Delitos Esotéricos

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―Gracias, Jefe, pero no creo que merezca todo esto ―repliqué bajando la mirada ―Sólo he cumplido con mi deber.

Las palabras de esta conversación, mantenida hace tiempo, todavía resonaban en mi mente cuando la voz áspera del altavoz me sobresaltó.

―Les agradecemos que hayan escogido la compañía Nuova Alitalia, se advierte a los señores pasajeros que dentro de diez minutos aterrizaremos en el aeropuerto Cristoforo Colombo de Genova. Son las nueve y media del uno de julio de 2009, la temperatura en tierra es de unos 28 grados, está previsto un tiempo sereno y estable con temperaturas en aumento y vientos del sudeste. Os deseamos una buena estancia. Gracias y hasta que nos veamos nuevamente en esta línea aérea.

Es verdad, necesitamos más de dos años para poner en pie el Destacamento Canino en el aeropuerto Raffaello Sanzio. En una parte del terreno, que había pertenecido a la Aeronáutica Militar, había sido construida la instalación exactamente como la tenía en la cabeza: doce cubículos cubrían por tres lados un amplio campo de adiestramiento. El cuarto lado estaba ocupado por el edificio de los servicios, realizado a partir de un viejo edificio de Aeronáutica. En el piso bajo había una equipada enfermería para perros, con muchos aparatos radiológicos, un ecógrafo, con un armario de medicinas, además de una sala de cirugía para las operaciones de urgencia. Un par de habitaciones estaban reservadas para las gestiones de tipo administrativo mientras que en la planta superior tenía mi alojamiento, un dormitorio, un baño y una pequeña cocina. Durante muchos años ese lugar sería mi casa y mi lecho, además de mi sede de trabajo, también en consideración al hecho de que siempre estaba más convencida de que nunca me ligaría a un hombre.

Había escogido personalmente a los perros en el centro canino de la Guardia di Finanza, en Castiglione del Lago, y en el de la Polizia di Stato en Nettuno, cerca de Roma, donde había asistido, en su momento, al curso de adiestramiento. Quería perros perfectamente entrenados y quería cubrir todas las especialidades posibles. Había llevado a Falconara Marittima dos pastores alemanes, para utilizar como perros antidroga, y otros dos perros de la misma raza más un rottweiler, como perros anti terremotos y para las intervenciones de orden público. Como perros rastreadores y para escombros, por lo tanto destinados a intervenciones de protección civil, había optado por una pareja de labrador retrevier y un samoyedo. Luego había seleccionado dos weimaraner para el trabajo con explosivos mientras que otro pastor alemán, un gran macho, había sido elegido para el ataque y la defensa personal. Un cubículo, que quedaba vacío para posibles futuras especialidades, sería enseguida ocupado por mi springer spaniel, Furia, un perro del todo negado para la caza pero con un olfato excepcional, capaz de seguir una pista y encontrar personas desaparecidas sólo a partir de un sencillo objeto perteneciente a quien debía localizar. Pero Furia llegaría unos años después del comienzo de la actividad del destacamento.

También los hombres habían sido escogidos entre los más aptos de la Polizia di Stato de las distintas provincias de Le Marche. Cada hombre estaba asociado a un perro, como su guía, por lo tanto debía ser no sólo un experto en la misma especialidad del animal sino que debía tener la paciencia de adiestrar y cuidar del propio perro como si fuese su hijo o una parte de sí mismo. Me sentí un poco desconcertada a la hora de proponer al inspector Santinelli que fuese mi ayudante. Habitualmente existen algunas dificultades en aceptar ser subordinado de una persona de la cual has sido el superior pero él había accedido de buen grado, ya fuese por su pasión por los perros, ya fuese por una posible fascinación que sintiese por mí, que nunca compartiría.

Al comienzo del verano de 1997 estábamos preparados para partir. La inauguración del destacamento había tenido lugar en presencia de importantes autoridades, el Prefecto, los Alcaldes de Ancona y de Falconara Marittima y funcionarios del Ministerio del Interior. Al acabar nuestra demostración de trabajo con los perros, en acciones simuladas de búsqueda de droga, de explosivos y de acciones dirigidas a capturar delincuentes, la jornada había concluido con una exhibición de los Frecce Tricolori3. Para mi consternación, única nota triste del día, me enteré de que esa era la última aparición en público en que participaba el jefe superior de policía Ianello, ahora ya próximo a la jubilación.

