Hugo y Naya viajan a la ciudad

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Hugo y Naya viajan a la ciudad
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© del texto: Begoña Lisón

© de las ilustraciones: Cristina Velado Conde

© corrección del texto: Equipo BABIDI-BÚ

© de esta edición:

Editorial BABIDI-BÚ, 2021

Fernández de Ribera 32, 2ºD

41005 - Sevilla

Tlfn: 912.665.684

info@babidibulibros.com

www.babidibulibros.com

Primera edición: marzo ,2021

ISBN: 978-8418649-96-7

Producción del ePub: booqlab

«Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra»


A mis nietos con cariño, Mario, Sara y Mateo.

Y agradezco a Hugo, Nahia, y Unai por inspirarme con su forma de ser.

ÍNDICE

Los nuevos amigos de Hugo y Naya

Naya, Hugo y Min visitan la ciudad

Hugo y Naya regresan a casa

Actividades


Los nuevos amigos de Hugo y Naya

Érase una vez una ardilla llamada Naya, que vivía con su familia en un bosque cerca de las montañas donde habitaban muchos animales, entre estos, un castor llamado Hugo, que era su mejor amigo.

Les encantaba escuchar las historias del abuelo Castor, que es el abuelo de Hugo. Este era muy mayor, y les contaba las aventuras que había vivido cuando fue a conocer el mundo de los humanos, que estuvo en una ciudad grande en la que había mucha gente, y donde hizo grandes amigos.

Un día les contó que algunos humanos tiraban cosas a los ríos, ensuciándolos, y le preocupaba que las aguas se contaminaran con las basuras. Le chocó también que estos se desplazaran de un lugar a otro en carros conducidos por caballos.

—Un día, casi me atropelló uno —dijo el abuelo Castor.

—¿Por qué volviste a las montañas, abuelo?


—Comprendí que esa vida no era para mí, y decidí volver a casa, a mis montañas, donde la vida era tranquila, los ríos y el aire no están contaminados como en la ciudad con humos de las chimeneas de las casas y de unos edificios a los que llamaban «fábricas».

Hugo y Naya, que siempre lo escuchaban muy atentos, preguntaron:

—¿Crees qué habrá cambiado la ciudad de los humanos?

—No lo sé, pero ahora soy muy mayor para comprobarlo.

A Naya, que le encantaba ir al río y mirar cómo construían los castores las presas con los troncos de los árboles y escuchar los relatos del abuelo Castor, le picó la curiosidad, y pensó que podrían viajar a la ciudad.

Un día en el que estaban sentados a la orilla del río, Naya le preguntó:

—¿Quieres que vayamos a la ciudad que está en el mundo de los humanos para ver si ha cambiado y comprobar todo lo que nos ha dicho tu abuelo?

—Sí, sí —contestó Hugo, a quien también le picaba la curiosidad.

Al comenzar la primavera comunicaron a sus familias la intención de irse de viaje a la ciudad del mundo de los humanos. El abuelo Castor les dio muchos consejos, y sus papás les prepararon comida para el camino.

Al cabo de unos días, emprendieron el viaje, y todos salieron a despedirlos. Iban tan contentos hablando y cantando que, sin darse cuenta, comenzó a hacerse de noche, y decidieron cobijarse debajo de un árbol, se sentaron y sacaron la comida que les habían preparado sus papás.

—¡Tengo hambre! —dijo Hugo.

—¡Y yo! —respondió Naya.

Al comenzar a comer, escucharon una voz que les gritó:

—¡Eh, vosotros! ¿Quiénes sois y qué hacéis debajo de mi árbol?

Asustados, miraban por todos lados, no viendo a nadie.

—¿Será un fantasma? —comentó Naya.


Hugo temblaba de miedo.

Viéndolos tan asustados, el animalito decidió presentarse:

—Mirad hacia arriba del árbol —dijo y los saludó—. ¡Hola! Soy un búho, pero nadie me ha puesto nombre, así que para vosotros seré el señor Búho.

—¡De acuerdo! —contestaron mirando hacia la rama del árbol dónde estaba el búho.

Después de conocerlo, se quedaron más tranquilos, y le invitaron a cenar presentándose:

—Me llamo Naya y soy una ardilla.

—Yo, Hugo, y soy un castor.

—Me alegro de conoceros —dijo el señor Búho—. ¿A dónde vais y de dónde venís?

—Queríamos ir a la ciudad. El abuelo Castor estuvo allí y nos contó muchas historias, nos picó la curiosidad y decidimos conocerla, porque queríamos saber si había cambiado.

—A la vuelta me contáis lo que habéis visto, pues cuando despertéis, estaré dormido; vigilaré toda la noche para que no os pase nada —dijo el señor Búho.

—Buenas noches —contestaron los dos a la vez.

Estaban tan cansados que sus ojitos comenzaron a cerrarse y se durmieron tranquilos, sabiendo que el señor Búho velaba por ellos. Al día siguiente, y sin hacer ruido, se pusieron en marcha; el señor Búho ya dormía, tenía los ojitos cerrados.

Por el camino iban jugando, cantando y cogiendo flores. El tiempo pasó tan rápido que nuevamente volvió a hacerse de noche.

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