Detrás de la máscara. Vol I

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Aus der Reihe: Detrás de la máscara #1
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Un orden mundial perfecto, una raza joven, enérgica, donde los que sobrevivieran serían los más fuertes, más inteligentes y además previamente sometidos y amedrentados psicológicamente para no revolucionarse, un nuevo mundo creado de las cenizas del antiguo que avanzaba con rapidez, con conocimientos de sobra para formar un renovado período en la historia de la humanidad, no habrían de pasar por ninguna época pasada, serían los nuevos dioses, crearían un todo de la nada.

La idea era extraordinaria para los líderes, dueños de este mundo fetén, todo reportaría beneficios, no había cabida para el error, nada podía fallar…

Pero como toda idea basada en la opresión y el maltrato hacia sus iguales, los planes se verían truncados por la selección natural y como desde las antiguas épocas, por la repetitiva avaricia humana…

Poco a poco los campos fueron un cultivo de nuevas enfermedades, muchas de las ya erradicadas hacían su estelar aparición de manera sobre evolucionada.

Un cóctel de todas ellas germinaba rápidamente entre los trabajadores de los Bgul, debilitados por las intensas y devastadoras condiciones físicas a las que se veían sometidos.

El afán de poder de los dirigentes mermaba cada día la calidad de vida de estos «trabajadores», condiciones insalubres, falta de higiene, deshechos acumulados, hedores inconcebibles, sumado a lesiones, pústulas, infecciones incurables, pésimos estados anímicos, falta de estructuras para el descanso…, todo ello carente de importancia ante el ansia de construir de forma masiva para la creación de nuevos imperios para los poderosos.

Las demás ramas de «esclavos», como los científicos, podían vivir un poco mejor, la única diferencia es que sus funciones las desempeñaban en el interior de los sub-búnkeres, privados casi por completo de la luz solar, derivando de ello otros problemas de salud.

(Nota del autor: Ni la estructura de los campos, ni los distintos departamentos que los forman, serán expuestos por carecer de interés para el entendimiento del funcionamiento de los mismos.

Las especiales características de los campos crearon un clima idílico en el que las ratas, no se sabe cómo, aparecieron con una estructura corpórea mejorada, proliferaron de manera masiva, creyéndose extintas, fue la especie que sirvió de único sustento en los Bgul y fuera de ellos, todo el mundo se alimentaba de rata, desde la punta de la pirámide hasta el ser humano más insignificante.

Los Bgul se volvieron aún más rentables, por sí solos producían alimento y además relativamente bueno, la rata tenía todos los nutrientes necesarios para alimentar a una persona, su carne paliaba el hambre y su sangre, la sed.

Construían la nueva civilización, con una mano de obra que prefería estar allí, preservando una mínima esperanza de vida, antes que escapar y afrontar una muerte segura por inanición.

Luchaban entre ellos por la caza de estos roedores, todo era perfecto, los que no valían para la caza morían, o alguien más fuerte robaba la caza para su sustento y para el aporte diario de comida a los líderes, (el que no aportaba era aniquilado y servía para posterior sustento de las ratas, se rumoreaba que también a las «no ratas», pero nunca llegó a demostrarse que existieran conductas caníbales), la solidaridad pasó a ser eliminada, las únicas necesidades que quedaron en los campos fueron la de alimentarse y con ello sobrevivir, daba igual al precio que fuera.

Poco a poco todos fueron muriendo, ya por enfermedades, muchas de ellas casi absurdas, por extenuación o asesinados por algún semejante.

La gran revolución que iba a ser el sistema Bguliano, cayó en picado por su propio desastre interno, la gran peste de los Bgul aniquiló la mayor parte de la población, sí, la pequeña y «cabrona Yersin», como la llamaban (Yersinia pestis, bacteria causante de la peste) no solo logró sobrevivir al fin del mundo, sino que era imparable, una supermutación tenía la culpa de su gran resistencia, las ratas se la contagiaban entre sí y al ser cazadas, estas junto a sus pulgas, se la pasaban al ser humano, un desastre de tal magnitud que casi supuso la extinción total de la raza humana.

Los líderes murieron con rapidez, del mismo modo que sus sueños de poder.

Tras pocas semanas de desolación y muerte, los diferentes campos fueron abandonados con el horror en las miradas de sus ocupantes, algunos se resistieron a irse, el miedo y la incertidumbre se daban la mano con el trauma sufrido.

Quienes lograron sobrevivir, anduvieron sin rumbo en busca de un lugar apto para empezar una nueva vida, el año que los Bgul aislaron a los resquicios de raza humana que quedaban del mundo exterior, hicieron que el planeta se regenerara muy lentamente, viéndose de nuevo algunas especies vegetales y animales, que pronto volverían a ser aniquilados por los desesperados supervivientes.

