Celadores del tiempo

Text
0
Kritiken
Leseprobe
Als gelesen kennzeichnen
Wie Sie das Buch nach dem Kauf lesen
Schriftart:Kleiner AaGrößer Aa

La batalla comenzó. Marc y Richi no paraban de moverse esquivando los ataques de aquellos seres, mientras conseguían derribar a algunos de ellos. Les estaba costando mucho evitar sus golpes, eran demasiado numerosos. Mientras continuaban con la lucha, las figuras que habían derribado para dejar el camino libre a las chicas se estaban poniendo en pie otra vez, amenazando con cerrarles el paso. Ellas, con una gran dosis de suerte, habían conseguido su objetivo: habían llegado ante la puerta. La empujaron con fuerza y esta se abrió. Dieron gracias a Dios porque se hubiera abierto. De lo contrario, y con toda seguridad, ahora mismo estarían bajo los pies de aquellas figuras de piedra. Elena lanzó varias bolas de energía para alumbrar la nueva sala. Sin perder más tiempo, comenzaron a cerrar la puerta, pero parecía que costaba más trabajo. Tal vez el miedo y los nervios les hacía perder la concentración y todo se hacía más complicado. Con las prisas ni siquiera se pararon a mirar el nuevo recinto que estaba a sus espaldas. Varias figuras pétreas habían conseguido acercarse lo suficiente para impedirles cerrar la puerta. Ambas empujaban con todas sus fuerzas, y el brazo y una pierna de una de aquellas criaturas quedó en medio de las dos hojas impidiendo el cierre. No sabían cuánto tiempo conseguirían resistir.

Mientras tanto, tras la puerta, la batalla continuaba. Los enemigos tenían a Marc y a Richi completamente rodeados, y para complicar aún más las cosas, las estatuas se volvían a levantar tras haber sido derrotadas. Cada vez que una de ellas era destruida, en apenas unos minutos, sus fragmentos se volvían a unir volviendo de nuevo a su forma habitual. Debían pensar en algo enseguida. En poco tiempo, el enemigo sería tan numeroso que no habría escapatoria. Todo el recinto estaba plagado de estos seres ansiosos por derrotarles. En medio de tan desproporcionada refriega, una de aquellas estatuas consiguió golpear a Richi en un brazo. En ese momento sintió un intenso dolor. Pensó que le había roto algún hueso. Las cosas se complicaban cada vez más. Marc reaccionó y se le ocurrió una manera de salir de aquella ratonera. Se dio cuenta de que tenían que aprovechar las ventajas que tenían ante sus rivales que no eran otras que la agilidad y la velocidad.

―Richi, ¿estás bien? ―preguntó Marc.

―No te preocupes. He estado en situaciones peores. ¿Tienes alguna idea para salir de esta?

―Creo que sí. Tú sígueme y haz lo mismo que yo.

Sin dudar un instante, Marc dio un salto y se plantó sobre la cabeza de una de aquellas cosas y comenzó a saltar de una a otra dirigiéndose hacia la salida. Richi se dio cuenta de su intención y le siguió.

Los hombres de piedra no podían hacer nada para evitarlo. Al ser tan numerosos y al estar tan juntos, se estorbaban unos a otros y no se podían mover con total libertad. En poco tiempo habían llegado hasta la puerta y de un salto, aterrizaron delante de ella. Al tocar el suelo, Marc se agachó y comenzó a girar rápidamente con sus brazos estirados, empuñando sus espadas, derribando así varias estatuas que les impedían el paso. Una vez derribadas, Marc clavó las armas en la última que estaba a punto de atravesar la puerta. Desde el otro lado, Alice se asustó al ver ambas espadas llameantes atravesándole el pecho a aquella cosa.

Richi se deslizó por la puerta rápido y cayó al suelo exhausto ante el dolor que sentía y el gran esfuerzo que había realizado. Marc, sin embargo, no pudo hacer lo mismo. Dos de sus enemigos consiguieron sujetarle por los brazos y lograron arrastrarle de nuevo hacia la sala, ante la mirada atónita de Alice, que observaba impotente cómo se llevaban a su compañero. Estaba perdido, no podía moverse y la puerta estaba a punto de cerrarse.

