Operación ser humano

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Operación ser humano
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Operación ser humano

Un nuevo comienzo con la cruz y el bisturí

Ariel E. Noltze


Gral. José de San Martín 4555, B1604CDG Florida Oeste, Buenos Aires, Rep. Argentina.

Índice de contenidos

Tapa

Prefacio a la edición castellana

Prólogo

Introducción

Capítulo 1

A) De pronto aparece el dolor

B) Realmente tengo un problema

Capítulo 2

A) Pase por el consultorio número uno

B) Dios siempre tiene su agenda abierta

Capítulo 3

A) Necesitamos hacer algunos estudios

B) Cómo constatar nuestro estado espiritual

Capítulo 4

A) Evaluación de los resultados y el plan quirúrgico

B) El plan divino para una vida nueva

Capítulo 5

A) La internación en el hospital

B) Comienza la aventura con Dios

Capítulo 6

A) La operación

B) Cómo nos restaura Dios

Capítulo 7

A) El tratamiento posoperatorio

B) Cómo nos transforma Dios

Capítulo 8

A) Evitando las recaídas

B) Viviendo una vida de éxito en la fe

Capítulo 9

A) ¿Es inevitable la enfermedad?

B) Muerte, lamento y dolor; ¿seguirá por siempre así?

Capítulo 10

¿Y ahora qué?

Apéndice 1

Apéndice 2

Operación ser humano

Un nuevo comienzo con la Cruz y el bisturí

Ariel E. Noltze

Dirección editorial: Martha Bibiana Claverie

Diseño de la tapa: Romina Genski

Diseño del interior: Marcelo Benítez

Primera edición, e - Book

MMXXI

IMPRESO EN LA ARGENTINA

Printed in Argentina

© TOP LIFE Wegweiser-Verlag 2010, 2012. © ACES 2014, 2021.

Queda hecho el depósito que marca la ley 11.723.

ISBN 978-987-798-390-6


Noltze, Ariel E.Operación ser humano : Un nuevo comienzo con la Cruz y el bisturí / Ariel E. Noltze / Dirigido por Martha Bibiana Claverie. - 1ª ed . - Florida : Asociación Casa Editora Sudamericana, 2021.Libro digital, EPUBArchivo digital: OnlineISBN 978-987-798-390-61. Cristianismo. 2. Salud. 3. Medicina. I. Claverie, Martha Bibiana, dir. II. Título.CDD 261.561

Publicado el 25 de marzo de 2021 por la Asociación Casa Editora Sudamericana (Gral. José de San Martín 4555, B1604CDG Florida Oeste, Buenos Aires).

Tel. (54-11) 5544-4848 (opción 1) / Fax (54) 0800-122-ACES (2237)

E-mail: ventasweb@aces.com.ar

Website: editorialaces.com

Prohibida la reproducción total o parcial de esta publicación (texto, imágenes y diseño), su manipulación informática y transmisión ya sea electrónica, mecánica, por fotocopia u otros medios, sin permiso previo del editor.

Dedicado a mi padre,

médico y teólogo,

quien evidencia día a día

que no existen límites entre

la medicina y la teología.

Prefacio a la edición castellana

Cuando hace dos años se publicó este libro en alemán, ni la editorial ni yo hubiéramos imaginado que habría de despertar tanto interés. Tuvo un inesperado impacto tanto en círculos médicos como religiosos, que únicamente se explica por haber tocado un punto álgido de la realidad posmoderna de nuestra sociedad. Dado que el castellano es mi lengua materna, he accedido gustosamente al pedido de traducir personalmente esta obra, esperando así capturar lo más fielmente posible los pensamientos hilvanados en sus páginas.

Cabe destacar que debo un especial agradecimiento a mi esposa, Ana Carolina, quien corrigió el manuscrito y dotó de precisión a gran cantidad de párrafos con expresiones difíciles de traducir del alemán al castellano.

Es mi sincero deseo que la lectura de Operación ser humano sea de provecho para muchos lectores en los países hispanoablantes.

Ariel E. Noltze,

Doctor en Medicina

Viena, Austria

Prólogo

¿Otro libro más? ¿Necesita la humanidad realmente un libro más? Existen cantidad de tratados sobre Medicina, y en el área teológica hay una oferta literaria casi desconcertante. Ya no queda prácticamente nada que no haya sido dicho. Por eso el mundo no necesita este libro. Sus verdades pueden no ser realmente novedosas.

