La liturgia del esclavizador

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—La silla de la izquierda será ocupada por Lidia, ella se encargará de tu comodidad allí abajo y de protegerte en todo momento en caso de que se tuerzan las cosas. Pero confiemos en que todo vaya como la seda. La silla del medio está reservada para Miguel, él se encargará de controlar todos los parámetros de tu cerebro cuando sueñes. Yo me acomodaré en la tercera silla, la que está reservada para el arquitecto onírico. Esta noche no necesitaremos los servicios de ninguno.

—¿Las funciones de Miguel y las de los arquitectos oníricos no son las mismas?

—No, no tienen nada que ver —dijo el propio Miguel interviniendo en la conversación —. Estoy loco, pero no tanto.

En ese preciso instante, Martín comenzó a encender los distintos ordenadores y a preparar la sala para la prueba.

—Perdonad mi ignorancia, pero… ¿qué diferencia hay?

—Pues muy sencillo —respondió Martín—. Miguel analizará tus patrones y fases del sueño y será el encargado de despertarte cuando este sea más ligero y propicio para pasar al estado de vigilia. Lo consigue gracias a un sensor que permanecerá oculto debajo de la almohada y que registrará tus movimientos durante la noche generando las gráficas de los ciclos del sueño. Controlará también el funcionamiento de una pequeña grabadora que saltará cada vez que capte un sonido, lo que permitirá analizar en detalle tus posibles monólogos inconscientes. Conocerá el momento exacto en el cual quedes dormida, cuántas veces te despiertas y cuánto tiempo pasarás en las distintas fases del sueño.

—Y entonces, ¿la misión de los arquitectos oníricos?

—Solo actúan en las fases REM. Son los encargados de supervisar que la implantación y la sincronización de las experiencias se hagan de la forma correcta.

—¿Realizáis también estudios a domicilio?

—En principio no. Los estudios que establecemos aquí son mucho más completos y precisos, aunque somos conscientes de que la gente siempre se muestra más cómoda y relajada en sus casas. Es por eso por lo que elegimos minuciosamente todo dependiendo del soñador en cuestión.

—¿Todo? ¿A qué te refieres con todo?

Lidia se sentó en su correspondiente silla e invitó a Alicia que hiciera lo propio en la contigua.

—Te lo explicaré. Yo soy la primera en entrar en acción, antes de nada es necesario descontaminar la estancia, regulando la temperatura entre los dieciocho y los veinte grados centígrados y la humedad relativa en el ambiente que debe oscilar entre el 41 % y el 55 %, que es la famosa zona de confort. Acto seguido, voy a conectar un purificador de aire eficaz contra alérgenos, olores, virus, bacterias, partículas contaminantes, ácaros del polvo y compuestos orgánicos volátiles. ¿Padeces de algún tipo de alergia?

—No.

—¿Asma?

—No.

—¿Dermatitis atópica?

—No.

Alicia observaba como trabajaba Lidia y como le explicaba todo como si tuviera que hacerlo ella misma al día siguiente. Cuando la barra de progreso del depurador llegó al 100 % Lidia dejó de prestar atención a ese monitor y se centró en otro en donde había imágenes de distintos tipos de colchones.

—Vamos a elegir el colchón que mejor se adapte a tu fisionomía y mejor descanso te vaya a proporcionar. Para ello, suelo tener en cuenta dos factores, el material y la firmeza. ¿Sueles cambiar de postura a lo largo de la noche?

—No.

—¿En qué postura sueles dormir normalmente?

—De lado. Sufro una ligera escoliosis. Si duermo boca arriba muchas horas me levanto con dolor de espalda.

—Ok. Entonces de muelles y de látex descartados. Voy a elegir un colchón viscoelástico de noventa con firmeza intermedia. Es un colchón mullido y adaptable. Absorben bien el movimiento, el único inconveniente es que no suelen transpirar bien, por lo que tienden a acumular calor, pero eso no va a ser problema, porque lo contrarrestaremos con la estación de aire acondicionado.

Lidia interactuó con uno de los teclados y algo comenzó a suceder en mitad de la cámara. Cuando Alicia se incorporó de la silla y desvió la vista a través de la cristalera hacia la sala en donde pernoctaría horas después, observó la presencia de un hueco de un metro de ancho por dos de largo justo en el centro. Instantes después, fue testigo de cómo una plataforma rectangular en donde yacía una cama ascendía lentamente hasta quedar a ras del suelo. La plataforma una vez que se confundió con el tono marrón del suelo de parqué comenzó a girar despacio en el sentido de las agujas del reloj como si intentara encontrar la posición idónea. Unos segundos después, el movimiento cesó por completo.

