Hagamos las paces

Text
Aus der Reihe: Estudios Culturales
0
Kritiken
Leseprobe
Als gelesen kennzeichnen
Wie Sie das Buch nach dem Kauf lesen
Schriftart:Kleiner AaGrößer Aa

Hagamos las paces

Narrar la guerra desde el arte para construir la paz

BIBLIOTECA JOSÉ MARTÍ

Serie

Estudios Culturales

Hagamos las paces

Narrar la guerra desde el arte para construir la paz

Marie Estripeaut-Bourjac

Editora


Hagamos las paces: narrar la guerra desde el arte para construir la paz / Marie Estripeaut-Bourjac

[y otros]. -- Bogotá: Siglo del Hombre editores, 2020.

262 páginas: fotografías; 21 cm. -- (Estudios culturales)

Incluye bibliografías.

1. Arte - Colombia 2. Conflictos - Colombia 3. Paz - Colombia 4. Memoria colectiva - Colombia.

I. Estripeaut-Bourjac, Marie, autora. II. Serie.

303.66 cd 22 ed.

A1655373

CEP-Banco de la República-Biblioteca Luis Ángel Arango

© Omar Rincón | Marie Estripeaut-Bourjac |

Jesús Martín Barbero | Marta Elena

Bravo | Alberto Sierra | Julián Posada | Érika

Martínez Cuervo | Alfredo Gómez

Müller | Simón Moratto Bolívar | Yolanda Sierra

León | Fernando Grisález Blanco |

La presente edición, 2020

© Siglo del Hombre Editores S. A.

http://libreriasiglo.com

© Instituto Francés de Estudios Andinos (IFEA)

http://www.ifea.org.pe/

Este volumen corresponde al tomo 355 de la colección Travauxs de l’Institut Français d’Études Andines (ISSN 0768-424X)

© Friedrich-Ebert-Stiftung en Colombia (FESCOL)

https://www.fes-colombia.org/

© Del uso de las imágenes

© Beatriz González: Los suicidas del Sisga | Señor presidente, qué honor estar con usted en este momento histórico |Autorretrato desnuda llorando | Dolores | Zócalo de la tragedia | Auras anónimas

© Oscar Muñoz: El puente

© Mario Elias Opaso: Olvido de arena 1 | Olvido de arena 2 | Olvido de arena 3

Olvido de arena 4 | Olvido de arena 5 | Olvido de arena 6 | Olvido de arena 7

© Juan Manuel Echavarría: Bocas de ceniza | Requiem NN

© Delcy Morelos Sandoval: En la trampa personal | 4408 veces

© María Elvira Escallón: Desde adentro

© Gloría Posada Vélez: Mapa

© Corporación Casa de Ethel y Jorge: Corredor de la casa

© Libia Posada Restrepo: De la serie Neurografías: 10. Estructuras de dirección | De la serie de Neurografías: 11. Figuras de conducción. Izquierda | De la serie de Neurografías: Encéfalo

© Marie Estripeaut- Bourjac: Dos performances realizados durante la marcha del 7 de marzo de 2007 I | Dos performances realizados durante la marcha del 7 de marzo de 2007 II

© Patricia Bravo Abad: Esperando esos días azules, que sí van a volver | Estar en la niebla

© Nohora Elisa Bonilla: Cuatro fotografías de la obra Renacer

© Fundación Puntos de Encuentro: Perdón y olvido | Donde la naturaleza se une la vida se separa | De bueno a malo | Masacre a dos paramilitares | La muerte de Pedro | El corazón

© Imagen de carátula:

© Juan Manuel Echavarría (productor y director). (2001). Guerra y Pa [cortometraje], 8:40 minutos.

Imagen extraída del cortometraje y adaptada por Max Cabanes.

Diseño de carátula

Amarilys Quintero

Diseño de la colección y armada electrónica Precolombi EU, David Reyes

ISBN: 978-958-665-610-8

ISBN ePub: 978-958-665-609-2

ISBN PDF: 978-958-665-608-5

Conversión ePub: Lápiz Blanco S.A.S.

