Mabinogion. Relatos galeses medievales

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–Señor –le dijo–, el caballo no puede hacer nada mejor que lo que has visto.

–He observado que es en vano perseguirla –respondió–. Juro por Dios que ella tiene un mensaje para alguien de este llano, si su obstinación le hubiera permitido decirlo. Volvamos a la corte.

Llegaron y pasaron esa noche cantando y divirtiéndose hasta que estuvieron satisfechos. Al día siguiente se entretuvieron hasta que llegó la hora de ir a comer. Cuando terminaron la comida, Pwyll dijo:

–¿Dónde están los que estuvieron conmigo en la cima de la colina ayer y el día anterior?

–Aquí estamos, señor –respondieron ellos.

–Vamos a sentarnos en la cima –dijo–. Y tú –dirigiéndose al palafrenero–, ensilla bien mi caballo y condúcelo al camino, y trae mis espuelas –el palafrenero así lo hizo.

Llegaron a la colina y se sentaron. No habían estado mucho tiempo cuando vieron a la jineta venir por el mismo camino, de igual forma y paso.

–Palafrenero –dijo Pwyll–, veo a la jineta. Dame mi caballo.

Montó y, tan pronto como lo hizo, ella lo pasó. Giró por detrás de ella y dejó que su vivaz y saltarín caballo caminara. Le pareció que al segundo salto, o al tercero, la alcanzaría, pero no estaba más cerca de ella que antes. Apuró al caballo para que fuera lo más rápido posible; sin embargo, vio que era inútil perseguirla. Entonces dijo Pwyll:

–Doncella, por el bien del hombre que más amas, espérame.

–Aguardaré de buen grado –respondió ella–, pero hubiera sido mejor para el caballo si lo hubieses pedido hace un rato.

La doncella se detuvo y esperó. Corrió la parte del tocado que cubría su rostro, fijó su mirada sobre él y empezaron a conversar.

–Señora –dijo Pwyll–, ¿de dónde vienes y hacia dónde vas?

–Estoy haciendo unos mandados –contestó–. Me alegra verte.

–Te doy la bienvenida –dijo él.

Entonces Pwyll pensó que los rostros de todas las doncellas y damas que había visto eran desagradables en comparación con el de ella.

–Señora –le dijo–, ¿me dirás algo acerca de tus mandados?

–Por Dios que lo haré –respondió ella–. Mi principal objetivo era conocerte.

–Ese es, para mí, el mejor propósito que pudo traerte –dijo Pwyll–. ¿Me dirías quién eres?

–Sí, señor –dijo–. Soy Rhiannon hija de Hyfaidd Hen y seré entregada a un hombre en contra de mi voluntad50. Pero jamás he querido a nadie por amor a ti, y aún no lo hago, a menos que me rechaces. Y es para conocer tu parecer en este tema que he venido.

–Por Dios –contestó Pwyll–, esta es mi respuesta para ti: si pudiera optar entre todas las damas y doncellas del mundo, te elegiría a ti.

–Bien –dijo ella–, si esto es lo que quieres, antes de que me entreguen a otro hombre arregla una cita conmigo.

–Para mí, cuanto antes mejor –dijo Pwyll–. Organiza el encuentro donde tú quieras.

–Lo haré, señor –respondió ella–. Me aseguraré de que se prepare un banquete dentro de un año a partir de esta noche en la corte de Hyfaidd y de que esté listo para cuando llegues.

–Asistiré de buen grado –dijo él.

–Adiós, señor –dijo ella–. Recuerda cumplir tu promesa. Yo seguiré mi camino.

Se separaron, y él regresó junto a su mesnada y sus seguidores. Cualquier pregunta que le hacían respecto de la doncella, él cambiaba de tema. Así pasó el año hasta el momento acordado y Pwyll se aprontó junto con noventa y nueve caballeros. Partió hacia la corte de Hyfaidd Hen; llegó y le dieron una cálida bienvenida. Había una gran concurrencia y alegría, lo esperaban grandes preparaciones y todas las riquezas de la corte estaban a su disposición. Prepararon la sala y fueron a las mesas. Así fue como se sentaron: Hyfaidd Hen a un lado de Pwyll y Rhiannon al otro lado; luego, cada uno de acuerdo con su rango. Comieron, se solazaron y conversaron.

