Jesucristo. Los evangelios

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Aus der Reihe: Revoluciones
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No mucho de lo que Jesús hace o dice en estos escritos es original. En su mayor parte, hace y dice cosas que sabemos que son bastante típicas de los profetas judíos del siglo i. Muy poco en él es único en este respecto, especialmente sus milagros, la predicación escatológica y la llamada a los marginados. La exhortación a amar al prójimo como a uno mismo se remonta al Libro del Levítico, y el judaísmo la asimiló del helenismo. En el Evangelio de Juan, Jesús habla del mandamiento a amarse los unos a los otros como «nuevo», pero él no podía ignorar que no lo era. Incluso la resurrección no era por entero desconocida. Jesús no es la única figura que se levanta de entre los muertos en esta obra. Podría decirse que no es tanto su doctrina la que es distintiva (aunque parte de ella sí lo es), como la extraordinaria autoridad con que la formula. Tal vez fue esto, más que otra cosa, lo que le granjeó la enemistad de tantos de su entorno. Él habla como si fuera el virrey directo de Dios. Lo que lo distingue de los otros profetas judíos no es el anuncio del reino (no otra cosa hace el Bautista, por ejemplo), sino su insistencia en que era la fe en su propia persona la que determinaría la posición reservada a uno en ese régimen. A fin de cuentas, lo que ofrece es una relación más que una serie de dogmas y, desde luego, más que un programa. La salvación es, en este sentido, más performativa que proposicional... de la misma manera que para los evangelistas Dios no es en primer lugar el Creador omnipotente y omnisciente del universo, sino quien levantó a Jesús de entre los muertos.

Los Evangelios no pretenden ser biografías de Jesús. No se preocupan por su aspecto o por sus aficiones. No se nos cuenta si tenía una mascota, se peinaba con raya a la derecha o prefería correr a nadar. Por el contrario, estos textos son documentos de la primera Iglesia, en los cuales los acontecimientos se configuran y modelan para ilustrar lo que los autores consideran verdades teológicas. El examen de las selecciones, las omisiones, los hincapiés, las adaptaciones, los sesgos, las glosas, los giros, la estructura narrativa, etcétera, nos permite ver cómo cada uno de ellos promueve una teología diferente de Jesús. Mateo, Marcos, Lucas y Juan fueron figuras históricas, pero no sabemos si estos hombres escribieron los textos con los que se los asocia. En general, es dudoso que lo hicieran. Los Evangelios de Mateo y Lucas toman préstamos de una colección de dichos de Jesús que no ha sobrevivido, conocida por los eruditos como Q (de Quelle, en alemán «fuente»). Pero los evangelistas también se habrían nutrido libremente de otros escritos, así como de algunas ricas tradiciones orales.

El Evangelio de Juan fue el primero en escribirse, y Mateo y Lucas escriben con Marcos muy cerca. Los llamados Evangelios sinópticos (Mateo, Marcos y Lucas) se expresan en un estilo sobrio y sencillo, como corresponde a un documento dirigido a un amplio público general, mientras que el Evangelio de Juan, escrito hacia el 90 d.C, pertenece por entero a un género diferente. Es una magnífica meditación poético-filosófica, rica en imágenes, que pone en boca de Jesús una compleja teología que podemos estar seguros de que no fue literalmente articulada por él mismo. Jesús no realizó pronunciamientos como «Padre, la hora ha llegado; glorifica a tu Hijo, para que también tu Hijo te glorifique a ti», y no se espera del lector que crea que así fuera. Juan está empleando el tipo de convención literaria utilizada por historiadores antiguos como Tácito, que «citan», por así decir verbatim, largos discursos en realidad inventados. En Juan, la historia se subordina a la reflexión teológica; en Mateo, Marcos y Lucas sucede al revés.

