Viaje a Virgenia

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Viaje a Virgenia
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Viaje a Virgenia

Journey to Virginland

Título original: Journey to Virginland: Epistle I

Edición original: © Two Harbors Press, 2011

1.ª edición: marzo 2016

1ª edicion ebook: agosto 2021

Diseño: A. Amann & J. Palao

Ilustración de cubierta: Random, © Eduardo Bertone

Ilustración de solapa: Armen Melikian

Copyright © Armen Melikian, 2010

Copyright de la traducción © Elia Maqueda López, 2016

Copyright de la edición en español © Armaenia Editorial, S.L. 2016, 2021

Armaenia Editorial, S.L.

www.armaeniaeditorial.com

Reservados todos los derechos. Queda rigurosamente prohibida, sin la autorización escrita de los titulares del “Copyright”, bajo las sanciones establecidas por las leyes,

la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, incluidos la reprografía y el tratamiento informático, así como la distribución de ejemplares mediante alquiler o préstamo públicos.

ISBN: 978-84-18994-00-5


ARMEN MELIKIAN

Viaje a Virgenia

Journey to Virginland

Traducción de Elia Maqueda López

www.armaeniaeditorial.com


En el nombre de la Madre Yupi, del Padre Canalá, del hijo Candadá y del Espíritu Maléfico —sallallahu aleihem wasallam—, me dirijo hacia mi casa una hora antes de que anochezca, tras dar por terminadas mis pesquisas en la Bibliomorgue Nacional, en la Academia de las Ciencias de Virgenia. Las noches en vela me tienen agotado. Necesito relajarme. Los días son más largos, el frío lacerante va remitiendo a regañadientes, pero aún es pronto para ir a Natashima… En el patio, los perros se están dando un festín; el camión de la basura tampoco ha pasado hoy. Casi mejor, al menos así mis amigos siguen vivos. Desde que el ejército inició la Operación Matacanes, doy un respingo cada vez que oigo el eco de las ráfagas de las ametralladoras desde puntos indefinidos. A veces me alegro de no haber nacido can.

Pero, ¿no soy Can, en realidad?

En cualquier caso, no me encuentro en un estado mental particularmente canino cuando suena el timbre. Es Katy. Siempre llama antes de venir. Presiento que algo no va bien. No me equivoco: está llorando. Nunca la había visto llorar.

Katy es una chica dura, tiene una habilidad innata para enfrentarse a las crisis con un pragmatismo inusual. Ahora se pone de cara a la pared, a cuatro patas, coge mi polla, la guía hasta su entrepierna y me susurra entre sollozos:

—Fóllame… Fóllame… ¡Venga, fóllame!

El sexo está prohibido por ley en Virgenia.

Sin aliento, me cuenta lo que le ha pasado hoy, y luego se desvanece dentro del taxi en el que ha venido, que la espera aparcado al otro lado de la Universidad de Satanás en Virgenal, según sus instrucciones.

Estoy aturdido. La visita de Katy ha sido como un sueño. «¡Matad al perro!» —aún puedo oírlo—.«¡Matad al perro!».

***

Katy lleva meses esperando una respuesta del Departamento Tributario de Diosoh, donde solicitó un puesto de trabajo. La verdad es que se lo merece de sobra. Tiene el título oficial de contable y domina varios programas informáticos. Además, ha investigado y puesto en evidencia a dos importantes clanes de la mafia que conspiraban con empleados del Departamento Tributario para eludir el pago de impuestos que ascendían a varios millones de washingtons. Gracias a su buen trabajo, en Diosoh habían conseguido recuperar el botín. Al-hamdu lillahi rabbul alameen, Padre de los hombres y los genios. Con el clima político que reinaba aquellos días en Virgenia, aquello era un asunto intrincado y con mala pinta. Aun así, Katy había salido airosa de la acrobacia.