Cuando estaban por empezar a entretenerse después de la comida, vieron entrar a un joven alto, de porte regio y cabello negro, vestido con seda brocada. Cuando llegó a la parte superior de la sala saludó a Pwyll y a sus compañeros51.

–Bienvenido seas, amigo. Ven a sentarte –dijo Pwyll.

–No lo haré –respondió él–, soy un demandante y realizaré mi pedido.

–Hazlo de buen grado –dijo Pwyll.

–Señor –replicó él–, es a ti a quien he venido a hacerle una solicitud.

–Lo que sea que me pidas, mientras esté a mi alcance, será tuyo.

–¡Ay! –dijo Rhiannon–, ¿por qué has dado esa respuesta?

–Ya lo ha concedido, señora, en presencia de los nobles –dijo el otro.

–Amigo –dijo Pwyll– ¿qué es lo que quieres?

–La mujer a la que más amo, con la que dormirás esta noche. He venido a solicitar su mano y las preparaciones y provisiones que hay aquí.

Pwyll permaneció en silencio, ya que no sabía qué contestar.

–Calla tanto tiempo como gustes –dijo Rhiannon–. Jamás ha sido un hombre tan lento de entendimiento como tú.

–Señora –respondió–, no sabía quién era él.

–Ese es el hombre a quien querían otorgarme en contra de mi voluntad –dijo ella–, es Gwawl hijo de Clud, hombre poderoso y con muchos seguidores52. Y como has dado tu palabra, entrégame antes de que caiga deshonor sobre ti.

–Señora –dijo él–, ¡qué clase de respuesta es esa! Nunca podría hacer lo que dices.

–Entrégame a él –insistió ella– y yo me aseguraré de que nunca me posea.

–¿Cómo? –preguntó Pwyll.

–Te daré una pequeña bolsa –dijo ella–, guárdala bien. Él está pidiendo el banquete, las preparaciones y las provisiones, pero no está en tu poder concederlos. No obstante, yo otorgaré el banquete a la mesnada y a los seguidores, y esa será tu respuesta acerca de este asunto. Respecto de mí –dijo–, organizaré una cita con él para dentro de un año a partir de esta noche para que duerma conmigo. En ese momento tú deberás estar en aquel huerto de allí arriba, con tus noventa y nueve caballeros y esta bolsa. Cuando él se encuentre a mitad de la diversión y el entretenimiento, te acercarás con la bolsa en la mano vistiendo ropas raídas y solo pedirás que te llenen la bolsa de comida. Por mi parte –continuó ella–, me aseguraré de que, aunque coloquen dentro de ella toda la comida y bebida de estas siete provincias, no esté más llena que antes. Cuando hayan echado muchas cosas, él te preguntará: «¿Alguna vez se llenará tu bolsa?» y tú le responderás: «No, a menos que un hombre muy poderoso comprima la comida con ambos pies y diga ‘bastante se ha colocado aquí’». Yo me cercioraré de que haga todo eso. Y cuando él esté con los pies en la bolsa, la darás vuelta para que quede dentro de ella de cabeza y luego le atarás un nudo con sus correas. Ten un buen cuerno de caza alrededor de tu cuello y, cuando ya esté amarrado en la bolsa, hazlo sonar para avisarles a tus guerreros que desciendan sobre la corte.

–Señor –dijo Gwawl–, es tiempo de que des una respuesta a mi solicitud.

–De cuanto pediste, te daré todo lo que esté en mi poder –respondió Pwyll.

–Amigo –dijo Rhiannon–, respecto de este banquete y estas provisiones, se las he dado a los hombres de Dyfed, a la mesnada y a los seguidores que hay aquí. No dejaré que se las entreguen a nadie más. Pero en un año a partir de esta noche habrá en esta corte un festín preparado para que tú, amigo, duermas conmigo.

