. A Baoyu le conmovió el apuesto porte del actor, y apretándole fuertemente la mano le dijo:

—Ven a verme cuando tengas tiempo. Ah, y tengo algo que pedirte. En tu compañía hay un actor, conocido en todo el país, que se llama Qiguan. Yo nunca he tenido la oportunidad de verlo actuar.

Jiang Yuhan sonrió.

—Ése es mi nombre profesional —dijo.

—¡Qué suerte! —exclamó Baoyu—. Verdaderamente haces justicia a tu reputación. ¿Cómo podría marcar nuestro primer encuentro?

Lo pensó un instante, se sacó de la manga el abanico, cogió el colgante de jade y se lo entregó al actor.

—Por favor, acepta esta humilde baratija como muestra de mi amistad.

—¿Qué he hecho yo para merecer esto? —dijo Qiguan sonriendo—. Está bien. Llevo puesto algo que estrené esta mañana. Es bastante nuevo. Que sirva como minúscula muestra de mi devoción.

Y se levantó la túnica para desatar la faja escarlata que llevaba ceñida a la cintura y entregársela a Baoyu.

—Esta faja forma parte del tributo de la reina de Qianxiang —explicó—. Si uno la lleva puesta en verano, perfuma su piel y le impide sudar. Ayer mismo me la regaló el príncipe de Pekín y esta mañana me la puse por primera vez. No se la hubiera dado a ninguna otra persona. ¿Sería mucha molestia pedirle que me dé a cambio la suya, señor?

Con el mayor de los placeres, Baoyu tomó la faja escarlata y después se quitó su propia faja de color verde pálido entregándosela al actor. Ambos estaban ajustándose sus fajas intercambiadas cuando oyeron un grito:

—¡Con las manos en la masa! ¡Os he cogido con las manos en la masa!

Era Xue Pan, que de un salto agarró una mano de cada uno.

—¿Qué os traéis entre manos? —exclamó—. ¡Dejáis el licor en la mesa y os escabullís del banquete! A ver qué tenéis ahí.

Cuando le contestaron: «Nada», él se negó a creerlos y no les dejó partir hasta que llegó Feng Ziying. Entonces volvieron a sus, respectivos lugares alrededor de la mesa y siguieron bebiendo hasta la caída del sol, cuando la reunión se deshizo.

De vuelta en el jardín, Baoyu se quitó la ropa de visita para beber té, y Xiren, observando que no llevaba el colgante del abanico, indagó por su destino.

—Se me habrá perdido cabalgando.

Pero cuando el muchacho se metió en la cama, la doncella vio la faja de color sangre que llevaba en la cintura y columbró, más o menos, lo sucedido.

—Ahora que tiene una faja nueva, ¿me devolverá la mía? —le preguntó.

Sólo entonces recordó Baoyu que la faja de color verde pálido pertenecía a Xiren y que nunca debía haberse desprendido de ella. Lo lamentó mucho, pero no pudo explicarle lo sucedido.

—Te conseguiré otra —le prometió.

—Ya me imagino sus últimas andanzas —dijo ella con un suspiro mientras meneaba la cabeza—. No tiene derecho a regalar mis cosas a esas criaturas de baja estofa. Ya debería saberlo.

Como Baoyu estaba achispado, no quiso seguir más allá, temerosa de su reacción, y se fue también a dormir.

Al despertar a la mañana siguiente lo primero que vio fue a Baoyu que le sonreía.

—No te enterarías ni de la llegada de un ladrón durante la noche —le dijo—. Mira tu cintura.

Xiren bajó la mirada y vio que la faja que él había llevado el día anterior ahora la llevaba ella. Al darse cuenta de que Baoyu había efectuado el cambio durante la noche se la quitó inmediatamente.

—No me interesa semejante basura. Llévesela.

Pero él le suplicó hasta que ella accedió a usarla. Sin embargo, en cuanto el muchacho abandonó el cuarto ella volvió a quitarse la faja, la arrojó a un cajón vacío y se colocó otra. Cuando Baoyu regresó no se percató de nada.

