Celadores del tiempo

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―¿Qué tal está Marc?

―Bien. Las heridas casi están curadas, pero ha tenido daños internos, quizás alguna costilla rota, y eso tarda un poco más en curar ―explicó Elena.

―¿Cómo lo sabes? ¿Eres médico?

―No exactamente. Estudié medicina, pero no llegué a terminar la carrera.

―¿Y eso por qué?

―Es una historia demasiado larga.

―Te aburrías y lo dejaste, no seas mentirosa ―dijo Richi riéndose un poco.

―Eso es lo que tú piensas.

Rompieron a reír. Estaban felices, nada que ver con los sentimientos del día anterior. El descanso les había sentado bien a todos y, en especial, a Marc. Únicamente él sabía los sufrimientos que había padecido.

―¿Has dormido bien? ¿Has soñado algo interesante?

―Sí, como siempre. Era un sueño un tanto extraño. Nunca acabo de entenderlos.

―Cuéntanoslo entonces. Quizás podamos ayudarte a averiguar algo ―dijo Richi con curiosidad.

Ambos escucharon con atención cómo narraba Alice su sueño, pero ninguno de ellos sabía el significado, ni dónde había tenido lugar. Era muy frustrante ver a personas del pasado y no poder saber de quién se trataba. Era como una historia sin final, como un libro que dejas a medio leer, sin saber cómo termina. Sus dudas seguían aumentando ahora que se empezaban a aclarar algunas cosas. Durante un rato siguieron allí sentados, charlando sobre lo que había pasado y contando diversas anécdotas de sus vidas, mientras terminaban de comer. Pronto la conversación pasó a un segundo plano, cuando Alice preguntó:

―¿Qué haremos ahora? ¿A dónde iremos?

Se quedaron en silencio ante la pregunta de Alice. En esos momentos no tenían respuesta, no tenían ni la más remota idea de cómo salir de Plaridio. Cuando necesitaban entrar, usaban la oscuridad de la noche para infiltrarse y cruzar la frontera o se camuflaban entre la gente. Para salir, siempre utilizaban uniformes militares, se unían a una patrulla y se escaqueaban a la mínima oportunidad. Los métodos eran arriesgados, aunque hasta ahora les habían dado buenos resultados. Alice no tenía la destreza ni la habilidad para hacer algo parecido, así que tenían que descartar esa posibilidad. Además, si fuesen descubiertos en el campamento, ni siquiera el hombre más astuto podría escapar ante tal cantidad de soldados.

―Tendremos que ir a la muralla y robar algún uniforme. Será muy complicado, pero no hay alternativa.

―Yo prefiero no acercarme al enemigo. Además, Alice no está acostumbrada a manejarse en estas situaciones. Tenemos que buscar otra solución.

―Tienen todas las entradas de Areti controladas. Sin duda tendremos que afrontar alguna situación comprometida.

―No necesariamente. Hay otra opción.

Marc apareció en escena con esas palabras, apoyándose en el costado de la furgoneta. Tenía ambos brazos vendados y con la mano se sujetaba el brazo derecho, se notaba cómo cojeaba del pie izquierdo. Todos se alegraron al oír su voz de nuevo. Le costaba andar debido a las magulladuras que tenía por todo el cuerpo. Poco a poco se fue acercando a sus compañeros y se quedó de pie, intentando mantener el equilibrio.

―Podemos atravesar las minas de Baelor. Es un camino seguro y sin vigilancia.

―¡No! ¿Estás loco o qué? ―se apresuró a decir Richi―. Esas minas llevan años abandonadas. Además, ya sabes las historias que cuentan sobre ese lugar.

―Los que las construyeron sabían lo que hacían. Seguro que estarán en perfectas condiciones ―contestó Marc.

―Elena, ¿no habías estudiado algo sobre esas minas? ―dijo Richi intentando librarse de tan alocado plan.

―Se podría decir que sí. Leí bastante y asistí a alguna conferencia sobre ellas. Los túneles no están destruidos, eso es seguro. Pero temo más a los rumores que circulan sobre aquel lugar.

