Vitamina C

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El coste del gen perdido

A pesar de su beneficio evolutivo, la pérdida del gen para la vitamina C podría haber situado a los ancianos bajo graves carencias y enfermedades. Una vez que un animal ya se ha reproducido, la selección evolutiva es menos eficaz. En los seres humanos modernos, y en algunos grupos animales, los abuelos pueden estar involucrados en la crianza de los jóvenes, pero en términos evolutivos eso es un factor secundario. En estado salvaje los animales viejos son infrecuentes y los amplios grupos familiares constituyen la excepción. La pérdida del gen para la vitamina C puede conducir a numerosos problemas, como la artritis, las enfermedades cardiovasculares, el cáncer y una respuesta inmunitaria disminuida. Sin embargo, la muerte de un animal que ya ha completado su fase reproductiva no evita que su descendencia capaz forme la siguiente generación. Siempre y cuando esas enfermedades crónicas ocurriesen en un momento posterior de la vida, su efecto sobre la aptitud evolutiva sería pequeño. En términos evolutivos no importa que una cobaya vieja sufra, mientras haya dejado detrás un gran número de descendientes jóvenes y sanos.

Así pues, la evolución humana puede haber otorgado la capacidad de sobrevivir a largos períodos de escasez de alimentos, pero a expensas de padecer enfermedades crónicas. Tales enfermedades serían un problema solo si la ingesta de vitamina C en la dieta fuese insuficiente para las necesidades a largo plazo. No sabemos mucho de nuestros antepasados mamíferos ni del tiempo en el que se perdió el gen para la vitamina C. Cuarenta millones de años es poco tiempo después de la extinción de los dinosaurios, y solo tenemos un registro escaso de huesos fosilizados de esa época. Y más importante aún, disponemos de escasa información de la dieta de nuestros antepasados.

La dieta típica de los seres humanos modernos no consiste predominantemente en verduras ricas en vitamina C. Aunque la gente disfruta de vidas razonablemente largas con esa ingesta limitada, padece cada vez más de enfermedades degenerativas y de una menor calidad de vida. Este sufrimiento innecesario podría no ocurrir si el gen perdido estuviese presente. Nuestra incapacidad para fabricar nuestro propio ascorbato significa que cada niño recién nacido viene de fábrica con una dependencia de vitamina C, con una deficiencia innata de vitamina C.

Los beneficios para la salud de la vitamina C

La verdadera historia de la vitamina C se ha hecho más clara en los últimos años, conforme las afirmaciones de sus singulares beneficios son confirmados por las evidencias disponibles. La idea de que dosis bajas de ascorbato (a niveles de la CDR) sean lo óptimo para los seres humanos tiene poco apoyo científico. Los antioxidantes como la vitamina C son esenciales para la vida, porque los procesos de la enfermedad conllevan casi siempre ataques de los radicales libres, a los que las defensas antioxidantes pueden contraatacar.

La gente va a la consulta del médico esperando recibir una información clara e imparcial de lo que la hace enfermar y de su tratamiento. Y aún más importante que eso: necesita saber qué puede hacer para prevenir las enfermedades. A los pacientes les gustaría tener la información necesaria para tomar decisiones, pero en muchos casos no se les proporciona esta información y, a menudo, los médicos son incapaces de evaluar los datos que necesitan para tomar las mejores decisiones para los intereses de sus pacientes.[20] Con frecuencia la gente no toma en consideración los consejos de los expertos y suplementan su dieta con dosis elevadas de vitamina C y otros antioxidantes. Acaso sorprenda, pero varios grupos de individuos independientes pueden lograr frecuentemente soluciones más acertadas que las que obtienen selectos comités de expertos.[21] Así pues, esta decisión popular tal vez sea un signo de que la medicina se ha extraviado y rehúsa responder racionalmente a las evidencias, porque es incapaz de ello o porque no lo desea.

Dosis elevadas de vitamina C – estamos hablando de gramos— pueden prevenir muchas enfermedades, pero se necesitan dosis mucho más altas para su tratamiento. Las enormes dosis necesarias para la terapia se reciben a menudo con gran desconfianza. Cuando informamos a los médicos de que pueden ser necesarios 50 o 100 g (50.000–100.000 mg) de vitamina C al día para tratar el resfriado común, su escepticismo se transfiere de la eficacia del tratamiento al tamaño de la dosis. La mayoría de los estudios clínicos solamente consideran dosis de un solo gramo. Una dosis cien veces mayor tiene propiedades muy diferentes.