Gwawl partió hacia su reino y Pwyll regresó a Dyfed. Cada uno de ellos pasó ese año hasta que llegó el momento del banquete en la corte de Hyfaidd Hen. Gwawl hijo de Clud llegó al festín que había sido preparado para él, entró a la corte y le dieron la bienvenida. Pero Pwyll Penn Annwfn fue al huerto con los noventa y nueve caballeros, como le había ordenado Rhiannon, y con la bolsa. Pwyll se vistió con unos harapos y se puso unos grandes zapatos rotos en los pies. Cuando se dio cuenta de que estaban por empezar a entretenerse después de la comida, se dirigió a la sala. Cuando llegó a la parte superior, saludó a Gwawl hijo de Clud y a su compañía de hombres y mujeres.

–Dios te dé prosperidad –dijo Gwawl–. Bienvenido seas.

–Señor –dijo el otro–, Dios te lo pague. Tengo un recado para ti.

–También es bienvenido –dijo él–. Si tu pedido es moderado, consentiré de buen grado.

–Lo es, señor –replicó él–. Solo quiero repeler el hambre. Por eso te ruego llenar con comida esta pequeña bolsa que ves.

–Ese es un pedido razonable –dijo él– y lo tendrás de buen grado. Tráiganle comida.

Un gran número de sirvientes se levantó y comenzó a cargar la bolsa. Pero a pesar de lo que se arrojaba adentro, no estaba más llena que antes.

–Amigo –dijo Gwawl–, ¿alguna vez se colmará tu bolsa?

–Nunca, por Dios –respondió él–, sin importar qué se coloque dentro de ella, a menos que un noble dotado de tierras, territorios y riquezas pise la comida en la bolsa con ambos pies y diga «bastante se ha colocado aquí».

–¡Mi campeón! –le dijo Rhiannon a Gwawl hijo de Clud–, ¡levántate rápido!

–Lo haré de buen grado –dijo él.

Se levanta y pone los dos pies en la bolsa. Entonces Pwyll la da vuelta de modo que Gwawl queda de cabeza dentro de ella; rápidamente cierra la bolsa, ata un nudo con las correas y hace sonar el cuerno. De inmediato, hete aquí a la mesnada en la corte: capturan a los seguidores que habían ido con Gwawl y amarran a cada uno de forma separada. Enseguida Pwyll desecha los harapos, los zapatos rotos y las ropas desaliñadas. Y cada uno de los hombres de Pwyll que entraba le daba un golpe a la bolsa y preguntaba «¿qué hay aquí?»; «un tejón», respondían los otros. Así es como jugaban: cada uno propinaba un golpe a la bolsa con el pie o con un palo. Así se divirtieron con el saco, y todo aquel que ingresaba preguntaba «¿a qué están jugando ustedes?». Y esa fue la primera vez que se jugó «tejón en la bolsa»53.

 

–Señor –dijo el hombre desde la bolsa–, ¡si tan solo me escucharas! No sería digno que me mataras aquí adentro.

–Señor, es verdad –dijo Hyfaidd Hen–. Deberías hacerle caso: no es una muerte adecuada para él.

–De acuerdo –dijo Pwyll–, seguiré tu consejo.

–Esto es lo que te recomiendo –dijo entonces Rhiannon–: estás en tal posición que se espera que satisfagas a demandantes y músicos. Deja que Gwawl le dé a todos de parte tuya y tómale juramento de que nunca reclamará o buscará venganza; ese es suficiente castigo.

–Él lo acepta de buen grado –dijo el hombre desde la bolsa.

–Yo también, bajo consejo de Hyfaidd y Rhiannon –contestó Pwyll.

–Estamos de acuerdo –dijeron ellos.

–Muy bien –dijo Pwyll–. Búscate garantes54.

–Nosotros responderemos por él –dijo Hyfaidd–, hasta que sus hombres estén libres para hacerlo.

Enseguida liberaron a Gwawl y a sus mejores hombres.

–Solicítale ahora los garantes a Gwawl –dijo Hyfaidd–. Sabemos a quiénes tenemos derecho a aceptar.

Hyfaidd sopesó a los garantes.

–Redacta tus condiciones –dijo Gwawl.

–Lo que estableció Rhiannon es suficiente para mí –replicó Pwyll.

Los garantes actuaron bajo esas condiciones.

–Bueno, señor –dijo Gwawl–, estoy lastimado, recibí una gran herida y necesito un baño. Con tu permiso partiré. Dejaré nobles aquí para que le respondan a todo aquel que te solicite algo.

