Buch lesen: «Chicas malas»
Chicas Malas
Arabella Salaverry
Poesía 21
Créditos
Título original: Chicas Malas
© Arabella Salaverry, 2019
© De esta edición: Pensódromo 21, 2019
1ª edición: Uruk Editores, Costa Rica, 2009
2ª edición: Nuestra Tierra, Costa Rica, 2018
Diseño de cubierta: Lalo Quintana
Imagen de cubierta: Romina Chamorro
Editor: Henry Odell
e–mail:p21@pensodromo.com
ISBN print: 978-84-120828-0-7
ISBN e-book: 978-84-120828-1-4
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Índice
1 Prólogo Chicas Malas la vida como manifiesto
2 Chicas MalasChicas Malas
3 Mis chicas malasYOFridaMarilyn MonroeChavela VargasA Carmen NaranjoAnaïs NinA una bailarinaSimoneA Leonora
4 Vida vividaItinerarioMéxico DFLos Ángeles, CaliforniaMérida, VenezuelaLeticia, ColombiaBuenos Aires, ArgentinaBarbadosSanta María de las AzoresParís, FranciaLondres, Reino UnidoGuatemala, GuatemalaAntigua, GuatemalaTikal, GuatemalaPuerto Príncipe, HaitíSanto Domingo, Rep. DominicanaEn círculos
5 Dolor desprevenidoHoyNostalgiaDolor desprevenidoNo se han cerradoDesde mi muerte
6 Afectos amoresMás alláPremoniciónSedLo últimoPolíglotasLava que no quemaTernuraMis hijasTu reloj
7 Muerte acechanteCon el universoAcechandoPremonición¿Qué sigue?Sonrisa transparente
8 Desde mi vozQué dicen¿Quién paga?AlucinaciónSoledadEspejoMi voz
9 Sobre la autora
A Andrea y Valeria,
dos fuegos que tengo sin tener…
Mi profunda gratitud…
A Alfonso Chase
quien encendió la chispa de Chicas Malas
A Verónica Martin
por su talento, por su generosa paciencia
A Marjorie Ross
amiga, hermana, apoyo, estímulo
A Ricardo Martin
por su guía inteligente, por su palabra oportuna
A Pedro Parra
presencia siempre solidaria
Las chicas buenas van al cielo… Las malas, a donde quieren.
Variación sobre frase de Helen Gurley Brow.
Desde la soledad amotinamos tormentas
Alma en celo cuerpo en celo muerte en celo
A devorar la vida A devorar los sueños
Prólogo Chicas Malas la vida como manifiesto
En los sesentas, las muchachas desechaban el brassière y se soltaban el alma en la palabra, mientras se les dormía la sombra.
Arabella Salaverry pertenece a esa generación nacida, por así decirlo, el día después del final de la Segunda Guerra Mundial. Para sus integrantes, al llegar a la adolescencia —señala la autora— Vietnam fue un acto obsceno, mientras que soñaban «con el Che / ser compañeras».
Esas «chicas malas» de los sesentas, a las cuales la autora otorga especial protagonismo en esta obra, eran tales en tanto asumían la juventud desde su autonomía, desde el poder de su propia voluntad verbalizada y actuante, lo cual hace cuatro décadas era inexcusablemente subversivo.
Esa actitud fue la que, como reseña la autora en el poema insignia que da nombre al libro, «asustaba a los vecinos y escandalizaba a las señoras de misal y rosario» —que en la Costa Rica de la época eran la gran mayoría—.
Aquellas muchachas aún adolescentes, enamoradas del existencialismo («nos desvelamos con Sartre / mas fue Simone quien hilvanó nuestra protesta») que se vestían de negro usando ese color como bandera, y se declaraban dueñas de sí mismas, repudiaban una moral patriarcal que las sometía y comenzaban a construir la ética de la equidad en la diferencia, que parece obvia a tantas jóvenes de hoy. «Compartimos cuerpo y alma sin pedir nada a cambio», afirma Salaverry sin reticencias. Su rebeldía pionera, su ruptura de mitos y tabúes, floreció para las que vendrían.
Asumirse como dueñas de sí, les permitió empoderarse frente al otro. Como lo expresa la poeta: «quiero que la ofrenda de mi cuerpo sea motivo de exaltación y gozo», y desde allí le ordena al amado: «transcurre por mi piel como si no hubiese otra». Para luego sentenciar: «ya oficiamos ceremonias y fuimos altar y pan y vino, no es entonces posible inquietarnos con menos». Mas es la palabra la que, finalmente, define la entrega: «tu cuerpo frente al mío y en el mío / frase completa», «subvirtiendo gramáticas e inaugurando diccionarios».
La poeta nos abre ventanas a su «vida vivida», utilizando para ello los lugares en los que ha residido. Pero el tránsito por esas ciudades es interno; Salaverry no las visita, en el sentido tradicional, ni mucho menos hace turismo en ellas. Se vive a sí misma en cada ciudad a la que lleva sus soledades, siempre acompañada «del olor de la melancolía». Así, no es Tikal («reino omitido»), es la poeta la que intenta salvarse allí de su propio desvelo.
Su poesía es doliente y nostálgica; sus ojos «lloran sin hallar reposo». Cuando habla de su casa vacía y pasa revista a lo que ya no está, solo queda «un exilio de palabras».
Salaverry hace desfilar los vocablos tras los cuales se estereotipa al género: «putas, madres, amantes, hembras activadas por la luna, lloronas de lágrimas de cocodrila» y lucha por encontrar frente al decir de los otros su propia voz y su unívoca identidad de mujer poeta. La encuentra para defender a la mujer, detrás de esas etiquetas peyorativas y violentadoras, a «las inclaudicables, a las rebeldes, a las osadas que derriban muros». En un gesto que llega hasta el martirio, declara «muero para gastar sus muertes / muero para que nunca mueran».
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