Parecía que todo se había acabado cuando, de pronto, Elena transformó su cuerpo en humo y atravesó la puerta como un fantasma. Introdujo sus manos en el pecho de las estatuas que tenían agarrado a su compañero y les arrancó las piedras ardientes del interior de sus pechos. Entre gritos de dolor, soltó ambas piedras y retomó por completo su forma. Gracias a ello, ambas estatuas cayeron fulminadas, liberando a Marc. Este agarró a Elena, corrió hacia la puerta y la cruzaron sin más problemas. Una vez dentro, Alice la cerró por completo. Pero el peligro no había terminado. Tenían que asegurar la puerta. La fuerza de sus enemigos amenazaba con abrirla de nuevo. Alice ya estaba a punto de caer agotada cuando Marc se unió a ella. No eran capaces de alcanzar la enorme tranca que se encontraba a un lado. Elena tenía las manos quemadas. En ese momento, Richi se levantó y se acercó al pasador. Tenía que hacer algo o todo estaba perdido, así que se olvidó por un instante del dolor e hizo acopio de fuerzas, consiguió levantarlo y lo colocó en su sitio. Lo habían conseguido. La puerta estaba bloqueada y asegurada. Al otro lado, los hombres de piedra golpeaban incesantemente la puerta, pero no fueron capaces de echarla abajo. Tras unos minutos se dieron por vencidos y el silencio volvió a reinar de nuevo.

―¿Qué eran esas cosas? ―preguntó Richi sujetándose el brazo.

―Parece ser que la leyenda era cierta. Ahora entiendo por qué nadie quiere atravesar Baelor ―comentó Marc.

―Eso da igual ahora. Lo mejor de todo es que lo hemos conseguido ―dijo Alice.

De momento estaban a salvo y se dispusieron a mirar el recinto que se extendía ante ellos. El lugar era pequeño en comparación con los anteriores. Al final de la sala había dos puertas de piedra a los lados y unas escaleras al fondo. Una de ellas, la de la derecha, era enorme y tenía a su lado algo parecido a un volante con una rueda dentada que debía de ser el mecanismo de apertura. Estaba decorada con varios dibujos de bosques y animales que Alice no había visto nunca; parecía ser la esperada salida hacia Areti. Alice se acercó a Elena para examinarle las manos. Las cogió entre las suyas con mucho cuidado; estaban llenas de ampollas. Aun así, las heridas no eran demasiado graves. La peor parte se la había llevado Richi. Estaba convencido de que se había fracturado un hueso. Elena no podía atenderlo así que Marc lo examinó con mucho cuidado, siguiendo los consejos de Elena, y llegaron a la conclusión de que no era lo que había pensado, sino que se había dislocado el hombro. Tendría que ponérselo en su sitio, pero Marc no se veía capacitado para hacerlo.

―Será mejor que descansemos un rato. No es grave, pero si recibes otro golpe parecido, puedes tener una grave lesión. En cierto modo has tenido suerte ―comentó Marc.

―Siento tener que decir esto, pero tendrás que recolocarle ese hueso ―le dijo Elena a Marc―. Yo no puedo hacerlo.

―Nunca he hecho nada parecido en mi vida. No sabré hacerlo ―contestó Marc.

―No te preocupes. No es tan difícil. Yo te iré diciendo lo que tienes que hacer.

―¡Malditos «carasderoca»! ¡Venga! ¡Acabemos de una vez! Tú puedes hacerlo, Marc ―dijo un Richi resignado.

Después de unos breves consejos y explicaciones de Elena, y con la ayuda de Alice, Marc recolocó el hombro dislocado de su compañero.

―Lo siento, Richi, pero no disponemos de demasiado tiempo. No sabemos si volverán. La salida está tras esa puerta. Será mejor que nos apresuremos.

―Richi necesita descanso y Elena también. Danos un respiro ―le suplicó Alice.

―De acuerdo, pero solo unos minutos. Luego no os quejéis si nos vuelven a alcanzar ―murmuró Marc.

