Estás en mi corazón. 2ª ed

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Aus der Reihe: Roure #6
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Estás en mi corazón. 2ª ed
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estás en mi corazón

un espacio en el duelo

Anji Carmelo


Primera edición: abril 2006

Segunda edición: enero 2012

Portada: Ana Gratacós

Fotos: Ana Gratacós y Anji Carmelo

Reservados todos los derechos..

Queda rigurosamente prohibida, sin la autorización escrita de la titular del Copyright, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, incluidos la reprografía y el tratamiento informático, así como la distribución de ejemplares mediante alquiler o préstamo público

© 2006, 2012 Angelita Carmelo Ullmann

Editado por:

©Taranná Edicions

C/. Capitán Arenas, 38-40 esc.ezq. 4º 2ª

08034 Barcelona

Welt: http:www.taranna.es

e-mail: info@taranna.es

ISBN ebook: 9788496516298

Depósito legal: B-40782-2011

A Ana, gracias por tus fotos,

tu creatividad y tu amistad.

Gracias por la maravillosa portada.

A Montse y a Lluís

que llevan a Sandra en su corazón

A Gloria.

ESTÁIS EN MI CORAZÓN

Una vez más, me atrevo a acompañaros en vuestros momentos difíciles, y lo hago porque sé que es cuando más lo necesitáis. Vuestra pérdida no pasa desapercibida, aunque muchas veces penséis que nadie os está comprendiendo, que nadie tiene el tiempo de caminar un rato a vuestro lado.

Y aunque suene un tanto irónico, el duelo suele apartarnos de nuestros seres más cercanos, potenciando el vacío y la soledad. A veces, porque nos recuerdan demasiado a nuestro ser querido, haciendo más evidente su falta y otras porque nuestro sufrimiento también les hace sufrir y no pueden con tanto dolor.

La pérdida nos hace repetir una y otra vez: “Estás en mi corazón.” Al principio la frase es un clamor, una oración, un deseo. Pero, a medida que nos adentramos en el proceso de duelo y comprobamos la fuerza de los lazos que nos unen, se vuelve una realidad. Llega un momento en que nuestro ser querido ya nunca más se irá de nuestro lado porque su ausencia física nos ha hecho ver que en verdad está y siempre estará con nosotros, allí donde el amor lo ha instalado... en nuestro corazón.

Espero, que este libro, os ayude para que ese clamor, que empieza como un interrogante, pueda ser la afirmación que os libere del sufrimiento. Y que a través de esa proclamación, os reencontréis con la riqueza que la presencia de vuestro ser querido en vuestras vidas, ha creado.


INTRODUCCIÓN

A LAS CUATRO ESTACIONES

El duelo tiene sus etapas que pueden ser representados por las estaciones del año. No tienen nada que ver con el tiempo real de un año, ya que estas vivencias de sufrimiento, dolor, alivio, recaída, fortalecimiento y finalmente superación o renacimiento, tardarán todo lo que cado uno de vosotros va a necesitar. Para muchos el año será insuficiente y en cambio otros podrán vivir las distintas etapas en menos tiempo, que como siempre digo, no tiene nada que ver con el hecho de querer más o menos.

Empezamos, en el crudo invierno, despojados de todo y rodeados de nada. Nos hemos quedado como el árbol sin hojas, a la merced de la dureza de los elementos y tenemos que sobrellevar los vientos gélidos, que desde el polo norte de nuestra pérdida, nos asolan sin parar. En algún momento, lentamente, la oscuridad empezará a ceder ante los tenues rayos de sol que se asoman tímidamente presagiando algún resquicio, alguna tregua.

La primavera, esa primavera que necesitamos para salir del vacío, llega con frágiles promesas. Sus brotes de consuelo hacen menos duro el camino y empezamos a sentir que alguna esperanza puede haber. Pero las “flores” que prometían un alivio, un acompañamiento, pronto se marchitan ante el asfixiante calor del verano. La crudeza de un sol cuya demasiada brillantez daña nuestra sensibilidad, arranca la promesa de superación que nos prometía la primavera. La primavera nos ha dado el respiro necesario, para retomar el dolor que sigue estando en esos espacios internos. Espacios que con la prolongación de tener que soportar la ausencia física de la pérdida, se han agrandado y abrasan con su demasiado echar de menos.