Con ni siquiera 26 años, en definitiva, tenía un cargo de responsabilidad y de gran satisfacción. Realmente el apoyo de Stefano, ya sea como médico de nuestros perros, ya sea como amigo de confianza, nunca había fallado. Todos los perros escogidos trabajaban a la perfección. Sólo con respecto al rottweiler me tuve que arrepentir de la elección.

―Para contener a la multitud ―me había advertido Stefano ―necesitas perros que monten una escena, que infundan temor en quien los tiene delante, ya sean los hinchas del estadio o los manifestantes en una plaza. Pero los perros no deben provocar nunca lesiones personales. El rottweiler es un traidor. Parece un bonachón, está allí tranquilo y te mira, parece que ni se preocupa por ti. Pero como te tenga a tiro, sin ni siquiera advertir con un gruñido, es capaz de destrozarte vivo. La fuerza de sus mandíbulas es superior a la de cualquiera otra raza de perros. Medida con el dinamómetro, la fuerza de su mordida llega a los 230 kilos con los 80 del pastor alemán y los 120 del mastín napolitano. Es, en la práctica, una máquina de guerra. ¡Jamás te fíes de él!

Para mi consternación, después de que Thor, este era el nombre que le había sido asignado, había sido el responsable de alguna fea broma adiestrándose con su guía, fue necesario reformarlo. Habitualmente un perro se reforma al acabar su carrera, cuando ya es muy viejo para llevar a cabo sus funciones y, en la mayor parte de los casos, el guía, que ya ahora tiene una relación particular con el perro, lo adopta y lo mantiene junto a él, al considerar, de hecho, que es un animal que todavía tiene unos años de vida. Si eso no ocurre, el perro reformado debe ser sometido a eutanasia, incluso porque no es concebible que perros adiestrados de esta manera acaben en manos de personas que no son de fiar. Era consciente de que el fin de Thor sería la inyección letal y no conseguía tranquilizarme, pero miraba a su guía, con el brazo todavía vendado y no podía asumir la responsabilidad de que eso ocurriese otra vez. Thor había sido sustituido enseguida por otro pastor alemán, esta vez escogido por mí en un criadero local. Lo cogería desde cachorro y lo adiestraría yo misma hasta el momento de asignarlo a un guía.

Aparte del desagradable episodio de Thor, las jornadas transcurrían veloces. Todos los días el equipo estaba ocupado en adiestrar por lo menos dos o tres horas, luego estaban los servicios, el control antidroga en la aduana del aeropuerto, los servicios durante la ferias y mercados en búsqueda de posibles carteristas o traficantes. A veces nos llamaban también de lugares distantes, para intervenir en protección civil, en ocasión de terremotos u otras calamidades naturales, para recuperar posibles supervivientes debajo de los escombros, o para la búsqueda de personas perdidas en la montaña, no sólo en ocasión de desprendimientos o avalanchas, sino también porque, a lo mejor, se habían extraviado durante una excursión. La fama de mi equipo, con el tiempo, había superado los límites de Le Marche y a menudo éramos llamados para servicios muy distantes de nuestra base. En el equipo faltaba un perro que supiese rastrear una pista, seguir los rastros, en definitiva, ayudar al policía también en una investigación, además de en una acción. Llegaría enseguida y sería mi Furia, un springer spaniel, hijo de una perra del inspector Santinelli.

El flujo de mis pensamientos fue, en un momento dado, interrumpido definitivamente, por la frenada del avión en la pista y por la consiguiente apertura de la puerta. Estaba a punto de comenzar un nuevo capítulo de mi vida.

1 Capítulo 2

Estaba intentando orientarme en la sala de llegadas del aeropuerto para comprender dónde estaba la cinta transportadora por la que llegarían mis maletas cuando un energúmeno con el uniforme de verano de la Polizia di Stato se acercó a mí con aire decidido. Una altura de al menos un metro noventa centímetros, pelo cortado a cepillo, ojos azules y perfectamente afeitado, los bícipes a duras penas podían ser contenidos por las mangas cortas del uniforme. Esbozó un saludo militar, luego, pensándolo mejor, me tendió la mano.