—Pasemos ahora a la elección de la música relajante. —Prosiguió Lidia—¿Sabes lo que es el ruido blanco?

—No, nunca lo había oído.

—El ruido blanco es un sonido constante proveniente, por ejemplo, de una máquina, de la lluvia o del traqueteo de un tren. Si lo elevamos un tono por encima del resto de ruidos ambientales hacen que desaparezcan como por arte de magia. Por otro lado, su monotonía hace que nuestro cerebro lo aísle a la perfección dentro del espectro sonoro llegando a dejar de oírlo y a olvidarlo, dándonos la misma sensación que si estuviéramos en silencio. Tengo cientos de ruidos blancos en la base de datos, ¿cuál te gustaría probar?

—Pues no sé…

—Distintos tipos de lluvia, el sonido de las olas en una playa, un pequeño cauce acuático, el sonido de un arroyo, el crepitar de una hoguera, cantos de pájaros, el sonido de una guitarra…

—El crepitar de una hoguera no estaría nada mal.

—Ok. Pues adjudicado.

—Martín le dijo a Virginia por la mañana que eres la única que utiliza la cámara y el láser.

—Sí, así es.

—¿Que controlas con eso? Tengo curiosidad.

—Lo utilizo para medir los signos vitales del soñador sin contacto físico, simplemente con eso, con una cámara y un sensor a distancia, evitando, de esa manera, cualquier tipo de cable, tubo o vía intravenosa.

—¿Se puede hacer?

—Sí, claro, con un láser y una cámara de alta precisión que es capaz de «leer» la luz reflejada en la habitación y extraer de los patrones, que cambian continuamente, las nano vibraciones que emite el soñador. La combinación de la cámara y el sensor láser puede monitorizar el ritmo cardiaco, el ritmo respiratorio, la presión sanguínea, los sonidos pulmonares, la actividad muscular e incluso los niveles de glucosa en sangre.

—Bienvenida al siglo XXI, Alicia —le anunció Miguel sonriendo—. Has tenido suerte de nacer en esta época, tu cura hace setenta años no era otra que una maravillosa e impresionante lobotomía transorbital.

—Eh, Miguel, no la asustes. Y, probablemente, dentro de setenta con una simple pastilla solucionen tu problema —le contestó Lidia tranquilizándola—. No le hagas ni caso.

Pero Alicia no estaba prestando atención a sus palabras. Su mirada se había posado en los monitores que descansaban en la sección de Miguel.

—¿Ese es un monitor de sueño? —se interesó Alicia acercándose con la silla e indicándolo con el dedo índice de su mano derecha.

—Sí. Es un monitor de sueño de calidad científica.

—Y… ¿qué datos registra? He oído hablar de ellos, pero nunca había visto ninguno.

—Las fases del sueño, la duración de este y su calidad. ¿Sabes algo de las fases, Alicia?

—Poca cosa.

—No te preocupes. A lo largo de la noche, en los sueños se alternan una serie de ciclos de ondas cortas y largas que generan diferentes fases que duran aproximadamente noventa minutos y cuya alternancia se puede producir entre cuatro y seis veces en el periodo de descanso nocturno. Las diferentes ondas cerebrales determinan los estados de vigilia y sueño. Y, dentro de este, también varía la actividad eléctrica del cerebro dependiendo de las fases del sueño en la que se esté. Este es el monitor de las ondas. Y este de aquí, es el de las fases del sueño. La primera fase es la fase de la vigilia, en donde se produce una transición entre el sueño y la vigilia. El sueño es tan ligero que incluso nos puede parecer que no estamos durmiendo por la facilidad en la que se entra y se sale de ella. Es un estado de semiinconsciencia que permite escuchar lo que sucede a nuestro alrededor. En esta etapa predominan las ondas theta. La segunda fase es la preparatoria para el sueño de calidad. Aquí existe una mayor relajación muscular y los ojos permanecen en reposo. Se ralentizan y sincronizan las ondas cerebrales y se entra en una fase de inconsciencia para captar los estímulos exteriores. La tercera es la del sueño profundo. Aquí nuestro organismo comienza a entrar en el auténtico sueño profundo y reparador. En esta etapa predominan las ondas delta. Durante la cuarta fase comienzan a aparecer imágenes aisladas entre sí. La quinta y última fase es la archiconocida como fase REM. Donde se producen los sueños en forma de historias que se pueden recordar posteriormente y la relajación muscular es total, mientras que la actividad cerebral es similar a la que se da en el estado de vigilia. Nuestro cerebro puede estar incluso más activo que durante la vigilia pese a que tengamos la sensación de inactividad mientras dormimos un sueño profundo. Ni que decir tiene que las fases del sueño se repiten cíclicamente a lo largo de la noche cuatro o cinco veces. Como puedes comprobar, mientras te encuentres allí abajo durmiendo, tu cerebro nos pertenece —le dijo Martín a sus espaldas.

