Álvaro Obregón

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Ya con su nueva responsabilidad, a principios de enero de 1915 Obregón quitó a los zapatistas la ciudad de Puebla y sus alrededores, y a finales de mes ocupó la Ciudad de México. Sólo estuvo en ésta cuarenta días, poco gratos, por cierto. Con los constantes cambios de autoridad habidos desde mediados de 1914, [20] la ciudad padecía una terrible crisis delincuencial; además, el caos monetario y la falta de producción y de abasto agropecuario dieron lugar a una terrible carestía. Fueron meses de hambre y de tifo. Las relaciones de Obregón con los comerciantes, el cuerpo diplomático y la Iglesia católica fueron peor que tirantes. En cambio, su alianza con el movimiento obrero, que se tradujo en la creación de los Batallones Rojos, [21] fue importante para su triunfo contra el villismo.

A mediados de marzo, el sonorense abandonó la Ciudad de México con rumbo al Bajío, vía San Juan del Río y Querétaro. Iba a enfrentar a Villa; iba a conseguir otro lauro para su joven historial. Contra lo que muchos ingenuos predecían, Obregón derrotó al duranguense en todos los aspectos. Se trató de una derrota casi total que dejó destrozada a la invicta División del Norte. En táctica y estrategia lo venció en los combates de Celaya, durante la primera mitad de abril. Luego, el sonorense se dedicó a perseguir a los villistas, buscando su aniquilación. En esa campaña persecutoria, el 3 de junio —casi dos meses después de su triunfo inicial—, en la hacienda de Santa Ana, cercana a León, una granada villista le arrancó el brazo derecho. Desde entonces Obregón fue mal llamado ‘el manco de Celaya’. Sin embargo, en realidad cambió su brazo por el aura de ser un mutilado de guerra, con lo que logró dos identidades: de general invicto y de héroe popular. [22]

Ya recuperado, a finales de 1915 Obregón siguió inflingiendo duras derrotas a Villa. Una vez minimizado el mayor problema militar que enfrentaba el gobierno de Carranza, Obregón pudo dedicarse a la política. Fue así como, en marzo de 1916, fue designado secretario de Guerra. Sin embargo, todavía entonces el campo de batalla le era más propició que la oficina ministerial. Sucedió que en febrero Villa había atacado la población norteamericana de Columbus, demostrando que no estaba vencido del todo. Para colmo, dicho ataque dio lugar a la ‘Expedición Punitiva’, que puede resumirse como la ocupación por diez mil soldados estadounidenses del territorio chihuahuense durante un año. [23] Por lo mismo, se dedicó a negociar con las fuerzas norteamericanas su retiro. Sin embargo, las negociaciones diplomáticas resultaron serle más complejas que las militares. Insatisfecho con su complaciente postura, Carranza le quitó dicha responsabilidad, dejándolo al frente de la Secretaría pero dedicado a asuntos menores. Para colmo, a finales de 1916 tuvo lugar en Querétaro el Congreso Constituyente, en el que quiso impedir la participación de un grupo de políticos civiles —los ‘renovadores’— encabezados por Félix Palavicini, con el que tenía pésimas relaciones desde principios de 1915. Durante muchos años se exageró la influencia de Obregón en el Congreso Constituyente. [24] Hoy sabemos que esto ha sido un mito político e historiográfico. [25]

Comprensiblemente, su relación con don Venustiano se había deteriorado, al grado de que Obregón ya no sería miembro del gabinete al inicio del periodo constitucional de Carranza, en mayo de 1917. Si bien se alejó de la política gubernamental para dedicarse a una muy exitosa producción garbancera, Obregón también se dedicó a ampliar sus ‘redes’ políticas nacionales y a coquetear con el gobierno de Washington. Sobre todo, se dedicó a disfrutar el declive político de Carranza; más aún, buscó beneficiarse personalmente del creciente desprestigio de don Venustiano. Es indudable: sus desafíos a éste en la Convención, durante la Expedición Punitiva y luego en Querétaro, habían sido prematuros. El sonorense era todavía un inexperto en política y Carranza estaba en el pináculo de sus éxitos. Sin embargo, la situación cambió dramáticamente para 1919 y 1920: el debilitamiento presidencial y el ascenso de Obregón eran dos efectos paralelos; más aún, concluyeron en el momento de la sucesión presidencial. Carranza no tenía un sucesor viable ni la fuerza suficiente para imponer a uno que no lo fuera. Obregón se había convertido en el hombre más poderoso y popular del país. Su dolorido triunfo sobre Villa hizo olvidar al mal diplomático.