―¡Comisaria Ruggeri, imagino! Soy el inspector Mauro Giampieri y desde este momento estoy a su servicio. Tengo instrucciones precisas de parte del jefe superior de policía, debemos irnos enseguida a la escena de un crimen ocurrido esta noche en Triora, un pueblo en el interior de Imperia. Ya le he ordenado a un agente que retire su equipaje y lo lleve a la jefatura. Sígame, no tenemos tiempo que perder.

Estaba un poco mareada y lo seguí sin poner objeciones, aunque me hubiera gustado comenzar de una manera distinta, cogiendo un taxi hasta Imperia e instalarme en mi puesto de trabajo después de haberme refrescado un poco, por lo menos, en el hotel. Cuando luego vi el coche de color blanco y azul de la Polizia di Stato, en el aparcamiento reservado a las fuerzas del orden, hacia el que nos estábamos dirigiendo, no pude evitar sentir un escalofrío: un Lamborghini Gallardo nuevecito. Sabía que existía ese auto maravilloso, capaz de alcanzar una velocidad de 320 kilómetros por hora, equipado con un ordenador con distintas funciones, conectado por satélite a los archivos informáticos de la Criminalpol y de la Interpol, sólo por haber leído algo sobre esto en nuestras revistas.

 

―Creía que esta joya estaba reservada a la Polizia Stradale ―dije, intentando romper el hielo con el inspector que continuaba manteniendo su paso decidido. Cuando estábamos a unos pasos del coche, los cuatro intermitentes destellaron mientras emitían un bip.

―Este es distinto del que tiene la Polizia Stradale, no como modelo, sino por dotación y prestaciones. Tendré la oportunidad de explicarle muchas cosas mientras vamos de camino, ¡siéntese!

Cuando estuvimos en el coche, insertó una tarjeta en una fisura especial en el volante y compuso un código en un pequeño teclado numérico. Estaba a punto de pulsar el botón de marcha del motor pero se paró y comenzó a trastear con un contenedor.

―¡Su antebrazo derecho, Comisaria! Le inocularé un microchip que contiene ciertos detalles sobre usted, como datos personales, grupo sanguíneo, historial clínico pero que también funcionará como rastreador vía satélite si fuese necesario. Será un momento, no le dolerá. Estas son las órdenes, por desgracia. Yo también me he tenido que poner uno.

La pseudo disciplina militar me estaba poniendo de los nervios e inicié una protesta. ―¡No soy un perro que pueda perderse!

Con movimientos rápidos, abrió una bolsa estéril donde había un algodón embebido de desinfectante y luego, de otra, extrajo una jeringa con una aguja de gran calibre. A pesar de mis protestas, aferró mi brazo y puso en práctica el procedimiento.

―Mantenga el algodón presionado durante unos segundos y póngase el cinturón de seguridad. Nos vamos.

La aceleración pegó mi espalda al asiento del auto. El Lamborghini, en unos segundos, alcanzó una velocidad muy superior a la permitida por el código de circulación, en fin, se metió por la entrada de la autopista y se puso a viajar a una velocidad que rozaba los 200 kilómetros por hora.

―Usted, inspector, parece más un militar que un policía. No conozco su currículo pero creo que lo estudiaré con atención. De todos modos, dado que debemos trabajar juntos y yo siempre he odiado los formalismos, le propondría que nos tuteásemos y llamarnos por nuestros nombres de pila, yo soy Caterina.

Me respondió, relajándose un poco.

―Mauro. Le confieso… te confieso que en efecto, hasta hace unos meses, estaba en el ejército. He seguido al contingente italiano en misiones en el extranjero en varias ocasiones y hasta las últimas Navidades estaba destinado en Afganistán. Estaba en Nassirya en el 2003, en ocasión de la matanza de soldados italianos y me las apañé para no sufrir ni una herida. También he estado en Iraq y en Bosnia-Herzegovina. Todavía estoy muy habituado a la disciplina militar. De todos modos, soy experto en explosivos, lucha al terrorismo y a la guerrilla organizada, guía en condiciones extremas… Creo que el comisario jefe nos ha querido poner juntos para resolver un caso realmente escabroso, del que luego te hablaré. Mientras tanto, te ilustro sobre las características de este coche que por el momento no tiene paragón en Italia. Como ves, aquí sobre el salpicadero tenemos una pantalla de doce pulgadas que parece un navegador GPS pero que tiene muchas otras funciones. Es un auténtico ordenador que además de tener acceso a Internet por conexión satélite, nos permite consultar las bases de datos de la policía, no sólo la italiana, sino de todo el mundo. Eso es un pequeño escáner, conectado al sistema, en el cual podemos insertar las huellas digitales, tomadas con un trozo de cinta adhesiva, y comenzar una búsqueda sobre las bases de datos a las que estamos conectados. A la función de pantalla táctil, muy interesante para trabajar con el menú principal, podemos añadir las funciones de un teclado estándar, que extraeremos de ese cajetín de abajo. Abre el portaobjetos, encontrarás una pistola, que ya te ha sido asignada, y una PDA. Tanto tú como yo tenemos uno igual, con el cual nos podemos comunicar con el ordenador de a bordo del auto. También la PDA, como el microchip que nos hemos inoculado, permite a la central, y a uno de nosotros desde el coche, localizar nuestra posición exacta con sistema GPS.