Cada uno de ellos buscó el sitio más cómodo para descansar. Marc se acercó a la puerta y se puso a mirar los grabados. Alice se sentó junto a sus compañeros para darles ánimos. Todos estaban en silencio. Tras unos minutos, se levantó y caminó hacia Marc para mirar también aquellos dibujos.

Vio que en el centro había esculpida una espada que separaba dos mundos. A un lado, una montaña y un río que bajaba por ella; en la cima, un bosque de cristal y una zona repleta de fuego. Al otro lado, se veían mares, montañas, ríos y bosques, nada en especial. Después de unos minutos, Alice llegó a la conclusión de que aquel dibujo expresaba que la espada era la puerta y que esta separaba ambos mundos. Se alegró de haberlo comprendido a la primera y sin ayuda. Marc seguía observando detenidamente la puerta, prestando especial atención a la rueda con los engranajes y unos mecanismos que había sobre ella.

―¿Qué eran esas cosas?

―No lo sé. Este mundo está lleno de extrañas criaturas. Nunca había visto nada parecido. Hay algo en este mundo que, a veces, propicia la aparición de seres como los que acabamos de ver. En cierto modo, las envidio, no se tienen que preocupar por la maldad que reina en la superficie.

―Hablas del mundo como si fuese un lugar horrible. Parece que solo te fijas en lo malo, pero también hay muchísimas cosas buenas. Tienes que ser más optimista o acabarás siendo como una de esas estatuas.

―He visto morir a personas que no lo merecían. Gente buena y bondadosa que dieron su vida solo por ayudar al prójimo. Este mundo no es justo y no puede continuar así, tiene que cambiar.

―Por muy mal que salgan las cosas, no puedes rendirte, debes continuar. La paciencia es amarga pero sus frutos son dulces y siempre llega un nuevo amanecer ―dijo Alice.

―Hace mucho tiempo que no me ocurre nada bueno.

―Entonces, ¿qué vas a hacer?

―Ahora debemos continuar. Areti está tras esta puerta ―dijo Marc dando por finalizada la conversación y dirigiéndose a sus compañeros.

―Tienes razón. Sigamos ―dijo Elena mientras se levantaba para ayudar a Richi.

Marc ignoró aquella última pregunta, pero sus palabras todavía resonaban en la cabeza de Alice, dándole vueltas a lo que había dicho, intentando encontrarle algún sentido, si es que lo tenía. Marc agarró el volante con ambas manos y comenzó a girarlo, no sin esfuerzo. Le llevó su tiempo levantar la puerta, debía de pesar varias toneladas, pero gracias a los engranajes y contrapesos se movía con relativa facilidad. Elena y Richi cruzaron acompañados por Alice, mientras Marc mantenía firme el mecanismo para que la puerta no se cerrase. Ahora le tocaba a él. Soltó el volante y cruzó la puerta cuando esta comenzaba a bajar despacio.

 

Se cerró por completo tras unos segundos y provocó un fuerte estruendo. El lugar estaba muy oscuro, aunque al fondo del mismo se percibía un resquicio de claridad. Richi iluminó con sus manos el nuevo recinto. Ante ellos se extendía un largo puente que cruzaba un oscuro y profundo abismo. Disponía de cuatro pilares, dos de ellos en el centro y los otros en ambos extremos, que sustentaban toda la estructura. Parecía muy seguro, aunque Alice se asustó al verlo, no disponía de ningún tipo de barandilla en los bordes del mismo para evitar cualquier caída. Marc avanzó un poco y miró hacia abajo. Observó aquel oscuro precipicio, era muy parecido al que habían visto al principio de la mina. Alzó la mirada y a unos diez metros más o menos, vio cómo una especie de plataforma que sobresalía de la pared de la gruta, probablemente era el lugar desde donde los guardias protegían la ciudad. Sin más demora, Elena y Richi comenzaron a cruzar el puente, mientras Alice se quedaba sobrecogida cerca de la puerta. Marc se acercó a ella y le dijo:

―Tenemos que continuar. No te pasará nada. Solo hay que cruzar este puente y por fin llegaremos a Areti.