―Son solo eso, rumores. Es la mejor opción que tenemos, la otra es demasiado arriesgada. Yo apuesto por Baelor ―dijo un convencido Marc.

Se quedaron pensativos, dándole vueltas a la propuesta. Parecía una buena idea, aunque un tanto descabellada. Alice no se enteraba mucho de lo que estaban hablando y preguntó con curiosidad:

―¿Qué ocurre con esas minas?

―Es un tema largo pero te haré un resumen ―dijo Elena―. Las minas de Baelor, al principio, ni siquiera existían. Las gentes que vivían cerca de allí, en las montañas, un buen día comenzaron a hacer perforaciones con la posibilidad de encontrar algún tipo de metal precioso y sin darse cuenta, los años fueron pasando y aquella pequeña excavación acabó convirtiéndose en una verdadera mina. Apenas habían encontrado riquezas, alguna que otra veta de Volframio, pirita y poco más. Durante cientos de años continuaron horadando la tierra y decidieron darle un nuevo uso.

»Lograron construir una enorme ciudad subterránea con todas las comodidades posibles y le llamaron Baelor, en honor a la primera persona que comenzó las excavaciones. El lugar disponía solo de dos entradas. Una conducía a Areti. Constaba de un largo puente y estaba protegida por una enorme puerta de piedra maciza, custodiada por las tropas de la ciudad. La zona que daba a Plaridio la abandonaron sin rematar, dejando apenas una abertura de un par de metros, tapándola con una pequeña losa y escombros. Durante muchísimos años, permanecieron allí, ajenos a lo que sucedía en la superficie y ampliando cada vez más y más la ciudad debido al aumento de la población. Se había corrido la voz y personas de otras comarcas decidieron mudarse allí. Hasta que, un aciago día, unos mineros de Plaridio encontraron la entrada por casualidad y dieron aviso del hallazgo; las autoridades decidieron mandar tropas. Tenían orden de arrasar el lugar y sin piedad aniquilaron a toda su población.

»La puerta que da a Areti permanece cerrada para siempre, ya que solamente se puede abrir desde el interior y abandonaron el lugar tal y como estaba. Aquello había sido una de las mayores atrocidades que había cometido las autoridades de Plaridio, un verdadero genocidio. Desde entonces nadie ha vuelto allí.

―¿Y cuáles son los rumores?

―Eso fue lo que ocurrió según los libros, pero la gente comenzó a hablar de leyendas e historias. Cuentan que, durante las labores de construcción, los pobladores de Baelor se toparon con unos hombres esculpidos en piedra. Estaban tan ansiosos por ampliar sus dominios que, al parecer, los «encerraron» a todos, pues no querían compartir sus posesiones con nadie y, según dicen, esas estatuas cobraron vida, aniquilándolos a todos.

―¿Pero esas cosas existían de verdad?

―Son historias de miedo para asustar a los niños pequeños ―intervino Marc―. No habrá peligro alguno, ya lo veréis.

Todo indicaba que tendrían que enfrentarse a una antigua leyenda. Se pusieron de acuerdo y se prepararon para emprender el camino. Elena y Richi comenzaron a recogerlo todo. Mientras, Marc se alejó un poco del lugar hacia un árbol cercano para observar el entorno. Fue andando despacio, cojeando y sin dejar de agarrarse el brazo. Alice lo vio alejarse y se acercó a él.

―¿Te encuentras bien? ―le preguntó.

No obtuvo respuesta. Permanecía callado. Alice se quedó tras él ya que no se había dado la vuelta siquiera. Lo que le había ocurrido no había cambiado su forma de ser y eso que había estado al borde la muerte. Era frustrante que una persona fuese tan reservada. Nunca esperas encontrarte a alguien así, pero cuando lo haces, sientes curiosidad por saber el porqué de su comportamiento.

―Al menos podrías contestar algo. Estaba preocupada.