Muchas veces, cuando después de una mejoría volvemos a enfrentarnos con el dolor, podemos desesperar porque sentimos que hemos retrocedido y que hemos fallado en nuestro esfuerzo de estar mejor. Querríamos retomar lo que éramos antes, pero jamás podremos. ¿Cómo? si falta lo más importante. Y a través de la luz penetrante que nos ciega como en verano, volvemos a enfocar nuestros sentimientos más profundos, esos que aún no habían podido salir a la superficie hasta ahora. Ahora sí se verán reflejados en todas partes, como las inacabables chispas de ese mar tan vasto que no deja ver más allá del horizonte. La necesidad de querer y ser queridos, encuentra su eco en el retorno sin parar de las olas, como sentimientos que buscan un descanso, imposible por el momento.

El verano con sus retos y la primavera con su grata amabilidad se alternarán atropellándose una y otra vez. Y habrá un largo espacio hasta que finalmente en algún giro del camino aparece el otoño. Lentamente la fuerza del dolor, desbordado a través de las vivencias a flor de piel empieza a atenuarse.

En un momento puntual salimos del exceso y entramos en la posibilidad de soltar suavemente todo lo que nos está haciendo daño. Nos despojamos de las falsas esperanzas, de aquello que pensábamos podría volver a ser. Y de la misma manera que las hojas se sueltan de los árboles en vuelo libre con los primeros soplos de vientos otoñales, también nosotros podemos empezar a dejar ir todo lo que ya no nos está sirviendo. De esta manera, algún día podremos vivir, más allá del dolor apremiante. Entonces el otoño con su lento retorno a lo básico empieza a acompañaros de verdad. Es casi un alivio ver cómo lo que ya no sirve se aleja, dejándonos despojados y despejados: árboles desnudos de toda pretensión.

Finalmente, el invierno vuelve a hacer su aparición. Pero esta vez estamos preparados, ya que, para sobrevivir, nos hemos familiarizado con el vacío, el frío congelador y el recogimiento Ya sabemos meternos dentro, allí en ese lugar donde nuestro ser querido ha hecho su hogar, allí donde encontramos todas las respuestas. Ahora podemos triunfalmente vivirlo desde el amor que ha ido creciendo en nuestro interior y que por fin da nacimiento a una esperanza verdadera.

En este libro “Estas en mi corazón” que quiere acompañar, aliviar y apoyar, separo los temas en estaciones del año, no para ser aplicadas según el calendario oficial, sino por vuestro calendario interno, que es el único que vale en este tránsito que nos lleva desde el duro invierno de la pérdida hasta el liberador encuentro en ese otro invierno. Invierno del reencuentro que tardará todo un ciclo vital para hacer su aparición, pero que nos regala con la recompensa de haber sufrido lo insufrible, sobrevivido la muerte.

El duelo está lleno de emociones, dolor, soledad, expectativas, y a veces vivimos todos a la vez. No existe un principio ni tampoco un itinerario fijo. El tiempo de procesar la pérdida de nuestro ser querido es casi anárquico y se vive de forma desordenada. Os ofrezco reflexiones que harán que os comprendáis un poco y comprendáis lo que os está pasando; temas que hagan que vuestro dolor, profundo y esencial, sea un poco más llevable. Podréis leer lo que en el momento estéis viviendo o lo que os esté haciendo falta. Estos temas han sido trabajados en mis grupos de apoyo y a través de estas líneas pretendo ampliar ese gran grupo para incluiros, si me lo permitís, ya que todos “estáis en mi corazón”.

INVIERNO

TOTAL PÉRDIDA

Acabáis de pasar por el acontecimiento más desolador jamás. Este os ha arrebatado todo lo que teníais y os sostenía, todo lo que había sido vuestro fundamento y vuestra vida. Ahora, parece que todo se viene abajo y que no habrá nunca nada más.