Un motivo para la controversia sobre la vitamina C son los contradictorios resultados clínicos de los ensayos que utilizaron dosis no adecuadas, cien veces menores que las necesarias, y que han roto repetidamente las reglas básicas de la farmacología.[22] Como analogía, imagina que estudiamos a 20.000 mujeres jóvenes fértiles que toman píldoras anticonceptivas para evitar el embarazo. Los investigadores quieren demostrar que las píldoras no funcionan, de modo que les dan una al mes en lugar de una al día, que es lo indicado. Los sujetos de control toman una pastilla de azúcar (placebo) al mes. Ahora bien, supón que los resultados de este ensayo de cinco años de duración indican que cuando se toma una píldora anticonceptiva al mes, las mujeres quedan embarazadas en la misma proporción que las que toman una pastilla de azúcar. Ninguna persona razonable daría como buena la afirmación de que «el ensayo demuestra que la píldora no evita el embarazo». No se puede esperar que una píldora de uso diario administrada una vez al mes tenga el mismo efecto que si se toma en su dosis diaria. Sin embargo, esta es la metodología equivalente a los estudios de vitamina C con los que se ha pretendido demostrar que es ineficaz.

La ingesta óptima de vitamina C es la cantidad que evita las enfermedades mientras, a la vez, reduce al mínimo los riesgos potenciales. Es una suposición muy arriesgada creer que una ingesta para prevenir el escorbuto agudo será la adecuada para prevenir otras enfermedades. Es más, existen evidencias significativas de que la ingesta de vitamina C necesaria para prevenir las enfermedades crónicas es mucho mayor que la establecida como CDR. Desgraciadamente, no se han llevado a cabo estudios directos sobre las enfermedades crónicas y las dosis elevadas de vitamina C, de manera que tenemos que fundamentar nuestras conclusiones sobre una base insuficiente de conocimientos. Normalmente los estudios prospectivos (de población base o cohorte) proporcionan la información más directa. En este tipo de estudios la ingesta de vitamina C se calcula para grandes cantidades de sujetos (cohortes), a los que se va controlando con el tiempo para ver si desarrollan enfermedades crónicas específicas. Tales estudios son caros y a menudo resultan imprecisos. Por ejemplo, la ingesta de vitamina puede calcularse por medio de un cuestionario, y llevar a cabo su enfoque por las proporciones típicas que se encuentran en artículos alimenticios concretos. Las dietas de la gente pueden cambiar con el tiempo y las tablas de contenido no llevan la cuenta de artículos específicos: las zanahorias frescas de cultivo orgánico contienen más vitamina C que las que se encuentran en conserva, por ejemplo.

Para obtener un cálculo acertado de la ingesta óptima, sería necesario que esos estudios incluyeran ingestas de vitamina C que variasen entre 50 y 10.000 mg al día, y esto no se ha hecho. Algunos investigadores indican, de manera extraña, que la vitamina C presente en los alimentos es, de algún modo, más eficaz que la misma molécula contenida en los suplementos. Sin embargo, una explicación alternativa es que los métodos utilizados para calcular la ingesta de vitamina C con los alimentos tienen una precisión limitada. Otra explicación posible se relaciona con el hecho de que comemos varias veces al día y que la vitamina C se libera de los alimentos en forma más gradual que de los suplementos.[23]

El escorbuto

Mucha gente relaciona la palabra «escorbuto» con las clases de historia, más que con la salud contemporánea. Finalmente, el Almirantazgo británico, tras un retraso de cincuenta años, sancionó el descubrimiento de James Lind, en 1747, de que consumir limones podía prevenir el escorbuto. Miles de marineros murieron en el período intermedio. Desgraciadamente para ellos, el coste de suministrar frutas cítricas era mayor que el de reclutar nuevos marinos. Por aquel entonces, como ocurre hoy, las consideraciones económicas tenían a menudo prioridad sobre la ciencia o el bienestar de las personas.