—Ya veo, ya.

11

—Y, debajo de aquel bulto, ¿qué se esconde? —preguntó Alicia intrigada.

Los tres postergaron momentáneamente lo que estaban haciendo y desviaron la vista hacia el mismo punto, la tercera silla, la del arquitecto onírico. A su lado una manta con las palabras «Unidad Onírica Experimental» y el logo de la institución cubría algo de medianas dimensiones. Los tres se miraron entre sí sin saber muy bien qué decir. Fue Martín quien rompió de nuevo el silencio con sus palabras.

 

—Es la máquina que usan los arquitectos oníricos. No sabríamos muy bien explicarte cómo funciona. Tendrás que esperar a que lo haga uno de ellos.

—No sabéis cómo funciona, pero ¿sabríais explicarme qué hace?

—Gracias a una máquina como esta, un arquitecto onírico puede visualizar lo que sueñas en una pantalla.

—¿Me lo dices en serio?

—Completamente en serio. Y más todavía, puede interactuar corrigiendo el devenir de tu sueño en tiempo real.

El rostro de Alicia se quedó petrificado mirando al bulto en el fondo de la sala de control. No daba crédito a las palabras que acababa de escuchar. Una vez más, tardaría unos cuantos segundos en asimilar lo que alguien le dijo dentro de ese púlpito.

—Nunca pensaría que los sueños pudieran llegar a monitorizarse como si se tratara, no sé, de...

—…de un videojuego —terminó la frase Lidia acercándose hasta el bulto y tirando con mucha delicadeza de la manta que lo cubría—. Nosotros tampoco lo pensábamos hasta que presenciamos por primera vez su funcionamiento.

Cuando la máquina quedó al descubierto, Alicia quedó más sorprendida aún con su apariencia física. Lo primero que se le pasó por la cabeza era la impresión de estar viendo un objeto que no pertenecía a este mundo. A este mundo ni a esta época.

—Es lo más parecido a una obra de arte que he visto en toda mi vida —musitó Miguel arrodillándose ante ella y limpiando su nombre con la manga derecha de su uniforme—. No entendemos como lo hacen, pensamos que están locos pero la realidad es que son unos putos genios para fabricar algo como esto.

—¿Dorothy? —dijo Alicia mientras leía el nombre de la placa que lucía en un lateral.

—Sí, así la bautizó Rebeca, la arquitecta onírica de esta sala.

—¿Legendary Dream Cátcher?

—Sí, eso es. Los arquitectos oníricos operan siempre desde la misma sala y usan siempre la misma máquina. Esta es su sala.

—Ya te entiendo. O sea, ¿que los intrusos sois vosotros qué andáis saltando de una sala a otra?

—Así es.

—Y una cosa más, tengo curiosidad. ¿Qué calidad de imagen se puede conseguir?

—Al principio, hace cuatro años, cuando estábamos empezando, no había imágenes, solo números. Ceros y unos más concretamente, que ellos mismos descifraban y los transformaban en objetos materiales. Tardaban tiempo en cumplir con su cometido, por lo que se producía un inevitable desfase de tiempo que fueron corrigiendo hasta hacerlo desaparecer por completo. La tecnología fue avanzando y la voracidad de esta gente por mejorar no tiene límites. De los números, pasaron a los puntos y las rayas y, de ahí a las imágenes, primero en blanco y negro y con unas resoluciones muy pobres hasta llegar a como lo podemos ver en la actualidad, en pantallas de sesenta y cinco pulgadas con 4K y HDR.

—¿Podéis ver los sueños en un monitor como si se tratara de una película o un videojuego?

—Sí, y todo en tiempo real sin apenas desfase.