A mediados de 1919, un año antes de las elecciones, Obregón lanzó su candidatura, autopostulándose como un aspirante independiente, de ideología liberal y reformista pero no radical. Había crecido, mientras Carranza envejeció y Pablo González se desprestigió. [26] Por su parte, la estrategia electoral gubernamental fue peor que desastrosa. Para comenzar, el partido político que se había creado a finales de 1916, el Liberal Constitucionalista, dio su apoyo a Obregón; lo mismo hizo la principal organización obrera del país, la CROM —Confederación Regional Obrera Mexicana—, fundada en 1918 por Luis N. Morones, quien durante el proceso electoral se alió a Plutarco Elías Calles, el hombre más cercano a Obregón. [27] Además, Carranza decidió que su sucesor fuera un civil, alegando que la lucha armada había concluido. Al margen de que aún se padecieran auténticos estados de guerra en varias regiones del país, [28] lo que daba gran poder a los militares, la decisión de Carranza era a todas luces prematura, pues la principal institución política era entonces el Ejército Nacional, la única con redes, presencia y organización a todo lo largo y ancho del país. Para colmo, Carranza eligió un candidato poco afortunado: Ignacio L. Bonillas, quien carecía de capital político propio. [29] Por último, Estados Unidos había decidido obstaculizar al máximo cualquier posibilidad de continuidad de la política nacionalista de Carranza, y Bonillas era su embajador en Washington y, por ende, su ‘mancuerna’ en la política yancófoba.

Todos estos factores explican que la campaña de Bonillas sólo encontrara dificultades y contratiempos, a diferencia de la de Obregón, que crecía en apoyos cada día, comenzando con la llamada ‘clase política’. [30] Desesperado, el gobierno trató de impedir legalmente la posibilidad de que Obregón llegara a la presidencia, vinculándolo a un cabecilla rebelde de la zona veracruzana, Roberto F. Cejudo. Es probable que, en efecto, estuviera inmiscuido con éste. Como quiera que haya sido, el intento de Carranza fue un doble detonante: para que Obregón saliera huyendo de la capital y para que sus correligionarios, Adolfo de la Huerta y Plutarco Elías Calles, organizaran la rebelión de Agua Prieta, [31] la que cundió rápidamente por varias regiones del país, sobre todo a través de la defección de la mayor parte del Ejército Nacional. [32]

Solo, sin elementos militares que lo defendieran, pues hasta los gonzalistas habían desertado, Carranza salió huyendo rumbo a Veracruz, donde creía que encontraría el apoyo de Cándido Aguilar y sus fuerzas. Ni siquiera pudo llegar a Veracruz, pues fuerzas gonzalistas atacaron su convoy, por la retaguardia, y otras le impidieron seguir la marcha. Tuvo entonces que internarse en la sierra de Puebla, donde murió asesinado la madrugada del 21 de mayo en un caserío llamado Tlaxcalantongo, a manos del rebelde Rodolfo Herrero. [33]

Finalmente había llegado la hora de Obregón. Muerto Carranza, era el revolucionario más importante. Como tal, había participado en la victoria sobre Victoriano Huerta; como revolucionario moderado que era, había vencido al rebelde popular por antonomasia, Pancho Villa; como revolucionario de clase media, había derrotado a dos miembros de los revolucionarios de la élite, José María Maytorena, en el ámbito regional, y Venustiano Carranza, en el nacional. A mediados de 1920, nadie podía competir con él. Aun así, no quería llegar a la presidencia como un rebelde triunfante, y menos como responsable del asesinato de don Venustiano. Quería ascender a la presidencia con plena legalidad. Por eso maniobró para que Adolfo de la Huerta fuera presidente provisional, [34] cuya gestión estaría marcada por la organización de unas elecciones extraordinarias en las que triunfara y se legitimara Obregón. [35] También hizo que el asesinato del viejo mandatario coahuilense recayera en Herrero. Su llegada a la presidencia fue diseñada estratégicamente como una más de sus principales batallas. El ranchero que se hizo militar y que luego se hizo político llegaba al Palacio Nacional. Como tantas veces se ha dicho, lo tenía ‘en la mira’ desde Huatabampo.