¿Fue Jesús, pues, un revolucionario? No en ningún sentido que Lenin o Trotski hubieran reconocido. Pero ¿esto se debe a que fue menos revolucionario que éstos o a que lo fue más? Menos, desde luego, pues no abogó por la derogación de la estructura de poder a la que se enfrentó. Pero esto fue, entre otras razones, porque esperaba que fuera pronto barrida por una forma de existencia más perfecta en justicia, paz, fraternidad y exuberancia de espíritu de lo que ni siquiera Lenin o Trotsky podrían haber imaginado. Tal vez la respuesta, pues, no sea que Jesús fue más o menos revolucionario, sino que fue ambas cosas, más y menos.

Los Evangelios

1

Mateo

(Mateo 1) Libro de la genealogía de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abraham. 2 Abraham engendró a Isaac, Isaac a Jacob, y Jacob a Judá y a sus hermanos. 3 Judá engendró de Tamar a Fares y a Zara, Fares a Esrom, y Esrom a Aram. 4 Aram engendró a Aminadab, Aminadab a Naasón, y Naasón a Salmón. 5 Salmón engendró de Rahab a Booz, Booz engendró de Rut a Obed, y Obed a Isaí. 6 Isaí engendró al rey David, y el rey David engendró a Salomón de la que fue mujer de Urías. 7 Salomón engendró a Roboam, Roboam a Abías, y Abías a Asa. 8 Asa engendró a Josafat, Josafat a Joram, y Joram a Uzías. 9 Uzías engendró a Jotam, Jotam a Acaz, y Acaz a Ezequías. 10 Ezequías engendró a Manasés, Manasés a Amón, y Amón a Josías. 11 Josías engendró a Jeconías y a sus hermanos, en el tiempo de la deportación a Babilonia. 12 Después de la deportación a Babilonia, Jeconías engendró a Salatiel, y Salatiel a Zorobabel. 13 Zorobabel engendró a Abiud, Abiud a Eliaquim, y Eliaquim a Azor. 14 Azor engendró a Sadoc, Sadoc a Aquim, y Aquim a Eliud. 15 Eliud engendró a Eleazar, Eleazar a Matán, Matán a Jacob; 16 y Jacob engendró a José, marido de María, de la cual nació Jesús, llamado el Cristo. 17 De manera que todas las generaciones desde Abraham hasta David son catorce; desde David hasta la deportación a Babilonia, catorce; y desde la deportación a Babilonia hasta Cristo, catorce generaciones[1]. 18 El nacimiento de Jesucristo el Mesías[2] fue así: Estando desposada María su madre con José, antes de que se juntasen, se halló que había concebido del Espíritu Santo. 19 José su marido, como era justo, y no quería infamarla, quiso dejarla secretamente. 20 Y pensando él en esto, he aquí un ángel del Señor le apareció en sueños y le dijo: «José, hijo de David, no temas recibir a María tu mujer, porque lo que en ella es engendrado, del Espíritu Santo es. 21 Y dará a luz un hijo, y llamarás su nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados». 22 Todo esto aconteció para que se cumpliese lo dicho por el Señor por medio del profeta, cuando dijo: 23 «Mirad, una virgen concebirá y dará a luz un hijo, y lo llamarán Emanuel, que traducido es “Dios con nosotros”». 24 Y despertando José del sueño, hizo como el ángel del Señor le había mandado, y recibió a su mujer, 25 pero no la conoció hasta que dio a luz a su hijo primogénito; y le puso por nombre Jesús.

