Comunicación e industria digital

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• Memoria y patrimonio, diversidad étnica y fortalecimiento cultural. Este programa tiene el enfoque poblacional como uno de sus principios fundamentales, de esta manera se busca diseñar estrategias y acciones que respondan a las necesidades y expectativas particulares de los territorios en los que se priorizan iniciativas concernientes a las líneas de memoria, patrimonio, diversidad étnica y fortalecimiento del sector cultural. Cerca de 26 300 personas han participado en estos proyectos a través de recorridos, tertulias, conversatorios, talleres de planeación participativa, foros, eventos artísticos, encuentros temáticos, festivales gastronómicos y muestras fotográficas. Se han realizado publicaciones sobre el patrimonio cultural material e inmaterial y planes de desarrollo cultural en las comunas. Se han invertido 1 485 790 644 pesos colombianos (655 304 0663 euros) en este programa para las vigencias 2008 y 2009.

• Fortalecimiento y gestión de infraestructura de bienes y servicios culturales (dotaciones). Las dotaciones entregadas son de carácter público y para el uso de la comunidad, estas han sido entregadas a través de comodatos a organizaciones comunitarias de carácter artístico y cultural, clubes de vida, grupos juveniles, escuelas de música, redes culturales legamente constituidas; 66 organizaciones han recibido bienes en calidad de comodato: instrumentos musicales, equipos de sonido, electrodomésticos, mobiliario, equipos de cómputo, vestuario y material bibliográfico. En este proyecto se han invertido 1 634 065 827 pesos colombianos (721 788 626 euros), para las vigencias 2008 y 2009.

• Integración, proyección y promoción de la juventud. Es fundamental la formulación y apoyo a iniciativas de proyección juvenil, pues es a través de estos proyectos se fortalecen los niveles de participación de los jóvenes y se posibilitan diálogos intergeneracionales. Han participado 22 494 jóvenes en encuentros, jornadas de formación, socializaciones y diagnósticos, talleres interactivos y reflexivos, foros y jornadas académicas de temáticas juveniles, talleres de capacitación, jornadas de aproximación a planes de desarrollo, intercambios juveniles, recorridos por organizaciones juveniles y encuentros artísticos entre el 2008 y el 2009. Durante estos años la inversión ha sido de 2 134 325 653 pesos colombianos (942 628 279 euros).

• Educación ciudadana.- Han participado cerca de 1776 personas en procesos de diversidad sexual, sensibilización en temas de discapacidad y respeto por los derechos humanos en las comunas 2, 4, 6, 10, 13 y 15, a través de campañas de sensibilización de los derechos de la población en situación de discapacidad, funciones didácticas, jornadas de carruseles multisensoriales, talleres de formador de formadores, recorridos por las organizaciones que trabajan por los derechos, cineforos, muestras culturales y pacto ciudadano de convivencia. La inversión durante los años 2008 y 2009 fue de 438 729 180 pesos colombianos (193 731 815 euros).

• El PLPP y los proyectos de articulación cultural permiten a los grupos, artistas, representantes y gestores del sector cultural promover apuestas comunes que hagan visibles los procesos que para su desarrollo, pueden dinamizarse, y a su vez, participar activamente, de forma democrática y propositiva, como espacio a través del cual puede propenderse por el desarrollo cultural de una ciudad.

• Turismo.- Cerca de 2750 personas han participado en recorridos turísticos en la comuna 1 y 4, y el fortalecimiento de actividades turísticas en los corregimientos de Santa Elena y San Cristóbal entre el 2008 y el 2009. Las iniciativas de inversión comunitaria en materia turística, deben existir, consolidarse y fortalecer la transformación social, a través de programas que permitan diseñar y ejecutar una estrategia de promoción y reconocimiento de la tradición de cada una de las comunas. Durante estos años la inversión en turismo desde el PLPP ha sido de 91 300 000 pesos colombianos (40 258 344 euros).

Estos proyectos fortalecen las iniciativas de naturaleza ciudadana, que procuran el reconocimiento y la actualización de las diversas identidades que hacen parte del entramado social de Medellín.

Fuente: Lina María Duque. Maestría en Industrias Culturales; Gestión y Políticas. Buenos Aires, 2012.

