Buch lesen: «Evangélicos en la nueva era de la comunicación»

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Capítulo 1. DANIEL HOFKAMP Capítulo 2. PEDRO TARQUIS Capítulo 3. PEDRO TARQUIS · JONATÁN SORIANO Capítulo 4. JONATÁN SORIANO Capítulo 5. JOEL FORSTER · BELÉN DÍAZ Capítulo 6. PEDRO TARQUIS Otros básicos publicados Notas al pie

DANIEL HOFKAMP · PEDRO TARQUIS · JONATÁN SORIANO

JOEL FORSTER · BELÉN DÍAZ

Evangélicos en la nueva era de la comunicación

ISBN: 978-84-122435-3-6

Esta serie ha sido diseñada con el propósito de estimularte a:

PENSAR

Temas abordados por expertos y analizados con un enfoque cristiano comprometido.

RENOVAR

A través de perspectivas cristianas para los problemas de hoy.

CONSTRUIR

Queremos ayudarte a crecer con buenos materiales.

Básicos te ofrece 4 áreas temáticas que podrás distinguir por sus colores:

CIAN

Actualidad

MAGENTA

Apologética

AMARILLO

Liderazgo y Pastoral

NEGRO

Biblia

Capítulo 1. DANIEL HOFKAMP

Redes, noticias falsas y la respuesta de los cristianos

Capítulo 2. PEDRO TARQUIS

Cómo abordar informativamente temas difíciles

Capítulo 3. PEDRO TARQUIS · JONATÁN SORIANO

El diálogo de Dios. Palabra y Verbo, Kairós y Cronos

Capítulo 4. JONATÁN SORIANO

La entrevista periodística y la responsabilidad relacional

Capítulo 5. JOEL FORSTER · BELÉN DÍAZ

Europa: comunicar en un contexto hostil

Capítulo 6. PEDRO TARQUIS

Cómo responder a estereotipos en medios de comunicación

Otros básicos publicados

Capítulo 1. DANIEL HOFKAMP
Redes, noticias falsas y la respuesta de los cristianos

Internet ha tenido un impacto innegable en muchos ámbitos. En lo que respecta a la comunicación, es una revolución a la altura de la creación de la imprenta. Ha sido rápido. Tanto, que nos cuesta pensar que hace solo diez años no existían tutoriales sobre cómo aprender a cocinar o a hacer un nudo de corbata al alcance de unos clics en YouTube. Se nos hace difícil pensar que no hubo tuiteros siguiendo al minuto el 11-S, o que cuando Iniesta marcó el gol de nuestra vida, no existía Instagram para registrar ese efímero momento de felicidad.

Quizá nos cuesta pensar en ello porque ahora nos parece imposible que algo suceda en el mundo —y a veces incluso en nuestro pequeño mundo— sin que haya un dispositivo registrándolo o alguien hablando sobre ello en las redes sociales. El gran cambio de internet no ha sido solamente el acceso a la información, sino la hiperconexión: todo el mundo, conectado todo el tiempo, compartiendo información al instante. La próxima revolución, dicen muchos expertos, será la de las “cosas” conectadas. Básicamente, la lavadora —nos dicen— será capaz de encargar el detergente, la nevera detectará si nos falta mahonesa y la camisa nos dirá si se le ha pegado un exceso de sudor.

Aunque no hemos llegado ahí, vemos que el mundo informativo ha cambiado, y en parte nos cambia a nosotros. Pero en el fondo no lo han hecho las reglas de juego, tan antiguas como el ser humano. Nos seguimos comunicando entre personas y colectivos, donde partimos de una base común —somos seres humanos, que vivimos en un espacio compartido y donde enfrentamos desafíos similares— nos comunicamos con objetivos concretos —ampliar conocimiento, compartir información, halagar, difamar…— y enfrentamos la divergencia entre hechos —lo objetivo— y nuestra perspectiva de los mismos —lo subjetivo— al contarle algo a los demás.

Es por eso por lo que como cristianos no necesitamos reinventar la rueda. Los principios bíblicos que encontramos en el evangelio, que apuntan a las relaciones personales, a la búsqueda de la verdad, a temas tan prácticos como el uso prudente de la lengua, siguen vigentes y nos ayudarán a encarar esta nueva era.

