EL MISTERIO DE LA BELLEZA EXACTA

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El sorprendido oficial Strelnikov se reprendió a sí mismo. Donde estaba la capacidad de observación que le alababan los colegas? Como era posible que el no reconociera, en esa viejita con personalidad y mirada aguda e inteligente, a la severa, pero no común, profesora de matemáticas de la escuela especial? Como se podían olvidar sus alegres decires: “dos por dos – cuatro” y “dos por dos – cinco”? El primero, aprobatorio, acompañado de una sonrisa; el segundo, reprobatorio, con una mirada regañona.



Todavía joven, Vishnevskaia no se preocupaba por las canas tempranas y no se pintaba el pelo. En aquellos años la escarcha plateada ganaba espacios en los rizos negros de la joven mujer, pero ahora podía declarar la victoria total.



Pero hay que ser justos; las canas no la estropearon. La ropa y el maquillaje a la moda de Valentina Ipolitovna la distinguían de sus colegas, adultas también. Pero su fuerte cojera unida al intelecto poco común y su intolerancia a los errores de los demás ahuyentaron a los posibles pretendientes. Siempre estuvo sola y ahora no tenía un anillo matrimonial en su dedo anular.



Valentina Vishnevskaia se lastimó gravemente la pierna izquierda en un accidente automovilístico. Inclusive los médicos consideraron la amputación, pero se encontró un cirujano traumatólogo que hizo magia con su pierna y la pudo reconstruir, sólo que quedó un poco más corta que la pierna derecha sana. La traviesa quinceañera Valia Vishnevskaia de una belleza floreciente que era se transformó en una pobre cojita. Sus compañeros de escuela la rechazaron. Algunos descarados, de vez en cuando la abordaban, pero con un único fin. Contaban con que una muchacha con un defecto sería más acomodaticia y no se resistiría si ellos “fuertes y bellos” la llevaran a la cama. Y sucedió que Valia le creía a un desvergonzado de esos, y se entregaba ciega y desinteresadamente, sólo para después pasar por una amarga decepción. El desgraciado no se preocupaba por ser afectuoso ni cariñoso, porque, sinceramente creía que le hacía in favor a la cojita y ahora podía usarla cuando quisiera. Entre ellos se contaban sucias historias de ella y la llamaban la pobre lisiadita. Eran sobre todo tipos simplones los cuales habían sido rechazados por las muchachas bonitas y arrebatados por la ira del complejo de inferioridad, se convertían en pequeñas criaturas inmorales.



Después de terminar el instituto pedagógico y harta de aquellos infelices, Valentina Vishnevskaia ya no creyó más en ningún hombre y evitó, en lo sucesivo, cualquier muestra de atención de su parte. Los sueños de que un bello príncipe la sacara de la tortura de su cojera con un dulce beso, quedaron en el pasado. La almohada ya no se mojó más con las lágrimas juveniles y Vishnievskaia se concentró en su trabajo. No en sesudos artículos ni en una carrera científica, sino en su trabajo cuotidiano de maestra escolar de matemáticas. Se dedicó a buscar interesar, asombrar, capturar a los alumnos en el estudio de su más amada asignatura. Como también al autoestudio, enfocándose, sobre todo, en la variedad de manifestaciones de las leyes de la ciencia en la vida corriente. Principalmente le atraían esos misterios científicos no resueltos. Generosamente compartía los conocimientos adquiridos y con frecuencia se salía del programa escolar, lo cual suscitaba regaños en los consejos de clase y miradas entusiasmadas en los alumnos de su curso.



Es difícil decir en que hubiera terminado la joven y rebelde maestra en esa escuela soviética, si no hubiera sucedido que la madre de uno de los alumnos compartiera dudas sobre eso con una de sus amigas. Esta última averiguó detalles de la maestra rara y le contó a su padre, director de la mejor escuela, que había en Leningrado, especializada, con inclinación a las matemáticas. El experimentado profesor pidió referencias, asistió a clases de la maestra, y pronto, Valentina Ipolitovna Vishnevskaia fue trasladada a su escuela. Ahí había profesores eruditos y apasionados, también con enfoque no común en la enseñanza.



Valentina Ipolitovna se arregló el elegante pañuelo en el cuello y se acercó a Strelnikov que continuaba, confundido, frente al retrato de Pitágoras.