―Nadie te pidió que lo estuvieras. Debería estar muerto y todo se hubiese solucionado, pero ahora volvemos a estar en la misma situación. ¿Por qué no seguisteis el plan que habíamos trazado?

―Fue culpa mía. Yo se lo impedí. Aunque ahora deberías darme las gracias por lo menos.

Marc se dio la vuelta y la miró fijamente a los ojos. Su mirada era triste, pero se sentía furioso. Era una situación embarazosa, no sabía cómo reaccionar. Él era una persona muy rara, pero ella le importaba, quizás porque le había salvado la vida o tal vez se estaba enamorando. En cualquiera de los dos casos, no lo quería reconocer, era demasiado orgulloso. Se volvió a girar, dándole la espalda de nuevo, y le contestó:

―El dolor que he sufrido allí casi fue peor que la muerte. Deseaba que todo terminase en aquel momento. Lo único positivo es que no volveremos a ver a ese maldito Kurosangui. A estas horas estará bajo toneladas de escombros. No pienso darte las gracias. Déjame en paz, quiero estar solo. Mi vida solo ha empeorado desde que tú has aparecido en ella.

―Si eso es lo que piensas, te pido perdón por haberte salvado la vida.

Alice se fue corriendo hacia la furgoneta, intentando por todos los medios no llorar. Nadie podía ser tan orgulloso. Le había salvado la vida y encima la culpaba por ello. Al llegar a la furgoneta se calmó un poco y ayudó a terminar de recoger todo. Ellos notaron el cambio de actitud de Alice y decidieron no preguntar nada, no querían empeorar las cosas. Tras media hora de preparativos, ya estaban listos para proseguir con su viaje. Richi subió al asiento del conductor y Alice se sentó en el del copiloto. Elena gritó llamando a Marc para que viniera. Él así lo hizo, cojeando visiblemente. Su rostro denotaba la más absoluta seriedad. Ambos subieron en la parte trasera y cerraron las puertas. Elena se acercó a la cabina y se sentó sobre unas cajas, mientras Marc se quedó al fondo, sentado, apoyándose en uno de los costados cerca de la puerta. La furgoneta fue marcha atrás, recorriendo el poco camino que los separaba de la carretera. Una vez llegada a la misma, emprendieron la marcha hacia las minas. El trayecto sería largo, pero también seguro. El Gobierno tenía prohibido circular fuera del núcleo urbano, así que, seguramente, serían los únicos que transitaban por aquella carretera, pero eso también podía convertirles en un blanco fácil de encontrar.

 

Richi y Elena charlaban entre ellos para pasar el rato, mientras Alice estaba sumida en el más absoluto silencio. Intentaba comprender lo que había hecho mal y por qué Marc le había respondido de aquella manera, no entendía nada.

Alice decidió tranquilizarse mirando el paisaje. Había grupos de árboles de vez en cuando, a ambos lados de la carretera, pero casi todo eran praderas de hierba verde. No se veían señales ni marcas en la calzada. Aquel paraje no era un lugar muy transitado. El tiempo pasaba despacio y el trayecto se hacía interminable. Quería hablar con ellos para pasar el rato, pero estaba muy resentida. Marc había herido sus sentimientos.

Una hora después de ponerse en camino, Elena se dirigió a Alice con una sonrisa.

―Chica, estás muy callada. ¿Te pasa algo?

―No. Ya sabes que siempre estoy pensando en mis cosas.

―Si podemos ayudarte en algo, avísanos.

―Son cosas mías. No os preocupéis.

―Todavía quedan al menos un par de horas de camino ―dijo Richi mientras golpeaba rítmicamente el volante.

―Dos horas… ―dijo Alice resoplando―. ¿Me cambias de sitio, Elena? Quisiera cambiar de posición. Ya no me apetece mirar más el paisaje.

―Por supuesto. Claro que sí.