—¿Con cuántos arquitectos oníricos contáis?

—Hay doce en plantilla, pero de todos ellos, solo una puede presumir de ser de las primeras, de las de la vieja escuela.

Alicia, en ese momento, dejó de tener dudas. Ahora tenía la firme convicción de que Virginia tenía razón y de que esa gente la iba a curar sí o sí. Comenzaba a pensar que su problema, su trastorno, era una miguita de pan en el camino de esta gente que con la ayuda de estas modernas instalaciones y su inestimable profesionalidad no tendrían problema alguno.

—Escúchame con atención, Alicia. En la primera poli no solemos activar ni sincronizar una máquina onírica con el cerebro de ningún soñador, y menos aún sin su arquitecto presente, pero contigo vamos a hacer una excepción. Esta noche te conectaremos a Dorothy para ver si podemos captar la naturaleza de tus pesadillas y así poder examinarlas más en profundidad. Pero solo veremos lo que sucede en tus sueños, no vamos a interactuar. Mañana por la mañana, cuando te levantes, nos reuniremos en una sala y te mostraremos lo que hemos visto, si de verdad vemos algo ¿Entendido?

—Entendido.

—Pues, sin más preámbulos, vamos a comenzar. Ya son las diez y media.

Martín y Miguel se incorporaron para despedirse de ella y, acto seguido, volvieron a ocupar sus respectivos asientos mientras Lidia la acompañó hasta un discreto vestuario pensado para una sola persona nada más, pero en el que no faltaba ningún detalle. Un albornoz blanco colgaba de una percha en el interior de un armario empotrado al lado de dos montañas de toallas de distintos tamaños cuidadosamente colocadas en una repisa. Un secador de pelo reposaba en su correspondiente soporte al lado de un armario con espejo y lavabo. Al fondo, pudo observar un gran plato de ducha rectangular con la típica mampara de baño serigrafiada con las letras CMTS.

—Si no hay cambio de planes, este será tu vestuario durante todos estos días. Tómate el tiempo que necesites. Ponte el pijama, lávate los dientes, haz lo que creas conveniente. No hay prisa. Cuando estés lista, dirígete hasta la cama en el centro de la cámara. No hay pérdida. Yo estaré allí para darte las últimas indicaciones y para darte el besito de buenas noches —le dijo Lidia guiñándole un ojo.

—Muchas gracias por todo, me siento muy cómoda entre vosotros. No tardaré mucho, diez minutos, quince a lo sumo.

—Cuando quieras beber agua, no lo hagas del grifo del lavabo, utiliza esto —le dijo Lidia enseñándole un moderno y silencioso dispensador de agua compuesto por dos grifos y un bidón de veinte litros en su parte posterior—. Aquí tendrás agua fresca y del tiempo.

Diez minutos más tarde, Alicia cerraba la puerta del vestuario y se dirigía hasta el lugar donde pernoctaría. Lidia ya estaba esperándola con una especie de araña metálica en sus manos en el cabecero de la cama.

—Sobre la sábana bajera y debajo de la almohada hay alfombrillas que actuarán de sensores y que estarán enviando datos al púlpito. Ni que decir tiene que puedes levantarte cuando quieras a lo largo de la noche para ir al aseo.

—¿Tengo que encender alguna luz?

—No te preocupes, no será necesario. No te dejaré en completa oscuridad. Cuando apaguemos los halógenos, quedará encendida una lámpara led circular que emitirá distintas tonalidades de color con una intensidad tenue.

—No se os escapa nada, por lo que veo.

—Somos un poco meticulosos. Nos gusta hacer las cosas bien.

Alicia se echó en la cama y se tapó con una fina sábana de seda.

—Esto que tengo en mis manos se llama «captasueños craneal». Te voy a cubrir la cabeza con él, al principio, sentirás cosquillas y una leve molestia, pero al cabo de unos minutos y antes de quedarte dormida, desaparecerá esa extraña sensación y creerás que no tienes nada.

—¿Eso es lo que está conectado con Dorothy?

—Así es.

—¿Sabes una cosa, Lidia?

—Dime.

—El simple hecho de saber que conoceréis de primera mano con lo que me enfrento cada noche me tranquiliza.

Lidia la miró con ternura, la dio un beso en la frente y de sus labios brotaron las palabras más alentadoras que alguien la había manifestado nunca.

