El futuro comienza ahora

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Aus der Reihe: Cuestiones de Antagonismo #116
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El futuro comienza ahora
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116

Cuestiones de antagonismo


Diseño interior y cubierta: RAG

Imagen de cubierta: detalle de Visitação ou a persistência do sonho a partir de Aylan Kurdi (2017), de Mario Vitória.

Traducción de Antoni Aguiló y José Luis Exeni

Reservados todos los derechos. De acuerdo a lo dispuesto en el art. 270 del Código Penal, podrán ser castigados con penas de multa y privación de libertad quienes sin la preceptiva autorización reproduzcan, plagien, distribuyan o comuniquen públicamente, en todo o en parte, una obra literaria, artística o científica, fijada en cualquier tipo de soporte.

Nota a la edición digital:

Es posible que, por la propia naturaleza de la red, algunos de los vínculos a páginas web contenidos en el libro ya no sean accesibles en el momento de su consulta. No obstante, se mantienen las referencias por fidelidad a la edición original.

© Boaventura de Sousa Santos, 2021

© Ediciones Akal, S. A., 2021

Sector Foresta, 1

28760 Tres Cantos

Madrid - España

Tel.: 918 061 996

Fax: 918 044 028

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facebook.com/EdicionesAkal

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ISBN: 978-84-460-5049-0

El futuro comienza ahora

De la pandemia a la utopía

Boaventura de Sousa Santos


En este libro escrito al ritmo de los acontecimientos provocados por la covid-19, Boaventura de Sousa Santos realiza, entre el miedo y la esperanza, un brillante análisis que trata de extraer las muchas lecciones que parece estar dándonos una pandemia que ha intensificado las desigualdades y discriminaciones sociales. Una de las más importantes tal vez sea la necesidad de democratizar la democracia. En medio de tantas muestras de actitudes contrarias a la vida, de negacionismo, de concentración del poder a base de decretos y estados de excepción, es urgente preguntarse quién gana realmente con todo esto.

En la primera de las dos partes en que se estructura el texto, se ofrece una visión lo más panorámica posible de la devastación provocada por el coronavirus, de la historia larga que lo precedió, de las causas que determinaron la forma en que «eligió» a sus víctimas, de las consecuencias que se derivaron de ello, de las acciones de los Estados y de las comunidades ante un peligro de dimensiones imprevistas. En la segunda, se argumenta que tal vez sea ahora cuando el siglo xxi tenga su verdadero comienzo. Estamos al final de una era que comenzó en el siglo xvi con la expansión colonial europea; las señales son demasiado visibles para ser ignoradas. En la nueva que se abre ante nosotros, la naturaleza ya no nos pertenece, sino que nosotros pertenecemos a la naturaleza. El autor prevé una transición larga y difícil, pero irreversible, hacia un nuevo modelo de civilización poscapitalista, poscolonial y pospatriarcal. Las resistencias serán enormes, pero la tarea es inaplazable.

«Es un libro diferente de cuantos he escrito porque pretende ser una memoria del futuro. Hay en él algo de autopsia social y algo de parto inaugural. De manera muy cruel, el coronavirus abrió las venas del mundo, parafraseando la bellísima expresión de Eduardo Galeano. Nos permitió ver las entrañas de muchas monstruosidades que habitan nuestro día a día y nos seducen con los disfraces que, de tan comunes, asumimos como normalidad.»

Boaventura de Sousa Santos es catedrático emérito de Sociología y director emérito del Centro de Estudios Sociales de la Universidad de Coimbra, así como Distinguished Legal Scholar en la Universidad de Wisconsin-Madison. Entre las principales temáticas abordadas en sus obras figuran la globalización, la sociología del Derecho y del Estado, y los movimientos sociales. En Ediciones Akal ha publicado, entre otras, Epistemologías del Sur. Perspectivas (con Maria Paula Meneses, 2014) y La difícil democracia (2016).

