Buch lesen: «La palabra manipulada»

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ÍNDICE

Portadilla

Índice

Prólogo

Introducción

Primera parte. La manipulación mediante el lenguaje. Visión sinóptica

1. Qué significa manipular

2. Quién manipula

3. Para qué se manipula

4. Cómo se manipula

Antídoto contra la manipulación

Segunda parte. Análisis pormenorizado de temas decisivos

I. El prestigio seductor de los términos «talismán»

II. Esquemas susceptibles de abuso manipulador

III. Antídoto contra la manipulación. Análisis ampliado

Créditos

PRÓLOGO

El tema de la manipulación empecé a estudiarlo por una necesidad apremiante: defender la calidad de la vida universitaria en un momento convulso (1974-1976). Más tarde, mis viajes de conferencias y congresos me permitieron observar que la manipulación hace estragos en todos los países, porque responde a un afán muy extendido de poder masivo, rápido, contundente y fácil. Esta experiencia me llevó a ampliar la investigación y exponerla en varios libros: Estrategia del lenguaje y manipulación del hombre[1], La revolución oculta[2], La tolerancia y la manipulación[3].

A medida que ahondaba en el tema, se me hacía más clara la urgencia de movilizar un antídoto contra la manipulación. No es tarea fácil, pues los manipuladores operan de forma artera, solapada, sumamente astuta, y se apresuran a despojar a los manipulados de los recursos que les permitirían delatar sus ardides. Por eso juzgué que era necesario abordar el problema desde la raíz, tomando estas cuatro medidas:


1ª) Ayudar a las gentes a ponerse alerta ante el fenómeno de la manipulación del hombre a través del lenguaje y descubrir su temible capacidad de tergiversación.

2ª) Aprender el arte de pensar con suma precisión.

3ª) Acompañar este aprendizaje con el ejercicio de la creatividad, en todas sus formas.

4ª) Buscar con toda determinación la verdad y la certeza. Las certezas solo surgen en nuestro interior cuando vivimos creativamente aquello que pensamos.


Para ayudar a las gentes a tomar la primera medida, pronuncié numerosas conferencias en España, Italia, Francia y casi todos los países de Iberoamérica. La primera conferencia en América tuvo lugar en la ciudad de Guadalajara, México, en 1985. Diez mil quinientos jóvenes, bachilleres y universitarios, oyeron atentos mi descripción de estos cuatro temas: 1. Qué es manipular, 2. Quién manipula, 3. Para qué lo hace, 4. De qué modo lo realiza. No podré olvidar el entusiasmo y el agradecimiento que mostraron al final de la conferencia, el interés que pusieron en hacerse con el texto y el fervor con que lo analizaron en los colegios durante los meses siguientes. Esta actitud se reprodujo en casi todas las conferencias y clases que dediqué a este tema en otros lugares. De ahí mi convicción de que los jóvenes intuyen que actualmente está en juego su libertad creativa y su capacidad de orientar la vida conforme a unos criterios bien asumidos e interiorizados.

Las otras tres medidas requieren un método muy aquilatado, ya que pensar bien no es algo automático, lo mismo que sucede con el ver y el oír estéticamente cualificados. Ese método lo expuse sobre todo en la obra Inteligencia creativa[4] y en los tres cursos online sobre Pensar con rigor y vivir de forma creativa[5].

Para dar una primera idea del método que sigo para abordar los problemas del hombre actual, reproduzco en el primer capítulo el texto de la antedicha conferencia, en la que ofrezco una visión clara y rápida del tema de la manipulación, con sus afanes de dominio y sus temibles tergiversaciones. En los capítulos siguientes explano algunos de los temas básicos de la conferencia merced a los recursos que me otorga dicho método. De esta forma, a medida que profundiza en el tema de la manipulación, verá el lector que adquiere paulatinamente una mirada profunda[6].

Agradezco a Santiago Herraiz, director de la editorial Rialp, la buena acogida que dio a esta breve obra, que lleva en sus páginas los ecos de innumerables alocuciones emotivas.


ALFONSO LÓPEZ QUINTÁS

De la Real Academia Española

de Ciencias Morales y Políticas


[1] Cf. o.c., Narcea, Madrid 1988.

[2] Cf. o.c., PPC, Madrid 1998.

[3] Cf. o.c., Rialp, Madrid 2008.

[4] Cf. o.c., BAC, Madrid 2003.