–Hazlo de buen grado –dijo Pwyll– y Gwawl partió hacia su reino.

Entonces la sala fue dispuesta para Pwyll, para sus seguidores y también para los hombres de la corte. Se fueron a sentar a las mesas y, así como se habían ubicado un año antes, del mismo modo lo hicieron esa noche. Comieron y se divirtieron, y llegó la hora de irse a dormir. Pwyll y Rhiannon se dirigieron al dormitorio y pasaron esa noche en paz y felicidad55.

Al día siguiente, al despuntar el alba, Rhiannon le dijo a Pwyll:

–Señor, levántate y comienza a calmar a los músicos, y no rechaces hoy a nadie que te solicite un presente.

–Así lo haré, de buen grado –dijo Pwyll–, hoy y todos los días mientras dure este festín.

Pwyll se levantó, pidió que hicieran silencio y requirió a todos los demandantes y músicos que se presentaran, diciéndoles que cada uno de ellos sería satisfecho de acuerdo con su deseo y antojo, y así se hizo. Se acabó el banquete y nadie fue rechazado mientras duró. Cuando se terminó el festín, Pwyll le dijo a Hyfaidd:

–Señor, con tu permiso partiré mañana rumbo a Dyfed.

–Bueno –dijo Hyfaidd–, que Dios te allane el camino. Arregla una fecha y hora para que Rhiannon te siga.

–Por Dios –dijo Pwyll–, partiremos juntos de aquí.

–¿Es ese tu deseo, señor? –preguntó Hyfaidd.

–Lo es, por Dios –respondió Pwyll.

Al día siguiente viajaron a Dyfed y se dirigieron a la corte en Arberth, donde se había preparado un banquete para ellos. Los mejores hombres y mujeres del país y del reino se congregaron frente a ellos. Nadie se alejaba de Rhiannon sin haber recibido un regalo extraordinario, ya sea un broche, un anillo o una piedra preciosa. Gobernaron el reino exitosamente ese año y el siguiente. Al tercer año, los nobles del país comenzaron a preocuparse porque veían a un hombre a quien amaban mucho, como señor y hermano de crianza, sin heredero, y lo convocaron56. El lugar donde se juntaron fue Preseli en Dyfed.

–Señor –dijeron ellos–, sabemos que no eres tan viejo como algunos de los hombres de este reino, pero nuestro temor es que no tengas descendencia con tu mujer. Por esta razón, búscate otra con la que puedas tener un heredero. No vivirás para siempre –continuaron–, y aunque desees permanecer así, no te lo permitiremos.

–Bueno –dijo Pwyll–, todavía no hemos estado juntos durante tanto tiempo y mucho puede ocurrir. Posterguen el asunto hasta fin de año; luego arreglaremos un encuentro y obraré de acuerdo con su consejo.

Organizaron la reunión, mas antes de que transcurriera el plazo le nació un hijo en Arberth. La noche del nacimiento llamaron a mujeres del reino para cuidar al niño y a su madre, pero se quedaron dormidas, como el bebé y Rhiannon. Seis era el número de señoras que habían sido convocadas y que habían montado guardia durante gran parte de la velada. Sin embargo, antes de la medianoche todas se durmieron y se despertaron con la aurora. Cuando abrieron los ojos miraron hacia donde habían dejado al niño, pero no había señales de él.

–¡Ay! –dijo una de las mujeres–. ¡El niño ha desaparecido!

–Sí –dijo otra–, pequeño castigo sería que por esto nos quemaran o mataran.

–¿Tienen algún plan? –preguntó una de las mujeres.

–Sí –dijo otra–, yo tengo una buena sugerencia.

–¿Cuál? –preguntaron.

–Hay una perra de caza que acaba de tener cría –respondió ella–. Matemos a algunos de los cachorros, untemos el rostro y las manos de Rhiannon con la sangre, coloquemos los huesos a su lado y juremos que ella asesinó a su propio hijo. La vehemencia de nosotras seis contrarrestará la de ella.

Se pusieron de acuerdo en esto. Cerca del amanecer se despertó Rhiannon y dijo:

–Mujeres mías, ¿dónde está el niño?

