Sin banda no hay fiesta

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Introducción

“Aproximadamente 10,000 orquestas de vientos y

alrededor de medio millón de músicos activos impregnan

el quehacer musical de los pequeños pueblos del

sur de Alemania, Suiza y del Sur del Tirol. Estadísticas

del Consejo de Música de Alemania lo demuestran: actualmente,

ninguna otra institución de la vida musical

pública en esta región conduce a tanta gente joven a

hacer música. Y a pesar de ello, esta amplia base de la

pirámide cultural musical queda degradada. Libros de

Historia de la Música las ignoran; diccionarios y enciclopedias

dedican apenas una línea para mencionar el

desarrollo musical, el efecto social y

político cultural, y para los compositores e intérpretes de este género”.

Wolfgang Suppan (1984: 497-510)

Alo largo de su historia, muchos de los hoy llamados “países emergentes” tuvieron que resaltar detalles “exóticos” de su cultura para conseguir la atención de los países económicamente más fuertes. En el campo de la arqueología, la historia, la gastronomía, las artes populares y, en especial, en el campo de la música, estos detalles revelan solo un aspecto de la cultura de la que provienen; sin embargo, tienden a ser fijados, totalizados y convertidos en clichés, cuyos alcances pueden ser, ciertamente, inconmensurables. Hasta hace unos 10 años, el cliché más común en el rubro de la música fue la “música andina”, cliché que fue usado especialmente en el negocio turístico; actualmente, la música afroperuana y la tecno-cumbia pugnan por ocupar ese lugar preferencial en la totalización de su condición como expresiones musicales del Perú, país cuya enorme riqueza y variedad musical no siempre es mostrada ni comprendida en toda su dimensión.

En la costa norte del Perú, específicamente en el Bajo Piura, las estructuras sociales aún determinan la práctica musical. Nos topamos con una música que no forma parte del ciclo vital ni del agrario y que no es espontánea; entonces, si nos preguntamos, ¿qué es lo especial en la música del Bajo Piura?, la respuesta indudablemente tendrá que ver con su valor irreemplazable en el entretenimiento, en las procesiones religiosas, en las paradas militares, etc., un valor de gran significado para la vida del pueblo, porque es la música que rompe la rutina diaria: las bandas.

En el Bajo Piura llamaron mi atención en primerísimo plano estas bandas u orquestas de vientos cuyos integrantes –todos varones– se definen como músicos profesionales; y en segundo plano, los músicos criollos, que tocan música en su tiempo libre y fuera de todo contexto religioso. Ambos términos, “bandas” y “criollos”, se remiten a categorías semánticas distintas. Mientras “banda” significa orquesta de vientos, “criollo” alude a un determinado grupo social. A pesar de esta disparidad en la terminología, utilizaré ambos términos paralelamente por corresponder al lenguaje coloquial en el Bajo Piura. A pesar de que los criollos representan una minoría, comparo su música con la de las bandas, ya que ambos grupos determinan la vida musical del Bajo Piura. Por ello, es importante establecer las diferencias y similitudes entre ambas conformaciones y su repertorio.

Las siguientes interrogantes serán el hilo conductor de mi trabajo: independientemente de que toquen un tondero, una marcha o un valse, los bajopiuranos conocen solo un término: banda. ¿Cuáles son los elementos musicales para subordinar, por ejemplo, estos tres géneros, en un solo término? En la banda, los músicos usan instrumentos europeos, tocan con partitura, tocan marchas y dan una imagen militar europea; ¿a qué se debe, pues, que mostrando estos elementos tradicionales aparentemente ajenos, todos afirmen que la banda “es la música más típica aquí”, y que esta se defina en suma como la música del Bajo Piura? Otras preguntas surgen para ayudar a responder la pregunta central, como: ¿en qué contexto y espacio se presentan las bandas?, ¿cuáles son las características musicales de la música de la banda? y ¿cuál es la relación de esta con la música de los criollos? La llave principal para responder a estas preguntas la dará el análisis musical.