Obregón. Testamento político
ÁLVARO MATUTE / CARLOS SILVA

Instituto de Investigaciones Históricas - UNAM

Para Noé Espinosa Cruz, por toda la historia


Este ensayo trata sobre la vida del general Álvaro Obregón entre 1915 y 1919. En este periodo su salud se deterioró drásticamente a raíz de la pérdida de su brazo derecho en una de las más celebres de las batallas revolucionarias, la de Celaya contra los villistas en 1915. A partir de este acontecimiento su vida se aceleró y radicalizó por completo. Pretendió alejarse de la vida pública para aliviar sus males, firmó su testamento para asegurar a sus seres queridos y aprovechó el tiempo visitando infinidad de clínicas y médicos en México y Estados Unidos. Sin embargo, muchos obstáculos, que él mismo generó, le impidieron el retiro por entero de la vida pública, por lo que decidió fortalecerse: remendó su posición política y militar, se trataba del caudillo victorioso e invicto de la Revolución; rehízo sus redes políticas, a nivel local, nacional e internacional; fortaleció su apoyo incondicional de los sectores obrero y campesino, que lo convirtieron en el único interlocutor del gobierno constitucionalista, reafirmó sus bases de poder a nivel regional, principalmente en el norte del país, y contribuyó a la creación del Partido Liberal Constitucionalista (PLC), logrando a partir de ello, y al paso del tiempo, colocar a sus operadores políticos en puestos clave, que en su momento le otorgarían incondicionalmente su apoyo. En conjunto, todo ello se convertirá en un poder ilimitado que utilizará contra sus adversarios para acceder a la Presidencia de la República en 1920. Asimismo, recompone su vida personal y, “aparentemente”, se enriquece como empresario. Para 1919 se encuentra listo para enfrentar su principal obstáculo político, Venustiano Carranza. “Sintió que el triunfo era más suyo” que del presidente. Quiso entonces poner en perspectiva lo que por “ley natural”, según él, le correspondía, la primera magistratura del país. Todo ello, definitivamente repercutió en la esfera política del México revolucionario y de los años posrevolucionarios.

 

El 27 de septiembre de 1916, a las once de la mañana, el general Álvaro Obregón Salido compareció ante la notaría número 2 de la ciudad de México y ante la presencia de su titular, Jesús Trillo, dictó el testamento de sus bienes. [36] Aunque puede parecer que este hecho es poco relevante en la biografía del futuro del caudillo, nuevas fuentes documentales, incluyendo este documento, permiten hacer una interpretación diferente de los hechos. Un primer acercamiento a este proceso sugiere, y en esto coincide la mayoría de la historiografía del momento, que a partir del 3 de junio de 1915 la vida de Álvaro Obregón cambió radicalmente. [37] Por la pérdida de su brazo debido a la explosión de una granada en el casco de la Hacienda de Santa Ana del Conde, Guanajuato. Obregón, tal como lo hace en su primera incursión revolucionaria en 1912, refiere que su actuación está cubierta y para el caso, refiere estas palabras al general Francisco Murguía después de aquel incidente fatídico: “diga usted al Primer Jefe [Carranza], que he caído cumpliendo con mi deber, y que muero bendiciendo a la Revolución. [38]

A partir de ese momento, la vida y las expectativas, personales y políticas, de Obregón cambiarían radicalmente. Por un lado, su salud física y mental quedó mermada de manera considerable, y, por otro lado, su posición sobre sus actividades políticas se transformó, quedando limitada a su recuperación física. [39]

Sin embargo, su fortaleza y voluntad le permitieron reincorporarse a sus actividades. El 10 de julio de 1915, casi un mes después del acontecimiento que lo dejó baldado, volvió nuevamente para tomar las riendas del ejército del Noroeste y terminar con la campaña contra Villa y su División del Norte, que quedaría concluida en los últimos días de diciembre de ese año. [40]

En los albores de 1916 Obregón se sintió desmejorado física, mental y quizá, políticamente, y cada vez con más frecuencia reflexionó entre amigos y con su querida confesora, María Tapia, con quien por esos días contrajo matrimonio, sus deseos de retirarse de la política porque estaba convencido de haber cumplido con su cuota revolucionaria, pero sobre todo, porque habían comenzado a darse una serie de diferencias políticas con el primer jefe, Venustiano Carranza. [41]