(Mateo 2) Cuando Jesús nació en Belén de Judea en días del rey Herodes[3], vinieron del Oriente a Jerusalén unos magos, 2 preguntando: «¿Dónde está el Rey de los judíos, que ha nacido? Porque su estrella hemos visto en el Oriente, y venimos a adorarle». 3 Oyendo esto, el rey Herodes se turbó, y toda Jerusalén con él. 4 Y convocados todos los principales sacerdotes, y los escribas del pueblo, les preguntó dónde había de nacer el Cristo. 5 Ellos le dijeron: «En Belén de Judea; porque así está escrito por el profeta: 6 “Y tú, Belén, de la tierra de Judá, no eres la más pequeña entre los príncipes de Judá; porque de ti saldrá un guiador, que apacentará a mi pueblo Israel”». 7 Entonces Herodes, llamando en secreto a los magos, indagó de ellos diligentemente el tiempo de la aparición de la estrella; 8 y enviándolos a Belén, dijo: «Id allá y averiguad con diligencia acerca del niño; y cuando le halléis, hacédmelo saber, para que yo también vaya y le adore». 9 Ellos, habiendo oído al rey, se fueron; y he aquí que la estrella que habían visto en el Oriente iba delante de ellos, hasta que, llegando, se detuvo sobre donde estaba el niño. 10 Y al ver la estrella, se regocijaron con muy grande gozo. 11 Y al entrar en la casa, vieron al niño con su madre María, y postrándose, lo adoraron[4]; y abriendo sus tesoros, le ofrecieron presentes: oro, incienso y mirra. 12 Pero siendo avisados por revelación en sueños que no volviesen a Herodes, regresaron a su tierra por otro camino. 13 Después que partieron ellos, he aquí un ángel del Señor se le apareció en sueños a José y dijo: «Levántate y toma al niño y a su madre, y huye a Egipto[5], y permanece allá hasta que yo te diga; porque acontecerá que Herodes buscará al niño para matarlo». 14 Y él, despertando, tomó de noche al niño y a su madre, y se fue a Egipto, 15 y estuvo allá hasta la muerte de Herodes; para que se cumpliese lo que dijo el Señor por medio del profeta, cuando dijo: «De Egipto llamé a mi Hijo». 16 Herodes entonces, cuando se vio burlado por los magos, se enojó mucho, y mandó matar a todos los niños menores de dos años que había en Belén y en todos sus alrededores, conforme al tiempo que había inquirido de los magos. 17 Entonces se cumplió lo que fue dicho por el profeta Jeremías, cuando dijo: 18 «Una voz fue oída en Ramá, grande lamentación, lloro y gemido; Raquel que llora a sus hijos, y no quiso ser consolada, porque perecieron». 19 Pero después de muerto Herodes, he aquí un ángel del Señor se le apareció en sueños a José en Egipto, 20 diciendo: «Levántate, toma al niño y a su madre, y vete a tierra de Israel, porque han muerto los que procuraban la muerte del niño». 21 Entonces él se levantó, y tomó al niño y a su madre, y vino a tierra de Israel. 22 Pero oyendo que Arquelao reinaba en Judea en lugar de Herodes su padre, tuvo temor de ir allá; pero avisado por revelación en sueños, se fue a la región de Galilea, 23 y vino y habitó en la ciudad que se llama Nazaret, para que se cumpliese lo que fue dicho por los profetas, «que habría de ser llamado nazareno».

 

(Mateo 3) En aquellos días vino Juan el Bautista predicando en el desierto de Judea, 2 y diciendo: «Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado». 3 Pues éste es aquel de quien habló el profeta Isaías, cuando dijo: «La voz del que clama en el desierto: “Preparad el camino del Señor, enderezad sus sendas”». 4 Y Juan estaba vestido con pelo de camello, y tenía un cinto de cuero alrededor de sus lomos, y su comida era langostas y miel silvestre. 5 Y salía a él Jerusalén, y toda Judea, y toda la provincia de alrededor del Jordán, 6 y eran bautizados por él en el Jordán, confesando sus pecados. 7 Al ver él que muchos de los fariseos y de los saduceos[6] venían a su bautismo, les decía: «¡Generación de víboras! ¿Quién os enseñó a huir de la ira venidera? 8 Haced, pues, frutos dignos de arrepentimiento, 9 y no penséis decir dentro de vosotros mismos: “A Abraham tenemos por padre”; porque yo os digo que Dios puede levantar hijos a Abraham aun de estas piedras. 10 Y ya también el hacha está puesta a la raíz de los árboles; por tanto, todo árbol que no da buen fruto es cortado y echado en el fuego. 11 Yo a la verdad os bautizo en agua para arrepentimiento; pero el que viene tras de mí, cuyo calzado yo no soy digno de llevar, es más poderoso que yo; él os bautizará en Espíritu Santo y fuego. 12 Su aventador está en su mano, y limpiará su era; y recogerá su trigo en el granero, y quemará la paja en fuego que nunca se apagará». 13 Entonces Jesús vino de Galilea a Juan en el Jordán, para ser bautizado por él. 14 Mas Juan se le oponía, diciendo: «Yo necesito ser bautizado por ti, ¿y tú vienes a mí?». 15 Pero Jesús le respondió: «Deja ahora, porque así conviene que cumplamos toda justicia». Entonces le dejó. 16 Y Jesús, después de que fue bautizado, subió luego del agua; y he aquí cielos le fueron abiertos, y vio al Espíritu de Dios que descendía como paloma, y venía sobre él. 17 Y hubo una voz de los cielos, que decía: «Éste es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia».