En el fondo, Elena ya sabía el porqué de la petición y accedió sin problema. Deseaba que se llevasen bien ellos dos y que arreglaran sus desavenencias. Hacían buena pareja y Marc había comenzado a mostrar síntomas de cambio en su carácter. Alice se movió con cuidado hacia la parte trasera del vehículo y Elena a la delantera. Mientras realizaban el cambio, Alice recogió las espadas de Marc, que estaban a los pies del asiento del copiloto. Elena y Richi se miraron y esbozaron una tímida sonrisa. Aquello era una buena señal, sabían que era una buena excusa para poder iniciar una conversación con Marc. Ella lo miró, él se estaba quitando el vendaje de las manos. Alice se acercó indecisa y se sentó a su lado, enseñándole ambas espadas. Marc mostró una leve sonrisa al verlas.

―Las recogí cuando te caíste. Pensé que te gustaría recuperarlas.

―Gracias.

Era increíble. Le había dado las gracias. Alice se sorprendió. Era la primera vez que oía esa palabra de su boca, pero aún se sorprendió más al ver una sonrisa en su cara como una muestra más de agradecimiento. Parecía que había encontrado un punto débil en su ego. Sus armas le importaban mucho. Dejó las espadas en el suelo, mientras Marc terminaba de quitarse todo el vendaje de la mano derecha. Apenas tenía ya heridas, solo algunos pequeños cortes casi imperceptibles. Marc miró a Alice avergonzado.

―No tienes la culpa de lo que ha pasado. Olvida lo que te he dicho.

―Tranquilo, todos tenemos malos momentos, pero me sorprende que me pidas disculpas. Normalmente eres tan… frío.

―No te he pedido disculpas.

Marc apartó la mirada y comenzó a quitarse el vendaje del otro brazo. Alice estaba contenta, había conseguido que pidiera disculpas, aunque él no pensara lo mismo.

―Me alegro de que te hayas recuperado. Ahora necesito saber una cosa. ¿Qué pasó en el edificio?

Silencio fue lo que recibió como contestación. Terminó de quitarse el vendaje del otro brazo, mostrando que estaba perfectamente curado. Una vez más, su rápida regeneración celular le había salvado. Solo tenía pequeñas cicatrices, nada grave.

―Cuando sueño, deseo despertarme, deseo estar allí. Me gustaría saber qué piensan esas personas, conocerlas, hablar con ellas. Me gustaría saber algo más de ti, Marc. Dime al menos tu verdadero nombre. Necesito saberlo.

―Lo hago por tu bien y por el de los demás ―contestó Marc.

―No lo entiendo.

―Es muy simple. Si os digo mi verdadero nombre, me extrañaréis cuando falte. No quiero que nadie sufra por mí, ni sufrir yo por la pérdida de algún conocido. Siempre he estado solo y así me gusta estar.

―Eso es lo único malo de tener una relación, si pierdes a esa persona, tarde o temprano su recuerdo te invade. Pero eso que piensas es absurdo. Te recordarán igual, sea tu verdadero nombre o no. La mayor ventaja de tener relaciones con los demás es que siempre tienes el apoyo, el consuelo y el cariño de las personas que te aprecian.

―Pero yo no quiero esa clase de vida.

Alice se quedó en silencio intentando asimilar su explicación. En cierto modo, tenía lógica. No se centraba en lo bueno, siempre veía el lado malo de las cosas y no siempre salía todo mal. Hay momentos en los que te pueden hacer daño, pero si tienes a alguien con quien compartirlo, se sobrelleva mucho mejor, sea cual sea la situación. Si no dispones de nadie a tu lado, tarde o temprano terminas vagando solo, insociable, sin alma y sin corazón. Aunque no entendiera sus razones, tenía que respetarlas. Algún día llegará ese momento en el que empezaría a compartir sus sentimientos. Se quedó allí, a su lado, en silencio; mientras Elena y Richi seguían a lo suyo, pasando el rato, tarareando alguna canción y conversando para matar el tiempo. Marc cogió las espadas y comenzó a limpiarlas con un trapo.