[5] Estos cursos ofrecen el título de «Experto universitario en creatividad y valores». Información en: www.fundacionlopezquintas.org

[6] Una exposición de este sugestivo tema puede verse en mi obra El arte de leer creativamente (Stella Maris, Barcelona 2014) 41-77.

INTRODUCCIÓN

El gran humanista y científico Albert Einstein nos hizo esta severa advertencia: «La fuerza desencadenada del átomo lo ha transformado todo, menos nuestra forma de pensar. Por eso nos encaminamos hacia una catástrofe sin igual». ¿Qué forma de pensar hubiéramos debido cambiar para huir de tal hecatombe? Sin duda, Einstein se refería al estilo de pensar objetivista, dominador y posesivo, que hizo quiebra en la primera guerra mundial y no fue sustituido por un modo de pensar, sentir y querer más ajustado a nuestra realidad humana[7].

Los pensadores más lúcidos nos instan desde el período de entreguerras (1918-1939) a cambiar el ideal, realizar una verdadera metanoia —o conversión de la mente— y superar el afán de poder mediante una decidida voluntad de servicio. Este giro fue realizado en círculos escogidos, pero no en las personas y los grupos que deciden la marcha de la sociedad. En estos siguió operante un afán incontrolado de dominio sobre cosas y personas.

El dominio y control sobre los seres personales se lleva a cabo, astutamente, mediante las técnicas de manipulación. El ejercicio de la manipulación de las mentes encierra especial gravedad en este momento por tres razones básicas:


1ª) Sigue orientando nuestra vida hacia el viejo ideal del dominio, que provocó dos hecatombes mundiales y no logra colmar hoy nuestro espíritu pues ya no podemos creer en él.

2ª) Nos impide dar un giro decidido hacia un nuevo ideal que sea capaz de llevar nuestra vida a plenitud.

3ª) Incrementa el desconcierto espiritual de una sociedad que perdió el ideal asumido durante siglos y no logra descubrir uno nuevo que sea más conforme a la naturaleza humana.


Si queremos colaborar eficazmente a configurar una sociedad mejor, más solidaria y justa, debemos poner al descubierto los ardides de la manipulación y aprender a pensar con todo rigor. No es demasiado difícil. Un poco de atención y finura crítica nos permitirá delatar los trastrueques de conceptos que se están cometiendo y aprender a hacer justicia a la realidad. Esta fidelidad a lo real nos depara una inmensa libertad interior.

Esta libertad interior —o libertad creativa— no nos viene dada por el mero hecho de vivir en una democracia. Podemos tener amplias libertades para maniobrar a nuestro arbitrio, y estar, en cambio, dominados por nuestras apetencias y ser incapaces de elegir en virtud del ideal que debemos realizar en la vida. Los medios de comunicación nos ofrecen un elenco de posibilidades indefinidas para informarnos, distraernos, compartir otras vidas, asistir a toda suerte de acontecimientos relevantes… Disponer de tales posibilidades supone una impresionante libertad de maniobra, que nos da una impresión de poderío y riqueza. Basta apretar un botón para abrirnos a un horizonte siempre nuevo de paisajes, conciertos, noticias, acontecimientos de todo orden… Este incremento diario de nuestra libertad de maniobra nos embriaga y seduce. La seducción y la embriaguez nos empastan o fusionan con la realidad seductora y nos impiden tomar la distancia necesaria para descubrir el riesgo que corremos de que esa inmensa libertad de maniobra amengüe o incluso destruya nuestra libertad creativa.

Esta libertad debemos conquistarla día a día frente a quienes intentan arteramente dominarnos con los recursos de esa forma de ilusionismo mental que es la manipulación. Tal conquista solo es posible si tenemos una idea clara de las cuatro cuestiones antedichas: 1.ª) Qué significa manipular, 2.ª) Quién manipula, 3.ª) Para qué lo hace, 4.ª) Qué táctica moviliza para ello. El análisis de estos cuatro puntos nos permitirá, al final, discernir si es posible poner en juego un antídoto contra la manipulación. Estamos a tiempo de salvaguardar nuestra libertad personal con todo cuanto implica. Hagámoslo animosamente.


[7] Véase, sobre este incitante cuestión, mi obra El espíritu de Europa (Unión Editorial, Madrid 2000).