–Señora –dijeron ellas–, no nos preguntes a nosotras por él. No tenemos más que moretones y golpes de tanto luchar contra ti; jamás habíamos visto a una mujer pelear tanto, pero fue inútil hacerlo. Tú misma has destruido a tu hijo; no nos pidas a nosotras por él57.

–Pobrecitas –dijo Rhiannon–. Por Dios, nuestro señor que sabe todo, no digan mentiras sobre mí. Dios, que todo lo conoce, sabe que eso no es verdad. Si tienen miedo, a fe mía, las protegeré.

–Dios sabe –dijeron ellas– que no dejaremos que nos ocurra algo malo por absolutamente nadie.

–Pobrecitas –respondió ella–, nada malo les sucederá si dicen la verdad.

No obstante, dijera lo que dijese, por bondad o compasión, recibía siempre la misma respuesta de parte de las mujeres. Entonces se levantaron Pwyll Penn Annwfn, su banda de guerreros y sus seguidores, y no se pudo esconder este incidente. La noticia se extendió por todo el reino y todos los nobles la escucharon. Se juntaron para elegir representantes ante Pwyll y solicitarle que se divorcie de su mujer por haber cometido ella un crimen tan terrible. Pero Pwyll les contestó:

–No tienen ningún fundamento para pedirme que me divorcie de mi mujer, salvo que no tenga hijos. Pero yo sé que tiene uno y por lo tanto no me separaré de ella. Si me ha insultado, que sea castigada.

Rhiannon convocó a maestros y sabios. Cuando le pareció mejor aceptar su castigo que discutir con las mujeres, se sometió a la pena. Ésta consistía en permanecer en la corte de Arberth durante siete años sentada sobre un apeadero que había afuera, en la entrada, desde donde debía contarle la historia completa a todo aquel que no la conociera y, si se lo permitían, ofrecerse a llevar a huéspedes y extraños sobre la espalda hasta la corte, pero estos rara vez accedían. Y así transcurrió gran parte del año.

En ese tiempo, Teyrnon Twrf Liant era señor de Gwent Is Coed y el mejor hombre del mundo58. En su casa había una yegua, y no había en el reino ni semental ni yegua más linda que esa. Daba a luz todas las calendas de mayo cuando ya estaba oscuro, mas nadie sabía qué sucedía con su potrillo59. Una noche, Teyrnon conversaba con su mujer del siguiente modo:

–Esposa mía –dijo–, qué descuidados somos, perdiendo las crías de nuestra yegua cada año, sin conservar ni una de ellas.

–¿Qué se puede hacer respecto de eso? –preguntó ella.

–Que caiga la venganza de Dios sobre mí –dijo él– si no descubro el destino de esas crías; hoy es primero de mayo.

Hizo que llevaran a la yegua adentro, se armó y comenzó a montar guardia. Cuando empezó a oscurecer, la yegua dio a luz a un potrillo hermoso y grande que se levantó enseguida. Teyrnon se irguió y admiró la firmeza de la cría. Mientras hacía esto escuchó un estrépito y luego del ruido apareció una enorme garra a través de la ventana que asió al potrillo por la crin. Teyrnon desenvaina la espada y le corta el brazo a la altura del codo, de modo que esa parte del brazo, y el potrillo con ella, quedan del lado de adentro. Entonces escuchó al mismo tiempo un estruendo y un alarido. Abrió la puerta y se precipitó detrás del ruido. Debido a la oscuridad de la noche no podía ver cuál era la conmoción, pero corrió detrás y la siguió. Ahora bien, se acordó de que había dejado la puerta abierta y regresó. Al costado de la entrada encontró a un niño pequeño envuelto en un manto de seda brocada. Lo levantó y se dio cuenta de que era fuerte para su edad.

Trabó la puerta y se encaminó al dormitorio donde estaba su mujer.

–Señora –dijo–, ¿estás dormida?

–No, señor –dijo ella–. Lo estaba, pero cuando llegaste me desperté.

–Tengo un niño para ti, si quieres algo que nunca tuviste –dijo él.

–Señor –replicó ella–, ¿qué historia es esa?

–Esto es lo que pasó –dijo Teyrnon y se lo contó todo.

–Bueno, señor –dijo ella–, ¿qué clase de vestimenta tiene el niño?

–Un manto de seda brocada –contestó él.

