Cómo enseñar a predicar

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Cómo enseñar a predicar
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Sinopsis

No se necesita de un esfuerzo especial para darse cuenta de que la predicación contemporánea enfrenta el peligro de la superficialidad. Este peligro se traduce en la vida de las iglesias en pensar que se puede crecer numéricamente sin necesidad de una predicación fiel al texto bíblico y relevante a su contexto social. Este modo de pensar olvida, pues, que la salud de una comunidad de fe depende de una predicación bíblica y contextual y enfocada a responder a las reales necesidades de las personas.

• ¿Qué importancia tiene la predicación bíblica en la extensión del reino de Dios en el mundo?

• ¿Cómo Jesucristo capacitó a sus primeros discípulos para ser predicadores del evangelio del reino?

• ¿Qué lugar ocupa la presencia renovadora y dinamizadora del Espíritu Santo en la predicación bíblica?

• ¿Cómo impulsar programas de desarrollo de capacidades para la predicación bíblica?

Este manual, precisamente, trata sobre cómo enseñar a predicar. Está dirigido principalmente a personas comprometidas con el proceso de formación de expositores bíblicos. Es un esfuerzo pedagógico por reflexionar y sistematizar la experiencia de capacitación de predicadores en América Latina, motivada por el sueño de ver en América Latina un movimiento comprometido con la predicación bíblica y contextual.



Cómo enseñar a predicar

Manual de formación para capacitadores en exposición bíblica

Alex Chiang

© 2018 Centro de Investigaciones y Publicaciones (cenip) – Ediciones Puma

Primera edición digital: enero 2021

ISBN N° 978-612-4252-87-7

Categoría: Ayudas pastorales - Predicación

ISBN N° 978-612-4252-24-2 | Edición impresa

Editado por:

© 2021 Centro de Investigaciones y Publicaciones (cenip) – Ediciones Puma

Av. 28 de Julio 314, Int. G, Jesús María, Lima

Apartado postal: 11-168, Lima - Perú

Telf.: (511) 423–2772

E-mail: administracion@edicionespuma.org | ventas@edicionespuma.org

Web: www.edicionespuma.org

Ediciones Puma es un programa del Centro de Investigaciones y Publicaciones (cenip)

Diseño de carátula: Eliézer Castillo

Diagramación y ePub: Hansel J. Huaynate Ventocilla

Reservados todos los derechos

All rights reserved

Ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida, almacenada o introducida en un sistema de recuperación, o transmitida de ninguna forma, ni por ningún medio sea electrónico, mecánico, fotocopia, grabación o cualquier otro, sin previa autorización de los editores.

A Álvaro, Ángel, David, Diego, Dionisio, Gail, Igor, Joaco, Jorge, Juan Carlos, Manuel, Mercedes, Rubencho y Ximena, pioneros del ministerio de Escuelitas de predicadores, sin los cuáles este libro jamás hubiera podido ser escrito.

Prólogo

“Dios habla hoy” es una declaración con implicaciones muy comprometedoras que suscita varias interrogantes, como: ¿qué dice?, ¿a quién se lo dice?, ¿cómo lo dice?, ¿qué lengua utiliza?, ¿cómo interactúa con otras voces?, entre otras. Todas estas preguntas se responderían si tuviésemos acceso a sus palabras; acceso que se encuentra en manos, en boca, de sus voceros.

Pregoneros o portavoces, según este manual, son los individuos llamados e incuestionablemente leales. En su pasión y destreza está su capacidad de comunicar el pregón con prontitud y de hacer conocer al pueblo planes y decisiones que afectarán su destino; el pregonero podría morir en el intento.

Cuando el pueblo oye la voz de Dios, disfruta del éxtasis, y lo visitan la perplejidad, la perturbación y el estremecimiento. Es consolado, instruido; celebra el final del silencio de su Dios y el advenimiento de un interlocutor de conversación interminable.

El pueblo ordena, reordena, elimina, da y, sobre todo, encuentra su lugar y misión en la tierra, en busca de la utopía esquiva: “cielos nuevos y tierra nueva donde mora la justicia”, lo propio y anhelado de su creador.