Ya habían pasado aquellas dos horas de trayecto; entre risas e historias consiguieron que el tiempo se hiciera un poco más ameno. El único que no había hablado en todo el camino fue Marc, que solo abría la boca para quejarse.

―¡Alice, mira! ―le dijo Richi señalando al frente.

Ante ellos una enorme cordillera se alzaba majestuosamente en el horizonte. Los picos de las montañas apenas se veían, ya que las nubes las tapaban. Solo se podía distinguir alguno de ellos con las cumbres nevadas. No tardaron mucho tiempo en llegar a la carretera donde comenzaba la subida. Desde allí abajo se podía ver un largo tramo de la misma que ascendía serpenteando el terreno para hacer la subida más suave y transitable. La calzada, que antes era de asfalto, se convertía, a partir de ese momento, en una senda hecha de adoquines. Era una vía creada artesanalmente y con muchos años de antigüedad. No había marcas de neumáticos en el pavimento, ni siquiera en la humedad que en ese momento la cubría. La niebla se iba apoderando del lugar a medida que avanzaban.

―¿Cómo es que no hay guardias por aquí? ―preguntó Alice.

―Normalmente nunca llegan tan lejos. Solo se dedican a vigilar los núcleos de población. Dudo que alguien haya pisado esta carretera en años.

―Es increíble, ¿verdad? Si la gente supiese las maravillas que hay más allá de los muros… ―dijo Elena.

―¿Cómo es que nadie se da cuenta de las mentiras? ¿Nada les resulta extraño? ―preguntó Richi.

―No se dispone de información y la poca que llega está censurada. Nos creemos lo que nos cuentan los informativos de la televisión. Personalmente, aún no me puedo creer que el Yermo, o Areti, sea como vosotros decís. Desde que somos niños nos dicen que aquello que hay allí afuera es el caos o el infierno y, con el paso de los años, te lo acabas creyendo y no lo cuestionas. Yo siempre me pregunté a qué se debía tanta represión y, ahora, por fin, lo empiezo a entender.

―Y aún no has visto nada. ―Todos se rieron.

Siguieron su trayecto. Durante un rato, el camino se llenó de infinidad de curvas, lo que les obligó a reducir la marcha. No había ningún tipo de protección que evitara una posible caída por la ladera, tenían que extremar la precaución. Si se despeñaban por uno de aquellos barrancos, significaría una muerte casi segura; nadie sabía que estaban allí. Alice miraba asombraba el paisaje a su alrededor. Era naturaleza virgen, como si fuesen las primeras personas que pasaban por aquel lugar. La temperatura comenzó a bajar en apenas unos minutos obligándoles a ponerse ropa de abrigo. Comenzó a nevar y la nieve hizo más difícil el ascenso. En algunos tramos tenían que avanzar con sumo cuidado para no patinar, lo que les obligó a reducir aún más la velocidad.

A pesar de todo, pronto llegaron al final del trayecto. Este terminaba en un largo paso entre las montañas que se dirigiría a la entrada de la mina. Era demasiado estrecho, la furgoneta no cabía y decidieron dejarla allí escondida, camuflada entre unos matorrales. Todos se bajaron del vehículo para continuar a pie. Marc, nada más apearse, comenzó a saltar y a agitar los brazos haciendo estiramientos para recuperar su flexibilidad. Tras unos minutos, se colocó el arnés y se enfundó las espadas. Esta vez tuvo que prescindir de los cuchillos y las dagas, ya que las había perdido en su último combate y no había preparado ningún arma de reserva. Aún no estaba recuperado del todo, pero había recobrado casi toda su fuerza y parecía estar de nuevo totalmente dispuesto.

Cubrieron la furgoneta con ramas y hojas para terminar de ocultarla. Dejaron las llaves puestas por si alguno de ellos tenía que volver y cogieron solo lo imprescindible. Alice cogió una funda con una navaja en una de las cajas y se la guardó en el calcetín sin que nadie la viera. Una vez preparados se adentraron en las montañas. El frío se hacía insoportable y el fuerte viento que provenía del otro lado del cañón helaba sus caras. El lugar era muy tétrico. Apenas llegaba luz al interior del paso y la poca que llegaba, destellaba en los carámbanos que había en las alturas.