―Tengo mucho miedo.

―No te preocupes. Yo estaré a tu lado.

Alice se alegró al oír esas palabras, eso le hizo sentirse más segura. Algo en su interior la animó a continuar y comenzó a caminar despacio al lado de Marc. Sus compañeros ya iban muy adelantados, prácticamente ya se encontraban al final del puente.

Cuando Marc y Alice ya habían recorrido la mitad del trayecto, un fuerte estruendo procedente de la puerta los alarmó; se quedaron inmóviles y asustados. No tuvieron tiempo de averiguar la causa. Solo vieron unas grandes bolas de fuego que se dirigían unos metros por delante de ellos que golpearon la parte central del puente, provocando que se derrumbase un tramo y que toda la estructura temblase bruscamente. Debido a la sacudida, Alice tropezó, pero Marc se dio cuenta y la agarró, salvándola de caer por el precipicio. Ella se quedó quieta, presa del pánico. Elena y Richi, que ya habían llegado al final, miraron hacia atrás para ver lo que había ocurrido.

Allí estaba de nuevo el incombustible Irix. Aquel tipo parecía no darse nunca por vencido. Había destruido el tramo final del puente. Estaba allí arriba, encima de aquella plataforma, con las manos envueltas en llamas y la mirada llena de ira. De un salto, que hizo vibrar de nuevo toda la estructura, se plantó en el inicio del puente justo delante de la puerta. Poco a poco se reincorporó y echó mano de su arma. Richi y Elena vieron con temor cómo sus compañeros quedaban completamente aislados, sin escapatoria; se sentían impotentes, tenían que hacer algo para ayudarles.

―¡Buscaremos la manera de ayudaros a cruzar! ¡Marc, resiste! ―dijo a gritos Richi.

Tras decir esto, lanzaron varias bolas de luz para dejar el sitio iluminado y se fueron corriendo hacia la salida en busca de cualquier cosa que les sirviera para ayudarles. Alice estaba totalmente aterrorizada. Estaban acorralados sobre una estructura frágil e inestable. Mientras tanto, Marc ya se preparaba de nuevo para la lucha.

―Quédate quieta ahí. Estarás a salvo. No te preocupes. Ellos encontrarán la manera de sacarte de aquí.

―¿Y tú, qué vas a hacer?

Marc pensó por un momento en la posibilidad de saltar el tramo que Irix había destruido, pero descartó la idea. Quizás él pudiese lograr solventar aquella distancia con un buen salto, pero Alice no podría y contestó:

―Lo que debí haber hecho hace tiempo.

Se dio la vuelta y se encaminó hacia su rival, que esperaba ansioso la contienda.

Destino

Marc desenfundó las espadas. Levantó una de ellas sobre su cabeza y otra a la altura del pecho; ambas apuntaban hacia Irix, que lo observaba con atención. Estaba preparado para cualquier ataque.

―¿No estás sorprendido de verme?

―La verdad es que sí. Pensé que estarías enterrado bajo los escombros de aquel teatro.

―¿Pensaste que un montón de piedrecitas acabarían conmigo? ¡Qué poco me conoces! Ahora me tienes aquí de nuevo y vengo a terminar lo que dejamos a medias. Acabaré contigo de una vez por todas.

Irix se mostraba mucho más enfurecido que en ocasiones anteriores, quizás debido a que había perdido ya varias oportunidades de acabar con él. Marc apreció que tenía algunas heridas de bastante consideración, sobre todo en su brazo izquierdo. Aun así, parecía estar en plena forma y listo para el combate. Irix empezó a generar una bola de fuego con la mano de su brazo mal herido y con la otra blandía su poderosa arma.

―Las tácticas que utilizaste en el teatro fueron buenas, tengo que reconocerlo. Pero esta vez todo es distinto. No tienes escapatoria ―dijo Irix.

―Todavía no te he enseñado todo lo que puedo hacer ―contestó Marc.

―No me digas… Hasta ahora, lo único que has hecho es huir.