Hacia aquí apunta este manual. Se ocupa, no de la “palabra de Dios”, que nunca ha estado en crisis, sino del vocero y de su vocería, lo cual sí lo está.

El libro se nutre de verdades y convicciones: Dios habla y su voz nunca está vacía ni “vuelve vacía”. Se nutre de una prolongada, reflexionada y articulada experiencia de predicación y formación de predicadores del autor. Se nutre, finalmente, de una vivencia de “Escuela”, es decir, de una filosofía de formación de cómo se hace un vocero de Dios. Filosofía que toma forma de “escuelita”, espacio donde se da un aprendizaje significativo, al cual se llega, no por inscripción, sino por llamado, y del cual nunca se sale, es decir, quien allí estudia, nunca se gradúa.

Éste es un libro de inmenso valor, quizás único, no en el arte de la predicación, sino en el artificio de cómo enseñar a predicar con fidelidad, relevancia y claridad. Que a través de quienes lo usen, la iglesia y el mundo sepan que Dios habla hoy, y que, cuando lo hace, “calla toda la tierra”.

Jorge Atiencia

Introducción

Éste no es un libro sobre cómo predicar, pues ya existen muchos y muy buenos materiales impresos al respecto, casi imposibles de superar. En ese sentido, traté de no incluir nada que pueda leerse en un buen texto sobre predicación. Por ello, encontrarás muy poco respecto al perfil de un buen predicador, la importancia de los géneros literarios o cómo ser fiel, relevante y claro a la hora de elaborar y exponer un sermón.

Éste es un libro sobre cómo enseñar a predicar y está dirigido principalmente a personas comprometidas en el apasionante proceso de formar expositores bíblicos. Es un esfuerzo por reflexionar y sistematizar la experiencia de capacitación a predicadores en América Latina, impulsada por el ministerio de Langham Predicación.

Lo escrito aquí recoge la parte pedagógica y metodológica de un sueño que trasciende estas páginas: ver en cada país latinoamericano un movimiento nacional de predicación que promueva la predicación bíblica y contextual con el potencial de transformar personas, familias e iglesias, así como las estructuras sociales donde están insertas.

Se ha hecho un esfuerzo intencionado de incorporar una filosofía de educación de adultos, aunque, por el propósito de este manual, solo encontrarás la puesta en práctica de estos principios. Recuerda que un adulto aprende de forma muy distinta que un niño.

Como consecuencia de haber participado en el proceso formativo desarrollado en este libro, muchos pastores y pastoras establecieron en sus iglesias locales un equipo de predicadores, quienes, acorde con un cronograma establecido, predican rotativamente en los servicios dominicales. Lo distintivo de esta propuesta es que, antes de exponer el mensaje a la congregación, es previamente compartido al interior del equipo, con el propósito de ser retroalimentado y enriquecido. Lo mismo ocurre después de ser predicado. Quienes han implementado este sistema dan testimonio del fortalecimiento del púlpito, con el consecuente crecimiento integral que ello produce.

El objetivo de un programa de formación de predicadores es regalarle a una nación hombres y mujeres que anhelen predicar como Jesús, sabiendo que es imposible hacerlo si no estamos dispuestos a vivir como Él.

Encontrarás que fue escrito en primera persona; la razón es poder ser lo más directo y coloquial posible.

Bienvenido a una de las tareas más trascendentes a la cual uno puede ser llamado: predicar y formar predicadores.

Alex Chiang


Capítulo 1

La predicación

Bases bíblicas, convicciones teológicas y perspectiva histórica

Introducción

Uno de los mayores peligros que enfrenta la iglesia a nivel global es haber descubierto que puede crecer numéricamente sin necesidad de tener una predicación fiel al texto bíblico y relevante a su contexto social. De ahí la urgencia de entrenar líderes cristianos que sean capaces de predicar bíblica y contextualmente. Todo proceso de formación de predicadores debe construirse sobre claras bases bíblicas, convicciones teológicas y perspectivas históricas, evitando así, reducirlo a métodos y técnicas comunicativas.