 

Quienes padecen escorbuto agudo al final sufren hematomas, sangrados de las articulaciones que provocan hinchazón y dolores agudos, así como pérdida de cabello y dientes. Como ya hemos explicado, esos síntomas son resultado de la falta de colágeno. Los síntomas tempranos, al inicio de la enfermedad, incluyen la fatiga, que es consecuencia de la capacidad reducida para fabricar carnitina, y la vulnerabilidad ante los esfuerzos, por culpa de los bajos niveles de adrenalina y noradrenalina.

En los países desarrollados el escorbuto agudo es infrecuente, ya que consumir unos pocos miligramos de vitamina C al día previene la enfermedad, pero brotes de escorbuto son frecuentes en el Tercer Mundo. Sin embargo, incluso en las áreas desarrolladas, las personas que padecen de enfermedades crónicas, los débiles, los ancianos y los niños pueden estar en peligro, y los niveles bajos de vitamina C en sangre son comunes.[24] El escorbuto crónico puede surgir si una persona tiene una ingesta de vitamina C en cantidad suficiente para prevenir una muerte dolorosa a corto plazo, pero no para mantenerla sana.

Prevención de las enfermedades cardíacas y las apoplejías

Muchos estudios prospectivos indican que ingestas bajas de vitamina C están asociadas con un riesgo mayor de sufrir enfermedades cardiovasculares. A pesar de que tales estudios no incluyen una investigación sobre ingestas más altas, se supuso, erróneamente, que aproximadamente 100 mg de vitamina C al día proporcionan una máxima reducción de riesgos. El primer Estudio sobre la Salud Nacional y Examen de la Nutrición calculó que el riesgo de muerte por enfermedades cardiovasculares era un 25 % más bajo en las mujeres y un 42 % en los hombres que tomaban suplementos de vitamina C.[25] La ingesta promedio de vitamina C en suplemento era de 300 mg al día.[26]

En un análisis de nueve estudios, que cubrían una población de 290.000 adultos, se averiguó que aquellos que tomaban suplementos de más de 700 mg diarios de vitamina C tenían un riesgo de enfermedades cardíacas un 25 % menor. Esos sujetos tenían aparentemente un sistema cardiovascular sano al comienzo del análisis, que se desarrolló durante diez años.[27] Un estudio realizado con 85.000 enfermeras durante un período de dieciséis años, averiguó que ingestas más altas de vitamina C contribuían a la prevención de las enfermedades cardiovasculares.[28] Una vez más, las altas ingestas de suplementos de vitamina C (un promedio de 359 mg al día) estaban ligadas a una reducción del 27–28 % en los riesgos de enfermedades cardiovasculares. En particular, las enfermeras que no tomaban suplementos no se beneficiaron de esta reducción del riesgo.

Se han obtenido resultados semejantes para la vitamina C y la apoplejía. Un estudio cubrió una observación durante un período de veinte años que documentaba 196 casos de apoplejías (incluyendo 109 infartos cerebrales y 54 hemorragias). Los sujetos que presentaban los niveles más altos de vitamina C en sangre tenían un riesgo de apoplejía un 29 % menor que aquellos con los niveles más bajos de la vitamina.[29] Un estudio de una comunidad rural japonesa siguió a 880 hombres y 1.240 mujeres de más de cuarenta años, que inicialmente estaban libres de sufrir una apoplejía cuando se los examinó en 1977. Como era de esperar, aquellas personas que comían verduras casi a diario presentaban un riesgo de apoplejía más bajo que aquellas que las consumían dos días a la semana o menos. Los niveles de vitamina C en el plasma sanguíneo aumentaban con las ingestas de frutas y verduras. Aunque es posible que algún otro componente de la ingesta de frutas y verduras contribuyese al beneficio referido, no hay evidencias que apoyen esta insinuación. Tampoco hay evidencias de que la gente que consumía frutas y verduras pudiera haberse beneficiado de comportamientos o estilos de vida asociados a ello. Un planteamiento más científico es hacer notar que incluso los niveles en plasma en este estudio corresponden a los niveles de deficiencia, y se sitúan muy por debajo del punto de referencia de los bien alimentados. Uno puede preguntarse lo baja que habría sido la incidencia de la apoplejía si a esos sujetos se les hubieran suministrado los suplementos apropiados de vitamina C.