—Desconocemos lo que pasa por tu cabeza por las noches cuando cierras los ojos, pero ten por seguro que, sea lo que sea, no te acompañará siempre. Nosotros te ayudaremos a que así sea. Buenas noches.

—Buenas noches.

Cuando Lidia abandonó la cámara, los doce halógenos del techo comenzaron a perder intensidad de forma paulatina hasta apagarse por completo. Alicia, con su espalda sobre el colchón y mirando al techo pudo sentir cómo se alejaba la joven, cómo se abría y se cerraba una puerta y acto seguido ya no percibió nada más. Solo silencio.

Antes del accidente, le costaba dormir en cualquier sitio que no fuera su propia casa. No conseguía conciliar el sueño. En estos últimos ocho meses también le costaba, pero no tuvo más remedio que acostumbrarse. No le seducía la idea de que tres desconocidos fueran a pasar la noche entera vigilándola detrás de una cristalera, pero era la única opción si quería ganarle la batalla a las pesadillas que la atormentaban. Ellos harían todo el trabajo sucio, ella solo se limitaría a dormir o, por lo menos, a intentarlo.

12

Los tres ya ocupaban sus respectivos asientos en el púlpito. Lidia activó la lámpara led circular, como le había prometido y esta comenzó a emitir la primera tonalidad de las tres que tenía programada. Del azul pasaría al rojo y después al amarillo. Era una secuencia estudiada que, por lo visto, facilitaba el sueño. Los datos de las alfombrillas comenzaban a llegar a los monitores de Miguel. Todo se desarrollaba con normalidad. Martín, a pesar de no sentarse donde tenía costumbre, no se sentía incómodo, ni mucho menos. Dorothy permanecía encendida en su rincón a la espera de recibir información, pero aún era temprano para ello.

Alicia estaba cansada, la caminata de por la tarde le había hecho mella, y la realidad es que no tardó mucho tiempo en caer en los brazos de Morfeo escuchando el crepitar de esa hoguera imaginaria. Miguel, a través de los monitores, fue testigo de cómo entraba en la primera fase del primer ciclo y como esta daba paso a las siguientes. En las fases REM de los dos primeros ciclos, Dorothy no captó ninguna actividad onírica, pero en la del tercero sí. Eran las tres y cuarenta y dos minutos de la madrugada cuando aparecieron las primeras ensoñaciones en la pantalla de sesenta y cinco pulgadas ubicada en la zona más elevada y céntrica de la sala de control.

El escenario no era otro que un pequeño embarcadero de madera que se adentraba en lo que parecía un lago rodeado de montañas. Estaba atardeciendo. Una bandada de pájaros sobrevolaba a mediana altura, sus siluetas podían verse reflejadas en las tranquilas aguas azul turquesa. El lugar transmitía mucha paz y tranquilidad. A los pocos minutos, un hombre y un niño entraron en escena. Todo parecía indicar que se trataba de un padre con su hijo. Caminaron sin ningún tipo de prisa pisando las tablas de la estructura. Los tres jóvenes en el púlpito fueron testigos de cómo crujía la madera al hacerlo.

Cuando llegaron al final, se sentaron en el borde y contemplaron el bonito paisaje sin mediar palabra. Así permanecieron durante un buen rato y, cuando por fin el sol perdía fuerza y comenzaba a ocultarse, la escena se tornó más oscura. El niño se inclinó hacia su padre y le susurró unas palabras al oído. El padre le dio un beso y alzó la vista hacia el cielo indicándole algo con el dedo índice de su mano derecha.

Antes de que los dos protagonistas abandonaran el lugar, la imagen comenzó a difuminarse hasta desaparecer de la pantalla. Miguel se percataba de que la fase REM del tercer ciclo tocaba a su fin.

El tiempo continuaba transcurriendo en esa sala de control y, con él, las fases y los ciclos de Alicia. Y cuando ya daban por hecho que no habría más ensoñaciones, Dorothy volvió a encender la segunda luz verde, hecho inequívoco de que volvía a captar algo. Eran las seis y cincuenta y ocho minutos, la fase REM del quinto y último ciclo. La primera en darse cuenta fue Lidia, ya que el monitor de las constantes vitales comenzó a emitir un ligero, pero persistente pitido. La frecuencia cardiaca de Alicia comenzaba a ascender paulatinamente, sobrepasando la barrera de las ochenta pulsaciones por minuto, algo inusual en estado de reposo.