Primera parte
“Aquí, Catacaos, es tierra de músicos”: la música del Bajo Piura en su contexto

Cuando, en mi afán de entender mejor el desarrollo musical en el Bajo Piura, preguntaba por los primeros indicios de su música, recibía indistintamente una de estas dos respuestas: “pero, eso es de siempre, ya se sabe”, o “eso ya nadie sabe”, afirmaciones ambiguas que concluían con la frase “aquí, Catacaos, es tierra de músicos”1.

Al hacer la misma pregunta a los músicos en Catacaos, se sumaban a esta respuesta dos informaciones constantes: la primera se remite a la conformación arpista-cantor-golpeador, concentrada en el tondero, y en la que el golpeador marcaba el acompañamiento rítmico sobre la caja de resonancia del arpa; posiblemente, este conjunto fue muy difundido antiguamente en Catacaos, pues muchos cuentos y leyendas lo mencionan (ver Espinoza León 1991); pero lamentablemente, yo no encontré alguno. La segunda mención se refiere a las cumananas o cantos de desafío, una tradición que se sigue cultivando en Morropón, aunque cada vez menos, y que dejó una huella en el repertorio de los criollos en el Bajo Piura: el triste, el tondero y el golpe de tierra llevan gran influencia melódica de la cumanana. En Morropón pude entrevistar y escuchar a Nicanor Sandoval y a Darío Cruz, grandes cultores de la cumanana, cuyos cantos me remontaron a la novela Matalaché (1928), en la que Enrique López Albújar (1872–1966) describe magistralmente el arte de los cumananeros. A pesar de la escasez y austeridad de la información, constaté que en algo estaban de acuerdo los músicos de la banda: tanto el conjunto arpista-cantor-golpeador como los cumananeros fueron cayendo en el olvido a consecuencia del éxito de las bandas (Chero, 1995).

Hurgando un poco más, pude comprobar nuevamente dos cosas: que la tradición oral se concentra en la narración de historias y poco alude a la música, y que la práctica musical actual muestra pocos rastros del pasado. Curioso resulta, sin embargo, que a nadie se le hubiera ocurrido remitirme a una manifestación musical muy antigua y aún vigente, que, además, tiene que ver con los instrumentos de viento, y con la cual me topé de pronto en la puerta de la catedral el Viernes Santo: dos “santos varones” de la Cofradía del Santo Cristo, tocando con unas delgadas flautillas de carrizo, llamadas “tutiros”, una melodía alternada con redobles de un tamborcillo. Esta música sonó y resonó durante el Viernes Santo (ver Cruz 1982:76 y Anexo 1).

Es innegable que la música en el Bajo Piura está en relación directa con los quehaceres religiosos y festivos y que la religiosidad popular encuentra en las fiestas una expresión propia (ver Franco 1981 y Crumrine 1986); a su vez, las bandas están en relación estrecha con las organizaciones religiosas de la zona, su mejor clientela, las que han contribuido a su protagonismo en la vida musical del Bajo Piura y a reforzar el “aquí, Catacaos, es tierra de músicos”. Bandas y criollos, a pesar de representar dos grupos sociales distintos y llenar necesidades musicales distintas, comparten un género común: el tondero, cuyo análisis en sus dos versiones demostrará la polaridad entre ambos. Ni el triste ni la marinera estarán considerados en el análisis. Aunque el triste es igualmente representativo de la zona, tiene un carácter muy libre, muchas veces solo es cantado y no forma parte del repertorio de las bandas; la marinera, por su gran variedad regional en todo el Perú, sería un tema de investigación para otra tesis.

Usaré los siguientes términos musicales en forma extensiva, por corresponder al uso coloquial en el Bajo Piura: “partitura”, para referirme al papel escrito con la notación musical que cada músico usa para tocar (es decir, lo que llamaríamos en música “particella”); “Bajo”, escrito con mayúscula, para referirme al instrumento; y bajo, escrito con minúscula, para referirme a la función armónica.