―Cáspita, a juzgar por todo lo que me estás diciendo, la investigación que nos han asignado debería ser bastante arriesgada. ¡Ni siquiera el mítico agente 007 tiene toda esta tecnología a su disposición!

―Y realmente no te equivocas. Desde hace unos años en Triora se han constatado eventos extraños: desaparición de personas en circunstancias misteriosas, aparentemente sin dejar ningún rastro. Hasta ahora han investigado los carabinieri, sin llegar a ninguna parte. Sobre la principal sospechosa, una tal Aurora Della Rosa, que la gente del pueblo define como maga, o mejor, como bruja, nunca han conseguido recoger pruebas suficientes y, por lo tanto, están totalmente a oscuras. Esta noche, en el bosque cerca de Triora, se ha producido un incendio que ha llegado a amenazar la casa de la misma Aurora. Cuando acabaron las operaciones de extinción, los bomberos encontraron el cadáver carbonizado de una mujer. Creo que ya el médico legal y la científica están en el lugar. Esta vez nada de carabinieri y RIS4, la investigación es nuestra. Precisamente debido a tus estudios sobre el esoterismo y las sectas, el comisario jefe de Imperia ha pedido tu presencia y este delito, quién sabe en base a qué casualidad, ha sido cometido coincidiendo con tu llegada. ¡Ahora debemos ponernos a trabajar, y no poco!

En efecto, después de algunos años de intenso trabajo con la unidad canina, el equipo consiguió llegar a estar tan bien adiestrado y ser tan eficiente que yo me pude permitir tener tiempo para mis cosas y volver a la facultad de Derecho en Macerata. Sabía que con la licenciatura podría aspirar a un importante avance en mi carrera pero no era esto lo que me empujaba a estudiar, sino mi innata pasión por la criminología, que sólo era superada por la de los perros. Me interesaban en particular los crímenes cometidos por los adeptos de las sectas llamadas esotéricas. Partiendo del episodio de las Bestie di Satana5, ocurrido unos años antes, en el que unos matones, para encubrir al asasino de una muchacha y despistar la investigación, habían escenificado misas negras y ritos satánicos, había comenzado a estudiar las auténticas sectas esotéricas. Había intentado llegar al fondo, para hacerme una idea de cuáles fuesen sus orígenes, que se perdían en la noche de los tiempos, para comprender qué se ocultaba detrás de sus ritos y de qué delitos eran culpables sus adeptos en el pasado, tanto cercano como lejano. En Italia, la Liguria era uno de los lugares donde se sabía que algunos adeptos todavía se reunían y practicaban en secreto sus rituales, que a veces preveían sacrificios de animales o de personas. La Inquisición había combatido a las sectas hasta bien entrado el siglo XVII, condenado a muerte a los seguidores con la acusación de herejía o de brujería. Todo esto me fascinaba de manera particular, así que, con mi tesis que tenía por título Sectas esotéricas y crímines perpetrados por sus adeptos, me licencié en julio del 2008 con la máxima puntuación.

Así que, justo en virtud de estos estudios míos, ahora, sin ni siquiera haber pasado un año desde la licenciatura, había sido llamada para cubrir el cargo de comisaria en el distrito de policía de Imperia, justo en aquella zona donde todavía existía una inmensa actividad ligada a las sectas.

A través de la ventanilla veía desfilar, uno tras otro, diversas salidas de la autopista. En unos pocos minutos estábamos ya más allá de la salida de Savona, para continuar a gran velocidad hacia Imperia.