Prefacio

La pandemia del nuevo coronavirus desordenó los tiempos individuales y colectivos. Los privilegiados que pudieron seguir trabajando a través del teletrabajo se cerraron en casa, paradójicamente, para sentirse menos encerrados. Y trabajaron aún más intensamente. Quizá, por eso, nunca escribí un libro tan rápido como este. Escribir sobre la pandemia mientras esta ocurría significó que el libro me fue escribiendo mientras yo lo iba escribiendo. Nos escribimos el uno al otro, lo que no es de extrañar, porque los temas que discuto en este libro, además de ser nuevos, tocaron los límites de las incertidumbres existenciales que subyugaban tanto al sociólogo como al ciudadano.

No fue sólo un diálogo entre el libro y yo. A cada momento, el virus entraba en la conversación. A menudo sentía que estaba escribiendo como traductor del nuevo coronavirus. Me di cuenta de que, por mi intermedio, este virus estaba tratando de describir y evaluar el mundo y las sociedades en las que vivimos de una manera que desafiaba los análisis, conceptos y teorías que yo, como sociólogo, podía tener. Poco a poco, me di cuenta de que el virus iba más lejos de lo que nunca había estado en mis análisis de la sociedad. ¿Era el virus mejor sociólogo que yo? Pensé que era mejor no resistirme a la única conclusión sensata: tratar de ser un traductor «fiel» del virus. No fue fácil, porque en el lenguaje del virus el mensaje no se dice, se escribe con acciones, y estas consisten en la destrucción de la vida humana. Es una necrolengua que se escribe con sangre, que gana elocuencia a medida que destruye vidas humanas. Pero, al fin y al cabo, ¿no será también necrolenguaje el de los políticos que intentan convencernos de que, para salvar la economía, es necesario correr el riesgo de sacrificar vidas, las vidas que no pueden ser confinadas, para que el confinamiento de otras vidas sea posible? Este libro busca ser la traducción a un lenguaje que los humanos comprendan de lo que el virus ha venido a decir y el llamado que nos hace para actuar.

Es un libro diferente de cuantos he escrito porque pretende ser una memoria del futuro. Hay en él algo de autopsia social y algo de parto inaugural. De manera muy cruel, el coronavirus abrió las venas del mundo, parafraseando la bellísima expresión de Eduardo Galeano. Nos permitió ver las entrañas de muchas monstruosidades que habitan nuestro día a día y nos seducen con los disfraces que, de tan comunes, asumimos como normalidad. El coronavirus hizo caer muchos de estos disfraces y produjo un efecto de destripamiento. Este libro busca identificar y denunciar algunas de las dimensiones de tal destripamiento. En el viaje que emprendí hasta las últimas estaciones del sufrimiento injusto, del abandono, de la exclusión y de la invisibilidad, fue posible conocer resistencias comunitarias, iniciativas tan creativas como indignadas para aliviar el sufrimiento. Este lado indignado e insumiso de la realidad, al mismo tiempo que cuidaba las heridas, convocaba a imaginar la posibilidad de un mundo diferente al que anunciaba la pandemia si no se hiciera nada para cambiar de rumbo, un mundo infernal de pandemias intermitentes.

Este libro fue escrito entre el miedo y la esperanza, tal como uno y otra nos confrontan a principios del siglo xxi. El presente terminó sin darnos cuenta. Como nos enseñó Eric Hobsbawm, los siglos nunca comienzan el 1 de enero del primer año de cada nuevo siglo. Comienzan cuando imprimen su marca en el mundo, es decir, cuando inscriben su aura o su trauma específico en los cuerpos de vastos sectores de la población en diferentes partes del mundo. Cerca de nosotros, el siglo xx comenzó con la Primera Guerra Mundial y la Re­volución rusa[1]. El siglo xxi dio un primer signo de vida en 2008 con la crisis financiera global. Eso fue una falsa alarma; el siglo xx se mantuvo vigente durante algunos años más. El nuevo siglo comienza ahora, en 2020, con la pandemia y pase lo que pase. Sin embargo, es un comienzo diferente a los anteriores. Si fuese sólo el comienzo de un siglo de pandemias intermitentes, habrá algo fúnebre y crepuscular en él, el comienzo de un fin. Por otro lado, también puede ser el comienzo de una nueva era, de un nuevo modelo de civilización.