—¿Sucedió algo ayer? —preguntó él.

—La señora Lian vino a recoger a Xiaohong. La chica quiso esperar a que usted regresara, pero no me pareció necesario, de manera que asumí la responsabilidad y la despaché.

—Muy bien. Ya lo sabía. No era necesario que esperase mi vuelta.

—Vino también el eunuco Xia, enviado por la consorte imperial, con ciento veinte taeles para que sean gastados en ceremonias, representaciones y sacrificios en la abadía Etérea durante los tres primeros días del mes que viene. Quiere qué el señor Zhen lleve a todos los caballeros a quemar incienso y rezar a los budas. También mandó regalos para la fiesta de la Barca-Dragón [14] .

Xiren ordenó a una doncella más joven que trajera los regalos: dos finos abanicos de la corte, dos sartas de cuentas rojas perfumadas con almizcle, dos cortes de seda de cola de fénix y unos petates de bambú con dibujos de lotos.

A Baoyu le gustaron mucho todos los regalos, y preguntó si los demás también habían recibido presentes parecidos.

—La Anciana Dama ha recibido además un cetro ruyi de sándalo y un cojín de ágata; y el señor Zheng, la dama Wang y la dama Xue un cetro de sándalo cada uno. Usted ha recibido lo mismo que la señorita Xue. La señorita Lin y las otras tres damas jóvenes recibieron abanicos y cuentas. La señora Li Wan y la señora Xifeng recibieron cada una dos cortes de gasa, dos rollos de seda, dos bolsas perfumadas y dos píldoras de palacio.

—¿Cómo puede ser? —preguntó Baoyu—. ¿Por qué la señorita Xue recibió lo mismo que yo, y no la señorita Lin? Debe tratarse de un error.

—Imposible. Cada regalo llegó ayer con el nombre puesto. El suyo fue a los aposentos de la Anciana Dama, y, cuando fui a recogerlo, ella misma me dijo que debía ir usted mañana a palacio durante la quinta vigilia a presentar sus agradecimientos.

—Sí, por supuesto.

Mandó llamar a Zixiao.

—Lleva estas cosas a la señorita Lin. Dile que lo recibí ayer, y que puede quedarse con lo que quiera.

La doncella hizo lo que se le había ordenado, y a su vuelta informó:

—Dice la señorita Lin que ella también ha recibido regalos, y quiere que conserve usted los suyos.

Entonces hizo guardar las cosas y se lavó la cara antes dé salir a presentar sus respetos a la Anciana Dama. Por el camino encontró a Daiyu y se le acercó Con una sonrisa.

—¿Por qué no quisiste quedarte con nada de lo que te envié?

A causa de su tristeza por este nuevo incidente, Daiyu había olvidado sus rencores previos.

—No he nacido para tener tan buena fortuna —dijo—. No me comparo con la prima Baochai, su oro y su jade. Soy tan vulgar como una planta o un árbol.

Baoyu captó inmediatamente la insinuación.

—Que otros hablen sobre el oro y el jade —protestó—, ¡pero que la tierra me trague y el cielo se desplome sobre mi cabeza si alguna vez he tenido semejante idea! ¡Que nunca vuelva a nacer con forma humana!

Daiyu comprendió cuánto le había dolido su comentario.

—¡Tonterías! —dijo burlándose—. ¿Por qué juras tanto sin motivo alguno? ¿A quién le preocupa realmente tu oro o tu jade?

—Es difícil decirte todo lo que contiene mi corazón, pero ya lo comprenderás algún día. Después de mi abuela y de mis padres eres para mí la persona más cercana del mundo. Juro que no existe otra persona.

—No hay necesidad de jurar. Sé que tengo un lugar en tu corazón. Pero sé también que cuando la ves a ella te olvidas de mí.

—Yo no soy así. Son imaginaciones tuyas.

—Ayer mismo, ¿por qué recurriste a mí cuando Baochai se negó a respaldar una de tus mentiras? No quiero ni pensar en lo que habría sucedido si me hubiese negado yo.