Como podría esperarse de un procedimiento experimental tan directo, ciertos estudios epidemiológicos prospectivos no han revelado un riesgo menor de enfermedades cardiovasculares con el uso de suplementos de vitamina C.[30] Tomados como un todo, sin embargo, estos resultados implican que, de cara a reducir el riesgo de ataques cardíacos, las ingestas de vitamina C tendrían que ser lo bastante grandes como para mantener su acumulación en el cuerpo.[31] También es posible que ingestas mucho más elevadas de vitamina C pudieran erradicar de manera eficaz las enfermedades cardiovasculares.

Prevención del cáncer

La gente acepta por lo general que consumir frutas y verduras reduce el riesgo de muchos tipos de cáncer.[32] Las verduras contienen un gran número de fitonutrientes y otras sustancias que previenen esta enfermedad, de modo que no es evidente cuánto beneficio puede resultar de incrementar la ingesta de vitamina C.

Un consumo diario más alto de vitamina C se asocia con un riesgo reducido de cáncer en muchos órganos, incluyendo la boca, el cuello, los pulmones y el tracto digestivo (esófago, estómago y colon). En un estudio realizado, los hombres que tenían una ingesta de más de 83 mg de vitamina C al día presentaban un riesgo de desarrollar cáncer de pulmón hasta un 64 % menor, comparados con aquellos que ingerían menos de 63 mg al día. Este estudio realizó un seguimiento de 870 personas durante veinticinco años.[33] Hay otros que han relacionado una ingesta aumentada de vitamina C con un riesgo menor de cáncer de estómago. La bacteria Helicobacter pylori, que forma úlceras en el estómago, está asociada con un riesgo mayor de cáncer de estómago. Puesto que esta bacteria disminuye la cantidad de vitamina C en las secreciones estomacales, se ha indicado que los suplementos se añadan a la terapia antibiótica contra las úlceras.[34]

La mayoría de los estudios más importantes han encontrado pocas asociaciones entre el cáncer de mama y las ingestas bajas de vitamina C, que son las que se estudian habitualmente. En uno de ellos, sin embargo, se vio que mujeres con exceso de peso con una ingesta media de vitamina C de 110 mg al día tenían un riesgo un 39 % menor de desarrollar cáncer de mama, comparadas con mujeres parecidas con una ingesta de 31 mg diarios.[35] El Estudio de la Salud de las Enfermeras indica también una asociación entre los niveles bajos de vitamina C y el cáncer de mama. Se encontró un 63 % menos de riesgo de cáncer de mama en mujeres premenopáusicas con una ingesta de 205 mg de vitamina C al día, comparadas con mujeres semejantes que consumían un promedio de 70 mg al día.[36] Estos sujetos tenían antecedentes familiares de cáncer de mama. Una vez más, desgraciadamente no están disponibles los datos sobre ingestas de vitamina C más elevadas (en el intervalo de 1.000 a 10.000 mg).

 

Enfermedades víricas

Los resultados sobre tratamientos con dosis masivas de vitamina C referidos casi no tienen parangón en la historia de la medicina. Un ejemplo clásico es el estudio del doctor Frederick R. Klenner sobre la poliomielitis. Alrededor de 1950, el doctor Klenner afirmaba que podía curar la polio en pocos días utilizando vitamina C. Esto ocurría antes de que existiera la vacuna contra la enfermedad y frecuentemente quienes la padecían quedaban paralíticos o morían; sin embargo, el doctor Klenner informó que ninguno de sus pacientes murió ni sufrió de parálisis.

Un grupo de investigación, encabezado por el doctor Jonathan Gould en la década de 1950, llevó a cabo un ensayo clínico con control de placebo sobre la vitamina C como tratamiento para la poliomielitis.[37] Cerca de 70 niños fueron tratados en este estudio; a la mitad se les suministró vitamina C y al resto, un placebo. Todos los niños a los que se les dio vitamina C se recuperaron; sin embargo, del grupo de placebo un 20 % aproximadamente tuvieron una discapacidad residual. El doctor Gould no informó de sus conclusiones porque la vacuna contra la polio del doctor Salk acababa de anunciarse, y en aquel tiempo había grandes esperanzas y expectativas en los beneficios de las vacunaciones. Sin embargo, si el informe era correcto, los resultados con la vitamina C son más contundentes.