Entre las muchas lecciones que parece estar dándonos el virus, quizá la más radical sea que estamos al final de la era que comenzó en el siglo xvi con la expansión colonial europea[2]. Una nueva era parece anunciarse en los márgenes o en los intersticios de la inmensa destrucción de vidas humanas provocada por la pandemia. Todos los comienzos son vacilantes, poco creíbles a la luz del sentido común dominante y, por supuesto, su surgimiento puede neutralizarse durante más o menos tiempo. Sin embargo, me atrevo a pensar que las señales son demasiado visibles para ser ignoradas. La pandemia nos ha puesto en el umbral de un tiempo que de la manera más sucinta se puede caracterizar así: desde el siglo xvi hasta la actualidad vivimos una era en la que la naturaleza nos pertenecía; a partir de ahora, hemos entrado en una era en la que pertenecemos a la naturaleza. La dominación moderna tenía tres pilares principales: capitalismo, colonialismo y patriarcado, y todos se basaban en la concepción de que la naturaleza nos pertenece. La pandemia no nos da opción; nos pone ante un dilema: o cambiamos la forma en que vemos la naturaleza, o ella comenzará a escribir el largo y doloroso epitafio de la vida humana en el planeta. Para que se produzca el cambio, no bastan ópticas diferentes o ideas inaugurales. Es necesario empezar a cortar las tres pesadas anclas que nos sujetan a la concepción moderna de la naturaleza: la fuerza de trabajo y la vida misma como mercancía, el racismo y el sexismo. Así, se inaugurará una larga transición paradigmática. Será larga y difícil, pero me parece irreversible.

 

Las resistencias serán enormes. La propia pandemia, que nos obliga a caminar, también bloquea el camino. Durante la pandemia, los Estados en general, y los gobernados por fuerzas políticas de derecha en particular, demostraron ser, además de autoritarios, muy incompetentes para manejar la crisis de salud y proteger la vida de los ciudadanos. A veces, se convirtieron en cómplices de la destrucción masiva y macabra de vidas humanas. A pesar de esto, el final de estos políticos y políticas no parece estar más cerca después de la pandemia que antes. Todo lo contrario. La pandemia demostró que tales políticos y políticas tienen un nuevo e insospechado aliado: todos aquellos que, angustiados por las abismales incertidumbres del futuro, quieren que alguien les diga que no fue tan grave, que todo pasó ya y que todo volverá a la normalidad. Este libro busca hacer la vida un poco más difícil a ese tipo de políticos y políticas que, lamentablemente, son dominantes en la actualidad.

La pandemia mostró, con una claridad nunca antes vista, lo peor del mundo en el que hemos vivido desde el siglo xvi: el impulso de muerte que la dominación moderna desencadenó con impunidad en el mundo de humanos y no humanos sometidos a ella. Pero la pandemia también mostró lo más exaltado de la humanidad: la solidaridad de tantos que arriesgaron su vida para salvar a los más vulnerables o los más afectados, que se consolaron y se cuidaron entre sí. Para no hablar de los millones de horas de exceso de trabajo a las que se sometieron millones de trabajadores para producir lo imprescindible para prevenir o combatir el virus o, simplemente, para sobrevivir. Además, el mundo se afirmó como un lugar en las noticias como nunca antes había sucedido, como una humanidad sujeta a un destino común, aunque impredecible.