La imagen de guerrero, luchador incansable, militar invicto y más adjetivos que le generaron sus victorias durante el movimiento revolucionario la trasladó al escenario político, “en donde, andando el tiempo, llegaría a desafiar a Carranza por el liderazgo del movimiento constitucionalista. La derrota que le impuso a Villa lo habría de convertir en el héroe militar más destacado de la Revolución y reforzaría inconmensurablemente su autoridad en la lucha política por venir”. [42]

Sintiéndose más aliviado y consciente de que debía fortalecer su posición político-militar frente a Carranza, con el fin de mantener su sobrevivencia, Obregón comenzó a llevar agua para su molino. El 13 de marzo de 1916 fue nombrado secretario de Guerra para hacerse cargo de la persecución y captura de Villa, que había invadido Columbus, Nuevo México. En principio aceptó el cargo, a cambio de llevar a cabo los primeros intentos de profesionalizar al ejército, [43] primero, pues era una urgencia para la institución, y después con el fin de restringir la capacidad castrense de acceder a puestos políticos de elección popular. [44] Además, comenzó a manifestarse, de manera franca y abierta, el apoyo de algunas uniones obreras y campesinas que desde 1914 habían mostrado su simpatía por el “manco de Celaya”, a partir de su iniciativa de crear la Confederación Revolucionaria. [45]

El apoyo total de las organizaciones trabajadoras se volvió más real para Obregón cuando el Ejército Constitucionalista ocupó nuevamente la Ciudad de México, en el primer tercio de 1916. La Federación de Sindicatos del Distrito Federal organizó una huelga general, apoyada por electricistas, ferrocarrileros y algunos miembros de la Casa del Obrero Mundial. [46] Carranza adoptó una posición dura y pidió al general Pablo González que se encargara del asunto, exigiendo cárcel para los líderes y pena de muerte en algunos casos. [47] Por su parte, Obregón, inteligentemente, se mantuvo al margen del conflicto, conservando el apoyo irrestricto de las organizaciones obreras. Sin embargo, el primer jefe le ordenó aclarar y fijar su postura, pues, más allá del conflicto, Carranza observaba, cada vez con más recelo, cómo el sonorense aprovechaba la situación para fortalecerse políticamente, más aún, siendo él, en ese momento, como ya se dijo, el único interlocutor real entre el gobierno constitucionalista y los sectores obreros. Obregón ofreció su renuncia como Ministro de Guerra, pero Carranza la rechazó, proponiéndole a cambio la embajada de México en España, o mantenerse en el puesto hasta la conclusión de las elecciones presidenciales de 1917, cuando, entonces sí, debería renunciar al cargo. [48]

A finales de febrero y principios de marzo de 1916 comenzaron a crecer los rumores de que Obregón “intentaría” levantarse en armas contra el gobierno, sobre todo porque eran ya, notoriamente públicas, las desavenencias y el poco entendimiento con el presidente Carranza. Sin embargo, y como una ironía de la historia, lo que parecía un asunto muerto y enterrado contribuyó a dar la percepción de que, una vez más, ambos caudillos se reunirían para zanjar la nueva crisis nacional que se asomaba. El 9 de marzo, Francisco Villa organizó un ataque a la población de Columbus, Nuevo México, “con lo que surgió la posibilidad de una intervención de los Estados Unidos a México”. [49] Carranza ordenó a Obregón trasladarse a la frontera para arreglar el asunto. La intención de Carranza tenía varias aristas. Si las negociaciones de Obregón llegaban a buen puerto, Carranza y su gobierno se fortalecerían y terminarían de legitimarse ante los ojos del país. De no ser así, el único culpable del fracaso y las posibles consecuencias de los hechos se le achacarían a Obregón.

Mientras esto sucedía, el gobierno estadounidense envío un contingente militar de cinco mil hombres al mando del general John J. Pershing a perseguir a Villa. Obregón viajó a la frontera para iniciar las negociaciones, que comenzaron a retrasarse principalmente por las objeciones del propio Carranza, que exigía el inmediato y completo retiro de tropas de suelo nacional. Los estadounidenses se rehusaban a irse hasta concretar la captura de Villa. Y a pesar de que aún continuaba en el ambiente la posibilidad de un conflicto militar entre ambas naciones, las intenciones de los dos gobiernos por solucionar la crisis nunca sobrepasaron los límites del diálogo, sobre todo por parte del presidente Woodrow Wilson, quien nunca dejó de ponderar como un hecho de la mayor importancia el que Estados Unidos se encontraba a punto de incursionar en el conflicto bélico mundial. Tal y como sucedió.