―Basta ya de charla y terminemos con esto de una vez.

Corrieron el uno hacia el otro y dio comienzo la refriega. Los golpes de sus armas resonaban, repitiéndose una y otra vez a causa del eco. La estrechez del puente limitaba sus movimientos. El riesgo de caída era muy grande. Irix mostraba mucha menos fuerza de la esperada y eso equilibraba la contienda. Algunas ondas de fuego salían despedidas de las manos de Irix, las cuales eran rápidamente esquivadas por Marc, que luchaba con todas sus fuerzas. En un momento de la lucha, ambos contrincantes se quedaron enfrentados el uno frente al otro con el rostro a apenas unos centímetros. De pronto, Marc vio cómo en el pecho de Irix empezaba a formarse una pequeña llama. Al verla, se dio cuenta de sus intenciones y enseguida saltó, consiguiendo esquivar una enorme llamarada que le salía del pecho de su rival. Alice observaba la escena impasible y aterrorizada.

Ambos detuvieron la refriega durante un momento, alejándose, pero sin bajar la guardia. Irix se dirigió hacia Marc en un tono burlón:

―¿Eso es todo lo que sabes hacer? Eres patético.

―Solo era el precalentamiento. Ahora empieza lo serio.

Marc deslizó una pierna hacia atrás, mientras estiraba los brazos, colocándose en una extraña posición de ataque. Con extrema rapidez, comenzó a moverse en zigzag sobre el puente, para asombro de Irix, que era incapaz de seguir sus movimientos. Los brazos de Marc se movían muy rápidos golpeando sin cesar a Irix, que solo podía esquivar los ataques sin tener la oportunidad de responder. Tenía que hacer algo y decidió contraatacar. Creó unas llamas oscuras que salieron de su látigo parecidas a pequeños dragones que saltaban de un lado a otro. Estas pasaron entre los dos rivales y esto propició que las espadas de Marc se quedaran pegadas al arma de su contrincante.

Intentó desprenderlas, pero era inútil. Debía reaccionar. Tuvo que separarse para evitar el látigo. Esquivó el golpe y consiguió de nuevo asir sus espadas y, con todas sus fuerzas, logró liberarlas. Mientras caía, realizó un ágil movimiento y golpeó con fuerza el pecho de Irix con las piernas, y así esquivó el ataque de su látigo, que pasó a unos escasos centímetros de su cuerpo. Irix se quedó inmóvil y sorprendido, observando cómo había estado a punto de atravesarse el pecho con su propia arma. Marc reflexionaba. Intentaba comprender lo que significaban esas oscuras llamas. Nunca había visto una técnica igual. Tenía que estar más atento. Aquella extraña estrategia era capaz de hacer que sus armas se quedasen pegadas a la de su contrincante, como si ambas fuesen enormes imanes.

―Mis compañeros querían mandar a otros a buscaros, pero yo les dije que no. Aún tengo algunas sorpresas para ti y, además, no tengo nada que perder.

―¿Cómo sabías dónde estábamos?

―Simple intuición. Solo hay que pensar lo que uno haría en la misma situación. Ahora me he librado de las cadenas Kurosangi. Ya no soy una simple marioneta, soy independiente, puedo hacer lo que quiera.

―¿Y qué es lo quieres hacer?

―Mataros a cada uno de vosotros.

Sin dejarle terminar, Marc cargó de nuevo sus espadas y empezaron a rezumar de nuevo llamas rojizas. Esta vez, sus armas no se quedaron pegadas. Cada vez que se encontraban ambas armas, una mezcla de ambos colores creaba un curioso espectáculo luminoso. En la intensidad de la batalla, Irix obligó a Marc a esquivar uno de sus golpes y aprovechó su descuido para lanzarle también una bola de fuego. Esta se disipó enseguida, pero consiguió su objetivo golpeándole con tanta fuerza que lo lanzó por el aire contra uno de los bordes del puente. El golpe había sido tan fuerte que incluso le obligó a soltar sus espadas. En un desesperado intento de salvarse de la caída, consiguió sujetarse en el último instante, quedándose colgado al borde del abismo.

