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Crónica de la conquista de Granada (1 de 2)

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CAPÍTULO XXIV

Nueva campaña del Rey católico contra los moros, y sitios de Coin y Cartama
Año 1485.

Con la experiencia de los efectos producidos en el año anterior por la artillería de batir, contra las fortalezas de los moros, determinó el Rey Fernando proveerse de un tren numeroso para la campaña de 1485, en el discurso de la cual se proponia combatir algunos de los lugares mas fuertes del enemigo. Á principios de la primavera se reunió en Córdoba un ejército de nueve mil caballos y veinte mil infantes; y el dia 5 de abril salió el Rey á campaña. Se habia acordado en el consejo marchar á poner el campo sobre Málaga, puerto de mar importante por ser el conducto de los socorros y mantenimientos que recibia la capital de Granada; pero se creyó necesario tomar primero las plazas y fortalezas que habia en los valles de santa María y Cartama, que estaban antes de la ciudad de Málaga.

El primer lugar que se combatió, fue la villa de Benamaquex, cuyos moradores se habian sometido el año anterior á los Reyes de Castilla, y despues se habian rebelado. Indignado el Rey contra ellos por tan falso proceder, dijo: “Yo haré que el castigo de estos sirva de escarmiento á otros, para que guarden lealtad por fuerza, cuando no la guardaren de grado.” Se tomó el lugar por asalto, y ciento y ocho de sus principales habitantes fueron pasados á cuchillo ó ahorcados35. En el mismo dia pusieron sitio sobre las villas de Coin y Cartama el marqués de Cádiz y Luis Fernandez Portocarrero, cada uno con las tropas respectivas de su mando; colocándose el Rey con lo demas del ejército entre los dos pueblos, para socorrer á los sitiadores de la una y la otra parte. Á un mismo tiempo empezó la batería contra las dos plazas: y tal era el estruendo de las lombardas, que los tiros que se tiraban en el un campo se oian en el otro. Los moros hicieron varias salidas, y no obstante que el espantoso tronar de la artillería los tenia confundidos, se defendieron animosamente.

Entre tanto los moros de la serranía avisados por las ahumadas que veian en las montañas, del peligro en que estaban aquellas dos plazas, se reunieron en bastante número en la villa de Monda, distante una legua de Coin. Diversas veces intentaron entrar en esta plaza para defenderla; pero la vigilancia de los sitiadores lo estorbaba, y siempre fueron rechazados. En tal estado de cosas se vió entrar un dia en Monda un arrogante moro, capitan de una partida de atezados africanos á caballo: era Hamet el Zegrí, el soberbio alcaide de Ronda, á la cabeza de sus Gomeles. Desde la fatal jornada del Lopera, le habia atormentado el deseo de vengarse y de borrar aquella afrenta. Presentándose á los guerreros reunidos en Monda, dijo: “¿Quién de vosotros se compadece de las mugeres y niños de Coin, amagados por el cautiverio y la muerte? aquel que se mueva á piedad, sígame; ¡que yo como musulman estoy pronto á morir en defensa de musulmanes!” Diciendo estas palabras, empuñó una enseña blanca, y tremolándola sobre su cabeza, se lanzó fuera de la villa, seguido de sus Gomeles y otros muchos guerreros animados con tan noble ejemplo. Avisados de las intenciones de Hamet los habitantes de Coin, cuando vieron venir la enseña blanca, salieron á dar rebato en el campo cristiano, dejando asi lugar á que efectuasen su entrada en la villa Hamet y sus Gomeles. Con este refuerzo se animó la guarnicion á una resistencia vigorosa, dándoles el ejemplo los Gomeles, que como soldados veteranos tanto mas peleaban cuanto mas eran combatidos.

Al fin se abrió una brecha en la muralla, y Fernando impaciente porque no se rendia la plaza, mandó al Duque de Nájera y al conde de Benavente que entrasen con sus tropas. Asimismo envió á decir al duque de Medinaceli, que enviase sus gentes para ayudar á aquellos caballeros. Este mandamiento ofendió gravemente el orgullo feudal del Duque. “Decid al Rey mi señor, respondió con altivez, que yo vine á servirle con la gente de mi casa; y que si manda vayan mis soldados á cualquier parte, tengo yo de ir con ellos; pero si he de quedar en el real, ellos se han de quedar conmigo; porque ni la gente puede servir bien sin el capitan, ni el capitan sin la gente.”