Finalmente, y después de dos meses, el 9 de mayo de 1916 se concretó un arreglo que convino tanto a Estados Unidos como a México. Ambos países acordaron, de palabra, la suspensión de hostilidades. Estados Unidos se comprometió a retirar sus tropas, lo que no ocurrió sino hasta enero del año siguiente; mientras que México se comprometió a emplazar diez mil soldados para custodiar la frontera, amén de continuar con la persecución y aniquilamiento de Villa y su ejército. [50]


Venustiano Carranza con algunos miembros de su gabinete, entre ellos el secretario de Guerra, Álvaro Obregón, y el embajador Isidro Fabela, ©37830,1917. Secretaría de Cultura-INAH, SINAFO.

Solucionada la encomienda, Obregón regresó a la capital para continuar en sus menesteres como Ministro de Guerra, decidido a no intervenir más en cuestiones de su ejercicio público, con la finalidad de reducir los conflictos con Carranza. Abocado a la burocracia y administración castrense, delegó a los generales Jacinto B. Treviño y Francisco Murguía la responsabilidad de la lucha efectiva para terminar con la persecución de “los elementos disidentes que aún quedaban”, principalmente de los villistas. “Obregón se sentía ciertamente hastiado de sus deberes como secretario de Guerra, y sus numerosas diferencias, tanto personales como ideológicas, con el Primer Jefe, que estaban siendo más obvias cada día. Sin embargo, decidió permanecer en el cargo mientras se celebraba el Congreso Constituyente, de diciembre de 1916 a enero de 1917, que se promulgara la Constitución y se instalase el nuevo gobierno”. [51]

A pesar de las diferencias con Carranza, Obregón aún se consideraba como el candidato natural para sustituir al primer jefe en la Presidencia de la República:

no muy lejos, casi al alcance de la mano, lo esperaba la silla presidencial. Ningún caudillo le hacía sombra, ni siquiera el primer jefe, a quien por lo pronto guardaría lealtad, pero a sabiendas de que podría separársele en cualquier momento sin afectar un ápice su prestigio. Era el hombre fuerte de México, el triunfador de la Revolución. En 1917 tenía sólo 37 años. Los mismos que Porfirio Díaz en 1867, al triunfo de la República. Y como Porfirio frente a Juárez, sintió que el triunfo era más suyo que de Carranza. [52]

Pero era imposible permanecer en el cargo y, al mismo tiempo, ajeno a las actividades políticas. Para finales de octubre de 1916, Obregón participó denodadamente en la creación y fundación del PLC, que postularía a Carranza como presidente constitucional. Alrededor del partido se reunieron los “más conspicuos elementos de la Revolución”. Ahí se encontraban Pablo González, Cándido Aguilar y el propio Obregón, así como sus más cercanos colaboradores. El éxito de esta reunión tuvo de inmediato dos interpretaciones. Por un lado, se había asegurado la “representatividad geopolítica” más importante e influyente del país alrededor de la figura de Carranza; y por otro quedaba automáticamente cancelada cualquier aspiración a contender o competir contra él por la Presidencia, por lo menos en las elecciones de 1917. “Sobre todo, los competidores posibles decidieron posponer sus aspiraciones para cuando sus personalidades maduraran suficientemente”. [53]

Con esto quedó en claro que González sólo tenía el tamaño político de un “subalterno de Carranza, y que sólo existía en él la posibilidad de acceder al poder heredándolo, no compitiendo”. [54] En el caso de Obregón la cuestión es más compleja. En principio se podría considerar que “tenía tanta capacidad militar como inexperiencia política”, [55] por lo que todos los rumores y amagos de derrocar a Carranza que se habían desatado eran más bien resultado de una “bravuconería” del militar victorioso pero sin contar con una oportunidad real de oponerse a las argucias políticas del primer jefe; o bien habría que considerar como impedimentos su estado de salud y su imperiosa necesidad de reposicionarse y fortalecerse políticamente para enfrentar a Carranza; o simplemente, que hiciera honor a su palabra de no postularse, como se rumora que había pactado con Carranza durante un encuentro en Querétaro en 1916, seguro de ser él a quien el primer jefe elegiría como su candidato a la Presidencia en 1920. [56]