Hecho en Colombia

Made in Colombia

Todos los derechos reservados. Esta publicación no puede ser reproducida total ni parcialmente, ni registrada o transmitida por sistemas de recuperación de información en ninguna forma y por ningún medio, ya sea mecánico, fotoquímico, electrónico, magnético, electroóptico, por fotocopia o cualquier otro, sin el permiso previo y por escrito de la editorial.

ÍNDICE

Prólogo

Hacer las paces

Omar Rincón

Introducción

La paz: el compromiso magno del arte colombiano actual

Marie Estripeaut-Bourjac

I. LAS FIGURAS TUTELARES

Prácticas de comunicación en la cultura popular

Jesús Martín-Barbero

La construcción de un relato plástico de nación: tres momentos en la obra de Débora Arango

Marta Elena Bravo de Hermelin

II. LOS CRONISTAS

Beatriz González, cronista del dolor

Alberto Sierra y Julián Posada

El puente de Óscar Muñoz: un montaje visual que reanimó lo muerto

Érika Martínez Cuervo

III. DESENTERRAR, VER Y HABLAR

Arte y memoria de la inhumanidad: acerca de un olvido de arena

Alfredo Gómez Müller

El conflicto en las entrañas

Marie Estripeaut-Bourjac

IV. PRÁCTICAS CULTURALES ALTERNATIVAS

La fotografía: mecanismo de reparación simbólica frente a la desaparición forzada

Simón Alberto Moratto Bolívar

Litigio estético: arte, patrimonio cultural y defensa de los derechos humanos

Yolanda Sierra León

La guerra que no hemos visto: una experiencia transformadora

Fernando Grisalez Blanco

Conclusión

Mapas del reconocimiento

Jesús Martín-Barbero

Los autores

A Alberto Sierra, quien se marchó a otro espacioen el transcurso de la redacción de este libro.

Este libro es la prueba del poder de la amistad, ya que,sin el apoyo, el afecto, la complicidad y el entusiasmode sus autores, estas páginas no habrían llegado a felizpublicación. A los participantes de este libro nos unenla pasión por la amistad, la pasión por las artes y lacreencia en la paz.Gracias a Alfredo, Erika, Fernando, Jesús, JuanManuel, Julián, Marina, Marta Elena, Max, Omar,Simón y Yolanda.Una mención especial a mis dos editoras, Emilia ySelma, que aceptaron inmediatamente embarcarse eneste proyecto, y una mención especialísima a Eva, micorrectora de lujo.

Prólogo
HACER LAS PACES

Omar Rincón1

Colombia es una nación hecha a punta de guerra que ahora no sabe qué hacer con la paz. Los medios de comunicación saben narrar en forma de guerra: dos bandos en lucha. La academia sabe comprender y explicar en forma de guerra: causas estructurales y engendros históricos. El arte ha sabido aprovechar la guerra como matriz creativa: denuncia estética y, parece que ahora, el arte es también una forma particular y potente de hacer las paces. Las elites saben que la guerra beneficia el statu quo, ya que la culpa de los males del país es la guerra y no la injusticia o la desigualdad social. Así mismo, los políticos viven de la guerra, pues ciudadanos con miedo votan de modos súbditos. Los bienpensantes solo pueden ser puros e higiénicos en los horizontes de guerra, porque se saben superiores moralmente tanto a guerreros como a políticos y al sistema, por eso su bondad se hace evidente en la denuncia de todo lo que no se hace siguiendo “su autoridad moral”. Los hippies se lucen en tiempos de guerra, porque su credo de proponer el amor y el buenaondismo es la solución Nueva era para salir de los odios y venganzas. Los jurásicos beben del dolor de la guerra para sobrevivir, ya que el odio y la venganza les da motivos para seguir. En este escenario, la mayoría de los ciudadanos devenimos zombies de la guerra: vivos muertos sin espíritu, súbditos de venganzas y odios que no entendemos.