El cuerpo viejo como una imagen con fallas: la moral de la piel lisa y la censura mediática de la vejez

Paula Sibilia

Universidad Federal Fluminense (UFF)

RESUMEN: En la era del «culto al cuerpo» y en plena espectacularización de la sociedad, instados a convertirse en imágenes con ciertas características rigurosamente definidas, los cuerpos humanos se ven desencantados de todas aquellas potencias simbólicas que exceden los códigos de la «buena apariencia». Este ensayo se detiene sobre ciertas estrategias de censura implícita de los medios de comunicación gráficos y audiovisuales, que evitan mostrar o retocan las imágenes de cuerpos viejos con técnicas depuradoras y alisadoras, insinuando que ostentarlas impúdicamente equivaldría a practicar una nueva forma de obscenidad. Algunos avisos publicitarios y otros materiales mediáticos resultan especialmente fértiles para analizar estos procesos reflexionando sobre sus impactos, así como su contraste y eventuales diálogos con ciertas corporalidades configuradas en el campo artístico contemporáneo.

Palabras clave: tecnociencia, culto al cuerpo, visibilidad, publicidad, biopolítica, mercado.

The old body as an image with failures: the moral of the skin smooth and media censorship of aging

ABSTRACT: In the era of the «the body worship» and in full spectacularization of society, urged to become images with certain strictly defined characteristics, human bodies are disenchanted of all those symbolic powers exceeding the codes of «good looks». This literary essay stops on certain strategies of implicit censorship of and the graphic and audiovisual media, which avoid displaying or retouch the images of old bodies with sewage and smoothing techniques, suggesting that showing them off shamelessly would tantamount to a new form of obscenity. Some advertisements and other media materials are especially fertile for analyzing these processes reflecting on their impact as well as their contrast and any conversations with certain corporalities set in the contemporary art field.

Keywords: techno-science, body worship, visibility, graphic communication, audiovisual advertising and bio-politics, market.

Es una pena que una criatura tan radiante deba envejecer —suspiró Wile. —Realmente —concordé— ¡Sería maravilloso si pudiera conservarse tal como es, mientras que el retrato envejeciera y se marchitara en su lugar! Hago votos para que así sea.

ÓSCAR WILDE1

Cuando cumplí cincuenta años parecía que me hubiera vuelto invisible. Nadie más dijo nada, ni un elogio, ni una mirada, nada. Eso es lo que más me da la sensación de haberme vuelto una vieja.

PROFESORA, 55 AÑos2

No es fácil ser viejo en el mundo contemporáneo, aunque ser vieja quizás sea aún peor. Esas aseveraciones pueden sonar paradójicas en un momento histórico que posibilitó como nunca antes la expansión cuantitativa y cualitativa de la vida, especialmente en lo que respecta a las mujeres. Entre las muchas características inéditas de nuestra época se cuenta tanto la creciente participación femenina en todos los ámbitos —incluso en los más altos escalafones del poder, con libertades equiparables a los hombres en los diversos planos de la existencia— como el hecho incontestable de que la población mundial está envejeciendo. Además de haberse reducido la tasa de fertilidad por habitante y, por tanto, el número relativo de nacimientos, los increíbles avances tecnocientíficos de las últimas décadas no cesan de desafiar los límites que tradicionalmente constreñían a los cuerpos humanos, disminuyendo tanto la morbilidad como la mortalidad. Las características biológicas de cada sujeto y de la especie en general se revelan cada vez menos intransigentes delante de la intervención técnica, mientras que el espectro de experiencias individuales y colectivas ofrece una diversidad jamás vista, capaz de transbordar los horizontes de la condición humana empujando sus confines rumbo a territorios impensados.

Todas esas fronteras se están desplazando: antes consideradas rígidas y estables, determinadas por fuerzas inmanejables como los designios naturales o divinos, ahora registran una dilatación e incluso una metamorfosis, que amplía su espectro más allá de lo que hasta hace poco se consideraba posible. En ese contexto, la estructura orgánica que conforma los cuerpos humanos parece estar en plena mutación: sus antiguos márgenes se rediseñan constantemente, poniendo en jaque hasta la mismísima demarcación de la finitud. En los últimos cien años, la expectativa de vida de la población mundial se ha duplicado. Quien naciera en tierras brasileñas a principios del siglo pasado, por ejemplo, esperaría vivir menos de 34 años; recién en la década de 1980 esa probabilidad alcanzó un nivel que se puede considerar dentro del rango de la ancianidad, al llegar a los 63 años (Kalache, Veras y Ramos 1987). En el tránsito hacia el siglo XXI, esa estimativa superó la marca de las siete décadas de vida para los ciudadanos del Brasil, cuando las estadísticas ya daban cuenta de un nuevo fenómeno: el envejecimiento de la población nacional.3 A escala planetaria, el perfil demográfico también fue cambiando: mientras en algunos países la expectativa de vida ya supera las ocho décadas, se calcula que el número de personas con más de sesenta años se triplicará hacia el 2050, llegando a los dos mil millones; entonces la población de esa franja etaria excederá la cantidad de adolescentes y niños menores de catorce años de edad.4 De modo que los ancianos, además de ser cada vez más viejos y más fuertes, pronto serán mayoría; sobre todo las damas, cuyo calendario vital insiste en aventajar al de los caballeros.