Después de las confrontadas sesiones entre carrancistas, obregonistas y algunas otras facciones políticas durante el Constituyente de Querétaro en los primeros días de 1917, se llevaron a cabo las elecciones para presidente constitucional en las que por supuesto resultó triunfador Venustiano Carranza [57], y como estaba acordado, Obregón renunció a su cargo como secretario de Guerra el 1 de mayo, anunciando su “separación” de la vida pública. [58] Mientras Obregón reconfiguraba sus redes políticas, y se desarrollaba el Constituyente de Querétaro, amén de llevarse a cabo las elecciones presidenciales de 1917, existe una fecha que llama poderosamente la atención y que sugiere rasgos, cualidades y modos de la personalidad que el sonorense proyectaba en ese tiempo y para años futuros.

 

Como se hizo hincapié, el 27 de septiembre de 1916, Obregón declaró y firmó su testamento con un ánimo precautorio. Indudablemente, para el sonorense, en esos momentos no todo giraba en torno a la esfera política nacional; los síntomas de su delicado estado de salud comenzaron a reflejarse en su vida diaria, por lo que al firmar su testamento no sólo cumplía con un canon social y cultural, lo cual sigue siendo una costumbre desde tiempos ancestrales, sobre todo entre los personajes de determinada clase social y/o desempeño público. Ello significaba que realmente se sentía enfermo y por supuesto que aquello influiría en su desempeño político, como más adelante él mismo se lo confesaría a su propia esposa: “estoy cansado de ser, pero no de servir. Hoy me voy, pero si me dicen que vuelva, aquí estaré”. Ella misma confesaría al cónsul estadounidense en Nogales que su esposo no se encontraba bien, “que él no quería mezclar más su vida con la política” y que sus males se “agravaban por su condición sifilítica”. [59]

Obregón acudió ante un notario, autoridad civil competente para el caso, para asegurar y confiar sus bienes a su familia, las personas más queridas, las más cercanas, las de toda su vida. [60]

La interpretación de un documento notarial no debería generar más expectativas que las que representa por sí sola. Sobre todo, si se considera que, a lo largo del tiempo, desde los tlacuilos, pasando por los escribanos hasta llegar a los fedatarios contemporáneos, éstos han dejado testimonio jurídico de hechos básicamente cotidianos (testamentos, cesiones de bienes y derecho, ejercicios y cumplimiento de poderes, etcétera) de personajes públicos, privados y gente común y corriente, sin más pretensión que cumplir con un trámite civil que les permita, a ellos y a quienes los rodean, hacerse la vida más sencilla. Sin embargo, y en este caso en particular, se trata de un documento en que figura uno de los hombres más significativos de la historia política contemporánea del país. Por lo que un documento firmado por Álvaro Obregón, como por otros personajes de la historia, sí puede generar mayores expectativas.

Al hacer su declaración y dar su firma notarial, Obregón se hizo acompañar como testigos de Aarón Sáenz, Emilio Portes Gil y Arturo H. Orcí. Se trataba de personajes leales, atributo principal en cualquier escenario político. Pero el hecho no es gratuito. Estos hombres lo habían acompañado desde el inicio de sus actividades militares. Para 1917, durante la elección para diputados de la XXVII Legislatura y la conformación de bloques parlamentarios, éstos aparecen, en primer término, el licenciado Portes Gil como presidente y líder del Partido Liberal Constitucionalista, conformando un bloque mayoritario obregonista abocado a facilitar las líneas políticas dictadas por el sonorense; en segundo lugar, el licenciado Aarón Sáenz como presidente de la Cámara Alta, quien con esta calidad allana el camino al obregonismo de lleno y a entorpecer al carrancismo. Y por último, Arturo H. Orcí, abogado del “manco”, asesor jurídico y amigo hasta el final de su vida. [61] Obregón señala en el documento que, en caso de ausencia, los señores Ramón Ross y Adolfo de la Huerta serían los encargados de llevar a cabo sus designios jurídicos. [62]