Por fin llegaron a la entrada de la cueva y se abrieron paso por la maleza que la cubría. Una vez dentro, Richi formó en sus manos una llama que iluminó el lugar, lo que sorprendió a Alice. Elena hizo lo mismo. La de ella emitía un destello blanco puro, más llamativa todavía que la de su compañero. Ambos miraron a Marc, mientras este seguía caminando.

―¡A ver cuándo aprendes a hacer esto!

Richi soltó una carcajada que resonó en toda la cueva. Marc le miró con desprecio, pero se notaba que en el fondo le había hecho gracia. Al principio, el camino estaba en buenas condiciones, pero a medida que se adentraban en la mina, se iba volviendo más accidentado. Alice miraba a su alrededor llena de curiosidad y se vio rodeada de rocas puntiagudas. Poco después le pareció escuchar unos raros sonidos que atribuyó a animales que podrían vivir allí dentro. Todo esto le hizo caminar cada vez más atemorizada. El sonido de las gotas de agua que se desprendían de las estalagmitas al caer resonaba a lo largo de toda la cueva, creando una repetitiva resonancia. Todavía quedaba un largo trecho por recorrer, así que se lo tomó con calma; de momento no había peligro alguno.

Oscuridad

Recorrían la senda que, poco a poco, los llevaba hacia las profundidades más oscuras de la montaña. El camino no estaba exento de obstáculos. Continuamente tenían que esquivar infinidad de dificultades que encontraban a cada paso. Las paredes rezumaban agua que sobrecargaba de humedad el ambiente; el aire estaba viciado, incluso costaba respirar. Por si fuera poco, aumentaba la sensación de frío. Alice caminaba cerca de Marc, detrás de sus compañeros, que iluminaban el camino.

―¿Alguno de vosotros ha estado aquí antes? ―preguntó Alice.

―No ―respondieron todos casi al unísono.

―Entonces, ¿cómo sabemos si vamos por buen camino?

―Por ahora solo hay un camino. Esperemos no encontrar ninguna sorpresa. Aún falta bastante para llegar a la entrada de la ciudad.

Las paredes se estrechaban poco a poco, hasta llegar a un punto en el que se vieron obligados a pasar en fila india. Alice sentía miedo. Su cabeza no dejaba de imaginarse cosas: qué ocurriría si las luces se apagan, o si la cueva se derrumba sobre sus cabezas, o si algún animal les ataca… No quería decírselo a los demás para no quedar como una estúpida, tenía que intentar controlar ese miedo que no la dejaba pensar con tranquilidad. Ya habían dejado atrás el estrecho camino y continuaban de nuevo por la accidentada senda. Alice tenía que dejar de pensar en tonterías así que no se le ocurrió otra cosa que hacer preguntas.

―¿Me podéis enseñar a hacer eso?

―¿Ya sabes cómo canalizar la energía? ―preguntó Richi.

―No, aunque he leído varios libros en los que se habla de ello. Me los dejó Marc.

―¿Cómo? ¡Marc, se suponía que le tenías que enseñar! ―dijo Elena.

―Primero tendrá que aprender lo que son los poderes.

―Eso no es excusa. ¡Deberías haberle enseñado lo básico! ¡Ya te lo dije...!

―Pues la próxima vez, hazlo tú ―contestó Marc.

―No tienes remedio ―dijo Elena―. Alice, acércate. Te enseñaré cómo se hace, aunque no creo que seas capaz todavía. Tienes que concentrar toda tu fuerza en la mano. Notarás un cosquilleo en la punta de los dedos.

 

Alice extendió la mano y lo intentó con todas sus fuerzas, pero era inútil. No sentía nada, aparte de la tensión en los músculos de la mano, pero ningún cosquilleo. Por un instante le pareció sentir algo, pero no eran más que imaginaciones suyas.