Capítulo 1
Leyendas, religiosidad y música. Antecedentes histórico-culturales

Mi San Juan, el patrón de Catacaos, San Miguel, de mi Piura señorial, el sol está que requema en las arenas del Piura, este sol incandescente del desierto de Sechura.

De Arenas, tondero de Segundo Campoverde

Catacaos, 1993. Jueves Santo. Desde muy temprano, en casa de don José Espinoza Chávez están todos muy bien acicalados y vestidos con sus mejores ropas. Hoy es un día muy especial para el procurador de la Cofradía del Santísimo, hoy las Cofradías Juradas se concentran en su casa, en el Jirón Zepita, para hacer conjuntamente el recorrido de rigor: primero a la casa del “depositario”, de allí donde el “doliente” y por último a la casa del “devoto” de Jueves Santo. El aún tenue sol piurano de la mañana acompaña al grupo en su marcha por las calles de Catacaos hacia el Concejo Distrital, donde las autoridades los esperan para iniciar oficialmente los actos festivos. Mientras el grupo va creciendo, los vecinos –con curiosidad y admiración– contemplan a estos varones enternados que lucen orgullosamente la insignia de su cofradía en el pecho y que con aire serio van marchando al compás de la banda.

1.1 Paisajes y parroquianos

Diversos paisajes se pueden apreciar en el departamento de Piura: las ciudades, la zona costeña con su pesca e industria, los valles alrededor del río Piura –adornados con sembríos de algodón, maíz, arroz, frutas y frijoles– y el desierto, mejor llamado “despoblado”, que con 6000 km2 es la zona seca más extensa de Piura, donde crecen los algarrobos (Diez/Aldana 1994: 26, 28). En la zona rural producen la chicha, tejen sombreros de paja y crían animales; en las zonas más urbanas trabajan además en la platería, la curtiembre y la imaginería; también destacan las zonas portuarias de Talara, Paita y Bayóvar. En contraste con los factores económicos modernos, como la minería, la pesca y el petróleo, principales riquezas naturales de Piura, existen dos factores económicos tradicionales vigentes en la vida rural de los piuranos: la crianza de cabras y el uso del piajeno (asno) como medio de transporte.

 

El departamento de Piura tiene un área aproximada de 36 403 km2, una población de 1 124 852 habitantes, y es, después de Lima, la zona más poblada del país. En el Bajo Piura, llamado así por su ubicación en tierras de baja altura, existen dos grandes comunidades campesinas1: la comunidad San Juan Bautista de Catacaos, con un área de 6000 km2, que abarca los distritos de Catacaos, La Arena, Cura Mori, La Unión y El Tallán, y la comunidad San Martín de Tours de Sechura, con una extensión de 6370 km2, conformada por los distritos de Sechura, Vice, Bernal, Bellavista de la Unión, Rinconada-Llíquar y Cristo nos Valga. El clima del Bajo Piura es cálido (18,8 oC a 37 oC) y muy seco, casi nunca llueve.


La vida política y cultural de Catacaos tiene como escenario la Plaza de Armas, en cuyo alrededor se ubican la catedral, la municipalidad y los comercios, y es además el punto de encuentro y lugar preferido de los cataquenses para el descanso y el tiempo libre; me contaron incluso que años atrás había un gran aparato de televisión en la plaza. Muy cerca están el mercado y el Jirón Comercio, la calle principal de Catacaos. Como es común en nuestros pueblos, la Plaza de Armas tiene una glorieta que suele ser el escenario para las actividades oficiales y para las retretas de la banda.