Pero los clanes, que se saciaban a costa de los Redimidos y de Diosoh, salieron impunes de aquella. El desprecio por la ley era más que habitual en las agencias policiales del Paraíso, y los Redimidos sufrían las consecuencias. Así las cosas, los esfuerzos bienintencionados de Satanji habían traído consigo la caída de Leninstán, de forma que el Paraíso había conseguido la independencia y había acudido diligente y dócil a las faldas de las Naciones Unidas del Hombre. Lo que siguió fue la estampida de un millón de espectros, mientras un Diosoh famélico, a la cabeza de una procesión de ávidos arcángeles, conquistaba el Paraíso-Virgenia en un abrir y cerrar de ojos.

Durante una época trabajé en el Infierno, luchando contra los funcionarios corruptos del gobierno del Santo Satanji, como abogado de oficio de los fugitivos del Paraíso. Estaba enfadado con Satanji, y él estaba enfadado conmigo. Judith, una amiga, productora de cine en el Hadeswood Occidental y fetichista empedernida del poder, me contaba los abusos que perpetraban sus amantes policías. Uno de ellos, Owen, se jactaba de sus tejemanejes siempre que se acostaban, y en una ocasión le contó, muerto de la risa, que una vez había asesinado a un satánico negro. Judith salía conmigo para darle celos a Owen. Owen tenía una risa profunda, me contaba, y siempre se le adivinaba un poco de flema en la voz, pero tenía el pene limpio y de un tamaño adecuado. Le irritaba los labios vaginales con el bigote, pero era generoso en la cama. Owen estaba fumando cuando se salió de ella. Dio una calada larga y profunda y estalló de repente en una carcajada que hizo que el humo le explotase en la boca. Aquel había sido un caso especial: habían visto a la víctima caminando con andares torpes, de una forma que hacía sospechar que el individuo podía llevar drogas en el recto. Intentó correr y le dispararon; murió antes de golpear el suelo. Resultó que no llevaba droga. Qué diablos. El tipo tenía hemorroides. En fin. Le metieron un poco de cocaína en el culo después de muerto. Owen se partía de risa cada vez que contaba aquella historia.

Cuando Can estuvo metido en el adiestramiento­ de perros policía para aprender técnicas de olfateo, sus compañeros (entre los que había algunos expolicías) comentaban la relación entre los agentes de policía y las bandas de criminales —con sus representantes, en su gran mayoría— cuyos actos rara vez se investigaban. Se esperaba que aquellos grupos cometiesen delitos seleccionados y recomendados por los propios policías, y se evitaba la protesta pública al centrarse en las minorías y zonas pobres. La policía, bajo cuerda, reclutaba criminales tipo, individuos que salivaban ante la idea de cometer un asesinato, en busca de una vía legal para saciar su sed de sangre.

Los fiscales de nuestro Señor Satanás elegían regular y cuidadosamente los casos en función de la raza de los sospechosos. Los detectives también hacían gala de la más absoluta discreción en cuanto a qué casos llegaban a los tribunales. El efecto neto era que las minorías étnicas del Santo Satanás sacaban siempre el palo más corto en este Nuevo Mundo Libre, a menudo hundidos en la ruina financiera.

Los auténticos seguidores de nuestro Señor Satanás, padre eterno del Universo, bendito y único soberano, detestaban a los inmigrantes paradisoicos en Gehendale.

No había frivolidad en dicha aversión, no obstante.

Mi padre, por ejemplo, admirador reaccionario del Paraíso, sentía repulsión ante el comportamiento de los anteriores residentes. Nos poníamos de uñas cada vez que los describía haciendo gala de su estilo inimitable.

Había multitud de paradisoicos entre rejas en el Infierno. La cifra oficial era 14 400. Si el Paraíso se rigiera por los mismos estándares legales que el Infierno, tendrían que haber encarcelado a 144 000 por cada millón de corderos anteriormente emancipados, junto con la totalidad del sistema de Diosoh.