–Entonces es hijo de nobles –dijo ella–. Señor, sería un placer y una alegría, si estás de acuerdo, convocar a mujeres de mi conocimiento y decir que he estado embarazada.

–Acuerdo contigo de buen grado –dijo él.

Y así se hizo. Hicieron bautizar al niño de la forma en la que se hacía en ese tiempo. Le dieron el nombre de Gwri Wallt Euryn, ya que todo su cabello era tan dorado como el oro60.

El niño fue criado en la corte hasta que tuvo un año, pero antes ya caminaba con firmeza y era más fuerte que un niño de tres años bien desarrollado. Al segundo año ya era tan fuerte como un niño de seis. Y antes del final del cuarto año negociaba con los mozos del establo para que lo dejaran darles agua a los caballos61.

–Señor –dijo su esposa a Teyrnon–, ¿dónde está el potrillo que salvaste la misma noche que encontraste al niño?

–Ordené que se lo dieran a los mozos del establo –dijo él– y les pedí que lo cuidaran.

–¿No sería bueno, señor, que lo domaras y se lo dieras al niño? –preguntó ella–. Dado que la noche en que lo encontraste nació el potrillo y tú lo salvaste.

–No me opondré a eso –dijo Teyrnon–. Dejaré que se lo des.

–Señor, Dios te lo pague –dijo ella–. Así lo haré.

Entonces le regalaron al niño el caballo y ella se dirigió a los sirvientes y a los mozos del establo para ordenarles que cuidaran del animal y lo domaran hasta que el niño pudiera montarlo, y le contaran las novedades.

Entretanto llegaron a sus oídos noticias de Rhiannon y de su castigo. A causa de lo que había encontrado, Teyrnon Twrf Liant prestó atención y preguntaba constantemente sobre el tema hasta que escuchó, de boca de mucha gente que había ido a la corte, quejas respecto de la desgracia del infortunio de Rhiannon y de su pena. Teyrnon meditó sobre esto y miró detenidamente al niño. Se dio cuenta de que nunca había visto un hijo y un padre que se parecieran tanto como ese pequeño y Pwyll Penn Annwfn (la apariencia de Pwyll era conocida por Teyrnon porque había sido vasallo suyo). Entonces lo asaltó la tristeza por lo mal que hacía en conservar al niño sabiendo que era el hijo de otro hombre. Cuando tuvo la chance de conversar en privado con su esposa, le dijo que no estaba bien que ellos retuvieran al pequeño y dejaran que una mujer tan noble como Rhiannon sufriera tal castigo a causa de eso, siendo que el chico era hijo de Pwyll Penn Annwfn.

La esposa de Teyrnon estuvo de acuerdo en enviar al niño a Pwyll.

–Y tres cosas, señor, obtendremos como resultado –dijo ella–: el agradecimiento y la gratitud por haber liberado a Rhiannon de su castigo, y las gracias de Pwyll por haber criado a su hijo y por haberlo restituido. Y en tercer lugar, si el pequeño se convierte en un hombre gentil, será nuestro hijo de crianza y hará siempre lo mejor para nosotros.

Y se pusieron de acuerdo. Al día siguiente Teyrnon se preparó con dos jinetes más; el niño era el cuarto e iba montado sobre el caballo que Teyrnon le había dado. Emprendieron la marcha hacia Arberth y no tardaron mucho en llegar. Cuando se aproximaron a la corte vieron a Rhiannon sentada al lado del apeadero, y al acercarse ella les dijo:

 

–Señores, no sigan adelante. Yo cargaré a cada uno de ustedes hasta la corte. Ese es mi castigo por haber matado y destruido a mi hijo.

–Señora mía –dijo Teyrnon–, no creo que ninguno de ellos quiera ir en tu espalda.

–Que vaya el que quiera –dijo el niño–; yo no lo haré.

–Dios sabe, amigo, que yo tampoco –dijo Teyrnon.