―Marc, ¿podrías hacerlo tú, por favor? Hay demasiada oscuridad.

―Él no sabe ―dijo Elena.

―¿Qué sabrás tú? ―respondió Marc.

―No te enfades. Sabes que es verdad. Eres capaz de hacer cosas increíbles, pero no concentrar tanta energía como nosotros.

―¡Sí, el gran Marc! Pero no sabe encender una luz, ja, ja, ja ―se mofó Richi.

―Que te crees tú eso. Observa…

Marc alargó los brazos hacia su espalda, desenvainó las espadas y comenzó a concentrarse; enseguida prendieron fuego, parecían antorchas. No iluminaban tanto como las de sus compañeros, pero era suficiente.

―¡Qué gracioso! Hasta un cavernícola sabe hacer fuego.

―¿Qué insinúas?

―Nada, pero es la primera vez que respondes a una de mis bromas. ¿Dónde está el Marc que yo conocía?

―Sigo siendo el mismo. Cuando salgamos de aquí, te lo enseñaré.

―¡Basta, chicos! ¿Es que no os dais cuenta de dónde estamos? ―les recriminó Elena.

―Yo sí, pero ya sabes cómo es Richi. Siempre con sus bromas.

―No hay nadie por aquí, podemos estar tranquilos.

―No lo digo por eso ―dijo Elena.

Marc apagó las llamas de ambas espadas y volvió a enfundarlas. Continuaron en silencio. Poco después comenzaron a oír el sonido de una corriente de agua cercana, parecía un riachuelo. Pronto llegaron allí y pudieron ver con sus propios ojos un gran río subterráneo. Había una piedra alargada a modo de puente que no parecía ser muy estable. El riachuelo terminaba en una cascada que caía hacia las profundidades de un abismo. El agua tenía un ligero color gris y emitía un curioso brillo al reflejarse la luz en ella. Era un verdadero espectáculo. Los destellos danzaban como si estuviesen jugando, mostrando maravillosas e infinitas sombras.

―¡Es precioso! ―dijo Alice asombrada.

―A veces, las cosas más bonitas permanecen ocultas en lo más profundo ―añadió Elena.

Con cuidado, pasaron de uno en uno la improvisada pasarela de piedra y cruzaron sin ningún problema. Desde el puente, se podía observar con total claridad el enorme agujero cuya profundidad se extendía hasta donde alcanzaba la vista. Era curioso pensar cómo, a través de los años, el agua había conseguido perfilar a su antojo aquella gruta.

―¡Es inmenso! Parece no tener fin. ¿Hasta dónde llegará? ―preguntó Alice.

―Quién sabe. Hay muchas grietas así por todo el mundo. Unos dicen que van al centro de la tierra; otros, que al mismísimo infierno, pero la mayoría coincide en que es simplemente un agujero profundo.

―¿Nadie ha intentado llegar hasta el fondo? ―siguió preguntando Alice.

―Nunca he oído nada sobre ello. Pero me da la impresión de que si entras o bajas ahí, ten por seguro que no vuelves a salir ―respondió Richi.

―¿Vosotros qué opináis? ―dijo Alice.

―Yo creo que es un simple agujero. Supongo que tendrá un final y te estamparás contra el suelo ―opinó Richi.

―Tonterías. Cuando uno muere, su espíritu regresa al centro de la tierra y estos agujeros son la ruta de entrada ―dijo Elena muy convencida.

―¿Ves? Gente que dice tonterías ―replicó Richi.

―No es ninguna tontería. El alma existe.

―El alma no es más que un conjunto de impulsos eléctricos, Elena. Está demostrado.

―Siento interrumpir la charla, pero debemos continuar nuestro camino ―dijo Marc desde lejos.

―¡Vaaale! Pero no seas tan impaciente ―replicó Richi.

De nuevo se pusieron en marcha, aunque Elena y Richi seguían disertando sobre la existencia del alma humana.

―Si no existe, ¿cómo explicas el clan de las Almas? ―dijo Elena.