Sin embargo, trágicamente, lo mejor que la humanidad pudo revelar trajo consigo una herida fatal. Sólo pudo revelarse en un momento de catástrofe, en la situación límite de muerte que sólo aparentemente era indiscriminada. En otras palabras, la humanidad se afirmó como una realidad en el momento de morir. Esta es la mayor herida registrada por el nuevo virus en el cuerpo del nuevo siglo. Al tratarse de una herida de época, su curación implicará un cambio de era.

El libro está dividido en dos partes. En la primera, trato de dar una visión lo más panorámica posible de la devastación provocada por el coronavirus, de la historia larga que lo precedió, de las causas que determinaron la forma en que eligió a sus víctimas privilegiadas, de las consecuencias que se derivaron de ello, de las acciones de los Estados y de las comunidades ante un peligro de dimensiones imprevistas. En el Capítulo 1, doy algunas pistas para insertar la novedad del virus en nuestra contemporaneidad. En el Capítulo 2, muestro que esta novedad es más aparente que real, ya que el virus es un factor importante de la era moderna. En el Capítulo 3, analizo cómo el capitalismo hizo de la pandemia lo que ha hecho a la vida humana y la naturaleza: convertirla en un negocio. En el Capítulo 4, trato de desmontar la idea, adelantada por muchos, de la democraticidad del virus y analizo, con detalles que pueden exasperar a algunos lectores, la forma en que el virus ha agravado cruelmente las desigualdades y discriminaciones de las que están hechas las sociedades contemporáneas. En el Capítulo 5, someto a análisis crítico a uno de los dos protagonistas reconocidos del proceso pandémico, el Estado. Cuestiono la forma en que el Estado, llamado a proteger la vida de los ciudadanos, respondió al llamado. En el Capítulo 6, centro mi atención en el otro protagonista reconocido del proceso pandémico, el conocimiento en su inmensa diversidad y la ciencia en particular. Finalmente, en el Capítulo 7, me centro en un protagonista no reconocido, la resistencia y la creatividad de las comunidades para proteger vidas, muchas veces ante el abandono del Estado y la inaccesibilidad a los beneficios de la ciencia biomédica.

En la segunda parte, me dispongo a dar credibilidad a la idea de que el siglo xxi puede ser el comienzo de una era, una nueva era basada en la idea de que la naturaleza no nos pertenece, nosotros pertenecemos a la naturaleza. Las implicaciones que siguen son las líneas de la larga transición hacia un nuevo modelo de civilización poscapitalista, poscolonial y pospatriarcal. En el Capítulo 8, identifico los tres escenarios principales que se describen en el horizonte pospandémico. En el Capítulo 9, opto por uno de los escenarios, el que apunta a un cambio de época, a un nuevo modelo civilizatorio basado en la primacía de la vida digna y en una relación con la naturaleza radicalmente diferente a la que mantuvimos en la era moderna y nos llevó al borde de la catástrofe ecológica y a un mundo distópico viral. En el Capítulo 10, identifico los principios que deben presidir el proceso más o menos largo de transición paradigmática, desde el modelo civilizacional actual hasta lo que señalo en el Capítulo 9. Finalmente, en el Capítulo 11, enumero los primeros pasos de este proceso de transición. El libro termina con una conclusión que refleja el carácter especial de este trabajo al ser escrito mientras la pandemia sigue su curso y no deja de sorprender a los analistas.