El gran interrogante nunca será resuelto con exactitud, ¿cómo sucedió lo mismo en todos los campos, al mismo tiempo, fue alguien, algo o una asombrosa coincidencia?, puede que nunca se sepa, pero de no haber ocurrido aquello, seguramente estas líneas no estarían escritas.

2

—¡Tengo que rescatarla, está, está… viva!

Los doctores, desesperados, avanzaban por los pasillos del sub-búnker, corriendo extenuados sin rumbo, solo habían salido dos veces al exterior, ambas con los ojos vendados.

En sus mentes centelleaba la posibilidad de no encontrar nunca la salida, el terror y el hambre hacían que sus piernas temblaran con cada zancada, cada vez más corta.

Anteriormente, tenían una misión impuesta, cumplir todo tipo de peticiones sin cuestionar nada, en un principio habían sido sutiles ruegos para después convertirse en estrictas órdenes sin dilación en su cumplimiento, habían visto el horror cara a cara y agachado la mirada para que fuera la vida de otro la que se esfumara y así darle una mínima esperanza a la suya.

Todo daba vueltas en sus cabezas, mientras sus piernas por inercia les hacían correr, cada vez más fatigados, sentían cómo las fuerzas poco a poco les abandonaban, sabían con certeza que aquella sala estaba cerca de su laboratorio, recordaban la infinidad de visitas de los gobernantes y cómo oían sus pasos silenciarse al pasar una puerta cercana, tenían que encontrarla.

—¡AQUÍ!

Al fin, se detuvieron frente a la puerta, respiraron con ansia agotados por la carrera, intercambiaron miradas esperando una señal para entrar, el miedo los había invadido paralizándolos casi por completo, sabían a ciencia cierta que aquel búnker albergaba lugares que no debían ser descubiertos nunca.

El cartel, después de todas las prohibiciones y vetos que habían soportado, fue su aliciente para entrar:

«PROHIBIDO EL PASO SOLO PERSONAL AUTORIZADO. SALA DE FERTILIDAD».

A simple vista parecía un lugar lleno de dulces bebés cubiertos de cuidados y que el olor a vida inundaría la estancia, pero sabían que en aquel lugar nada era dulce, cuidado y menos que oliera a vida. Se miraron de nuevo, esperando que uno de los dos se decidiera a ser el valiente que traspasara aquella puerta y rompiera la incertidumbre que los carcomía.

Lewis empujó la puerta con decisión, se sorprendió de lo sencillo que era, observó que el sistema de seguridad estaba inutilizado, empujó con más fuerza, algo al otro lado le impedía abrirla, estaba atascada.

Miró hacia abajo y observó que sus pies se escurrían con un líquido rojizo y negruzco que salía por la diminuta rendija que lindaba con el suelo, algo en aquella habitación no había salido bien.

Haciendo acopio de las pocas fuerzas que les quedaban consiguieron abrir un poco más, Lewis se asomó introduciendo medio cuerpo con cautela y así hacer palanca a la vez de analizar que era aquello que les impedía el paso.

—¡JODER!

Sacó rápidamente el cuerpo de la sala desconocida sorprendiendo a Charles, giró el cuerpo y vomitó a los pies de su colega.

—¡Joder!, ¿estás bien?, ¿qué hay? —pregunta Charles con impaciencia.

Escupe restos de vómito.

—Es… una masacre, pero… No voy a rendirme, ¡vamos, hay que abrir esto! —Lewis empuja la puerta con fuerza.

—Lew, ahí no hay nada vivo…

—¡TENGO QUE ENTRAR! —El azul zafiro de los ojos se emborrona cubierto por lágrimas.

Haciendo acopio de fuerzas, lograron abrirla lo suficiente para colarse uno detrás de otro dentro de aquella desconocida sala.

Lewis fue el primero en entrar, abriéndose paso creando una palanca con su cuerpo, introduciendo poco a poco el torso al completo, la primera imagen que captó su retina, fue la de dos raquíticos y blanquecinos cuerpos, semidesnudos, caídos de frente contra la puerta, donde parte de las cabezas semi aplastadas, se fusionaban con el metal que la formaba impidiendo que se abriera del todo.

Cerró los ojos con fuerza, siguió empujando junto a su amigo; de repente, la puerta cedió abriéndose por completo, manteniendo el equilibrio para no caer al suelo, ya estaban dentro, petrificaron sus miradas en lo que les había impedido el paso, dos cuerpos doblados hacia atrás por la cintura, parecían partidos, en una posición aterradora, el tronco superior descendía crujiendo pausadamente con un sonido seco, crack, crack, crack para descansar sobre sus pantorrillas, contorsionándose, formando una U hacia atrás de una forma macabra.