Los parroquianos del Bajo Piura estuvieron siempre destinados a sobrevivir a catástrofes, inundaciones y sequías (recuérdese el fenómeno El Niño). Estas condiciones ambientales marcan el carácter de los bajopiuranos; una amable pasividad y resignación surge de la impotencia ante la voluntad de la naturaleza, y han desarrollado el sentido y la obligación del trabajo, la conciencia colectiva y la ayuda comunitaria; todo esto, acompañado, como es costumbre, de una sabrosa y abundante gastronomía, se expresa en las fiestas, en las que se agradece a Dios y a los santos por sus favores. Así, don Hipólito Moscol Risco sabía muy bien lo que le esperaba cuando aceptó el cargo de “devoto de Jueves Santo” en 1993: un fuerte desembolso y mucho trabajo para él y toda su familia; mas el esfuerzo es recompensado por el prestigio y el reconocimiento ganado ante la comunidad. Don Hipólito “ha cumplido” como individuo y como parte de su grupo social.

1.2 Leyendas e historia

La historia del Bajo Piura –en especial de Catacaos– está marcada por sometimientos, invasiones territoriales, catástrofes naturales, estafas e injusticias y, al mismo tiempo, está impregnada de leyendas y elementos mágicos que no son fáciles de separar de los hechos históricos y que ayudan a comprender mejor la historia y el desarrollo del Bajo Piura. Hasta el comienzo del gobierno incaico, en 1476, la zona de la cultura Tallán estuvo ocupada por los sechuras (200 aC - 600 dC), y más tarde por los chimúes (1000 a 1476 dC), quienes fueron más tarde sometidos por los incas.

Para narrar las leyendas de los tallanes no hay mejor referencia que el hermoso libro de don Jacobo Cruz Catac Ccaos, en el que me basaré a continuación. Cuenta la leyenda que un día apareció Mec Non, “el gran pájaro errante”, en el valle sobre la parte norte del monte Tunal y se asentó allí con su séquito. Los tallanes eran muy religiosos y creían en ídolos como el puma, el venado, la luna, el planeta Marte y la sábila, también fueron grandes arquitectos, agricultores, tejedores y alfareros. Más tarde, Ñari Walac, “gran ojo que todo lo ve”, se sumó a Mec Non y se declaró co-fundador del imperio Tallán. Como ninguno de los dos era guerrero, se dividieron el poder de la siguiente manera: mientras Mec Non se ocupaba de los asuntos políticos, Ñari Walac se ocupaba de los religiosos; ambos formaron los troncos de las dos dinastías de los pobladores de Catacaos. Sobre la música en los rituales religiosos de los tallanes, Cruz indica que los tutiros (delgadas flautas de carrizo) se escuchaban a un kilómetro de distancia (Cruz 1982:76). Aproximadamente 51 curacas gobernaron en la zona del Bajo Piura (Fernández 1988: 45); el último curacazgo de los tallanes, que regía ya con leyes incas, fue el del curaca Mecca Amóc –o Mécamo, que en idioma tallán significa “amigo de la música”–, a quien se le atribuían talentos artísticos, como por ejemplo la composición de canciones.

Cuando los españoles llegaron al valle de los curacas Poechio y Lachira en 1531, admiraron la organización de los tallanes, basada en los ayllus o núcleos sociales familiares, que ellos llamaron “parcialidades”, u organizaciones de personas bajo el mando de un curaca; estas formaron la base para la creación de las comunidades campesinas y fueron utilizadas por los españoles, por un lado, para la cristianización, y, por otro, como sistema para el cobro de tributos, de trabajos manuales y de ofrendas; estas dos últimas actividades quedaron hasta hoy como “costumbre”; se dice, por ejemplo, que la Catedral San Juan Bautista de Catacaos fue levantada por el “pueblo cholo” (Cruz 1982: 491).