Al ver que Baochai se acercaba siguieron andando, y ella, por su parte, simuló no haberlos visto y siguió con la cabeza agachada hasta donde estaba la dama Wang, con la que conversó unos momentos antes de pasar a los aposentos de la Anciana Dama. Cuando llegó ya estaba allí Baoyu.

Ahora bien, desde que la dama Xue había contado a la dama Wang la historia del amuleto de oro que un monje había entregado a Baochai vaticinándole que sólo se casaría con un hombre de jade, la muchacha se había mostrado distante con Baoyu. Y el hecho de que Yuanchun les hubiera hecho idénticos regalos el día anterior consiguió hacerla aún más sensible sobre el particular. Afortunadamente Baoyu estaba tan embebido con Daiyu, tan dedicado a ella, que no prestó mayor atención a aquella coincidencia.

Y en ese momento, sin previo aviso, Baoyu pidió a la muchacha que le dejara ver el brazalete de cuentas rojas perfumadas con almizcle que llevaba en la muñeca derecha. No tuvo más remedio que quitárselo, pero como estaba tan gordita no le resultó tarea fácil. Mientras contemplaba admirado su brazo blanco y suave pensó Baoyu: «Si fuera Daiyu tendría una posibilidad de acariciarle el brazo, ¡lástima que se trate de Baochai!».

De pronto recordó la conversación sobre el oro y el jade y miró a la muchacha con detenimiento. Su rostro parecía un disco de plata, sus ojos eran brillantes y almendrados; sus labios, rojos sin necesidad de carmín; sus cejas, oscuras sin necesidad de lápiz… Su encanto era distinto al de Daiyu. Tan fascinado estaba que cuando finalmente ella logró quitarse el brazalete y ofrecérselo, él ni siquiera lo tomó.

 

Incómoda por la insistente mirada de Baoyu, Baochai dejó el brazalete y giró sobre sus talones disponiéndose a partir. En el umbral vio a Daiyu, que mordía su pañuelo con una sonrisa burlona.

—¿Qué haces ahí parada en plena corriente de aire? —le preguntó Baochai—. Sabes lo fácil que resulta coger un resfriado.

—Estaba en mi cuarto y oí un extraño graznido de pájaro, pero cuando salí vi que sólo se trataba de un ganso idiota.

—¿Dónde está ese ganso idiota? Me gustaría verlo.

—Salió dando aletadas en cuanto llegué.

Y con estas palabras dio con el pañuelo un golpe en los ojos a Baoyu, que lanzó una sobresaltada exclamación.

¿Cómo acabó esto? Escuchen, si quieren saberlo, el capítulo siguiente.

Capítulo XXIX

Los afortunados rezan para tener más fortuna.

Los enamorados hacen aún más profundo su amor.

Tan embebido estaba Baoyu en sus pensamientos que, cuando Daiyu hizo restallar el pañuelo frente a sus ojos, saltó de miedo.

—¿Quién ha sido? —exclamó.

—He sido yo —confesó Daiyu entre risas—. Se me ha ido la mano. La prima Baochai quería ver un ganso idiota y en el momento de imitar cómo mueven las alas te golpeé sin querer.

Frotándose los ojos, Baoyu retuvo una respuesta que ya tenía en la punta de la lengua.

En ese momento llegó Xifeng, que se puso a hablar de la ceremonia taoísta que tendría lugar en la abadía Etérea el día primero del mes siguiente, y luego insistió en que los jóvenes fuesen a contemplar las óperas.

—Hace demasiado calor —objetó Baochai—. Además, ya he visto todas las óperas. Yo no voy.

—Allí hace fresco —replicó Xifeng—. El pabellón central está flanqueado por otros pabellones que lo protegen. Si decidimos ir enviaré unos días antes a unos cuantos criados para que hagan salir a los monjes, barran y limpien el lugar, y lo aíslen de las miradas de la gente con unos paneles. Entonces será un sitio agradable. Ya he hablado con la dama Wang, y si vosotros no vais tengo la intención de ir sola. Esto está muy aburrido últimamente, y en nuestra casa no puedo disfrutar de los espectáculos con comodidad.