Democratización e impacto emocional

La tecnología ha permitido una generación de información masiva nunca antes vista en la historia de la humanidad. Cada minuto en YouTube se suben unas 300 horas de vídeo. 500 millones de personas utilizan las “historias” de Instagram a diario. Y ¿qué diferencia hay entre el perfil de un gran medio de comunicación y el de un joven con una webcam o una adolescente con un iPhone? Técnicamente, ya no hay grandes diferencias. El mensaje de un usuario anónimo tiene el potencial de llegar a millones de personas.

Las grandes plataformas en internet han sabido evolucionar y darnos la posibilidad soñada de llevar nuestro mensaje al fin del mundo. Ya no somos solamente consumidores de una información empaquetada, estructurada o filtrada por profesionales. Cualquiera puede contar, grabar, escribir, hacer fotos y vídeos. Cualquiera puede opinar: no importa la cualificación, origen, familia, estatus… En un sentido, la tecnología ha democratizado y desprofesionalizado la comunicación.

Pero incluso los medios hemos entrado en esta dinámica democrática del consumo informativo. Pedimos a nuestros lectores que reaccionen, a nuestros oyentes que nos envíen audios de WhatsApp, a nuestros televidentes que nos manden fotos del bonito amanecer que vieron esta mañana. Así, hemos pasado de un receptor pasivo a un consumidor-emisor que no solo opina, sino que crea contenido. Pero al hacerlo, este receptor apenas usa filtros profesionales, como el contraste o la precisión.

Así que las redes sociales y los servicios de mensajería directa se han convertido, por derecho propio, en un espacio de comunicación fundamental. Lo han entendido bien las grandes empresas, que cada vez invierten más dinero en vendernos sus productos a través de estos canales. Incluso lo han captado quienes quieren vendernos ideas, sobre todo desde el campo de la política, sumamente preocupados por cuidar su actividad en las redes.

Sin embargo, las redes sociales no se pueden entender como un nuevo entorno de medio de comunicación de masas. En Facebook estás leyendo dos frases de un artículo sobre política internacional mientras, justo debajo, puedes apreciar la foto de tus sobrinos. Una frase ingeniosa escrita por un escritor al que admiras te genera un “Me gusta”. Cuatro o cinco segundos después, estás reaccionando con la carita de “Me entristece” ante la foto de duelo de un amigo que acaba de perder a su padre.

Así las redes sociales son un entorno marcado fundamentalmente por las emociones. En Estados Unidos, Facebook es desde hace varios años la plataforma donde más personas se informan sobre política. ¿Nos ayuda esto a entender que los políticos afinen sus discursos para apelar a emociones primarias? Pero no solo ellos: todos los usuarios, aun sin ser conscientes, lo experimentamos. Sabemos que, si la plataforma nos ofrece posibilidades de fingir, exagerar, extremar el discurso, es probable que lo hagamos. Porque ese “Me gusta” no solo satisface bolsillos o intereses de grandes corporaciones: ¿a quién no le satisface sentir que un mensaje ha llegado a decenas, cientos o miles de personas? La tentación de generar una respuesta que infle el ego está en el origen de muchas de las manipulaciones informativas que vemos hoy.

Burbuja

Otra de las consecuencias recientes de la evolución tecnológica es la creación de burbujas ideológicas en nuestro acceso a la información. Las redes sociales no son plataformas neutrales, sino negocios lucrativos. Viven de la gestión de datos personales y de la inversión publicitaria. Facebook, Twitter e Instagram quieren que el usuario pase en su plataforma cuanto más tiempo, mejor. Sus algoritmos nos estudian y aprenden qué mostrarnos, a qué hora, y qué reacción nos provoca aquello que vemos.