(Mateo 4) Entonces Jesús fue llevado por el Espíritu al desierto, para ser tentado por el diablo. 2 Y después de haber ayunado cuarenta días y cuarenta noches[7], tuvo hambre. 3 Y vino a él el tentador, y le dijo: «Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en pan». 4 Él respondió y dijo: «Escrito está: “No sólo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios”». 5 Entonces el diablo le llevó a la santa ciudad, y le puso sobre el pináculo del templo, 6 y le dijo: «Si eres Hijo de Dios, échate abajo; porque escrito está: “A sus ángeles mandará acerca de ti” y “En sus manos te sostendrán, para que no tropieces con tu pie en piedra”». 7 Jesús le dijo: «Escrito está también: “No tentarás al Señor tu Dios”». 8 Otra vez le llevó el diablo a un monte muy alto, y le mostró todos los reinos del mundo y la gloria de ellos, 9 y le dijo: «Todo esto te daré, si postrado me adorares». 10 Entonces Jesús le dijo: «Vete, Satanás, porque escrito está: “Al Señor tu Dios adorarás, y a él sólo servirás”». 11 El diablo entonces le dejó; y he aquí, vinieron ángeles y le servían. 12 Cuando Jesús oyó que Juan estaba preso, volvió a Galilea; 13 y dejando Nazaret, vino y habitó en Capernaum, ciudad marítima, en la región de Zabulón y de Neftalí, 14 para que se cumpliese lo dicho por el profeta Isaías, que dijo: 15 «Tierra de Zabulón y tierra de Neftalí, camino del mar, al otro lado del Jordán, Galilea de los gentiles; 16 El pueblo asentado en tinieblas vio gran luz; y a los asentados en región y sombra de muerte, Luz les resplandeció». 17 Desde entonces comenzó Jesús a predicar, y a decir: «Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado». 18 Andando Jesús junto al mar de Galilea, vio a dos hermanos, Simón, llamado Pedro, y Andrés su hermano, que echaban la red en el mar; porque eran pescadores. 19 Y les dijo: «Venid en pos de mí, y os haré pescadores de hombres». 20 Ellos entonces, dejando al instante las redes, le siguieron. 21 Pasando de allí, vio a otros dos hermanos, Jacobo hijo de Zebedeo, y Juan su hermano, en la barca con Zebedeo su padre, que remendaban sus redes; y los llamó. 22 Y ellos, dejando al instante la barca y a su padre, le siguieron. 23 Y recorrió Jesús toda Galilea, enseñando en las sinagogas de ellos, y predicando el evangelio del reino, y sanando toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo. 24 Y se difundió su fama por toda Siria; y le trajeron todos los que tenían dolencias, los afligidos por diversas enfermedades y tormentos, los endemoniados, lunáticos y paralíticos; y los sanó. 25 Y le siguió mucha gente de Galilea, de Decápolis, de Jerusalén, de Judea y del otro lado del Jordán.