 

A la luz de esos datos, cabría preguntar: ¿qué puede, hoy, un cuerpo? Una respuesta parece obvia: los cuerpos humanos pueden cada vez más y, asimismo, lo pueden durante más tiempo. Por otro lado, las mujeres y los hombres contemporáneos saben que ellos son los orgullosos artífices de todas esas conquistas, fecundadas a lo largo de la segunda mitad del siglo pasado para consolidarse en las últimas décadas. No se trata tan solo de un estiramiento en la duración y en la «cantidad de vida»; además, esa tendencia viene acompañada del énfasis en un concepto más complejo: la tecnociencia y el mercado ofrecen un profuso menú que tiende a aumentar, también, la «calidad de vida». Aunque esta otra categoría sea bastante más esquiva a las definiciones y mucho más complicada cuando se trata de medirla; pero, en todo caso, no hay dudas de que los vectores históricos imprimen su influencia en la conformación de los cuerpos y de las subjetividades, y esa noción ya impregna nuestra era. Factores socioculturales, económicos y políticos ejercen una presión sobre los sujetos de los diversos tiempos y espacios, estimulando la configuración de ciertas formas de ser e inhibiendo otras modalidades. Por eso, dentro de los límites de ese marco flexible y poroso que es el organismo de la especie homo sapiens, las sinergias históricas que prevalecen en determinada época incitan ciertos desarrollos corporales y subjetivos, al mismo tiempo que bloquean el surgimiento de formas alternativas.

Por todos esos motivos, si los contornos del cuerpo humano se están redefiniendo actualmente, esa proeza no se debe solo a las maravillosas soluciones técnicas que no paran de multiplicarse, sino también a otras transformaciones que afectan a las sociedades occidentales cada vez más aglutinadas y conectadas por las redes de mercados globales. Si el envejecimiento y la muerte siempre constituyeron graves límites para la expansión de los cuerpos humanos, hoy esas barreras están siendo dinamitadas. Las nuevas ciencias de la vida sueñan con la posibilidad de «reprogramar» esos cuerpos para tornarlos inmunes a las enfermedades, por ejemplo, esquivando así tanto las penurias de la vejez como la fatalidad de la muerte. Se trata del ancestral sueño de la eterna juventud, renovado como una gran ambición de nuestra época y como una promesa que, tal vez, pronto estará a disposición de todos; o, cuando menos, de todos aquellos que tengan condiciones de pagar por tan magnífica receta.

Esa última salvedad merece ser destacada, porque en el caso de que tal panacea sea descubierta, sin duda no surgirá bajo la forma de un viaje místico rumbo a algún tipo de «más allá», ni tampoco como cualquier otra opción que contemple un flujo de energías sobrenaturales o extraterrenas. Si ese milagro se concretizara entre nosotros, de hecho, tendrá las facciones prosaicas de una mercancía o de toda una línea de productos y servicios; y, como tal, estará sujeto a un precio que podrá ser cancelado en diversas modalidades y con facilidades de crédito. Pero más allá de desarrollarse en el seno de la cultura mercadológica en que vivimos, ese delirio técnico tan contemporáneo implica un correlato moral bastante complejo, con faces contradictorias y numerosos desdoblamientos, cuyos indicios irradian por todas partes y claman por ser indagados. Vale la pena empezar potencializando el extrañamiento: como fue anunciado al principio de este ensayo, no es fácil ser un cuerpo viejo hoy en día, por más paradójico que eso suene en una época que amplió el derecho a la vejez de forma inaudita y desactivó casi todos los tabúes que encorsetaban las realizaciones corporales.