Al oír eso, la Anciana Dama exclamó:

—¡Yo te acompañaré!

—Si nuestra anciana antepasada también viene, me alegraré, pero entonces no tendré libertad para disfrutar.

—Me sentaré en el palco central y tú puedes buscar sitio en uno de los laterales. ¿Te parece bien? Así no tendrás que estar pendiente de mí.

—Me da usted prueba de su cariño, señora —contestó Xifeng.

La Anciana Dama dijo a Baochai:

—También tú y tu madre debéis acudir. Si te quedas aquí, lo único que harás será dormir todo el día.

Baochai no se pudo negar.

La Anciana Dama envió a una doncella con el encargo de que invitara a la tía Xue y dijera de paso a la dama Wang que se llevaba consigo a las muchachas. La dama Wang, que ya se había excusado con el argumento de que no se sentía bien, y además estaba esperando noticias de Yuanchun, recibió el mensaje de la Anciana Dama con una sonrisa y comentó:

—Veo que se encuentra de buen humor. Anda y di a las señoras y señoritas del jardín que si cualquiera de ellas quiere salir de paseo puede acompañar a la Anciana Dama el día primero.

La noticia excitó sobre todo a las doncellas jóvenes, puesto que generalmente no tenían oportunidad de cruzar el umbral de la mansión. Y si alguna de sus señoras se mostró reticente a salir, ellas la alentaron de todas las formas imaginables, hasta el punto de que Li Wan y las demás aceptaron finalmente emprender la jornada a la abadía Etérea, lo que aumentó el placer de la Anciana Dama. Mientras tanto, unos criados habían sido enviados anticipadamente para prepararlo todo.

El día primero del quinto mes el camino frente a la mansión Rong amaneció llenó de carruajes, sillas de manos, asistentes y caballos. El hecho de que la ceremonia hubiese sido costeada por la concubina imperial y que la Anciana Dama acudiera en persona a ofrendar incienso, y el hecho también de que todo ello ocurriera poco antes de la fiesta del Doble Cinco [1] , hizo que los preparativos fuesen algo más lujosos que de costumbre.

Pronto aparecieron las señoras de la casa. El gran palanquín de la Anciana Dama tenía ocho porteadores; los de Li Wan, Xifeng y la tía Xue, cuatro. Baochai y Daiyu compartían un alegre carruaje con el toldo verde, borlas de perlas y dibujos de objetos preciosos. El carruaje que compartían las tres Primaveras tenía ruedas de color carmesí y una cubierta ornamental.

Detrás de ellas venían las doncellas de la Anciana Dama: Yuanyang, Yingwu, Hupo y Zhenzhu; las doncellas de Daiyu: Zijuan, Xueyan y Chunxian; las de Baochai: Yinger y Wenxing; las de Yingchun: Siqi y Xiuju; las de Tanchun: Daishu y Cuimo; las de Xichun: Ruhua y Caiping; y las de la tía Xue: Tonxi y Tonggui.

También las acompañaban Xiangling y su doncella Zhener; las doncellas de Li Wan: Suyun y Biyue; las doncellas de Xifeng: Pinger, Fenger y Xiaohong; y las doncellas de la dama Wang: Jinchuan y Caiyun, que, para poder ir, viajaban atendiendo a Xifeng.

En otro carruaje, con otras dos doncellas, iba la hijita de Xifeng con su nodriza.

Por último, también formaban parte de la comitiva otras dos doncellas y unas nodrizas de los otros aposentos, así como algunas esposas de mayordomos cuya función era acompañar a la Anciana Dama en sus salidas. Los vehículos ocupaban toda la avenida. Cuando el palanquín de la Anciana Dama ya había avanzado un trecho considerable, todavía las criadas seguían subiéndose a los carruajes frente a la puerta principal, en medio de la confusión y el vocerío.

—¡Tú no viajas conmigo!