(Mateo 5) Viendo la multitud, subió al monte[8]; y sentándose, vinieron a él sus discípulos. 2 Y abriendo su boca les enseñaba, diciendo: 3 «Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos[9]. 4 Bienaventurados los que lloran, porque ellos recibirán consolación. 5 Bienaventurados los mansos, porque ellos recibirán la tierra por heredad. 6 Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados. 7 Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. 8 Bienaventurados los de limpio corazón, porque ellos verán a Dios. 9 Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios. 10 Bienaventurados los que padecen persecución por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos. 11 Bienaventurados sois cuando por mi causa os vituperen y os persigan, y digan toda clase de mal contra vosotros, mintiendo. 12 Gozaos y alegraos, porque vuestro galardón es grande en los cielos; porque así persiguieron a los profetas que fueron antes de vosotros. 13 Vosotros sois la sal de la tierra; pero si la sal pierde su sabor, ¿con qué será salada? No sirve más para nada, sino para ser echada fuera y hollada por los hombres. 14 Vosotros sois la luz del mundo; una ciudad asentada sobre un monte no se puede esconder. 15 Ni se enciende una luz y se pone debajo de un almud, sino sobre el candelero, y alumbra a todos los que están en casa. 16 Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está los cielos. 17 No penséis que he venido para abrogar la ley o los profetas; no he venido para abrogar, sino para cumplir. 18 Porque de cierto os digo que hasta que pasen el cielo y la tierra, ni una jota ni una tilde pasará de la ley, hasta que todo se haya cumplido[10]. 19 De manera que cualquiera que quebrante uno de estos mandamientos muy pequeños, y así enseñare a los hombres, muy pequeño será llamado en el reino de los cielos; mas cualquiera que los hiciere y los enseñare, éste será llamado grande en el reino de los cielos. 20 Porque os digo que si vuestra justicia no fuere mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos. 21 Oísteis que fue dicho a los antiguos: “No matarás”; y “cualquiera que matare será culpable de juicio”. 22 Pero yo os digo que cualquiera que se enoje contra su hermano, será culpable de juicio; y cualquiera que diga necio a su hermano, será culpable ante el concilio; y cualquiera que le diga: “Fatuo”, quedará expuesto al infierno de fuego. 23 Por tanto, si traes tu ofrenda al altar, y allí te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti, 24 deja allí tu ofrenda delante del altar, y anda, reconcíliate primero con tu hermano, y entonces ven y presenta tu ofrenda. 25 Ponte de acuerdo con tu adversario pronto, entre tanto que estás con él en el camino, no sea que el adversario te entregue al juez, y el juez al alguacil, y seas echado en la cárcel. 26 De cierto te digo que no saldrás de allí, hasta que pagues el último cuadrante. 27 Oísteis que fue dicho: “No cometerás adulterio”. 28 Pero yo os digo que cualquiera que mira a una mujer para codiciarla, ya adulteró con ella en su corazón. 29 Por tanto, si tu ojo derecho te escandaliza, sácalo, y tíralo; pues mejor te es que se pierda uno de tus miembros, y no que todo tu cuerpo sea echado al infierno. 30 Y si tu mano derecha te escandaliza, córtala, y échala de ti; pues mejor te es que se pierda uno de tus miembros, y no que todo tu cuerpo sea echado al infierno. 31 También fue dicho: “Cualquiera que repudie a su mujer, dele carta de divorcio”. 32 Pero yo os digo que el que repudia a su mujer, a no ser por causa de fornicación, hace que ella adultere; y el que se casa con la repudiada, comete adulterio. 33 Además habéis oído que fue dicho a los antiguos: “No perjurarás, sino cumplirás al Señor tus juramentos”. 34 Pero yo os digo: “No juréis en ninguna manera; ni por el cielo, porque es el trono de Dios; 35 ni por la tierra, porque es el estrado de sus pies; ni por Jerusalén, porque es la ciudad del gran Rey. 36 Ni por tu cabeza jurarás, porque no puedes hacer blanco o negro un solo cabello”. 37 Pero sea vuestro hablar: “Sí, sí”; “no, no”; porque lo que es más de esto, de mal procede. 38 Oísteis que fue dicho: “Ojo por ojo, y diente por diente”[11]. 39 Pero yo os digo: “No resistáis al que es malo”; antes, a cualquiera que te hiera en la mejilla derecha, vuélvele también la otra; 40 y al que quiera ponerte a pleito y quitarte la túnica, déjale también la capa; 41 y a cualquiera que te obligue a llevar carga por una milla, ve con él durante dos. 42 Al que te pida, dale; y al que quiera tomar de ti prestado, no se lo rehúses. 43 Oísteis que fue dicho: “Amarás a tu prójimo, y aborrecerás a tu enemigo”. 44 Pero yo os digo: “Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen; 45 para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y que hace llover sobre justos e injustos”. 46 Porque si amáis a los que os aman, ¿qué recompensa tendréis? ¿No hacen también lo mismo los publicanos? 47 Y si saludáis a vuestros hermanos solamente, ¿qué hacéis de más? ¿No hacen también así los gentiles? 48 Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto».