―No muestran su alma. Invocan una parte de sí mismos, como haces tú.

Alice había leído algo sobre ese linaje. Según recordaba, eran capaces de extraer el «alma» de su cuerpo, consiguiendo el compañero perfecto para la lucha. Resultaba un tanto extraño eso que hacían, pero con ello demostraban la existencia de algo en nuestro interior, aunque Richi seguía sosteniendo que no era más que una ilusión. Igual que Elena se transformaba en humo, ellos podían desdoblarse de la misma manera. Era un debate en el que nunca se pondrían de acuerdo y sobre el cual no valía la pena discutir.

―Da igual que creamos una cosa u otra. Cada uno tiene su manera de pensar, lo más importante es respetar la opinión de los demás. Solo saldremos de dudas cuando nos llegue nuestra hora. Lo sabremos al morir, a no ser que vuelvas atrás y te lances por ese abismo…

Con estas palabras, Richi dio por finalizada la disputa. El camino comenzaba a hacer mella en todos, el que más o el que menos denotaba el cansancio en su cara. Las paredes empezaron a tornarse de un color rojizo y, en las mismas, a medida que avanzaban, se veían más agujeros. Estos no habían sido hechos por la naturaleza, sino por algún tipo de herramientas manejadas por humanos, seguramente, los picos y cinceles de los trabajadores que habían moldeado aquel espacio a su manera durante largo tiempo. En esta parte del camino vieron algunos pilares y columnas de madera. Estaban muy deteriorados por el paso de los años. Tenían un considerable grosor. Quizás por eso habían sido capaces de soportar el paso del tiempo sin venirse abajo. La mayoría de ellos estaban seriamente amenazados por la carcoma. Daba la sensación de que todo aquello podía venirse abajo en cualquier momento.

En uno de esos pilares, sobre dos clavos totalmente corroídos y oxidados, colgaba un viejo pico de minero. Todos lo ignoraron, excepto Alice, que se fijó con detenimiento en él mientras se imaginaba al trabajador que lo utilizaba, con un casco en la cabeza, totalmente manchado y sudoroso, picando sin parar durante horas. Le hubiese gustado ver aquellas minas en todo su apogeo. Siempre había tenido curiosidad por el trabajo en el interior de las montañas. Debía requerir de mucho esfuerzo. El simple hecho de estar allí abajo, sin ver la luz del sol durante días, ya le parecía suficiente castigo.

Continuaron descendiendo por los estrechos túneles hasta que llegaron a un cruce. La senda se dividía en dos direcciones. En una de ellas, el camino estaba apuntalado con vigas de madera muy parecidas a las que habían dejado atrás; mientras que en el otro, la piedra de las paredes empezaba a ser de un tono mucho más oscuro. Se detuvieron durante un rato a pensar qué ruta tomar y de paso descansar un poco.

―¿Y ahora qué? ¡Ya te dije que no era buena idea, Marc! ―dijo Richi.

―Tranquilicémonos un poco y pensemos ―intervino Elena.

―No hay nada que pensar. Tenemos que dar la vuelta y punto ―insitió Richi.

―Iremos por aquí ―dijo Marc señalando el camino con las vigas.

―¿Cómo sabes que es por ahí? ―preguntó Richi.

―Es sencillo. Hay vigas, eso quiere decir que apuntalaron este túnel porque seguramente lo utilizasen para transportar algo o como vía de acceso. Si no, ¿para qué pasar tanto trabajo haciéndolo?

Marc comenzó de nuevo a andar, seguido por las chicas. Richi dudaba un poco de su racionamiento y se quedó un poco rezagado, pensando en cuál sería el camino correcto. Pero no había tiempo que perder así que decidió seguir adelante y corrió tras sus compañeros, que ya habían desaparecido en la oscuridad. Pronto les dio alcance y continuaron de nuevo todos juntos, siguiendo aquella ruta. Poco después, el camino terminaba en una enorme caverna en la que había varias estructuras construidas de madera y metal, probablemente a modo de refugio provisional para los mineros.