—¡Cuidado! ¡No te sientes sobre las cosas de mi señora!

—¡Que estás pisando mis flores!

—¡Ya has roto mi abanico!

Su estrepitosa risa y su charla eran interminables. La esposa de Zhou Rui iba de un lado al otro de la comitiva rezongando:

—¡Venga, niñas, dejad de hacer el payaso en la calle!

Tuvo que repetirlo varias veces para que se tranquilizaran antes de que la cabeza del cortejo llegase a la puerta de la abadía. La gente que desde la orilla del camino contemplaba el paso de la comitiva, vio a Baoyu a caballo delante del palanquín de la Anciana Dama.

Al aproximarse a la puerta de la abadía oyeron repicar campanas y redoblar tambores. A un lado del camino esperaba la llegada del cortejo el abate Zhang con sus hábitos sosteniendo unas varillas de incienso y rodeado por sus monjes. El palanquín de la Anciana Dama avanzó un trecho más hasta que ésta dio orden de que se detuviera ante unas imágenes en arcilla de dioses guardianes que había en la puerta del templo. Se trataba de dos dioses mensajeros, uno de los cuales tenía ojos para escrutar mil li de distancia y el otro oídos capaces de discernir el rumor más pequeño. Otros dioses tutelares de la localidad los rodeaban. Jia Zhen, a la cabeza de los jóvenes de la familia, se adelantó para dar la bienvenida a la anciana. Consciente de que Yuanyang y las demás doncellas estaban todavía demasiado lejos para ayudarla a apearse, Xifeng descendió de su silla para hacerlo ella misma, pero en ese momento un acólito de doce o trece años que sostenía una caja con un par de tijeras para cortar las mechas de las velas se asustó con el estrépito que formaba el cortejo y salió corriendo a esconderse, con tan mala fortuna que tropezó con Xifeng. Ella, revolviéndose, le dio un golpe en la oreja tan fuerte que el niño cayó al suelo.

—¡Que a tu madre la joda un toro! ¡Mira por dónde andas!

Demasiado aterrado para recoger sus tijeras, el muchacho se levantó como pudo y echó a correr hacia el interior. En ese preciso instante bajaban de sus carruajes Baochai y las demás muchachas rodeadas de una multitud de matronas y esposas de mayordomos que, al ver al pequeño fugitivo, sé pusieron a gritar:

—¡Cogedlo! ¡Apaleadlo!

—¿Qué pasa? —preguntó la Anciana Dama.

Jia Zhen se acercó a indagar el porqué de tanta agitación mientras Xifeng ofrecía su brazo a la anciana.

—Es un acólito de los que cortan las mechas —explicó ella—. Estaba por ahí corriendo como un loco y no se apartó a tiempo.

—Traedlo aquí. No lo asustéis —ordenó la Anciana Dama—. Los niños de familias humildes están bien protegidos por sus padres y nunca han visto algo tan espectacular. Sería lamentable aterrorizarlo; sus padres nunca se sobrepondrían.

Y volviéndose a Jia Zhen insistió en la orden:

—Tráelo aquí con toda amabilidad.

Zhen tuvo que traer el niño a rastras. Llevaba las tijeras en la mano y temblaba de pies a cabeza. Cayó de rodillas. La Anciana Dama hizo que Jia Zhen le ayudara a ponerse de pie.

—No temas —le dijo—. ¿Qué edad tienes?

Pero el terror había enmudecido al niño.

—¡Pobrecillo! —exclamó ella.

Y volviéndose a Zhen:

—Llévatelo y dale unas monedas para que compre golosinas. Que nadie lo moleste.

Asintiendo, Zhen se llevó al niño mientras la Anciana Dama se dirigía con su comitiva a visitar los diversos salones.

Después de haberlos visto entrar por la tercera puerta, los pajes de fuera vieron salir a Jia Zhen y al niño. Recibieron orden de llevárselo, darle unos cientos de monedas y no maltratarlo. Inmediatamente varios criados se adelantaron para llevarse al niño.

Todavía sobre las escaleras, Zhen preguntó:

—¿Dónde está el mayordomo?