La incógnita de cómo el Imperio Demoniocrático de Gehena, también conocido como las Tribus Unidas de Amerhena (las TT. UU.), se había protegido de las fechorías de los paradisoicos me la despejó un amigo abogado. Trabajaba como defensor de paradisoicos que habían ­perpetrado robos en las minas farmacéuticas del Estado Dorado de Satanás. Me habló de los métodos que utilizaban los investigadores federales de nuestro Señor. Comparados con el KGB, dijo que el trato cruel y despiadado de los infraperros era más humano (es decir, más canino) que el de los federales con los que se las veía.

De vuelta en el Paraíso, los fiscales de Diosoh han puesto el contador de oprimidos a cero y los gendarmes de Diosoh siguen el rastro del efectivo, hablando de sus cosas bajo el foco de la sonrisa de superioridad del Todopoderoso.

Yo estaba decepcionado con los paradisoicos —los Redimidos del Padre Diosoh—, su mentalidad me daba asco. Había dejado de defenderlos ante el bendito Satanás.

Mi decisión se debía en gran medida a su halo oscuro. Aquellos tipos eran tan buenos disimulando sus crímenes que hacían quedar a Marx (Onón nos proteja) a la altura de Yuju (santificado sea su nombre). Dicha propensión es la marca de la casa de los pueblos opresores que han sobrevivido en el camino traicionero hasta Diosonón.

Es cierto que los Redimidos no eran el único segmento criminal que se entregaba a la plenitud satánica, ni siquiera eran los peores. Pero aparte de algunos defectos emblemáticos de su carácter, había cosas en ellos que daban asco: su gusto por el robo a nuestro Señor Satanás, capitán de nuestra salvación y sustento de la seguridad; su falta de confianza de palabra y acto, y la facilidad con la que compartían las posesiones del prójimo, incluidos la esposa y el ano. Todo aquello eran reliquias de los mandamientos de hermandad universal de Papá Lenin. Aunque su codicia se había visto bastante mermada gracias a los látigos de Satanás, también había aumentado en vehemencia de manera proporcional para con los canes.

 

El profeta Marx, que subió al Cielo en un tornado a lomos de los fieros corceles de Diosonón después de completar su misión en la caverna telúrica, había dejado una marca indeleble en el Paraíso. Aquí, todo lo que ocurría bajo el sol, incluido el Éxodo de los 144 000 a Gehena, se explica en clave económica. Los ángeles insisten en que se vivía mejor en el Paraíso comunista. También culpan al capitalismo satánico de sus actuales carencias sociales.

¡Error!

Mis recuerdos de infancia están habitados por los miles de compatriotas que se instalaron en la provincia de Adonis, en Oniria, tras sobrevivir a un holocausto que asoló el Paraíso. Adonis es un núcleo puramente capitalista en la costa mediterránea, tanto que las TT. UU. podrían considerarse un país comunista en comparación. Muchos de los que se reubicaron en Adonis lo pasaron aún peor que los supervivientes del Paraíso, porque eran extranjeros víctimas de dichas carencias sociales. A mi profesor de Civismo, original de Adonis, le gustaba reiterar el dato de que la comunidad de 250 000 paradisoicos era el segmento de la población más de fiar de todo Adonis, y que solo había un miembro de la misma cumpliendo una sentencia en prisión.

El Ojo Satánico estaba al tanto de este hecho. En el Infierno, cuando detenían a alguien con el aspecto de un paramecium —lapsus calami, debería ser paradicium— la policía primero comprobaba si el sospechoso era originario de Oniria o del Paraíso, y lo arrestaban en función de eso.

El Paraíso estaba infectado con el síndrome autoinmune lenino. Pero los intereses políticos de Satanás lo obligaron a llevarse a 144 000 ángeles al Infierno.

