Buch lesen: «Por fin me comprendo»
POR FIN ME COMPRENDO
Conocerse bien para vivir mejor
ALFREDO SANFELIZ
Categoría: Crecimiento personal
Colección: Autoayuda, coaching, mindfulness y psicología
Título original: Por fin me comprendo. Conocerse bien para vivir mejor
Primera edición: Mayo 2020
© 2020 Editorial Kolima, Madrid
www.editorialkolima.com
Autor: Alfredo Sanfeliz
Dirección editorial: Marta Prieto Asirón
Diseño de portada y mapa del conflicto: Daniel Cruz
Maquetación de cubierta: Sergio Santos Palmero
Maquetación: Carolina Hernández Alarcón y Lucía Alfonsín Otero
ISBN: 978-84-18263-29-3
Impreso en España
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Tu visión devendrá más clara solamente
cuando mires dentro de tu corazón.
Aquel que mira afuera, sueña.
Quien mira en su interior, despierta.
Carl Gustav Jung
PRÓLOGO
No siempre he aprobado los exámenes. Unas veces las preguntas más sencillas las fallé, a otras complejas no les dediqué el tiempo que merecían y algunas otras preguntas no las vi nunca claras… En fin, hubo de todo. Pero hay una pregunta del examen de Psicología de la Personalidad que aún me da vueltas en la cabeza. En ella se planteaba si los individuos muestran su verdadera personalidad con más facilidad en la vida cotidiana o en situaciones de emergencia y excepcionales. Sinceramente no recuerdo lo que contesté ni lo que se consideraba correcto en aquel momento, pues los conocimientos en el ámbito científico van evolucionando. Lo que sí sé es que eso me ha hecho reflexionar a lo largo de los años, y todavía hoy no tengo una respuesta definitiva.
Quizá en situaciones sin presión de ningún tipo todos nos comportamos de un modo relativamente acorde con las normas sociales; tratamos de cumplir con las reglas establecidas en nuestro entorno, propias de nuestra cultura. Muchas normas encajan (o las hacemos encajar) con nuestros valores. Y así, generalmente nos sentimos cómodos.
Sin embargo, cuando aparece el peligro o hay situaciones que ponen en riesgo nuestra supervivencia, cambia el panorama. Quizá en situaciones excepcionales no somos capaces de «tapar» nuestros miedos, impulsos, necesidades… y estos guían nuestra conducta, mostrando nuestra verdadera cara. ¿O será que son varias las verdaderas caras que tenemos y enfadados o con miedo mostramos una cara que generalmente ocultamos adaptándonos a lo establecido en las normas sociales? ¿Es posible en esas circunstancias controlar nuestra espontaneidad para mostrar una cara socialmente aceptable? Quizá retorcemos la realidad para que no exista una discrepancia muy marcada entre quienes solemos ser y quienes tenemos que ser ante una situación o un riesgo…
En una situación como la creada por el Covid-19, tan presente al escribir este prólogo, ¿qué es lo que estamos mostrando? ¿Y qué hacemos para disimular esa «nueva» personalidad y motivaciones desconocidas por muchos? ¿Estarán muchos disfrutando de vivir sin las caretas sociales y libres de las presiones y los condicionamientos que la sociedad nos impone para nuestra supervivencia o relevancia social?
Pero incluso en situaciones de normalidad, ¿en qué medida, en nuestro día a día, son realmente nuestras emociones y sentimientos los que guían nuestra conducta como en las situaciones de tensión o peligro? ¿somos conscientes de ello? ¿cuántas veces en la vida cotidiana esos miedos, amenazas o incertidumbres nos afectan por debajo del nivel de la conciencia? En situaciones de conflicto en familia, con amigos, con compañeros de trabajo, jefes y subordinados… ¿hasta qué punto nuestras decisiones y comportamientos están guiados por esas emociones que ignoramos?