Los pajes gritaron a coro:

—¡Mayordomo!

Enseguida llegó Lin Zhixiao corriendo con una gorra en la mano.

—Aunque el lugar es grande —le dijo Jia Zhen—, ha venido más gente de la prevista. Mantén en este patio a los que necesites, y manda el resto al otro patio. Coloca a algunos muchachos en las dos puertas principales y en las laterales, listos para llevar recados y cumplir órdenes. Ya sabrás que hoy han venido todas las damas y que no debe permitirse la entrada de un solo extraño.

—Sí, señor. Claro, señor. Muy bien, señor —iba respondiendo Lin Zhixiao a las sucesivas órdenes.

—Ahora vete. ¡Espera! ¿Por qué no está aquí mi hijo Rong?

No había terminado de hacer la pregunta cuando Jia Rong salió del campanario a toda velocidad abrochándose la ropa.

—¡Mírenlo! —exclamó burlón Jia Zhen—. Mientras yo sudo la gota gorda él busca un sitio donde huir del calor.

Y ordenó a los sirvientes que le escupieran. Obedeciendo, uno de los pajes le escupió a la cara.

—Pregúntale cuál es el sentido de su conducta —ordenó Jia Zhen.

Y el paje preguntó a Jia Rong:

—¿Por qué si su honorable padre es capaz de soportar el calor usted busca un lugar donde estar a la sombra?

Jia Rong, con los brazos en los costados, no se atrevió a decir palabra.

Todo esto atemorizó a Jia Yun, Jia Ping y Jia Qin; y hasta Jia Huang, Jia Pian y Jia Qiong se quitaron las gorras y se deslizaron discretamente desde la sombra en la que se encontraban al pie del muro hasta donde el sol caía de plano.

—¡¿Qué haces ahí parado?! —ladró Jia Zhen a su hijo—. ¡Corre a decirles a tu madre y a tu esposa que la Anciana Dama y todas las jóvenes damas están aquí! ¡Que vengan deprisa a atenderlas!

Jia Rong salió pidiendo a gritos un caballo.

«¿Por qué no lo pensó antes? —gruñía—. Ahora soy yo quien tiene que aguantar esto.»

Luego le gritó a un paje:

—¡¿Por qué no traes el caballo?! ¡¿Te han maniatado?!

Habría enviado a un paje en su lugar, pero se lo impidió el temor a que luego fuera descubierto. En consecuencia, tuvo que cabalgar él mismo hasta la ciudad.

Pero volviendo a Jia Zhen. Se disponía a regresar al salón donde estaba la Anciana Dama cuando encontró a su lado a Zhang, el taoísta.

—Mi particular situación me obliga a atender a las damas del interior —dijo el monje sonriendo—, pero hace tanto calor, y hay tantas damitas, que mejor esperaré aquí sus órdenes.

Jia Zhen no ignoraba que, si bien al principio había sido el sustituto del duque de Rongguo [2] , este taoísta había sido nombrado más tarde por el propio emperador Guardián Principal del Texto Taoísta con el título de Santo de la Gran Ilusión, y que su actual condición de Custodio del Sello Taoísta y su título de Hombre de la Verdad Final le valían ser tratado por nobles y oficiales como Inmortal. Habría sido inconveniente desairarlo. Además, en sus frecuentes visitas a las mansiones Rong y Ning había conocido a todas las damas, jóvenes y mayores.

 

Así pues, Jia Zhen respondió con una sonrisa:

—¿Pero qué manera hablar entre amigos es ésta? No siga hablando así o le cortaré la barba. Venga conmigo.

El taoísta siguió sus pasos entre grandes carcajadas.

Jia Zhen llegó hasta donde estaba la Anciana Dama y con una reverencia le dijo:

—El abuelo Zhang ha venido a presentar sus respetos.

—Tráelo aquí —ordenó ella de inmediato.

Jia Zhen llevó al monje, que no paraba de reír.