Ahora el escenario era muy diferente. No había lago, ni embarcadero, la estampa no era nada dulce ni familiar sino todo lo contrario. Alicia se encontraba tirada en lo que, a primera vista, parecía un camino de tierra. A través de sus ojos, lo poco que se veía, estaba desenfocado. Cuando por fin se incorporó y se sacudió la ropa de polvo, levantó la vista, pero una espesa niebla la impedía distinguir más allá de diez metros de su posición. La lluvia comenzó a hacer acto de presencia en ese inhóspito lugar. A Alicia no le quedaba más remedio que caminar e intentar buscar algún sitio para refugiarse del viento y la lluvia. Sus pasos no eran firmes ni decididos. Posiblemente, estaba herida o cansada.

Una forma blanca comenzaba a dibujarse a un lado del camino. En la sala de control, ninguno de los tres sabía de lo que se trataba hasta que Alicia no se acercó un poco más. Una caravana muy descuidada hizo acto de presencia. Su dueño, si algún día lo tuvo, la había abandonado a su suerte y se había olvidado de ella. Tenía los cristales de las ventanillas rotos y dos ruedas pinchadas. Alguien había pintado con pulso tembloroso una calavera roja en la chapa de la puerta oxidada. Pero Alicia no se dejó amedrentar y siguió caminando. Su intención era entrar dentro para resguardarse del frío. Cuando ya había llegado y estaba orientando su cuerpo para girar la manilla de la puerta, escuchó un ruido a sus espaldas. El sonido era similar al de una cadena meciéndose. Estaba cansada y asustada, pero aun así se volvió para ver de qué se trataba. En ese preciso instante, tanto Martín, Miguel como Lidia no daban crédito a lo que captaron sus retinas. La aterradora imagen penetró en sus cabezas como tres cuchillos bien afilados. Eran tres las niñas que jugaban en un improvisado parque infantil al otro lado del camino. Dos de ellas compartían edad, no llegaban a los ocho años. La otra era más pequeña, tendría cinco o seis. Restos de cadáveres yacían a su lado, pero ellas no parecían inmutarse. Estaban acostumbradas. La niña más pequeña permanecía entretenida sentada en la hierba escarbando con un palo la tierra húmeda. Las otras dos tarareaban al unísono el estribillo de una canción infantil mientras una columpiaba a la otra. En un momento dado, la niña que empujaba dejó de hacerlo y de tararear y se acercó a una sombra que colgaba de las ramas de un viejo árbol. Alicia sabía muy bien lo que era, ya lo había visto en otras ocasiones. Se trataba del cuerpo sin vida semidesnudo de una mujer de mediana edad que se balanceaba al son del viento que soplaba por aquel lugar. La más pequeña cogía puñados de tierra con sus diminutas manos y se los llevaba a la boca, como si se tratara de trozos de un pastel de chocolate. La del columpio intentaba impulsarse por sí misma, pero se vio incapaz y desistió.

 

Lidia decidió apartar la vista de la pantalla y no seguir mirando. Sus compañeros, en cambio, no podían dejar de hacerlo. De vez en cuando, se intercambiaban miradas de asombro, pero a los pocos segundos sus vistas volvían a posarse de nuevo en las tres niñas y en la forma tan grotesca que habían encontrado para divertirse. No había ni rastro de ningún adulto por ahí cerca para recriminarles su actitud. Martín era consciente de que, al tratarse de un sueño, todo era más permisible, menos lógico.

Los pies de la mujer quedaban a la altura de los ojos de la pequeña y esta, ni corta ni perezosa, extendió sus brazos y comenzó a acariciarlos de una forma suave y delicada. La dulzura de sus movimientos conseguía que la escena fuera mucho más aterradora, si cabe.

Alicia giró la manilla, abrió la puerta de la caravana y entró cerrándola tras de sí.

Lidia se centró en el monitor de las constantes vitales, donde la frecuencia cardíaca se mantenía en ochenta y dos pulsaciones por minuto. No bajaban, pero tampoco subían.

En el interior de la caravana, la suciedad y el evidente desorden eran las notas predominantes. La cámara se paseó por toda la estancia captando mucha basura desperdigada por el suelo y manchas de grasa en distintas partes del estropeado y envejecido mobiliario.