La vitamina C puede actuar como un «antibiótico» general contra toda clase de enfermedades víricas. Aún hay gente que muere de polio, lo que en muchos casos ha ocurrido por el uso de vacunas con gérmenes vivos de poliomielitis.[38] Los investigadores no han encontrado tratamiento comparable alguno para los desgraciados individuos que cada año contraen esta u otras enfermedades víricas. Sorprendentemente, afirmaciones semejantes, hechas por reputados médicos, sobre los tratamientos con vitamina C para un amplio espectro de enfermedades víricas continuaron durante la siguiente mitad del siglo sin ser sometidas a exámenes clínicos.

Toxicidad por metales pesados

La intoxicación por metales pesados es un conflicto constante. El plomo ha sido un problema para la humanidad durante cientos de años, y durante algún tiempo se creyó que fue el responsable de la caída del Imperio romano. La idea se basaba en que las propiedades tóxicas de las tuberías de plomo provocaron deficiencias mentales. Es más probable que dichos efectos fuesen minúsculos, pero produjeran una pérdida de vigor y de capacidad en relación con otras civilizaciones competidoras.[39] Las tuberías de plomo se habían utilizado durante cientos de años antes de la caída de Roma, y siguieron usándose en Inglaterra, por ejemplo, hasta que en el siglo xx fueron desapareciendo gradualmente. El efecto tóxico no fue lo bastante fuerte como para evitar el estallido de actividad intelectual que llevó a la revolución industrial y la propulsó.

Los recientes problemas de envenenamiento por metales pesados tienen que ver con el plomo de los gases de los automóviles, el aluminio del agua y el mercurio de los empastes dentales.[40] Utilizaremos el envenenamiento por plomo como ejemplo del papel protector de la vitamina C. Este envenenamiento se ve de cuando en cuando en las mujeres embarazadas, en las que puede provocar un crecimiento y desarrollo anormales del feto. Los niños expuestos de manera repetitiva al plomo padecen de problemas de conducta y dificultades de aprendizaje. En los adultos la toxicidad del plomo puede producir tensión arterial alta y daños en los riñones. En los hombres mayores, niveles más altos de vitamina C en sangre están asociados con concentraciones menores de plomo en el cuerpo. Un estudio sobre los niveles de plomo en 747 ancianos mostró que ingestas orales de vitamina C de menos de 109 mg al día estaban relacionadas con mayores cantidades de plomo en sangre y huesos que en aquellos que consumían 339 mg o más diarios.[41] Este resultado se confirmó en un estudio realizado con 19.578 personas, el cual indicó que niveles más altos de vitamina C en el suero sanguíneo estaban vinculados con concentraciones considerablemente menores de plomo en sangre.[42]

La respuesta de los niveles de plomo en sangre a ingestas moderadas de vitamina C puede darse en cuestión de semanas. Un estudio con control de placebo sobre los efectos de los suplementos de vitamina C (1.000 mg diarios) en las concentraciones de plomo en sangre de 75 fumadores adultos demostró unas reducciones considerables (81 %) en los niveles de plomo en el plazo de un mes.[43] Las ingestas menores (200 mg al día) no afectaron a las concentraciones de plomo en sangre.