—¡Buda de la Infinita Longevidad! —exclamó Zhang—. Espero que la anciana antepasada haya gozado de buena fortuna, salud y tranquilidad, y que también todas las damas y damitas hayan sido felices estos últimos tiempos. No he pasado por allí a presentar mis respetos, pero veo a Su Señoría con mejor Semblante que nunca.

—¿Y usted está bien, anciano inmortal? —contestó ella con una sonrisa.

—Puedo decir que sí, gracias a la parte que me corresponde de su buena fortuna. Sin embargo, continúo preocupándome por su nieto. ¿Qué tal ha estado todo este tiempo? No hace mucho, el día veintiséis del mes pasado, celebramos el natalicio del Gran Rey que Oscurece los Cielos. Como esperábamos a poca gente, y como todo estaba bastante limpio, mandé invitar al señor Bao, pero me dijeron que no estaba en casa.

—Cierto, no estaba.

La Anciana Dama hizo que trajeran a su nieto.

Baoyu, que precisamente venía de purificarse las manos, entró en ese momento y se apresuró a saludar al taoísta:

—¿Cómo está, abuelo Zhang?

El monje lo abrazó y luego dijo a la Anciana Dama:

—Este muchacho ha engordado.

—Sí —contestó ella—. Aparentemente es fuerte, pero sigue tan delicado como siempre. Y su padre está arruinando su salud con esa enojosa insistencia para que lea textos.

—Últimamente he visto sus caligrafías y versos en diversos lugares. Son muy buenos. No comprendo por qué Su Señoría acusa al muchacho de perezoso. A mí me parece que lleva buen camino.

Y con un suspiro, el viejo taoísta añadió:

—A mi entender el señor Bao, con ese rostro, ese porte y esa manera de hablar, es el vivo retrato del viejo duque.

Y mientras hablaba le brotaron lágrimas de los ojos.

También la Anciana Dama se conmovió dolorosamente con sus palabras.

—Tiene razón —asintió—. De todos mis hijos y nietos, Baoyu es el único que se parece a su abuelo.

Entonces el taoísta comentó a Jia Zhen:

—Claro que como su generación, señor, nació demasiado tarde para conocer al duque me imagino que ni el señor She ni el señor Zheng recuerdan bien sus rasgos.

Y volvió a lanzar una carcajada antes de dirigirse dé nuevo a la Anciana Dama:

—El otro día vi, en una noble familia, a una bella joven de quince años. Me parece que ya va siendo hora de concertar el enlace del joven señor. En lo que atañe a presencia, apariencia, inteligencia y origen familiar, la joven está a la altura de los Jia, pero no quise actuar sin conocer antes la opinión de Su Señoría. Si Su Señoría me da su aprobación puedo ir preparando el terreno.

—En cierta ocasión un bonzo nos dijo que este muchacho no está destinado a casarse muy joven —contestó ella—, así que esperaremos a que haya crecido algo más para arreglar este asunto. De todos modos mantenga los ojos abiertos. La riqueza y el rango son lo de menos. Basta con que encuentre a una muchacha suficientemente bella. En ese caso, avísenos. Incluso si la familia fuese pobre no sería grave, porque siempre podríamos hacerles llegar unos cuantos taeles de plata. Pero la belleza y la dulzura son difíciles de hallar.

En ese punto intervino Xifeng con una sonrisa:

—Abuelo Zhang, todavía no le ha traído usted a mi hijita su nuevo talismán, y ya mandó el otro día a pedirnos un satén amarillo. Se lo envié por no dejarlo en evidencia.

El viejo taoísta se revolcaba de risa.

—Mis ojos están débiles, señora —dijo—. No he podido verla para agradecérselo. El talismán está listo desde hace tiempo y he tenido la intención de enviarlo, pero cuando Su Alteza encargó esta ceremonia a mí se me olvidó todo. Sigue allí, ante la imagen divina. Iré a buscarlo.

Y partió a toda prisa al salón principal. Volvió al instante con un talismán sobre una bandeja cubierta por un envoltorio de seda roja con dibujos de dragones cubierto de sutras. La nodriza de Dajie se adelantó para recibirlo y el taoísta alargó los brazos en dirección a la niña.