Bases bíblicas

A continuación, describiré tres momentos florecientes del ministerio de la predicación en la revelación bíblica:

La predicación profética

El judaísmo es una religión de la Palabra. El anuncio del mensaje de salvación caracterizó a la fe bíblica desde los mensajes de Moisés hasta las visiones de Daniel.

El Antiguo Testamento, sobre todo en la tradición profética, había elaborado una refinada teología de la Palabra. La Palabra de Dios se percibe como creadora e inevitablemente fructífera (Is 55.9–11).

El poder de la Palabra se experimenta con una fuerza casi personal que comunica a Israel el poder salvífico de Dios: un Dios que no guarda silencio ni está lejano, sino que habla y habita con su pueblo.

 

El profetismo se constituyó, así, en el medio más extraordinario de revelación divina en los días de la apostasía de Israel. Los grandes profetas fueron los heraldos de Dios que declaraban el juicio y la esperanza futura de salvación y predicaban contra las maldades del pueblo y de sus líderes. El mensaje de salvación para Israel llegaba con la lacerante crítica de la Palabra y los signos proféticos.

El mensaje de los profetas no era una proclamación de verdades eternas o abstractas, desconectadas de la vida de sus oyentes. Sus mensajes se hilvanaron entrelazando la Palabra de Dios con la realidad social de su tiempo.

La predicación de los profetas era a menudo dada por Dios de forma inmediata y transmitida a medida que lo recibían. Consistía en un discurso coherente bajo el dominio directo del Espíritu Santo.

La predicación de los levitas, en cambio, era un comentario sobre la palabra escrita (La Torah). En ese sentido, los predicadores contemporáneos construyen sus mensajes más como levitas que como profetas.

Jesús de Nazaret: El predicador itinerante

La predicación ocupó un lugar protagónico en la comprensión que Jesús tenía de su misión (Mr 1.38 y Lc 4.43). Parte importante de su ministerio estuvo dedicada a la predicación y la enseñanza. Los evangelios sinópticos recogen los testimonios de sus recorridos por la Palestina del siglo I (Mt 9.35).

Jesús anuncia la irrupción del Reino de Dios en su propia persona. Su mensaje se dirige a la voluntad de sus oidores y los invita a tomar una decisión concreta: seguirlo y someterse a la voluntad de Dios.

Jesús es el profeta lleno del Espíritu que critica y alza la voz contra la postura exclusivista de los líderes religiosos. Por esta razón, experimenta el mismo rechazo que los profetas de Israel.

Jesús nos advierte del peligro de especializarse en palabras en vez de acciones. La hipocresía consiste en la ausencia de buenas obras, no importa si el discurso es correcto. El sermón del monte, así como su enseñanza acerca del juicio de las naciones, apuntan en esa dirección.

Jesucristo es un predicador itinerante que entra en contacto con las personas: forma y pastorea un grupo pequeño, enseña en las sinagogas y habla a las grandes multitudes en parábolas, las cuales evidencian sus extraordinarias capacidades pedagógicas.

La predicación apostólica: Más allá de la erudición y la elocuencia

La tarea por ejecutar de parte de los apóstoles, después de Pentecostés, fue ensayada con anterioridad. El Señor mandó a los doce a predicar, y más adelante envió a setenta y dos discípulos a realizar lo mismo (Mr 3.14; Mt 10.7; Lc 9.2 y 10.1–16).

Pero un gran cambio se produciría en el mensaje de los apóstoles después de la ascensión del Señor. Seguían predicando el Reino de Dios, pero como una decisión de sometimiento voluntario a su Rey. De esa manera, predicar acerca de Cristo es anunciar la presencia del Reino en el mundo.

El mensaje central de los apóstoles consistió en una declaración pública de los hechos históricos-redentores de la vida del Mesías: la encarnación, la muerte, la resurrección, la exaltación y el retorno del Rey Jesús, que condujera a evaluar su persona como Señor y Cristo, enfrentando al hombre con la necesidad de arrepentirse y con la promesa del perdón de pecados.