Este libro no sería posible sin la preciosa y decisiva colaboración de un vasto grupo de compañeras y compañeros de jornada que compartieron conmigo su saber desde sus lugares de acción y lucha, ya fueran la universidad o los movimientos sociales. Con una generosidad inigualable, Maria Paula Meneses colaboró intensamente en la investigación preparatoria de este libro y especialmente en el Capítulo 2, como señalé puntualmente. Margarida Gomes, mi dedicada asistente de investigación durante muchos años, se encargó ejemplarmente de la preparación de las versiones finales de los capítulos, además de hacer una valiosa contribución en varios temas de la investigación. No miró las horas ni el esfuerzo para que el manuscrito terminara a tiempo. Lassalete Simões, mi querida amiga, colaboradora y secretaria, además de haber colaborado en la investigación, cuidó de mí y de la gestión de mis mil actividades online para que yo pudiera concentrarme en este libro. Naomar Almeida Filho, epidemiólogo de fama internacional, colega y amigo de muchos años, leyó y comentó minuciosamente todo el manuscrito y me dio el privilegio de leer de primera mano sus reflexiones especializadas sobre la pandemia. Su colaboración fue una extraordinaria manifestación del espíritu académico. Y en ella incluyo también, por las razones que ella conoce, a Denise Coutinho. Maria Irene Ramalho nunca forma parte de los agradecimientos porque está mucho antes y mucho después de ellos, en la fuente de lo que soy y hago. Además de todo lo demás, leyó y corrigió todos los capítulos con la acribia insuperable de la que es capaz.

Un grupo numeroso de personas amigas y generosas colaboró puntualmente en la preparación de la investigación. Temiendo cometer alguna omisión, de la que pido disculpas de antemano, me refiero a ellos en orden alfabético del primer nombre: Adriana Yanacona, Berenice Celeita, Boaventura Monjane, Bryan Vargas Reyes, Charbel El-Hani, David Morquecho, Elias González, Eliete Paraguassu, Félix Ruiz, Flávio Dino, Gustavo Esteva, Helena Silvestre, Ignacio Nacho Levy, Izadora Brito, Katleho Kano Shoro, João Ramalho-Santos, José Geraldo Sousa Júnior, José Manuel Mendes, José Ricardo Robles, Lino João Neves, Miguel Ramalho-Santos, Nicolás Arata, Peter Ronald deSouza, René Ramírez, Rodrigues Neves Nouveau, Scarlett Rocha, Sônia Guajajara, Tarso Genro. Mi más vehemente agradecimiento a todas y todos.

Mi casa madre es el CES, Centro de Estudios Sociales de la Universidad de Coimbra, y sin ella nada sería posible.

Un agradecimiento muy especial a mis compañeros y colaboradores de hace muchos años, Antoni Aguiló y José Luis Exeni Rodríguez, que asumieron con mucho entusiasmo y profesionalidad la compleja tarea de traducción al español. Last but not least, me complace mucho señalar que este libro no existiría si mi editor Jesús Espino no me llamara una mañana de marzo para sugerirme que escribiera un libro sobre la pandemia. Para sorpresa de la invitación, la decisión de ponerme a trabajar en la tarea fue seguida de inmediato. El agradecimiento a Jesús no podría ser mayor.

[1] Eric Hobsbawm (1994) se refiere al periodo comprendido entre el comienzo de la Primera Guerra Mundial hasta la caída del llamado bloque soviético como «el corto siglo xx», un espacio-tiempo que siguió al «largo siglo xix», que media entre el comienzo de la Revolución francesa en 1789, hasta el inicio de la Primera Guerra Mundial, en 1914.

[2] Publiqué hace poco un pequeño e-book titulado La cruel pedagogía del virus, Madrid, Akal/Buenos Aires, CLACSO, 2020.

PARTE I

El siglo xxi se presenta

I. Introducción póstuma a nuestro tiempo

El fin del presentismo

Desde hace cuarenta años el mundo vive dominado por la idea de que no hay alternativa a la sociedad actual, al modo en que está organizada y en que organiza nuestras vidas, nuestro trabajo y la falta de este, nuestro consumo y el deseo de este, nuestro tiempo y nuestra falta de tiempo, nuestra vida social y la resaca y la soledad que tantas veces nos causa, la inseguridad del empleo y el desempleo, el desistimiento de luchar por una vida mejor ante la posibilidad, siempre inminente, de que la vida empeore.