Las parcialidades en Catacaos se remiten, entonces, a las dos dinastías de ambos fundadores de la cultura Tallán. De la dinastía Mec Nón quedan actualmente las parcialidades Amotape, Pariñas, Mechato, Mécamo y Menón; y de la dinastía Ñari Walac, las parcialidades Muñuela, Mecache, Melén, Marcavel y Narihualá. La identificación de los cataquenses con su parcialidad es todavía muy fuerte, al punto que en Catacaos observé que entre los hombres se presentan con su apellido y el nombre de su parcialidad; nombres como Chero, Lalupú e Inga se asocian a la parcialidad Narihualá, mientras que Yarlequé, Sullón, Pasache y Yamunaqué se asocian a la parcialidad Menón (ver Cruz 1982: 491-493).

La base organizativa para institucionalizar la celebración de la Semana Santa la estableció el obispo español Pedro de La Gasca, “el pacificador”, quien ordenó en 1547 la construcción de la Catedral San Juan Bautista (Cruz 1982: 92) y ayudó a los tallanes a organizarse como gran comunidad eclesiástica; creó la encomienda “San Juan de Catacaos” y fundó en 1547 la primera cofradía en Catacaos, la Cofradía Jurada del Santísimo Sacramento. Años después, se crearon la Cofradía de la Santísima Virgen del Tránsito (1557), la Cofradía Jurada del Santo Cristo y la Cofradía de la Virgen de Dolores (1587) (Cruz 1982: 495). La celebración de la Semana Santa, que desde 1540 empezó modestamente, tuvo mayor relieve con la nueva catedral y las cofradías, incluyendo más participantes, procesiones, imágenes y músicos. Pero si hubo alguien que tuvo gran influencia en el desarrollo de la comunidad religiosa y en el trabajo eclesiástico en el Bajo Piura fue Juan de Mori, vicario y jurista de derechos eclesiásticos, enviado en 1640 a Catacaos, donde fundó diez cofradías e hizo reconstruir la Catedral San Juan Bautista, que había sido destruida en 1630 por un terremoto (Cruz 1982: 124-125).

Durante 113 años, los españoles vendieron cuatro veces sus propias tierras a los tallanes (1532, 1541, 1578 y 1645), quienes pagaban con oro y alimentos (Cruz 1982: 91). Este antiguo problema de la posesión de tierras, por causa de herencia, usurpación, venta y por irregularidades en el curso del río, tampoco se solucionó en la época de la República. Ya no había que confrontarse con las autoridades coloniales sino con los hacendados, que seguían estructuras feudales de explotación (Diez 1992: 35). Junto a ello, se permitió el uso arbitrario de las aguas del río Piura, que fue acaparado legalmente por las haciendas. Siguieron muchos años de explotación y resistencia, en cuyas protestas participó más de una vez la banda (Cruz 1982: 202). En 1968 se implantó la reforma agraria en el Perú con el gobierno militar del piurano Juan Velasco, lo que puso fin al dominio de los hacendados y abrió paso a una nueva organización de los campesinos.

En los años 80, los bajopiuranos tenían otras preocupaciones. Por la situación de conflicto y violencia en el país, principalmente a causa del terrorismo y el tráfico de drogas, se crearon algunas iniciativas civiles (rondas, asociaciones agrarias, clubes de madres, comedores, asociaciones barriales, etc.). Piura es hoy en día uno de los departamentos más productivos del Perú; una de las razones para ello es que los piuranos desarrollaron una fuerte identidad de la “piuranidad”2, sobre todo, por la cercanía con Ecuador, país con el que el Perú recién en 1998 firmó un acuerdo de paz definitivo. En todo caso, a pesar de todos estos antecedentes históricos, los bajopiuranos no dejaron una sola vez de celebrar sus fiestas, y lo resumen con orgullo así: “a pesar de todo, hay que seguir con la costumbre”.

1.3 Religiosidad

Como en muchas partes del Perú, la religiosidad en el Bajo Piura se desarrolló sobre la base de la cristianización de las culturas originales, sincretizándose los elementos de la Iglesia Católica española con la religión natural, en este caso, de los tallanes, a lo que se suman intereses de poder y de explotación3.