Aprendí geografía en un colegio de educación primaria llamado Sueños, en Oniria. Mi profesora era la señorita Mary, una gorda con la cara colorada. La señorita Mary había visitado el Mar Muerto antes de la creación del estado de Yehubabaji. Aquello era lo que la acreditaba para enseñar geografía; su única experiencia turística internacional, por supuesto, de la que hablaba sin cesar. La señorita Mary golpeaba con un puntero el enorme mapamundi de la pared, con tanta fuerza que los cúmulos de grasa que le colgaban de los brazos se meneaban con violencia.

Aporreaba con su puntero los dos países del mundo:

Primero, Oniria. Luego, África.

Oniria es un país grande. Limita al norte con el Polo Norte, al sur con el Polo Sur, al este con el lugar donde nace el sol y al oeste con la tumba del sol. Oniria cambia de capital cuatro veces al siglo.

El Paraíso es el ombligo de Oniria, su ónfalo. Se encuentra ubicado entre tres mares, conocidos como el Triángulo 1, y ­tiene tres lagos en el centro, conocidos como el Triángulo 2. Estos dos triángulos entrelazados forman la Estrella de la Honda, que Máimono robó a los hijos del Paraíso en el siglo xi; después, la antedató y engañó a los hijos del hombre para que creyeran que su reino era la tierra del sagrado Diosoh.

Gran parte del Paraíso ha sido devorado por Pasha. Pasha es un animal voraz de cornamenta negra, dientes de carroñero, cuerno de rinoceronte y una cola larguísima. Cuando aúlla, las montañas tiemblan.

Cuando Pasha estaba comiéndose a los Redimidos, Papá Lenin le sacó un trozo de hueso de la boca y lo expulsó del cementerio. Por eso los Redimidos adoran a Papá Lenin y odian a Osman Pasha.

En el cementerio se creó un país y fue bautizado como Virgenia; Papá Lenin dio su visto bueno al nombre.

En cambio, se opuso a los nombres de Paraíso y Diosohenia. Haciendo gala de su necedad, no se dio cuenta de que en la lengua paradisoica, Virgenia no es solo un sinónimo de Paraíso, sino que además expresa toda su esencia. Los Redimidos supieron engañar a Papá Lenin y nunca olvidaron el antiguo nombre del país, Paraíso, y aún hoy lo glorifican de este modo en los libros y los cánticos. La capital de Virgenia es Virgenal. Algunos de los lugares más emblemáticos son Virgenería, Virgenburgo, el Valle Virgen, la provincia de las Vírgenes, la ciudad de Santa Vírgina y la Tumba de Noé.

Diosoh, el hermano gemelo de Diosonón, reside en Virgenia.

El puntero de la señorita Mary traza un camino hacia el oeste, hasta Satania, hogar de Satanás y una de las provincias más importantes de Oniria, también conocida como Gehena o el Infierno. Allí se encuentra ubicada la necrópolis del sol.

La capital de Satania es Gehennington1, donde los indígenas tienen la curiosa tradición de leer de derecha a izquierda. Así, por ejemplo, soiD se lee Dios, algo que los canes nos tomamos como un insulto. El tal Dios no es más que una forma abreviada para referirse a Diosonón o a Diosoh. Satania ofrece destinos tan memorables como el Bosque del Infierno, Gehendale, Santa Várvara, Las Fortunas y Los Babilonios, rebautizado como Los Ángelos por los ángeles que huyeron del Paraíso y se refugiaron en el Infierno. Decidido a ­despejar el enigma de por qué la Madre Lunia muere doce veces al año y resucita a los tres días de cada muerte, Satanás obtuvo un interdicto del Padre Onón que le permitió instalarse en la espalda de la Madre Lunia, desde donde vela por el bienestar de la Tierra. El primer emisario de Satanás a la Madre Lunia fue Colimbo Armstrong (garabateo el nombre en mi cuaderno; estoy seguro de que esto caerá en el concurso de cultura general de la escuela. Colimbo Armstrong. ¡Sí!). Gracias a los esfuerzos del Estado de Calipornia, Satania ha sido rebautizada recientemente como Pornostán, y la capital se ha trasladado a Ciudad Porno.