Entre tanto las tropas destinadas para el asalto, capitaneadas por Pero Ruiz de Alarcon, avanzaron á la muralla y entraron á viva fuerza por la brecha. Los moros aterrados por la impetuosidad del ataque, se retrajeron peleando á la plaza de la villa, y ya Pero Ruiz de Alarcon se imaginaba haber ganado el lugar, cuando sobrevinieron Hamet y sus Gomeles, los cuales con grandes alaridos cayeron furiosamente sobre los cristianos. Éstos acometidos por los Gomeles, y turbados por las piedras y armas, que les arrojaban desde las ventanas y azoteas, tuvieron que ceder, y se retiraron por la misma brecha donde habian entrado. Ruiz de Alarcon, sin volver un paso atrás, se mantuvo peleando en una de las calles; y como le dijesen los pocos que estaban con él que se retirase, respondió: “¡no entré yo en la pelea para salir de ella huyendo!” En breve le rodearon los moros, huyeron sus compañeros, y él, cubierto de heridas, cayó muerto peleando con fama de buen caballero36. La resistencia de los habitantes aunque sostenida por el valor de los Gomeles, de nada sirvió contra la artillería de los cristianos. Á impulso de los tiros vinieron luego á tierra las murallas; las casas fueron incendiadas por los combustibles que se echaron dentro de la plaza, y los moros fueron forzados á capitular. Se concedió á los naturales de la villa que saliesen con sus efectos, y á los Gomeles con sus armas. Hamet el Zegrí cabalgó orgulloso por medio del real cristiano, y los caballeros españoles no pudieron menos de contemplar con admiracion á este guerrero impertérrito acompañado con sus fieles y valientes partidarios.

Á la toma de Coin se siguió la de Cartama. La rendicion de estas dos plazas infundió tal temor en los moros de aquella comarca, que los habitantes de muchos de los pueblos convecinos abandonaron sus casas, y huyeron con los bienes que pudieron llevar.

Dejando entonces su campo y artillería cerca de Cartama, partió el Rey con alguna tropa ligera para reconocer la ciudad de Málaga. El vigilante Zagal que ya tenia noticia del plan concertado en el consejo de Córdoba, se habia metido en aquella plaza, habia reforzado sus defensas, y prevenido á los alcaides de los lugares de la sierra que le auxiliasen con sus fuerzas. El mismo dia que se presentó Fernando delante de Málaga, salió el Zagal á su encuentro con hasta mil hombres de guerra, que mostraban ser la caballería mas escogida del reino de Granada. Trabóse entre unos y otros una escaramuza muy reñida por las huertas y olivares inmediatos á la ciudad: muchos cayeron de entrambas partes, y los cristianos hicieron anticipadamente experiencia de los trabajos que debia costarles la conquista de aquella plaza.

Acabada la escaramuza, tuvo el marqués de Cádiz una conferencia secreta con el Rey. En ella, despues de manifestarle las dificultades que ofrecia el asedio de Málaga, le comunicó una carta que habia recibido de un moro de Ronda, llamado Jusef Jerife, que le participaba hallarse esta plaza casi desamparada y sin medios de resistir un ataque repentino. El Marqués instó vivamente al Rey que aprovechase la ocasion que se le presentaba de tomar esta fortaleza, una de las mas importantes de la frontera, y que en manos de Hamet el Zegrí era el azote de la Andalucía. Al dar este consejo, animaba tambien al piadoso Marqués el deseo de romper las cadenas de los cautivos cristianos, hechos prisioneros en la derrota de la Ajarquía y que gemian en las profundas mazmorras de Ronda.

El Rey Fernando escuchó con gusto los consejos del Marqués: sabia que Ronda era una de las llaves del reino de Granada, y deseaba castigar á sus naturales por el socorro que habian dado á los moros de Coin. Asi, pues, se abandonó por ahora el sitio de Málaga, y se hicieron las prevenciones necesarias para marchar con rapidez y secreto contra Ronda.