―¿Por qué en todo esto los investigadores ven la sombra de las sectas? ―pregunté, dejando a un lado mis pensamientos ―En definitiva, si consideramos las Bestie di Satana, famosas en esta zona, podemos comprender perfectamente que son todo montajes y que el esoterismo no tiene nada que ver.

―En este caso, en cambio, hay elementos fundados para pensar en una secta, aunque toda la trama, que comenzó hace muchos años, permanece en la oscuridad. Nunca se han encontrado cadáveres, hasta el de hoy y, en base a este nuevo elemento, se puede comenzar a pensar que también las personas desaparecidas precedentemente hayan sido todas asesinadas, pero los delitos han sido tapados, en su momento, de manera impecable. Esta noche, quizás, ha ocurrido algo imprevisto y el asesino, o los asesinos, no han conseguido esconder el cadáver, como en los otros casos. Quizás han intentado echar a las llamas el cuerpo de la víctima pero un cambio imprevisto del viento, que por esta parte no es infrecuente, ha desencadenado un incendio descontrolado. Consideramos que fue la misma Aurora quien pidió ayuda porque su casa estaba siendo amenazada por el incendio.

―¿Cuál es su coartada? ¿Sabemos lo que ha contado?

―Ha dicho que volvió muy tarde, por haber estado cenando en un restaurante en el valle y que, acercándose a su casa, avistó la luz rojiza del incendio. Ha llamado al 112 con su teléfono móvil cuando estaba aún a un par de kilómetros de casa.

―Bien, haremos las comprobaciones oportunas. Pero háblame de las personas desaparecidas anteriormente.

―Nos llevaría mucho tiempo contar todo de manera detallada. Intentaré resumirte las cosas lo más posible, luego ya tendremos la ocasión de ecxaminar todo el material que nos ha sido enviado por la jefatura y el tribunal. Hay un bonito dossier que estudiar y ya está en el escritorio. La primera persona de la que se perdió el rastro fue aquella que vivía en la misma casa de Aurora y que se hacía llamar con el mismo nombre. En el año 1989 esta señoa de sesenta años, famosa como quiromante, herborista, sanadora, vidente, maga, decidió ir a las montañas del Nepal para llegar a un templo en el que debería regenerar su espíritu, su proprio cuerpo y su alma. Llegó a Katmandú junto con una seguidora suya, una joven rumana, una tal Larìs Dracu. Las dos mujeres pagaron a unos serpas que las acompañaron hasta un cierto punto. Cuando insistieron para ir hacia una zona inexplorada, prohibida a los serpas por sus creencias religiosas, éstos últimos las dejaron solas, diciendo que les esperarían durante tres días, después de lo cual les darían por perdidas. No se supo nada más de las dos, pero después de unos meses se presentó en Triora una veinteañera que decía ser la nieta de Aurora. Apelando a la homonimia, se arrogó el derecho de tomar posesión de la casa de la abuela. También esta joven Aurora parecía que tenía poderes sobrenaturales pero mucho más potentes de los de su presunta antepasada. Los pocos habitantes del lugar, que habían conocido a Aurora de joven, no pudieron dejar de notar la extraordinaria semejanza de la joven con la anciana desaparecida, tanto era así que muchos se convencieron de que la bruja habia encontrado, en su viaje a Nepal, un elixir de juventud, y que había conseguido rejuvenecer en el aspecto hasta volverse una muchacha. Pero, a parte de esto, en los bosques de alrededor de Triora comenzaron a ocurrir extraños episodios. Se decía en el pueblo que, en las noches de luna llena, las brujas volvían a practicar sus Aquelarres, convocados justo por la joven Aurora. Aparte de los Aquelarres, eran muchas las visitas que recibía Aurora en su casa. Además de los postulantes que pedían remedios a base de hierbas para la curación de las enfermedades, o elixires de todo tipo para resolver problemas amorosos, de vez en cuando llegaban personas particulares, hospedadas por ella como adeptos de una secta esotérica, de la que no recuerdo el nombre. Estos sujetos, fundamentalmente mujeres, llegaban al lugar con el fin de adquirir el saber en la antigua biblioteca, que siempre había sido conservada celosamente en la casa de Aurora por sus antepasadas, y poco poco enriquecida por las mismas en el curso de los siglos. Una de estas jóvenes mujeres, Mariella Carletti, llamada La Rossa, en el año 1997 salió de un pequeño pueblo de Abruzzo, en el que ya era famosa como curandera y vidente, dejando dicho que llegaría a Triora con el fin de superar las arduas pruebas que le consentirían convertirse en una adepta del séptimo nivel, uno de los más altos, y que regresaría con poderes que nadie habría imaginado. Nunca volvió. En Triora, esta hermosa muchacha, alta, de fluida cabellera rojo fuego, los ojos azul claro, la tez pálida y llena de pecas, no pasó inadvertida. Al atardecer del 21 de junio, fecha que coincidía con el solsticios de verano, se dirigió al bosque donde se dice tenían lugar los Aquelarres, después de lo cual desapareció. Un detalle interesante es que aquella noche hubo un conato de incendio pero muy limitado. Parece ser que se quemó un camión en desuso desde hacía tiempo pero el hecho no consiguió ser conectado de ningún modo con la desaparición de la muchacha. La carcasa quemada del camión todavía está allí, nunca fue retirada. El caso, en su momento, fue archivado como la obra de unos gamberros. En el año 2000, tres periodistas, dos hombres y una mujer, de una famosa publicación mensual de tirada naciona que tiene la sede y la redacción en Genova, quisieron llevar a cabo una pequeña investigación sobre la desaparición de la muchacha, ocurrida tres años antres. Con la excusa de un reportaje sobre brujas y brujería en Triora, se plantaron con una tienda canadiense justo en el bosque donde se reunían las brujas, cerca de la Fonte della Noce, con la esperanza de asistir a algún rito satánico o algo por el estilo. Durante unos días recogieron informaciones sobre el proceso puesto en marcha contra las brujas de Triora hacia finales del XVI. También intentaron obtener una entrevista exclusiva con Aurora que, sin embargo, no la concedió.