Al sur de Gehena se encuentra Marianastán, donde se adora universalmente a la Virgen María. El idioma oficial es el magdaleno. El timón de este reino lo lleva Castro Perón, el dragón bicéfalo.

Otras cosas que aprendí de la señorita Mary:

Además de Satania, las provincias más afamadas de Oniria son Eiffelia, Shakespearia y Mercedesia. Eiffelia está bajo el mando de Napoleón Bonaparte. La capital es Nápoles. El rey de Shakespearia es Shakespeare, fumador habitual de puros. La capital es Ciudad Isabelina. Mercedesia también se conoce con el nombre de Führeria y Hamburguesia, en función de la doctrina del partido político que gobierne en cada ocasión. La capital es Hamburgo. Este dominio lo gobiernan de manera alterna el Führer BenYehubaba y Mercedes Shaitan, sallallahu aleihem wasallam.

Leninstán es la provincia más extensa de Oniria. Durante un breve período de tiempo se llamó Gorbachovia, pero eso fue antes de ser destruida por el Huracán Holly. Los supervivientes crearon una modesta provincia llamada Kremlinalia, que los extranjeros conocen por el nombre de Natashalia. Los habitantes de Kremlinalia son temerosos de Diosoh, por eso Él los salva de la extinción siempre que ­sufren el azote de un huracán satánico. A pesar de sus terribles infortunios, no dejan jamás de alabar al Todopoderoso.

A este lado del imperio de Pasha está Ayatolá el Grande, que observa en silencio los pasos de Pasha. En el otro extremo se encuentra Socratesia, cuyo idioma oficial es el bizantio. Desde los días de Dadá Sócrates se dedicaban a filosofar acerca de cuántos ángeles caben en la cabeza de un alfiler. Por eso, Pasha invadió su capital e instaló allí el trono de su imperio móvil. A los ángeles los cocinó a la plancha y se los comió.

Oniria también incluye una extensa y populosa provincia llamada Chinmachín, cuyo monarca tiene muy buenas relaciones con el Rey de Reyes, el Santo de los Santos del Paraíso. Dicen que el gobernador de Chinmachín incluso ha concedido la mano de su hija al Rey de Reyes del Paraíso.

No se sabe nada de Chinmachín porque, como el planeta Venus, está cubierto de unas misteriosas nubes de gas. Se rumorea que el propio Diosoh no ha resuelto aún el misterio. En lo que respecta a la princesa a la que han prometido en matrimonio, se cree que le drenaron el cerebro antes de llegar al Paraíso. Como consecuencia, la Señora de los Redimidos no recuerda nada de su pasado.

Hay más provincias en Oniria, como Alalia y Mai­monidia. La última la gobiernan los hermanos Máimono y ­Yinyino. Por ello, el nombre de Yinyinia se ha instalado en el acervo popular. Yinyino, el menor, espera a su hermano cada noche con un cuenco de sopa en las manos cuando Máimono vuelve exhausto de los campos de Yehubaba. Todas las noches, después de ablandar el corazón de su hermano con este gesto y relatar sus hazañas en la nación del Paleostiniyún de Azrael, Yinyino intenta convencerle de que cambie el nombre de Maimonidia por el de Yinyinia. Cuenta la leyenda que el mayor nunca cede a la tentación y que no lo hará hasta el fin de sus días.

La rivalidad de los hermanos no les impide mantener su negocio común, una sociedad limitada, Los Hermanos Elegidos, que cuenta con oficinas en varias capitales de Oniria, aunque se pasan la vida peleándose por quién debería detentar el título de Elegido. Por esta razón, las masas de Oniria, que tienen asuntos más importantes con los que soñar, han coronado a ambos hermanos, Máimono y Yinyino, con el título de «el Elegido», en virtud de lo que dicta la ley y por la fuerza.