 

Petrificados por la grotesca escena, observaban cómo parte de los rostros habían quedado pegados a la puerta metálica cuando esta retrocedió para cerrarse.

Una vez dentro, aguantando las náuseas, mareados y aterrorizados, el silencio, roto por el sonido que hacían sus rodillas al chocar entre sí, el miedo les corroía las entrañas mientras las lágrimas, mudas, caían por sus mejillas.

—Cabrones, así es como tapan lo que han hecho aquí…

—No han dejado ni una…

—A ella sí, sé que sí, lo siento, es diferente, tengo que encontrarla…

Lágrimas de impotencia, compasión y una profunda punzada de dolor los envolvía, miraban atónitos a su alrededor, el fuerte olor a sangre y a algo que no sabían distinguir, se les introdujo en la pituitaria tan intensamente, que sus cuerpos respondían con una arcada a cada segundo, había restos humanos por todos lados, no habían dejado ni una de aquellas mujeres vivas. Caminaban por la habitación, el suelo metálico estaba impregnado de líquido viscoso y trozos de carne, observaron cómo había numerosas huellas de botas militares.

—Pero… ¿Por… qué?

—Este es el olor de la muerte, todo este sitio…

Charles analizaba lo que le rodeaba, giraba sobre sí mismo, parado en mitad de la enorme sala, veía extremidades arrancadas, aún encadenadas por las muñecas, embarazadas apuñaladas en el vientre, un ensañamiento tan abismal que el miedo se convirtió en terror llevando a su mente al borde del colapso. Con voz temblorosa.

—C. ha sido un error, perdóname no tenía que haberte…

—No tuvieron ninguna oportunidad, putos sádicos, no entiendo esto…

Las lágrimas les manaban con dificultad, la deshidratación era tan exasperante que sabían concienzudamente que no tenían líquido para desperdiciar, salieron del shock lentamente, mirándose, con la desesperación dibujada en el rostro, seguían paralizados, balbuceando frases que no lograban entender el uno al otro.

—¡AHÍ!

De repente, Lewis observó un saco de huesos, blanquecino y con una oscura y larga melena encrespada que se arrastraba por el suelo, tenía manchas negras por todo el cuerpo, parecía que estaba de una pieza, fue hacia aquel esqueleto, se arrodilló, le palpó el cuello y rodeó con sus brazos apretándola contra su pecho mientras, le susurraba con dulzura palabras ilegibles a la vez que las lágrimas caían chocando contra aquella arrugada piel.

—¡NO LA TOQUES, PESTE!

Sin molestarse en hacer caso a la advertencia de su amigo, se quitó la harapienta bata que llevaba y la envolvió acunándola en su regazo.

Sujetándola, se levantó con gran esfuerzo, una vez de pie, buscó la mirada cómplice de su colega, señal inequívoca de que ya estaban listos para salir de allí.

Charles sentía cómo el estómago se le había vuelto del tamaño de una nuez, su compañero del alma, sujetaba a aquel ser en brazos, estaban condenados; decidido, le miró con firmeza transmitiéndole su apoyo hacia lo que era una muerte asegurada para ambos.

Evitaron mirar a los dos cadáveres partidos hacia atrás, aunque sin desearlo vieron sus caras arrancadas por el rabillo del ojo. Charles abrió la puerta a su colega facilitándole el paso, llevaba a aquel saco de huesos cargado con sumo cuidado.

Salieron al pasillo, el silencio y el olor a muerte seguían siendo los reyes del lugar. Como no sabían hacia dónde dirigirse, por instinto, decidieron avanzar por el lado contrario del que habían venido.

Tenían que salir del sub-búnker antes de que algo o más bien todo los fulminara, corrían torpemente, intentando no parar, sus cuerpos les mandaban señales de que las fuerzas se les terminarían en breve.

Saltaban y rodeaban los obstáculos que se encontraban en su tortuosa huida, si oían algún ruido, se escondían o esperaban el ataque para, sobre la marcha, planear una respuesta, era angustioso y la salida no parecía que fuera a aparecer nunca.

Charles lanzaba miradas furtivas a aquella masa inerte que sostenía su amigo, no se movía, era tan pequeña y delgada que parecía una niña, pero no estaba seguro, confiaba en Lewis, pero también se preguntaba si no los había sentenciado a muerte. Las preguntas vendrían cuando estuvieran a salvo.

—Quítale el arma.