Alice estuvo a punto de ir en su ayuda para salvarlo, pero se contuvo al ver cómo conseguía encaramarse de nuevo, antes de que su rival aprovechase la ocasión para golpearle. Marc estaba en clara desventaja e intentaba defenderse sin armas. Durante unos eternos segundos, no hizo más que esquivar sus ataques hasta que consiguió alcanzar sus espadas. La batalla se había igualado otra vez. Por un instante se volvieron a distanciar de nuevo para tomarse un pequeño respiro. El cansancio y las heridas del combate les estaban pasado factura a ambos contrincantes, pero no impedían que siguieran luchando. Marc veía que tenía muchas posibilidades de ganar. Notaba que Irix no era el mismo de siempre, algo extraño le estaba pasando. Irix miró fijamente a Alice, que sintió un escalofrío al ver aquellos ojos inyectados en sangre y comenzó a hablar:

―Alice, fueron ellos quienes mataron a tus padres. Nosotros conseguimos salvarte. Ahora pretenden arreglarlo. Lo sabíamos y por eso te queríamos trasladar. Somos buena gente. Esta no es tu guerra ni tu mundo.

―¡Alice! ¡No le escuches! ―gritó Marc.

―Fueron asesinados por el líder de los Astrati. Nos iban a ayudar a terminar esta estúpida guerra y para impedirlo acabaron con ellos.

Alice no daba crédito a lo que oía. En ese momento se sentía entre la espada y la pared, no sabía a quién creer. Recordó todo lo que le había enseñado la gente de Plaridio y también las palabras de Richi, Elena y Marc. Además, estaba el hecho de que este último le había mentido varias veces y ahora las dudas la embargaban. No sabía lo suficiente sobre su pasado como para tomar una decisión. Cualquiera de los dos bandos podía haberle mentido y utilizarla para sus propios fines.

Todo se remontaba a su pasado y más exactamente a sus padres. Siempre le habían contado que habían muerto poco después de nacer ella. Sin embargo, ahora se encontraba una nueva versión totalmente distinta. Alguno de ellos decía la verdad. En el fondo de su corazón, la decisión estaba tomada. Irix la había atemorizado desde un principio. Sin embargo, Iván, Marc, o como quiera que se llame, siempre la había tratado bien, con amabilidad y cortesía. Por un instante recordó aquel momento en la autopista en el que Marc recibió una cuchillada en la mano por intentar salvarla. Alice sonrió mirándole, recordando todos los momentos en los que había luchado por ella y todo lo que le había contado. Tenía que ser cierto, algo en su interior se lo hacía sentir. Irix la mataría si tuviese la menor ocasión y el único que la había protegido hasta ahora era Marc.

―¡Él nunca ha intentado hacerme daño! ¡Ni atemorizarme! Tú, sin embargo, casi me matas dos veces. Ya no es cuestión de quién diga la verdad. No me iría contigo aunque supiera fijo que ellos me fuesen a encarcelar. Me han enseñado la verdadera realidad y me han abierto las puertas de un nuevo mundo ―contestó Alice con firmeza.

―¡Siento que esa sea tu decisión! ¡Tendré que llevarte a la fuerza! Pero, primero, terminaré con este enclenque.

Irix se mostraba más furioso y rebosaba de ira, preparándose para el último asalto. Marc le esperaba inmóvil, tras haber adoptado otra extraña posición de combate. Ambos lucharon de nuevo encarecidamente. Esta vez, Marc estaba sufriendo daños. Aquellas oscuras llamas comenzaron a golpearle, causándole leves quemaduras en brazos y piernas. En medio de la refriega, Marc aprovechó un pequeño despiste de su rival, dio un salto y le golpeó en la cara un rodillazo y, con la otra pierna, se apoyó en el pecho tomando impulso y realizó una pirueta imposible, que le dio la oportunidad de clavar una de sus espadas en el costado derecho de Irix. Con suma rapidez, se la sacó y corrió para alejarse de él, quedando cerca de la enorme puerta de piedra que había cerrado con anterioridad.