(Mateo 6) «Mirad que no hagáis vuestras limosnas delante de los hombres, para ser vistos de ellos; de otra manera no tendréis recompensa de vuestro Padre que está en los cielos. 2 Cuando, pues, des limosna, no hagas tocar trompeta delante de ti, como hacen los hipócritas en las sinagogas y en las calles, para ser alabados por los hombres; de cierto os digo que ya tienen su recompensa. 3 Mas cuando tú des limosna, no sepa tu mano izquierda lo que hace tu mano derecha, 4 para que sea tu limosna en secreto; y tu Padre que ve en lo secreto, te recompensará en público. 5 Y cuando ores, no seas como los hipócritas; porque ellos aman el orar en pie en las sinagogas y en las esquinas de las calles, para ser vistos de los hombres; de cierto os digo que ya tienen su recompensa. 6 Mas tú, cuando ores, entra en tu aposento, y cerrada la puerta, ora a tu Padre que está en secreto; y tu Padre que ve en lo secreto, te recompensará en público. 7 Y orando, no uses vanas repeticiones, como los gentiles, que piensan que por su palabrería serán oídos. 8 No os hagáis, pues, semejantes a ellos; porque vuestro Padre sabe de qué cosas tenéis necesidad, antes de que vosotros le pidáis. 9 Vosotros, pues, oraréis así: Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre. 10 Venga a nosotros tu reino. Hágase tu voluntad, así en la tierra como en el cielo. 11 El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy. 12 Y perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores. 13 Y no nos metas en tentación, mas líbranos del mal; porque tuyo es el reino, y el poder, y la gloria, por todos los siglos. Amén. 14 Porque si perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre celestial; 15 mas si no perdonáis a los hombres sus ofensas, tampoco vuestro Padre os perdonará vuestras ofensas. 16 Cuando ayunéis, no seáis austeros, como los hipócritas; porque ellos demudan sus rostros para mostrar a los hombres que ayunan; de cierto os digo que ya tienen su recompensa. 17 Pero tú, cuando ayunes, unge tu cabeza y lava tu rostro, 18 para no mostrar a los hombres que ayunas, sino a tu Padre que está en secreto; y tu Padre que ve en lo secreto te recompensará en público. 19 No os hagáis tesoros en la tierra, donde la polilla y el orín corrompen, y donde ladrones minan y hurtan; 20 sino haceos tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el orín corrompen, y donde ladrones no minan ni hurtan[12]. 21 Porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón. 22 La lámpara del cuerpo es el ojo; así que, si tu ojo es bueno, todo tu cuerpo estará lleno de luz; 23 pero si tu ojo es maligno, todo tu cuerpo estará en tinieblas. Así que, si la luz que en ti hay es tinieblas, ¿cuánto más lo serán las mismas tinieblas? 24 Ninguno puede servir a dos señores; porque o aborrecerá al uno y amará al otro, o estimará al uno y menospreciará al otro. No podéis servir a Dios y a las riquezas. 25 Por tanto os digo: “No os afanéis por vuestra vida, qué habéis de comer o qué habéis de beber; ni por vuestro cuerpo, qué habéis de vestir. ¿No es la vida más que el alimento, y el cuerpo más que el vestido?”. 26 Mirad las aves del cielo, que no siembran, ni siegan, ni recogen en graneros; y vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No valéis vosotros mucho más que ellas?[13]. 27 ¿Y quién de vosotros podrá, por mucho que se afane, añadir a su estatura un codo? 28 Y por el vestido, ¿por qué os afanáis? Considerad los lirios del campo, cómo crecen: no trabajan ni hilan; 29 pero os digo, que ni aun Salomón con toda su gloria se vistió así como uno de ellos. 30 Y si la hierba del campo que hoy es, y mañana se echa en el horno, Dios la viste así, ¿no hará mucho más a vosotros, hombres de poca fe? 31 No os afanéis, pues, diciendo: “¿Qué comeremos?” o “¿qué beberemos?” o “¿qué vestiremos?”. 32 Porque los gentiles buscan todas estas cosas; pero vuestro Padre celestial sabe que tenéis necesidad de todas estas cosas. 33 Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas. 34 Así que, no os afanéis por el día de mañana, porque el día de mañana traerá su afán. Basta a cada día su propio mal.»