Entonces, ¿para qué escribirlo? ¿Por qué, de todos modos, usted debería leer con detenimiento las siguientes páginas? Porque usted necesita este libro.; no la humanidad, usted mismo. Usted es quien precisa los impulsos que puede brindarle. Porque aquello que usted comprenderá va a transformar su vida, se lo aseguro. Transformará de cualquier manera su vida aun si llegara a la conclusión de que no puede aceptar nada de lo que se halla entre sus tapas. Incluso esa decisión influirá sobre su vida, aunque no inmediatamente. Sencillamente, porque usted prescindiría del descubrimiento más revolucionario que un ser humano jamás podría realizar. El mensaje con el cual se encontrará aquí será capaz de transformar su vida en tanto y en cuanto usted acceda a que despliegue su efecto profundamente revitalizador.

En esta tranquila noche de verano comienzo a redactar este libro, y realmente no estoy en condiciones de predecir cuál será el efecto que tendrá sobre su vida. Es que, en primera instancia esto dependerá de usted mismo; o, mejor dicho, de su disposición a encontrar una respuesta a la pregunta más importante en la vida de cualquier ser humano. Espero de todo corazón que muchos de los lectores tengan el coraje de dar la respuesta correcta. Y aun si usted llegara a ser la única persona para quien esta obra redunda en beneficio, pues bien, entonces la escribo exclusivamente para usted. También lo habrá valido.

Como médico, cuando en mi consultorio receto a un paciente un medicamento o un tratamiento, lo hago sabiendo que le será de beneficio y porque estoy convencido de estarle ofreciendo la mejor solución para su problema. Sin embargo, la terapia únicamente puede desplegar su efecto si la persona reconoce su estado precario, acepta que necesita de ayuda y realmente toma el medicamento. Las reflexiones de este libro son muy similares. Incentivan a cuestionarse la realidad personal y a hacer algo al respecto. Y esto concierne mucho más que el mero bienestar físico.

En resumen: ¡Que se mejore pronto! Me alegraría ver que el tratamiento funciona. Por mi parte, yo creo que sí lo hará...

Introducción

Todos deseamos disfrutar de nuestra vida, y queremos tenerla bajo control. Lo logramos, en mayor o menor grado. Cada cual intenta que su pequeño mundo se mantenga estable y que su existencia resulte agradable. Anhelamos ser felices, tener estabilidad financiera y poder evitar problemas, sufrimientos y dolores. Y la verdad es que más de una vez parecería que la meta es alcanzable. Sin embargo, cuando encontramos amigos o parientes que están dispuestos a contar con sinceridad acerca de lo que son sus vidas, se llega a tener la impresión de que la proporción de etapas felices en la vida y la de épocas de congoja es, más bien, desfavorable. Si miramos con ojo crítico nuestro propio pasado, esta impresión probablemente se confirme. Mucho no ha resultado ser como lo hubiéramos deseado. Y esto, por lejos, no implica únicamente cosas de importancia menor: el dolor, el sufrimiento y la muerte misma pesan sobre nosotros y nuestros amados como un lastre imposible de alejar. Estos “aguafiestas” no son fáciles de evitar ni se los puede contener mediante diversas pólizas de seguro. Como mucho, se los puede desterrar de la mente por algún tiempo. En el mejor de los casos, no nos alcanzan totalmente de improviso.

 

Nuestra sociedad tiende a negar diversas realidades dolorosas. Esto lleva a que, en cierta medida, se haga un mal uso de algunas instituciones útiles y necesarias, ya que acaban sirviendo para quitar de en medio todo lo desagradable, y luego desterrarlo de la conciencia y del corazón. Los más pobres están en villas miseria, los discapacitados en escuelas diferenciales, los desempleados en la casa, los enfermos en el hospital, los criminales en la cárcel y los muertos en el cementerio. De esa manera, gran parte de aquellas cosas que nos hacen sentir mal quedan aisladas. En las calles céntricas nos encontramos, en su mayoría, con personas bien vestidas, que hacen alarde de pertenecer a los ganadores de la sociedad. A aquellos reductos deprimentes, crisol de historiales de dolor y fracaso, solamente nos acercamos cuando es imprescindible y absolutamente inevitable.