CAPÍTULO XXV

Sitio de Ronda

Vuelto Hamet el Zegrí á Ronda, despues de la rendicion de Coin, tomó la nueva de haber marchado el ejército cristiano á poner cerco sobre Málaga, y recibió las órdenes del Zagal para que le auxiliase con alguna tropa. Enviando allá parte de su guarnicion, Hamet, á quien su espíritu fogoso y vengativo no dejaba sosegar, resolvió ejecutar una nueva expedicion, que borrase la afrenta recibida en la batalla del Lopera. La situacion de la Andalucía, destituida de tropas, presentaba la ocasion mas oportuna para una correría por las tierras de aquel reino; y pues el torrente de la guerra habia ido á inundar á la vega de Málaga, ningun peligro habia que recelar en Ronda, aun cuando no fuese tanta la fuerza de sus muros y defensas. Dejando pues en esta plaza una parte de la guarnicion, se puso Hamet á la cabeza de sus Gomeles, y bajó como un huracan á desolar las llanuras de la Andalucía: entró por los estados del duque de Medinasidonia, y corriendo aquella dilatada campiña y fértiles dehesas, arrebató ganados, saqueó pueblos, y efectuó su retirada con poca ó ninguna oposicion; pues aunque las campanas tocaron á rebato, y las hogueras anunciaron la presencia del enemigo, fue tal la rapidez de sus movimientos, que no dejó lugar á la persecucion.

 

Cargado de despojos y ufano por el buen éxito de esta incursion, seguia Hamet su marcha con direccion á Ronda, cuando al desembocar de uno de los desfiladeros de la Serranía, llegó á sus oidos el sonido lúgubre de la artillería cristiana, que tronaba contra Ronda. Metiendo espuela á su caballo, pasó Hamet adelante; y á medida que avanzaba, crecia aquel estruendo bélico, retumbando, de cerro en cerro. Llegó á una altura, tendió la vista, y con el mayor asombro vió blanquear los campos en derredor de Ronda con las tiendas de un ejército sitiador. El estandarte real tremolaba en medio del campamento, indicando la presencia del Monarca, y el bronce horrísono, vomitando humo y llamas, anunciaba la próxima ruina de las torres de Ronda.

El ejército real habia logrado venir sobre Ronda de improviso, estando ausente su alcaide y la mayor parte de la guarnicion; pero sus habitantes, egercitados en la guerra, se defendian con valor, confiando ser en breve socorridos por Hamet y sus Gomeles. La decantada fuerza de aquellos baluartes aprovechó poco contra el rigor de las lombardas, las cuales, al cuarto dia de romper el fuego, habian derribado tres torres y una gran parte del muro que cercaba los arrabales. Con tan buenos principios cobraron mayor esfuerzo los sitiadores, aproximaron las lombardas, bajando mas la puntería, y se batió aquella fortaleza con tal vigor, que el peñon en que estaba fundada se estremecia hasta los cimientos. Los cautivos cristianos, sepultados en sus calabozos, se complacian de aquel rumor, teniéndolo por presagio de su cercana libertad.

El pesar que tenia Hamet de ver cercada y combatida aquella plaza, le inspiró una resolucion desesperada. Exhortando á sus soldados para que le siguiesen, pasó con la mayor cautela á colocarse con su gente en una altura inmediata al Real cristiano. Aqui permanecieron hasta alta noche; y saliendo del monte á tiempo que la mayor parte del ejército yacía entregada al sueño, acometieron repentinamente por el lado mas flaco del acampamento, con propósito de abrirse paso con la espada por medio de los sitiadores, y ganando la ciudad, entrar á defenderla. Pero la vigilancia con que se guardaba el campo cristiano frustró esta tentativa; y los moros, rechazados y perseguidos, se acogieron á la sierra de donde habian salido, defendiéndose de los cristianos con piedras, dardos y saetas.