El mito cientificista y las técnicas de rejuvenecimiento

La perplejidad inicial se reformula aquí: ¿por qué, a pesar de todos los evidentes avances recién relatados, y considerando las claras ventajas que implica vivir en estos comienzos del siglo XXI, resulta tan difícil ser viejo (o vieja) en el mundo contemporáneo? Cabe notar que la misma palabra suena ofensiva, como una especie de insulto que debería suavizarse con el uso de expresiones más políticamente correctas, tales como «tercera edad» o «mejor edad». Esta segunda fórmula, que roza el colmo de los eufemismos y la hipocresía, se ha popularizado increíblemente en años recientes, al menos en el Brasil. Y eso ocurre cuando, como bien se sabe y como lo explicitara Simone de Beauvoir en su libro implacable, limpiamente titulado La vejez, en rigor se trata de la «última edad». Claro que esa fatalidad no es algo que se degluta con resignación y ligereza, sobre todo en una época como esta, cuando la tecnociencia parece haberse instalado en la última trinchera del encantamiento y de la magia. Curiosamente, pues, al despuntar el siglo XXI, las míticas potencias de la ciencia y la técnica prometen mantenerlo todo bajo control, poniendo en manos de cada individuo las decisiones relativas a su propio destino. Si ese proyecto aún tiene fallas y no se realizó por entero, los discursos mediáticos garantizan que pronto esas pocas aristas que aún desentonan serán pulidas y entonces sí, todo será técnicamente posible. Inclusive el sueño más ambicioso de todos: preservar eternamente la juventud y conquistar la inmortalidad.

Sin embargo, lo cierto es que mientras no se termina de consumar ese fabuloso anhelo, irrigado sin pausa por el «mito cientificista» que hechiza nuestra era, el tiempo va pasando y nuestros cuerpos envejecen lastimosamente. Algo que acaba motivando toda suerte de desesperaciones y angustias, para cuya mitigación carecemos de antídotos. Con el propósito de ayudarnos a lidiar con tamaño desatino, la propia tecnociencia —en su tácita alianza con los medios de comunicación y el mercado— ofrece un inmenso catálogo de soluciones alternativas y siempre temporarias, aunque supuestamente eficaces, que tienden a esquivar ese desfasaje entre tan soberbias ambiciones y las metas aún modestas que por lo pronto son alcanzables. En ese acervo se incluyen tanto las diversas técnicas de rejuvenecimiento corporal como las drogas para apaciguar el alma, en la medida en que las primeras jamás consiguen la eficacia prometida y el decepcionado consumidor necesitará, por tanto, de algún otro consuelo. En un ensayo dedicado a examinar el «culto a la performance» en la sociedad actual, el sociólogo francés Alain Eherenberg cita un informe oficial de su país que llama la atención hacia el enorme incremento de la prescripción de medicamentos psicotrópicos «como un modo de responder a las dificultades existenciales de la tercera edad» (Ehrenberg 2010: 133). Entre los doce remedios de ese tipo más consumidos en la actualidad, de los tranquilizantes a los estimulantes, cuatro son utilizados sobre todo por la parcela más vieja de la población.

Nada de eso es demasiado inexplicable, sin embargo: ese tipo de apoyo técnico se ha vuelto imprescindible para soportar el peso de la vejez en una sociedad como la nuestra, que no dispone de otros sortilegios para lidiar con el hecho terrible que implica envejecer a ojos vista. Cuando la racionalidad instrumental se impone como un lenguaje universal, capaz de extender a todos los dominios su lógica del cálculo, de la técnica y del mercado sin dejar nada por fuera, no sorprende que la propia vida también sea tratada en esos términos. Así como ocurre con todos los otros aspectos de la acción pública y privada, la biopolítica contemporánea fue absorbida por el «espíritu empresarial» y por las doctrinas mercadológicas que todo lo insuflan: un modo de funcionamiento que impregna a todas las instituciones y recubre todos los ámbitos. En consecuencia, tanto la vida de cada individuo como la de la especie humana —e, inclusive, la del conjunto de la biosfera— son pensadas y tratadas según esas reglas del juego cada vez más monopólicas. En ese sentido, todo y cualquier cuerpo se define, también y de modo creciente, como un capital.