En realidad, sería de suma importancia ver más de seguido toda la miseria que nos rodea, y no solamente la versión filtrada de la realidad que nos ofrecen los comerciales, para así poder ubicarnos en el crudo contexto de la vida tal y como es. Difícilmente exista una mejor forma de llegar a sentir la necesidad de ser útil en la vida que la de verse confrontado con la contracara de nuestra sociedad de consumo.

Como médico, mi vida consiste en una confrontación diaria con exactamente esa realidad paralela: dolor, sufrimiento y muerte. Este hecho me ha llevado, con el transcurrir de los años, a desarrollar una visión más aguda acerca del tema de la salud y la enfermedad. No se trata solo de una cuestión de curación física: el paciente debe sanar también en su dimensión psíquica y social. La Organización Mundial de la Salud (OMS) hace mucho tiempo que pone hincapié en esta perspectiva. Pero, más allá de esto, lo que el ser humano también necesita es una restauración espiritual, para llegar a estar sano en el sentido cabal de la palabra. Así, dando un sentido más profundo al concepto de “higiene”, debe limpiar su vida y restaurar sus relaciones con los demás y con Dios.

Podríamos desatender o ignorar todo esto. Pero, da que pensar cuántas personas supuestamente sanas sienten un tremendo vacío interior, mientras que otras, aun sufriendo de una enfermedad seria, gozan de una profunda paz interior. ¿Por qué alguien que lo tiene todo es infeliz, mientras que otro puede ser feliz aunque le falte todo?

Aquí nos encontramos inesperadamente frente a una interdependencia elemental: salud y felicidad. La salud contribuye en buena medida a la felicidad, y una vida feliz promueve, a su vez, la salud. Sin embargo, es un hecho que alguien puede ser feliz aun habiendo perdido la salud, mientras que quien posee un cuerpo sano puede, de todos modos, no ser feliz en absoluto. Eso se hace más comprensible si aceptamos la realidad de una dimensión espiritual del ser humano. La felicidad duradera no es el resultado de la acumulación de placeres. La felicidad, en su manifestación sólida y perdurable, surge de un equilibrio interior, el cual responde a la satisfacción de todas las necesidades básicas de la persona.

Es problemático descuidar las necesidades espirituales por rechazar desde el vamos todo lo que tenga que ver con la fe. Debido a este desbalance se produce en la persona una sensible tensión entre sus más elementales necesidades. Esto es frecuentemente percibido como un malestar difícil de definir. La mayoría de quienes sufren esta situación no son para nada conscientes de que existe una conexión entre el descuido de su espiritualidad y sus vidas desencajadas. Buscan desesperadamente la causa de su eterna insatisfacción. Pero quien no sabe que busca en el sitio equivocado tampoco comprende por qué nunca llega a encontrar. Muchos hombres y mujeres notan que les falta algo. Hay allí un vacío en sus vidas que los hace disconformes y presa de un incesante desasosiego. El anhelo de obtener respuestas válidas a las preguntas acerca del origen, el destino y el sentido de su existencia surgen de lo profundo del alma y se abren paso incesantemente hacia su mente. Si estas peguntas no reciben respuestas, se vive en un vacío, siempre errantes y en una búsqueda incesante, sin arribar nunca interiormente a destino. Una vida sin Dios es una vida sin alguna chance de alcanzar aquel equilibrio imprescindible para vivir como ser humano en el cabal sentido de la palabra.

La pregunta acerca de qué manera puede hacerse de Dios un guía personal es el gran interrogante, algo sumamente interesante. El camino hacia esta sociedad insuperable es un proceso dinámico de restauración, que presenta paralelos sorprendentes con la recuperación de la salud física, tal y como la sabemos por la Medicina. Es por eso que se pueden explicar los principios básicos de la fe especialmente bien sobre la base del desarrollo de un tratamiento médico, que es algo que todos hemos experimentado alguna vez. Todo esto no se trata de teorías abstractas. Mi propia vida ha sido plasmada profundamente por ambos procesos: el de curar como médico y el de ser sanado por Dios.

Por último, quiero compartir con usted mi propio lema, que me guía en la vida, para que también lo acompañe en la lectura de este libro: “¡Nunca es demasiado tarde para una segunda oportunidad!”

¡Piénselo!