Este bloqueo de alternativas se dio en paralelo con la idea de que eso era la plena realización del progreso. Lo que quedaba atrás era mucho peor y lo que había por delante sería, en el mejor de los casos, más de lo mismo o incluso peor. El futuro estaba aquí y si nos obstinábamos en buscarlo en otro lugar tendríamos una sorpresa muy desagradable. De ahí la rigidez de un presente eterno, aparentemente libre del pasado y sin otro futuro que su eternidad. O este presente o la barbarie. A este clima epocal lo llamo presentismo, la negación radical y simultánea del historicismo y del futurismo.

Sin embargo, ¿qué mundo soportaba entonces este presente eterno? Era un mundo que cuanto más «progreso» realizaba más intolerable e inhabitable se volvía para la gran mayoría de la población mundial. Era un mundo de posibilidades desfiguradas, que sacrificaba todas las potencialidades emancipadoras con acciones supuestamente llevadas a cabo en su nombre, pero con el objetivo de anularlas. Era un vértigo sacrificial. Veamos algunas de esas posibilidades desfiguradas. La democracia se imaginó, por lo menos desde la Antigüedad clásica, como el gobierno de las mayorías en beneficio de las minorías. Hoy es, un poco por todas partes, un gobierno de minorías en beneficio de las minorías. El derecho y el sistema jurídico se pensaron y diseñaron como garantía de los débiles contra el poder discrecional de los fuertes. En muchos países hoy es un instrumento adicional de los poderosos contra los oprimidos, e incluso un instrumento de destrucción antidemocrática de adversarios políticos o económicos a través de lo que se acordó llamar, basándose en los manuales militares, guerra jurídica (lawfare). Los derechos humanos, pese a su ambivalente genealogía (tanto sirvieron a los intereses de la Guerra Fría como a las luchas contra las dictaduras), surgieron como una narrativa de dignidad humana y se vincularon a la condicionalidad de los tratados internacionales y de la mal llamada «ayuda al desarrollo». En los últimos tiempos dejaron de ser una condicionalidad para pasar a verse como un obstáculo impertinente, e incluso como un paria por parte de grupos de extrema derecha. Los mismos que en las redes sociales tildan a un político de izquierda de «activista de los derechos humanos» y consideran que este es el insulto más eficaz para derrotarlo. El concepto de desarrollo prometió mejores condiciones de vida para la mayoría de la población. Aunque la promesa fuera poco realista, llegó a tener una enorme credibilidad que, no obstante, perdió fuerza con la creciente desigualdad entre países y la inminente catástrofe ecológica. Por último, las redes sociales e internet, que se presentan de manera fidedigna como la gran promesa de la democratización de la vida social y política, hoy se están transformando en el instrumento central del capitalismo de vigilancia y de la destrucción de la voluntad democrática.

 

Estas y otras posibilidades desfiguradas contribuyeron a que un sentimiento de agotamiento político e ideológico, la sensación de estar viviendo entre ruinas, invadiera el mundo eurocéntrico o el Norte global. No se trata de una experiencia estética de las ruinas, como la que dominó el Romanticismo europeo. Es más bien la experiencia existencial de vivir ante un paisaje de cimientos que se desmoronan. Es una experiencia nueva sólo para el Norte global. Desde el siglo xvi, las conquistas impusieron a los pueblos conquistados esta misma experiencia. Desde entonces, el Sur global se acostumbró a vivir entre ruinas y a resistir e innovar a partir de estas. Es probable que dicha experiencia histórica sea hoy en día más valiosa que nunca, y no sólo para el Sur global.

Todo lo sólido se desvanece en el aire

Existe un debate en las ciencias sociales sobre si la verdad y la calidad de las instituciones de una determinada sociedad se conocen mejor en situaciones de normalidad, de funcionamiento corriente, o en situaciones excepcionales, de crisis. Tal vez ambos tipos de situación induzcan igualmente al conocimiento, pero sin duda nos permiten conocer o revelar cosas diferentes. Existen muchos conocimientos potenciales resultantes de la pandemia del coronavirus. Este libro se dedica a analizar los que me parecen más importantes. En esta introducción, presento un breve sumario.