Afortunadamente no nos veremos con mucha frecuencia en situaciones de alto riesgo. Pero en la sociedad (como en la naturaleza) la vida cotidiana es, en sentido amplio, una lucha por nuestra supervivencia. De forma irrenunciable es una “lucha” o camino de supervivencia inspirado siempre por un instinto de supervivencia que nos ordena «seguir viviendo» y del que nacen múltiples estrategias emocionales, sentimentales y racionales que este libro describe de forma sencilla y didáctica a pesar de su enorme complejidad. Las emociones, cuando se descontrolan dejan de resultarnos beneficiosas y protectoras. Pero una vida sin emociones guiada por una estricta racionalidad carecerá de humanidad y de sentido y nos hará casi robots solo capaces de procesar decisiones.
Este libro es una llamada a la importancia del autoconocimiento. Para gestionarse bien hay que conocerse bien, nos dice su autor llamándonos a tomar conciencia de nuestras emociones y de cómo nos afectan sin negarlas. Llamémoslas por su nombre, mirémoslas a sus ojos y enfrentémonos a ellas, controlando su impacto sobre nuestro comportamiento, siempre más profundo de lo que pensamos. Y, tras ello, encajémoslas sabiamente en nuestro procesos y decisiones más conscientes y racionales alcanzando la paz y la plenitud que nos procuran una vida con sentido y en consonancia con nuestras verdaderas preferencias y valores.
Sobre todo, aquí encontrará el lector profundas reflexiones. Existe en Alfredo un hondo conocimiento sobre el funcionamiento del cerebro, los procesos cognitivos y las emociones. Es fruto de su inquietud por comprender al ser humano y de la lectura reposada y reflexiva, tan poco frecuente en la sociedad en la que vivimos. Lean aquí con detenimiento. Descubrirán cosas que, tal y como ocurre con algunas emociones, solo emergen a la conciencia en determinadas situaciones: las de la lectura pausada.
Que lo disfruten.
Marcos Ríos Lago
Profesor de la UNED de Psicología Básica y Neuro-psicología
Coordinador de la Unidad de Daño Cerebral
del Hospital Beata María Ana
Historia y sentido de
este libro
Algo hay en mí que me hace sentir la necesidad de escribir cuando tengo tiempo para mí sin obligaciones. El tiempo libre me lleva a preguntarme cosas y las preguntas me llevan a plasmar mis respuestas en la escritura. Y este libro ha nacido de una de esas múltiples preguntas a mí mismo: ¿qué es el ser humano y cómo funciona? La respuesta en momentos de contemplación se produce en mi mente como un flash de lucidez que me aclara nuestra esencia y la relación de fuerzas e interacciones internas y con el mundo que explican lo que somos y nuestro funcionamiento. Pero, cuando trato de resumir ese flash me doy cuenta de la complejidad de la tarea para hacer un todo fácilmente comprensible y que no resulte desleal a la realidad científica consolidada. Me considero un estudioso de mí mismo, a menudo buscando explicaciones de las cosas que me pasan, de lo que siento, de mis amores y temores ocultos o manifiestos. Siempre he pensado que conocerse a uno mismo es la mejor vía para conocer al ser humano en general. Ello, unido a mi empeño en estructurar, ordenar y compartir ese contenido abstracto que observo en mis visiones internas, es lo que me ha llevado a escribir este libro y lo que en sí mismo constituye su contenido.
La lectura de libros sobre algunas de las cuestiones que trato en este libro, y especialmente las relativas a lo que es la razón y su relación con la emoción y los sentimientos en nuestras relaciones sociales, me parece compleja y difícil de entender. Por eso, en mi afán de buscar la comprensión de las cosas de forma sencilla y limpia, ha nacido dentro de mí la fuerza y el tesón necesarios para escribir esta pequeña obra que busca hacer comprensible para cualquiera lo que es un ser humano y cuáles son los pilares de su funcionamiento. Es decir, qué es lo que persigue el hombre y cómo lo persigue. No voy a «inventar la pólvora», ni lo pretendo, pero sí es mi pretensión explicar a mi manera lo que es la «pólvora» para que cualquiera pueda comprenderlo.