– Usted, Viktor, estudió en nuestra escuela hasta el séptimo grado, después pasó a una escuela corriente.-



– Si, Valentina Ipolitovna, usted tiene buena memoria. —



– No me quejo, inclusive recuerdo sus errores en los exámenes.—



– Eran tan interesantes? —



– No. Simplemente los otros alumnos no hacía tantos como usted. Lo recuerdo bien. Hizo bien en cambiarse de escuela. – La ex-maestra sonrió ligeramente.



Strelnikov carraspeó confuso, como si se sintiera en el salón de clase.



– No fui yo. Usted se lo recomendó a mis padres. —



– En serio? – La mujer torció significativamente los ojos, como si se dirigiera a un alumno en clase. – Y usted se lamenta de eso? —



El oficial sonrió y sacudió la cabeza. Con la vista recorrió de nuevo los estantes de libros y el retrato de Pitágoras, se irguió de nuevo y dijo:



– Volviendo a su pregunta, Valentina Ipolitovna, con seguridad puedo afirmar que el ciudadano que vive aquí se dedica a las matemáticas. —



– Como dos por dos es cuatro. —



El policía se ruborizó al escuchar el olvidado decir de la maestra.



– Se llama Konstantin Denin. – continuó Vishnevskaia. – Él es 5 años mayor que usted y fue uno de los mejores estudiantes de la escuela. Usted entiende que significa eso? —



– Déjeme adivinar. Usted no recuerda ningún error de él en sus exámenes.



– Pero recuerdo lo bello que resolvía los ejercicios. —



– Si, cada quien tiene sus recuerdos. —



– Es mejor que el olvido total. Blanco-negro es preferible a lo sucio-opaco. —Lo tranquilizó la experimentada pedagoga.



– Usted era un muchacho muy inquieto, y ahora! Un oficial superior de la policía, detective! Reconozco que siempre envidié su profesión. Hubiera nacido hombre, sería su jefe. – La anciana suspiró y en ese suspiro se sintió, efectivamente, una frustración.



El oficial de policía recordó sus deberes y preguntó:



– Donde trabaja Konstantin Denin? —



– En los últimos tiempos en ninguna parte. Es decir, si trabaja, pero en casa.-



– En casa? – Strelnikov se interesó en esta información. – No me diga que no hay lugar donde valoren a los genios. —



– Viktor, ser genio es difícil. – La maestra disimuló no haber captado la ironía en las palabras del policía. – Para ellos es diferente lo que es el éxito y la felicidad. —



– Eso no me gusta. Si Danin no trabaja, quiere decir que, en el momento del asesinato pudo haber estado en el apartamento. —



Vishnevskaia miró al oficial con escepticismo.



– Creo que es una hipótesis incorrecta. Como dos por dos es cinco! —



– Esconde usted algo? – Con cierto disgusto preguntó Strelnikov. – Sofía Evseevna dijo algo de su hijo cuando regresaba a su casa? —



– No. No dijo nada de nadie. Se apuró por su monedero. —



– Y el monedero, por cierto, está en su lugar. – Entre dientes dijo el policía. La convicción profesional volvió a él. – Pasa con frecuencia que un asesinato sucede en una pelea familiar. —



– Ellos no pelearon! —



Con condescendencia, el policía miró a la anciana. Él hubiera podido contarle acerca de las miserias que se esconden en las familias bien y como salen a la superficie en la forma de esos estúpidos homicidios.



La puerta de entrada se abrió y entró alguien. Strelnikov se tensó, se pegó a la pared e inmediatamente llevó su mano a la funda. Sólo había dos posibilidades, era de nuevo la médico de primeros auxilios o era el principal sospechoso. La ex maestra se inquietó cundo vio la mano del policía.



Un hombre delgado y despeinado, con una temprana calva, entró en la habitación. Sobre su rostro alargado había unos grandes anteojos de plástico.



Una barba escasa mostraba que la última vez que se había afeitado, y muy irregular, de paso, era tres días atrás. Un viejo sweater estirado y pantalones, que no veían una plancha hacía tiempo, con salpicaduras sucias en la parte baja, completaban el retrato de un hombre de mediana edad al cual le faltaba el cuidado femenino. El hombre entró a la habitación, miró al piso, y sólo se dio cuenta de los presentes cuando Valentina Ipolitovna lo abrazó y le dijo. – Hola Kostia, a tu mamá le sucedió una tragedia. —



Konstantin Danin se detuvo en el medio de la habitación y, con preocupación, dirigió sus grandes ojos marrones al desconocido Strelnikov que lo miró con expresión fría.