Especialmente en América Latina, según las investigaciones de la antropóloga brasileña Mirian Goldenberg, quien afirma que el cuerpo humano se presenta, en su país, como «un verdadero capital físico, simbólico, económico y social» (Goldenberg 2007: 13). Se explicaría así, por ejemplo, el prestigio de las modelos en esta parte del planeta, profesión anhelada por «nueve de cada diez chicas» del Brasil; al fin y al cabo, el principal «capital» de que disponen esas estrellas que deslumbran en las pasarelas «es el cuerpo delgado, joven y bello» (Goldenberg 2007: 27). El valor de ese activo financiero de cada uno se establece en función de diversas variables, todas ellas sujetas a las fluctuantes cotizaciones de los mercados en los cuales el cuerpo en cuestión se moviliza. A pesar de los vaivenes y de la inseguridad que suelen afectar a ese tipo de instancias como criterios de valorización de los cuales dependemos casi exclusivamente para juzgar lo que somos, se sabe que un cuerpo viejo hoy vale menos que uno joven. «Pocas cosas se ponen mejores con el tiempo», afirmaba una publicidad vehiculada en varios medios gráficos brasileños en el 2008. Inclusive, o sobre todo, el anuncio sugería que esa incapacidad para mejorar con el tiempo es inherente a los seres humanos. Más exactamente, en realidad, a las mujeres. En efecto, lejos de mejorar con el inexorable transcurrir de los años, los cuerpos vivos —en particular, los femeninos— suelen hincharse, desfigurarse y hasta desplomarse estrepitosamente.

Para ilustrar semejante obviedad, el aviso en cuestión optaba por estampar cuatro imágenes bastante elocuentes en las páginas de las publicaciones. Una al lado de la otra, esas fotografías mostraban un torso femenino sin rostro, casi anónimo: desde el pecho hasta un poco arriba de las rodillas. Las ropas y otros detalles sugerían que se trataba de la misma persona, de nombre Carla, aunque fotografiada en diferentes épocas: su silueta en cuatro temporadas sucesivas. En ese tránsito del primero hasta el último escalón temporal, la mujer se iba haciendo cada vez menos joven y esbelta. La intención del mensaje, tan tosca como eficaz, consistía en resaltar que hubo un declive en el transcurrir de ese período: en cuatro rápidos años, el cuerpo de Carla se deterioró, pasando de ser una joven atractiva a una señora algo entrada en carnes. Bajo el estigma de esa última condición, casi se insinúa que habría dejado de ser mujer: en función de las marcas temporales, la figura retratada perdió el derecho de ser considerada «deseable», por ejemplo, algo que constituye «uno de los mayores dolores de envejecer» para las mujeres brasileñas, pues implicaría «volverse invisible para los hombres», ser expulsadas del «mercado de la seducción» (Goldenberg 2008: 95). El hecho de deslizarse hacia ese campo de la invisibilidad acarrea serias consecuencias en la «sociedad del espectáculo» en que estamos inmersos. Al final de ese trayecto, que va desde la juventud hasta la edad adulta, esa persona que dejó de ser joven habría dilapidado buena parte de su capital corporal y, tras ese agotamiento, se encontraría a orillas de una virtual inexistencia.

Lo sucedido con la mujer del anuncio no hace más que confirmar la declaración incontestable expresada en el lema de esa propaganda: «pocas cosas mejoran con el tiempo». Casi nada se perfecciona al envejecer, más bien suele ocurrir todo lo contrario. Una excepción poco común a esa magna ley de la naturaleza sería el caso de Desperate house wives y Grey´s anatomy, precisamente, los productos que el aviso publicitario en cuestión se ocupaba de promover. «Dos de las series de mayor éxito de la televisión» que, por lo visto, tendrían la poco común capacidad de desafiar la dura fortuna que afecta a las Carlas y Marías de carne y hueso. Así, a contrapelo de lo que les sucede a las hembras de la especie humana, esas series televisivas, ellas sí, valga la excepción, «cada año están mejores». A pesar de su autoevidencia, esa afirmación que se presenta tan obvia bajo la luz de las ilustraciones merece cierto análisis. Porque esa incapacidad para mejorar con el paso del tiempo, que parece intrínseca a casi todo bajo la égida del capitalismo contemporáneo —excepto, tal vez, para algunos vinos y programas de televisión— también contradice ciertas creencias que aún parecen detentar algún valor, referidas a la acumulación de experiencia y a la consecuente riqueza en términos de madurez que implicaría ese proceso.