Obregón se asumía enfermo y este tipo de actividades lo demostraban. Sin embargo, quizá también estaba previendo su futuro. Dependiendo de su estado de salud, sus pretensiones cambiarían radicalmente. Por supuesto, entre ellas estaba la de volver a la vida pública, necesariamente con una imagen y poderosa. [63] Igualmente era indispensable sacudirse los rumores acerca de su rompimiento con Carranza, ya que esto le había venido restando simpatías con sus seguidores. Su plena convicción e identificación con el movimiento constitucionalista podría tergiversarse a los ojos del pueblo, que asumiría ese posible rompimiento ideológico “como una traición, o por lo menos como una falta de ética. Además, tal ruptura política podría muy bien haber acarreado otra guerra, ya sea antes o después del Congreso Constituyente”. [64] Ante ello:

Obregón optó por representar el papel de “Cincinato”, es decir, un ciudadano convertido en dirigente por las circunstancias, que una vez cumplido su deber regresa a sus actividades privadas, pues no podía aspirar a ser el sucesor oficial de Carranza sin aceptar su tutelaje, ni tampoco podía presentarse como un opositor rebelde sin perder legitimidad. Para Obregón, la oposición legal era la mejor vía para suceder a Carranza. [65]

Para que Obregón estuviera a la altura de sus ambiciones era necesario que tuviera pleno control de sus bases de poder político y militar, tanto en la capital como al interior de la república, sobre todo en los estados norteños, especialmente en Sonora, Sinaloa y Chihuahua, y así lo asumió. Por lo pronto, abrió dos frentes en sus operaciones; por un lado, la cuestión política y por otro la económica. Políticamente, Obregón, como el mismo Carranza, después de 1916 comenzó una labor para reorganizar sus bases de poder. Para ese tiempo, muchos hombres, militares y políticos, que habían participado en las diversas etapas del movimiento armado iniciado en 1910, el maderismo, el huertismo, el zapatismo, el villismo y el constitucionalismo, “continuaban en espera de su ganancia”. Una buena parte de ellos prontamente se identificaba con cualquier grupo, sobre todo con los que encabezaban en ese momento algún tipo de liderazgo, pero otros más al ver que ni sus expectativas ni sus ambiciones personales se cumplían abanderaban otra causa a la menor provocación. Poco a poco y al paso del tiempo Obregón, y tras bambalinas fue colocando a sus alfiles en puestos clave, militares y políticos. Destacan los casos de Jesús M. Garza, en Baja California; Francisco Serrano, Plutarco Elías Calles y Adolfo de la Huerta, en Sonora; [66] Francisco Murguía, en Chihuahua, además, como ya se había mencionado, de todos aquellos que conformaban liderazgos sin una bandera ideológica bien definida y/o quienes directa o indirectamente se vieron beneficiados o apoyados en algún momento o de algún modo por el sonorense, entre ellos elementos partidistas, líderes sindicales, militares, políticos, empresarios, familiares, etcétera. Linda B. Hall recoge el comentario de un observador de ese momento: “Obregón esperará a que el pueblo materialmente lo llame para salvar al país de la ruina final causada por el gobierno de Carranza. Una de las ideas que tiene Obregón en mente es la de lanzar su candidatura para suceder a Carranza cuando concluya su término de éste, si es que logra permanecer todo ese tiempo a la cabeza del gobierno de México”. [67]

En cuanto al segundo frente considerado por Obregón, el económico, tan importante como el político, el caudillo debía consolidarse como una persona solvente, condición indispensable para mantener y reflejar una posición políticamente robusta. Por ello se debe considerar que, durante su retiro, el caudillo dedicó mucho de su tiempo a sus negocios, nacionales y extranjeros, y al mismo tiempo, combinando ambos frentes, a “hacerse aceptable ante los Estados Unidos como un posible presidente”. [68] Esto último parece confirmar lo señalado: en pleno retiro y con el estado de salud a medias, Obregón estaba concentrado en afianzar sus negocios y su presencia política. De entrada, aprovechó la coyuntura política que se presentaba cuando el gobierno estadounidense no reconoció de jure el gobierno de Carranza. Durante sus constantes viajes a Estados Unidos, “por motivos médicos y de negocios”, en los últimos meses de 1917 Obregón estaba convencido de poder conseguir el beneplácito del gobierno estadounidense y con ello, definitivamente consolidar su presencia política.