– Sus documentos, por favor. – Secamente le exigió el policía.



– El pasaporte está ahí en la gaveta. – El confundido Danin señaló a un lado de la mesa.



– Este es Konstantin Iakoblevich Danin, matemático, hijo de Sofía Evceevna. – Lo presentó al policía. – Y este, es el oficial superior Strelnikov. – Bueno, ya se conocieron. —



El policía no compartió el tono amistoso de la pensionada. Ya hojeaba el pasaporte y miraba al extraño matemático. Danin notó el desorden en su escritorio e impulsivamente se lanzó hacia el policía.



– Que pasa aquí? No le permito a nadie tocar mis papeles. A nadie! —



– Ya esto nos incumbe a nosotros. —Cortó el teniente.



– Konstantin, eso estaba así. – Vishnevskaia intercedió. – Los policías no han tocado nada. Algo está mal? —



– Alguien revolvió mis papeles. Mi mamá nunca hace eso. – Nerviosamente los revisó, como si buscara algo. Y de repente rió histéricamente. Las hojas se le cayeron de las manos y volaron al suelo.



– Falta algo? – Con preocupación preguntó Valentina Ipolitovna.



– Sólo tonterías. – El rostro del matemático, lleno de sarcasmo, se volvió al policía. – Que pasa? Que hace usted está aquí?



– En su apartamento sucedió algo triste Konstantin Iakoblevich. Mataron a su madre. —

 



El oficial de policía se mantuvo atento a la expresión del rostro de Danin. Las primeras emociones pueden decir mucho del sospechoso. Danin como si no comprendiera al oficial volvió su cara a la ex maestra.



– Si, Konstantin, alguien golpeó a Sofía Evseevna en la cabeza. Está muerta.



– Acaso no notó nada cuando entró? – Preguntó el oficial con agudeza.



– Yo? No. – Negó con la cabeza el matemático.



– Extraño. —



– Está en la cocina. – Dijo Vishnevskaia.



La maestra sabía que muchos científicos, cuando se concentran, todo lo hacen de manera mecánica y no notan nada a su alrededor. Danin corrió a la cocina y se encontró con el experto que trabajaba en el cuerpo de la madre.



Éste le hizo una severa señal a Alexei Matykin:



– No dejen entrar a nadie! Ya pisaron suficiente por aquí. —



El joven policía bloqueó el paso con su ancho pecho. Danin se quitó los lentes, se limpió los ojos y regresó a la habitación. El flaco matemático se dejó caer en la silla.



– Debe saber que yo debo hacerle algunas preguntas. – Continuó Strelnikov, con una mirada inquisidora al matemático. El estado en que se encontraba Danin le convenía perfectamente. En este caso es fácil descubrir una mentira. El policía presionó. – Donde estuvo hoy en la última hora y media? —



– En San Petersburgo. – Respondió con voz cansada.



– Eso está claro. Pregunto, donde se encontraba en el lapso – Strelnikov miró su reloj para determinarlo con precisión – de las once y media hasta ahora?



– Paseaba por las calles de San Petersburgo. —



– Salió de la casa al mismo tiempo que Sofía Evseevna? —



– No. Cuando yo salí ella se preparaba para ir al almacén. —



– Supongamos. Para donde fue usted? —



– A casa. —



– Usted tiene una segunda casa? —



– No. Yo salí de casa para volver a ella. —



– La finalidad de su paseo? —



– Cuando uno camina de manera monótona las ideas se ordenan. —



– O sea, salió de manera ociosa. —



– Yo salí a pensar! Que no se entiende? —



– Bien. Quien lo vio durante su paseo? —



– La gente que no sufre de ceguera, con la condición de que yo cayera en su campo de visión y sus ojos estuvieran abiertos. —



– Umjú. Quien puede confirmar sus palabras? —



– Cualquiera, si me recuerda, y puede hablar. —



– Usted pretende burlarse de la investigación? – Se disgustó Strelnikov.



– Yo trato de responder sus preguntas lo más exacto posible. – Tranquilamente contestó Danin.



A la habitación se asomó Simionich. Sus delgados bigotes, los cuales necesitaban cierto cuidado laborioso, reflejaban muy bien su personalidad. El experimentado investigador realizaba su trabajo cuidadosa y minuciosamente.



Simionich evaluó la situación, le hizo una seña a Strelnikov y le susurró algo al oído. Este movió la cabeza con lentitud, como pensando algo y decidió:



– Bien. Ahora tomaremos las huellas digitales, de usted y de usted. – El oficial señaló a Danin y Vishnevskaia.