Había un soldado muerto, el cuerpo presentaba claras evidencias de que la peste había podido con él. Charles sacó el arma de su funda, intentando tocarlo lo menos posible, no tenía ni idea de armas, pero se acordaba de cuando era niño y su abuelo que era militar, le enseñó cómo se cargaban las de ese tipo y cómo se decodificaba el sistema de seguridad.

—¡Ahí está, me acuerdo! —exclama Lewis señalando una puerta sin ningún distintivo, igual que las demás.

Corrían emocionados, ya saboreaban la libertad, cuando un uniforme salió de la nada y se postró ante ellos, impidiéndoles el paso mientras les apuntaba con un fino cañón, los antebrazos del hombre al descubierto tenían claros signos de lucha, la sangre decoraba su cuerpo de forma ornamental.

—¿Dónde coño creéis que vais?

—Esto se ha acabado, no tienes por qué servirles más.

—Esto no se ha acabado, volveremos a reflotar y necesitamos a todo el mundo.

—¿Eres imbécil, no te das cuenta de que eres como nosotros?

—¿Cómo vosotros?, JAJAJA, ¡no me hagas reír! Miraos, patéticos desagradecidos, sois unos privilegiados, sin vivir aquí no habríais durado ni un minuto ahí fuera, ¡NO TENÉIS NI IDEA DE NADA!

—Maldito idiota, no eres más que otro instrumento para ellos, todos lo hemos sido.

—Tira esa cosa al suelo y venid conmigo, ¡AHORA!

—No pienso dejarla.

—GSSSSHHHH.

—Tengo aquí dos, posición cero, cambio —el soldado habla por una antigua radio adherida a su hombro.

—GSSSSHHHH.

—Recibido vamos en su busca, cambio.

—Ya habéis oído, parece que no está tan perdido como creéis, tira eso, ¡es la última vez que te lo repito!

—No…

—Bueno, creo que con uno nos bastará…

Los verdes ojos de Charles dibujaban un estrecho halo claro, engullido casi en su totalidad por un profundo círculo negro.

Sin titubear, disparó a la cabeza de aquel hombre justo antes de que este formara el ángulo de noventa grados con el brazo para dispararle.

Los ojos de aquel soldado, fijos en los del doctor, adquirieron una expresión vacía antes de desplomarse sobre el sucio suelo.

«Las piernas, me temblaban, tenía la adrenalina tan alta que no me percaté que me había quemado el antebrazo en algún momento de la huida».

Diario de Charles TESMIN

3

Por sus mentes pasaba fugazmente la idea de que no lo conseguirían, todo apuntaba a ello, seguían en peligro, de hecho, había aumentado considerablemente al salir al exterior, no tenían nada que perder, todo lo que se moviera era mentalmente etiquetado como hostil. Observaban a su alrededor horrorizados cómo un grupo de personas, semejantes a una manada de leones hambrientos comían del suelo algo que no pudieron distinguir o más bien desearon no hacerlo, todo era sangre, aquel intenso olor metálico se había alojado en el interior de su cerebro e impregnando por completo sus fosas nasales, la gente corría, gritaba desesperada, se peleaba salvajemente, avanzaban sin mirar atrás, desesperados, veían su objetivo cada vez más cerca, aquellas enormes rejas que habían definido su libertad tanto tiempo, estaban abiertas, enrojecidas y chorreantes de espeso líquido que descendía con lentitud por sus barrotes.

Podían palparlo, estaban tan cerca…

Aquello les dio fuerzas para seguir corriendo a pesar de la extenuación, de los avisos urgentes de sus atrofiados y doloridos sus músculos, la esperanza lanzaba flechas a favor de ellos...

—¿Lew?

Estaba fuera, el libre y cruel mundo se mostraba ante él desafiante, Charles corría hacia adelante, cuando sintió una punzada. Miró a su alrededor, cientos de personas caminaban sin rumbo, extenuadas, otras habían caído, la muerte se había extendido más allá de aquellos muros; de repente, el pavor le hizo prisionero, estaba paralizado hasta que algo se encendió en su cabeza, no había ni rastro de Lewis.

Un calambre recorrió fugazmente sus extremidades, la lealtad hacia su amigo luchaba encarnizadamente contra su miedo; sin pensárselo, retrocedió para buscarlo, esquivaba a aquellos cadáveres andantes que chocaban una y otra vez contra él, en sus caras se reflejaba la angustia vivida. Armándose de valor consiguió llegar a la puerta del campo, sin pensárselo de nuevo, volvía al infierno.

—¡LEW!