 

(Mateo 7) «No juzguéis, para que no seáis juzgados. 2 Porque con el juicio con que juzgáis, seréis juzgados, y con la medida con que medís, os será medido. 3 ¿Y por qué miras la paja que está en el ojo de tu hermano, y no consideras la viga que está en tu propio ojo? 4 ¿O cómo dirás a tu hermano: “Déjame sacar la paja de tu ojo”, y he aquí la viga en el ojo tuyo? 5 ¡Hipócrita!, saca primero la viga de tu propio ojo, y entonces verás bien para sacar la paja del ojo de tu hermano. 6 No deis lo santo a los perros, ni echéis vuestras perlas delante de los cerdos, no sea que las pisoteen, y se vuelvan y os despedacen. 7 Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá. 8 Porque todo aquel que pide, recibe; y el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá. 9 ¿Qué hombre hay de vosotros, que si su hijo le pide pan, le dará una piedra? 10 ¿O si le pide un pescado, le dará una serpiente? 11 Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre que está en los cielos dará buenas cosas a los que le pidan? 12 Así que, todas las cosas que queráis que los hombres hagan con vosotros, así también haced vosotros con ellos; porque esto es la ley y los profetas. 13 Entrad por la puerta estrecha; porque ancha es la puerta, y espacioso el camino que lleva a la perdición, y muchos son los que entran por ella; 14 porque estrecha es la puerta, y angosto el camino que lleva a la vida, y pocos son los que la hallan. 15 Guardaos de los falsos profetas, que vienen a vosotros con vestidos de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces. 16 Por sus frutos los conoceréis. ¿Acaso se recogen uvas de los espinos, o higos de los abrojos? 17 Así, todo buen árbol da buenos frutos, pero el árbol malo da frutos malos. 18 No puede el buen árbol dar malos frutos, ni el árbol malo dar frutos buenos. 19 Todo árbol que no da buen fruto, es cortado y echado en el fuego. 20 Así que, por sus frutos los conoceréis. 21 No todo el que me dice: “Señor, Señor” entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos. 22 Muchos me dirán en aquel día: “Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros?”. 23 Y entonces les declararé: “Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad”. 24 Cualquiera, pues, que me oye estas palabras, y las hace, le compararé a un hombre prudente, que edificó su casa sobre la roca. 25 Descendió lluvia, y vinieron ríos, y soplaron vientos, y golpearon contra aquella casa; y no cayó, porque estaba fundada sobre la roca. 26 Pero cualquiera que me oye estas palabras y no las hace, le compararé a un hombre insensato, que edificó su casa sobre la arena. 27 Y descendió lluvia, y vinieron ríos, y soplaron vientos, y dieron con ímpetu contra aquella casa; y cayó, y fue grande su ruina.» 28 Y cuando terminó Jesús estas palabras, la gente se admiraba de su doctrina; 29 porque les enseñaba como quien tiene autoridad, y no como los escribas.