Cuando escribo un libro me siento como un pintor representando a su modo la realidad, con su estilo, formas y colores. Si este libro fuera un cuadro, sería una pintura que representaría la vida humana y su funcionamiento tal y como lo observa y siente su autor con sus dosis de realismo entremezclado con un cierto toque naif y con recursos coloristas para hacer más fácil y amable su comprensión. De alguna forma tendría mucho de autorretrato, como representación de lo que, «en trazo gordo», podría también ser el retrato de cualquier ser humano, salvando las infinitas peculiaridades que nos hacen distintos y especiales a cada uno de nosotros.
Me ha costado superar la barrera que suponía para mí tratar cuestiones muy complejas sin tener un conocimiento científico verdaderamente profundo de algunos de los temas tratados. Pero lo he superado porque el valor que pretende aportar este libro es conseguir explicar de forma sencilla, (o todo lo sencilla que he conseguido), y desde mi posición de observador, cuestiones del ser humano que son muy complejas. La forma de explicarlas y la interrelación de unas y otras ideas permitirá al lector alcanzar una mejor comprensión de lo que él mismo es y cómo funciona. Es casi un «manual de funcionamiento del ser humano» con algunas claves para hacerlo funcionar bien.
No creo que este libro pueda ser encuadrable dentro de los típicos denominados de «auto-ayuda». Pero en gran medida sí siento que puede ser una importante ayuda para quien quiera realmente saber algo más del funcionamiento de los seres humanos, comenzando por uno mismo. Y pocas cosas hay como enriquecer nuestro auto-conocimiento para mejorar nuestra propia gestión, comprender aquellas áreas grises o miedos que nos gustaría superar y caminar hacia la sabiduría. Este libro no ofrece fórmulas mágicas para ser felices, pero sí ofrece ideas y perspectivas acerca de nuestra forma de ser y funcionar que sin duda pueden resultar de interés para crecer en nuestra auto-comprensión, la comprensión de los demás y finalmente el entendimiento del mundo. Pues sin duda el mundo, en lo que se refiere a sus dinámicas sociales, solo puede explicarse desde el entendimiento del comportamiento tipo de los seres humanos que lo poblamos. Y desde esa comprensión podremos mejorar también nuestro propio auto gobierno.
El libro está escrito desde mi más profunda reflexión como observador de la vida y desde la «experiencia sentida» de mi propia vida como muestra de lo que es la existencia de un ser humano. Es la perspectiva de un sujeto que encarna una de esas vidas. Enmarco el libro por ello en ese género que ya he bautizado como «feelthinking» por reunir, de forma fusionada, tanto reflexiones racionales que proceden de mis procesos conscientes, como conclusiones, visiones, sentimientos o creencias que más que ser pensadas son «sentidas» por mí y que se originan en el corazón o en las entrañas. Y unos y otros, pensamientos y sentimientos, interrelacionados entre sí, por ser esa interrelación ineludible en nuestro funcionamiento mental y cerebral.
Reconozco lo difícil que es explicar bien lo que quiere decir «ser sentidas» por mí, pues solo quien es sujeto de experiencias y sentimientos puede saber lo que ello significa. Pero cualquier explicación se sitúa en ese universo interno de las representaciones mentales, las vivencias, la intuición, y en general de los procesos inconscientes de nuestro cuerpo, nuestro cerebro y nuestra mente. Ninguna expresión del ser humano es completa si no se efectúa desde un plano que integre tanto el ámbito más intelectual, racional y consciente como el ámbito inconsciente de la intuición, las impresiones, las emociones, los sentimientos… La ciencia ya se pronuncia de manera creciente sobre ello afirmando las distorsiones que se producen en el funcionamiento de nuestro cerebro racional, muy vinculado con la llamada corteza prefrontal, cuando no está debidamente conectado o interrelacionado con el sistema emocional. Así se deduce, de forma contundente, de la lectura del magnífico libro de Antonio Damasio El error de Descartes. Esa conectividad es fundamental para un buen funcionamiento integral de nuestro cerebro al servicio de nuestra vida y nuestro bienestar.