Hizo entonces Hamet encender grandes fuegos en las cumbres de las montañas, y acudieron á su estandarte muchos moros de la Serranía y algunas tropas de Málaga. Con este refuerzo hizo varias tentativas para forzar el Real cristiano y entrar en Ronda; pero fueron inútiles todos sus esfuerzos, y siempre tuvo que recogerse á las asperezas de la sierra con pérdida de muchos de sus soldados mas valientes.

Entre tanto, los apuros de los sitiados crecian de hora en hora. El marqués de Cádiz habia logrado apoderarse de los arrabales, y se hallaba en disposicion de llegar hasta la base misma del escarpado peñon que sostenia aquella fortaleza. Al pié de este precipicio brotaba una fuentecilla, á la cual se bajaba desde la ciudad por una mina cortada en la peña viva. De aqui se surtia de agua el vecindario, empleándose para sacarla, á los cautivos cristianos, cuyos cansados pies tenian casi gastados los escalones de la mina. El marqués de Cádiz, descubriendo este manantial, mandó contraminarlo al través de la roca sólida. Asi lo ejecutaron sus ingenieros, y llegando al caño de la fuente, lo cegaron, quitando á la ciudad este recurso.

Mientras el generoso marqués de Cádiz, animado por la esperanza de sacar de su cautiverio á sus compañeros de armas, estrechaba el sitio con el mayor celo, Hamet el Zegrí, mirando desde las alturas la destruccion de su fortaleza, se golpeaba el pecho, y se abandonaba á los extremos de una furia impotente. Cada tiro de la artillería cristiana parecia herirle en el corazon; de dia estaba viendo caer, una despues de otra, las torres de Ronda, y de noche que ardia la ciudad como un volcan abrasado. “Tiraban, dice un coronista de aquel tiempo, no solo piedras de canto, sino grandes pelotas de hierro, fundidas en moldes, que hacian mucho estrago do quiera que alcanzaban.” Asimismo arrojaban dentro de la ciudad unas pellas de cáñamo, confeccionadas de alquitran y pólvora, las cuales cayendo encendidas sobre las casas, las incendiaban. Grande fue el horror de los naturales de la ciudad: veian arder sus casas, caer las torres, y obstruirse las calles con los escombros y con los cadáveres: en tal confusion y espanto, ni sabian dónde guarecerse, ni cómo defenderse, ni qué consejo tomar. Las mugeres, atemorizadas por el estrago de las balas y la voracidad de las llamas, prorrumpian en gritos dolorosos; y sus lamentos, mezclados con el estruendo de la artillería, se oian á la otra parte de la sierra, donde estaban los moros de Hamet, reducidos á ser espectadores de esta escena.

Perdida toda esperanza de que les viniese socorro de fuera, tuvieron los moros de Ronda que entregarse á partido; y fue bastante favorable el que les concedió Fernando. Conocia el Rey que la plaza aun era capaz de alguna resistencia, y deseaba por otra parte relevar á los suyos del trabajo que tenian peleando con una multitud de moros, que desde las sierras y lugares ásperos los guerreaban sin cesar. Se permitió, pues, á los moradores de Ronda salir con sus efectos para irse á los reinos de África, ó donde quisiesen; y á los que prefirieron permanecer en España, se les señaló tierras donde morar, y se les conservó en el egercicio de su ley.

Verificada la rendicion, se despacharon algunos destacamentos para perseguir á los moros que andaban por aquellas montañas; pero Hamet, viéndolo todo perdido, no quiso esperar una batalla, que precisamente habia de ser infructuosa, y se retiró con sus Gomeles pesaroso é indignado, aunque sin desesperar enteramente de su fortuna.