PRIMERA PARTE
LA MANIPULACIÓN MEDIANTE EL LENGUAJE. VISIÓN SINÓPTICA
1. QUÉ SIGNIFICA MANIPULAR

Manipular equivale a manejar. De por sí, únicamente son susceptibles de manejo los objetos. Un bolígrafo puedo utilizarlo para mis fines, cuidarlo, canjearlo, desecharlo. Estoy en mi derecho, porque se trata de un objeto. Nos hallamos en lo que suelo denominar nivel 1 de realidad y de conducta. Manipular —en el sentido ético preciso— es tratar a una persona o grupo de personas —que pertenecen al nivel 2— como si fueran objetos, a fin de dominarlos fácilmente. Esa forma de trato supone un envilecimiento injusto, por cuanto rebaja las personas al nivel 1.

Esta reducción ilegítima de las personas a objetos es la meta del sadismo. Ser sádico no significa ser cruel, como a menudo se piensa. Implica tratar a una persona de tal manera que se la rebaja de condición. Ese rebajamiento puede realizarse a través de la crueldad o a través de la ternura erótica.


a) Cuando, en tiempos recientes, se introducía a un grupo numeroso de prisioneros en un vagón de tren como si fueran paquetes, y se los hacía viajar así durante días y noches, no se intentaba tanto hacerles sufrir cuanto envilecerlos. Al ser tratados como meros objetos, en condiciones infrahumanas, acababan considerándose unos a otros como seres abyectos y repelentes. Tal consideración les impedía unirse entre sí y formar estructuras sólidas que pudieran generar una actitud de resistencia. Reducir una persona a condición de objeto para dominarla sin restricciones es una práctica manipuladora sádica. Lo mismo cabe decir de la reducción de una comunidad —estructura formada por personas— a mera masa, simple montón amorfo de individuos.

b) Por su parte, la caricia erótica reduce la persona a cuerpo, a mero objeto halagador. Es reduccionista, y, en la misma medida, sádica, aunque parezca tierna. La caricia puede ser de dos tipos: erótica y personal. Para comprender lo que es, en rigor, el erotismo, recordemos que, según la investigación ética contemporánea, el amor conyugal presenta cuatro aspectos o ingredientes:


• la sexualidad, con cuanto implica de atracción instintiva hacia otra persona, de halago sensorial, de conmoción psicológica…;

• la amistad, forma de unidad estable, afectuosa, comprensiva, colaboradora, que debe ser creada de modo generoso, ya que no poseemos instintos que, puestos en juego, den lugar a una relación de este género;

• la proyección comunitaria del amor. El hombre, para vivir como persona, debe crear vida comunitaria. El amor empieza siendo dual y privado, pero alberga en sí una fuerza interior que lo lleva a adquirir una expansión comunitaria. Esto sucede el día de la boda, cuando la comunidad de amigos y —en el caso religioso— de creyentes acoge el amor de los nuevos esposos;

• la relevancia y fecundidad del amor. El amor conyugal tiene un poder singular para incrementar el afecto entre los esposos y dar vida a nuevos seres. Nada hay más grande en el universo que una vida humana y el amor verdadero a otra persona. Por eso el amor conyugal ostenta una relevancia singular, una plenitud de sentido y un valor impresionantes.


Estos cuatro elementos (sexualidad, amistad, proyección comunitaria, relevancia) no deben estar meramente yuxtapuestos, el uno al lado del otro. Han de estar estructurados. Una estructura es una constelación de elementos trabados de tal forma que, si falla uno, se desmorona el conjunto.


Ahora podemos comprender de modo preciso qué es el erotismo. Consiste en desgajar el primer elemento, la sexualidad, para obtener una gratificación pasajera, y prescindir de los otros tres. Ese desgajamiento puramente pasional destruye el amor de raíz, lo priva de su sentido pleno y su identidad. Por eso es violento, aunque parezca cordial y tierno. Pongo en juego la sexualidad a solas porque me interesa para mis propios fines, y prescindo de la amistad. En realidad, no amo a la otra persona; deseo el halago que me producen algunas de sus cualidades. Dejo, asimismo, de lado la expansión comunitaria del amor. No presto atención a la vida de familia que está llamado el amor a promover. Me recluyo en la soledad de mis ganancias inmediatas. Por eso reduzco la otra persona a mera fuente de gratificaciones para mí. Esa reducción desconsiderada es violenta y sádica. Puedo jurar amor eterno a esa persona, pero serán palabras vanas, pues lo que entiendo aquí por amor no es sino interés por saciar mi avidez erótica.