(Mateo 8) Cuando descendió Jesús del monte, le seguía mucha gente. 2 Y he aquí vino un leproso y le adoraba, diciendo: «Señor, si quieres, puedes limpiarme». 3 Jesús extendió la mano y le tocó, diciendo: «Quiero; sé limpio». Y al instante su lepra desapareció[14]. 4 Entonces Jesús le dijo: «Mira, no lo digas a nadie; sino ve, muéstrate al sacerdote, y presenta la ofrenda que ordenó Moisés para testimonio a ellos». 5 Entrando Jesús en Capernaum, vino a él un centurión, rogándole, 6 y diciendo: «Señor, mi criado está postrado en casa, paralítico, gravemente atormentado». 7 Y Jesús le dijo: «Yo iré y le sanaré». 8 Respondió el centurión y dijo: «Señor, no soy digno de que entres bajo mi techo; solamente di la palabra, y mi criado sanará. 9 Porque también yo soy hombre bajo autoridad, y tengo bajo mis órdenes soldados; y digo a éste “Ve”, y va; y al otro “Ven”, y viene; y a mi siervo “Haz esto”, y lo hace». 10 Al oírlo Jesús, se maravilló, y dijo a los que le seguían: «De cierto os digo, que ni aun en Israel he hallado tanta fe. 11 Y os digo que vendrán muchos del Oriente y del Occidente, y se sentarán con Abraham e Isaac y Jacob en el reino de los cielos, 12 mas los hijos del reino serán echados a las tinieblas de afuera; allí será el lloro y el crujir de dientes». 13 Entonces Jesús dijo al centurión: «Ve, y como creíste, te sea hecho». Y su criado fue sanado en aquella misma hora. 14 Vino Jesús a casa de Pedro, y vio a la suegra de éste postrada en cama, con fiebre. 15 Y tocó su mano, y la fiebre la dejó; y ella se levantó, y les servía. 16 Y cuando llegó la noche, trajeron a él muchos endemoniados; y con la palabra echó fuera a los demonios, y sanó a todos los enfermos 17 para que se cumpliese lo dicho por el profeta Isaías cuando dijo: «Él mismo tomó nuestras enfermedades, y llevó nuestras dolencias». 18 Viéndose Jesús rodeado de mucha gente, mandó pasar al otro lado. 19 Y vino un escriba y le dijo: «Maestro, te seguiré adondequiera que vayas». 20 Jesús le dijo: «Las zorras tienen guaridas, y las aves del cielo nidos; mas el Hijo del Hombre no tiene dónde recostar su cabeza». 21 Otro de sus discípulos le dijo: «Señor, permíteme que vaya primero y entierre a mi padre». 22 Jesús le dijo: «Sígueme; deja que los muertos entierren a sus muertos». 23 Y entrando él en la barca, sus discípulos le siguieron. 24 Y he aquí que se levantó en el mar una tempestad tan grande que las olas cubrían la barca; pero él dormía. 25 Y vinieron sus discípulos y le despertaron, diciendo: «¡Señor, sálvanos, que perecemos!». 26 Él les dijo: «¿Por qué teméis, hombres de poca fe?». Entonces, levantándose, reprendió a los vientos y al mar; y se hizo grande bonanza. 27 Y los hombres se maravillaron, diciendo: «¿Qué hombre es éste, que aun los vientos y el mar le obedecen?». 28 Cuando llegó a la otra orilla, a la tierra de los gadarenos, vinieron a su encuentro dos endemoniados que salían de los sepulcros, feroces en gran manera, tanto que nadie podía pasar por aquel camino. 29 Y clamaron diciendo: «¿Qué tienes con nosotros, Jesús, Hijo de Dios? ¿Has venido acá para atormentarnos antes de tiempo?». 30 Estaba paciendo lejos de ellos un hato de muchos cerdos. 31 Y los demonios le rogaron diciendo: «Si nos echas fuera, permítenos ir a aquel hato de cerdos». 32 Él les dijo: «Id». Y ellos salieron, y se fueron a aquel hato de cerdos; y he aquí, todo el hato de cerdos se precipitó en el mar por un despeñadero, y perecieron en las aguas. 33 Y los que los apacentaban huyeron, y viniendo a la ciudad, contaron todas las cosas, y lo que había pasado con los endemoniados. 34 Y toda la ciudad salió al encuentro de Jesús; y cuando le vieron, le rogaron que se fuera de sus contornos.