Por tanto, a mi necesidad de escribir para dar respuesta a mis preguntas se une en este caso mi inquietud por compartir con el mundo lo que entiendo yo que es el ser humano, lo que verdaderamente le mueve y cuáles son los mecanismos y herramientas de los que gozamos para cumplir nuestro propio propósito o mandato natural de supervivencia. Aunque soy creyente me centraré en contemplar principalmente lo que entiendo que son aspectos de nuestra maquinaria en lo que se refiere a nuestra condición de animales racionales, si bien inevitablemente haré en algún momento referencias a nuestro ámbito trascendente y espiritual, pues este es en mi opinión el ámbito que representa el último estadio de nuestra evolución como seres superiores de la naturaleza (en la Tierra al menos).
Cualquier análisis que uno pretenda hacer para posicionarse en lo que es bueno, justo o apropiado para el ser humano exige hacerlo con la enorme humildad de saber que ignoramos mucho más de lo que sabemos. La definición o precisión de esos conceptos se encuentra en ese enorme territorio de «lo relativo» y de nuestra ignorancia, que yo llamo el «universo de misterio». Un universo del que nada sabemos, más allá de nuestras especulaciones y creencias religiosas o espirituales. La parte final del libro sobre sabiduría, crecimiento y espiritualidad abundará posteriormente en esta idea.
El libro no pretende por tanto ser un tratado técnico o científico sino una expresión vivida de lo que es el ser humano, desde las elucubraciones y la perspectiva de quien es un ejemplar de esa especie. Se trata sin duda de un conocimiento basado en la experiencia y el aprendizaje que proporcionan el transcurso de ya bastantes años por la vida, enriquecido por las múltiples lecturas que como aficionado he hecho de temas antropológicos y sociales. Es un trabajo hecho desde la consciencia de que su contenido no es más que una creación o visión personal empaquetada en forma de libro utilizando los lenguajes y ámbitos de conocimiento generalmente admitidos y compartidos por la sociedad.
Pero, aun cuando no sea la pretensión del libro la profundidad científica, sí he pretendido verificar que nada de lo que se dice pueda ser calificado como contrario a cualquier conocimiento científico arraigado en la comunidad científica. Y así puedo confirmarlo tras haber sometido todo su contenido a la revisión y el filtro validador de mi amigo Marcos Ríos-Lago, profesor de Psicología de la UNED e investigador en Neurociencia. Se trata por tanto de un libro que no tiene como misión la divulgación científica como tal, aunque sí pretende contribuir, sin herir o contrariar a la ciencia, a un mejor conocimiento y comprensión de los fenómenos que determinan el funcionamiento de los humanos, especialmente en nuestro tiempo.
Me gustaría por ello conseguir una escritura llana, de fácil comprensión y con la que los lectores puedan sentirse identificados en muchos casos con los fenómenos humanos que trataré de describir. Quizá a veces el libro pueda parecer tontorrón por decir cosas básicas y evidentes. Pero también los cuentos lo son y no por ello dejan de ser maravillosos. Aunque me gustaría también ser amable con el lector, soy consciente de que algunas afirmaciones sobre las fuerzas que nos mueven a todos nos definen como interesados y egoístas, lo que no es agradable de asumir. Sentimos que van en contra de creencias muy arraigadas que tenemos en nuestras sociedades y que son contrarias a una ética o moral auto-legitimadora de nuestra forma de ser y actuar en un marco social en el que nos sentimos orgullosos de nuestras conductas. Es un egoísmo de supervivencia que tenemos entroncado en nosotros a través de múltiples, sutiles e inconscientes manifestaciones de las que no hay que avergonzarse cuando se encauzan de forma social y equilibrada. ¡Al fin y al cabo está en nuestra genética!
Más allá de este libro, si tuviera que decir cuál es mi propósito trascendente en esta vida, sin duda en este momento lo enunciaría como el «contribuir a poner un granito de arena para despertar la curiosidad y el interés del ser humano por su propio autoconocimiento, individual y como especie, contribuyendo así a que todos nos comprendamos un poco mejor y comprendamos un poco mejor a quienes nos rodean. Y desde esa mayor comprensión llegar a entendernos y convivir todos mejor».
