Desafueros

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Reservorio es faltriquera de las propias entretelas, es el lugar de donde manan los aforismos o, al menos, la chispa, la iluminación que luego compone una sentencia nueva, descomunal. Y peligrosa, porque «reservorio» significa, también, cualquier animal, planta o sustancia en la que vive normalmente un agente infeccioso y cuya presencia puede constituir un riesgo para la salud pública ( de un Reglamento Sanitario Internacional, 2005).



Esas son las fechorías del aforismo: que parece relamido y sabihondo pero es dañino, inquietante. Pegado a su nombre lleva uno de los primeros usos: resulta que aforismo tiene que ver con síntoma. En aforismos la ciencia médica acuñaba las maneras de nombrar los conflictos interiores del cuerpo, el ojo clínico iba del verbo al hueso gracias al aforismo: A capillo usque ad unges, (desde la punta de los pelos hasta las uñas de los pies: del todo). Cibi condimentum fame est (el mejor aderezo: la gazuza). El amigo lector puede bucear en semejante tesoro para ver del derecho y del revés la más vieja fábrica de verbos nuevos.



Pero volvamos a Chaves.



Los aforismos de Chaves



Este comentarista siente que no puede develar los aforismos que vendrán páginas adelante. Porque mucha de su fuerza radica en su aparición. Pero otra mucha está en su durabilidad: que vuelves y siempre están ahí con un sentido imprevisto que ofrecen como un perfume vegetal, como un aire que arrebata, como una extensión de zarpa de felino, que proyecta las garras desde las almohadillas de caminar. ¿Cómo hablar de los aforismos de Chaves sin enumerarlos, sin “destriparlos”? Pues hablando del propio Chaves como aforista.



Empeñoso, tenaz, con ese punto de gladiador en el combate con lo plano de los verbos. Chaves supo desvelar, en un foro académico, que la verdad de la ética era una cuestión de vida o muerte, sin necesidad de hablar de Hegel y la dialéctica del amo y el esclavo. Es capaz de regalar – es muy generoso el alfarero de las frases – cuantos se le ocurren, como se decía de Ramón, quien acuñó un modo aforístico, la greguería, en el que pretendía expresar el piar de las cosas del mercado: Todo lo que ideaba lo escribía, todo lo que escribía lo publicaba, todo lo que publicaba lo regalaba.



Para hablar del cuerpo del delito de páginas venideras, sin anticipar que el asesino es el mayordomo, recurramos a uno de tantos aforismos hablados de Chaves que, aunque escribe que cincela, es un aforista oral de continuo fluir. Esos en los que demuestra su verdadera vocación: delimitar lo efímero.



Este aforismo lo produjo ante quien esto escribe en una terraza de Recoletos de Madrid, en la primavera de hace ya unos buenos doce años. Comenzó jugando, como los jazzistas se preparan para una sesión, o los jerezanos para la seguiriya. Hasta que salió el dictum: la verdad de la milanesa es… que es napolitana2.



Si algo queda claro en nuestro autor es el dominio de la estrategia del aforismo. Sabe Norberto que el aforismo va contra la lengua dominante y que logra su triunfo precisamente por su capacidad de camuflaje. La sentencia – y se llama así porque condena – destinada a desajustar las cabezas del sentido común logra su efecto porque se pliega al formato.



Así puede parecer refrán, dicho, aseveración, dictamen, enunciado apodíctico (estos son tremendos: son porque sí). Pero una vez abrigada con la contención de la forma, comienza un fenómeno extraordinario: la reverberación del aforismo. Este despabila los sentidos ocultos, dormidos, y los tensa en contradicción manifiesta: mirad, por si no habíais caído,…el secreto de la milanesa es que es napolitana…



Y tanto se dice en ello que requeriría de un tratado para hacer la visita guiada por los reinos del ingenio, del sinsentido y del desplazamiento radical de lo mostrenco. Analicemos.



Un fino filete empanado (hasta aquí milanesa) se adereza con tuco de tomate triturado y queso (desde aquí la napolitana); pero notará el amable lector que esta racionalización deja impávido a quien ha gustado ya del reverbero del texto con otros modos de leer que asoman en su enunciado: (a) La verdad de las verdades es que Milán en el fondo es Nápoles; (b) La verdad es que el norte displicente oculta y se nutre del sur consciente, desinhibido, al que ya se le van los pies con la tarantella y las manos apiñando los dedos y meciéndolos en las narices del interlocutor: Capisci?



Por eso los temas de los desafueros de Chaves son contados, porque hace falta justeza, pero están a la deriva, a la caza del Snork, van tendidos como bandidos. Los temas que ahora mismito veremos vienen de una cierta preceptiva, de una prescriptiva cierta. Es un mundo arquitectónico, con su arjé y su inicio, su principio y fundamento. Y también es una clara an/arquía: hacer tambalearse los palos del sombrajo, los bancos (“dais asco”), las calles, los espacios de la vida, del amor, de la muerte, de la vida otra vez, los objetos de mesa y de escritorio. Cuestión de hacer reír a los bigotes más serios, encenderse las gafas más opacas, caminar a las piernas desnudas y los pies descalzos. Los temas de un militante de lo correcto, de un creyente en lo público, que no puede con la plebeyización de la vida, y al mismo tiempo sabe mirar a los ojos de la gente que le mira sin rebozo.



Son las vueltas y reveses de quien se ha acreditado como un preciso conceptualizador (no hay corporación a la que no haga ver su imagen). Pero tanto rigor, tanto gusto por lo justo, ya se iba tambaleando en su inmarcesible prólogo al Miranda Podadera3, ilustrado a las mil maravillas por Juan Berrio. Pues aquí parece estar la clave final. A Chaves le fascina el verbo troquelado de la sentencia moral, lapidaria: Tu amigo el mahometano era ajeno al robo de bujías. Para sacudirse con presteza ese hipnotismo del dictum del poder (el poder de la gramática, de la ortografía) y buscar las fallebas, los pernos de lo dicho, para acceder a lo peculiar del pulso de lo que no se resiste al nombre y que huye de él en cuanto puede.



Momento es este de concluir. Para que quien leyere no aplace el encuentro con el asperón y la estopa que se oculta bajo las buenas maneras de los versitos desaforados.



2

 Para el lector no-argentino, el autor se ve obligado a aclarar que “milanesa a la napolitana” es un plato tan horrendo como popular, inventado por los porteños, como oxímoron que funde – y fusiona – dos orígenes opuestos de la inmigración italiana. Por su parte “la verdad de la milanesa” es una expresión coloquial que indica que lo que le sigue es la pura verdad, o sea, la verdad oculta.



3

 Para el lector no-español, es obligado aclarar que Miguel Marinas hace referencia al libro de Juan Berrio “Ejercicios de Ilustración”, sobre textos de “Ortografía Práctica” de Luis Miranda Podadera, manual de extendido uso escolar, prescrito por el Ministerio de Educación en 1959; cuyo prólogo he tenido el honor de redactar. La frase citada corresponde al apartado sobre el uso de la jota. (Madrid, 1995. Ed. del autor). N.Ch.




Dedicatoria:



A buenos entendedores…




Advertencia:



El que no exagera miente.




Otra advertencia:



Si al rey desnudo lo ves vestido,



no pases de esta página.




El infierno de los vivos no es algo por venir;



hay uno, el qu

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