 

Pero la paz, terca como es, llegó. Nunca habíamos estado mejor: menos muertos, menos violencia, mayor estabilidad, mejores políticas en derechos sociales, más diversidad, más países. Pero parece que, cuando desaparece el mal superior (la guerra) y surge ser un “país normal”, no sabemos cómo hacerlo. Y es que, como siempre hemos vivido en la guerra, el odio, la venganza… pues es muy difícil tener imaginación sociológica para ser distintos. Lo perverso es que sean las élites las que fomentan la desazón en tiempos de paz, mientras los ciudadanos del común son los que ponen la sensatez desde lo cotidiano en perspectiva de futuro.

Tenemos un mejor país. Hacemos más el amor que la guerra, bailamos mucho más que disparar, reímos mejor, porque hay menos violencia estructural. Aunque no lo queramos ver, este es un país que avanza en derechos sociales y humanos; nuestra economía se mantiene en promedios mundiales; las ideas abundan por toda parte en empresarios jóvenes y creadores de alternativas de paz. Somos un mejor país. Nace un nuevo relato de nación. Pero, justo cuando deja de estar la guerra y ha llegado el momento civilizado de “disentir” y “disputar” sentidos conversando, reconociendo verdad en la voz de los otros, construyendo en medianías y no en lógica de guerra (“usted o yo”), justo ahí, cuando nos hemos dejado de matar y claudicamos de venganzas para ser un país de verdad, las élites nos han quedado mal. Y nos quieren sumir en una desazón nacional de que todo anda peor que siempre.

Entonces, es cuando tiene que aparecer la potencia disruptiva de la creación artística para imaginar narrativas diversas que nos lleven a transformar el estado emocional y político del país. Este libro nos va a contar los modos como el arte se planta en tiempos de paz para intentar otros modos de pensarnos, sentirnos e imaginarnos. Se trata del símbolo, el relato, la disrupción como potencia para imaginar de otras maneras. Pero no es un arte higiénico, ya que el arte es un campo de disputa sobre las estéticas dominantes o insubordinadas, reproducción social o apertura inconclusa, como lo observa Nelly Richard en “Las fracturas de la memoria” (2007). Y es más problemático aún cuando el arte en Colombia se ha convertido en acción pública de “caridad” para el statuo quo, que invita a “donar” dineros vía el arte que se impone en forma de caballos, árboles y mariposas. Allí, el arte no importa, sirve como “mecanismo” para tener caridad con los lisiados de la guerra. En contraposición, este libro se localiza en el arte que incomoda, molesta, pregunta, busca ese nuevo país que surge con la firma de paz: un arte no higiénico, sino político.

Desde el arte y los diversos modos de lo narrativo, la disrupción propone la radicalidad de desmovilizar la paz como palabra/discurso zombie (un concepto vivo-muerto). Desmovilizar la palabra/realidad paz significa pluralizarla, hacerla más cotidiana, convertirla en experiencia de cada colombiano: sacar a la paz del arte y la mediática de Bogotá para habitar los territorios que buscan ir del dolor a la alegría de la esperanza.

La propuesta es pasar de la paz del gobierno y los políticos, al hacer las paces entre todos. Cada uno tiene que hacer las paces con su memoria y su futuro, con su comodidad y sobrevivencia. Debemos comenzar por nosotros mismos, nuestro lugar en esta historia de guerra y el futuro de paz que nos tocó en destino. Y ahí aparece una frase muy nuestra, muy de los amigos y de la familia, esa de cuando dos o más se “enemistan”, se “pelean”, se “molestan”. Los demás les decimos “¿y por qué no hacen las paces?”. Uno va y con cariño le dice al otro hagamos las paces” y se pone a conversar, vuelve la alegría y la sonrisa; el afecto renace y nos sentimos alivianados en cuerpo y alma.