Aunque son provincias relativamente insignificantes dentro de Oniria, Alalia y Maimonidia siempre están intentando hacerse con el Paraíso. Por eso Diosonón las castiga. Si siguen comportándose así, el Todopoderoso podría exiliarlas a África, donde se comen vivos a los onirios. Por esta razón, los onirios albergan el deseo de enseñar a los africanos a soñar, para evitar que los devoren.

Mi profesor de Historia, el señor Víctor, nos enseñó lo siguiente: el Paraíso fue en su día un estado poderoso como Atlantis, pero Pasha lo hizo desaparecer de la Tierra mediante un conjuro. Aunque la mayoría de los habitantes se ahogaron, algunos consiguieron subirse a algún barco y se dispersaron por las cuatro esquinas del globo. Estos hijos de la Tierra Antigua se llevaron con ellos fragmentos de su civilización, que les permitieron transformar la oscuridad que envolvía al planeta en luz pura y forjar el imperio colosal de Oniria.

Para los habitantes de Oniria, el sueño es la materia que conforma la inmortalidad. Sueñan y sostienen que un fumador bípedo llamado Diosonón les habla. Este bípedo les ha prometido todos los países que se extienden desde el Nilo hasta el Éufrates, y les ha ordenado que masacren a todas las naciones que se resistan a este mandato.

En la Iglesia Evangélica de Oniria aprendí que el Señor ha obsequiado a los onirios con los territorios entre el Éufrates y el Tigris, y hace poco también con las provincias de Pornostán y Kremlinalia y que, si oran con más ahínco, también recibirán Chinmachín (alabado sea el Señor). El sueño es la doctrina oficial de Oniria. El fundador de Oniria no es ni más ni menos que Él, el Mesías, el Hijo de la Honda, Jesucristo. Santificado sea su nombre. Él enseñó a los habitantes de Oniria a soñar con la gloria de su padre y a ser mártires en nombre del sueño eterno.

Lo más importante que aprendí, sin embargo, me lo enseñó mi profesor de Historia Política, el misterioso señor Bragatuni, fumador, miope, barbudo y siempre ataviado con un traje de tres piezas, que solo venía a clase una vez cada tres meses; Pasha lo aborrecía. Además de decirnos que la demosocracia es una farsa, una herramienta de propaganda utilizada por los imperialistas sedientos de sangre para camuflar sus crímenes internacionales, el señor Bragatuni me enseñó que la ideología de Oniria es el nepotismo.

Se trata de una meta-ideología que engloba todas las ideologías pasadas, presentes y futuras. Los habitantes de Oniria son unos nepotistas feroces. Llevados por la maldad y la venganza, penetran en los úteros y en las tumbas de las madres de todos aquellos a los que no consideran amigos, incluidos los reptiles, las aves y los insectos, y allí pasan su vida.

Un día, cuando Su Excelencia, el Santo de las Santidades Diabolam Diabolum, trataba de mejorar sus relaciones con Can, confesó que la policía en Gehena distingue entre los nepotistas fugitivos del Paraíso y los de Oniria. La doctrina de nuestro Señor Satanás es la antítesis de la discriminación (la «D» es un eufemismo de Diosonón). No obstante, los responsables no tuvieron más remedio que desviarse, dado lo flagrante de las pruebas contra la paradisia.

Los Redimidos están preocupados por las comparaciones. Ven la mano de los yinyinistas en este asunto. Se niegan a aceptar a las gárgolas sentadas en las murallas de sus propios cráneos. Una amiga paradisoica, que trabajó para la embajada de Satanás en el Paraíso, me llamó tonto una vez por negarme a aprovecharme del sistema satánico. Yo decidí respetar a Satanás. Otra amiga, nativa del Infierno, quiere mucho a sus amigas de Leninstán. Se reía al contarme que siempre le robaban sus perfumes eiffelianos cuando iban a su casa. Mi amiga leninstaní, que decía que quería ser mi esposa, me robó veinte lavos de la mesilla de noche.