Se dirigieron a la corte, donde se alegraron mucho por su llegada. Justo estaba por comenzar un banquete; el mismo Pwyll acababa de regresar de hacer el circuito por Dyfed. Fueron a la sala y se lavaron. Pwyll le dio la bienvenida a Teyrnon y se fueron a sentar. Así se ubicaron: Teyrnon entre Pwyll y Rhiannon, dos de sus compañeros más allá de Pwyll, y el niño entre ellos. Después de terminar de comer, cuando empezaba el entretenimiento, conversaron. La historia que contó Teyrnon fue el relato completo acerca de la yegua y el niño, y de cómo su esposa y él habían tomado al pequeño bajo su cargo y lo habían criado.

–Ves aquí a tu hijo, señor –dijo Teyrnon–. Quienquiera que te haya dicho mentiras te ha perjudicado. Yo mismo, cuando escuché sobre tu dolor, me entristecí y me apené. Creo que no hay nadie en esta compañía que no haya reconocido que el niño es hijo de Pwyll.

–No hay nadie que tenga dudas sobre eso –dijeron todos.

–Por Dios –dijo Rhiannon–, sería un gran alivio a mi preocupación si fuera verdad.

–Señora –dijo Pendaran Dyfed–, has nombrado apropiadamente Pryderi a tu hijo. Pryderi, hijo de Pwyll Penn Annwfn le queda mejor62.

–Asegúrense de que su propio nombre no sea más conveniente –dijo Rhiannon.

–¿Cómo se llama? –preguntó Pendaran.

–Nosotros le pusimos Gwri Wallt Euryn.

–Pryderi será su nombre –dijo Pendaran.

–Resulta muy adecuado –dijo Pwyll– nombrar al niño con la palabra que su madre pronunció cuando recibió gratas noticias acerca de él.

Y estuvieron de acuerdo en eso.

–Teyrnon –dijo Pwyll–, Dios te pague haber criado a este pequeño hasta ahora. Corresponde que, si se convierte en un hombre gentil, te recompense.

–Señor –dijo Teyrnon–, respecto de la mujer que lo crio, no hay nadie en el mundo que esté más apenado que ella. Sería justo que se acuerde de nosotros, de esta mujer y de lo que hicimos por él.

–Por Dios –dijo Pwyll–, mientras yo viva y pueda mantenerme a mí mismo, también los sustentaré a ustedes y a su reino. Si el niño vive hasta la madurez, será más apropiado que los mantenga él. Con tu consentimiento y el de los nobles, puesto que lo has criado hasta ahora, de aquí en más lo entregaremos al cuidado de Pendaran Dyfed. Y ustedes serán sus compañeros y sus padres de crianza.

–Ese es un buen consejo –dijeron todos.

Entonces el niño fue entregado a Pendaran Dyfed y los nobles del reino se aliaron con él. Teyrnon Twrf Liant y sus compañeros emprendieron el regreso a su país, llenos de felicidad y alegría. Antes le habían ofrecido a Teyrnon las joyas más hermosas, los mejores caballos y los perros más alabados, pero él no quiso nada.

Se quedaron en su propio reino después de eso y Pryderi hijo de Pwyll Penn Annwfn fue criado con diligencia, como correspondía, hasta que se convirtió en el joven más gentil, noble y habilidoso del reino en todas las proezas. Así transcurrieron años y años, hasta que la vida de Pwyll Penn Annwfn llegó a su fin y murió. Pryderi gobernó las siete provincias de Dyfed exitosamente, siendo querido por su reino y por todos los que lo rodeaban. Luego conquistó las tres provincias de Ystrad Tywi y las cuatro de Ceredigion; estas son llamadas las siete provincias de Seisyllwch63. Pryderi hijo de Pwyll Penn Annwfn se mantuvo ocupado con estas conquistas hasta que decidió tomar esposa. Esta es la mujer que quiso: Cigfa hija de Gwyn Gohoyw, hijo de Gloyw Walltydan, hijo de Casnar Wledig, nobles de la isla.

Y así termina esta rama del mabinogion64.

35 El nombre de Pwyll significa «sabiduría, sensatez» y, como la mayor parte de los nombres de los personajes de estos relatos, está íntimamente relacionado con sus atributos morales y su comportamiento, ya sea porque se identifica con su nombre o porque exhibe actitudes totalmente contrarias. Dyfed es la región del suroeste de Gales que actualmente comprende Pembrokeshire y parte de Carmarthenshire. Traducimos como «provincia» el término cantref, la unidad territorial, política y judicial básica a partir de la cual se organizaban los reinos galeses medievales. En teoría estaba formada por cien (can) poblados (trefi), que constituían la unidad económica y social. Las siete provincias de Dyfed eran: Cemais, Pebidiog, Rhos, Deugleddau, Penfro, Cantref Gwarthaf y Emlyn.