Hacer las paces, porque todos tuvimos existencia en la guerra y todos vamos a tener que participar de la fiesta de la paz, y porque no es una única paz, sino muchas formas de hacer las paces, muchas maneras de amistarnos y gozarnos con el otro y con nosotros mismos. Dejemos el orgullo y hagamos las paces, este es un sentimiento mejor que el odio, más liviano y gozoso que la venganza, y más cercano a lo que somos los colombianos en una tierra de alegría. Más que perdonar, hagamos las paces… comenzando por hacerla con el lenguaje, con uno mismo, con el país, con el amor, con la política, con la justicia, con el Estado. Hagamos las paces como lo sabe hacer el pueblo: narrando y poniendo el cuerpo, porque “quien no cuenta está muerto” y “pobre es quien no baila”. Si reconocemos que somos todos los que hacemos las paces, dejaremos de ser ese zombi en que nos hemos convertido y reviviremos, nos activaremos y nos convertiremos en parte de este nuevo relato y mito fundador de Colombia que nos exige imaginación simbólica, narrativa y emocional.

Hacer las paces significa pasar de las narrativas del pasado basadas en el odio y la venganza a las narrativas del futuro que se localizan en la alegría y el pasarla mejor. Se trata de diluir el moralismo maniqueo de buenos y malos para ingresar en la ambigüedad que es el otro, proveer mínimos de confianza y tejer colectivo, pasar de interpelar al ciudadano como espectador del destino de Colombia para activarlo por la paz y la convivencia entre diversos.

En el horizonte de la comunicación y la narración, la paz significa diversificar los reconocimientos sobre lo que hemos venido siendo y sobre cómo nos hemos venido contando, producir un relato que restituya los sentidos de vida de los “matables” y “los sobrevivientes”, disputar la enunciación pública desde los territorios. Necesitamos muchos relatos de ficción que nos hagan imaginables los futuros del hacer las paces. Y ahí es cuando el arte aparece como lo que siempre ha sido: una acción subversiva de figurarse de otros modos, en otros estilos, en nuevas lógicas, en otros destinos de ser sujeto y colectivo.

Este libro recoge esos diversos modos en que el arte llega, perturba, conmueve y propone ese país que no conocemos, ese donde hacemos las paces entre culturas, familias, regiones, historias y futuros. Este libro es una propuesta para hacer las paces en la Colombia de hoy.

Notas

1 Periodista, académico, ensayista y editor colombiano en temas de periodismo, medios, cultura, entretenimiento y comunicación política. Profesor asociado de la Universidad de los Andes (Colombia). Analista de medios de El Tiempo. Ensayista de la revista digital 070. Consultor en comunicación para la Fundación Friedrich Ebert. orincon@uniandes.edu.co

Introducción
LA PAZ: EL COMPROMISO MAGNO DEL ARTE COLOMBIANO ACTUAL

Marie Estripeaut-Bourjac1

Para dos loros del pueblo de Barú (Bolívar) que repetían “Guerra y Pa”, incapaces de completar la palabra ‘paz’2.

Este libro se inscribe en la dinámica de una nueva línea en el campo de los Estudios latinoamericanos interesada en las relaciones entre prácticas estéticas y prácticas sociales, particularmente en casos de conflictos armados3. Por esta razón, la experiencia de violencia política y social de la parte hispanohablante del continente americano se revela valiosísima para la construcción de una memoria común de la inhumanidad. Pensamos, por lo mismo, que, a partir de la experiencia colombiana, se pueden “aportar elementos de reflexión nuevos en vista de una renovación de la temática teórica general de las relaciones entre arte y política” (Gómez, 2010, p. 2). La presente publicación se inscribe, así, en esta nueva dinámica de estudios, contribuyendo a la temática de la relación de las prácticas artísticas con la sociedad y la política.

Debido a la continuidad y persistencia en el tiempo del fenómeno aquí abordado, este libro no pretende, ni mucho menos, agotar el tema. Así, si tomamos el caso de la literatura, es innegable que, en Colombia, dar cuenta de la violencia secular y endémica que la asola forma parte de su tradición literaria. Al respecto, hace ya unos años, Karl Kohut opinaba que, si hubiese que establecer una diferencia entre la literatura colombiana y la de los demás países del continente, muchos dirían que se trata de la presencia de la violencia (1994, p. 11).