Y aunque me duele confirmároslo, por ahora estáis en un proceso de duelo auténtico y la profundidad y el alcance de vuestro dolor tendrá toda la importancia que tenía lo que habéis perdido. Era mucho... lo era todo. De pronto, todo lo que os rodeaba, vuestros mundos, sueños, proyectos, todo, se ha apagado. Pero peor aún, también allí en el lugar más íntimo de vuestro ser parece haberse ido toda vida.

Es un panorama tremendo, lo sé y por mucho que cargue las tintas, jamás podré pintarlo como en realidad lo estáis pasando. Pero sí puedo, a través de mis palabras, estrecharos la mano y caminar un rato son vosotros.

Cuando el golpe de lo que ha pasado ha sido tan tremendo, la repercusión hará olas hasta que no quede nada en pie. Y poco a poco muy lentamente entraréis en el largo invierno de vuestra peripecia.

Algunos de vosotros, posiblemente ya lleváis tiempo, encerrados en vuestro dolor y buscando reavivar las cenizas que parecen estar en todo lugar. Demasiado tiempo mirando el hueco a vuestro lado, sin saber por dónde empezar. Otros, recién tenéis la atención centrada en lo que acaba de pasar y en lo que ya no podrá ser. A todos os ofrezco estas palabras desde el corazón. Quizá juntos podamos hacer el viaje más llevadero y juntos nos acompañaremos, hasta que lentamente puedan empezar a aparecer soluciones que os sirvan. Soluciones a este conflicto que aunque totalmente personal, compartido parece pesar menos, aunque sólo sea un poco.

 

Vuestro dolor es muy vuestro, pero, aunque no os deis cuenta, también incumbe a todos los que, incapaces de hacer el viaje con vosotros os están esperando al otro lado del frío invierno, que repentinamente se ha convertido en vuestra morada.

Caminemos pues juntos un rato, a ver si así podréis, por lo menos, comprender un poco de vuestro dolor, un poco de lo que vais a necesitar para poder, algún día vivir vuestra vida con vuestro ser querido dentro del corazón; ahí donde se afincó desde el primerísimo día y que ahora más que nunca necesita ser reafirmado, para que podáis llevar el testigo que os dejó.

EL VACIO Y LA SOLEDAD

Cuando lo que posiblemente era la parte más importante de nuestra vida desaparece, la falta es tal que todo lo que formaba nuestro pequeño universo es absorbido por esa ausencia, haciendo un agujero negro de nuestra vida.

Este es el vacío que cada uno está viviendo o ha vivido. Es un vacío duro, tremendo, no existe nada peor, ya que es la falta de todo. Nuestro pequeño universo se colapsó porque nuestro ser querido se ha llevado consigo todo.

La vida no está compuesta de áreas separadas, todo está unido, todo tiene que ver con todo. Cuando falta algo, por pequeño que sea, la totalidad es tocada y pasa por un cambio profundo.

Cuando lo que ya no está es esa persona especial, vital para nuestro propio desarrollo y crecimiento como seres que nos nutrimos del amor, entonces la alteración es tal que ni nosotros vamos a reconocernos. Aquí nos enfrentamos al vacío de todo lo que fue y vamos a encontrarnos con lo irreconocible, tanto alrededor nuestro como en nuestro interior.


No es un vacío total y eso es lo que más nos desconcierta. Tendría que ser total, quizá con eso podríamos. Pero la realidad es que hay un lleno, pero un lleno extraño, incómodo, poco familiar. Las personas cercanas parecen otras, los espacios que compartíamos de pronto se tornan hostiles porque falta lo más importante o tremendamente hirientes porque producen demasiados recuerdos.

Este es el vacío inmediato a la muerte de nuestro ser querido. Más tarde, cuando empezamos a comprender que ya nunca nuestro universo va a ser el mismo, nos enfrentamos a otro vacío y es el vacío producido por la soledad. Soledad no significa que estemos solos. Podríamos estar rodeados de gente... Soledad significa que nos sentimos solos. Quizá lo más desconcertante es cuando seguimos sintiendo el vacío incluso al lado de personas que queremos y sabemos nos quieren.