El primer cuidado del buen marqués de Cádiz, al entrar en Ronda, fue la emancipacion de sus desgraciados compañeros de armas, que gemian en las mazmorras. ¡Qué mudados los halló de lo que eran cuando, llenos de vigor y de confianza, y resplandecientes por el lujo de sus arreos, salieron de Antequera á correr los infaustos montes de Málaga! medio desnudos, aherrojados, y con las barbas hasta la cintura, movian á compasion; y su vista despertó en el ánimo del marqués de Cádiz recuerdos muy amargos. Entre los cautivos habia algunos jóvenes de casas ilustres, que con piedad filial se habian entregado prisioneros en lugar de sus padres. Todos fueron enviados á Córdoba, donde la piadosa Isabel, compadeciendo sus trabajos, les suministró ropas, alimentos y dinero, hasta dejarlos en sus casas. Sus cadenas fueron suspendidas en el exterior de san Juan de los Reyes de Toledo, donde aun se hallan, para que el cristiano viagero pueda regocijarse con su vista. Entre los cautivos moros habia una jóven de extremada hermosura, á quien un jóven español, cautivo en Ronda, supo comunicar á un mismo tiempo los sentimientos del amor mas tierno, y el conocimiento de la verdadera fé. Deseando completar tan buena obra, la pidió por esposa á la Reina, que se la concedió gustosa, haciéndola bautizar y colmando á entrambos de mercedes.

Asi quedó sujeta á los Soberanos de Castilla la fortaleza de Ronda, tenida por inexpugnable, asilo de los guerreros mas atrevidos de Granada, y columna de las esperanzas de los moros. Á su ejemplo se rindieron Cazarabonela, Marbella y otros muchos pueblos; de forma que en el discurso de esta expedicion, llegaron á setenta los pueblos que se arrancaron al dominio de los sectarios de Mahoma.

CAPÍTULO XXVI

Los granadinos brindan con la corona al Zagal, y éste parte para la capital

El pueblo de Granada, desleal y mudable por su condicion, habia vacilado largo tiempo entre Muley Aben Hazen y su hijo, Boabdil el chico, ya declarándose por el uno, ya aclamando al otro, segun la premura de las circunstancias, sin que por eso hubiese diminucion alguna de los males que afligian á la nacion. Cuando llegó á la capital la noticia de la toma de Ronda, y la pérdida consiguiente de la frontera, se reunió el pueblo tumultuariamente en una de las plazas públicas; y murmurando de sus gobernantes, les imputó, como de costumbre, todos los infortunios de la pátria; porque el pueblo nunca se imagina puedan originarse en él mismo los males que padece. Un alfaquí astuto, llamado Alyme Mozer, que habia notado los progresos del descontento popular, se levantó entre los granadinos, y los arengó. “Tiempo ha, dijo, que andais divididos entre dos Reyes, de los que ninguno tiene el valor y fuerza que se necesita para acudir al remedio de vuestros males: el uno, Aben Hazen; incapaz por su edad y sus achaques de salir contra el enemigo: el otro Boabdil; el apóstata, el desertor de su trono, el desgraciado por destino. En un tiempo en que padecemos los amagos de una guerra exterminadora, aquel solo es digno de empuñar el cetro que sabe blandir la espada. Si buscais tal hombre, no será dificil hallarlo: Alá os lo envia en la persona de vuestro general el invencible Audalla, cuyo sobrenombre de el Zagal ha llegado á ser en las batallas el terror de los cristianos, y precursor de nuestras glorias.”

El discurso del alfaquí fue recibido por el pueblo con aclamaciones, y los granadinos, siguiendo el impulso que se les habia dado, enviaron una diputacion á Málaga para ofrecer al Zagal la corona, y conducirlo á la capital. El Rey electo, aunque manifestó extrañar una resolucion tan inesperada, se dejó persuadir fácilmente, y admitió la brillante oferta que le hacian. Dejando con el mando de Málaga á Rodován de Vanegas, uno de los mas valientes generales moros, partió para Granada con una comitiva de trescientos caballeros de su confianza.

El viejo Muley Aben Hazen no esperó la venida de su hermano. Cansado de luchar con las olas de su fortuna, ya solo buscaba en aquel piélago de vicisitudes un puerto seguro donde pasar tranquilo el resto de sus dias. En un hondo valle de los que guarnecen la costa del Mediterráneo, estaba la pequeña ciudad de Almuñecar, defendida por la parte de tierra por estupendas montañas. El Riofrio corria por este valle, que abundaba de frutos, granos y ricos pastos. Las defensas de la ciudad eran bastante fuertes, y el alcaide y guarnicion acérrimos partidarios del viejo Monarca. Éste fue el lugar que Muley Aben Hazen eligió para su retiro. Su primer cuidado fue el de enviar alli sus tesoros: en seguida pasó á refugiarse allá él mismo; y por último, dispuso que viniesen á reunirse con él Fátima y sus dos hijos.