Es por eso por lo que, con nuestro uso cotidiano, las redes van conociendo cada vez mejor nuestro perfil ideológico y, en consecuencia, ofreciéndonos contenidos que se ajusten a aquello que más nos satisface. El periodista Tony Watkins describe este proceso: “Todos tenemos una fuerte tendencia psicológica a aferrarnos a información que confirma nuestras ideas previas […] Tendemos a evitar o rechazar cualquier cosa que nos cuestione. O sea que fácilmente creemos cualquier cosa que encaje con nuestra cosmovisión o valores preexistentes, y descartamos cualquier cosa que sea una amenaza para los mismos”. 1

Si solo nos informamos a través de las redes sociales corremos el riesgo de estar exponiéndonos informativamente a aquello que tenga el sesgo que más nos agrada. La virtud de consultar diversas fuentes para acercarnos más a la verdad de los hechos exige una implicación que las redes sociales no nos ponen nada fácil. En cambio, solemos creer que estamos bien informados. Como dice el periodista José de Segovia “vivimos en la edad de la globalización de la información, por lo que nos creemos libres, cuando somos más esclavos que nunca”. 2

¿Qué efectos puede tener esta situación a medio o largo plazo? El divulgador Ranga Yogeshwar decía en una entrevista que “si te rodeas todo el tiempo de gente que piensa como tú, te encierras en una burbuja y eso también modela la personalidad. Me pregunto si acabaremos en una sociedad muy diferente, que no se parece nada a la idea de sociedad cohesionada que teníamos hasta ahora, sino una en la que se formen islas con unas reglas elementales para relacionarnos”. 3

Posverdad y fake news

El Diccionario Oxford (2016) define la posverdad como el “efecto o circunstancia en la que los hechos objetivos influyen menos en la formación de la opinión pública que las apelaciones a las emociones”. Las fake news o “noticias falsas” son aquellas noticias que se construyen para desacreditar o acreditar una posición ideológica previa.

No es casualidad que la posverdad prospere en el ámbito del impacto emocional y la burbuja, y que las noticias falsas se expandan en este entorno de acceso y producción informativa democráticos.

¿Cuáles son las consecuencias? Todavía están por verse, aunque ya percibimos cómo ciertos movimientos políticos han aprovechado este nuevo escenario informativo para crecer. La apelación emocional se utiliza sin demasiados escrúpulos para conseguir un apoyo que no entienda de razones.

Cómo responder

Los cristianos tenemos el reto de ser sal y luz en medio del mundo. Si aplicamos los principios bíblicos y del evangelio a nuestra forma de comunicarnos y relacionarnos con la información, estaremos cumpliendo con ese llamamiento de Jesús. Algunos de los principios son:

1 La verdad existe. Conocer la verdad es posible. Por los medios que dispongamos, tenemos que esforzarnos por encontrar esta verdad. No caigamos en la trampa del relativismo creyendo que todas las perspectivas tienen el mismo valor. En la esencia del periodismo está ese afán de búsqueda de lo cierto. Sabemos que será una búsqueda imperfecta o limitada, pero eso no impide que nuestro esfuerzo sea como el del evangelista Lucas: “Habiendo investigado todo esto con esmero desde su origen, he decidido escribírtelo ordenadamente”. Investigación precisa y orden son dos características que debemos buscar en la información de la que nos nutrimos y también de la que difundimos.

Pero, ¿de qué forma podemos buscar la verdad? Lo primero sería que ante una noticia no nos quedemos con la versión de un medio, sino que procuremos acceder a varias fuentes. En segundo lugar, respetemos el oficio periodístico. Incluso en sus horas bajas, es posible encontrar a quienes siguen principios de honestidad y veracidad dentro de la profesión. Internet nos ha facilitado el acceso a medios y periodistas de todo el mundo. Es fácil tener incluso acceso a medios independientes que no están sometidos a grandes poderes ideológicos o económicos. Podemos acceder a un menú variado de información e ideas que nos ayuden a configurar nuestra percepción de la realidad. “Examinadlo todo, retened lo bueno” es un principio que nos puede ayudar en la elección de nuestras fuentes de información.