Hemos dejado de crecer junto a la persona que más importaba. Y crecer conjuntamente con los que queremos, es el gran regalo de la vida. Esto es lo que de pronto ha dejado de ser.

NO TENEMOS QUE RESIGNARNOS

Todos hemos perdido cosas a lo largo de nuestras vidas, y por muy pequeñas o poco importantes que hayan sido, hemos reaccionado con dolor, incomprensión, y tristeza. Aquello que era nuestro ya no lo es y el hueco que ha dejado duele. Cuando la pérdida es la persona que más queríamos y que seguimos queriendo ahora más que nunca, el dolor se convierte en sufrimiento, tormento, daño, angustia y un sin fin de sensaciones y emociones que tal vez jamás habíamos sentido antes.

El duelo, será todo el tiempo que vamos a necesitar, para intentar sobrevivir el acontecimiento más desgarrador y terrible que jamás hemos experimentado.

Al principio el dolor implacable no nos permite ni la respiración. Un gran vacío se ha instalado en el centro de nuestro ser y la sensación es como si un puñal estuviera retorciéndose para abrir aún más vacío.

La desesperación, retumba en nuestro interior y anula todo sonido que viene desde el exterior. Es imposible escuchar. Este primer periodo, dura poco, aunque parezca una eternidad para el que lo esté viviendo.

Cuando los golpes de dolor parecen calmarse, empezamos a buscar algún alivio. Necesitamos un respiro, un consuelo, pero nos envuelve la magnitud del acontecimiento y no parece haber resquicio real. Este periodo se alarga tanto, que podemos llegar a creer, que la única salida para sobrevivir, sea la resignación, con todas las connotaciones tremendas que este sentimiento encierra. Incluso el entorno parece ratificarlo, pidiendo en los consejos más cariñosos, que nos resignemos.

Entonces hacemos una bajada de hombros, que no es difícil porque llevamos tal peso, que casi imposibilita manteneros de pie y nos rendimos a la resignación. Desde allí la vida cobra un matiz gris plomo, y entramos en una fase falta de toda vida. La resignación es la ausencia de vida y tarde o temprano vamos a sentir sus efectos.

Todos los sentimientos reprimidos a causa de la resignación, la desesperación, la necesidad de un llanto reparador, la ira, la indignación, van a buscar expresión y desde el dolor vivo y punzante que habita el centro de nuestro ser, vamos a rebelarnos y se manifestará la rabia. Menos mal. La rabia nos puede salvar de la resignación y nos va a movilizar para que podamos, reivindicar nuestra pérdida.

En este momento, la rabia se convierte en nuestro aliado. Un aliado muy valioso, porque la resignación es mortífera, es la falsa anulación de todo sentimiento que mueve y conmueve.

En el periodo de duelo la rabia es algo muy normal. Es importante saber esto, porque normalmente cuando sentimos ira, la reacción inmediata, suele ser la culpabilidad. Si sabemos que es incluso bueno porque nos impide reprimir sentimientos que nos están haciendo daño, entonces podemos deshacernos de la culpa y evitar lo que llamo IDA o impuesto de dolor añadido. No necesitamos otra dificultad más.

La rabia puede tener muchos objetos, tantos como todas las circunstancias y personas que causaron o tomaron parte en el acontecimiento que acabo con nuestra vida, tal y como era antes. También, a veces podemos ser su blanco preferido y otras veces incluso, esa persona que tanto echamos de menos. Las razones pueden ser múltiples, desde habernos dejado, hasta ser la causa de todo el dolor que hemos y estamos pasando.

Pero la rabia es buena, primero porque nos arranca de la resignación, esa bajada de hombros que no soluciona absolutamente nada, y luego porque nos devuelve a la vida.