—¿Por qué no lo trajo en las manos? —sonrió Xifeng—. ¿Por qué utiliza una bandeja?

—Mis manos están demasiado sucias, señora. Utilizar una bandeja me pareció más limpio.

—¡Vaya susto que me ha dado! —replicó ella bromeando—. No sabía que llevaba en ella el talismán y pensé que venía otra vez a pedir donativos.

El comentario de Xifeng hizo reír a todos los reunidos. Incluso Jia Zhen no pudo evitar una sonrisa.

—¡Vaya simio que estás hecha! —exclamó la Anciana Dama volviéndose a Xifeng—. ¿No temes al Infierno Cortalenguas?

—No le he hecho daño alguno —contestó ella—. ¿Por qué anda siempre diciéndome que si no hago mayor número de buenas acciones tendré una vida corta?

Zhang el taoísta se rió.

—Traje la bandeja por una razón. No para recoger donativos, sino para pedir prestado el jade del señor Bao y poder mostrarlo a mis amigos y discípulos taoístas.

—Si se trata de eso —dijo la Anciana Dama—, no hay razón para que un hombre de su edad ande corriendo y agotándose de un lado para otro. Llévese a Baoyu con usted, y muestre el jade a quien quiera. ¿No sería más cómodo?

—No, Su Señoría no comprende. Todavía me mantengo robusto y alegre a pesar de mis ochenta años, gracias a que comparto su buena fortuna. Lo que pasa es que en aquel lugar son tantos que aquello apesta. El señor Bao no está habituado a este calor y puede sentirse ofendido por el hedor, lo que resultaría lamentable.

Finalmente, la Anciana Dama ordenó a Baoyu que se quitara del cuello el Jade de las Comunicaciones Trascendentales y lo entregara al taoísta; éste lo colocó con reverencia sobre la seda y marchó portando respetuosamente la bandeja entré ambas manos.

La Anciana Dama y su comitiva, por su parte, siguieron paseando por el templo. Estaban llegando al piso superior de uno de los edificios cuando Jia Zhen informó de que el anciano taoísta venía a devolver el jade. Mientras decía esto apareció el propio Zhang con la bandeja.

—Todos me han agradecido mucho la oportunidad de contemplar el jade del señor Bao, que les parece absolutamente maravilloso —declaró—. No tienen otra cosa que ofrecer en agradecimiento, así que envían estos amuletos taoístas como muestra de su respeto. Si el señor Bao considera que no son nada especial, puede conservarlos como juguetes o regalarlos, como guste.

Sobre la bandeja, la Anciana Dama vio varias docenas de amuletos de oro o jade con las inscripciones «Que sé cumplan todos tus deseos» y «Paz eterna». Cada uno de ellos tenía incrustaciones de perlas o piedras preciosas, y estaba delicadamente grabado.

—No es posible —dijo la anciana—. ¿Cómo pueden permitirse los sacerdotes semejantes regalos? No tiene sentido. Estos regalos están fuera de lugar. No podemos aceptarlos.

—No son sino una pequeña prueba de su estima. No se lo pude impedir —replicó Zhang—. Si Su Señoría no los acepta, ellos pensarán que me desprecia y ya no me considera su protegido.

Así pues, la Anciana Dama tuvo que ordenar a una doncella que recogiera los regalos.

—Puesto que el abuelo Zhang no nos permite negarnos, pero sin embargo no son objetos que me sean de utilidad —dijo Baoyu—, ¿por qué no voy ahora con mis pajes a distribuirlos entre los pobres?

—Es una buena idea —dijo su abuela.

Pero Zhang el taoísta se opuso:

—Es una idea caritativa, señor Bao, pero aunque esos objetos sean de escaso valor, algunos de ellos están muy bien hechos. Sería un desperdicio entregárselos a los mendigos, que no sabrán apreciarlos. Si quiere ayudar a los pobres, ¿no será mejor que les dé dinero?