– Es necesario? – preguntó la ex maestra.



– Esto permitirá responder una cuestión importante. —



– Entonces no me opongo. – aceptó la pensionada.



Mientras el experto imprimía las huellas digitales, el oficial dio una nueva orden.



– Ahora, Valentina Ipolitovna, vamos a determinar, con su ayuda, la exacta posición del cuerpo cuando usted lo descubrió. —



La mujer asintió, apartó el trapo con el cual se limpió los dedos manchados de tinta y fue a la cocina. Sin más preámbulos se dispuso a dirigir al joven oficial con cara de boxeador.



– Voltéela, por favor, cara abajo. Así. Un poco hacia acá. El rostro estaba mirando a la derecha. La mano izquierda encogida, pegada al cuerpo. Por el contrario, la derecha estaba extendida. La palma yacía en el charco entre las flores. Estas rosas se las regalé hace dos semanas, el primero de octubre. Apenas este verano me jubilé. Y todavía algunos alumnos me regalan flores el día del maestro. Yo las compartía con ella. Sofía Evseevna también fue maestra, enseñaba matemáticas en PTU, pero a ella la olvidaron.



Valentina Ipolitovna miró a Strelnikov como reprochándole que él fuera el culpable del olvido de la maestra muerta.



– No se distraiga. – Amablemente le dijo el teniente. – Ponga atención. Ahora está todo como usted lo consiguió? —



La pensionada asintió con seguridad. – Si, exactamente. —



– Y hasta ahora donde estaba puesto el florero? – Se interesó Strelnikov mirando alternativamente a Vishnevskaia y Danin.



– Sobre el refrigerador. – Respondió Valentina Ipolitovna.



– Ajá. Suficientemente alto. O sea que no pudo haberse movido por la caída del cuerpo. – El oficial gritó hacia el corredor. – Simionich, terminaste? —



– Listo. – Respondió Barabash.



– Toma las fotos. —



El experto pidió a todos salir y tomó varias fotos. Cuando terminó, el oficial le preguntó.



– Simionich, que hay de los dedos? —



– En el florero, el cuál es el arma homicida, hay huellas frescas de la mano derecha de este ciudadano. – El experto señaló fríamente a Konstantin Danin.



Una sonrisa de victoria le pasó por la cara a Viktor Strelnikov. Al fin y al cabo no había sido complicado el asunto. Con voz fría como de acero dijo:



– Konstantin Iakoblevich, queda detenido como sospechoso de la muerte de Sofía Evseevna Danin. —



El oficial superior le hizo una seña al policía-boxeador. Matykin se acercó inmediatamente y con puño de hierro le agarró las muñecas al matemático.



– Y eso porque? No tiene sentido! – Se molestó Vishnevskaia. – Konstantin vive aquí y sus huellas van a estar en todos lados.



El policía sintió la mirada de rabia de la ex maestra, pero mostró dureza.



– Llévalo a la comisaría. – Le dijo al colega.



Las esposas cliquearon. Danin, todo el tiempo callado y tenso, mirando al piso, dijo de una manera apenas audible:



– El Teorema de Fermat… por su causa… —



Quiso mostrar algo pero el joven policía lo empujó a la salida.



– Vamos. – murmuró el policía. – Allá vas a hablar paja de teoremas. —



Konstantin casi pierde el equilibrio. Pero logró acercarse a la maestra. Por un momento sus ojos oscuros brillaron detrás de sus lentes gruesos. Y le dijo:



– Ahí no estaba todo. —



– Apúrate! – Groseramente le dijo Alexei Matykin y lo empujó de nuevo.



Salieron y el experto Barabash tomó su maletín y quiso seguirlos pero se detuvo en la puerta, observó la cerradura y sacó un destornillador.



Vishnevskaia, incrédula, acompaño con la vista la figura encorvada del mejer alumno y se volvió hacia el oficial superior.



– No es posible! Yo conozco a Kostia Danin hace treinta años. Él es incapaz de eso. Es inocente. Konstantin sólo piensa en Matemáticas. —



– En la vida hay de todo, Valentina Ipolitovna. – Strelnikov sintió lástima por la maestra. Como muchos ciudadanos comunes, ella vivía con la convicción de que los asesinos y los delincuentes existían en algún lugar aparte de la gente corriente.