Me encantará por ello conseguir conectar con los lectores y que puedan pasar un buen y enriquecedor rato con su lectura, dejándoles algo de mayor consciencia sobre muchas de las fuerzas y mecanismos que verdaderamente nos mueven. Podrán con ello hacerse más dueños de ellos mismos y, desde ese mejor autoconocimiento, mejorar la autogestión al servicio de «una vida bien vivida».
El libro se divide en seis capítulos para estructurar y exponer adecuadamente los pilares básicos de lo que es el ser humano, de cómo opera en la vida y en la sociedad para su supervivencia.
El primer capítulo se refiere a lo que es la vida y el ser humano como ser en evolución en un entorno con otros seres vivos de los que se diferencia.
El segundo trata de las motivaciones últimas que marcan la dirección del actuar humano.
Tras ello el tercer capítulo hace una breve exposición de lo que son los principales mecanismos de los que dispone el hombre para cumplir su mandato de supervivencia y conservación de la especie.
La justicia, la legitimidad y nuestra inclinación o empeño en «tener razón» ocupan un cuarto capítulo para explicar la confusión que, en una sociedad tan racionalista como la occidental, existe entre dichos términos, y cómo ello puede nublar nuestro buen criterio o juicio de las cosas.
En el quinto capítulo me permitiré hacer unas reflexiones, valoraciones y sugerencias personales sobre algunos factores clave para administrar de forma adecuada (si es que existe una forma adecuada) esos mecanismos con los que todos contamos. ¿Existe una forma mejor que otra para auto-gestionarnos? ¿Cuáles son las pautas que podemos tener en consideración para administrarnos y gestionarnos bien a nosotros mismos?
Por último, el capítulo sexto se refiere al camino de crecimiento y desarrollo de la sabiduría del ser humano, exponiendo las funciones de los que denomino «cuarto y quinto cerebros», abordando la cuestión del sentido común por una parte y los aspectos relacionados con la trascendencia y la espiritualidad por otra.
Abordemos pues el reto de conocernos, comprendernos y gestionarnos para así algún día poder decir «por fin me comprendo».
CAPÍTULO 1. ¿QUÉ SOMOS?
La vida es como una leyenda:
no importa que sea larga,
sino que esté bien narrada.
Séneca
La misteriosa chispa de la vida
Como todos los seres vivos de la Tierra, somos la suma de conjuntos de partículas cohesionadas que forman unidades animadas con eso que llamamos «vida». Esas unidades menores creadas con vida propia, en su mínima dimensión se unen creando otras unidades igualmente integradas (tejidos, órganos, sistemas…) que a su vez se integran formando parte de un organismo vivo superior, llegando a dar a luz a lo que es un ser humano.
La vida, como dice su nombre, es común a todos los seres vivos, y me atrevo a definirla como aquello que da a unas determinadas partículas, en primera instancia, y a células, órganos etc., en un nivel superior de vida, la energía, la fuerza y la orientación unificadora para integrar y constituir precisamente el sujeto de esa vida, ya sea en forma animal o de planta. La vida supone sin duda una cierta programación al servicio precisamente del mantenimiento de su propia existencia encarnada o alojada en un sujeto, ya sea animal o planta. Podría decirse que esa vida es por tanto la suma de una programación, como la de los programas de ordenador, aplicada a una realidad física que son las partículas, células, órganos, tejidos y cuerpos (hardware) mediante el uso de una energía que produce el movimiento o actividad físico-química que es la condición esencial de la vida. Una energía que se aplica tanto «hacia dentro», para sostener su propio funcionamiento y la cohesión e integración de sus partes, como «hacia fuera», como unidad o conjunto de partes, para relacionarse con el entorno.
Pero no bastan esos elementos para definir lo que es la vida, pues de ser así podría aplicarse la condición de ser vivo a un robot adecuadamente programado. Resulta necesario sumar a esos componentes otra condición intrínseca a la vida. Me refiero al hecho de estar siempre alojada en un cuerpo físico, que es sujeto, de una u otra forma, de experiencias. Estas experiencias pueden ser auténticas y sofisticadas, como las de los humanos, o fenómenos muy simples en base a los cuales un ser vivo inferior padece o goza de condiciones favorables o desfavorables, como es el caso de las plantas o de los animales inferiores.