No se trata tampoco de establecer una continuidad en la historia de la cultura de la violencia. Esto ya lo hizo el sonado catálogo de la exposición Arte y violencia en Colombia desde 1948, realizada en 1999 en el Museo de Arte Moderno de Bogotá, dando cuenta de cómo el arte colombiano ha retranscrito la violencia desde 1948 hasta 1999: “[…] toda esta exposición es un documento irrefutable de lo sucedido en nuestro país desde 1948” (Medina, 1999, p. 100). Allí se demuestra también cómo toda una generación de artistas y de intelectuales se dedicó a edificar una memoria contra la impunidad y la amnesia.

Es irrefragable el impacto producido por el conjunto de obras de la mencionada exposición, ya que, si una obra constituye un signo, una muestra colectiva tiene la fuerza de la evidencia. Esta sucesión de cuerpos martirizados nos trae a la mente los escritos de Jorge Zalamea (1978), quien le dio al arte un papel de testimonio, pero también nos revela el desconcierto y la sensación de impotencia que debieron de experimentar durante decenios tanto los artistas como la sociedad en su conjunto ante tantas vidas sacrificadas.

Por esta razón y por algunos factores coyunturales que veremos más adelante, la presente publicación propone un acercamiento diferente a la actual producción artística colombiana y, en vez de hablar del arte solo en términos de violencia, lo hará pensando en la paz, es decir, dejando entrever o proponiendo una sociedad cuyas relaciones entre los seres no se basen en el enfrentamiento y el odio. En efecto, los artistas y las iniciativas aquí convocados, si bien se inscriben en la continuidad de la exposición de 1999 y no dejan borrar el camino abierto por el arte en tanto que testimonio, también plantean el arte como espacio de libertad para actuar e imaginar propuestas de otras construcciones simbólicas y modalidades de convivencia, es decir, como una forma particular de hacer las paces. La denuncia que conllevan las prácticas artísticas aquí abordadas se abre así sobre un horizonte esperanzador, indudable signo de los tiempos actuales y de la voluntad de una nación de construir un proyecto de paz que pueda plasmarse en la vida cotidiana y cuestionar la incorporación social e individual de la guerra en el diario vivir de los colombianos.

1. 1985: una fecha decisiva

Si volvemos un poco atrás en el tiempo, una fecha clave se nos impone: 1985, con lo que de inmediato se le asocia el magnicidio del Palacio de Justicia de Bogotá4. Esta fecha representa, para la historiadora María Teresa Uribe, “un corte” y “un parte de aguas” en la historia del país (Estripeaut, 2005). Y bien es cierto que lo ocurrido aquellos 6 y 7 de noviembre queda todavía presente en la mente de los colombianos: “En esos años, Colombia nunca supo realmente qué fue lo que pasó y, por lo tanto, no sepultó ese nefasto capítulo de la historia” (Santos, 2008, p. 26). Lo sucedido en el Palacio de Justicia mostró, en efecto, que la paz era la única vía posible, ya que “el conflicto cambia de tono, se deteriora, se degrada a causa de lo que sucedió allí […]” (González, 2008, p. 67). Así, para la artista plástica Doris Salcedo, este drama quebró la historia de Colombia y marcó profundamente su vida y su obra. Ella se encontraba en la Luis Ángel Arango y fue testigo:

[…] a pocos metros la gente se estaba quemando viva. Su reflexión la llevó a preguntarse: ¿qué significa esto para mí?, ¿cómo afecta mi vida?, ¿cómo sigo comiendo, viendo televisión, caminando en una vida aparentemente normal, cuando sé que esto ocurre? Si pasa esto aquí, a mí también me está sucediendo (Ibid. p. 67).

El año 1985 marca así una nueva aprehensión de la memoria, que se empieza a considerar como terreno de pugna. Se dinamizan las luchas en torno a su reivindicación, merced al papel relevante que cobran paulatinamente las víctimas. Ellas se convierten en sujetos sociales que participan en la búsqueda de verdad y de reparación con unos relatos que le plantean a la sociedad colectivizar el dolor como denominador común de una historia compartida. Estos relatos constituyen elementos que configuran un contexto diferente al que se conoció durante La violencia de los años cuarenta y que replantean la función de su narración mediante prácticas artísticas.