Los apóstoles dieron prioridad al ministerio de la predicación. Se resistieron a la tentación de participar en otras formas de servicio (Hch 6). Algunos consideran que no fue una decisión totalmente acertada por la sobrevalorización del ministerio de la Palabra en desmedro de los ministerios sociales.

Para los apóstoles la predicación no fue una fría repetición de verdades moralmente neutras. El sentido de compulsión que los embargaba era la marca de la autenticidad de su llamado. Cuando predicaban era Dios mismo quien aparecía en escena demandando de las personas una decisión. Esta clase de predicación encuentra normalmente gran oposición.

La predicación fue también la pasión paulina. Pablo hizo de la predicación de Cristo el propósito esencial de su vida. Vivió bajo un impulso irresistible que lo llevaba a proclamar el evangelio en todas las ocasiones posibles.

Pablo entendía que la predicación era la forma designada por Dios para que los pecadores escucharan sobre el Salvador y lo invocaran para salvación (Ro 10.14; 1Co 1.17 y 9.16).

Pablo se refiere al impulso vital que domina su existencia como la “locura de la predicación” (1Co 1.21). El anuncio del Mesías crucificado resultaba ser contradictorio y absurdo para la mente brillante de los intelectuales judíos y griegos (1Co 1.23). Pero el escándalo de la cruz fue la manera escogida por Dios para transmitir su poder y sabiduría al mundo (1Co 1.24).

En 1 Corintios 2.1–5 Pablo contrasta la predicación cristiana con la retórica griega, la cual tenía fascinados a los cristianos en Corinto. Pablo toma distancia de los sofistas y oradores itinerantes tan populares en el mundo antiguo (y no de su predicación en Atenas como muchos han supuesto) y quiere dejar claro que el poder de su mensaje no radica en el razonamiento filosófico ni en su capacidad de oratoria, sino en el poder del Espíritu de Dios. Aunque Pablo conocía y dominaba las técnicas oratorias griegas, rehusó utilizarlas para comunicar el evangelio. De esa manera, aseguraba que nadie tuviera alguna razón para jactarse y que toda la gloria fuera única y exclusivamente de Dios.

Un reconocido teólogo del Nuevo Testamento resume la preocupación paulina con las siguientes palabras:


Lo que Pablo está rechazando no es la predicación en sí, ni siquiera la predicación persuasiva; más bien es el verdadero peligro en toda predicación: la confianza en uno mismo. El peligro estriba siempre en dejar que la forma y el contenido se interpongan en el camino de lo que debería ser el único interés: el Evangelio proclamado mediante la debilidad humana pero acompañado de la acción poderosa del Espíritu [...].

Convicciones teológicas

En esta sección desarrollaré reflexiones sobre la naturaleza de la predicación y su lugar en la misión cristiana.

En el Antiguo Testamento “predicar” (o más exactamente “proclamar”) viene de la raíz semítica “qr”, que significa: ‘atraer a sí, por medio del sonido de la voz, la atención de alguien para ponerse en contacto con él’. De acuerdo con el contexto, también es traducido por ‘llamar, gritar, designar, invocar, anunciar’. Se emplea “predicar” cuando se trata de decretos oficiales.

En el Nuevo Testamento hay más de treinta términos griegos traducidos por predicar o predicación. El más usual es el verbo keryssein (setenta y una veces) y el sustantivo kerygma (nueve veces).

Kerygma se usa en el contexto del anuncio de un heraldo, quien era un hombre íntegro y de carácter que se encontraba al servicio del rey o del Estado para realizar proclamaciones públicas. Hablaba únicamente aquello que el soberano quería que fuera conocido. Añadir o quitar palabras era considerado una traición.

La predicación es la dimensión verbal e ineludible de la misión cristiana. Por ello, está íntimamente asociada a la palabra evangelio. Es la comunicación abierta y pública de la actividad salvífica de Dios en y por medio de Jesucristo, la transmisión oral del mensaje de salvación en forma directa y explícita. Es la franca declaración de la verdad redentora de Dios. La vida de los cristianos, por más íntegra y consecuente que fuere, jamás será transparente en suficiente grado como para permitir a otros conocer al Señor de sus vidas.