En definitiva, en un mundo que no hace más que hablar de la inteligencia artificial y de robots con capacidades superiores, es ese factor de la experiencia, asociado al gozo o al sufrimiento del ser vivo, lo que da carta de naturaleza a la condición del ser vivo. No cabe duda de que todos los seres vivos cuentan con mecanismos por los cuales, a través del dolor o del gozo «experimentados», rechazan y se alejan de las cosas o entornos que no les convienen para sobrevivir y aceptan o buscan aquellos que contribuyen a preservar la vida.
Ninguna máquina o robot tiene capacidad para ser sujeto de sufrimiento o de gozo, por más que pueda simularlo y adoptar mecánicamente comportamientos que nos hagan creer lo contrario.
Son cuatro por tanto los elementos que definen una vida:
Un software o programación genética y en evolución, que llamamos instintos dirigidos a posponer precisamente la extinción de la vida.
Un cuerpo, en el que se encuentra instalada esa programación.
Una energía, que produce el movimiento integrador o cohesionador de las partículas y de los elementos físico-químicos para formar y sostener la unidad viva.
La capacidad de sufrir y gozar, asociada precisamente a la supervivencia de ese cuerpo vivo y al mandato biológico de nuestros instintos.
La vida necesita de esa chispa que todavía la ciencia no ha sido capaz de encontrar para producirla de forma artificial sin partir de unidades inferiores de vida o reductos de ella. Es una chispa que está hoy situada en el universo del misterio, mucho más allá de los límites de la ciencia. Y, desde mi condición romántica y trascendente, debo decir que ojalá permanezca mucho tiempo más en ese territorio del misterio, para evitar así que podamos un día asimilar la vida a la mecánica.
Pero, además de todo esto, hay algo que es más una cualidad de la vida que un elemento constituyente de la misma. Me refiero a la cualidad finita de la vida. Toda vida que conocemos está sujeta a un final que extingue la misma. Solo en el ámbito espiritual o trascendente cabe hablar de la vida eterna. Tan es así que muchas veces se dice que la muerte es la que da carta de naturaleza a la vida, pues esta no deja de ser la etapa previa a la muerte como fenómeno biológico. Es la muerte la que nos lleva a dejar de existir desde una concepción humano-biológica, sin perjuicio de la posible eternidad del alma, la reencarnación o la resurrección, conforme a unas u otras creencias religiosas y espirituales.
Partiendo de esta sencilla descripción de lo que es la vida en términos generales, expondré, también de forma simple, mi entender respecto a la relación de todo ello con el funcionamiento del ser humano, centrándome especialmente en lo que se refiere a la programación (software o aplicaciones diversas, haciendo un símil) con la que contamos para determinar nuestras actitudes y comportamientos y dar forma y vida a nuestras experiencias. Y en ello, nuestro sufrimiento y nuestro placer o gozo (físico o psicológico) son determinantes en la aplicación y ejecución de los programas (genéticos) que soportan nuestra vida y nuestra condición humana.
¿Vivimos o sobrevivimos?
El ser humano es un ser vivo superior. Con los criterios y significados generalmente aceptados en nuestro lenguaje, decimos que es un ser vivo superior a todos los demás. Personalmente prefiero decir que en muchos aspectos es un ser con facultades muy superiores a las de otros seres, y reservarme el calificativo de «superior» tan indeterminado a la espera de definir los elementos que determinan la puntuación para obtener la mejor nota en ese ranking de superioridad. Y lo digo pues yo personalmente asocio superior a mejor o de mejor calidad y me cuesta asociar este calificativo al ser humano por encima de cualquier otro ser de la naturaleza en sentido amplio, genérico y universal. Si introducimos para la puntuación elementos más allá de las competencias técnicas o de procesamiento que hacen superior al hombre, se me hace difícil atribuir al hombre la condición general de «superior» en tono positivo y absoluto.