Entretanto, Muley Audalla, el Zagal, proseguia su camino hácia Granada, acompañado de sus trescientos caballeros. Llegando cerca de Alhama, por donde le era forzoso pasar, envió delante corredores para reconocer el terreno, á fin de asegurarse contra cualquiera emboscada de los cristianos; pues en el tiempo que mandaba en esta fortaleza el conde de Tendilla, era muy peligroso este paso, por la vigilancia con que se guardaban aquellas cercanías, y las frecuentes salidas que hacia la guarnicion; y aunque la tenencia de Alhama estaba confiada ahora á don Gutierre de Padilla, clavero de Calatrava, que no era tan activo y lince como su antecesor, juzgó el Zagal ser muy necesarias estas medidas de precaucion. Todo lo iban registrando los batidores, cuando al llegar á una altura que dominaba á un valle angosto, descubrieron cerca de un arroyo una partida de hasta noventa de á caballo. Apeados, y derramados por aquel sitio, estaban los unos descansando á la sombra de los árboles y peñas, y los otros jugando los despojos que habian ganado, en tanto que sus caballos, quitados los frenos, pacian en las verdes márgenes del arroyo.

Estos caballeros tan descuidados eran de la órden de Calatrava, que con otros de sus compañeros de armas habian salido á una incursion contra los moros, y habiendo corrido el pais hasta Sierranevada, volvian á Alhama alegres por la presa que llevaban. Los demas que formaban parte de esta fuerza habian pasado delante, dejando á los otros en aquel valle, donde habian hecho alto para descansar. El Zagal, contemplando la negligente seguridad de estos caballeros, dijo, con una sonrisa feroz: “Ellos serán los trofeos que honren nuestra entrada en la capital.” Acercándose al valle silenciosa y cautamente, entró en él con su tropa á rienda suelta, y embistió de repente á los cristianos con tal furia, que ni aun para cabalgar tuvieron tiempo, mucho menos para defenderse. Empero hicieron una resistencia confusa peleando entre las peñas y árboles: su valor, en tan cruel trance, no les fue de provecho alguno; setenta y nueve fueron sacrificados, los once restantes quedaron prisioneros. Partieron luego algunos de los moros en seguimiento de la cabalgada, y la alcanzaron que subia lentamente por una cuesta: los cristianos que la conducian, viendo á lo lejos mayor número de moros, huyeron, abandonando la presa al enemigo.

 

Recogido el botin y los prisioneros, el Zagal, orgulloso por este nuevo triunfo, prosiguió su marcha hácia Granada. Llegando á la puerta de Elvira, se detuvo un momento, acordándose que aun no habia sido proclamado Rey. Esta ceremonia en breve se cumplió: pues ya la fama habia pregonado alli su nueva hazaña, embriagando los ánimos de la multitud ligera. Entró en Granada como en triunfo: delante iban los once caballeros de Calatrava; despues de estos los noventa caballos que se habian cogido, llevando las armas y arreos de sus anteriores dueños; en seguida venian setenta moros á caballo, llevando colgadas de los arzones otras tantas cabezas de cristianos: tras de estos cabalgaba Muley Audalla, rodeado de muchos caballeros principales, ricamente ataviados; y por último cerraba la marcha una multitud de vacas, ovejas y otros despojos ganados á los cristianos37.

Miraba complacido aquel feroz populacho á los caballeros cautivos y á las sangrientas cabezas de sus compañeros, celebrando este mezquino triunfo como principio feliz del reinado de su nuevo Monarca. De Aben Hazen y de Boabdil apenas se hacia ya mencion, ó solo se hablaba de ellos con desprecio; al paso que por toda la ciudad no se oian sino alabanzas del Zagal ó el valiente.

35Pulgar, Garibay, Cura de los Palacios.
36Pulgar, c. 42.
37Zurita, Mariana, Abarca.