La mancha blanca huesuda, estaba tirada en el suelo como si de un trapo se tratara; a su lado, Lewis, con la mirada llena de ira y desesperación, gritaba y agitaba una barra de hierro formando círculos alrededor de él, intentaba desesperadamente esquivar los ataques de dos hombres, cuya sangre jugaba a las carreras sobre sus marcados huesos, pero con las tripas hinchadas de haber comido en abundancia hacía bien poco, le gritaban en un idioma desconocido, enseñando sus podridos dientes, mientras reían con malicia.

—¡Solo la queremos a ella!

—¡Dánosla y vivirás un rato más!

—¡Atrás!

—No tienes ninguna posibilidad, doctorcito, ja, ja, ja… —El hombre sonríe mostrando sus ennegrecidos dientes.

Charles no podía pensar con claridad, tenía varias opciones, no sabía cuál era la acertada, no le quedaba carga en el arma, así que tenía que hacer algo y rápido, podía correr hacia el campo e intentar que le persiguieran a él y probablemente morir, convencer a su amigo que dejara a la chica y salvarse ambos, o tal vez enfrentarse a aquellos chalados.

De nuevo se enfrentaba a una muerte segura para los tres.

Su cerebro ante tal saturación se apagó, al contrario que las piernas, que por voluntad propia echaron a correr alejándose de la seguridad y volviendo a adentrarse en las profundidades de aquel infierno, no entendía qué pasaba hasta que de repente cambiaron el rumbo dirigiéndose directamente hacia los atacantes de su amigo, observaba sus maltrechas espaldas, en ese instante su cerebro reaccionó y entendió la jugada, el elemento sorpresa era la mejor opción.

Al primero lo golpeó con la parte trasera del arma, un ataque tan violento que borbotones rojos con trozos grises impactaron contra su cara, tiñéndola por completo, mientras lo veía desplomarse sobre el suelo, levantando una pequeña nube de polvo.

El otro agresor observaba cómo su cómplice se agitaba violentamente en la tierra cada vez más roja, levantó la vista y vio a Charles que seguía con el arma en la mano y una expresión de ira dibujada en el rostro ensangrentado.

Sin pensárselo aquel hombre, con los ojos inyectados ensangre por la ira contenida, lanzó un grito abalanzándose sobre Charles que le aguardaba impaciente, notaba cómo todos los músculos de su esquelético cuerpo, estaban tan tensos que parecía se le desquebrajarían de un momento a otro, preparado para recibir el ataque y contraatacar quedó perplejo cuando un fuerte impacto hizo que los ojos del energúmeno del que esperaba su embestida, salieran, cuales pelotas de pin pon expulsadas con ímpetu al exterior, cayendo sobre los brazos de Charles que se abrieron dejando que se desplomara sobre la arena.

—¡CORRE!

Pasó un tiempo breve que se hizo eterno, cuando la extenuación ya emergía para no retornar; sin darse cuenta, dejaron de correr y miraron hacia atrás. El campo se veía a lo lejos.

Caminaban cual manada de ñus sin destino, eran cientos, no se oían las voces de ninguno, solo pies arrastrando, miradas perdidas y caras desfiguradas por el dolor, junto a una forma torpe de andar que denotaba el sufrimiento por el que habían pasado.

El paisaje había cambiado desde que la raza humana había sido recluida, seguía siendo árido y seco, pero parecía más vivo, la madre naturaleza luchaba por renacer, el mundo se había purgado…

—¿Qué pasa C.?

—Nada, me duele el estómago, es como…

—Hambre y esperanza, colega, creí que nunca volvería a sentirlo.

—Ni a ver esto…

Los dos quedaron largo rato en silencio, la mujer parecía permanecer ajena a todo cuanto ocurría a su alrededor, de vez en cuando emitía leves sonidos que recordaban que estaba en brazos de Lewis.

Cada rayo de sol que asomaba por el horizonte era un halo que enfundaba paz y a la vez pánico, aquella salida del astro era diferente a todas las anteriores, observaban embobados como si fuera la primera vez que la intensa luz les deslumbraba.

 

Hacía tanto tiempo que no disfrutaban de su calidez que los claros ojos de ambos luchaban por cerrarse contra la curiosidad de volver a vislumbrarlo todo.

No sabían qué rumbo tomar, cómo sobrevivirían, qué sería del resto del mundo, aunque de todo aquello, lo peor era la incertidumbre de si aún merecía la pena seguir luchando, esto les presionaba el abdomen de manera permanente…

«Me di cuenta de que el mundo no había dejado de luchar y volvía a resurgir de sus cenizas, si nosotros seguíamos allí es que a nuestra raza no le tocaba aún irse…».

Diario de Charles TESMIN

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