La normalidad de la excepción. La pandemia actual no es una situación de crisis claramente opuesta a una situación de normalidad. Desde la década de 1980 –a medida que el neoliberalismo se fue imponiendo como la versión dominante del capitalismo y este se fue sometiendo cada vez más y más a la lógica del sector financiero–, el mundo ha vivido en un estado permanente de crisis. Una situación doblemente anómala. Por un lado, la idea de crisis permanente es un oxímoron, ya que, en el sentido etimológico, la crisis es por naturaleza excepcional y pasajera y constituye una oportunidad para superarla y dar lugar a un estado de cosas mejor. Por otro lado, cuando la crisis es transitoria, debe explicarse por los factores que la provocan. Sin embargo, cuando se vuelve permanente, la crisis se convierte en la causa que explica todo lo demás. Por ejemplo, la crisis financiera permanente se utiliza para explicar los recortes en las políticas sociales (salud, educación, bienestar social) o el deterioro de las condiciones salariales. Se impide, así, preguntar por las verdaderas causas de la crisis. El objetivo de la crisis permanente es que esta no se resuelva. Ahora bien, ¿cuál es el objetivo de este objetivo? Básicamente, hay dos: legitimar la escandalosa concentración de riqueza e impedir que se tomen medidas eficaces para evitar la inminente catástrofe ecológica. Así hemos vivido durante los últimos cuarenta años. Por esta razón, la pandemia sólo está empeorando una situación de crisis a la que la población mundial ha estado sometida. De ahí su peligrosidad específica. En muchos países, el Estado, en general, y los servicios públicos de salud, en particular, estaban hace diez o veinte años mejor preparados para hacer frente a la pandemia que en la actualidad.

La elasticidad de lo social. En cada época histórica, las formas dominantes de vida (trabajo, consumo, ocio, convivencia) y de anticipación o postergación de la muerte son relativamente rígidas y parecen derivarse de reglas escritas en la piedra de la naturaleza humana. Es cierto que cambian gradualmente, pero las alteraciones casi siempre pasan desapercibidas. La irrupción de una pandemia no se compagina con este tipo de cambios. Exige cambios drásticos. Y, de repente, estos se vuelven posibles, como si siempre lo hubiesen sido. Al menos para una minoría de la población mundial vuelve a ser posible quedarse en casa y disponer de tiempo para leer un libro y pasar más tiempo con la familia, consumir menos, prescindir de la adicción de pasar el rato en los centros comerciales, olvidando todo lo que nos resulta necesario en la vida pero que sólo se puede obtener por medios que no sean la compra. La idea conservadora de que no hay alternativa al modo de vida impuesto por el hipercapitalismo en el que vivimos se ha desmoronado. Se hace evidente que no hay alternativas porque el sistema político democrático se ha visto obligado a dejar de discutir las alternativas. Como fueron expulsadas del sistema político, las alternativas entrarán en la vida de los ciudadanos cada vez más por la puerta trasera de las crisis pandémicas, de los desastres medioambientales y de los colapsos financieros. Es decir, las alternativas volverán de la peor manera posible.

La fragilidad de lo humano. La aparente rigidez de las soluciones sociales crea en las clases que más se aprovechan de ellas una extraña sensación de seguridad. Es cierto que siempre hay una cierta inseguridad, pero hay medios y recursos para minimizarla, ya sean atención médica, pólizas de seguros, servicios de empresas de seguridad, terapia psicológica o gimnasios. Este sentimiento de seguridad se combina con el de arrogancia e incluso de condena respecto a todos aquellos que se sienten victimizados por las mismas soluciones sociales. La catástrofe viral interrumpe este sentido común y evapora la seguridad de la noche a la mañana. Sabemos, y se demostrará totalmente en este libro, que la pandemia no es ciega y tiene objetivos privilegiados, pero aun así ha creado una extraña conciencia de comunión planetaria. La etimología del término pandemia dice exactamente eso: el pueblo entero. La tragedia es que, en este caso, la mejor manera de mostrar solidaridad es aislarnos físicamente de los demás y ni siquiera tocarnos. ¿Aceptaremos que esta sea la única manera posible de unir nuestros destinos? ¿Será posible luchar por otras?