 

Irix gritaba de dolor y maldecía una y otra vez, mientras se tapaba la herida con la mano. Se dio la vuelta y miró furioso a Marc. En ese momento, su arma empezó a escupir las dichosas llamas negras que se hacían más y más grandes. De repente, comenzó a levantarse un fuerte viento sobre el puente, que se concentraba cerca de Irix. Parecía que se estaba preparando para un nuevo ataque.

Alice estaba aterrorizada. A duras penas se mantenía de pie por culpa de aquel fuerte viento, que cada vez era más intenso; tuvo que ponerse de rodillas para aguantar mejor su envite. Miró al malherido Irix. La sangre discurría a través de su mano y su espalda también estaba totalmente ensangrentada. Parecía estar acabado, pero no se podían confiar, algo raro estaba a punto de ocurrir.

Marc apagó las llamas de sus espadas y se las enfundó, mirando con atención cada movimiento de Irix. Tenía que escapar de allí. La última vez que vio algo parecido a aquello se había desencadenado una fuerte explosión que había acabado con la vida de un compañero. La rabia y el odio de Irix iban en aumento y, en proporción, su poder. Marc temía estar cerca cuando se desencadenase.

―Estás acabado, Irix. Esto se ha terminado.

―Todavía no me has vencido. No descansaré hasta que te vea bajo mis pies.

―No compliques más las cosas y date por vencido. Esa herida es mortal.

―Esto no impedirá que siga luchando.

―¡Alice! ¡Ten cuidado y estate preparada! ¡Puede ocurrir cualquier cosa! ―gritó Marc.

―¡Yo te diré lo que va ocurrir! ¡Si no se viene conmigo, tampoco se irá contigo!

Con un rápido movimiento de su arma, golpeó de nuevo el puente con toda su furia, abriendo una grieta que comenzó a avanzar hacia Marc. Tenía que llegar junto a Alice para ponerla a salvo, pero Irix se encontraba en medio de ambos. Desenfundó sus espadas y luchó contra su enemigo para intentar avanzar, aunque este conseguía mantener su posición. La grieta continuaba abriéndose camino, hasta que llegó a la puerta y se partió en dos. El puente comenzó a derrumbarse desde aquel punto. Tenían que salir de allí cuanto antes. Los dos continuaron con la lucha y en uno de sus envites, Marc consiguió rajarle el pie izquierdo. Irix gritó de nuevo y, lleno de ira, descargó su poder con un fuerte puñetazo en el suelo, creando una gran onda expansiva que afectó a toda la estructura.

Pedazo a pedazo, el puente se fue desmoronando. Irix no intentó huir. Sin embargo, Marc enfundó las espadas y corrió para salvarse. Irix intentó detenerlo, pero su adversario consiguió evitar su último ataque y este continuó corriendo con todas sus fuerzas mientras el derrumbe le daba alcance; veía cómo todo se desmoronaba bajo sus pies. Ya estaba llegando junto a Alice. Esta veía toda la escena llorando y suplicando para que consiguiera salvarse. Mientras tanto, Irix sabía que su trabajo había concluido y caía al profundo abismo, dibujando una sonrisa en su rostro, dando por seguro que su contrincante tampoco tendría escapatoria. Se había sacrificado, pero había acabado con su enemigo. Marc continuaba corriendo, cuando, de pronto, pisó sobre una de las losas y esta se hundió bajo sus pies precipitándole al vacío. Con un rápido movimiento, consiguió asirse con las manos a un trozo de estructura, pero su alegría apenas duró un parpadeo, el pedazo se desprendió. Aquello era el final definitivo. Marc caía también al abismo.

Alice vio la situación completamente aterrorizada. Miles de imágenes comenzaron a pasar por su mente, recordando cada momento que había pasado junto a él. Sintió que algo dentro de ella se estremecía, algo le impulsó a gritar con desesperación, descargando el dolor que pronto tendría que asimilar.

―¡Noooooo!

Alice gritaba con todas sus fuerzas y cerró los ojos para evitar ver aquella horrible escena. No podía terminar aquí. Esto tenía que ser un sueño, tenía que despertarse cuanto antes. No quería ver la cruda realidad, pero tenía que afrontarla.