Conviene mucho distinguir con nitidez los dos planos en que podemos movernos: el corpóreo y el espiritual, el que es susceptible de manejo —nivel 1— y el que reclama una actitud de respeto, propia del nivel 2. Cuando una persona acaricia a otra, pone su cuerpo en primer plano, le concede una atención especial. Siempre que unas personas se relacionan con otras, su cuerpo juega cierto papel en cuanto les permite hablar, oír, ver… Si no se trata de una comunicación afectiva, el cuerpo ejerce función de trampolín para pasar al mundo de las significaciones que deseamos transmitir. Hablamos durante horas de un tema y otro, y al final recordamos perfectamente lo que dijimos, la actitud que adoptamos, los fines que perseguimos, pero posiblemente no sabemos de qué color tiene los ojos nuestro coloquiante. Nos vimos, pero no detuvimos nuestra atención en la vertiente corpórea. No sucede así en los momentos de trato amoroso. En estos, el cuerpo de la persona amada cobra una densidad peculiar y prende la atención de quienes se manifiestan su amor. El amante atiende de modo intenso al cuerpo de la amada. Si ve en él la expresión sensible del ser amado y toma su gesto de ternura como un acto en el cual está incrementando su amor a la persona, su modo de acariciar tendrá un carácter personal. En tal caso, el cuerpo acariciado adquiere honores de protagonista, pero no desplaza a la persona, la hace más bien presente de modo tangible y valioso. La caricia personal no se queda en el cuerpo; se dirige a la persona. Cuando dos personas se abrazan, sus cuerpos entrelazados juegan un papel sobresaliente, pero no constituyen la meta de la atención; son el medio expresivo del afecto mutuo. La persona, en tal abrazo, no queda relegada a un segundo plano. Al contrario, es realzada.

En cambio, si la atención se detiene en el cuerpo acariciado, sencillamente por el atractivo sensorial que implica tal gesto, el cuerpo invade todo el campo de la persona. Esta es vista como objeto, realidad asible, manejable, poseíble, disfrutable… Pero a un objeto no se lo ama, se lo apetece solamente. De ahí el carácter penoso de la expresión «mujer-objeto» aplicada a ciertas figuras femeninas exhibidas en algunos espectáculos como objeto-de-contemplación, o tomadas en la vida diaria como objeto-de-deseo-y-posesión. Si siento hambre y soy goloso, compro un pastel y me lo como. Con ello, el pastel desaparece, pero yo no lo lamento, diciendo: «¡Qué lástima, que no volveré a verlo. Con lo que yo le quería..!». En realidad, no le quería; lo apetecía, que es bien distinto. Amar acontece en el nivel 2; apetecer es propio del nivel 1.

El amor erótico de los seductores de tipo donjuanesco es posesivo —nivel 1—, y en la misma medida va unido con la burla y la violencia (niveles -1 y -2). Don Juan, el «Burlador de Sevilla» —según la atinada formulación de Tirso de Molina—, se complacía en burlar a las víctimas de sus engaños y en resolver las situaciones comprometidas con el manejo expeditivo de la espada. Esta violencia innata —muchas veces soterrada— del amor erótico explica que pueda pasarse sin solución de continuidad de unas situaciones de máxima ternura aparente a otras de extrema violencia. En realidad, ahí no hay ternura, sino reducción de una persona a objeto. La violencia de tal reducción no queda aminorada al afirmar que se trata de un objeto adorable, fascinante. Estos adjetivos no redimen al sustantivo «objeto» de lo que tiene de injusto, de no ajustado a la realidad. Rebajar a una persona del nivel que le corresponde es una forma de manipulación agresiva que engendra los diferentes modos de violencia que registra la sociedad actual. La principal tarea de los manipuladores consiste en ocultar la violencia bajo el velo seductor del fomento de la libertad y la unión amorosa.

En el albor de la cultura occidental, Platón entendió por «eros» la fuerza misteriosa que eleva al hombre a regiones cada vez más altas de belleza, bondad y perfección. Actualmente, se entiende por «erotismo» el manejo de las fuerzas sexuales con desenfado, sin más criterio y norma que la propia satisfacción inmediata. Obviamente, esta reclusión en el plano de las ganancias inmediatas supone una regresión cultural.


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91 S. 3 Illustrationen
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9788432145629
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