– Vamos a sentarnos. Ahora vienen de la judicial y, otra vez, necesitarán su testimonio. Después sellaremos el apartamento. —



– Usted comete un error. No era necesario arrestar a Kostia. —



– Yo hago mi trabajo. El resto debe hacerlo el investigador. —



Sentados en la habitación Strelnikov esperó a que la mujer se tranquilizara y le preguntó:



– Cuál es ese teorema que él mencionó? —



Con asombro, Valentina Ipolitovna levantó las cejas.



– De verdad es increíble. Yo no sé dónde está usted. El teorema de Fermat es el teorema más importante no demostrado en las matemáticas. Las mentes más geniales han tratado de demostrarlo durante tres siglos y medio. Usted no lo recuerda? Yo les hablé de él en la escuela después que vimos el teorema de Pitágoras. —



– Yo recuerdo, que si no hay demostración, es sólo una hipótesis, no un teorema. —



– Sin embargo, Pierre de Fermat, quién lo enunció afirmó que él conocía la demostración. —



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1637. Toulouse. Francia.



– …y en base a los argumentos presentados yo concluyo que la culpabilidad del acusado está totalmente demostrada. – El viejo procurador terminó su discurso y cansado e indiferente miró al jurado.



Pierre de Fermat

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  Pierre de Fermat (17 de Agosto de 1601 – 12 de Enero de 1665) Matemático francés. Abogado de profesión. Es autor de una serie de trabajos excepcionales, pero la mayoría de ellos fueron publicados, por su hijo, después de su muerte. Mientras vivía, algunos resultados fueron conocidos por correspondencia epistolar o directamente comunicados a amigos.



, juez principal del Tribunal Soberano del Parlamento de Toulouse, sonrió con condescendencia. Pero ninguno de los presentes notó el leve movimiento de sus labios. Fermat apoyó la barbilla en la palma de su mano y casi cerró los ojos. A su lado parecía que él analizaba las palabras del procurador y gravemente consideraba la suerte del acusado. Sin embargo, si alguien del público hubiera escuchado su voz interior se hubiera horrorizado.



– Y eso es una demostración? Acaso tus delirios se pueden definir con esa palabra tan sublime? – Mentalmente se dijo el juez sobre las palabras del procurador. – Una hora antes esos mismos argumentos llevaron al abogado defensor a las conclusiones contrarias. – Infelices, que saben ustedes de demostraciones? Sólo en las matemáticas, una vez demostrada una verdad, nadie puede contradecirla. La demostración en matemáticas es absoluta! A ella no la amenaza el tiempo, ni razonamientos cínicos de estúpidos como ustedes. En las matemáticas las leyes no cambian con la aparición de nuevos amos y gobiernos y la verdad no depende de la voluntad de un juez. La inmutabilidad de las demostraciones matemáticas es merecedora de admiración al contrario de su verborrea corrupta.



Pierre de Fermat bajó las manos y levantó la cabeza. Todos en la sala, en tensión, seguían al actor principal en el proceso y esperaban el fallo. Y el juez, vestido de juez, sólo deseaba quitarse el incómodo manto y estar en su casa, en su mesa de trabajo, donde lo esperaban los interesantísimos problemas de matemáticas.



– “Ya está bueno de esta tontería” – decidió Fermat y con fuerte y grave voz, emitió la sentencia: Será quemado en la hoguera!



Recogió sus papeles y, rápido, abandonó la sala. La reacción de los asistentes no le interesó. Al fin y al cabo el mundo no será peor si se elimina un delincuente.



Después de cenar se encerró en su cabinete. El brillo de su mirada le daba el aspecto de un depredador escondido en los arbustos listo para caer sobre su presa. En su casa sabían que no podían molestar al jefe de la casa en tal estado. Pierre de Fermat se sentó a la mesa y prendió las velas. Dos luces en los candelabros iluminaron el tomo abierto de la “Aritmética” de Diofanto de Alejandría. Los dedos del juez, amorosamente, pasaban las hojas del libro con mil quinientos años de historia.



En aquellos tiempos los libros y manuscritos se recogían en todo el mundo para la biblioteca de Alejandría. Cada barco que llegaba estaba obligado a entregar los libros a bordo a la biblioteca de la ciudad. El texto se copiaba, la copia se entregaba al dueño y el original se quedaba archivado.



Con la dedicación laboriosa de griegos educados se formó, a lo largo de siglos, la biblioteca más grande del mundo antiguo.