Abrió los ojos esperando que todo hubiese terminado, pero se sorprendió al ver que nada había cambiado desde que los había cerrado. Los restos del puente, Marc e Irix cayendo, todo permanecía inmóvil en el aire, incluso las más diminutas partículas de polvo y escombro permanecían inertes en el aire. Era como el sueño, todo se había detenido. Al instante, lo comprendió. Había conseguido parar el tiempo. No le habían mentido. Era todo cierto. Aún no sabía cómo, pero lo había hecho. No sabía cuánto tardaría en volver todo a la normalidad, así que se apresuró y se tumbó en el saliente para sujetar la mano de Marc con fuerza y aunque tiraba de él, no conseguía moverlo. Su cara mostraba una expresión de terror, afrontando su final. También miró a Irix, que estaba suspendido en el aire, con las manos extendidas, mostrando aún una sonrisa en su rostro.

De pronto, todo volvió a la normalidad. Marc se sorprendió al ver que Alice le había agarrado la mano. Esta fue arrastrada unos centímetros por el peso, pero consiguió aguantar afianzándose en el suelo. Echó un vistazo abajo y vio cómo Irix se sorprendía al ver lo ocurrido y empezaba a gritar con fuerza, maldiciéndolos, hasta que su voz se perdió en las profundidades.

El peso de Marc era demasiado para ella y se estaba resbalando. Por alguna extraña razón, él no hacía nada para salvarse, estaba impasible, con la cabeza gacha y la mirada perdida. Alice intentaba aguantar.

―¡Suéltame! ¡O nos caeremos los dos! ―pidió Marc.

―¡No te dejaré caer! ¡Agárrate!

―No podrás conmigo y te arrastraré en la caída. ¡Suéltame!

―¡No te soltaré, así que moriremos juntos!

Por un momento, Alice recordó los restos de los cadáveres que habían dejado tras de sí, especialmente los que estaban abrazados. Ahora parecía comprender a aquellas personas; en ese instante prefería morir con él antes que perderlo. El peso le arrastró otro poco hacia el borde del abismo. No aguantaría mucho más y el testarudo de Marc no quería ayudar.

―¡No aguanto más! ¡Agárrate, por favor!

―Déjame caer. Ya he cumplido mi cometido. Me merezco un descanso. Eres una mujer fuerte, saldrás adelante.

―¡No permitiré que mueras! ¡Aún no sé tu verdadero nombre!

―Alguien te lo dirá…

―¡Quiero que me lo digas tú!

―Todo el mundo intenta controlar su vida. Yo nunca he controlado la mía y ahora que tengo la oportunidad, creo que ya ha llegado mi hora.

Alice no comprendía la actitud de Marc. Estaba convencido de que iba a morir allí mismo, pero ella no podía permitirlo, aún quedaban muchas incógnitas por resolver y con Marc a su lado todo sería más fácil. Desde que lo había conocido, una parte de sí misma se había alejado para siempre. Si perdía a Marc, esa parte regresaría de nuevo. Apenas podía seguir aguantando y entre el dolor y las lágrimas dijo:

―¡Desde que tú apareciste, mi vida cambió! No puedes irte ahora. Aún tienes mucho que enseñarme. Por favor, ayúdate a ti mismo y ayúdame a salvarte. Mi vida no sería la misma sin ti. ¡Si quieres controlar tu vida, decide vivirla!

Una parte del alma de Marc se desprendió, hundiéndose en el abismo y en ese mismo instante, comprendió las palabras de su salvadora y, con fuerza, sujetó su mano y con las piernas comenzó a subir. Alice lloraba de alegría mientras tiraba con todas sus fuerzas de él. Este era el comienzo de una nueva etapa y lo recordarían durante toda su vida. Con esfuerzo, consiguió encaramarse a los restos del pilar central que continuaban en pie. Quedaron los dos de rodillas y aislados, rodeados de un profundo precipicio.

Sie haben die kostenlose Leseprobe beendet. Möchten Sie mehr lesen?