 

Mi mujer también se convenció un día de mi naturaleza necia, y aseveró que sentía más respeto hacia una pareja que conocíamos. Dicha pareja había huido del Paraíso y no hablaban ni una palabra de satanio, pero les había servido para un programa de ayuda del gobierno. Ella me atacó por mi ignorancia acerca de este programa satánico que, a mi parecer, no valía un kurush.

—¿Con todos los años que llevas viviendo en el Infierno no has aprendido nada, tonto del culo? —me increpó la oculista de mi alma.

La oculotación culotivó mi matrimonio durante un año entero, porque ella también creía que Culo había robado unas gafas de culo de vaso que pertenecían a la pareja anterior. La culopa de mi mujer estaba en su máximo esplendor. No esperaba tanta culotura por mi parte.

Culo estaba culificado. Ella no había visto ni vería nunca a Culo cometer un acto así. Solo pensar que culo era culopaz de hacer algo tan culo… ¿Y por qué? ¿Por un triste objeto patentado por el camarada Stalin que Culo no iba a poder cambiar ni por una puñetera patata2?

Culo estaba triste. Qué terrible fue, hermanos, que la conciencia de grupo de mi mujer dominara su relación marital. Solo puedo asumir, mi prójimo, que el fanatismo ideológico y religioso no es más que una forma superior de esta mentalidad, que aún hoy aflige al mundo de los hombres.

El culid de la cuestión era que no me amaba.

No podía pedir apoyo financiero a Satanás, y por eso me trataron de culo. Me mortificaba la idea de hacer cola en un supermercado o coleccionar sellos para poder pagar la ­compra. Eso es precisamente lo que hacían los paradisoicos, guardando su sitio en la cola ataviados con anillos de diamantes y chanclas, con la audacia de Rockefellers, y sin pararse siquiera a pensar qué podían pensar de ellos los satánicos. Si las mujeres y los niños ordinarios de los jeques fingían comprar a la gente con un par de lavos, los paradisoicos se mostraban igual de altaneros con la educadísima cajera del supermercado.

Con el poder otorgado por los sellos; el poder de nuestro Señor Satanás, Benefactor y Padre de los huérfanos.

—¡Bien! Se lo merecen. Ellos destruyeron el Paraíso.

Cuando Papá Lenin arrancó el cementerio que era el Paraíso de las fauces rebosantes de espumarajos de Pasha, ocultó a Diosonón el Inmortal y convirtió el Paraíso en una república. Decidido a transformar a sus habitantes en ciudadanos, Papá Lenin promulgó una bolozhenia, cuyo sexto artículo dice así:

En reconocimiento de las atrocidades cometidas por Osman Pasha en contra de nuestro querido Paraíso, en un esfuerzo por restaurar los actos viles del que devoró nuestros cuadros, nuestra poesía, nuestra cerámica y las canciones, que prendió fuego al pelo de bebés que berreaban, los campos de nuestros padres y el alimento de nuestros amados y rojos corazones, en las puntas de cuyos dientes amarillos perecieron los cuellos de innumerables artistas en una súplica final, Papá Lenin, rey del mundo, con la intención de velar por el bienestar de sus amables súbditos, declara que el Paraíso es un protectorado e intenta resucitar en él el arte más bello de la humanidad: el arte de la mendicidad.

Para los paradisoicos liberados de Leninstán, mendigar la ayuda del gobierno era una tradición ancestral. Se enorgullecían de ello, e incluso existían competiciones de ­mendicidad. Esa es la razón por la que se mudaron a Gehena, después de perfeccionar religiosamente sus habilidades antes del éxodo. Mi tía, que había salido por patas del Paraíso con sus nietos y bisnietos, ensalzaba a Satanás:

—El rey soviético es idiota —decía siempre—. El rey de Amérika es maravilloso. Diosonón guarde al rey de Amérika.