Quedémonos por tanto con que el ser humano es un ser con elevadas competencias y capacidades respecto al resto de seres vivos que conocemos, respetando que hay animales con capacidades muy superiores a las humanas en determinados ámbitos. Basta observar el olfato, el oído, la vista o las condiciones físicas de muchos animales para observar que, en muchos de esos aspectos, son superiores al hombre. Y difícilmente podrá el ser humano superar al perro en fidelidad, docilidad, humildad y espontaneidad para mostrar cariño a los humanos con quienes convive.
Desde un punto de vista biológico y a pesar de poder uno sentirse muy orgulloso de su superioridad en muchos ámbitos respecto del resto de las especies del mundo animal, me gustaría decir que, según mi criterio, en lo más básico, en lo que verdaderamente nos mueve, compartimos enteramente el por qué y el para qué de nuestra existencia con el resto de seres vivos. Solo consideraciones espirituales o religiosas pueden poner esta afirmación en cuestión.
En definitiva, todos los seres vivos (como regla general), irremediablemente y nos guste o no oírlo, estamos en la naturaleza con el mandato de sobrevivir y contribuir a que nuestra especie perdure. Y ningún ser vivo se puede escapar de ello, por más que nos cueste aceptarlo y por más que la gama de formas y estrategias con las que el ser humano puede canalizar ese mandato biológico instintivo pueda ser de gran variedad y sofisticación. Es tal esa variedad y sofisticación que puede parecernos que son otras las fuerzas o motivaciones que orientan y condicionan nuestros actos. Pero, dejando a salvo la fuerza de la espiritualidad que desborda cualquier regla biológica, en última instancia todo se encuentra al servicio de nuestra supervivencia y de la conservación de nuestra especie.
Volviendo a esos aspectos que nos llevan a considerarnos superiores, y a la vista de la larga lista de capacidades y competencias del hombre, me atrevo a afirmar que este es el animal con mayor capacidad de someter a gran cantidad de animales de la naturaleza incluyendo cualquier forma de vida. Pero lo digo con la boca pequeña, pues es verdad que los humanos tenemos capacidad para someter a casi todas las especies de seres vivos que están identificadas, pero es igualmente cierto que cualquier insignificante bicho microscópico, en forma de virus, bacteria, tumor o lo que sea que malignamente se nos meta en el cuerpo, puede acabar con nosotros, a pesar de todo nuestro nivel de desarrollo médico y científico. Parece, por tanto, que algunos de esos animales o «bichos» todavía son superiores a nosotros en ese aspecto, pues a menudo vencen en el pulso con nuestra vida.
Prefiero también por ello evitar el calificativo de superioridad del hombre pues tiendo a asociarle un juicio moral que me cuesta sostener. Pues, si bien es cierta la magnífica capacidad del ser humano de hacer el bien (entendiendo el término en la acepción espontánea que a cada uno le venga con su lectura), también es innegable su capacidad de hacer el mal, entendiendo también este término desde la espontaneidad y el automatismo de juicio del ser humano, como ser necesariamente sujeto a una moralidad.
Siendo más lo que nos une que lo que nos diferencia del resto de animales, me gustaría dejar claro que el ser humano comparte con el resto de los seres vivos los cuatro elementos que conforman la vida y que resultan fácilmente apreciables en el caso del hombre:
Nadie duda, por ser fácilmente apreciable como programación, del instinto de supervivencia y conservación de nuestra especie a través de la reproducción y de la protección de la descendencia.
Ninguna explicación requiere la existencia de nuestro cuerpo como maquinaria en la que se aloja dicha programación y en definitiva nuestra vida.
Como animales de sangre caliente también resulta evidente que contamos con cierta energía que mueve componentes físicos de nuestro cuerpo, sosteniendo así la vida en tanto en cuanto la fuente de energía no se apague.
Y, por último, me parece espontánea e intuitivamente evidente que, como ocurre con el resto de los animales, el sufrimiento y el gozo humano, tanto físicos como psicológicos, están vinculados y constituyen mecanismos al servicio de nuestra supervivencia y de la preservación de nuestra especie.