Alicia no se encontraba cómoda rodeada de tanta porquería, pero por lo menos estaba protegida de las inclemencias meteorológicas y de los posibles peligros del exterior. Allí dentro estaba menos expuesta a lo que le pudiera suceder y eso era lo que en realidad pretendía. Su objetivo prioritario era aprender de los errores y evitar volver a pasarlo mal.

En esos precisos momentos, una escandalosa sirena comenzó a sonar en alguna parte. Alicia la oyó y pudo comprobar como también lo hicieron las niñas porque, a través del ventanuco roto, fue testigo de cómo las tres abandonaban sus juegos y emprendían una huida apresurada camino adelante. Había escuchado en muchas ocasiones ese sonido para saber lo que significaba. La noche estaba cerca y si por el día las cosas no pintaban nada bien, por las noches la sensación de terror se multiplicaba exponencialmente. Alicia no sabía qué lugar era ese al que regresaba noche tras noche, pero lo que sí tenía claro es que era muy hostil, tanto que muchas veces buscaba un lugar seguro como esa caravana, se acurrucaba en un rincón y dejaba que pasara el tiempo.

Para Lidia y Miguel, todo lo que aparecía en la pantalla era desconocido y muy diferente a lo que estaban acostumbrados. Martín al principio así lo pensaba también, pero después de oír el sonido de esa sirena algo comenzó a resultarle familiar dentro de su cabeza.

—Nunca había visto nada por el estilo. Si todas las noches sueña con esto, no me extraña que esté desesperada —apostilló Lidia sin esperar ningún tipo de respuesta.

—Lo cierto es que es un episodio bastante macabro. Ya lo es para nosotros que lo presenciamos desde fuera, no quiero ni imaginarme cómo lo vivirá ella en primera persona —apuntó Miguel uniéndose a la conversación.

Martín no hablaba. Sus ojos estaban clavados en esa pantalla y su cabeza daba vueltas y más vueltas a la espera de respuestas. Tenía la absoluta certeza de que esa sirena la había escuchado con anterioridad en alguna parte y juraría que no había sido en la vida real. Toda su atención descansaba en el interior de esa caravana reconvertida en un gran foco de infección en donde permanecía Alicia acongojada, sin saber muy bien qué hacer.

13

La cámara se mantenía inmóvil enfocando al suelo. Alicia estaba arrodillada en una esquina, entre un viejo colchón descolorido y una montaña de hojas de periódico rezando con los ojos cerrados y con el crucifijo que siempre llevaba colgado en el cuello en sus manos a modo de rosario. En el púlpito, los tres eran testigos de cómo susurraba sus oraciones entre evidentes temblores. En el exterior, el viento soplaba cada vez con más virulencia y la lluvia no parecía amainar. Prometía ser una noche larga la que tenía por delante, pero se conformaba con que no la encontraran y la dejaran en paz, aunque sabía que era complicado. Esos bichos eran buenos rastreadores y tarde o temprano sus olfatos los conducirían hasta su posición. Tarde o temprano, encontrarían la caravana, la rodearían y comenzarían a dar golpes y chillar hasta que llegara lo único que podía hacerles frente y ahuyentarlos: la luz del día.

—Espero que esta vez no tengan tan desarrollados sus instintos y esta noche tenga más suerte y me dejen en paz —consiguió balbucear Alicia para sus adentros.

Tanto Martín como sus dos compañeros eran conscientes de que lo que estaban presenciando era un episodio onírico bastante agresivo. Lo cierto es que no era lo habitual y, aunque en más de una ocasión ya habían lidiado con algo parecido por separado, por norma general, la gente no soñaba lo que Alicia. Ni muchísimo menos. Y todo parecía indicar que aún no habían visto nada, que esto era solo el principio.

Martín necesitaba que la cámara se moviera de nuevo. Maldijo no tener la soltura de una arquitecta onírica experimentada, como Rebeca. Tenía la corazonada de que conocía ese lugar, ese árbol con esa mujer ahorcada en una de sus ramas, el ulular de esa sirena…

Alicia cogió uno de los periódicos de la pila y lo abrió, extendiendo sus hojas ante ella. La cámara captaba los titulares y las palabras de las noticias que allí estaban escritas, pero desde el púlpito no podían leer nada porque todo aparecía muy desenfocado. Sin la presencia de un arquitecto onírico que pudiera resolver el problema no les quedaba más remedio que esperar a que leyera alguna de las noticias en voz alta. No leyó ninguna, pero sí llegó a pronunciar el nombre de un lugar que aparecía en una de ellas.

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