Un día, mi padre se encontró con la señora Yevnik, de noventa y tantos años.

—Mi marido ha muerto —le dijo antes de que él pudiese saludarla siquiera. Mi padre extendió la mano para tocarle el hombro y ella continuó—, pero Diosonón me ha enviado otro marido… ¡El gobierno satánico! —rio—. ¡Gloria a Diosonón! ¡Bendito sea su nombre! —y se marchó riéndose.

Una amiga del Paraíso que trabaja en la oficina de ayuda a los refugiados de Satanás se sorprendió de las airadas palabras del asistente social satánico, que decía que los paradisoicos defraudaban a Su Excelencia. En defensa de sus compatriotas, mi amiga sacó a relucir un informe estadístico elaborado por la organización «Mentiras de Satanás» que señala que, comparados con otras minorías étnicas del Infierno, los Redimidos reciben una proporción ínfima de las ayudas del gobierno. Intentaba demostrar que la parte de las ayudas correspondiente al león acaba en manos de los kvetchers que adoran a Mosmos y a Mariamstanis de Leninstán, acaso porque estos últimos son insuperables en lo que a dar pena se refiere.

Los Redimidos se sintieron halagados. Pero nada de esto aparece en las evaluaciones de los habitantes de Oniria que este can aprendió de sus profesores cuando aún era un cachorro.

—La comunidad de onirios que se establecieron en Adonis es la mejor de las comunidades que residen en dicho país. No encontraréis ni un solo mendigo aquí.

Los nativos de Adonis recordaban cómo antaño los habitantes de Oniria que habían escapado del genocidio no querían limosna de los nativos, solo reconstruir sus vidas a base de trabajo duro. En poco tiempo, se convirtieron en agentes clave en la economía de Adonis y se granjearon la reputación de empresarios honestos. A menudo, con una sola palabra conseguían diez contratos. Lo mismo ocurrió en todos los países del desierto de Alamalá, donde se asentaron los supervivientes.

Las experiencias diarias e intensas de una novia que tuve, que era agente del SBI (la Agencia Satánica de Investigación, por sus siglas en inglés), con el inframundo paradisoico en el Infierno, me ayudaron a afirmar mi decisión de dejar de defender a los paradisoicos. Aunque hubiese vacíos legales en la actuación de las agencias del gobierno, yo estaba decidido a no impedir el cumplimiento de la ley de Satanás, absolutamente negra. Mi lógica era la siguiente: «Déjalos aprender a vivir conforme a la ley, para sorpresa incluso de los policías racistas. Déjalos vivir como mi padre, que nunca le dio problemas a Satanás, nunca tuvo un solo encontronazo con un agente de policía y ni siquiera sabe el aspecto que tiene un juzgado».

A pesar de que estaba cualificada de sobra para el puesto que solicitaba, Katy se vio obligada a pedir ayuda a un agente de alto rango que conocía. El buen hombre la recomendó encantado.

Asomado a la ventana de su despacho, muy cerca de casa de Katy, el agente tenía la costumbre de mirar la hora cuando ella encendía la luz de noche. Se comportaba de una forma tan solícita y paternal que se refería a él como el «jefe de la oficina de privatización».

Desde el treinta de diciembre, las ventanas de la casa de Katy a menudo permanecían a oscuras. Aquella noche fue cuando Katy y yo nos conocimos en el Atlantic Club, en Virgenal. Ella y su padre postizo tuvieron una discusión. Como él estaba ya bien entrado en la cincuentena, no se atrevía a acercarse más a ella. Pero después de su cumpleaños, que era el mismo día que el mío, él le confesó su amor y le propuso matrimonio. Eso sí, solo dejaría a su mujer después de la boda de su hija mayor, que era en un año. Entendido. Ningún hombre de provecho se atrevía a jugar con el futuro de su hija en Virgenia. Deseaba pasar el ocaso de su vida junto a Katy, y ni a ella ni a su hijo les faltaría de nada.