La religión es para los campesinos no solo una parte de su cosmología sino también un mecanismo para mantener unida a la comunidad. Para entender la religiosidad del Bajo Piura hay que considerar su cosmos religioso y sus organizaciones religiosas. La vida religiosa de los bajopiuranos encuentra su máxima expresión en las fiestas, en las que armonizan tanto aspectos de la liturgia católica como de la vida rural; en la práctica de esta religiosidad, la música tiene un papel fundamental porque ella es imprescindible e irreemplazable para el culto a Dios.

Las fiestas

Nicolás Yarlequé, herrero de Catacaos, recuerda que en el año 1975 desembolsó lo que en 1993 serían casi 6200 nuevos soles para el banquete de los “siete potajes”, para “no quedar mal ante la comunidad ni ser criticado”. En su cuaderno de gastos están apuntados: 2 sacos de maíz para la chicha, 100 cajas de cerveza, 24 botellas de vino, 24 botellas de pisco, 30 docenas de botellas de Coca Cola, 30 pavos, 30 gallinas, 20 patos, 30 pasteles, 900 panes de huevo, 48 latas de melocotón, 1 cajón de leche “Gloria”, 100 huevos, 10 kg. de jamón, 10 kg. de queso, 25 kg. de frutas diversas, 20 kg. de aceitunas, 2 latas de galletas, 2 sacos de arroz, 1 lata de aceite, 20 kg. de papas, verduras y especias; además, las cuentas de agua, carbón, detergente, limpieza, alquiler de mesas, manteles, ollas, platos, cubiertos y vasos; y otros gastos como la confección de tres ternos de distintos colores y ropa nueva para toda la familia, así como la renovación y la pintura de la casa.

Ya los cronistas como Garcilaso de la Vega, Cieza de León y Polo de Ondegardo nos cuentan sobre las festividades de los indígenas, quienes usaron las fiestas católicas para, en el fondo, festejar sus propias fiestas. A lo largo de la historia, la celebración de las fiestas se puso, más de una vez, en tela de juicio, porque causaban desorden en la vida cotidiana de los campesinos: durante el tiempo de las fiestas no se trabaja, se consume mucho alcohol y se refuerza la identidad con la propia cultura. Sin embargo, las fiestas siguieron celebrándose porque son, en primer lugar, la máxima expresión de la religiosidad del campesino, la oportunidad de sentirse cerca de Dios y de los santos y, en segundo lugar, representan el mecanismo para la integración social. Solo en Catacaos se celebraban 33 fiestas al año entre 1644 y 1665 (Diez 1994: 147).

 

Cada fiesta lleva como motivo principal la adoración a un santo determinado y en ella la comunidad se une en una serie de ritos ceremoniales. Por su lado, las organizaciones religiosas, que son las que organizan las fiestas, determinan qué miembros de la comunidad, cuánto dinero deben de donar y para qué. Según el monto de la donación se deciden el emplazamiento y la función dentro de la procesión, lo cual muestra la importancia de la persona en la comunidad y determina su grado de responsabilidad; recordemos que donar grandes sumas de dinero para un banquete en el marco de la fiesta está generalmente unido a una promesa que se le hizo a un santo. Además, la fiesta tiene una función de entretenimiento, no solo porque significa un descanso psicológico y físico para el campesino, pues la rutina se interrumpe, sino también porque mediante ella la sociedad permite expresar y olvidar dolores, tristezas y presiones (Marzal 1980: 33).