Pero las palabras nunca pueden separarse de las buenas obras, del ejemplo, de la presencia cristiana y del testimonio de vida. La acción sin palabras es muda, y las palabras sin acción están vacías. Las palabras interpretan los hechos, así como los hechos validan las palabras. Un auténtico predicador cristiano es aquel que proclama a Jesucristo como Señor del universo y vive acorde con esa declaración.

La predicación es la articulación verbal de Aquel en quien creemos. Son palabras acerca de la Palabra hecha carne: Jesucristo.

El origen divino de la verdad revelada en la Biblia exige medios sobrenaturales de comunicación. A través de la predicación, Dios puede revelarse en el presente por medio de una acción pasada: la muerte de su Hijo en la cruz, ofreciéndole al ser humano la posibilidad de responder con fe.

La predicación brota del deseo del Dios viviente de revelarse a sí mismo con el propósito de salvar a la humanidad caída. Esta autorrevelación ha sido entregada por el medio de comunicación más directo: las palabras.

La predicación no depende de una respuesta, pero sí la demanda. Implica siempre un llamado a hacer cambios específicos: renunciar a toda forma de maldad y empezar a amar a Dios y a nuestro prójimo.

Sin lugar a dudas, el instrumento más importante en la extensión del Reino de Dios en la iglesia del siglo I fue la predicación del evangelio.

Perspectiva histórica

La predicación tiene una tradición ininterrumpida de casi veintiún siglos. Presentaré a continuación algunos de sus hitos más importantes:

La predicación de los padres de la iglesia

El predicador cristiano no tenía parangón en el mundo antiguo. Aparece como testigo de unos hechos concretos: la encarnación del Hijo de Dios, de su muerte y de su resurrección. Estos hechos fueron convertidos en palabras de formulación objetiva, en un “kerigma” único, anunciado y explicado por cada predicador. Así, la predicación y enseñanza de la palabra de Dios mediante una alocución pública se hizo una característica esencial y permanente del cristianismo.

El Antiguo Testamento era la revelación primaria de los primeros seguidores de Jesucristo para la argumentación de su mensaje y, una vez formado el canon del Nuevo Testamento, este se unió al Antiguo. De esta manera, la Biblia cristiana fue el punto de partida en la predicación de los padres de la iglesia, quienes fueron primordialmente unos exégetas, unos comentadores de las Sagradas Escrituras. También fue una clara herencia del sistema de enseñanza de la sinagoga judía.

La predicación patrística estuvo más cerca al modo de predicar de los apóstoles que la de Jesucristo, pues en su predicación, Él se hacía objeto de su propio mensaje; en cambio, los apóstoles y los padres de la iglesia hablaban de Jesús.

La predicación de Orígenes marca un cambio de la homilía exhortatoria al sermón expositivo (aunque su exposición fue opacada por el uso del método alegórico), lo cual pasó a la iglesia de Occidente a través de San Agustín.

Juan Crisóstomo fue el más grande predicador de la iglesia griega. Enseñaba que la predicación cristiana debía presentar las siguientes características: tenía que ser bíblica, de interpretación simple y directa (exégesis literal), de aplicación práctica y no debía tener temor de denunciar la maldad. Por esta última razón, fue conocido como el mártir del púlpito.

Pero la historia de la predicación cristiana, tal como la conocemos, comienza con los frailes predicadores, quienes revolucionaron la técnica y engrandecieron el ministerio.

La predicación reformada

La Reforma protestante recupera el carácter esencial de la Palabra de Dios para el culto y la vida de la comunidad cristiana, pues considera su exposición como el medio más adecuado para que el mensaje divino llegue a cada uno de los oyentes.

Los reformadores exponían y aplicaban las Escrituras directamente, a menudo basados en libros enteros de la Biblia, y hoy en el mundo protestante no se concibe una celebración litúrgica sin un lugar central para la predicación de la Palabra de Dios.