Capítulo 1
A) De pronto aparece el dolor

“El hombre inquieto de nuestros días durante el día no tiene tiempo para preocuparse, y a la noche está demasiado cansado para hacerlo. Finalmente acaba considerando felicidad a este estado de cosas” (George Bernard Shaw - Poeta).

Ni siquiera podía decirse con seguridad cuándo había aparecido por primera vez. Súbitamente se había hecho presente aquel pequeño dolor, para volver a desaparecer enseguida. Recién más tarde, al volver a presentarse, había sido posible detectar exactamente de dónde surgía. ¿O quizás había sido aquel extraño relieve percibido en el pulpejo de los dedos, al deslizarlos casualmente por la piel? En ese sitio parecía haber algo que no debía estar allí; por lo menos, no había estado allí antes. Qué rara esa dureza; además, sin poder recordar haberse golpeado... De esta o de una forma similar ha comenzado en más de un paciente el dramático historial de una enfermedad.

Pero posiblemente, también haya sido todo totalmente diferente. En una de esas, no se haya presentado dolor alguno. Absorto en los quehaceres de la rutina diaria, no se había dado el momento para reparar en aquella sensación extraña. Pero esta se había inmiscuido, molesta, insidiosa y sin miramientos. De un leve malestar había pasado a ser un angustioso presentimiento. Algo no estaba en orden. Era obvio que algo estaba sucediendo en el cuerpo, y de seguro que no era algo bueno. Nada de lo que quedaba pendiente en la apretada agenda del día parecía ya de importancia. Ahora solo importaba una cosa: ver lo antes posible a un médico.

El cuerpo había decidido captar la atención de una forma desacostumbrada. Había algo haciéndose presente; por lo pronto, tenuemente. Allí se percibía un mensaje de nuestro organismo por parte del gran desconocido. ¡Qué caradurez! Hasta el momento, la distribución de los roles había sido clara. Uno era el jefe: daba la pauta de cómo debían hacerse las cosas, y al cuerpo le tocaba arreglárselas como pudiera. Pocas horas de sueño, demasiado alcohol, cigarrillos, casi siempre la comida equivocada; que se las arregle. ¿Demasiado trabajo, estrés constante, pensamientos negativos? A aguantárselas y mantener el rendimiento. Y, en realidad, siempre había funcionado. Por lo menos, hasta ahora...

Bueno, seamos sinceros: hacía mucho que teníamos un mal presentimiento. De alguna manera, sabíamos que no podía seguir siempre así. Pero ese tipo de pensamientos molestos se lograban reprimir fácilmente. En principio, sabíamos que estábamos abusando de las reservas del organismo. Pero que las reservas se fueran a agotar tan rápidamente, ¡eso sí que era un giro inesperado!

Ir a una consulta médica es todo un tema. En realidad, solo van a ver al médico los enfermos, los ancianos o los miedosos, quienes, al menor problemita, están temiendo lo peor. Sea como fuere, para gente con empuje existen reuniones, citas, proyectos; pero... ¿turnos con médicos?

Lo principal era colocar las prioridades correctas: primero avanzar profesionalmente, después ganar dinero y, más tarde, tal vez retirarse antes de la vida laboral, para tener mucho tiempo de relax y así recuperarse del estrés vivido. En otras palabras: primero estrujarse hasta el máximo por algunos años, y posteriormente disfrutar a las anchas todo lo logrado.

Pero, no siempre las cosas se dan como las hemos soñado. El itinerario estaba fijado, todo parecía estar bajo control... casi todo. De pronto, en plena carrera, nos muestran la tarjeta amarilla; a veces, incluso la tarjeta roja. Recién entonces comenzamos a caer en la cuenta: tengo un problema. Y por más que esta conclusión sea muy desagradable para quien concierne, ya que desencadena gran preocupación, no deja de ser sumamente importante. Nos lleva a estar dispuestos a buscar ayuda competente. Cuanto antes un paciente se dé cuenta y acepte que tiene un problema, tanto mejores serán las chances para un éxito terapéutico. Por tanto, al comienzo de toda solución se encuentra el paso de asumir con sinceridad: “¡Tengo un problema!”

B) Realmente tengo un problema

“No hay justo, ni aun uno” (Romanos 3:10).