20Gigerenzer, G. Riesgos calculados. Nueva York, NY: Simon & Schuster, 2002.
21Surowiecki, J. La sabiduría de las multitudes. Nueva York, NY: Doubleday, 2004.
22Hickey, S. y H. Roberts. El ascorbato: la ciencia de la vitamina C. Lulu Press, 2004.
23Ibíd.
24Stephen, R. y T. Utecht. «El escorbuto identificado en la sala de urgencias: informe de un caso». J Emerg Med 21: 3 (2001): 235–237. Weinstein, M., P. Babyn y S. Zlotkin. «Una naranja al día es lo más sano que hay: el escorbuto en el año». Pediatrics 108: 3 (2001): E55.
25Enstrom, J. E., L. E. Kanim y M. A. Klein. «La ingesta de vitamina C y la mortalidad entre una muestra de población de los Estados Unidos». Epidemiology 3: 3 (1992): 194–202.
26Enstrom, J. E. «Contrapunto: la vitamina C y la mortalidad». Nutr Today 28 (1993): 28–32.
27Knekt, P., J. Ritz, M. A. Pereira y otros. «Las vitaminas antioxidantes y el riesgo de enfermedad cardíaca coronaria: un análisis conjunto de 9 cohortes». Am J Clin Nutr 80: 6 (2004): 1508–1520.
28Osganian, S. K., M. J. Stampfer. E. Rimm y otros. «La vitamina C y el riesgo de enfermedad cardíaca coronaria en las mujeres». J Am Coll Cardiol 42: 2 (2003): 246–252.
29Yokoyama, T., C. Date, Y. Kokubo y otros. «La concentración de vitamina C en suero estaba asociada inversamente a la incidencia posterior en 20 años de apoplejías en una comunidad rural japonesa: el Estudio Shibata». Stroke 31: 10 (2000): 2287–2294.
30Kushi, L. H., A. R. Folsom, R. J. Prineas y otros. «Las vitaminas antioxidantes dietéticas y las muertes por enfermedad cardíaca coronaria en mujeres posmenopáusicas». N Engl J Med 334: 18 (1996): 1156–1162. Losonczy, K. G., T. B. Harris y R. J. Havlik. «El uso de suplementos de vitaminas C y E y el riesgo de mortalidad general y por enfermedad cardíaca coronaria en las personas mayores: las poblaciones establecidas para los estudios epidemiológicos de los ancianos». Am J Clin Nutr 64: 2 (1996): 190–196.
31Frei, B. «C, o no C, ¡ese es el dilema!» J Am Coll Cardiol 42: 2 (2003): 253–255.
32Steinmetz, K. A. y J. D. Potter. «Las verduras, las frutas y la prevención del cáncer: reseña». J Am Diet Assoc 96: 10 (1996): 1027–1039.
33Kromhout, D. «Los micronutrientes esenciales en relación con la carcinogénesis». Am J Clin Nutr 45: 5 supl. (1987): 1361–1367.
34Feiz, H. R. y S. Mobarhan. «¿Frena la ingesta de vitamina C la progresión del cáncer gástrico en las poblaciones infectadas por el Helicobacter pylori?». Nutr Rev 60: 1 (2002): 34–36.
35Michels, K. B., L. Holmberg, L. Bergkvist y otros. «Las vitaminas antioxidantes dietéticas, el retinol y la incidencia del cáncer de mama en una cohorte de mujeres suecas». Intl J Cancer 91: 4 (2001): 563–567.
36Zhang, S., D. J. Hunter, M. R. Forman y otros. «Los carotinoides dietéticos, las vitaminas A, C y E y el riesgo de cáncer de mama». J Natl Cancer Inst 91: 6 (1999): 547–556.
37Hoffer, A. Aventuras en psiquiatría: las memorias científicas del doctor Abram Hoffer. Caledon, Ontario, Canadá: Kos Publishing, 2005.
38Greensfelder, L. «Las enfermedades contagiosas: los brotes de polio generan preguntas sobre la vacuna». Science 290: 5498 (2000): 1867b-1869b. Martin, J. «El poliovirus derivado de las vacunas de los excretores a largo plazo y el final del juego para la erradicación de la polio». Biologicals 34: 2 (2006): 117–122.
39Ermatinger, J. W. Pendiente y caída del Imperio romano. Westport, CT: Greenwood Press, 2004.
40Watanabe, C. y H. Satoh. «La evolución de nuestro conocimiento del metilmercurio como una amenaza para la salud». Environ Health Perspect 104: supl. 2 (1996): 367–379. Mortada, W. L., M. A. Sobh, M. M. El-Defrawy y otros. «El mercurio en la reparación de dientes: existe riesgo de nefrotoxicidad?». J Nephrol 15: 2 (2002): 171–176.
41Cheng, Y., W. C. Willett, J. Schwartz y otros. «La relación de la nutrición con los niveles de plomo en huesos y sangre en los hombres de mediana edad y ancianos: Estudio Normativo del Envejecimiento». Am J Epidemiol 147: 12 (1998): 1162–1174.
42Simon, J. A. y E. S. Hudes. «La relación del ácido ascórbico con los niveles de plomo en sangre». JAMA 281: 24 (1999): 2289–2293.
43Dawson, E. B., D. R. Evans, W. A. Harris y otros. «El efecto de los suplementos de ácido ascórbico sobre los niveles de plomo en sangre de los fumadores». J Am Coll Nutr 18: 2 (1999): 166–170.