Fiestas patronales

Se celebran con procesión, comidas y bebidas en la casa de los miembros de la cofradía de turno. Normalmente, no son feriados oficiales. Actualmente, las fiestas más importantes en el Bajo Piura son:


Fiesta Fecha Lugar
San Sebastián (San Chavaco) 20 de enero Vice, Piura y Morropón
Señor de Chocán 12 de enero 2 de febrero Sechura Catacaos
San Dimas 1er. domingo de febrero Catacaos
Santo Cristo 5 de abril Catacaos
Santa Cruz 3 de mayo Catacaos, Sechura
Señor de la Ascención4 8 de mayo Sechura
San Isidro Labrador 15 de mayo Sechura
San Juan Bautista 24 de junio Catacaos, Sechura
San Pedro y San Pablo 29 de junio Feriado en el Perú
San Juan Evangelista 16 de febrero 30 de junio Sechura Catacaos
Virgen del Carmen 16 de julio Sechura
Señor de la Sangre Preciosa 1 de agosto Catacaos
Virgen del Tránsito 22 de agosto Catacaos
San Jacinto Forastero 24 de agosto Sechura
Santa Rosa de Lima 30 de agosto Catacaos, Sechura
Señor Cautivo 14 de setiembre Sechura
Virgen de las Mercedes 24 de setiembre 1 de octubre Catacaos Sechura
Señor de los Milagros 18 de octubre Catacaos, Sechura
Velaciones 2 de noviembre Catacaos, Sechura, feriado
Señor de las Ánimas de la Primera 12 de noviembre Catacaos
Virgen de la Luz 8 de marzo y 8 de setiembre 8 de diciembre Sechura Catacaos
Niño Dios 25 de diciembre Sechura
Santísimo de la Primera y Segunda 25 de diciembre Catacaos

Fiestas litúrgicas

Se celebran con misa y procesión.


Fiestas civiles

Se celebran con un programa oficial que incluye danzas, concursos, deporte, fuegos artificiales, desfiles, etc. Feriados oficiales en Catacaos son el Día de Catacaos dentro de la llamada Semana Jubilar y las Fiestas Patrias.

En el Bajo Piura, todas las fiestas religiosas, y en parte también las civiles, presentan más o menos la misma estructura básica: la víspera, el día central y la despedida; algunas realizan una octava o un novenario (celebración posterior ocho o nueve días, respectivamente, después de concluida la fiesta). La banda participa en todas las fiestas en todo momento; los músicos tienen que estar siempre a disposición los días que dure la fiesta; solo durante la misa esperan fuera de la iglesia y pueden descansar, pues la banda como tal no puede ingresar al templo.

La procesión es el elemento obligatorio de la fiesta popular religiosa porque permite el contacto directo entre el santo y los organizadores de la fiesta, quienes se muestran ante otros grupos en el espacio público (calle, casas, plaza). En la procesión se expresa el valor del compartir, del acompañar y del caminar, –esto último tiene muchos significados, por ejemplo, en la Semana Santa se comparte con Cristo el camino al Gólgota mientras se piensa en Dios–. Mediante la presencia de la banda en la casa de las personas principales de la fiesta, para conducirlas a la procesión, se enteran todos quién está pagando la fiesta; el camino de la procesión está lleno de saludos de los vecinos y de personalidades oficiales; estos momentos son utilizados para poner nuevas flores, donar dinero o rezar; así, el caminar y la banda conforman una unidad. La imagen del santo es llevada en hombros por las calles para bendecir las casas, en agradecimiento le regalan flores para que sean colocadas lo más cerca posible de ella.

Las numerosas fiestas permiten a los miembros de la banda vivir de la música. En el Bajo Piura es muy difícil definir el número de fiestas que existen, pues hay fiestas grandes, medianas y pequeñas que corresponden a organizaciones religiosas igualmente grandes, medianas y pequeñas. Muchas fiestas con motivo de una estación en la vida de un santo (por ejemplo, el Señor Cautivo) no siguen necesariamente el calendario romano de los santos pues hay varios grupos religiosos que veneran a un mismo santo, en consecuencia, cada grupo necesita una fecha, porque además contratan a la misma banda y comprometen al mismo público, especialmente si hay parentesco y cercanía regional; así, la banda tiene un cierto peso sobre el calendario de las fiestas; por ejemplo, San Juan Evangelista se venera el 16 de febrero en Sechura y el 30 de junio en Catacaos.