A menudo no tenemos las ganas ni la energía de nada. Incluso después de mucho tiempo, existen mañanas que levantarse se convierte en una de esas hazañas heroicas, que llenan el periodo que sobrevive la muerte de un ser querido. Esta falta de ganas, tiene su causa en la pérdida real de energía que supone su ausencia. Podríamos decir que nuestras fuentes de energía, además del sol, el aire y la comida y bebida, son los demás. Cada persona que habita nuestro universo particular y personal es un foco energizante, que nos nutre tanto como el alimento más esencial. Vivimos de las aportaciones energéticas de los demás.

Cuando perdemos nuestra fuente principal de energía, entonces incluso levantar una mano puede costar. La rabia mueve mucha energía. Si pudiéramos darle un color lo pintaríamos de rojo, y el rojo es el color más vitalizante. ¿Estoy diciendo que la rabia nos vitaliza? Si, y normalmente en momentos en que estamos tan desvitalizados que incluso se convierte en el medio que nos va a devolver nuestras ganas de vivir, ya que nos desvela batallas internas que tenemos que librar, para poder estar tranquilos con nuestra tristeza.

Entonces podríamos decir “Gracias rabia”. Si, gracias porque nos arranca de cuajo de la resignación. Por supuesto que no es de héroes resignarse, pero si lo es rebelarse, luchar, esforzarse...

¿Qué hacer entonces cuando nos pidan resignación? Rebelarnos, porque tenemos que vivir todas las emociones que necesitan vivirse, y tenemos que sobrevivir el dolor y convertir su llanto desgarrador en llanto purificador: Ese llanto que podrá regar el vacío inmenso que se ha convertido en nuestro centro, para vitalizarlo, lentamente, poco a poco, hasta que podamos convertir nuestro gran vacío en el gran encuentro con nosotros mismos. Encuentro que nos espera en algún momento en este camino de héroes que es el duelo.

¿POR QUÉ?

La muerte de un ser querido, va mucho más allá de los golpes normales que la vida nos trae y nos sumerge en una de las situaciones más dolorosas y devastadoras que podemos encontrar. Es posiblemente, la más dura que hemos experimentado jamás. En este estado preguntarnos, una y otra vez por qué, no sólo es natural sino necesario. Estamos viviendo una magna tragedia y necesitamos explicaciones. Entonces lanzamos la pregunta ¿por qué? ¿por qué a mí?, sin saber a quien y exigimos razones. Pero no existen. Por mucho que queramos encontrarlas no hay nada que podamos haber hecho que pueda justificar semejante sentencia.

¿Qué hacemos entonces? ¿Seguimos añadiendo más sufrimiento allí donde no parecer caber más o nos damos cuenta que no se trata de un castigo? Nadie nos está castigando. Pero ¿qué está pasando? Estamos en una vorágine de dolor, tristeza, sufrimiento y la vida parece zarandearnos, para nuestro mayor desespero, porque no logramos ver la razón.

La pregunta ¿por qué? nos machaca con la imposibilidad de respuesta y muchas veces nos lleva a un desprecio de nuestro entorno. Incluso da por hecho que los acontecimientos que nos proporcionan felicidad, son efímeras y nos llevan a consiguientes tragedias que nos harán sufrir aún más.

Muchas veces preguntar ¿por qué? nos catapulta directos a más sufrimiento ya que cuando empezamos a verlo todo con ojos de por qué, podemos incluso exigir que nos justifiquen el estar vivos de algunos de los que nos rodean.

Esta es la reacción temprana de haber sido despojados de lo que más valorábamos. Pero precisamente cuando se trata de la pérdida de lo más valioso que teníamos y las razones tienen una importancia vital, las preguntas tendrán que ser otras. Entonces las respuestas nos podrán proporcionar ese descanso tan esperado, que parece faltar en los primeros momentos del duelo.

Pero, esto viene después, después del sufrimiento, después de que los vientos gélidos nos hayan curtido para resistir más. Después de llorar todo lo necesario y habernos ganado ese respiro que viene con las brisas suaves de la primavera. ¿Sólo entonces nos podremos preguntar “¿para qué?”

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