Los fines no justifican los medios. La desaceleración de la actividad económica, especialmente en los países más industrializados, ha tenido obvias consecuencias negativas. Pero, por otro lado, ha habido algunas consecuencias positivas. Por ejemplo, la disminución de la contaminación atmosférica. Un especialista en la calidad del aire de la agencia espacial de Estados Unidos (NASA) afirmó que nunca se había visto una caída tan drástica de la contaminación en un área tan extensa. ¿Significa esto que, a principios del siglo xxi, la única forma de evitar la cada vez más inminente catástrofe ecológica es a través de la destrucción masiva de la vida humana? ¿Hemos perdido la imaginación preventiva y la capacidad política para ponerla en práctica?

También se sabe que, para controlar efectivamente la pandemia, China ha implementado métodos particularmente estrictos de represión y vigilancia. Cada vez es más evidente que las medidas fueron eficaces. Resulta que China, a pesar de todos sus méritos, no tiene el de ser un país democrático. Es muy cuestionable que tales medidas puedan implementarse, o hacerlo de manera igualmente eficaz, en un país democrático. ¿Significa esto que la democracia carece de la capacidad política necesaria para responder ante situaciones de emergencia? Como las democracias son cada vez más vulnerables a las fake news, ¿tendremos que imaginar soluciones democráticas basadas en la democracia participativa a escala de barrios y comunidades y en la educación cívica orientada hacia la solidaridad y la cooperación, y no hacia el emprendimiento y la competitividad a toda costa? La verdad es que países democráticos de Asia, como Singapur y Corea del Sur, o de Oceanía, como Nueva Zelanda, tuvieron un éxito reseñable en la lucha contra la pandemia. ¿Acaso no se debería reconocer de ahora en adelante la cultura cívica como un recurso crucial de salud pública?

La guerra de la que se hace la paz. La forma en la que se construyó inicialmente la narrativa de la pandemia en los medios de comunicación occidentales hizo evidente el deseo de demonizar a China. Las malas condiciones higiénicas en los mercados chinos y los extraños hábitos alimentarios de los chinos (primitivismo insinuado) serían el origen del mal. El público de todo el mundo fue alertado, de forma subliminal, sobre el peligro de que China, ahora la segunda economía mundial, llegue a dominar el mundo. Si China no pudo evitar semejante daño a la salud mundial y, además, no pudo superarlo de manera eficaz, ¿cómo podemos confiar en la tecnología del futuro propuesta por China? ¿Acaso el virus nació en China? La verdad es que, según la Organización Mundial de la Salud, el origen del virus aún no se ha determinado. Por lo tanto, es irresponsable que los medios oficiales de Estados Unidos hablen del «virus extranjero» o incluso del «coronavirus chino», sobre todo porque sólo sería posible hacer pruebas gratuitas y determinar con precisión los tipos de gripe que se han dado en los últimos meses en países con buenos sistemas de salud pública (y Estados Unidos no es uno de ellos). Una de las grandes revelaciones de la pandemia ha sido el hecho de darse a conocer que se está agravando peligrosamente para la paz mundial la guerra comercial entre China y Estados Unidos, una guerra sin cuartel que, como todo parece indicar, tendrá que terminar con un vencedor y un vencido. Desde el punto de vista de Estados Unidos, es urgente neutralizar el liderazgo de China en cuatro áreas: la fabricación de teléfonos móviles, las telecomunicaciones de quinta generación, la inteligencia artificial, los automóviles eléctricos y las energías renovables.