 

La noche entre el 20 y el 21 de agosto los tres periodistas desaparecieron en circunstancias misteriosas. En el interior de la tienda, encontrada vacía a la mañana siguiente, fueron hallados algunos cuadernos de apuntes con el material recogido. Tales cuadernos fueron entregados a la revista que, en memoria de los tres, publicó un artículo de ocho páginas sobre las brujas de Triora. La única frase escrita en el cuaderno por uno de los tres periodistas estaba en letras mayúsculas con grandes caracteres y subrayada: ¡DIOS MÍO! Algo o alguien lo había atemorizado hasta la muerte. De los periodistas desaparecidos no se supo nunca nada más.

Mientras tanto habíamos pasado Imperia, habíamos salido de la autopista hasta la caseta de Arma di Taggia y nos habíamos metido por una carretera provincial que llevaba a una estupenda vaguada, que corría paralela al curso del río. Era la primera vez que veía lugares que luego se convertirían en familiares.

Estábamos recorriendo el Valle Argentina, que era atravesado por el río del mismo nombre, un estrecho valle con unos pocos asentamientos humanos. El verde de los bosques exuberantes resaltaba contra el azul intenso del cielo límpido en la cálida jornada de comienzos de julio y, dentro de mí, se reavivaba la vieja pasión por la montaña. Ya soñaba con caminar por los senderos que se adentraban en el bosque. Nos remontamos hasta un pequeño pueblo, Molini di Triora, para llegar a Triora, un pueblo con características medievales, encaramado en la cima de una cresta. Traspasado el centro, la carretera bajaba y, depués de un poco, nos paramos en una zona, donde estaban aparcados un par de autos de policía, un jepp de los bomberos y una camioneta del cuerpo forestal equipada para la extinción de incendios en el bosque.

―Bien ―dije ―lo que me has dicho es muy interesante y efectivamente el olor de las sectas, además del quemado, se advierte, ¡y cómo! Se trata ahora de entender hasta qué punto tiene algo que ver el esoterismo y cuánta, en cambio, sea la responsabilidad de los adeptos en la desaparición de las personas que has mencionado y en el homicidio de esta noche, si se trata de un homicidio y no de un simple accidente.

―Caterina, te lo ruego, aquí la prudencia nunca es demasiada. Aparte de las brujas, podremos encontrarnos de frente a criminales sin escrúpulos en el curso de esta investigación. Coge la pistola y memoricemos cada uno el número de la PDA del otro, de manera que nos podamos llamar en caso de necesidad. ¡Vamos!

Cogí la PDA pero dejé la pistola en el portaobjetos del coche, dado que creía que en ese momento no tendría necesidad de ella.