El eminente matemático Diofanto

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  Diofanto de Alejandría. Matemático de la Antigua Grecia, vivió en el siglo III. Escribió la “Aritmética” en 13 libros, de los cuales se conservan solo los 6 primeros.



, quien trabajaba en la biblioteca, no sólo reunió todos los logros de aquel tiempo sino que los sistematizó y completó con reglas generales y notaciones. Creó la enciclopedia matemática de trece tomos, la cual ayudó al renacer del interés en las matemáticas en los siglos medios. Los incendios y las guerras destruyeron parte de su trabajo. Sólo se salvaron los primeros seis tomos, los cuales recorrieron un largo camino a través de los países árabes, Constantinopla y el Vaticano, para que en el siglo XVII vieran de nuevo la luz en latín.

 



Fermat supo del famoso griego a través de sus curiosidades matemáticas. Como un tributo a la pasión de Diofanto, generaciones posteriores escribieron en su tumba el siguiente epitafio:



“Esta es la tumba de Diofanto.



Sólo el sabio te dirá cuántos años vivió.



Por voluntad de los dioses su niñez ocupó la sexta parte de su vida.



Y en la mitad de la sexta parte apareció el primer bozo en sus mejillas.



Pasada una séptima parte con su amada él se casó.



Con ella y otros cinco años, tuvo su hermoso hijo.



Cuando alcanzó la mitad de la vida del padre murió de muerte trágica.



Cuatro años, llorándole, le sobrevivió su padre.



Hasta ahí llegó su emérita vida”.



Habiendo resuelto con gusto el rompecabezas de la edad a la cual murió Diofanto, Fermat se dedicó a ordenar sus trabajos. Ese, a quién se dedicara tal epitafio, no podía haber escrito libros aburridos.



Ahora, en la mesa de Fermat, estaba el segundo tomo de la legendaria Aritmética de Diofanto. Ya hacía dos semanas que había descubierto, entre los ejercicios interesantes, el famoso teorema de Pitágoras. Su solución le había dado una gran satisfacción. En este tiempo Fermat, laboriosamente y con persistencia, ya los había resuelto todos salvo uno. No había podido resolver una ecuación sencilla, la cual Pitágoras, ya había mencionado:



a

3

 + b

3

 = y

3



Se trataba de hallar, simplemente, los números naturales que satisficieran esa ecuación.



Ya llevaba una semana trabajando en esa ecuación. En cada minuto que le dedicaba surgían las ideas y métodos para la solución del problema. Algunos, inmediatamente, se veían infructíferos. Otros, llevaban a variantes que tampoco conducían a nada.



Apenas ayer, tarde en la noche, se asomó la insomne esposa:



– No vienes a dormir? —



– No molestes, estoy ocupado. – moviendo las manos y continuando en la búsqueda de la combinación de números.



– Es difícil buscar un gato negro en una habitación oscura, – dijo la esposa alejándose.



– …sobre todo si no está ahí. – Terminó el refrán el esposo.



Escuchó su propia voz, como si viniera de afuera, y su rostro se congeló conmocionado. La verdad descubierta parecía paradójica y hasta cínica. Pero considerándola mucho más cuidadosamente y desde diferentes puntos de vista, se dio cuenta porque nadie, durante dos mil años había podido hallar una solución.



– No existe solución! Números naturales que satisfagan esa ecuación no hay y no pueden haber! – casi gritó el aturdido Fermat.



Pero esa afirmación es poco. Las matemáticas sólo admiten una demostración rigurosa sin discusión y sin exclusiones. La pluma se le rompió en la mano, sus dedos mesaban sus cabellos y arrugaban el cuello de la camisa, la llama de la vela temblaba bajo la respiración acelerada. Fermat era todo emoción. En lugar de buscar una solución, había que demostrar que no existía!



El cambio de perspectiva abrió nuevas cortinas a su mente en ebullición. Pierre de Fermat se sintió en shock. Unas cuantas horas de razonamiento no pasaron en vano. Y con los primeros rayos del Sol, atravesando su ventana, se tranquilizó. Después de largo tiempo de sólo muestras, señas y conatos que eran esbozos de una belleza abstracta que se diluía, la verdad tomaba una forma real como piedra preciosa. Encontró la demostración! Le dio vueltas en la cabeza, hizo pruebas desde diferentes ángulos, buscando trucos escondidos, hasta que finalmente se convenció de que la demostración era impecable.



Eufórico, con los sentidos agudizados, y con cada una de las células del cerebro en hiperactividad y con sed de trabajo, Fermat cambió, en la ecuación