1 Apliquemos filtros en el consumo de información. Pongamos los hechos por encima de las opiniones y las emociones. Muchos se obsesionan con la construcción del relato, es decir, que no importa tanto lo que haya pasado, sino cómo te lo hayan contado. Según comentamos anteriormente, esto se debe a ese anclaje emocional y de relativismo del que podemos contagiarnos. La vacuna es buscar los hechos y que sean estos los que hablen primero. “Por sus frutos los conoceréis”, dijo en más de una ocasión Jesús. Esa es la mejor forma de acercarnos a la información para identificar si está siendo interesada o manipulada. Si vemos que un medio abunda en el sensacionalismo, podemos descartarlo como fuente primaria informativa. Algo que también nos puede ayudar es conocer cuáles son las tendencias ideológicas del medio en cuestión, así podremos saber a priori qué partes de la información podrían estar quedando opacadas por esa tendencia.

1 Rompamos la burbuja. El efecto de aislamiento ideológico inherente al funcionamiento de la mayoría de las redes sociales nos debe llevar a buscar la información por otros canales que no solo sean Facebook o WhatsApp. Tenemos que procurar romper nuestra burbuja personal. Basta con prestar atención al menos a las portadas de periódicos que no sean afines a nosotros. Jesús dijo que no podíamos pretender quitar la astilla del ojo ajeno si antes no nos hemos quitado nuestra viga. Así que seamos intencionales al buscar informarnos.

1 Vigilemos el primer impulso. Al circular tal cantidad de información con carga emocional, es habitual que reaccionemos de forma impulsiva. Incluso esta reacción es utilizada por entidades de todo tipo, ya sea para pedir dinero, firmas o la extensión del mensaje. Pero, como cristianos deberíamos actuar con prudencia para no ser víctimas de una información manipulada. Por eso, antes de unirnos a una causa, hacer una crítica o incluso compartir un artículo denunciando algo que parece escandaloso… apliquemos los puntos antes mencionados. La prudencia es una de las virtudes más destacadas en Proverbios. Si somos capaces de aplicarla en nuestra interacción en las redes, descubriremos que “la respuesta amable calma el enojo”, en cambio “la agresiva echa leña al fuego”. Como hijos del Reino, nuestra respuesta siempre debe ser “sazonada con sal” (RV60), e incluso cuando tengamos que defender nuestra fe, somos animados a hacerlo “con gentileza y respeto”.

1 Confrontemos la falsedad. Cuando algo es mentira, debemos oponernos. No importa si incluso nos parece ventajosa. Como pueblo cristiano podemos ser susceptibles a compartir noticias que reafirmen algunas posiciones ideológicas que nos parezcan convenientes. 4 Esto ha ocurrido con auténticas fake news en el campo de la arqueología o la ciencia.

Finalmente, este comportamiento repercute negativamente, porque “todo lo oculto terminará por ser manifestado”. De la misma forma, cuando veamos que se difunden noticias falsas en un entorno próximo —por ejemplo, en un grupo de WhatsApp— no participemos en esas cadenas de engaño y procuremos detenerlo.

1 Formemos comunidades críticas. Los cristianos tenemos la posibilidad de formar una comunidad en la que podemos aplicar los principios de Cristo a nuestras relaciones interpersonales y eso implica también la manera en la que tratamos la información. Ya la iglesia del primer siglo tenía que confrontar a menudo la falsedad, y de ahí que encontremos tantas advertencias acerca de los falsos maestros.

Por eso debemos animarnos unos a otros a ser comunidades informadas y prudentes, como los de Berea, que al llegar Pablo y Silas “recibieron el mensaje con toda avidez y todos los días examinaban las Escrituras para ver si era verdad lo que se les anunciaba”. Si a nuestro alrededor generamos una cultura de informarnos y formarnos, será mucho más difícil que nos dejemos seducir por el engaño.

Conclusión

Estos son solo algunos principios que pueden servirnos para ver que la Biblia, a pesar de su antigüedad, sigue siendo perfectamente aplicable para afrontar un asunto contemporáneo. La forma de informarnos y la información que compartimos con los demás son parte del testimonio cristiano fundamental en esta era de la hiperconexión. Si queremos renovar nuestro compromiso con la misión, tenemos que pensar y replantearnos cómo estamos actuando en la esfera de la comunicación.

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