El asunto de la salud espiritual es muy similar al de la salud física. Es muy raro que alguien se tome en serio el ocuparse de ella, a menos que de verdad asuma que tiene un problema en esta área. Tal vez usted se pregunte: “¿Cómo sé si tengo un problema con eso?” ¡Sepa que de seguro tiene problemas de salud espiritual! No quiero atropellarlo con esta afirmación, de modo que le pido que me permita concluir el pensamiento antes de que se sienta agredido. ¡Para mí también es un problema! Sí, en realidad todo ser humano tiene un problema con esto. Puede que algunos lo reconozcan, quizás otros no. También los hay quienes no saben que una parte importante de su vida se está atrofiando. Tarde o temprano uno se percata de las consecuencias; sin embargo, muchas veces sin sospechar en absoluto de la posible causa. Y aun quienes en el transcurso del tiempo llegan a captar los motivos, muchas veces carecen del coraje para hacer algo al respecto. Sin duda, los casos más tristes son los de esas personas que son demasiado orgullosas como para siquiera reconocer que tienen un problema.

De todos modos se impone la pregunta: ¿Por qué puede afirmarse que toda persona tiene problemas con la faceta espiritual de su vida? Es una pregunta justificada y quisiera responderla en el próximo capítulo. Pero, permítame abocarme antes a otra pregunta: ¿Cómo se percibe que la salud espiritual está afectada? O, dicho de otra manera: ¿qué indicadores existen para constatar que esta área tiene un problema? Dos aspectos nos dan respuestas. Uno es subjetivo y es percibido de manera diferente por cada persona; el otro es objetivo y totalmente independiente de nuestra manera de sentir y ver las cosas. Intentemos abordar el primer aspecto.

¿Cuánto hace que por última vez pudo sentirse absolutamente liberado interiormente, por un período prolongado? ¿Conoce la sensación insatisfactoria que produce el hecho de pasar, después de cada etapa eufórica, por un período aún más prolongado de vacío interior? ¿También añora, a veces, un cambio realmente profundo y renovador? Si esto es así, es un indicador de un desfasaje más profundo. Pero, no se preocupe, está en buena compañía. Incontables personas son incapaces de deshacerse de la sensación de estar existiendo, más bien que viviendo. Sienten que están permanentemente tapando agujeros o remando frenéticamente sin poder avanzar. Su vida se parece a una pared rajada y llena de manchas de humedad a la que se la vuelve a revocar y pintar vez tras vez, a la que se arregla y decora interminables veces, solo para volver a resquebrajarse al poco tiempo por todas partes. Un olor desagradable, manchas de humedad y hongos avanzarán implacablemente mientras no se encare el problema subyacente y se restaure a fondo la pared. ¿Podrá ser que su vida también precise de una restauración general, con el fin de permitir que todos sus esfuerzos por desarrollar su personalidad sean coronados de éxito?

 

El desasosiego del corazón es un indicador fidedigno de un alma descuidada. Cuando todo lo vivido, todo lo alcanzado y todo lo adquirido nunca alcanzan para proveer paz interior y contentamiento, se tiene un indicio certero de una carencia más profunda. Quien lo tiene todo y de todos modos se siente vacío, sin dudas que tiene un problema. Su vida es como un recipiente con un agujero. Tal vez, al barril de sus necesidades le falte toda una tabla, resultando en un literal barril sin fondo. Únicamente el colocar la pieza faltante podría solucionar el problema y allanar el camino a una vida de plenitud.

Existe un segundo aspecto que nos permite detectar si en nuestro actual estilo de vida se esconde un problema. Debería ser un ente externo el que realice una evaluación del estado actual de nuestra vida. Un análisis de este tipo debería basarse en los conocimientos y la capacidad de un perito en la temática. Sin duda alguna es Dios, nuestro creador, aquel experto en cuestiones de fe; él podrá dar, con toda seguridad, las respuestas correctas a nuestras preguntas.

Dios nunca dio el menor lugar a las dudas de que todos –cada uno en forma individual y la humanidad en su totalidad– tengan un tremendo problema. No se trata de algo que afecte al hombre meramente de pasada. Va mucho más allá. Afecta su manera de pensar, de sentir, de hablar, de actuar; en definitiva, todo su ser. Es el factor decisivo capaz de poner en riesgo su completa existencia. ¿En qué consiste este problema? Acompáñeme en la búsqueda de una respuesta en los próximos capítulos.

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