36 Arberth es usualmente identificado con el actual pueblo de Narberth en Pembrokshire. Los reyes medievales solían mantener corte en diferentes puntos mientras hacían el circuito por su territorio junto con su familia y seguidores. De este modo, visitaban a sus vasallos y recogían el tributo de cada área. La caza era uno de los principales pasatiempos de la aristocracia galesa (y europea occidental en general) y se asociaba a ella un vocabulario especial y prácticas específicas. En estos relatos, como también en textos franceses e ingleses, la caza es un motivo literario que puede conducir al personaje al encuentro con lo sobrenatural. Asimismo, el príncipe perdido durante la cacería es un conocido procedimiento internacional para iniciar una aventura.

37 Glyn Cuch se refiere al Valle del Cuch, río que separa Pembrokeshire de Carmarthenshire.

38 El color rojo y, en especial, el blanco están asociados con lo sobrenatural en la literatura galesa medieval. Animales como perros, ciervos o jabalíes muchas veces funcionan como guías hacia lo sobrenatural.

39 Las descripciones de caballos, como las de la apariencia de los personajes, suelen seguir un patrón básico: verbo de visión («vio») + personaje (nombre propio, jinete) + montado/sobre + tipo de caballo + atributos relativos al color, tamaño u otras características físicas. Estas correspondencias indican que los compositores abrevaban en técnicas narrativas tradicionales, adaptándolas a cada caso, como ha estudiado Sioned Davies en «Horses in the Mabinogion», en The Horse in Celtic Culture, ed. por Sioned Davies y Nerys Ann Jones, Cardiff, University of Wales Press, 1997, pp. 121-140.

40 Las fórmulas de saludo constituyen un procedimiento básico de la composición de los relatos galeses. Siguen un esquema común y denotan, además, las relaciones de poder y dependencia interpersonal de los personajes. De esta manera, el personaje de menor estatus debe saludar primero y el otro responde con alguna fórmula del tipo «Dios te dé prosperidad», «recibe la bendición de Dios». En este sentido, en cuanto Pwyll descubre que Arawn es un rey coronado y, por lo tanto, un hombre de más alto rango que él, inmediatamente lo saluda con un «buen día a ti».

41 Pwyll ha insultado a Arawn violando una de las reglas de caza por la cual no se debe robar el animal matado por la jauría de otro señor. Por eso, debe compensar al rey por haber mancillado su honor. El honor es un principio fundamental de la organización de la sociedad galesa medieval.

42 Annwfn es el nombre con el que se conoce al otro-mundo galés, cuya etimología tradicional lo hacía derivar de an («en» o «bajo») y dwfn («mundo»), es decir, «bajo-mundo»; sin embargo, Patrick Sims-Williams ha propuesto entenderlo como an («intensivo») + dwfn («profundo»), esto es, «muy profunda (región)» («Kaer Sidi and Other Celtic Otherworld Terms», en Irish Influence, pp. 53-78, p. 57). El otro-mundo podía estar ubicado bajo tierra, en una isla o, como en este caso, dentro de, o contiguo a, el reino terrenal de Pwyll. De hecho, aparentemente se llega a Annwfn a través de un viaje común por tierra.

43 El chambelán (gwas ystafell) era el oficial de la corte del rey que se encargaba de preparar la habitación donde el rey dormía con la reina (ystafell), hacer la cama, vestirlo y llevar y traer mensajes (Law, pp. 19-20).

44 De acuerdo con las leyes, los comensales se sentaban a la mesa en determinado orden, el cual dependía de su estatus. El procedimiento entero de la comida, que incluye el recibimiento y las preparaciones (lavarse, por ejemplo), sentarse, comer, beber y conversar, es tematizado en muchas escenas. El iarll es un hombre noble, de rango semejante al del duque, que posee uno o más señoríos y cuya esposa suele ser llamada iarlles, título que hemos traducido como «dama». El término es probablemente un préstamo del nórdico antiguo jarl.