La predicación moderna

El surgimiento de la modernidad con su endiosamiento de la razón trajo consigo el desarrollo de predicadores altamente racionales, por lo cual la necesidad de ser un exégeta y tener una formación académica se volvió indispensable para predicar la Biblia.

El predicador moderno tenía que ser un buen apologista y saber articular el mensaje bíblico con el pensamiento contemporáneo. El movimiento del cuerpo, así como la expresión de emociones durante el mensaje no eran recomendables.

La predicación pentecostal

La aparición del pentecostalismo en el contexto de las grandes urbes marginadas del tercer mundo, a inicios del siglo xx, trajo consigo una nueva manera de predicar.

 

El predicador pentecostal, con su tremenda habilidad para construir imágenes con palabras, caló profundo en medio de la cultura de los pobres, marcada por la oralidad. Auditorios, que en su gran mayoría no sabían leer ni escribir, escuchaban extasiados a estos apasionados mensajeros de Dios.

La espontaneidad e informalidad de su comunicación se derivaba de su inquebrantable confianza en el Espíritu de Dios. Sus palabras parecían brotar de cada poro de su piel y no sólo de sus labios. De esa manera, su cuerpo se transformaba en una vívida y visible forma de comunicación. El predicador pentecostal no lee un sermón, sino que se especializa en una comunicación frontal donde jamás quita los ojos de la gente que lo escucha, excepto para leer algún texto de la Biblia. La fuerza y convicción con que proclama la verdad hace casi innecesaria su explicación.

Su habilidad innata de narrar historias, testimonios vivos del poder transformador de Dios, le permite desarrollar un mensaje altamente afectivo y efectivo.

La predicación posmoderna

Cuando el evangelio llega a los medios de comunicación masiva, sobre todo la televisión, aparece el predicador posmoderno. Tiene sus raíces en el predicador pentecostal, pero lo actualiza para un auditorio de clase media y alta. Maneja muy bien los códigos de la cultura del show y del espectáculo. La utiliza conscientemente para captar la atención de su audiencia. Sintoniza con el perfil del hombre posmoderno que escucha con los ojos y piensa con el corazón. Construye un mensaje que no es sólo para ser oído, sino, sobre todo, para ser visto. Aparece en escena el predicador carismático, quien encuentra en las estrategias de marketing a su gran aliado.

La tecnología audiovisual de punta y la música contemporánea son explotadas al máximo para atraer a la gente, sobre todo a las grandes masas juveniles.

Conclusión

“Dios habla” es una de las primeras afirmaciones acerca de Dios que podemos hacer desde las Escrituras judeocristianas. En el primer capítulo del libro de Génesis uno encuentra la declaración: y dijo Dios. La Epístola de Hebreos se inicia declarando directamente: Dios, habiendo hablado. Por tanto, los cristianos no sólo creemos en Dios, sino en un Dios que habla. La predicación es la forma por excelencia en que Él continúa hablándole al mundo a través de su iglesia.

Pero Dios nunca habla de manera abstracta ni ahistórica. Siempre lo hace en medio de realidades concretas y específicas. Cada vez que habla lo realiza en contextos muy definidos. De ahí el sentido teológico de la frase: “Dios habla hoy”. Un ejemplo novotestamentario lo encontramos en Lucas 3.1–2. Es importante notar cómo el escritor ubica la situación política, social, económica y religiosa en la que Dios le habló a Juan el Bautista. Por lo tanto, si queremos que vuelva a “hablar hoy”, el predicador necesita conocer la realidad en que viven sus oyentes para iluminarlos y transformarlos con el evangelio.

Preguntas para seguir reflexionando:

1. ¿En qué se asemejan y diferencian la predicación profética, la predicación de Jesús y la predicación apostólica?

2. ¿Por qué la predicación del evangelio fue y continúa siendo el instrumento más importante en la extensión del Reino de Dios en el mundo?

3. Menciona una característica de la predicación de los padres de la iglesia, de la predicación reformada, de la predicación moderna, de la predicación pentecostal y de la predicación posmoderna.

4. ¿Cómo las verdades expuestas en este capítulo podrían ayudarte a ser un mejor predicador?

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